Escrito: En ruso en 1919.
Publicado por primera vez: En 1919 como una serie de
artículos en el periódico Mysl, de Kharkov - Rusia,
y en Sotsialisticheskii vestnik de Berlín en 1921. Luego reunidos y publicados como libro en Berlín en 1923.
Sobre esta traducción: Traducido del inglés al castellano por N.N.
en setiembre de 2025.
Esta edición: Marxists.org, octubre 2025.
El bolchevismo mundial —"Мировой большевизм" (Mirovoi bol’shevizm)— es una monografía inconclusa de J. Mártov. Su elaboración se vió estorbada por los viajes del autor, por su mal estado de salud (sufría de tuberculósis), y por la clausura del periódico Mysl (Pensamiento), que debía publicarla como una serie de artículos. Como quedó, la obra consiste de doce artículos escritos por Mártov en 1919, de los cuales únicamente diez fueron publicados durante la vida de su autor. Los capítulos 1 al 9 aparecieron en los números 10, 12, 13 y 15 (abril-julio, 1919) de Mysl. El 10 apareció en los números 10 (8 julio, 1921) y 15 (1 setiembre, 1921) de Sotsialisticheskii vestnik (Correo socialista), en Berlín. Los últimos dos quedaron inéditos entre los papeles de Mártov.
En 1923, en los meses posteriores al fallecimiento de Mártov, los diez artículos publicados y los borradores y notas para los restantes fueron reunidos y editados por sus correligionarios en Alemania, quienes los publicaron en un sólo tomo en idioma ruso en Berlín bajo la imprenta editorial Iskra, en edición preparada por Fedor Dan. Además de los artículos de 1919, se incluyó como apéndice un artículo escrito por Mártov en 1918, "Marx y la dictadura del proletariado", originalmente publicado en Rabochii Internatsional (Internacional de los Trabajadores), Moscú, 1918.
La traducción al castellano que aquí presentamos fue realizada en setiembre de 2025 por un voluntario anónimo del Marxists Internet Archive (marxists.org). Esta fue elaborada desde las traducciones de los capítulos al inglés hechas por Herman Jerson (Partes II, III y el apéndice) publicadas originalmente en 1938, y por un traductor no nombrado (Parte I) y publicada en el Marxists Internet Archive en el 2000.
Aquellas traducciones fueron publicadas
separadamente
en el archivo en inglés de Marxists Internet Archive: "The
Roots of World Bolshevism", "The
Ideology of 'Sovietism'", "Decomposition
or Conquest of the State" y "Marx
and the Dictatorship of the Proletariat". La obra en idioma ruso se
puede consultar en un articulo en WikiSource: "Мировой
большевизм".
Cuando, en 1918, se utilizó la expresión barroca que es el título del presente capítulo, muchos marxistas rusos vieron en ella una paradoja. Parecía absurdo aceptar la idea misma de que la tranquila y rutinaria provincia de Rusia pudiera convertirse de alguna manera en un modelo a seguir para Occidente —"el Occidente podrido", como se decía libremente en Rusia— al elaborar las formas y el contenido del proceso revolucionario.
Todos nos inclinábamos a vincular el bolchevismo ruso con la naturaleza agrícola del país, con la ausencia de una verdadera educación política en los círculos populares, en resumen, con factores puramente nacionales.
En los otros países, el movimiento revolucionario se desarrolló sobre bases sociales notablemente diferentes, y parecía muy improbable que fluyera hacia el molde ideológico y político del bolchevismo. A lo sumo, la gente se resignó después a aceptar que el elemento bolchevique pudiera colorear la revolución en países que estaban tan atrasados como Rumanía, Hungría y Bulgaria.
También parecía obvio, a los ojos de los socialistas de Europa occidental, que el bolchevismo no se prestaba a exportar en el mercado político mundial. Afirmaron muchas veces que este fenómeno puramente ruso no podría aclimatarse en Europa occidental. Esta certeza de inmunidad fue precisamente una de las razones por las que eminentes representantes del socialismo europeo no temieron alabar al bolchevismo ruso y así convertirse en los precursores de la imposición de las ideas bolcheviques sobre las masas obreras de su propio país.
Ciertamente no previeron que en un momento determinado el bolchevismo surgiría repentinamente en sus países. Por eso, obedientes a las consideraciones de la estrecha política cotidiana, simplemente renunciaron a hacer la menor crítica de la ideología y la política del bolchevismo ruso. Algunos de ellos incluso la defendieron en su totalidad contra los ataques que emanaban de los círculos enemigos burgueses, sin siquiera considerar útil hacer una distinción entre lo que pertenecía a la revolución como tal en su esencia y lo que, por otro lado, representaba solo la contribución específica del bolchevismo y que constituía una negación de toda la herencia ideológica de la Internacional.
Numerosos representantes del socialismo europeo siguen siendo fieles a esta actitud. Cuando no hacía mucho, Kautsky tuvo que analizar las razones del fracaso de su partido en las elecciones a la Asamblea Constituyente, criticó a los líderes por haberse negado obstinadamente a hacer cualquier crítica al bolchevismo ruso y por haberles dado publicidad política.
Tal actitud, repito, fue posible en la medida en que el socialismo europeo proclamó y realmente creyó que no tenía nada que temer de la conflagración bolchevique.
Y cuando el "bolchevismo mundial" se había convertido en todas partes en un factor innegable en el proceso revolucionario, los marxistas europeos se encontraron tan poco preparados como los marxistas rusos, si no más, para comprender la importancia histórica de este evento y descubrir las razones que aseguraron su persistencia.
Después de tres meses de experiencia revolucionaria alemana, quedó claro que el bolchevismo no era únicamente el producto de una revolución agraria. Estrictamente hablando, la experiencia revolucionaria de Finlandia ya había ofrecido razones suficientes para revisar esta noción que había adquirido la fuerza de un prejuicio. Ciertamente, las particularidades nacionales del bolchevismo ruso se explican, en gran parte, por la estructura agraria de Rusia. Pero las bases sociales del "bolchevismo mundial" deben buscarse en otra parte.
La guerra mundial hizo que el ejército desempeñara un papel importante en la vida social, y este es sin duda el primer factor común que se puede discernir en el proceso revolucionario de países tan socialmente disímiles como Rusia, Alemania, Inglaterra y Francia. No se puede negar la existencia de un vínculo entre el papel desempeñado por los soldados en una revolución y la inspiración bolchevique que la anima. El bolchevismo no es simplemente una "revolución de soldados", sino que en cada país el desarrollo de la revolución sufre la influencia del bolchevismo en relación directa con la masa de soldados en armas que participan en ella.
En su momento, el papel de la soldadesca en la revolución rusa ha sido suficientemente analizado. Desde los primeros días de la creciente marea del bolchevismo, los marxistas señalaron que el "comunismo de consumo" proporcionaba el único interés común capaz de crear un vínculo entre elementos dispares y a menudo desclasados, es decir, arrancados de su verdadero medio social, los elementos sociales.
Se ha prestado menos atención a otro factor de la psicología de las multitudes de soldados revolucionarios. Nos referimos a este "antiparlamentarismo" que es bastante comprensible en un medio social que no ha sido cimentado por las duras lecciones de la defensa colectiva de sus intereses y que extrae, en el momento actual, su fuerza material e influencia del solo hecho de poseer armas.
Los periódicos ingleses informaron el siguiente hecho curioso. Con motivo de las elecciones a la Cámara de los Comunes, las papeletas de votación se pusieron a disposición de las tropas inglesas en el frente francés. A menudo, los soldados destruían estas papeletas quemándolas y declarando: "Déjennos en casa y nos comprometeremos a arreglar las cosas". En Alemania, como en Rusia, hemos notado muchas veces que las multitudes de soldados muestran su primera preocupación política por una tendencia a "arreglar las cosas" por la fuerza de las armas. Este estado de ánimo se mostró tanto a favor de la "derecha" —un hecho frecuente en los primeros meses de la revolución en Rusia y en las primeras semanas en Alemania— como de la "izquierda". En ambos casos estamos en presencia de un grupo colectivo convencido de que basta con portar armas y saber utilizarlas para poder dirigir los destinos de un país.
Este estado de ánimo conduce fatalmente a una oposición irreductible a los principios democráticos y a las formas parlamentarias de gobierno.
Sin embargo, por excesivo que sea su papel en la tormenta bolchevique, la sola presencia de la masa de soldados no puede explicar ni el éxito del bolchevismo ni la extensión geográfica de su dominio. Un cruel engaño ha sido el destino de aquellos que en Rusia en octubre de 1917 habían declarado con un feliz optimismo que el bolchevismo era obra de "pretorianos revolucionarios" y que se vería privado de sus bases sociales tan pronto como el ejército fuera desmovilizado.
Lejos de que esto sucediera, las verdaderas características del bolchevismo se mostraron con notable relieve en el momento preciso en que el antiguo ejército, que lo había llevado al poder, fue abolido y cuando el bolchevismo pudo apoyarse en una nueva organización militar que a partir de entonces no ejerció ningún poder directivo y no participó de ninguna manera en la gestión de los asuntos del Estado.
Por otro lado, hemos visto en Finlandia y Polonia la presencia de elementos bolcheviques que se desarrollaron independientemente de cualquier soldado revolucionario por la buena razón de que estos países no tenían ningún ejército nacional que hubiera tomado parte en la guerra.
De esto resulta que las raíces del bolchevismo deben buscarse, en última instancia, en la situación del proletariado.
¿Cuáles son las características esenciales del bolchevismo proletario como fenómeno mundial?
En primer lugar, el maximalismo, es decir, la tendencia a obtener el máximo de resultados inmediatos en materia de mejoras sociales sin tener en cuenta la situación objetiva. Este tipo de maximalismo presupone la existencia de una fuerte dosis de optimismo social ingenuo que permite creer, en ausencia de espíritu crítico, en la posibilidad de alcanzar estas máximas conquistas en cualquier momento y en recursos, siendo inagotable la riqueza social que el proletariado busca apoderarse.
En segundo lugar, la ausencia de cualquier comprensión de la producción social y sus requisitos; el predominio, como ya hemos visto con los soldados, del punto de vista del consumidor sobre el del productor.
En tercer lugar, la inclinación a resolver todas las cuestiones de la lucha política, de la lucha por el poder, mediante el uso inmediato de la fuerza armada, incluso cuando se trata de disensiones entre diferentes fracciones del proletariado. Esta inclinación demuestra que no existe confianza en el poder de resolver los problemas sociales mediante la aplicación de métodos democráticos. Varios autores ya han descubierto suficientemente los factores objetivos que han llevado al predominio de esta tendencia en el movimiento obrero de hoy.
La composición de la masa obrera ha cambiado. Los viejos cuadros, los que poseían la educación de clase más alta, han pasado cuatro años y medio en el frente; se han separado del trabajo productivo, se han imbuido de la mentalidad de las trincheras, han sido absorbidos psicológicamente por la masa amorfa de elementos desclasados. A su regreso a las filas del proletariado, le han aportado un espíritu revolucionario; sin embargo, la mentalidad de un motín de soldados.
Durante la guerra, su lugar en la producción fue ocupado por millones de nuevos trabajadores reclutados entre artesanos arruinados y otras "personas pequeñas", proletarios rurales y mujeres de la clase trabajadora. Estos recién llegados trabajaban en un momento en que el movimiento político proletario había desaparecido por completo y cuando incluso los sindicatos se habían vuelto esqueléticos. Mientras que la industria de guerra adquirió en Alemania proporciones monstruosas, el número de miembros del sindicato de trabajadores metalúrgicos no alcanzó el nivel de julio de 1914. En estas nuevas masas del proletariado la conciencia de clase se desarrolló muy lentamente, tanto más cuanto que apenas tuvieron la oportunidad de participar en acciones organizadas junto a los trabajadores más avanzados.
Así, los que habían vivido en las trincheras perdieron con el paso del tiempo sus hábitos profesionales, se separaron del trabajo productivo regular y se agotaron moral y físicamente por la atmósfera inhumana de la guerra moderna. Mientras tanto, los que habían ocupado sus lugares en las fábricas habían realizado un esfuerzo más allá de sus fuerzas, tratando de asegurarse a través de horas extras de que obtuvieran artículos de primera necesidad cuyos precios habían aumentado en proporciones imposibles.
Este esfuerzo agotador se llevó a cabo en gran medida para producir obras de destrucción. Desde el punto de vista social, había sido improductivo e incapaz de hacer surgir en las masas obreras la conciencia de que su trabajo era indispensable para la existencia de la sociedad. Pero este es un elemento esencial en la psicología de clase del proletariado moderno.
Estos factores de la psicología social se unieron para facilitar el desarrollo del elemento bolchevique en todos los países afectados directa o indirectamente por la guerra mundial.
Sin embargo, me parece que las causas indicadas anteriormente no son suficientes para explicar el progreso realizado por el elemento bolchevique en la arena mundial. Si el bolchevismo echa raíces profundas en las masas obreras de los países que participaron en la guerra e incluso en los países neutrales, esto se debe solo a que la operación de estas causas no encontró una resistencia psicológica suficiente en los hábitos sociales y políticos, en la tradición ideológica de las masas proletarias.
A partir de 1917-18 se puede ver un fenómeno idéntico en diferentes países: las masas obreras que despiertan a la lucha de clases muestran una pronunciada sospecha con respecto a las organizaciones que estaban a la cabeza del movimiento antes del mes de agosto de 1914. En Alemania y Austria se produjeron huelgas a pesar de las decisiones contrarias de los sindicatos. Aquí y allá se forman grupos clandestinos influyentes que lideran las manifestaciones políticas y económicas. En Inglaterra, los comités de fábrica surgieron para enfrentarse a los sindicatos y lanzaron poderosas huelgas de las que asumieron la dirección. Se observan movimientos similares en países neutrales: en Escandinavia, en Suiza.
Después del final de la guerra, cuando el proletariado tenía las manos libres, esta tendencia se desarrolló aún más fuertemente. En Alemania, en noviembre-diciembre de 1918, las grandes masas se inspiraron unánimemente en el deseo de excluir a los sindicatos de cualquier papel en la dirección de la lucha económica y en el control de la producción privada. Los soviets y los consejos de fábrica tienden a reemplazar a las organizaciones anteriores. El gobierno Haase-Ebert está obligado a tener en cuenta la situación de hecho y a ampliar las responsabilidades de estos nuevos centros de acción a expensas de las de los sindicatos.
En Inglaterra, la prensa informa de la desconfianza de las masas con respecto a los secretarios de los sindicatos y de su negativa a someterse a sus instrucciones; ve en esto el rasgo más característico del movimiento huelguístico de hoy. En un discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes, Lloyd George sacó a relucir esta particularidad como un elemento que llena al gobierno de las más serias preocupaciones.
El movimiento de clase nacido de la guerra ha agitado profundas capas proletarias que hasta entonces habían permanecido intactas y que no habían pasado por la larga escuela de la lucha organizada. Estos nuevos reclutas no encontraron para guiarlos camaradas más avanzados fuertemente unidos por la unidad de sus fines y medios, su programa y su táctica. Por el contrario, vieron a los viejos partidos y sindicatos caer en la ruina, a la vieja Internacional pasar por la crisis más profunda que el movimiento obrero había conocido jamás. Hecha trizas por odios mutuamente implacables, la Internacional experimentó una sacudida de creencias que durante décadas habían sido considerablemente inatacables.
En estas condiciones, no se podría haber esperado nada más que lo que ahora observamos. El movimiento de las nuevas capas proletarias y, en parte, incluso el de los mismos elementos que antes de 1914 ya marchaban bajo la bandera de la socialdemocracia, se desarrolló, en cierto modo, en un vacío sin ningún vínculo con la ideología política de antes. Crea espontáneamente su propia ideología que se forma bajo la presión de las fuerzas del tiempo presente, que es un momento excepcional desde el punto de vista de la psicología económica, política y social.
"Desnudo en la tierra desnuda" es como es el proletariado hoy, porque el movimiento de las masas se detuvo por completo durante cuatro años y medio y porque la vida intelectual se atrofió por completo en la clase obrera, y no solo en ella.
El "Burgerfrieden", la unión sagrada, implicaba el cese de toda propaganda que tratara del antagonismo irreconciliable de clases, de todo esfuerzo educativo tendente a la "socialización de la conciencia". El trabajo de la Unión Sagrada fue completado activamente por la censura y el régimen de estado de guerra.
Por eso, cuando pudieron reaparecer después del golpe aplastante de la guerra mundial, las masas obreras no encontraron a mano ningún centro de organización ideológica en el que pudieran basarse. Pero era psicológicamente indispensable agruparse en torno a un "punto de apoyo" cuyo prestigio moral fuera universalmente reconocido, cuya autoridad no estuviera abierta a discusión y no se discutiera.
Lo que se les ofreció fue solo la posibilidad psicológica de elegir libremente entre los diferentes restos de la vieja Internacional. ¿Es sorprendente que se pusieran del lado de aquellos que representaban la expresión más simplista, la más general del instinto espontáneo de rebelión, de aquellos que se negaban a considerarse vinculados por una continuidad ideológica; de los que aceptaron adaptarse infinitamente a las aspiraciones de las masas amorfas en efervescencia? ¿Es sorprendente que la acción recíproca de estas masas amorfas y de elementos ideológicos de este tipo condujera a la creación de fenómenos de atavismo mental en el movimiento obrero de los países más avanzados; que condujera a un renacimiento de ilusiones, prejuicios, consignas y métodos de lucha que habían tenido su lugar en el período del bakuninismo? al comienzo del movimiento lassalleano o incluso antes: ¿en los intentos de los elementos proletarios de los sans-culottes de París y Lyon en 1794 y 1797?
El 4 de agosto de 1914, el día en que las mayorías socialdemócratas capitularon ante el imperialismo, marcó la interrupción catastrófica de la acción de clase del proletariado. A partir de esa fecha, todos los fenómenos que hoy sorprenden a muchas personas por su repentino cambio fueron creados en estado embrionario.
En las primeras semanas de hostilidades tuve ocasión de escribir que la crisis del movimiento obrero debido a la guerra era, en primer lugar, una "crisis moral": la desaparición de la confianza mutua entre diferentes fracciones del proletariado, la devaluación en las masas proletarias de las bases morales y políticas anteriores. Durante muchas décadas se habían acercado los vínculos ideológicos a reformistas y revolucionarios, a veces incluso a socialistas y anarquistas, o incluso a estos, juntos, a los liberales y a los trabajadores cristianos. Pero no podía imaginar que la pérdida de confianza mutua, que la destrucción de los vínculos ideológicos llevarían a una guerra civil entre proletarios.
Pero vi claramente que esta prolongada desintegración de la comunidad de clase, que esta desaparición de cualquier vínculo ideológico —que fueron consecuencias del colapso de la Internacional— jugarían posteriormente un papel decisivo en las condiciones particulares del resurgimiento del movimiento revolucionario.
Dado que el colapso de la Internacional iba a conducir inevitablemente a tales consecuencias, los marxistas revolucionarios tenían el deber de trabajar enérgicamente para unir a los elementos proletarios que habían permanecido fieles a la lucha de clases y reaccionar resueltamente contra el "socialpatriotismo", incluso cuando las masas aún no se habían sacudido la embriaguez nacionalista y el pánico. En la medida en que hubiera sido posible lograr esta unión a nivel internacional, todavía era permisible esperar que el levantamiento de las masas no destruyera la herencia ideológica de medio siglo de luchas obreras; todavía era permisible esperar que un dique se opusiera al asalto de la anarquía.
