OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE NUESTRA AMERICA

 

LA GUERRA CIVIL EN MÉXICO*

 

La palabra revolución ha perdido en América, en un siglo de motines y pronunciamientos, la acepción que reivindica para ella la historia contemporánea. Así, por pura rutina verbal, se llama ahora movimiento revolucionario al movimiento reaccionario que capitanea en México el General Arnulfo Gómez, candidato a la presidencia de esa República.

No se dispone aún de suficientes datos para conocer y apreciar exactamente el verdadero proceso de este episodio de guerra civil. La versión más autorizada de los sucesos es, sin duda, la contenida en los comunicados del Gobierno Mexicano. Es cierto que los comunicados de guerra, destinados a conseguir efectos políticos y militares, constituyen un testimonio de parte en un instante de vehemente beligerancia. Tienen en mira determinados objetivos estratégicos. Sin embargo, mucho menos crédito deben merecer al espectador neutral, las agencias telegráficas yanquis, las cuales disimulan muy poco su antipatía por el régimen que preside Calles. Ni el cable ni la cinematografía yanquis desperdician ninguna ocasión y de exhibir a México con el cuchillo entre los dientes.

Pero esta relativa carencia de datos cabales y dé fuentes verídicas no concierne sino a la parte exterior o procesal de los hechos. En cuanto al sentido y la esencia de éstos, quien conozca la historia de la Revolución Mexicana, y no haya soltado el hilo conductor, no se extraviará fácilmente en el capcioso dédalo de las noticias cablegráficas.

No caben equívocos ni confusiones respecto del carácter de la insurrección contra Calles. Los generales Serrano y Gómez pertenecían al campo revolucionario. Prestaron al régimen surgido de la Revolución beneméritos servicios. Pero, desde que la oligarquía los empujó a una lucha a muerte contra Calles y Obregón, se dejaron arrastrar insensiblemente al campo reaccionario. El caso de ambos no era sino la repetición, a cuatro años de distancia, del caso de Adolfo de la Huerta.

Hace cuatro años, la candidatura de Adolfo de la Huerta, ministro de Obregón, apareció en oposición a la candidatura de Calles, pretendiendo representar, también y mejor, la corriente revolucionaria. Mas, esta afinidad, no era cierta sino en teoría. En la práctica, la causa de De la Huerta, se diferenció inmediatamente de la causa de Calles Mientras éste reclutaba el grueso de su adeptos entre los obreros y campesinos y aceptaba sus puntos de vista hasta granjearse una extensa reputación de bolchevique, en torno de aquél se encontraban los elementos de derecha del régimen revolucionario, a los cuales, no tardaron en agregarse fuerzas típicamente conservadoras. Y cuando De la Huerta se puso a la cabeza de una insurrección adoptó un programa claramente reaccionario. En el ostracismo, la trayectoria de este político, apresuró su orientamiento reaccionario como era inevitable que sucediese. Ahora, De la Huerta, no aspira a otra cosa que a ganar la confianza de la clase propietaria para unificarla contra él programa gubernamental.

Aparentemente las candidaturas de Serrano y Gómez, nacían del anhelo de mantener incólume uno de los principios de la Revolución Mexicana, el de la no reelección. "Sufragio efectivo, no reelección", es el lema del régimen emanado dele movimiento popular que comenzó abatiendo el despotismo de Porfirio Díaz. Pero en verdad, ésta no es la reivindicación capital de la Revolución Mexicana, fue su palabra de orden inicial. Nada más. Derrocado Porfirio Díaz, la Revolución ensanchó su significación y dilató su horizonte. La Constitución de 1917 incorporó, definitivamente, en su programa dos puntos fundamentales: la nacionalización de la propiedad, de la tierra y el reconocimiento de los derechos del trabajo. A partir de entonces, la Revolución adquirió el contenido social y la misión histórica que señalan su rumbo en la etapa abierta por el Gobierno de Obregón. Por esto, sus jefes tienen que atender, hoy más a sus principios sociales que a su lema político.

Habría sido, sin duda, mejor que los elementos revolucionarios hubiesen encontrado otro hombre para reemplazar a Calles. La elección del ex-presidente no sería propiamente una reelección como pretenden sus adversarios, aunque se le acerca ó parece mucho. De toda suerte, puede generar la sospecha de que dos generales se están turnando en la Presidencia del Estado Mexicano.

Pero no me propongo esclarecer esto. El hecho de que las principales fuerzas populares del bloque que sostiene el gobierno de Calles, evidentemente capacitadas para escoger el mejor camino, se hayan pronunciado por la candidatura del General Obregón, permite suponer que no se trata de una designación arbitraria. (La política no está, regida por fórmulas abstractas sino por realidades concretas). Y si el General Obregón resulta por ahora el único sucesor posible de Calles, a juicio de su partido, no hay por qué convertir en una montaña infranqueable el principio de la no reelección. De lo qué se trata, ante las últimas noticias de México, es de establecer el carácter reaccionario de la rebelión de Serrano y Gómez.

La violencia de la represión debe ser juzgada dentro del cuadro integral de la lucha política mexicana. En cada país, en esta luchan dos fuerzas chocan decisivamente. Al Gobierno mexicano no se le puede, en justicia, negar el derecho a usar contra sus enemigos las armas que éstos están resueltos a emplear contra él. No sería de estos rigores que tendrán que responder Calles y Obregón ante la historia, sino del acierto con

que hayan servido e interpretado a las masas revolucionarias que los sostienen y del grado en que hayan sido fieles a su destino histórico. 

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Variedades: Lima, 15 de Octubre de 1927.