OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE NUESTRA AMERICA

 

EDWARDS BELLO, NOVELISTA* 

 

Joaquín Edwards Bello, confirma con su obra la tendencia de la literatura chilena a lograr su madurez en la novela, en el relato. La lírica —en prosa y verso— predomina excesivamente en la mayor parte de las literaturas sudamericanas. Chile tiene poetas que influyen diversa y acentuadamente en el espíritu hispanoamericano: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro. Pero la fruta de estación de su literatura es, más bien, la novela. Con la novela entra una literatura en su edad adulta.

El Roto, novela de la cual nos ha dado una edición definitiva, completamente revisada, la Editorial Nascimento, acusaba ya, a un vigoroso novelista. El asunto revelaba su simpatía por lo popular, su robusta vocación de biógrafo de tipos sociales, su violenta liberación de decadentes supersticiones antiplebeyas. En su sondaje de los bajos fondos de la vida social chilena, no lo asustaba lo más animal y soterráneo. El Roto es un análisis del turbio limo del suburbio. «Se trata —anuncia Edwards Bello en un breve prefacio— de la vida del prostíbulo chileno, que tuvo un sentido social profundo, por la constancia conque influyó en el pueblo y por el carácter aferradamente nacional de sus componentes. En pocas partes de Ibero-América tuvo el pueblo una manifestación tan personal. La vida alegre chilena extravasó triunfalmente a Bolivia, Perú y otros países del Continente. Pueril sería hacer ascos a este fenómeno de vitalidad. Ahora que se cerraron los salones donde las asiladas sonreían ceremoniosamente; ahora que se apagaron esas cuecas tamboreadas, este libro adquiere un valor especial de documento. Es una reconstitución apasionada de vida popular que se extingue». Los personajes están fuertemente abocetados. Clorinda, Esmeraldo, son criaturas específicas del arrabal, a las que el novelista se ha acercado con curiosidad y ternura, sagaces y alertas sus pupilas de artista, de creador. Pero la obra no está plenamente realizada. Tiene, a ratos, fallas, fisuras, por las cuales se entrometen, de vez en cuando, tópicos de artículos de, fondo. La intención del autor se hace a veces ostensible, por medios que no son estrictamente los de la expresión artística. Al dominio diestro, fácil, seguro de estos medios, no llega Edwards Bello sino en el Cap Polonio, novela corta, de trama turística, de atmósfera móvil y transatlántica. Edwards Bello es, en el Cap Polonio, por la sensibilidad viajera y cosmopolita, un Paul Morand suramericano; pero un Paul Morand matinal, sin delicuescencia, de savia araucana, con el brío de una juventud todavía fresca y aventurera, en el fondo romántica. El color de sus descripciones, el tono de sus personajes, es estival y mediterráneo, con cierta alegría marinera, de playa, antípoda de esa emoción de acuárium, mórbida, chinesca, de las "noches". La Paradita tiene un poco de la vivacidad brutal de la Bien Plantada. Se diferencia de la Bien Plantada, porque ignoramos sus raíces. El autor nos la presenta, pasajera del Cap Polonio, separada de su naturaleza, ausente de su contorno. En su encuentro hay ese elemento de imprecisión, de continencia y de fugacidad, que interviene en las impresiones del turista.

En El Chileno en Madrid, novela de mayor aliento, reaparece la experiencia turística, la actitud nómada de Edwards Bello. El chileno no es lo más vital de la novela. Su drama carece de verdadera tensión. Lo que vive, con energía, con voluntad, con pasión, es Madrid, esta estación de su viaje, en que su chilenismo se desvanece un poco, quizá para siempre. El chileno es un pretexto para mostrarnos Madrid en contraste o en roce con una sensibilidad suramericana. Carmen, doña Paca, la Angustias, Mandujano, el Curriquiqui, tienen en la novela una presencia más resuelta, más rotunda, en todo instante, que Pedro Wallace el chileno hispanizado y que Julio Assensi el español chilenizado. Estos personajes están absolutamente logrados: han encontrado a su autor. (Que ha ido a descubrirlos desde Suramérica). Pedro trata de reanudar su vida. Hay en su existencia una ruptura, un desgarramiento que le impide gozar ampliamente su actualidad. Entre su presente y su alma, se interpone una nostalgia que amortigua su choque con las cosas y frustra su posesión del mundo. Pedro va a Madrid a la recheache du temps perdu.** Una mujer española, femenina, doméstica, maternal y un hijo —su pasado, su juventud— son el centro de gravitación de su alma. Mientras no regrese a ellos, no recobrará su equilibrio. Chileno puro, pasa por la novela con un aire de deraciné,*** Lo aqueja un vago momadismo. Por esto, se adhiere ávidamente a un Madrid castizo, antiguo, tradicional.

La nota más acendrada de la novela es una amorosa reivindicación de este Madrid. Y ésta delata de nuevo, el sedimento romántico de Edwards Bello. Ningún español habría sentido acaso, con tanta ternura, lo castizo madrileño. El español, por tradicionalista que sea, no puede consentirse los mismos placeres caros, dulces, filiales que un turista suramericano, sentimental, artista, con dinero.

Pero, artística, estéticamente, en el caso de Edwards Bello, este sentimiento no deja sino ganancia: una bella novela. Una novela que, por otra parte, no será a la larga más que una estación de su itinerario de viajero y artista.

 

 


 

NOTAS:

 

* Publicado en Variedades: Lima, 19 de Diciembre de 1928. Y reproducido en Amauta: Lima, Noviembre-Diciembre de 1928.

**  A la búsqueda del tiempo perdido.

*** Desarraigado.