Tal fue el significado objetivo de los intentos de Zimmerwald y Kienthal en 1915-16. Lamentablemente, el objetivo que se había fijado estaba lejos de lograrse. Este fracaso no debe atribuirse, por supuesto, ni a la elección ni a las faltas que podría haber cometido uno u otro de los "zimmerwaldianos". La crisis del movimiento obrero era manifiestamente demasiado pronunciada para permitir que las minorías internacionalistas de la época modificaran la evolución o disminuyeran los dolores de parto de una nueva conciencia proletaria. Este simple hecho muestra hasta qué punto la crisis era históricamente inevitable, hasta qué punto su origen estaba mezclado con los profundos cambios que se habían producido en la existencia, en el papel histórico del proletariado, pero que aún no habían dado lugar a los cambios correspondientes en su conciencia colectiva.
Una clase social necesita haber pasado ya por el ciclo determinado de su evolución para que comience a darse cuenta de la importancia histórica de su movimiento. Este fue el caso de las clases que precedieron al proletariado. Pero con el proletariado, vemos la existencia por primera vez de una doctrina que determina su papel de eslabón en la evolución histórica y que revela los objetivos e históricamente ineludibles hacia los que va; de una doctrina que ha intentado orientar el movimiento para tratar de reducir al mínimo el número de víctimas y la pérdida de energía social que es característica de una "evolución empírica".
Esta doctrina puede hacer mucho. Pero no todo.
Una vez más, la evolución histórica se ha revelado más fuerte que la doctrina. Una vez más se ha demostrado que la raza humana está condenada a moverse a ciegas al capricho de los intentos empíricos; sacar las lecciones de sus derrotas en la amarga decepción de las retiradas y del progreso en zigzag. Una vez más se ha demostrado que no puede ser de otra manera mientras la humanidad no haya dado un "salto del reino de la necesidad al reino de la libertad", mientras no haya sometido a su voluntad las fuerzas anárquicas de su economía social.
Más que cualquier otro ascenso, el del proletariado ha sido apuntalado por elementos de una orientación consciente de la historia. Pero, no más que el resto de la humanidad, el proletariado es el dueño de su vida económica. Y hasta que lo sea, tendrá que establecer límites muy estrechos a las posibilidades de subordinar el curso de los acontecimientos históricos al poder de la doctrina científica.
La magnitud del colapso que se produjo el 4 de agosto de 1914 y la duración de sus consecuencias ideológicas atestiguan el hecho de que en el momento actual del desarrollo histórico estos límites son aún más estrechos de lo que creíamos en nuestra arrogante celebración de los éxitos alcanzados durante un cuarto de siglo por el movimiento obrero internacional. Es decir, por el marxismo revolucionario.
El "fracaso del marxismo" se apresura a proclamar a los doctrinarios y políticos opuestos a la educación revolucionaria. Que no se apresuren a mostrar su alegría, ya que la derrota del marxismo como líder eficaz del movimiento ha sido al mismo tiempo su mayor triunfo como "interpretación materialista" de la historia. Como ideología de la fracción consciente de la clase obrera, el marxismo ha demostrado estar completamente "sujeto" a la ley fundamental establecida por la doctrina marxista y que rige la evolución de todas las ideologías dentro de una sociedad anarquista dividida en clases. Es exacto que bajo la presión de los acontecimientos históricos, la enseñanza marxista no ha impuesto conclusiones idénticas a todos sus discípulos. En la conciencia de una fracción de la clase obrera se ha transformado en "socialpatriotismo", en colaboración de clases; en el de otro ha asumido el aspecto de un primitivo "comunismo" anarco-jacobino. Pero esta diferenciación revela precisamente la supremacía de la materia sobre la conciencia, una supremacía proclamada por la enseñanza de Marx y Engels.
El proletariado necesita descubrir el secreto de las desventuras que ha atravesado durante el actual período de transición; necesita dilucidar las causas históricas de su caída de ayer y el significado objetivo de los caprichos de hoy; Sólo entonces podrá discutir los medios para superar las contradicciones del tiempo presente: la utopía de los objetivos inmediatos y la mediocridad de los medios de acción.
La tradición se rompió. Las masas perdieron la fe que antes habían tenido en los viejos líderes y las viejas organizaciones. Este doble fenómeno contribuyó en gran medida a imbuir al nuevo movimiento revolucionario de esta ideología, esta psicología de tendencia anarquista que lo caracteriza hoy en todos los países.
El cambio que se produjo en la composición social del proletariado, los cuatro años de guerra acompañados de un recrudecimiento del salvajismo y la brutalidad, seguidos de una "simplificación" de la fisonomía intelectual del europeo, crearon un campo propicio para el retorno de ideas y métodos que se habían creído desaparecidos para siempre.
El triunfo del "comunismo de consumo", que ni siquiera busca organizar la producción sobre bases colectivas, se puede ver hoy en todas partes en las masas proletarias. Ese es un gran mal, evidencia de un enorme retroceso en la evolución social del proletariado y en el proceso de su formación en una clase capaz de dirigir la sociedad.
Esta nueva dirección del movimiento revolucionario alimenta manifiestamente el crecimiento del bolchevismo. Uno de los principales deberes del socialismo marxista es combatirlo. Pero, al combatirlo, no se debe perder de vista la perspectiva de la historia, ni olvidar las razones que han determinado esta indiferencia de las masas populares con respecto al desarrollo de los medios de producción.
Durante cuatro años, las clases dominantes han aniquilado las fuerzas productivas, han destruido la riqueza social acumulada, han llevado a todos los problemas planteados por la necesidad de mantener la vida económica soluciones fáciles inspiradas en la conocida fórmula: "Saquear lo que ha sido saqueado", es decir, en el caso: mediante requisiciones, impuestos, trabajos forzados, impuestos a los vencidos. Y cuando, después de haber sido privadas durante cuatro años de la menor posibilidad de educarse políticamente, las masas populares son llamadas a su vez a hacer historia, ¿debemos asombrarnos de que comiencen por lo mismo con lo que terminaron las clases dominantes? El estudio de las revoluciones pasadas permite afirmar que en los siglos pasados los partidos revolucionarios extremos también han extraído del arsenal de las guerras de su tiempo métodos de acción que los llevaron a utilizar requisas, confiscaciones e impuestos para resolver problemas de política económica.
Mientras las clases capitalistas arruinaban estúpidamente las fuerzas productivas, desperdiciaban la riqueza acumulada, mientras desviaban durante largos períodos a los mejores trabajadores de su trabajo productivo, se consolaban persuadiéndose de que esta destrucción temporal del patrimonio nacional y de sus fuentes vivas -(en caso de victoria) gracias a la conquista de la hegemonía mundial, anexiones, etc., dan tal impulso a la economía nacional que todos los sacrificios se recuperarían cien veces más.
Para apoyar esta opinión, ningún estadista de las coaliciones imperialistas habría podido proporcionar la más mínima prueba seria; del mismo modo, ninguno de ellos habría sabido combatir con una apariencia de razón la verdad manifiesta de que la guerra mundial, con su gigantesco gasto y destrucción, inevitablemente arrojaría a la economía mundial (o al menos a la de Europa) un buen paso atrás. Al final, estos estadistas, así como las masas burguesas, resolvieron sus dudas imaginando que "todo saldría bien" y que la automaticidad de la evolución económica encontraría de alguna manera los medios para curar las heridas, fruto del "esfuerzo creativo" de las clases imperialistas.
Por lo tanto, no nos sorprende que las masas obreras se guíen por la misma fe ciega cuando intentan mejorar radicalmente su situación sin tener en cuenta la continua destrucción de las fuerzas productivas. Porque las masas populares han sido contaminadas por el fatalismo que se apoderó de la burguesía de todo el mundo el día en que dio rienda suelta al monstruo de la guerra. En la medida en que llegan a reflexionar sobre las consecuencias de la anarquía, estas masas a su vez esperan inconscientemente que los caminos del desarrollo histórico terminen por conducirlas al destino y que la victoria final de la clase obrera cure por su propia virtud las heridas infligidas a la economía nacional en el curso de la lucha.
En la medida en que piensan esto, las masas proletarias de hoy apenas están más avanzadas, desde el punto de vista de la creación consciente de la historia, que las masas de la pequeña burguesía que llevaron a cabo la revolución en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el siglo XVIII. Como entonces, la acción consciente de las masas no es garantía alguna de que los resultados objetivos de sus esfuerzos sean de hecho el régimen al que aspiran y no un régimen completamente diferente.
Esto, obviamente, es una triste indicación de la regresión dentro del movimiento obrero. Porque todo el sentido histórico de la inmensa obra de la que ha sido objeto el movimiento obrero desde 1848 consistía precisamente en establecer un estado de correlación entre la actividad creadora consciente del proletariado y las leyes de la evolución histórica que se habían descubierto. En el fondo, se trataba de asegurar, por primera vez en la historia, aunque fuera una relación mínima entre la realización objetiva del proceso revolucionario y los objetivos subjetivos perseguidos por la clase revolucionaria.
Sí, es una regresión. Pero cuando los socialistas de derecha denuncian esta regresión, cuando adoptan la actitud de acusadores para fundamentar mejor su propia política, nos resulta imposible olvidar que colaboraron por su parte en el advenimiento de esta regresión. ¿Dónde estaban, durante la gran guerra, cuando por primera vez en la historia hubo una necesidad de llamar a la humanidad a cuidar las fuerzas productivas? ¿No convencieron, siguiendo a los patriotas burgueses, a las masas populares de que la destrucción sistemática, intensiva y prolongada de las fuerzas productivas podría constituir, para su país, un camino hacia el florecimiento de estas mismas fuerzas como nunca antes se había conocido? "¡Por la destrucción sin límite hacia el más alto grado de civilización!" Esta consigna de la guerra mundial, ¿no se ha convertido en la consigna del bolchevismo mundial?
Los socialistas de derecha han contribuido a crear este desdén por el futuro —incluso el futuro inmediato— de la economía nacional y por el destino de las fuerzas productivas, un desdén con el que está imbuida toda la psicología social engendrada por la gran guerra. Esto, hasta tal punto que los grupos sociales que hoy luchan fanáticamente contra el bolchevismo en nombre de la salvaguardia y reconstrucción de estas fuerzas productivas proceden regularmente a emplear medios que son tan destructivos desde el punto de vista económico como pueden serlo los métodos del bolchevismo mismo.
Hemos podido ver esto en Ucrania y en el Volga donde, en lugar de verlos pasar a manos de los bolcheviques, la burguesía prefirió destruir las reservas de suministros, los ferrocarriles, los depósitos, las máquinas. Además, en el momento del "sabotaje" de finales de 1917 vimos a la derecha de la democracia denunciar el vandalismo económico de la revolución bolchevique, pero no tener en cuenta los golpes que su sabotaje iba a traer irremediablemente a la estructura de la economía nacional mucho más que al gobierno bolchevique.
Hoy estamos presenciando lo mismo en Alemania, donde tal vez ninguna idea goce de una popularidad igual a la de la necesidad de la disciplina laboral como la única cosa capaz de salvar las fuerzas productivas del país. En nombre de esta idea, los partidos socialistas burgueses y de derecha denuncian a los elementos espartaquistas del proletariado por su tendencia a provocar huelgas permanentes y socavar así cualquier posibilidad de trabajo productivo regular. Objetivamente tienen razón: la economía alemana se encuentra en un estado tan crítico que la "epidemia de huelgas" puede por sí sola llevar al país a una catástrofe. Pero es curioso que sea precisamente al arma de la huelga a la que recurre con mayor frecuencia la burguesía y los elementos agrupados en torno a los socialistas de derecha cuando resisten al bolchevismo. Desde hace un tiempo, en la lucha contra la ola espartaquista, asistimos regularmente a "huelgas burguesas", huelgas de todas las profesiones liberales, así como de funcionarios del Estado y de los gobiernos locales. Los médicos abandonan sus hospitales, seguidos por todo su personal; el personal ferroviario suspende el tráfico ferroviario.
¡Y por qué razones inútiles hacen esto!
Aquí, en un pueblo del este, el soviet de soldados decide desarmar a una división cuyo estado de ánimo se considera contrarrevolucionario. Por su parte, la asamblea de los representantes de las profesiones burguesas considera que la división ha proporcionado pruebas de su adhesión a la república; protestan contra el desarme como constitutivo de un debilitamiento del frente oriental frente a una posible invasión de los bolcheviques rusos; Como resultado de lo cual deciden proclamar una huelga hasta que el Soviet anule la decisión incriminada.
Los casos de este tipo no son raros.
Está claro que el bolchevismo, es decir, la corriente "extremista" de la extrema izquierda del movimiento de clase del proletariado, no conduce en sí mismo al triunfo del "consumidor" sobre el "productor": no es él lo que hizo que se descuidara el desarrollo racional de las fuerzas productivas y se consumieran las existencias de la acumulación de riqueza bajo un régimen anterior. Por el contrario, tal tendencia se opone claramente al espíritu mismo del socialismo marxista; que pudiera desarrollarse dentro del movimiento de clase del proletariado es la consecuencia de la enfermedad que afligió a la sociedad capitalista desde el momento en que fue golpeada por la crisis. Por eso, a los ojos de los historiadores del futuro, el triunfo de las doctrinas bolcheviques en el movimiento obrero de los países avanzados no aparecerá ciertamente como un signo de un exceso de conciencia revolucionaria, sino como la prueba de una insuficiente emancipación del proletariado del ambiente psicológico de la sociedad burguesa.
Por eso cualquier política que busque un remedio contra el vandalismo económico del bolchevismo en una alianza con la burguesía o en una capitulación ante ella es fundamentalmente falsa. Hemos visto en Rusia –en Ucrania, en Siberia– que después de haber derrotado a los bolcheviques por la fuerza de las armas, la burguesía ha sido incapaz de poner fin al colapso económico. En cuanto a Europa, ya vemos que, si logra abortar la revolución proletaria, todas las etiquetas de "Sociedad de Naciones" no impedirán que la burguesía cree tal régimen de relaciones internacionales, aplaste el organismo económico bajo tal plato de armamentos, levante tales barreras aduaneras que la economía nacional estará condenada a reconstituirse sobre el volcán de nuevos conflictos armados. preñado de destrucciones aún más terribles de las que el mundo acaba de conocer. En estas condiciones, es más que dudoso que la burguesía mundial pueda devolver a Europa al nivel económico del que fue derribada por la guerra.
Victoria de la razón sobre el caos en medio de la revolución proletaria o regresión cultural durante un período bastante largo: la situación actual no puede tener otros resultados.
El bolchevismo mundial se ha convertido en la ideología del desprecio por el aparato de producción dejado por el antiguo régimen. Pero, junto a este desprecio, típico del movimiento de nuestros días, vemos un desdén similar por la cultura intelectual de la sociedad: al asestar sus golpes, la revolución no debe respetar los elementos positivos de esta cultura. También en esta cuestión, las masas que surgen hoy en la arena de la historia y que se jactan de llevar a cabo la revolución son muy inferiores a las que formaron el núcleo del movimiento de clase del proletariado durante la época anterior a la guerra. Una vez más, no se puede dudar de que la retirada debe atribuirse por completo a la influencia de los cuatro años de guerra.
Con motivo de la ejecución de Lavoisier, los sans-culottes de París ya decían en 1794: "¡La República no necesita científicos!" Apoyando ante los electores de París la candidatura de Marat para la Convención contra la del filósofo materialista inglés Priestley, Robespierre declaró que había "demasiados filósofos" en las asambleas elegidas. El sansculottismo moderno de obediencia "comunista" no está muy lejos de sus predecesores en su actitud hacia la herencia científica dejada por la sociedad burguesa. Pero, una vez más, solo los "fariseos" pueden rebelarse contra él sin recordar el militarismo ante el que se arrodillaron con admiración o capitularon cobardemente, mientras que ayer se entregaron a sus orgías. Porque, hay que recordarlo, el militarismo difícilmente trató mejor a la ciencia y a la filosofía y que es él quien ha llevado a este desprecio a las masas populares que hoy intentan hacer historia. El militarismo francés y alemán envió sin piedad a profesores y científicos a cavar trincheras y contribuir como empujadores de plumas a la gran causa de la "defensa de la patria". Al comportarse de esta manera, no les importaba en absoluto disminuir momentáneamente la productividad intelectual de su país. ¿Qué derecho tienen, por lo tanto, a indignarse si, en un espíritu idéntico de desperdicio irracional, los profesores y científicos son utilizados para limpiar pozos negros y preparar tumbas?
"Lo querías, Georges Dandin". En 1914-15 la burguesía demostró que ejercía una influencia sobre la clase obrera que aún no había sido violada; mostró que el dominio intelectual del proletariado todavía estaba subordinado a él. Y la clase obrera que actualmente está en rebelión contra la burguesía es una de las que esta ha hecho en cuatro años de esta educación de "guerra" que ha llevado a la descomposición de la cultura proletaria que fue el fruto de largas décadas de lucha de clases.
Así, en los países capitalistas desarrollados, las masas obreras proporcionan un excelente campo para un nuevo florecimiento de este comunismo primitivo con ideas de división igualitaria que ya guiaron los primeros pasos del naciente movimiento obrero. Por eso, en esta etapa de la revolución, el papel de inspirador y líder puede ser asumido por el país donde precisamente las razones de esta concepción simplista del socialismo se van a perder en las profundidades de un territorio virgen que el capitalismo aún no ha violado y donde aún reinan las leyes de la acumulación primitiva.
El imperialismo ha devuelto a Europa Occidental al nivel económico y cultural de Europa del Este. ¿Debería sorprender que este último imponga hoy sus nociones ideológicas a las masas en rebelión contra el primero?
La burguesía y los socialnacionalistas europeos pueden presenciar con terror apocalíptico la eclosión del bolchevismo mundial. Este es quizás el primer acto de venganza que Oriente se reserva al arrogante imperialismo occidental por haberlo arruinado, por haber frenado su evolución económica.
El movimiento revolucionario que está teñido de bolchevismo reconoce a los soviets como la forma de organización política (incluso la única forma) por la cual se puede realizar la emancipación del proletariado.
Según este punto de vista, la estructura del Estado soviético, que se dice que es una fase en la abolición progresiva del propio Estado en su papel de instrumento de opresión social, es el producto históricamente motivado de una larga evolución, que surge en medio de antagonismos de clase cuando estos han alcanzado una gran agudeza bajo el imperialismo. Se describe como la encarnación perfecta de la dictadura del proletariado. Apareciendo en un momento en que se dice que la democracia “burguesa” ha perdido todo contenido, el régimen soviético se presenta como la expresión perfecta de la democracia real.
Sin embargo, toda perfección tiene esta característica peligrosa. Las personas que no se preocupan por el razonamiento crítico, las personas ciegas a los matices de la teoría “ociosa”, están impacientes por poseer la perfección, sin molestarse en tomar nota de que se supone que la perfección en cuestión se basa en condiciones históricas particulares. El razonamiento metafísico se niega a aceptar la negación dialéctica de lo absoluto. Ignora lo relativo. Habiendo aprendido que el verdadero, el genuino y perfecto modo de vida social ha sido finalmente descubierto, insiste en que este modo perfecto se aplique a la existencia diaria.
Por lo tanto, vemos que, contrariamente a sus propias afirmaciones teóricas, esta forma política perfecta se ha vuelto aplicable a todos los pueblos, a todos los grupos sociales. Todo lo que se necesita es que las personas afectadas quieran modificar la estructura del Estado bajo el cual está sufriendo. Los soviets se han convertido en la consigna del proletariado de los países industriales más avanzados: Estados Unidos, Inglaterra y Alemania. También son el lema de la Hungría agrícola, la Bulgaria campesina y Rusia, donde la agricultura acaba de surgir de estructuras primitivas.
La eficacia universal del régimen soviético llega aún más lejos. Los publicistas comunistas hablan seriamente de revoluciones soviéticas que ocurren, o están a punto de ocurrir, en la Turquía asiática, entre los fellahin egipcios, en las pampas de América del Sur. En Corea, la proclamación de una república soviética es solo cuestión de tiempo. En India, China y Persia, se dice que la idea soviética avanza con la velocidad de un tren expreso. ¿Y quién se atreve a dudar de que a estas alturas el sistema soviético ya se ha adaptado a las condiciones sociales primitivas de los bashkires, kirguises, turcomanos y montañeses de Daguestán?
No importa lo que el pensamiento marxista tenga que decir sobre el tema, el régimen soviético, como tal, no solo se dice que resuelve el antagonismo que surge entre el proletariado y la burguesía en condiciones de capitalismo altamente desarrollado, sino que también se presenta como la forma universal de Estado que atraviesa las dificultades y antagonismos que surgen en cualquier grado de evolución social. En teoría, se espera que las personas afortunadas que irrumpen en los soviets hayan pasado, al menos ideológicamente, la etapa de la democracia burguesa. Se espera que se hayan liberado de una serie de ilusiones nocivas: el parlamentarismo, la necesidad de un voto universal, directo, igual y secreto, la necesidad de libertad de prensa, etc. Solo entonces podrán conocer la suprema perfección incorporada en la estructura del Estado soviético. En la práctica, sin embargo, las naciones aquí y allá, poseídas por la negación metafísica del curso trazado por la teoría soviética, saltan por encima de las etapas prescritas. Los soviets son la forma perfecta del Estado. Es la varita mágica con la que se pueden suprimir todas las desigualdades, toda miseria. Una vez que se enteró de los soviets, ¿quién consentiría en sufrir el yugo de sistemas de gobierno menos perfectos? Habiendo probado una vez el dulce, ¿quién elegiría seguir viviendo de la amargura?
En febrero de 1918, en Brest-Litovsk, Trotsky y Kamenev todavía defendían con gran obstinación el derecho de los pueblos a la autodeterminación. Exigieron a la Alemania victoriosa que este principio se aplicara, a través de la instrumentalidad del voto igual y universal, en Polonia, Lituania y Letonia. El valor histórico de la democracia todavía se reconocía en ese momento. Pero un año más tarde, en el congreso del Partido Comunista Ruso, el intrépido Bujarine ya insistió en que el principio de la “autodeterminación de los pueblos” tenía que ser reemplazado por el principio de la “autodeterminación de las clases trabajadoras”. Lenin logró mantener el principio de autodeterminación —para los pueblos atrasados— en paralelo a ciertos filósofos que, no queriendo enemistarse con la Iglesia, limitarían el alcance de sus enseñanzas materialistas a los animales privados de los beneficios de la revelación divina. Pero no fue por razones doctrinales que el Congreso comunista se negó a alinearse con Bujarin. Lenin ganó con argumentos de orden diplomático. Se dijo que no era prudente alejar de la Internacional Comunista a los hindúes, persas y otros pueblos que, aunque todavía ciegos a la revelación, se encontraban en una situación de lucha pan-nacional contra el opresor extranjero. Fundamentalmente, los comunistas estaban totalmente de acuerdo con Bujarin. Habiendo probado la dulzura, ¿quién ofrecería amargura a su prójimo?
De modo que cuando el cónsul turco en Odessa se permitió lanzar el engaño sobre el triunfo de una revolución soviética en el imperio otomano, ni un solo periódico ruso se negó a tomar en serio el engaño obvio. Ni una sola publicación mostró el menor escepticismo sobre la capacidad de los buenos turcos para saltar las etapas de la autodeterminación, el sufragio universal, el parlamentarismo burgués, etc. La mistificación tuvo bastante éxito. Las mistificaciones encuentran un terreno favorable en el misticismo. Porque nada menos que místico es el concepto de una forma política que, en virtud de su carácter particular, puede superar todas las contradicciones económico-sociales y nacionales.
En el curso del congreso del Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania en Leipzig, los hombres buenos se devanaron los sesos para encontrar un arco para conciliar “todo el poder con los soviets” con las nociones tradicionales de la socialdemocracia sobre las formas políticas de las revoluciones socialistas, especialmente con la noción de democracia.
Porque aquí hay un misterio que escapa a la comprensión de los verdaderos creyentes del sovietismo con la misma persistencia con la que el misterio de la inmaculada concepción ha escapado a la comprensión de los fieles cristianos. A veces escapaba a la comprensión de su propio creador.
Así, tenemos el divertido ejemplo de la recepción de la noticia de que la idea soviética había triunfado en Hungría. Al principio, parecía que todo se realizaba de acuerdo con los ritos. Pero faltaba un detalle esencial. Se informó que el “soviet” húngaro no surgió como resultado de una guerra fratricida del proletariado húngaro (veremos más adelante cuán importante es este detalle). Fue, por el contrario, el producto de la unidad del proletariado húngaro. Lenin estaba preocupado. En un telegrama, cuyo texto completo apareció en la prensa extranjera, le preguntó a Bela Kun:
¿Qué garantías tiene de que su revolución es realmente una revolución comunista, de que no es simplemente una revolución socialista, no es una revolución de los socialtraidores?
La respuesta de Bela Kun, publicada en la prensa rusa, delataba cierta confusión y falta de precisión. El poder revolucionario húngaro, al parecer, descansaba en manos de un grupo de cinco personas, dos de las cuales eran comunistas, dos socialdemócratas y la quinta “en la misma categoría que su Lunacharsky”. El misterio se había vuelto más espeso.
Como resultado del antagonismo de clase extremo entre el proletariado y la burguesía, el proletariado derroca la encarnación más completa del estatismo democrático. Aquí está el punto de partida de la “idea soviética”.
El modo político así creado es universalmente aplicable. Se ajusta a las necesidades y consecuencias de todo tipo de cambio social. Puede revestir la sustancia multiforme de todos los actos revolucionarios del siglo XX. Esa es la “idea soviética” al final de su propia evolución.
Esta contradicción dialéctica resume el misterio del “sovietismo”, que es un misterio más allá de la comprensión dogmática de los pensadores, tanto de izquierda como de derecha.
El mecanismo de las revoluciones populares del período histórico anterior tenía las siguientes características.
El papel de factor activo en el vuelco pertenecía a las minorías de las clases sociales en cuyo interés se desarrollaba la revolución. Estas minorías explotaron el descontento confuso y las explosiones esporádicas de ira que surgían entre elementos dispersos y socialmente inconsistentes dentro de la clase revolucionaria. Guiaron a estos últimos en la destrucción de las viejas formas sociales. En ciertos casos, las minorías líderes activas tuvieron que usar el poder de su energía concentrada para romper la inercia de los elementos que intentaron esgrimir con fines revolucionarios. Por lo tanto, estas minorías dirigentes activas a veces hicieron esfuerzos, a menudo esfuerzos exitosos, para reprimir la resistencia pasiva de los elementos manipulados, cuando estos últimos se negaron a avanzar hacia la ampliación y profundización de la revolución. La dictadura de una minoría revolucionaria activa, una dictadura que tendía a ser terrorista, era el punto crítico normal de la situación en la que el viejo orden social había confinado a la masa popular, ahora llamada por los revolucionarios a forjar su propio destino.
Allí donde la minoría revolucionaria activa no fue capaz de organizar tal dictadura, o de mantenerla durante algún tiempo, como fue el caso en Alemania, Austria y Francia en 1848, observamos el fracaso del proceso revolucionario, un colapso de la revolución.
Engels dijo que las revoluciones del período histórico pasado fueron obra de minorías conscientes que explotaron la revuelta espontánea de mayorías inconscientes.
Se entiende que la palabra “consciente” debe tomarse aquí en un sentido relativo. Se trataba de perseguir objetivos políticos y sociales que eran bastante definidos, aunque al mismo tiempo bastante contradictorios y utópicos. La ideología de los jacobinos de 1793-1794 era completamente utópica. No se puede considerar que haya sido el producto de una concepción objetiva del proceso de evolución histórica. Pero en relación con la masa de campesinos, pequeños productores y obreros en cuyo nombre demolieron el antiguo régimen, los jacobinos representaban una vanguardia de conciencias cuyo trabajo destructivo estaba subordinado a problemas positivos.
En la última década del siglo XIX, Engels llegó a la conclusión de que la época de las revoluciones efectuadas por minorías conscientes que encabezaban masas ignorantes se había cerrado para siempre. A partir de entonces, dijo, la revolución se prepararía mediante largos años de propaganda política, organización, educación y sería realizada directa y conscientemente por las propias masas interesadas.
Hasta tal punto esta idea se ha convertido en la concepción de la gran mayoría de los socialistas modernos que la consigna: “¡Todo el poder a los soviets!” se lanzó originalmente como una respuesta a la necesidad de asegurar, durante el período revolucionario, el máximo de participación activa y consciente y el máximo de iniciativa de las masas en la tarea de la creación social.
Lea nuevamente los artículos y discursos de Lenin de 1917 y descubrirá que su pensamiento maestro, “todo el poder a los soviets”, equivalía entonces a lo siguiente: 1. la participación directa y activa de las masas en la gestión de la producción y los asuntos públicos; 2. la eliminación de todas las brechas entre los directores y los dirigidos, es decir, la supresión de cualquier jerarquía social; 3. la mayor unificación posible de los poderes legislativo y ejecutivo, de la producción am paratus y del aparato administrativo, de la maquinaria estatal y de la maquinaria de la administración local; 4. el máximo de actividad de la masa y el mínimo de libertad para sus representantes electos; 5. La supresión total de toda burocracia.
El parlamentarismo fue repudiado no solo como la arena donde dos clases enemigas colaboran políticamente y se involucran en combates pacíficos, sino también como un mecanismo de administración pública. Y este repudio estaba motivado, sobre todo, por el antagonismo que surgía entre este mecanismo y la actividad revolucionaria ilimitada de la masa, que intervenía directamente en la administración y la producción.
En agosto de 1917, Lenin escribió:
Habiendo conquistado el poder político, los trabajadores romperán el viejo aparato burocrático; lo harán añicos hasta sus cimientos, hasta que no quede piedra sobre piedra; y lo reemplazarán por uno nuevo compuesto por los mismos trabajadores y empleados, contra los cuales se emprenderá inmediatamente la transformación en burócratas, como lo señalaron en detalle Marx y Engels: 1. no solo la electividad, sino también el recuerdo instantáneo; 2. Pago no superior al de los trabajadores ordinarios. 3. Transición inmediata a un estado de cosas en el que todos cumplan las funciones de control y superintendencia, de modo que todos se conviertan en burócratas por un tiempo, y nadie, por lo tanto, pueda convertirse en burócrata. (El Estado y la Revolución, página 103, primera edición rusa.)
Escribió sobre la “sustitución de la policía por una milicia popular universal”, sobre la “electividad y destitución en cualquier momento de todos los funcionarios y rangos de mando”, sobre el “control obrero en su sentido primitivo, la participación directa del pueblo en los tribunales, no solo en forma de jurado sino también mediante la supresión de fiscales especializados y abogados defensores y por el voto de todos los presentes sobre la cuestión de la culpabilidad”. Así es como se interpretó en teoría, y a veces en la práctica, la sustitución de la vieja democracia burguesa por el régimen soviético.
Fue esta concepción de “todo el poder a los soviets” la que se presentó en la primera Constitución, adoptada en el tercer Congreso de los soviets por iniciativa de V. Troutovsky. Reconoció el poder completo del soviet comunal dentro de los límites del “volost”, el poder del soviet de distrito dentro de los límites del “ouyezd”, el del soviet provincial dentro de los límites de la “gubernia”, mientras que las funciones unificadoras de cada uno de los órganos superiores del soviet se expresaron en la nivelación de las diferencias que surgían entre los órganos subordinados a él.
Anticipándose al argumento de que un federalismo tan extremo podría socavar la unidad nacional, Lenin escribió en el mismo folleto:
Solo las personas llenas de “fe supersticiosa” pequeñoburguesa en el Estado pueden confundir la destrucción del Estado burgués con la destrucción del centralismo. Pero ¿no será centralismo si el proletariado y el campesinado más pobre toman el poder del Estado en sus propias manos, se organizan libremente en comunas y unen la acción de todas las comunas para golpear al capital, aplastar la resistencia de los capitalistas, en la transferencia de la propiedad privada en ferrocarriles, fábricas, tierras, etc.? a toda la nación, a toda la sociedad? ¿No será eso centralismo? (Página 50, primera edición rusa.)
La realidad ha destrozado cruelmente todas estas ilusiones. El “Estado soviético” no ha establecido en ningún caso la elección y la destitución de los funcionarios públicos y el personal de mando. No ha reprimido a la policía profesional. No ha asimilado a los tribunales en jurisdicción directa de las masas. No ha eliminado la jerarquía social en la producción. No ha disminuido la sujeción total de la comunidad local al poder del Estado. Por el contrario, en proporción a su evolución, el Estado soviético muestra una tendencia en la dirección opuesta. Muestra una tendencia hacia un centralismo intensificado. del Estado, una tendencia hacia el mayor fortalecimiento posible de los principios de jerarquía y compulsión. Muestra una tendencia hacia el desarrollo de un aparato de represión más especializado que. antes. Muestra una tendencia hacia una mayor independencia de las funciones generalmente electivas y la aniquilación del control de estas funciones por parte de las masas electoras. Muestra una tendencia hacia la total libertad de los organismos ejecutivos de la tutela de los electores. En el crisol de la realidad, el “poder de los soviets” se ha convertido en el “poder soviético”, un poder que originalmente surgió de los soviets pero que se ha independizado constantemente de los soviets.
Debemos creer que los ideólogos rusos del sistema soviético no han renunciado por completo a su noción de un orden social no estatal, el objetivo de la revolución. Pero tal como ven las cosas ahora, el camino hacia este orden social no estatal ya no radica en la atrofia progresiva de las funciones e instituciones que han sido forjadas por el Estado burgués, como decían ver las cosas en 1917. Ahora parece que su camino hacia un orden social libre del Estado radica en la hipertrofia —el desarrollo excesivo— de estas funciones y en el tiempo la resurrección, bajo un aspecto alterado, de la mayoría de las instituciones del Estado típicas de la era burguesa. El pueblo astuto sigue repudiando el parlamentarismo democrático. Pero ya no repudian, al mismo tiempo, aquellos instrumentos del poder estatal a los que el parlamentarismo es un contrapeso dentro de la sociedad burguesa: la burocracia, la policía, un ejército permanente con cuadros de mando independientes de los soldados, tribunales que están por encima del control de la comunidad, etc.
A diferencia del Estado burgués, el Estado del período revolucionario de transición debe ser un aparato para la “represión de la minoría por la mayoría”. Teóricamente, debería ser un aparato gubernamental que descanse en manos de la mayoría. En realidad, el Estado soviético sigue siendo, como el Estado del pasado, un aparato gubernamental que descansa en manos de una minoría. (De otra minoría, por supuesto).
Poco a poco, el “poder de los soviets” está siendo reemplazado por el poder de un determinado partido. Poco a poco, el partido se convierte en la institución esencial del Estado, el marco y el eje de todo el sistema de “repúblicas soviéticas”.
La evolución atravesada por la idea del “Estado soviético” en Rusia debería ayudarnos a comprender la base psicológica de esta idea en los países donde el proceso revolucionario de hoy se encuentra todavía en su fase inicial.
El “régimen soviético” se convierte en el medio para llevar al poder y mantener en el poder a una minoría revolucionaria que pretende defender los intereses de una mayoría, aunque esta no haya reconocido estos intereses como propios, aunque esta mayoría no se haya adherido lo suficiente a estos intereses para defenderlos con toda su energía y determinación.
Esto se demuestra por el hecho de que en muchos países —sucedió también en Rusia— se lanza la consigna “todo el poder a los soviets” en oposición a los soviets ya existentes, creados durante las primeras manifestaciones de la revolución. La consigna se dirige, en primer lugar, contra la mayoría de la clase obrera, contra las tendencias políticas que dominaban a las masas al comienzo de la revolución. La consigna “todo el poder a los soviets” se convierte en un seudónimo de la dictadura de una minoría. De modo que cuando el fracaso del 3 de julio de 1917 hizo aflorar la obstinada resistencia de los soviets a la presión bolchevique, Lenin se quitó el disfraz de su folleto: Sobre el tema de las consignas y proclamó que el grito “¡Todo el poder a los soviets!” estaba desde entonces obsoleto y tenía que ser reemplazado por la consigna: “¡Todo el poder al Partido Bolchevique!”
Pero esta “materialización” del símbolo, esta revelación de su verdadero contenido, fue solo un momento en el desarrollo de la forma política perfecta, “finalmente descubierta” y que poseía exclusivamente la “capacidad de sacar a la luz la sustancia social de la revolución proletaria”.
La retención del poder político por parte de la minoría de una clase (o clases), por una minoría organizada como partido y ejerciendo su poder en interés de la clase (o clases), es un hecho que surge de antagonismos típicos de la fase más reciente del capitalismo. Por otro lado, el hecho de que sea una dictadura de una minoría constituye un vínculo de parentesco entre la revolución actual y las del período histórico anterior. Si ese es el principio básico del mecanismo gubernamental en cuestión, poco importa si la exigencia de determinadas circunstancias históricas ha hecho que este principio asuma la forma particular de soviets.
Los acontecimientos de 1792-1794 en Francia ofrecen un ejemplo de una revolución que se realizó por medio de una dictadura minoritaria establecida como partido: la dictadura jacobina. El partido jacobino abrazó a los elementos más activos, los más “izquierdistas”, de la pequeña burguesía, el proletariado y los intelectuales desclasados. Ejerció su dictadura a través de una red de múltiples instituciones: comunas, secciones, clubes, comités revolucionarios. En esta red, las organizaciones de productores al estilo de nuestros soviets obreros estaban completamente ausentes. Por lo demás, hay una sorprendente similitud, y una serie de analogías perfectas, entre las instituciones utilizadas por los jacobinos y las que servían a la dictadura contemporánea. Las células del partido de hoy no difieren en nada de los clubes jacobinos. Los comités revolucionarios de 1794 y 1919 son completamente iguales. Los comités de campesinos pobres de hoy se comparan con los comités y clubes, compuestos especialmente de elementos pobres, en los que se basó la dictadura jacobina; los pueblos. Hoy, los soviets obreros, los comités de fábrica, las centrales sindicales, marcan la revolución con su sello y le dan su carácter específico. Aquí es donde se hace sentir la influencia del proletariado en las grandes industrias de hoy. Sin embargo, vemos que tales organismos específicamente de clase, tales formaciones especialmente proletarias, que surgen del medio de la industria moderna, están tan reducidos al papel de instrumentos mecánicos de una dictadura minoritaria de partido como lo fueron los auxiliares de la dictadura jacobina en 1792-1794, aunque los orígenes sociales de esta última fueron completamente diferentes.
Situada en las condiciones concretas de la Rusia contemporánea, la dictadura del partido bolchevique refleja, en primer lugar, los intereses y aspiraciones de los elementos proletarios de la población. Esto sería más cierto en el caso de los soviets que podrían haber surgido en los países industriales avanzados. Pero la naturaleza de los soviets, su adaptación a las organizaciones de productores, no es el factor decisivo aquí. Vimos que después del 3 de julio de 1917, Lenin previó la dictadura directa del partido bolchevique, fuera de los soviets. Ahora vemos que en ciertos lugares tal dictadura se realiza plenamente a través del canal de los comités revolucionarios y las células del partido. Todo esto no impide que la dictadura del partido (directa o indirecta) conserve en su política de clase un vínculo primordial con el proletariado y refleje, sobre todo, los intereses y aspiraciones de la población trabajadora de la ciudad.
Por otro lado, como cuadros organizativos, los soviets pueden encontrarse llenos de elementos que tienen un carácter de clase diferente. Al lado de los soviets obreros, surgen soviets de soldados y campesinos. De modo que en países que están aún más atrasados económicamente que Rusia, el poder de los soviets puede representar algo más que una minoría proletaria. Puede representar allí a una minoría campesina o a cualquier otro sector no proletario de la población.
El misterio del “régimen soviético” ahora está descifrado. Vemos ahora cómo un organismo supuestamente creado por las peculiaridades específicas de un movimiento obrero correspondiente al más alto desarrollo del capitalismo se revela, al mismo tiempo, adecuado a las necesidades de los países que no conocen ni la gran producción capitalista, ni una burguesía poderosa, ni un proletariado que ha evolucionado a través de la experiencia de la lucha de clases.
En otras palabras, en los países avanzados, el proletariado recurre, se nos dice, a la forma soviética de la dictadura tan pronto como su ímpetu hacia la revolución social golpea contra la imposibilidad de realizar su poder de otra manera que no sea a través de la dictadura de una minoría, una minoría dentro del proletariado mismo.
La tesis de la “forma finalmente descubierta”, la tesis de la forma política que, perteneciendo a las circunstancias específicas de la fase imperialista del capitalismo, se dice que es la única forma que puede realizar la emancipación social del proletariado, constituye la ilusión históricamente necesaria por cuyo efecto el sector revolucionario del proletariado renuncia a su creencia en su capacidad de atraer tras de sí a la mayoría de la población del país y de la burguesía. resucita la idea de la dictadura minoritaria de los jacobinos en la misma forma utilizada por la revolución burguesa del siglo XVIII. ¿Debemos recordar aquí que este método revolucionario ha sido repudiado por la clase obrera en la medida en que se ha liberado de su herencia de revolucionarismo pequeñoburgués?
Tan pronto como la consigna “régimen soviético” comienza a funcionar como un seudónimo bajo el cual renace en las filas del proletariado la idea jacobina y blanquista de una dictadura minoritaria, entonces el régimen soviético adquiere una aceptación universal y se dice que es adaptable a cualquier tipo de vuelco revolucionario. En este nuevo sentido, la “forma soviética” está necesariamente desprovista de la sustancia específica que la ataba a una fase definida del desarrollo capitalista. Ahora se convierte en una forma universal, que se supone que es adecuada para cualquier revolución realizada en una situación de confusión política, cuando las masas populares no están unidas, mientras que las bases del antiguo régimen han sido carcomidas en el proceso de evolución histórica.
Los sectores revolucionarios de la población no se creen capaces de arrastrar consigo a la mayoría del país por el camino del socialismo. He aquí el secreto de la difusión de la “idea soviética” en la conciencia confusa del proletariado europeo.
Ahora, la mayoría que se opone al socialismo, o respalda a los partidos que se oponen al socialismo, puede incluir numerosos elementos trabajadores. En la medida en que esto sea cierto, el principio del “gobierno soviético” implica no solo el repudio de la democracia en el marco de la nación, sino también la supresión de la democracia dentro de la clase obrera.
En teoría, el gobierno soviético no anula la democracia. En teoría, el gobierno soviético simplemente limita la democracia a los trabajadores y al “campesinado más pobre”. Pero la esencia de la democracia no se expresa —ni exclusivamente ni en principio— por el sufragio matemáticamente universal. El “sufragio universal” alcanzado por los países más avanzados antes de la Revolución Rusa excluía a las mujeres, a los militares y, a veces, a los jóvenes hasta los 25 años. Estas excepciones no privaron a estos países de un carácter democrático, mientras dentro de la mayoría llamada a ejercer la soberanía del pueblo permaneciera un grado de democracia consistente con la preservación de la base capitalista de la sociedad.
Por esta razón, negar los derechos electorales a los burgueses y rentistas, e incluso a los miembros de las profesiones liberales —una eventualidad admitida por Plejánov para el período de la dictadura del proletariado— no convierte por sí mismo al “régimen soviético” en algo absolutamente antidemocrático. Incluso podemos suponer que tal medida es totalmente compatible con el desarrollo de otros rasgos de la democracia, que, a pesar de la limitación de los derechos electorales, pueden hacer realmente del régimen “una democracia más perfecta” que cualquier forma política anterior basada en la dominación social de la burguesía.
La exclusión de la minoría burguesa de la participación en el poder del Estado no necesariamente puede ayudar a consolidar el poder de la mayoría. Incluso puede obstaculizar este objetivo tendiendo a empobrecer el valor social de la voluntad popular expresada en la lucha electoral. Sin embargo, eso no es suficiente para hacer que el sistema soviético sea antidemocrático.
Lo que le da este carácter al sistema soviético es la supresión de la democracia también en las relaciones entre los ciudadanos privilegiados que están llamados a convertirse en los titulares del poder estatal.
Los siguientes son los signos inalienables de un régimen democrático, por muy limitado que sea el círculo de ciudadanos al que se aplican:
1. La sumisión absoluta de todo el aparato ejecutivo a la
representación popular (aunque en el caso de los soviets no comprenda a
todos los ciudadanos).
2. La electividad y la destitución de la administración, de los jueces,
de la policía. La organización democrática del ejército.
3. El control y la publicidad de todos los actos administrativos.
4. La libertad de coalición política (aunque puede significar libertad
solo para los privilegiados, en el sentido mencionado del término).
5. La inviolabilidad de los derechos individuales y colectivos de los
ciudadanos y la protección contra cualquier abuso por parte de los
agentes finales del poder estatal.
6. Libertad de los ciudadanos para discutir todas las cuestiones de
Estado. Derecho y facultad de los ciudadanos a ejercer libremente
presión sobre el mecanismo gubernamental. Etcétera, etcétera.
Encontramos en la historia repúblicas democráticas que admitieron la esclavitud (Atenas, por ejemplo). Los teóricos del sovietismo nunca han rechazado los principios democráticos enumerados anteriormente. Por el contrario, han afirmado que sobre la reducida base electoral de los soviets estos principios se desarrollarán como nunca pudieron hacerlo sobre la base más amplia de la democracia capitalista. No debemos olvidar la promesa de Lenin de que todos los trabajadores participarían directamente en la administración del Estado, todos los soldados en la elección de oficiales, que la policía y la burocracia como tales serían suprimidas.
La ausencia de democracia dentro del sistema soviético supone que los elementos proletarios (revolucionarios) que construyen el régimen reconocen la existencia de las siguientes condiciones:
1. La clase obrera forma una minoría en una población hostil.
2. O se divide en fracciones que luchan por el poder entre sí.
3. O los dos fenómenos dados existen simultáneamente.
En todos los casos mencionados, la verdadera razón de la popularidad de la “idea soviética” se encuentra en el deseo de reprimir la voluntad de todos los demás grupos de la población, incluidos los grupos proletarios, para asegurar el triunfo de una minoría revolucionaria decidida.
Charles Naine, el conocido militante suizo, escribe:
A principios de 1918, estábamos en pánico. No había tiempo para demorarse. Había que formar inmediatamente soviets de obreros, soldados y campesinos en Suiza y constituir una guardia roja. La minoría consciente tuvo que imponer su voluntad a la mayoría, incluso por la fuerza bruta. La gran masa, los trabajadores, están en esclavitud económica. No pueden lograr su propia liberación. Sus mentes están formadas por sus amos; son incapaces de comprender sus verdaderos intereses. Se deja a la minoría sabia liberar a la masa de la tutela de sus amos actuales. Solo después de hacer esto, la masa lo entenderá. El socialismo científico es la verdad. La minoría que posee el conocimiento de la verdad del socialismo científico tiene derecho a imponerlo a las masas. El Parlamento es solo una obstrucción. Es un instrumento de reacción. La prensa burguesa envenena las mentes de la gente. Debería suprimirse. Más tarde, es decir, después de que el orden social haya sido totalmente transformado por los dictadores socialistas, la libertad y la democracia se reconstituirán. Entonces los ciudadanos estarán en condiciones de formar una democracia real; entonces estarán libres del régimen económico que, oprimiéndolos, les impide en el presente manifestar su verdadera voluntad. (Charles Naine: Dictature du proletariat ou démocratie, pág. 7).
Solo los ciegos y los hipócritas dejarán de reconocer que Charles Name ha presentado aquí, despojado de su ornamentación fraseológica habitual, la ideología del bolchevismo. Es en esta forma que este último ha sido asimilado por las masas en Rusia, Alemania, Hungría y dondequiera que el bolchevismo ha hecho su aparición.
Esta ornamentación fraseológica no siempre logra ocultar. Está, por ejemplo, la importante declaración de P. Orlovsky (V. Vorovsky, más tarde representante soviético en Roma, asesinado en Lausana, mayo de 1923 – ed., titulada La Internacional Comunista y la República Soviética Mundial. El autor propone tratar el “quid” de la cuestión del sistema soviético.
El sistema soviético —escribe— implica simplemente la participación de las masas populares en la administración del Estado, pero no les asegura ni el dominio ni siquiera una influencia predominante (en la administración del Estado).
Si sustituimos las palabras “democracia parlamentaria” por el término “sistema soviético”, obtenemos una “verdad” tan elemental como la expresada por Orlovsky. De hecho, el parlamentarismo democrático desarrollado asegura a las masas la oportunidad de participar en la administración del Estado. Sin embargo, no garantiza su dominio político.
Aquí está la conclusión de Orlovsky:
Solo cuando el sistema soviético haya puesto el poder efectivo del Estado en manos de los comunistas, es decir, en el partido de la clase obrera, los obreros y otros elementos explotados podrán tener acceso al ejercicio del poder del Estado, así como la posibilidad de reconstruir el Estado sobre una nueva base. conforme a sus necesidades, etc.
En otras palabras, el sistema soviético es bueno mientras esté en manos de los comunistas. Porque “tan pronto como la burguesía logra apoderarse de los soviets (como fue el caso en Rusia bajo Kerensky y ahora, en 1919, en Alemania), los utiliza contra los obreros y campesinos revolucionarios, del mismo modo que los zares utilizaron a los soldados, surgidos del pueblo, para oprimir al pueblo”. Por lo tanto, los soviets pueden cumplir un papel revolucionario y liberar a las masas trabajadoras solo cuando están dominadas por los comunistas. Y por la misma razón, el crecimiento de las organizaciones soviéticas en otros países es un fenómeno revolucionario en el sentido proletario, no meramente en el sentido pequeñoburgués, solo cuando este crecimiento es paralelo al triunfo del comunismo”.
No podría haber una declaración más clara. El “sistema soviético” como instrumento que permite que el poder del Estado caiga en manos de los comunistas. El instrumento se deja de lado tan pronto como ha cumplido su función histórica. Eso nunca se dice, por supuesto.
“El Partido Comunista, es decir, el partido de la clase obrera…” El principio siempre se plantea en estas palabras. Ni uno solo de los partidos, ni siquiera “el partido más avanzado”, ni el “partido más representativo de los intereses de la clase proletaria”. No, sino el “único partido obrero real”.
La idea de Orlovsky está excelentemente ilustrada en las resoluciones adoptadas por la conferencia comunista de Kashine, publicadas en Pravda, nº 3, 1919:
El campesino medio puede ser admitido en el poder, incluso cuando no pertenece al partido, si acepta la plataforma soviética, con la reserva de que el papel preponderante de la dirección en los soviets debe permanecer en el partido del proletariado. Es absolutamente inadmisible dejar los soviets enteramente en manos de los campesinos medios sin partido. Eso expondría todas las conquistas de la revolución proletaria al peligro de una destrucción completa, en un momento en que se está librando la última y decisiva batalla contra la reacción internacional.
Los comunistas de Kashine se contentaron con desnudar el verdadero significado de la “dictadura” solo en la medida en que se aplicaba al campesinado. Pero todo el mundo sabe que la misma solución también se deshace del trabajador “medio”. Se trata aquí de un poder “obrero y campesino” y no solo de un poder “obrero”.
Lo que originalmente hizo que la “idea soviética” fuera tan atractiva para los socialistas fue, sin duda, su confianza ilimitada en la inteligencia colectiva de la clase obrera, su confianza en la capacidad de los trabajadores para alcanzar, por medio de la “dictadura del proletariado”, una condición de autoadministración completa, excluyendo la sombra de la tutela de una minoría. El primer entusiasmo por el sistema soviético fue un entusiasmo que brotaba del deseo de escapar del marco del Estado organizado jerárquicamente.
Ernest Dæumig (Izquierda Independiente) declaró en su elocuente informe, en el primer Congreso Panalemán de los Soviets, celebrado del 16 al 21 de diciembre de 1918:
La actual revolución alemana se distingue por su posesión de muy poca confianza en sus propias fuerzas. Todavía estamos sufriendo el espíritu de sumisión militar y obediencia pasiva, nuestra herencia de los siglos pasados. Este espíritu no puede ser matado por meras luchas electorales, por folletos electorales repartidos entre las masas cada dos o tres años. Solo puede ser destruido por un esfuerzo sincero y poderoso para mantener al pueblo alemán en una condición de actividad política permanente. Esto no se puede realizar fuera del sistema soviético. Deberíamos terminar, de una vez por todas, con toda la vieja maquinaria administrativa del Reich, de los Estados independientes (alemanes), de los municipios. Sustituir la autoadministración por la administración desde arriba debería convertirse cada vez más en el objetivo del pueblo alemán.
Y en el mismo congreso, el espartaquista Heckert declaró:
La Asamblea Constituyente (Parlamento) será una institución reaccionaria aunque tenga mayoría socialista. La razón de esto es que el pueblo alemán es completamente apolítico. Pide ser guiado. Todavía no ha hecho el más mínimo acto que pueda ser evidencia de su deseo de convertirse en dueño de su propio destino. Aquí en Alemania, la gente espera que los líderes les traigan la libertad. La libertad no se crea en la base.
El sistema soviético—continuó— es una organización que confía a las grandes masas la tarea directa de construir el edificio social. La Asamblea Constituyente (Parlamento), por otro lado, deja esta función a los líderes.
Hemos chocado aquí contra algo especialmente interesante. En el mismo informe que glorifica a los soviets como garantía de la autogestión de la clase obrera, Dæumig da una imagen bastante oscura de los verdaderos soviets alemanes, personificados en su congreso de 1918:
Ningún parlamento revolucionario en la historia se ha revelado más tímido, más común, más mezquino que el parlamento revolucionario aquí congregado.
¿Dónde está el gran aliento de idealismo que dominó y movió la Convención Nacional Francesa? ¿Dónde está el entusiasmo juvenil de marzo de 1848? No hay rastro de ninguno de los dos.
Y aunque encuentra a los “soviets” alemanes tímidos, limitados y mezquinos, Dæumig busca la clave de todos los problemas planteados por la revolución social en la entrega de “todo el poder a los soviets”. ¡Todo el poder para los timoratos como un medio de lanzarnos audazmente más allá de la fórmula fácil del sufragio universal! ¿Una extraña paradoja? ¡No! La paradoja esconde un significado muy preciso, que si aún permanece en el “subconsciente” para Dæumig alcanza una expresión consciente en la fórmula de P. Orlovsky: “Con la ayuda del sistema soviético, el poder del Estado pasa a manos de los comunistas”. Dicho de otra manera, a través de los soviets, la minoría revolucionaria asegura su dominio sobre la “mayoría timorata”.
La observación de Dæumig estaba completamente de acuerdo con los hechos. En el primer Congreso Panalemán de los Soviets, los partisanos y los soldados de Scheidemann tenían una mayoría abrumadora. El congreso olía a timidez y mezquindad de punto de vista. Cuatro años y medio de “colaboración de clases” y “hermandad de trincheras” no han dejado de dejar marcas tanto en el obrero con mono como en el obrero con mono militar.
Y tan acertados como Dæumig fueron los bolcheviques en junio de 1917, cuando levantaron las manos indignados por la desesperada estrechez de miras que dominó el primer Congreso Panruso de los Soviets, aunque a la cabeza de él había un político como Tsereteli, un individuo que tenía, en un grado excepcional, la capacidad de elevar a la masa por encima de su nivel cotidiano. Nosotros, los internacionalistas, que tuvimos el placer de ser una pequeña minoría en este Congreso, también nos desesperamos ante la timidez y la falta de comprensión demostradas una y otra vez,por el inmenso “pantano” de la mayoría menchevique y socialrevolucionaria frente a los estupendos acontecimientos mundiales y los problemas políticos y sociales más importantes. No podíamos entender por qué los bolcheviques, que mostraban tanta indignación por el espíritu que dominaba el Congreso, pidieran, sin embargo, “¡Todo el poder a los soviets!” Nos negamos a comprenderlos incluso cuando, en vista de la situación existente, organizaron una manifestación cuyo objeto era obligar a una asamblea de este carácter a poseer plenamente el poder del Estado.
Ya he mencionado que el temor de hacer posible el triunfo de la mayoría “tímida” empujó a Lenin, después del 3 de julio de 1917, a repudiar, como anticuada, la consigna: “¡Todo el poder a los soviets!” Encontramos una analogía alemana a esto en la decisión espartaquista de boicotear las elecciones al segundo Congreso Panalemán de los Soviets (abril).
El curso consecuente con la revolución rusa curado. Lenin de su fallecedora “falta de fe”. Los soviets cumplieron el papel que se esperaba de ellos. La creciente marea de entusiasmo revolucionario burgués puso en movimiento a las masas obreras y campesinas, lavando su “mezquindad”. Levantados por la ola, los bolcheviques se apoderaron del aparato gubernamental. Entonces el papel del elemento insurreccional llegó a su fin. El moro había cumplido su tarea. El Estado que surgió con la ayuda del “Poder de los Soviets” se convirtió en el “Poder Soviético”. La minoría comunista incorporada a este Estado se aseguró, de una vez por todas, contra un posible retorno del espíritu de “mezquindad”. La idea engendrada lentamente en el subconsciente alcanzó su pleno desarrollo en la teoría de P. Orlovsky y la práctica de los comunistas de Kashine.
La dictadura como medio para proteger al pueblo contra la estrechez reaccionaria del pueblo: tal es el punto de partida histórico del comunismo revolucionario (siglo XIX) en el momento en que la clase obrera, a la que dice representar, comienza a ver a través de las mentiras y la hipocresía de la libertad proclamada por el capitalismo.
Buonarotti, el teórico del complot de Babeuf de 1796, concluyó que tan pronto como los comunistas tomaran el poder del Estado, se verían obligados a aislar a Francia de otros países mediante una barrera insuperable, para preservar a las masas de las malas influencias. Ninguna publicación, declaró, podría aparecer en Francia sin la autorización del gobierno comunista.
Todos los socialistas, excepto los fourieristas —escribió Weitling en 1840—, suscriben unánimemente la creencia de que la forma de gobierno llamada democracia no se adapta, e incluso es perjudicial, a la organización social cuyos principios se están configurando en este momento.
Etienne Cabet escribió que la sociedad socialista podría permitir, en cada ciudad, un solo periódico, que por supuesto sería publicado por el gobierno. El pueblo debía ser protegido contra la tentación de buscar la verdad en el choque de opiniones.
En 1839, en el juicio político dedicado a la insurrección dirigida por Blanqui y Barbes, se habló mucho de un catecismo comunista encontrado en el acusado. Este catecismo trataba, entre otras cosas, del problema de la dictadura:
Es incuestionable que después de una revolución realizada en favor de nuestras ideas, se creará un poder dictatorial cuya misión será dirigir el movimiento revolucionario. Este poder dictatorial se basará necesariamente en el consentimiento de la población armada, que, actuando en el interés general, representará evidentemente la voluntad ilustrada de la gran mayoría de la nación.
Para ser fuerte, para actuar rápidamente, el poder dictatorial tendrá que concentrarse en el menor número posible de personas... Socavar la vieja sociedad, destruirla en sus cimientos, derrocar a los enemigos extranjeros e internos de la República, preparar las nuevas bases de la organización social y, finalmente, conducir al pueblo del gobierno revolucionario a un gobierno republicano regular, tales son las funciones del poder dictatorial y los límites de su duración. (Bourguin, Le socialisme français de 1789 à 1848, Paris 1912.)
Uno puede preguntarse si la doctrina de aquellos que defienden el "poder de los soviets", a la manera de P. Orlovsky y los comunistas de Kashine, es muy diferente de la de los comunistas parisinos de 1839.
La clase obrera es un producto de la sociedad capitalista. Su mente está sujeta a la influencia de la sociedad capitalista. Su conciencia se desarrolla bajo la presión de los amos burgueses. La escuela, la iglesia, los cuarteles, la fábrica, la prensa, la vida social, todos contribuyen a formar la conciencia de las masas proletarias. Todos ellos son factores potentes al servicio de las ideas y tendencias burguesas. Según Charles Naine, fue en esta observación de hecho que los socialistas revolucionarios, al menos en Suiza, basaron su creencia en la necesidad de una dictadura de una minoría de proletarios conscientes sobre la nación e incluso sobre la mayoría del proletariado mismo.
Emile Pouget, el destacado líder sindicalista, escribió:
Si se aplicara un mecanismo democrático en las organizaciones obreras, la falta de voluntad por parte de la mayoría inconsciente paraliza toda acción. La minoría no está dispuesta a abdicar de sus pretensiones y aspiraciones ante la inercia de una masa que aún no ha sido avivada por el espíritu de rebelión. Por lo tanto, la minoría consciente tiene la obligación de actuar sin considerar la perspectiva de la masa refractaria ...
La masa amorfa ... por numerosos y compactos que sean, tiene pocas razones para quejarse. Es el primero en beneficiarse de la acción de la minoría ...
¿Quién podría quejarse contra la iniciativa desinteresada de la minoría? Ciertamente no les a gente inconsciente a la que los militantes apenas atribuyen el papel de cero humanos, y que adquieren el valor numérico de un cero solo cuando se agrega a la derecha de un número.
Aquí está la enorme diferencia de método que distingue al sindicalismo del democratismo. A través de su maquinaria de sufragio universal, este último pone la función de guía en manos de los inconscientes, los atrasados o, peor aún, sus representantes. El democratismo sofoca a las minorías que llevan en sí el futuro. El método sindicalista da resultados diametralmente opuestos. El ímpetu lo dan los conscientes, los rebeldes. Todas las buenas voluntades están llamadas a actuar, a participar en el movimiento.[1]
El reconocimiento de la inevitable esclavitud mental de las masas proletarias por parte de la clase capitalista constituye también una de las premisas de las conclusiones de P. Orlovsky, dadas en el capítulo anterior.
Esta idea fluye, sin duda, desde un punto de vista materialista. Se basa en la observación de que el pensamiento del hombre depende del entorno material.
Esta idea caracterizó a muchos socialistas y comunistas, utópicos y revolucionarios, a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Podemos descubrir sus huellas en Robert Owen, Cabet, Weitling, Blanqui. Todos reconocieron que la esclavitud mental de las masas provenía de las circunstancias materiales de su existencia en la sociedad actual. Y todos dedujeron de esta condición que solo una modificación radical de las circunstancias materiales de su existencia, solo una transformación radical de la sociedad, haría que las masas fueran capaces de dirigir su propio destino.
Pero, ¿quién realizará esta transformación?
"Los sabios educadores de la humanidad surgidos de las clases privilegiadas, es decir, individuos liberados de la presión material que pesa sobre la mente de las masas, ¡lo harán!" Esa fue la respuesta de los utópicos sociales.
"Una minoría revolucionaria compuesta de hombres a quienes una combinación más o menos accidental de circunstancias ha permitido salvar sus cerebros y voluntad de esta presión, personas que constituyen en nuestra sociedad una excepción que confirma la regla: ¡lo harán!" Esta fue la respuesta de comunistas revolucionarios como Weitling y Blanqui, y la concepción de sus epígonos de tipo anarcosindicalista, como Pouget y el difunto Gustave Hervé.
Una dictadura benévola para algunos, una dictadura violenta para otros, tal es la Deus ex MachinaEso iba a tender un puente entre el entorno social que producía la esclavitud mental de las masas y el entorno social que haría posible su pleno desarrollo como seres humanos.
El carácter del hombre —escribió Robert Owen— está formado por el medio ambiente y la educación... El problema que se deriva de esto es el siguiente: transformar estos dos factores de carácter de tal manera que el hombre se vuelva virtuoso. (La nueva concepción de la sociedad).
Según Owen, la tarea de operar esta transformación recayó en los legisladores, en los filántropos, en los pedagogos.
Ya fueran pacifistas o revolucionarios, los utópicos eran solo medio materialistas. Entendieron solo de manera metafísica la tesis según la cual la psicología humana depende del entorno material. Apenas eran conscientes de la dinámica del proceso social. Su materialismo no era dialéctico.
El estado de correlación que une un aspecto dado de la conciencia social con un aspecto dado de la vida social, que es la causa determinante del primero, se presentó en las mentes de esas personas como algo congelado, como algo inamovible. Por eso dejaron de ser materialistas y se convirtieron en idealistas de primera mano tan pronto como trataron de averiguar cómo era necesario actuar en la práctica para modificar el medio social y hacer posible la regeneración de las masas.
Hace bastante tiempo, en sus Tesis sobre Feuerbach, Marx observó:
La doctrina materialista de que los hombres son el producto de las condiciones y la educación, los hombres diferentes, por lo tanto, el producto de otras condiciones y la educación cambiada, olvida que las circunstancias pueden ser alteradas por los hombres y que el educador tiene que ser educado. Esta doctrina conduce inevitablemente a las ideas de una sociedad compuesta de dos partes distintas, una de las cuales se eleva por encima de la sociedad (Robert Owen, por ejemplo).
Aplicado a la lucha de clases de los desposeídos, esto significa lo siguiente. Impulsados por las mismas "circunstancias" de la sociedad capitalista que determinan su carácter de clase esclavizada, los trabajadores entran en lucha contra la sociedad que los esclaviza. El proceso de esta lucha modifica las "circunstancias" sociales. Modifica el entorno en el que se mueve la clase trabajadora. De esta manera, la clase obrera modifica su propio carácter. De una clase que refleja pasivamente la servidumbre mental a la que están sometidos, los desposeídos se convierten en una clase que se libera activamente de toda esclavitud, incluida la de la mente.
Este proceso no es en absoluto rectilíneo. No incluye homogéneamente las capas de los proletarios, ni todas las fases de su conciencia. Estará lejos de alcanzar su pleno desarrollo cuando la combinación de circunstancias históricas permita, u obligue, a la clase obrera a arrancar de las manos de la burguesía el aparato del poder político. Los trabajadores están condenados a penetrar en el reino del socialismo cuando todavía soportan una buena parte de esos "vicios de los oprimidos", el yugo que Lassalle les había instado tan elocuentemente a sacudir. Como resultado de la lucha contra el capitalismo, el proletariado modifica el medio material que lo rodea. Modifica así su propio carácter y se emancipa culturalmente. Ejerciendo su poder conquistado, el proletariado se libera completamente de la influencia intelectual de la vieja sociedad, en la medida en que realiza una transformación radical del medio material, que en último lugar determina su carácter.
¡Pero solo "¡finalmente!" Solo al final de un proceso largo, doloroso y contradictorio, que es análogo a todos los procesos históricos anteriores a este respecto. La creación social asume su forma en el yunque de la necesidad, bajo la presión imperiosa de las necesidades inmediatas.
La voluntad consciente de la vanguardia revolucionaria puede acelerar y facilitar apreciablemente este proceso. Nunca puede evitarlo.
Algunas personas suponen que si una minoría revolucionaria compacta, animada por el deseo de establecer el socialismo, se apodera de la maquinaria del gobierno y concentra en sus propias manos los medios de producción y distribución y el control de la organización de las masas y su educación[2], puede, en pos de su ideal socialista, crear un entorno en el que la mente popular se purgue poco a poco de su vieja herencia y se llene de un nuevo contenido. Solo entonces, se afirma, el pueblo puede mantenerse erguido y moverse por su propia fuerza en el camino del socialismo.
Si esta utopía pudiera seguirse hasta el final, conduciría a un resultado diametralmente opuesto, aunque lo consideráramos solo desde el ángulo de la observación de Marx de que el "educador tiene que ser educado". Para la práctica de tal dictadura, y las relaciones establecidas entre la minoría dictatorial y la masa, "educar" a los dictadores, que pueden ser todo lo que queremos que sean, pero no pueden dirigir la evolución social hacia la construcción de una nueva sociedad. No necesitamos demostrar que tal educación solo puede corromper a las masas, que solo puede degradarlas.
La clase proletaria considerada en su conjunto -estamos usando la palabra en su sentido más amplio, incluidos los trabajadores intelectuales cuya colaboración en la dirección del Estado y la administración de la economía social es indispensable hasta que se haga realidad lo contrario- es el único constructor posible de la nueva sociedad y, por consiguiente, debe ser el único sucesor de las clases que antes dominaban las funciones del gobierno. Los desposeídos también encontrarán indispensable beneficiarse de la ayuda activa, o al menos, de la neutralidad amistosa de los productores no proletarios, que todavía son numerosos en la ciudad y en el campo. Esto se deriva de la naturaleza del vuelco social que es la misión histórica del proletariado. Este cambio debe manifestarse en todos los aspectos de la vida de la sociedad. El proletariado podrá tomar en sus manos la enorme herencia del capitalismo, sin dilapiarla, podrá poner en movimiento las gigantescas fuerzas productivas del capitalismo para que el resultado sea una igualdad social real basada en el aumento del bienestar general, solo dando prueba del máximo de energía moral que puede generar. Esto, repetimos, es una condición inevitable, que está, a su vez, subordinada al mayor desarrollo posible de la iniciativa organizada por parte de todos los elementos que componen la clase obrera. Esto último presupone una atmósfera que es absolutamente incompatible con la dictadura de una minoría o con los satélites permanentes de tal dictadura: el terror y la burocracia.
En el curso de la libre construcción de la nueva sociedad, el proletariado se reeducará y eliminará de su carácter aquellos rasgos que están en contradicción con los grandes problemas que tendrá que resolver. Esto será cierto sobre la clase obrera en su conjunto, así como sobre cada uno de sus elementos componentes. Es evidente que la duración de este proceso variará para cada uno de estos elementos. Para permanecer en el terreno firme de la realidad política, la acción política de los socialistas tendrá que contar con este hecho. Tendrá que tener en cuenta el lento ritmo de la adaptación necesariamente progresiva de toda la clase a su nuevo medio. Todo intento de forzar este proceso artificialmente seguramente producirá los resultados opuestos. Se encontrarán absolutamente inevitables muchos compromisos para adaptar la marcha de la historia al nivel intelectual alcanzado por los diferentes elementos dentro de la clase obrera en el momento de la caída del capitalismo.
Pero el objetivo final justifica solo aquellos compromisos que no conducen a resultados que se oponen a este objetivo. Solo se justifican aquellos compromisos que no bloquean el camino hacia la meta. Por esa razón, es imposible considerar compromisos demasiado pronunciados hechos con la tendencia destructiva o con la inercia conservadora que son típicos de uno u otro sector de la clase obrera.
Un compromiso hecho con la clase enemiga es casi siempre fatal para la revolución. Un compromiso que garantice la unidad de la clase en su lucha contra el enemigo puede hacer avanzar la revolución, en el sentido de que abre amplias posibilidades para la acción espontánea y directa de las masas.
Es cierto que este resultado se obtendrá al precio de un movimiento más lento, más sinuoso, que la línea recta que una dictadura minoritaria puede trazar en la tarea de la revolución. Pero aquí, como en la mecánica, lo que se pierde en distancia se compensa en velocidad. La ganancia se obtiene aquí superando rápidamente los obstáculos psicológicos internos que surgen en el camino de la clase revolucionaria y la obstaculizan en su intento de lograr sus objetivos. Por otro lado, la línea recta, preferida por los doctrinarios de la revolución violenta porque es más corta, conduce en la práctica al máximo de resistencia psicológica y así al mínimo rendimiento creativo de la revolución social.
Los propios partidarios del "sistema soviético puro" (expresión corriente en Alemania) no se dan cuenta, por regla general, de que la causa a la que sirven fundamentalmente los métodos del bolchevismo contemporáneo es la organización de una dictadura minoritaria. Por el contrario, generalmente comienzan buscando sinceramente los instrumentos políticos que mejor expresen la voluntad genuina de la mayoría. Llegan al "sovietismo" solo después de repudiar el instrumento del sufragio universal, porque no parece proporcionar la solución que buscan.
Psicológicamente, lo más característico de la carrera de los "izquierdistas extremos" hacia el "sovietismo" es su deseo de saltar por encima de la inercia histórica de las masas. Sin embargo, dominando su lógica está la idea de que los soviets constituyen un nuevo modo político "finalmente descubierto". Este, dicen, es el instrumento específico de la dominación de clase del proletariado, así como la república democrática es, según ellos, el instrumento específico de la dominación de la burguesía.
La idea de que la clase obrera solo puede llegar al poder utilizando formas sociales absolutamente diferentes, incluso en principio, de las asumidas por el poder de la burguesía, ha existido desde los albores del movimiento obrero revolucionario. Lo encontramos, por ejemplo, en la intrépida propaganda de los predecesores inmediatos del movimiento cartista: el obrero de la construcción James Morrisson y su amigo, el tejedor James Smith. En el momento en que los trabajadores avanzados de la época apenas comenzaban a concebir la idea de que existía la necesidad de tomar el poder político y ganar el sufragio universal para lograr esto último, Smith ya escribía en su diario, The Crisis, el 12 de abril de 1834:
... Tendremos una verdadera Cámara de los Comunes. Nunca hemos tenido una Cámara de los Comunes. La única Cámara de los Comunes es una Cámara de Oficios, y eso solo está comenzando a formarse. Tendremos un nuevo conjunto de distritos cuando se organicen los sindicatos: cada oficio será un municipio, y cada oficio tendrá un consejo de representantes para dirigir sus asuntos. Nuestros plebeyos actuales no saben nada de los intereses del pueblo, y no se preocupan por ellos... El carácter del Parlamento Reformado ahora está destrozado, y como el carácter de una mujer cuando se pierde, no se recupera fácilmente. Será reemplazado por una Casa de Oficios.[3]
Morrison escribió en su publicación, The Pioneer, el 31 de mayo de 1834:
El creciente poder y la creciente inteligencia de los sindicatos, cuando se administran adecuadamente, atraerán a su vórtice todos los intereses comerciales del país y, al hacerlo, se convertirán, por su propia importancia adquirida por ellos mismos, en un factor muy influyente, casi podríamos decir dictatorial, parte del cuerpo político. Cuando esto sucede, hemos ganado todo lo que queremos: hemos ganado el sufragio universal, porque si cada miembro de la unión es un constituyente, y la Unión misma se convierte en un miembro vital del Estado, instantáneamente se erige en una Cámara de Oficios que debe ocupar el lugar de la actual Cámara de los Comunes. y dirigir los asuntos industriales del país, de acuerdo con la voluntad de los oficios que componen las asociaciones de la industria... Con nosotros, el sufragio universal comenzará en nuestras logias, se extenderá a la unión general, abarcará la gestión del comercio y finalmente se tragará el poder político.[4]
Sustituya el Soviet por la Unión, el comité ejecutivo ("ispolkom") por el consejo de representantes, el Congreso de los Soviets por la Cámara de Oficios, y tendrá un borrador del "sistema soviético" establecido sobre la base de células productivas.
En su polémica contra la concepción sindical de la dictadura del proletariado, B. O'Brien, que más tarde encabezó los cartistas, escribió:
El sufragio universal no significa entrometerse en la política, sino el gobierno del pueblo en el Estado y el municipio, un gobierno por lo tanto a favor del trabajador.[5]
Basándose en gran medida en la experiencia del movimiento obrero revolucionario en Inglaterra, el comunismo-socialismo científico de 1848 de Marx y Engels, identificó el problema de la conquista del poder estatal por el proletariado con el de la organización de una democracia racional.
El Manifiesto Comunista declaró: "Ya hemos visto que el primer paso en la revolución de la clase obrera es elevar al proletariado a la posición de clase dominante, la conquista de la democracia".
Según Lenin, el Manifiesto plantea la cuestión del Estado "todavía extremadamente abstracto y empleando ideas y expresiones que son bastante generales" (El Estado y la Revolución, página 29, ed. rusa). El problema de la conquista del poder del Estado se presenta más concretamente en el Dieciocho Brumario. Su concretización se completa en La guerra civil en Francia, escrita después de la experiencia de la Comuna de París. Lenin opina que, en el curso de este desarrollo,
Marx ha sido conducido precisamente a esa concepción de la dictadura del proletariado que forma hoy la base del bolchevismo.
En 1852, en el Dieciocho Brumario, Marx escribió:
Cada revolución anterior ha llevado la maquinaria del Estado a una mayor perfección en lugar de romperla.
El 12 de abril de 1871, en una carta a Kugelmann, formuló su punto de vista sobre el problema de la revolución de la siguiente manera:
Si miran el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verán que declaro que el próximo intento de la Revolución Francesa no es simplemente entregar, de un grupo a otro, la máquina burocrática y militar, como era el caso hasta ahora, sino hacerla añicos. Esa es precisamente la condición preliminar de cualquier verdadera revolución popular en el continente. Es exactamente esto lo que constituye el intento de nuestros heroicos camaradas parisinos.
Con este espíritu, Marx declaró (Guerra civil en Francia) que la Comuna era: "una república que no debía simplemente suprimir la forma monárquica de dominación de clase, sino el propio Estado de clase".
¿Qué era entonces la Comuna?
Fue un intento de lograr el establecimiento efectivo y racional de un Estado democrático destruyendo el aparato estatal militar y burocrático. Fue un intento de establecer un Estado basado enteramente en el poder del pueblo.
Mientras hable de la destrucción de la burocracia, de la policía y del ejército permanente, mientras hable de la elección y la destitución de todos los funcionarios, de la autonomía más amplia posible en la administración local, de la centralización de todo el poder en manos de los representantes del pueblo (eliminando así la brecha entre los departamentos legislativo y ejecutivo del gobierno, y reemplazar el "parlamento parlante" por una "institución de trabajo"); mientras habla de todo esto en su defensa de la Comuna, Marx se mantiene fiel a la concepción de la revolución social que presentó en el Manifiesto Comunista, en el que la dictadura del proletariado se identifica con la "conquista de la democracia". Por lo tanto, sigue siendo bastante lógico consigo mismo cuando en su carta a Kugelmann, citada anteriormente, subraya que la "destrucción de la máquina burocrática y militar" es la "condición preliminar de cualquier revolución popular real en el continente". (énfasis nuestro).
Sobre este punto, es interesante comparar la experiencia acumulada por Marx y Engels de los acontecimientos de 1848 con las conclusiones extraídas por Hertzen. En sus Cartas desde Francia e Italia, Hertzen escribió:
Cuando el sufragio universal se encuentra junto a la organización monárquica del Estado, cuando se encuentra junto a esa absurda separación de poderes tan glorificada por los partidarios de las formas constitucionales, cuando se encuentra junto a una concepción religiosa de la representación, junto a una centralización policial de todo el Estado en manos de un gabinete, entonces el sufragio universal es una ilusión óptica y tiene tanto valor como la igualdad predicada por el cristianismo. No basta con reunirse una vez al año, elegir un diputado y luego regresar a casa para retomar el papel pasivo de sujetos administrados. Toda la jerarquía social debe basarse en el sufragio universal. La comunidad local debe elegir su gobierno y el departamento (provincia) el suyo. Todos los procónsules, consagrados por el misterio de la unción ministerial, deben ser eliminados. Solo entonces el pueblo podrá ejercer efectivamente todos sus derechos y proceder inteligentemente con la elección de sus representantes para un parlamento central.
Los republicanos burgueses, por el contrario, "querían mantener las ciudades y los municipios en completa dependencia del poder ejecutivo y aplicaron la idea democrática del sufragio universal a un solo acto cívico". (Hertzen, Works, Pavlenkov ed., vol. 5, pp. 122-123).
En otras palabras, Hertzen, como Marx, denunció la república burguesa pseudodemocrática en nombre de una república que era genuinamente democrática. Y al igual que Hertzen, Marx se levantó contra el sufragio universal en la medida en que no era más que un apéndice engañoso adjunto a la "organización monárquica del Estado", un legado del pasado. Se opuso porque estaba a favor de una organización estatal construida de arriba abajo sobre el sufragio universal y la soberanía del pueblo.
Comentando la idea de Marx, Lenin observa (El Estado y la Revolución, página 367, ed. rusa):
Esto podría concebirse en 1871, cuando Inglaterra todavía era el modelo de un país puramente capitalista, sin maquinaria militar y, en gran medida, sin burocracia. Por eso Marx excluyó a Inglaterra, donde se podía imaginar una revolución, incluso una revolución popular, y entonces era posible, sin la condición preliminar de la destrucción de la máquina del Estado, ya que esta última estaba disponible, toda lista, para ella.
Desafortunadamente, Lenin se apresura a pasar por alto este punto sin reflexionar sobre todas las cuestiones que nos plantean las restricciones de Marx.
Según Lenin, Marx admitió una situación en la que la revolución popular no necesitaría destruir la maquinaria estatal disponible. Este fue el caso cuando la maquinaria estatal no tenía el carácter militar y burocrático típico del continente y, por lo tanto, podía ser utilizada por una verdadera revolución popular. La existencia, en el marco del capitalismo y a pesar de este, de un aparato democrático de autogestión, que la maquinaria militar y burocrática no había logrado aplastar, era evidentemente excepcional. En ese caso, según Marx, la revolución popular simplemente debería tomar posesión de ese aparato y perfeccionarlo, realizando así la forma de Estado que la revolución podría utilizar mejor para sus fines creativos.
No en vano Marx y Engels admitieron teóricamente la posibilidad de una revolución socialista pacífica en Inglaterra. Esta posibilidad teórica descansaba precisamente en el carácter democrático, susceptible de perfeccionarse, que el Estado británico presentaba en su día.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces. En Inglaterra, como en los Estados Unidos, el imperialismo ha forjado la "máquina estatal militar y burocrática" cuya ausencia había constituido, como rasgo general, la diferencia entre la evolución política de los países anglosajones y el tipo general de Estado capitalista. En la actualidad, es permisible dudar de que esta característica se haya conservado incluso en las repúblicas anglosajonas más jóvenes: Australia y Nueva Zelanda. "Hoy", observa Lenin con justificación, "tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, la condición preliminar de cualquier verdadera 'revolución popular' es la ruptura, la destrucción de la 'maquinaria disponible y lista del Estado'".
La posibilidad teórica no se ha revelado en la realidad. Pero el solo hecho de que admitiera tal posibilidad nos muestra claramente la opinión de Marx, sin dejar lugar a interpretaciones arbitrarias. Lo que Marx designó como la "destrucción de la máquina del Estado" en el Dieciocho Brumario y en su carta a Kugelmann fue la destrucción del aparato militar y burocrático que la democracia burguesa había heredado de la monarquía y perfeccionado en el proceso de consolidación del dominio de la clase burguesa. No hay nada en el razonamiento de Marx que sugiera siquiera la destrucción de la organización del Estado como tal y la sustitución del Estado durante el período revolucionario, es decir, durante la dictadura del proletariado, por un vínculo social formado sobre un principio opuesto al del Estado. Marx y Engels previeron tal sustitución solo al final de un proceso de "extinción progresiva" del Estado y de todas las funciones de coerción social. Previeron que esta atrofia del Estado y las funciones de coerción social serían el resultado de la existencia prolongada del régimen socialista.
No es por ninguna razón ociosa que Engels escribió en 1891, en su prefacio a La guerra civil en Francia:
En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, y de hecho en la república democrática no menos que en la monarquía; y en el mejor de los casos un mal heredado por el proletariado después de su lucha victoriosa por la supremacía de clase, cuyos peores lados el proletariado, al igual que la Comuna, tendrá que cortar lo antes posible. Hasta el momento en que una nueva generación, criada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda arrojar al montón de chatarra toda la madera inútil del Estado.
¿No está esto lo suficientemente claro? El proletariado corta "los peores lados" del Estado democrático (por ejemplo: la policía, el ejército permanente, la burocracia como entidad independiente, la centralización exagerada, etc.) Pero no suprime el Estado democrático como tal. Por el contrario, crea el Estado democrático para que reemplace al "Estado militar y burocrático", que debe ser destrozado.
Si hay algo sobre lo que no puede haber duda es que nuestro partido y la clase obrera solo pueden obtener la supremacía bajo un régimen político como la república democrática. Esta última es, de hecho, la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha demostrado la Revolución Francesa.
Así es como se expresa Engels en su crítica del borrador del programa de Erfurt. No habla allí de una república "soviética" (el término era, por supuesto, desconocido), ni de una república comunal, en contraste con el "Estado". Tampoco habla de la "república sindical" imaginada por Smith y Morrisson y por los sindicalistas franceses. Clara y explícitamente, Engels habla de la república democrática, es decir, de un Estado democratizado de arriba abajo, "un mal heredado por el proletariado".
Esto se dice con tanta dureza, tan explícitamente, que cuando Lenin cita estas palabras, encuentra necesario oscurecer su significado.
Engels —dice— repite aquí de forma particularmente enfática la idea fundamental que, como un hilo rojo, recorre toda la obra de Marx, a saber, que la República Democrática se acerca más la dictadura del proletariado. Porque tal república, sin dejar de lado en lo más mínimo la dominación del capital y, por lo tanto, la opresión de las masas y la lucha de clases, conduce inevitablemente a tal extensión, intensificación y desarrollo de esa lucha que, tan pronto como surge la oportunidad de satisfacer los intereses fundamentales de las masas oprimidas, esta oportunidad se realiza inevitable y únicamente en la forma de la dictadura del proletariado. de la dirección de estas masas por parte del proletariado.[6]
Sin embargo, Engels no habla de una forma política que "se acerque más a la dictadura", como lo interpreta Lenin en sus comentarios. Habla de la única forma política "específica" en la que se puede realizar la dictadura. Según Engels, la dictadura se forja en la república democrática. Lenin, por otro lado, ve la democracia simplemente como el medio para agudizar la lucha de clases, enfrentando así al proletariado con el problema de la dictadura. Para Lenin, la república democrática encuentra su conclusión en la dictadura del proletariado, dando a luz a este último pero destruyéndose a sí misma en el parto. Engels, por el contrario, es de la opinión de que cuando el proletariado haya ganado la supremacía en la república democrática y haya realizado así su dictadura, dentro de la república democrática, consolidará a esta última con ese mismo acto y la investirá, por primera vez, de un carácter que sea genuino, fundamental y completamente democrático. Por eso, en 1848, Engels y Marx identificaron el acto de "elevar al proletariado a clase dominante" con "la conquista de la democracia". Es por eso que en La guerra civil, Marx saludó, en la experiencia de la Comuna, el triunfo total de los principios del poder popular: sufragio universal, elección y revocación de todos los funcionarios. Por eso, en 1891, en su prefacio a La guerra civil, Engels volvió a escribir:
Contra esta transformación del Estado y de los órganos del Estado de servidores de la sociedad en amos de la sociedad, un proceso que había sido inevitable en todos los Estados anteriores, la Comuna hizo uso de dos expedientes infalibles. En primer lugar, confió todas las funciones administrativas, judiciales y educativas a hombres elegidos por sufragio universal, y se reservó el derecho de revocarlos en cualquier momento, por decisión de sus electores. En segundo lugar, todos los funcionarios, altos o bajos, eran pagados solo con salarios que no excedían los salarios recibidos por otras categorías de trabajadores.
Así, el sufragio universal es un "expediente infalible" contra la transformación del Estado "de un servidor de la sociedad en su amo". Así, solo el Estado conquistado por el proletariado bajo la forma de una república básicamente democrática puede ser un verdadero "servidor de la sociedad".
¿No es evidente que cuando habla de esta manera e identifica, al mismo tiempo, tal república democrática con la dictadura del proletariado, Engels no emplea este último término para indicar una forma de gobierno, sino para designar la estructura social del poder estatal? Fue exactamente esto lo que subraya Kautsky en su Dictadura del proletariado cuando dice que para Marx tal dictadura no era una cuestión "de una forma de gobierno sino de su naturaleza". Un intento de cualquier otra interpretación conduce forzosamente a la aparición de una flagrante contradicción entre la afirmación de Marx de que la Comuna de París fue una encarnación de la dictadura del proletariado y el énfasis que puso en la democracia total establecida por los comunardos de París.
El texto de Lenin demuestra que cuando realmente se permitió entrar en contacto con el punto de vista de los creadores del socialismo científico, se elevó por encima de una concepción simplista de la dictadura del proletariado, y no la redujo a formas dictatoriales de organización del podery entonces no atribuyó al término el significado de una "estructura política" definida. En la cita de Estado y revolución reproducida arriba, Lenin pone un signo de igual entre "dictadura del proletariado" y "la guía de estas masas por el proletariado". La ecuación corresponde enteramente a la concepción sostenida por Marx y Engels. Es exactamente así como Marx representó la dictadura del proletariado bajo la Comuna de París cuando escribió: "esta fue la primera revolución en la que la clase obrera fue reconocida abiertamente como la única clase capaz de iniciativa social, incluso por la gran mayoría de la clase media parisina -tenderos, comerciantes, comerciantes-, excepto los capitalistas ricos". La aceptación voluntaria por parte de la gran población de la hegemonía de la clase obrera comprometida en la lucha contra el capitalismo, constituye la base esencial de la "estructura política" que se llama "dictadura del proletariado". Del mismo modo, la aceptación voluntaria por parte de las masas populares de la hegemonía de la burguesía nos permite designar la estructura política existente en Francia, Inglaterra y Estados Unidos como la "dictadura de la burguesía". Esta dictadura no se elimina cuando la burguesía considera que vale la pena ofrecer a los campesinos y a los pequeños burgueses, a quienes dirige, la apariencia de soberanía, concediéndoles el sufragio universal. Del mismo modo, la dictadura del proletariado que Marx y Engels tenían en mente solo puede realizarse sobre la base de la soberanía de todo el pueblo y, por lo tanto, solo sobre la base de la aplicación más amplia posible del sufragio universal.[7]
Por lo tanto, cuando consideramos las opiniones de Marx y Engels sobre la dictadura del proletariado, sobre la república democrática y sobre el "Estado que es un mal", nos vemos obligados a llegar a la siguiente conclusión:
Para Marx y Engels, el problema de la toma del poder político por el proletariado está ligado a la destrucción de la máquina burocrático-militar, que gobierna el Estado burgués a pesar de la existencia del parlamentarismo democrático.
Para Marx y Engels, el problema de la dictadura del proletariado está ligado al establecimiento de un Estado basado en la democracia sincera y total, en el sufragio universal, en la más amplia autoadministración local, y tiene, como corolario, la existencia de la hegemonía efectiva del proletariado sobre la mayoría de la población.
En ese sentido, Marx y Engels continúan y extienden la tradición política de la Montaña de 1793 y los cartistas de la Escuela O'Brien.
Es cierto, sin embargo, que es posible descubrir en las obras de Marx y Engels las huellas de otras ideas. Estas parecen ofrecer una respuesta a las tesis según las cuales las formas, e incluso las instituciones, que pueden encarnar el poder político del proletariado, adquieren un carácter esencialmente nuevo, opuesto en principio a las formas e instituciones que encarnan el poder político de la burguesía, y opuesto en principio al Estado como tal.
Estas ideas pertenecen a un ciclo especial y merecen un estudio aparte. Nos ocuparemos de ellos en el capítulo siguiente.
Cuando consideró la Comuna en sus escritos, Marx no pudo simplemente presentar sus puntos de vista sobre la dictadura del proletariado. El levantamiento tuvo muchos enemigos. Lo primero que había que hacer era defender la Comuna contra la calumnia de sus enemigos. Era natural que esta circunstancia influyera en la forma en que Marx trataba las consignas e ideas del movimiento que produjo los acontecimientos de marzo de 1871.
Debido a que la explosión revolucionaria que llevó a la toma de París por el pueblo armado el 18 de marzo de 1871 fue la expresión de una feroz lucha de clases, también provocó un conflicto entre la población democrático-republicana de la gran ciudad y la población conservadora de las provincias, especialmente la de los distritos rurales.
Durante las dos décadas anteriores, el campesinado "atrasado" de Francia ayudó a aplastar el París revolucionario y republicano apoyando el centralismo burocrático extremo del Segundo Imperio. Como resultado de esto, la revuelta de la democracia parisina contra los representantes nacionales sentados en Versalles, apareció al principio como una lucha por la Autonomía municipal.[8]
Esta circunstancia le ganó a la Comuna la simpatía de muchos radicales burgueses, personas que estaban a favor de la descentralización administrativa y una amplia autonomía local. Durante algún tiempo, este aspecto de la Comuna de París de 1871 ocultó la verdadera naturaleza y el significado histórico de su movimiento incluso a los comuneros más destacados.
En su libro de recuerdos de la Internacional, el anarquista Gulllaume cuenta cómo inmediatamente después del estallido de la revuelta, la Federación del Jura envió a su delegado Jacquault a París, para saber cuál sería la mejor manera de ayudar a la insurrección, que los jurasianos consideraban el comienzo de una revolución social universal. Grande fue la sorpresa de los hombres del Jura cuando su delegado regresó con un informe de la total falta de comprensión mostrada por E. Varlin, el más influyente de los militantes de "izquierda" entre los internacionalistas franceses. Según Varlin, al parecer, el levantamiento tenía un objetivo puramente local: la conquista de las libertades municipales para París. Según Varlin, no se esperaba que la conquista de estas libertades tuviera repercusiones sociales y revolucionarias en el resto de Europa. (L'Internationale, Souvenirs, vol.) II, página 133)
Se entiende que esto podría haberse dicho solo durante los primeros días de la Comuna. Pronto el alcance histórico de su revolución comenzó a hacerse visible para el proletariado de París. Sin embargo, es cierto que la Comuna nunca se liberó completamente de las concepciones burguesas que querían limitar sus objetivos a las cuestiones de autonomía municipal.
Es esta falta de claridad ideológica en las mentes de los comuneros lo que Marx atacó más tarde en una carta a Kugelmann. En esta carta, Marx menciona una manifestación organizada contra él por los refugiados comuneros en Londres, y aprovecha la ocasión para recordar que fue él, sin embargo, quien había "salvado el honor" de la revolución de 1871. Marx "salvó el honor" de la Comuna al revelar su significado histórico, un significado que los propios combatientes comuneros desconocían. Pero la Comuna fue influenciada por otras ideologías además de la del radicalismo burgués. También llevaba la impronta del proudhonismo anarquista y del blanquismo hebertiano, las dos tendencias que se fusionaron en el movimiento obrero francés en general. Los representantes de estas corrientes de pensamiento buscaban en la Comuna de París un contenido diametralmente opuesto al que la burguesía democrática quería poner en ella. La apariencia de identidad entre los puntos de vista revolucionario social y radical burgués se debió solo al hecho de que ambos tomaron una posición común contra las inclinaciones burocráticas y centralizadoras del aparato estatal dejadas por el Segundo Imperio.
Durante los últimos años antes de la Comuna, los blanquistas franceses lograron establecer algún contacto con los trabajadores de su país. Pasaron parcialmente más allá del jacobinismo burgués bajo cuya influencia (y la influencia de la escuela de Babeuf) crecieron. Si bien no dejaron de inspirarse políticamente en la herencia de la revolución del siglo XVIII, los representantes más activos del blanquismo se volvieron más circunspectos con respecto a las formas jacobinas de democracia y dictadura revolucionaria. Trataron de encontrar para el movimiento proletario de su tiempo un apoyo ideológico en la tradición revolucionaria de los "hebertistas", la extrema izquierda de los sans-culottes de la Revolución Francesa.
En 1793-1794, Hébert y sus partidarios encontraron apoyo entre los sans-culottes de los faubourgs parisinos, cuyas vagas esperanzas sociales y revolucionarias trataron de interpretar. Con este apoyo, los hebertistas se esforzaron por convertir la Comuna de París en un instrumento para ejercer presión sobre el gobierno central. Haciendo uso de la ayuda directa de la población armada, los hebertistas querían transformar la Comuna de París de 1794 en un centro que poseyera un poder revolucionario total. Mientras Robespierre no la había reducido aún al nivel de un mecanismo administrativo subordinado (y lo hizo aplastando a los hebertistas y enviando a sus jefes a la guillotina), la Comuna de 1794 representaba realmente a los elementos revolucionarios activos entre los parisinos sans-culottes, por quienes había sido elegida. Hasta entonces, encarnaba el deseo instintivo de las masas pobres de la ciudad de imponer su dictadura en la Francia rural y provincial con sus concepciones políticas atrasadas.[9]
La Comuna, como instrumento de la voluntad revolucionaria y de la acción revolucionaria directa de las masas desposeídas, en contraste con el Estado democrático, se convirtió en el ideal político de los jóvenes blanquistas durante los últimos años del Segundo Imperio.[10]
En el curso de la revolución del 18 de marzo, se hizo visible otra tendencia política, la de los anarco-proudhonianos. Se movía junto a la corriente "hebertiana", a veces mezclándose con ella.
Ambas tendencias vieron en la "comuna" una palanca de revolución. Pero :o La Comuna no parecía ser una organización política, y específicamente revolucionaria, que, enfrentada al Estado igualmente político y más o menos democrático, obtuviera la sumisión efectiva de este último por medio de la dictadura de París sobre Francia. Se opusieron a toda forma de Estado como una agrupación "artificial", es decir, política, establecida sobre la base de la subordinación de la ciudadanía a un aparato, incluso bajo el disfraz falaz de la representación popular. La "comuna" que tenían en mente era la organización social "natural" de los productores.
Según su punto de vista, la comuna no debía simplemente elevarse por encima del Estado, o someter a este último a su dictadura. También debía separarse del Estado e invitar a las 36.000 comunas (ciudades y pueblos) de Francia a proceder por el mismo camino, descomponiendo así el Estado y sustituyéndolo por una libre federación de comunas.
"¿Qué quiere París?", preguntó La Comuna el 19 de abril, y respondió a su propia pregunta de la siguiente manera:
La extensión de la autonomía absoluta de la Comuna a todas las localidades de Francia asegurando a cada una sus derechos, a cada francés el ejercicio completo de sus facultades y aptitudes como ser humano, ciudadano y trabajador.
La autonomía de la Comuna se limitará al derecho a la autonomía igualitaria de todas las comunas participantes en el pacto. Tal asociación asegurará la unidad francesa.
Lógicamente ,de esta posición emanaba un programa federalista en el espíritu proudhon-bakuninista, reconociendo un pacto voluntario y elástico como el único vínculo entre las comunas y excluyendo el complicado aparato de una administración general del Estado. Los comuneros estaban muy contentos cuando fueron apodados "federalistas".
El 18 de marzo – escribió el bakuninista Arthur Arnoult, miembro de la Comuna (Historia Popular de la Comuna, pág. 243) – el pueblo declaró que era necesario escapar del círculo vicioso, que era necesario destruir el mal en el huevo, que lo que había que hacer no era simplemente cambiar de amo, pero ya no tener ninguno. En un reconocimiento milagroso de la verdad, tratando de alcanzar la meta por todos los caminos que conducen a ella, el pueblo proclamó la autonomía de la Comuna y una federación de comunas.
... Por primera vez, debíamos interpretar las reglas reales, las leyes justas y normales, que aseguran la verdadera independencia del individuo y del grupo comunal o corporativo, y realizar un vínculo entre las diversas agrupaciones homogéneas, para que pudieran disfrutar, al mismo tiempo, de una unión, en la que hay fuerza, ... y autonomía, que es indispensable para ... el desarrollo infinito de todas las capacidades y cualidades originales de producción y progreso.
Este federalismo comunal parecía a los anarco-proudhonianos la organización en la que la relación económica de los productores encontraría su expresión directa.
Cada agrupación autónoma —continúa Arnoult— comunal o corporativa, según las circunstancias, tendrá que resolver, dentro de su propio marco, la cuestión social, es decir, el problema de la propiedad, la relación entre trabajo y capital, etc.
Nótese la restricción: "comunal o corporativo, dependiendo de las circunstancias". El punto de vista del federalista-comunero se acerca bastante al punto de vista que, en 1833, llevó a Morrisson y Smith a su fórmula de una "casa de oficios"; que a principios del siglo XX dio lugar a la doctrina de Georges Sorel, Edmond Berth, Di Leone y otros, sobre la sustitución de las subdivisiones "artificiales" existentes en el Estado moderno por una federación de células corporativas (ocupacionales) "naturales"; y que, en 1917-1919, creó la concepción del "sistema soviético".
"Las agrupaciones comunales", comenta Arnoult más tarde, "corresponden a la antigua organización política. La agrupación corporativa corresponde a la organización social". (Nuestro énfasis). Así, la organización comunal debía servir de transición entre el Estado y la federación "corporativa".
Esta oposición de una organización "política" a una organización "social" supone que la "destrucción de la maquinaria estatal" por parte del proletariado restablecerá inmediatamente entre los productores relaciones "naturales", que supuestamente solo pueden manifestarse fuera de las normas e instituciones políticas. Este contraste subyacía en las tendencias social-revolucionarias que estaban a favor de los comuneros.
Todo lo que los socialistas defienden, y que no podrán obtener de un poder fuerte y centralizado, por democrático que sea, sin convulsiones formidables, sin una lucha ruinosa, dolorosa y cruel, lo conseguirán de manera ordenada, con certeza y sin violencia, mediante el simple desarrollo del principio comunal de la libre agrupación y federación.
La solución de estos problemas solo puede pertenecer a las agrupaciones corporativas y productivas, unidas por lazos federativos y, por lo tanto, libres de grilletes gubernamentales y administrativos, es decir, políticos (énfasis nuestro), que hasta ahora han mantenido, por opresión, el antagonismo entre el capital y el trabajo, sometiendo a este último al primero. (Ibíd., página 250, traducción al ruso.)
Así es como los más avanzados de los comuneros —los combatientes más cercanos al movimiento de clase social-revolucionario del proletariado francés de la época— concibieron la sustancia y el alcance de la comuna de 1871.
Charles Seignobos se equivoca obviamente cuando afirma (en su nota sobre la Comuna, que se encuentra en la Historia del siglo XX de Lavisse y Rambaud) que los revolucionarios renunciaron a su objetivo inicial -la toma del poder en Francia- y se unieron a la causa de la comuna autónoma de París, porque se encontraron aislados del resto de Francia y tuvieron que pasar a la defensiva. Esta última circunstancia solo ayudó al triunfo de las ideas anarcofederalistas en el desarrollo de la Comuna. Si en el programa de los comuneros, la concepción hebertista de la Comuna como dictador de Francia cedió a la idea proudhoniana de una federación apolítica, es porque el carácter de clase de la lucha entre París y Versalles salió a la luz. En ese momento, la conciencia de clase de los proletarios en las pequeñas industrias de París gravitaba enteramente en torno a la oposición ideológica de una unión "natural" de productores dentro de la sociedad a la unificación "artificial" de los productores dentro del Estado. Hemos visto cómo, al principio, Varlin presentó la Comuna como una cosa de puro radicalismo democrático. En su proclamación del 23 de marzo de 1871, la sección parisina de la Internacional declaró que:
"La independencia de la Comuna es la garantía de un contrato cuyas cláusulas libremente debatidas eliminarán el antagonismo de clases y asegurarán la igualdad social". Esto significa lo siguiente. Después de que el Estado y el poder de coacción ejercido por el Estado se han derrumbado, se hace posible crear un vínculo social "natural" simple entre los miembros de la sociedad, un vínculo basado en su interdependencia económica. Y es precisamente la comuna la que está destinada a convertirse en el marco dentro del cual se puede realizar este vínculo.
Hemos exigido la emancipación de los trabajadores – continúa la proclama – y la delegación comunal es la garantía de esta emancipación. Porque proporcionará a cada ciudadano los medios para defender sus derechos, para controlar eficazmente los actos de los mandatarios encargados de la administración de sus intereses y para determinar la aplicación progresiva de las reformas sociales.
Es fácil ver que la idea anarquista de una comuna de trabajo -es decir, una unión de productores, en contraste con una unión de ciudadanos dentro del Estado- sustituye discretamente la idea de una comuna política, el prototipo del Estado moderno, un microcosmos estatal, dentro del cual la representación de intereses y la satisfacción de las necesidades sociales se convierten en funciones especializadas. al igual que (aunque ciertamente en una forma más rudimentaria) en el complicado mecanismo del Estado moderno. P. Lavrov lo entendió muy bien. Así señala en su libro sobre la Comuna (P. Lavrov: La Comuna de París, página 130, ed. rusa):
En el transcurso del siglo XIX, la unidad de los intereses comunales desapareció por completo ante el aumento de la lucha de clases. Como entidad moral, la comuna no existía en absoluto (énfasis de Lavrov). En cada comuna (municipio) se enfrentaron los campos irreductibles del proletariado y la gran burguesía, y la lucha se complicó aún más por la presencia de muchos grupos de la pequeña burguesía. Por un momento, París estuvo unido por una emoción común: la irritación con las Asambleas de Burdeos y Versalles. Pero una emoción pasajera no puede ser la base de un régimen político.
Agrega (p. 167):
La base autónoma efectiva del régimen, a la que conducirá la revolución social, no es en absoluto la comuna política, que admite la desigualdad, la promiscuidad de los parásitos y los trabajadores, etc. Está formado más bien por un grupo de trabajadores de todo tipo conjuntamente responsables, reunidos al programa de la revolución social (énfasis nuestro).
P. Lavrov habla claramente de una "confusión de dos nociones: 1. la comuna política autónoma (municipio), el ideal de la Edad Media, en la lucha para la cual la burguesía se solidificó y se fortaleció durante las primeras etapas de su historia; y 2. la comuna autónoma del proletariado, que debe aparecer después de la victoria económica del proletariado sobre sus enemigos, después del establecimiento, dentro de la comunidad, de una solidaridad social que es inconcebible mientras continúe la explotación económica del trabajo por el capital y, por lo tanto, mientras el odio de clase dentro de cada comunidad sea inevitable. Cuando analizamos las demandas de autonomía comunal, tal como se formularon generalmente en el curso de la lucha en cuestión, podemos preguntarnos qué relación podían ver los socialistas indiscutibles de la Comuna de París entre el problema fundamental del socialismo —la lucha del trabajo contra el capital— y la consigna de la "comuna libre" que inscribieron en su bandera".
La paradoja indicada por Lavrov consiste en lo siguiente:
La posibilidad misma del proceso de transformación del orden capitalista en un orden socialista está subordinada a la existencia de una forma social cuyo molde, creemos, solo puede ser proporcionado por una economía socialista más o menos desarrollada. Esta confusión es típica de los anarquistas. Si es obvio que la destrucción de la base de la economía privada, la transformación de toda la economía natural en economía socialista, eliminará la necesidad de que una organización se eleve por encima del productor en la forma del Estado, los anarquistas deducen de esto que "la destrucción del Estado", su "descomposición" en células, en "comunas", es una condición previa para la transformación social en sí. Existía en la ideología de los comuneros una yuxtaposición de nociones proudhonianas, hebertistas y autonomistas burguesas. De modo que en sus discusiones, pasaron con la mayor facilidad de la "comuna" política -unidad territorial creada por la evolución precedente de la sociedad burguesa- a la comuna "corporativa", la libre asociación de los trabajadores, que podemos imaginar que será la agrupación social cuando se haya alcanzado un orden socialista y el esfuerzo colectivo de una o dos generaciones haya hecho posible "la atrofia progresiva del Estado como predijo Engels".[11]
La interesante exposición hecha por Dunoyer, uno de los testigos que comparecieron ante la comisión de investigación nombrada por la Asamblea Nacional de Versalles después de la caída de la Comuna (citada por Lavrov en su Comuna de París, página 166), sugiere la siguiente conclusión:
Las ideas "comunalistas", tal como fueron concebidas en las mentes de los trabajadores, simplemente representaron un intento de trasplantar a la estructura de la sociedad las formas de su propia organización de combate.
"En 1871, la agrupación de los trabajadores dentro de la Internacional por secciones y federaciones de secciones fue uno de los elementos que contribuyeron a la difusión de la idea de la comuna en Francia". La Internacional "poseía una organización prefabricada, donde la palabra 'Comuna' significaba la palabra 'Sección' y la federación de comunas no era otra cosa que la federación de secciones".
Compárese esta afirmación con las citas que hicimos, en el capítulo anterior, de los escritos de los sindicalistas ingleses de 1830, cuyos programas exigían la sustitución del Estado burgués parlamentario por una "Federación de Oficios". Recordemos las tesis análogas de los sindicalistas franceses en el siglo XX. Y no olvidemos que en nuestro tiempo, los trabajadores adoptan "la idea de los soviets" después de conocerlos como organizaciones de combate formadas en el proceso de la lucha de clases en una aguda etapa revolucionaria.
En todas las tesis de la "comuna" descubrimos un punto recurrente. Consiste en despreciar al "Estado" como instrumento de la transformación revolucionaria de la sociedad en dirección al socialismo. Por otro lado, el marxismo, tal como se desarrolló desde 1848, se caracteriza especialmente por lo siguiente:
De acuerdo con la tradición de Babeuf y Blanqui, el marxismo reconoce al Estado (naturalmente después de su conquista por el proletariado) como la palanca principal de esta transformación. Por eso ya en los años 60 los anarquistas y proudhonianos denunciaron a Marx y Engels como "estatistas".
¿Cuál fue entonces la actitud adoptada por Marx y Engels hacia la experiencia proporcionada por la Comuna de París, cuando el proletariado intentó por primera vez realizar una "dictadura" socialista?
Los proudhonistas y los anarquistas no eran muy adictos al estudio de la economía. Tenían una concepción ingenua, casi simplista, de lo que seguiría a la incautación de los medios de producción por parte de la clase obrera. No se dieron cuenta de que el capitalismo ha creado, para la concentración de los medios de producción y distribución, un aparato tan grande, que para apoderarse de estos medios, la clase obrera necesitaría una maquinaria administrativa eficaz que se extendiera por todo el dominio económico que antes estaba gobernado por el capital. No tenían idea de la inmensidad y complejidad de la transformación que vendría como resultado de una revolución social. Y solo porque no entendían todas estas cosas les fue posible pensar en la "comuna" autónoma —basada en unidades productivas "autónomas"— como la palanca de tal transformación.
Marx era muy consciente del papel preponderante desempeñado por el anarcoproudhonismo en el movimiento que dio lugar a la Comuna de París. En una carta a Engels (30 de junio de 1866), se refiere irónicamente al "estirnerianismo proudhoniano", que tiende a "descomponer todo en pequeños grupos o comunas que se espera que se reúnan de nuevo en algún tipo de unión, pero, por supuesto, no en el Estado". (Correspondencia, vol.) III.)
En 1871, sin embargo, Marx se enfrentó a la tarea de defender la Comuna de París contra sus enemigos, que la ahogaban en sangre. Se enfrentó a la tarea de justificar, en la forma de la Comuna, el primer intento del proletariado de tomar el poder. Si la Comuna de París no hubiera sido aplastada por fuerzas externas, este esfuerzo habría llevado a los trabajadores más allá de sus primeros objetivos y habría roto los estrechos límites ideológicos que reprimían su vigor y desnaturalizaban su contenido.
Por lo tanto, podemos comprender por qué en su apología de la Comuna, Marx ni siquiera pudo plantear la cuestión de si la realización del socialismo es concebible en el marco de las comunas autónomas, urbanas y rurales. Frente a la división del trabajo existente, la centralización económica y el grado de desarrollo de los poderosos medios de producción ya alcanzados en ese momento, el mero hecho de plantear la cuestión habría equivalido a un rechazo categórico de la pretensión de que la comuna autónoma podría "resolver la cuestión social".
Podemos entender por qué Marx evitó la cuestión de si una unión federalista de comunas podría asegurar una producción social sistemática en la escala habitual del capitalismo precedente. Podemos entender por qué Marx toca sólo ligeramente uno de los problemas más graves de la revolución social: la relación entre la ciudad y el campo, y se limita a declarar, sin ninguna prueba de apoyo, que "la Constitución Común (organización) pondría a los productores rurales bajo la dirección intelectual de las ciudades centrales de sus distritos, y allí les aseguraría, en el trabajador, los defensores naturales de sus intereses". Pero, ¿sería posible mantener la economía socialista en el marco de una federación de comunas autónomas mientras esta federación permitiera la dirección económica del campo por la ciudad? Marx podía permitirse "aplazar" todas estas cuestiones. Suponía fríamente que tales problemas encontrarían automáticamente su solución en el proceso de la revolución social y, al mismo tiempo, desecharían las ilusiones anarco-comunalistas que prevalecían en las mentes de los trabajadores al principio.
Pero Marx no se limitó a guardar silencio sobre tales contradicciones de la Comuna de París. Es innegable que intentó resolverlos reconociendo a la Comuna como "la forma política finalmente descubierta, que permite la emancipación económica del trabajo", y así contradijo su propio principio, de que la palanca de la revolución social solo puede ser la conquista del poder estatal.
La Constitución Comunal—declaró Marx— habría devuelto al cuerpo social las fuerzas hasta entonces absorbidas por el parásito que se alimentaba y perseguía la libre circulación de la sociedad. (Guerra civil en Francia).
La existencia misma de la Comuna, como algo natural, condujo a la libertad municipal local, pero ya no como un contrapeso contra el poder del Estado, que a partir de entonces se volvió inútil. (Nuestro énfasis).
Así, la "destrucción de la máquina burocrática y militar del Estado", tratada en la carta de Marx a Kugelmann, cambió imperceptiblemente y llegó a representar la supresión de todo poder estatal, de cualquier aparato de coacción al servicio de la administración social. La destrucción del "poder del Estado moderno", el tipo de Estado continental, se convirtió en la destrucción del Estado como tal.
¿Estamos en presencia de una falta de precisión intencionada, que permite a Marx pasar por alto, en silencio, los puntos débiles de la Comuna de París en un momento en que la Comuna estaba siendo pisoteada por una reacción triunfante? ¿O es que el poderoso ascenso del proletariado revolucionario de París, puesto en marcha bajo la bandera de la Comuna, hizo aceptables para Marx ciertas ideas de origen proudhoniano? No importa cuál sea el caso, es cierto que Bakounin y sus amigos concluyeron que en su Guerra civil en Francia, Marx aprobó el camino revolucionario social trazado por ellos. De modo que en sus memorias, James Guillaume (Guillaume: The International, Vol.II, p.191) observa con satisfacción que en su apreciación de la Comuna, el Consejo General de la Internacional (bajo cuyos auspicios se publicó Guerra civil) adoptó plenamente el punto de vista de los federalistas. Y Bakounin anunció triunfalmente: "La revolución comunalista tuvo un efecto tan poderoso que, a pesar de su lógica y sus inclinaciones reales, los marxistas, con todas sus ideas derrocadas por la Comuna, se vieron obligados a inclinarse ante la insurrección y apropiarse de sus objetivos y programa". Tales declaraciones no están libres de exageración. Pero contienen una pizca de verdad.
Son estas opiniones, no muy precisas, de Marx sobre la destrucción del Estado por una insurrección proletaria y la creación de la Comuna, las que Lenin reconoce como la base de la nueva doctrina social-revolucionaria que pretende revelar. Sobre estas opiniones de Marx, Lenin levanta el lienzo anarcosindicalista, imaginando la destrucción del Estado como resultado inmediato de la conquista de la dictadura por el proletariado, y reemplazando el Estadopor esa "forma política finalmente descubierta", que en 1871 se encarnó en la Comuna y está representada hoy por los "soviets" – desde "las revoluciones rusas de 1905 y 1917, en diferentes entornos y bajo diferentes circunstancias, han continuado el trabajo de la Comuna y han estado confirmando el análisis de la historia de Marx". (El Estado y la Revolución, página 53, texto en ruso.)
Ya en 1899, en su conocido Principios del socialismo, Eduard Bernstein observó que en la Guerra civil Marx parece haber dado un paso hacia Proudhon. "A pesar de todos los puntos de diferencia que existían entre Marx y el Proudhon "pequeñoburgués", es cierto que en esta cuestión sus corrientes de pensamiento se parecen lo más posible". Las palabras de Bernstein provocan un gran ataque de ira en Lenin. "¡Monstruoso! ¡Ridículo! ¡Renegado!", grita Lenin a Bernstein, y aprovecha la oportunidad para vilipendiar a Plejánov y Kautsky por no corregir "esta pervisión de Marx por Bernstein" en sus polémicas contra el libro de Bernstein.[12]
Pero Lenin podría haber atacado por el mismo motivo al "espartaquista" Franz Mehring, incuestionablemente el mejor estudiante y comentarista de Marx. En su Karl Marx: La historia de su vida (Leipzig, 1918), Mehring declara explícitamente, sin dejar lugar a dudas:
Tan ingeniosos como fueron algunos de los argumentos del hombre (sobre la Comuna), estaban, hasta cierto punto, en contradicción con las concepciones defendidas por Marx y Engels durante un cuarto de siglo y formuladas previamente por ellos en el Manifiesto Comunista.
Según estas concepciones, la descomposición de la organización política denominada "Estado" pertenece evidentemente a una de las realizaciones finales de la revolución proletaria venidera. Será una descomposición progresiva. Esa organización siempre ha tenido como objetivo principal asegurar, con la ayuda de las fuerzas armadas, la opresión económica de la mayoría trabajadora por parte de una minoría privilegiada. La desaparición de la minoría privilegiada acabará con la necesidad de la fuerza armada de opresión, es decir, del poder del Estado. Pero al mismo tiempo, Marx y Engels enfatizaron que para lograr esto, así como otros resultados aún más importantes, la clase obrera primero tendrá que poseer el poder político organizado del Estado y usarlo con el propósito de aplastar la resistencia de los capitalistas y recrear la sociedad sobre una nueva base. Es difícil reconciliar los elogios generosos del Consejo General a la Comuna de París, por haber comenzado por destruir el Estado parásito, con las concepciones presentadas en el Manifiesto Comunista. (Página 460) Nuestro énfasis.
Y Mehring agrega: "Uno puede adivinar fácilmente que los discípulos de Bakounin han utilizado el discurso del Consejo General a su manera".
Mehring opina que Marx y Engels vieron claramente la contradicción existente entre las tesis presentadas en la Guerra civil y su forma anterior de plantear el problema como una cuestión de conquista del poder estatal. Escribe: "Así, cuando, después de la muerte de Marx, Engels tuvo la oportunidad de combatir las tendencias anarquistas, él, al menos por su parte, repudió estas reservas y reanudó integralmente las viejas concepciones que se encuentran en el Manifiesto".
¿Cuáles son las "viejas concepciones que se encuentran en el Manifiesto"? Son los siguientes:
1. La clase obrera se apodera de la maquinaria estatal forjada por la burguesía.
2. Democratiza esta maquinaria de arriba a abajo. (Véanse las medidas inmediatas que, según el Manifiesto, el proletariado de esa época habría tenido que promulgar cuando tomó el poder). Transforma así la maquinaria utilizada anteriormente por la minoría para la opresión de la mayoría en una máquina de coacción ejercida por la mayoría sobre la minoría, con el fin de liberar a la mayoría del yugo de la desigualdad social. Eso significa, como escribió Marx en 1852, no simplemente "apoderarse de la maquinaria disponible del Estado" de tipo burocrático, policial y militar, sino hacer añicos esa máquina para construir una nueva sobre la base de la autogestión del pueblo guiada por el proletariado.
Lenin puso en su uso las fórmulas inexactas que se encuentran en Guerra civil en Francia. Estas fórmulas estaban suficientemente motivadas por la necesidad inmediata del Consejo General de defender la Comuna (dirigida por los hebertistas y los proudhonistas) contra sus enemigos. Pero eliminaron casi por completo el margen existente entre la tesis de la "conquista del poder político" presentada por los marxistas y la idea de la "destrucción del Estado" sostenida por los anarquistas. En vísperas de la revolución de octubre de 1917, en su lucha contra el democratismo republicano practicado por los partidos socialistas a los que se oponía, Lenin utilizó estas fórmulas con tan buenos resultados que acumuló en su Estado y revolución tantas contradicciones como las que se encontraban en las cabezas de todos los miembros de la Comuna: jacobinos, blanquistas, hérbertistas, proudhonianos y anarquistas. Objetivamente, esto era necesario (el propio Lenin no se dio cuenta, sin duda) para que se intentara crear una máquina de Estado muy similar en su estructura al antiguo tipo militar y burocrático y controlado por unos pocos adherentes[13] podría presentarse a las masas, entonces en una condición de animación revolucionaria, como la destrucción de la vieja maquinaria estatal, como el surgimiento de una sociedad basada en un mínimo de represión y disciplina, como el nacimiento de una sociedad Apátrida. En el momento en que las masas revolucionarias expresaron su emancipación del yugo secular del viejo Estado formando "repúblicas autónomas de Kronstadt" y ensayando experimentos anarquistas como el "control obrero", etc., en ese momento, la "dictadura del proletariado y de los campesinos más pobres" (se dice que está encarnada en la dictadura real de los supuestos "verdaderos" intérpretes del proletariado y de los campesinos más pobres: los elegidos del comunismo bolchevique) sólo podían consolidarse vistiéndose primero con esa ideología anarquista y antiestatal. Se encontró que la fórmula de "Todo el poder a los soviets" era la más apropiada para expresar místicamente una tendencia que agitaba a los elementos revolucionarios de la población en ese momento. Esta consigna presentaba a los elementos revolucionarios de la población dos objetivos contradictorios: 1. la creación de una máquina que aplastara a las clases explotadoras en beneficio de los explotados; pero 2. que, al mismo tiempo, liberaría a los explotados de cualquier maquinaria estatal presuponiendo la necesidad de subordinar sus voluntades como individuos o grupos a la voluntad de la entidad social.
No es diferente en origen y significado el "misticismo soviético" ahora corriente en Europa Occidental (1919).
En la propia Rusia, la evolución del "Estado soviético" ya ha creado una nueva y muy complicada máquina estatal basada en la "administración de personas" frente a la "administración de las cosas", basada en la oposición de la "administración" a la "autoadministración" y del funcionario (funcionario) al ciudadano. Estos antagonismos no son en absoluto diferentes de los antagonismos que caracterizan al Estado de clase capitalista.
El retroceso económico que apareció durante la Guerra Mundial ha simplificado la vida económica en todos los países. Uno de los resultados de esta simplificación es el eclipse, en la conciencia de las masas, del problema de la organización de la producción por el problema de la distribución y el consumo. Este fenómeno fomenta en las presas de trabajo el renacimiento de ilusiones que le hacen creer en la posibilidad de apoderarse de la economía nacional entregando los medios de producción directamente—con la ayuda del Estado— a grupos individuales de trabajadores ("control obrero", "socialización directa", etc.).
Desde el terreno proporcionado por tales ilusiones económicas, vemos surgir de nuevo la falacia de que la libertad de la clase obrera puede ser lograda por la. destrucción del Estado y no por la conquista del Estado. Esta creencia hace retroceder al movimiento obrero revolucionario hacia la confusión, la indefinición y el bajo nivel ideológico que lo caracterizaron en la época de la Comuna de 1871.
Por un lado, tales ilusiones son manipuladas por ciertas minorías extremistas del proletariado socialista. Por otro lado, estos grupos son ellos mismos esclavos de estas ilusiones. Es bajo la influencia de este doble factor que actúan estas minorías cuando tratan de encontrar un medio práctico por el cual puedan eludir las dificultades relacionadas con la realización de una verdadera dictadura de clase, dificultades que han aumentado desde que la clase en cuestión ha perdido su unidad en el curso de la guerra y no es capaz de dar batalla inmediatamente con un objetivo revolucionario.Fundamentalmente, esta ilusión anarquista de la destrucción del Estado encubre la tendencia a concentrar todo el poder de coerción del Estado en manos de una minoría, que no cree ni en la lógica objetiva de la revolución ni en la conciencia de clase de la mayoría proletaria y, con mayor razón aún, en la de la mayoría nacional.
La idea de que el "sistema soviético" equivale a una ruptura definitiva con todas las antiguas formas burguesas de la revolución; por lo tanto, sirve como una pantalla detrás de la cual, impuesta por factores externos y la conformación interna del proletariado, se ponen en marcha nuevamente los métodos que han caracterizado las revoluciones burguesas. Y esas revoluciones siempre se han logrado transfiriendo el poder de una "minoría consciente, apoyándose en una mayoría inconsciente", a otra minoría que se encuentra en una situación idéntica.
En su polémica contra Edward Bernstein, Rosa Luxemburgo declaró, con toda razón, que "Marx y Engels nunca dudaron de la necesidad de que el proletariado conquistara el poder político".[14] Sin embargo, las condiciones bajo las cuales se llevaría a cabo esta conquista no parecían las mismas para Marx y Engels en diferentes períodos de su vida.
Al comienzo de su actividad —escribe Kautsky en su Democracia o dictadura— Marx y Engels fueron muy influenciados por el blanquismo, aunque inmediatamente adoptaron una actitud crítica. La dictadura del proletariado a la que aspiraban en sus primeros escritos todavía mostraba algunas características de Blanquistas.
Esta observación no es del todo exacta. Si es cierto que Marx, dejando a un lado el revolucionarismo pequeñoburgués que coloreaba la ideología y la política del blanquismo, reconoció a los blanquistas de 1848 como un partido representativo del proletariado revolucionario francés, no es menos cierto que no hay nada en sus obras que muestran que Marx y Engels se encontraron en ese momento bajo la influencia de Blanqui y sus partidarios. Kautsky tiene razón cuando señala que Marx y Engels siempre adoptaron hacia los banquistas una actitud totalmente crítica. Es innegable que su primera concepción de la dictadura del proletariado surgió bajo la influencia de la tradición jacobina de 1793, con la que los propios blanquistas estaban penetrados. El poderoso ejemplo histórico de la dictadura política ejercida durante el Terror por las clases bajas de la población de París sirvió a Marx y Engels como punto de partida en su reflexión sobre la futura conquista del poder político por el proletariado. En 1895 (en su prefacio a Las luchas de clases en Francia), Engels hizo un balance de la experiencia que su amigo y él habían acumulado en las revoluciones de 1848 y 1871: "Ha pasado el tiempo de las revoluciones realizadas mediante la repentina toma del poder por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de masas inconscientes". Cuando dijo esto, Engels reconoció que en el primer período de su actividad, la cuestión para él y Marx era exactamente la de la conquista del poder político "por una minoría consciente a la cabeza de masas inconscientes". En otras palabras, el problema de que parecía enfrentarse a ellos la duplicación, en el siglo XIX, de la experiencia de la dictadura jacobina, con el papel de los jacobinos y los cordeliers asumido por los elementos revolucionarios conscientes del proletariado, apoyándose en la confusa fermentación social de la población en general.
Por medio de una hábil política, que, debido a su conocimiento de la práctica y la teoría del socialismo científico, la vanguardia podría llevar a cabo después de su toma del poder, las amplias masas proletarias serían introducidas a los problemas corrientes al día siguiente de la revolución y así serían elevadas al rango de autores conscientes de la acción histórica. Sólo una concepción así de la dictadura del proletariado podía permitir a Marx y Engels esperar que, después de una calma más o menos prolongada, la revolución de 1848, que comenzó como la última lucha entre la sociedad feudal y la burguesía y por los mismos conflictos internos entre las diferentes capas de la sociedad burguesa, terminaría en la victoria histórica del proletariado sobre la burguesía.
En 1895, Engels reconoció la inconsistencia de esta concepción. "Tan pronto como la situación exija la transformación total del orden social, las masas deben participar en ella directamente, y deben comprender lo que está en juego y lo que debe ganarse. Así lo ha hecho la historia del último medio siglo nos ha enseñado".
Eso no significa, sin embargo, que en 1848 Marx y Engels no se dieran cuenta del todo de cuáles eran las premisas históricas necesarias de la revolución socialista. No solo reconocieron que la transformación socialista solo podía llegar a un nivel muy alto del capitalismo, sino que también negaron la posibilidad de mantener el poder político en las bandas del proletariado en el caso de que esta condición imperativa no existiera primero.
En 1846, en su carta a M. Hess, W. Weitling describió su ruptura con Marx con las siguientes palabras: "Llegamos a la conclusión de que no podía haber ahora ninguna cuestión de realizar el comunismo en Alemania; que primero la burguesía debe llegar al poder". El "nosotros" se refiere a Marx y Engels, pues Weitling dice además: "Sobre esta cuestión, Marx y Engels tuvieron una discusión muy violenta conmigo". En octubre-noviembre de 1847, Marx escribió sobre este tema con clara definición en su artículo: Crítica moralizadora.
Si es cierto que políticamente, es decir, con la ayuda del Estado, la burguesía "mantiene la injusticia de las relaciones de propiedad" (expresión de Heinzer), no es menos cierto que no las crea. La injusticia de las relaciones de propiedad... no debe su origen de ninguna manera a la política, la dominación de las clases burguesas; pero, por el contrario, la dominación de la burguesía fluye de las relaciones de producción existentes... Por esta razón, si el proletariado derroca la dominación política de la burguesía, su victoria no será más que un punto en el proceso de la burguesía, la revolución misma y servirá a la causa de esta última ayudando a su desarrollo posterior. Esto sucedió en 1794, y volverá a suceder mientras la marcha, el "movimiento", de la historia no haya elaborado los factores materiales que crearán la necesidad de poner fin a la burguesía. métodos de producción y, como consecuencia, a la dominación política de la burguesía. (Patrimonio literario, tomo II, pp. 512-513). Nuestro énfasis.
Por lo tanto, parece que Marx admitió la posibilidad de una victoria política del proletariado sobre la burguesía en un momento de desarrollo histórico en el que las condiciones previamente necesarias para una revolución socialista aún no estaban maduras. Pero enfatizó que tal victoria sería transitoria, y predijo con
La presciencia del genio de que una conquista del poder político por parte del proletariado que es prematura desde el punto de vista histórico "sería solo un punto en el proceso de la revolución burguesa misma".
Concluimos que, en el caso de una conquista del poder notablemente "prematura", Marx consideraría obligatorio que los elementos conscientes del proletariado siguieran una política que tuviera en cuenta el hecho de que tal conquista representa objetivamente "sólo un punto en el proceso de la revolución burguesa misma" y "servirá a este último ayudando a su desarrollo posterior". Esperaría una política que condujera al proletariado a limitar voluntariamente la posición y la solución de los problemas revolucionarios. Porque el proletariado puede anotarse una victoria sobre la burguesía -y no para la burguesía- solo cuando "la marcha de la historia ha elaborado los factores materiales que crean la necesidad (¡no meramente la posibilidad objetiva ! – Mártov) de poner fin a los métodos burgueses de producción".
Las siguientes palabras de Marx explican en qué sentido una victoria pasajera del proletariado puede convertirse en un punto en el proceso de la revolución burguesa:
Con sus golpes de garrote, el Reinado del Terror limpió la superficie de Francia, como por milagro, de todas las ruinas feudales. Con su cautela timorata, la burguesía no habría logrado esta tarea en varias décadas. Por lo tanto, los actos sangrientos del pueblo solo sirvieron para nivelar la ruta de la burguesía.
El Reinado del Terror en Francia fue la dominación momentánea de la pequeña burguesía democrática y el proletariado sobre todas las margaritas poseedoras, incluida la auténtica burguesía. Marx indica muy claramente que tal dominación momentánea no puede ser el punto de partida de una transformación socialista, a menos que los factores materiales que hacen indispensable esta transformación habrán sido resueltos primero.
Se podría decir que Marx escribió esto especialmente para el beneficio de aquellas personas que consideran el simple hecho de una conquista fortuita del poder por parte de la pequeña burguesía democrática y el proletariado como prueba de la madurez de la sociedad para la revolución socialista. Pero también se puede decir que escribió esto especialmente para el beneficio de aquellos socialistas que creen que nunca en el curso de una revolución que es burguesa en sus objetivos puede ocurrir una posibilidad que permita que el poder político escape de las manos de la burguesía y pase a las masas democráticas. Se puede decir que Marx escribió esto también para el beneficio de aquellos que socialistas que consideran utópica la mera idea de tal desplazamiento del poder y que no se dan cuenta de que este fenómeno es "sólo un punto en el proceso de la revolución burguesa misma", que es un factor que asegura, bajo ciertas condiciones, la supresión más completa y radical de los obstáculos que surgen en el país. de esta revolución burguesa.
La revolución europea de 1848 no condujo a la conquista del poder político por parte del proletariado. Poco después de las jornadas de junio, Marx y Engels comenzaron a darse cuenta de que las condiciones históricas para tal conquista aún no estaban maduras. Sin embargo, continuaron sobreestimando el ritmo del desarrollo histórico y esperaban, como sabemos, un nuevo asalto revolucionario poco después, incluso antes de que la última ola de la tempestad de 1848 se hubiera extinguido. Encontraron nuevos factores que parecían favorecer la posibilidad de que el poder político pasara a manos del proletariado, no solo en la experiencia acumulada por este último en los combates de clase durante el "año loco", sino también en la evolución experimentada por la pequeña burguesía, que parecía empujada irresistiblemente a una unión sólida con el proletariado.
En sus Luchas de clases en Francia y más tarde en El Dieciocho brumario, Marx señaló el movimiento de la pequeña burguesía democrática de las ciudades hacia el proletariado, un movimiento que tomó forma definitiva en 1848. Y en la segunda de las obras indicadas, anunció la probabilidad de movimiento por parte de los pequeños campesinos, hasta entonces engañados por la dictadura de Napoleón III, cuyos principales creadores y más fuerte apoyo fueron.
Los intereses de los campesinos —escribió— ya no se confunden con los de la burguesía y el capital, como fue el caso bajo Napoleón I. Por el contrario, son antagónicos. Es por eso que los campesinos encuentran ahora un aliado y guía natural en el proletariado de la ciudad, cuyo destino es derrocar el orden burgués. (El Dieciocho Brumario, edición alemana, p.102.)
Por lo tanto, el proletariado aparentemente ya no está mal esperando a convertirse en la mayoría absoluta para ganar el poder político. Había crecido como resultado del desarrollo del capitalismo, y se benefició además del apoyo de los pequeños propietarios de la ciudad y del campo, a quienes las escasas posibilidades de hacer una vivir alejada de la burguesía capitalista.
Cuando, después de una interrupción de veinte años, el proceso revolucionario se revivió para terminar en la Comuna de París, fue en este nuevo hecho que Marx creyó ver una oportunidad que favorecía la solución de la última insurrección por la dictadura efectiva y sólida del proletariado.
Marx escribió en La guerra civil en Francia:
Aquí hubo la primera revolución en la que la clase obrera fue reconocida como la única clase capaz de iniciativa social, incluso por la gran mayoría de la clase media de París (tenderos, comerciantes, comerciantes y solo los capitalistas ricos exceptuados... Esta masa, perteneciente al Tercer Estado, habían ayudado en 1848 a aplastar la insurrección obrera, y poco después, sin la menor ceremonia, fueron sacrificados a sus acreedores por la entonces Asamblea Constituyente... Esta masa ahora sentía que era necesario que eligiera entre la Comuna y el Imperio ... Después de la banda errante de los cortesanos y capitalistas bonapartistas habían huido de París, el verdadero Partido del Orden del Tercer Estado, tomando la forma de la "Unión Republicana", tomaron su lugar bajo la bandera de la Comuna y defendieron a esta última contra las calumnias de Thiers. (La guerra civil en Francia, edición rusa, Boureviestnik, pp.36-37.)
Ya en 1845, en el momento en que solo se abría camino a tientas hacia el socialismo, Marx indicó en su Introducción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel las condiciones necesarias que permitían a una clase revolucionaria reclamar una posición de dominio en la sociedad. Para eso, debe ser reconocida por todas las masas oprimidas bajo el régimen existente como "la clase liberadora por excelencia". Esta situación es posible cuando la clase contra la que se dirige la lucha se convierte a los ojos de las masas en "la clase opresora por excelencia". En 1848 esta situación ciertamente no existía. La descomposición de la pequeña propiedad aún no lo suficientemente avanzada.
La situación parecía bastante diferente en 1871. Para entonces, Marx y Engels se habían liberado indudablemente de la influencia de la tradición jacobina y, por lo tanto, de su concepción de la dictadura de una "minoría consciente" que actuaba a la cabeza de masas inconscientes (no comprensivas) (es decir, masas que simplemente están en rebelión, J. M.). Es precisamente en el hecho de que los pequeños propietarios ganados se agruparon a sabiendas en torno al proletariado socialista en el que los dos grandes teóricos del socialismo científico basaron su fuerza en el resultado de la insurrección parisina, que, como sabemos, comenzó en contra de sus deseos. Tenían razón en lo que respecta a la pequeña burguesía de la ciudad (al menos, la de París). Contrariamente a lo que sucedió después de las jornadas de junio, la masacre de los comuneros en el mes de mayo de 1871 no fue obra de toda la sociedad burguesa, sino solo de los grandes capitalistas. La pequeña burguesía no participó ni en sofocar la Comuna ni en la orgía reaccionaria que siguió. Sin embargo, Marx y Engels tenían mucha menos razón con respecto a los campesinos. En La Guerra Civil, Marx expresó la opinión de que solo el aislamiento de París y la corta vida de la Comuna habían impedido que los campesinos se unieran con la revolución proletaria. Siguiendo el hilo del razonamiento del que El Dieciocho Brumario es el comienzo, dijo:
El campesino era un bonapartista, porque la gran Revolución, con todos sus beneficios para él, estaba personificada a sus ojos en Napoleón. Bajo el Segundo Imperio esta ilusión había desaparecido casi por completo. Este prejuicio del pasado no pudo resistir el llamamiento de la Comuna que llamó a la intereses vivos, las necesidades urgentes del campesinado. Los dignos rurales sabían muy bien que si el París de la Comuna podía comunicarse libremente con los departamentos (provincias), habría un levantamiento general de los campesinos dentro de tres meses... (Página 38.)
La historia de la Tercera República ha demostrado que Marx estaba equivocado en este punto. En los años 70, los campesinos (como, además, una gran parte de la pequeña burguesía urbana de provincias) estaban todavía lejos de romper con el capital y la burguesía. Todavía estaban lejos de reconocer a este último como el "opresor de clase", lejos de considerar al proletariado como "la clase liberadora" y confiarle la "dirección de su movimiento". En 1895, en su prefacio a Las luchas de clases, Engels tuvo que afirmar: "Se demostró de nuevo, veinte años después de los acontecimientos de 1848-1851, que el poder de la clase obrera no era posible", porque "Francia no había apoyado a París". (Engels dio también como causa de la derrota la falta de unidad en las filas mismas del proletariado sublevado, que, en prueba de su insuficiente madurez revolucionaria, lo llevó a desperdiciar su fuerza en una "lucha estéril entre los blanquistas y los proudhonianos").
Pero no importa cuál fuera el error en la evaluación de Marx, logró esbozar muy claramente los problemas de la dictadura del proletariado. "La Comuna", dijo, "era el verdadero representante de todos los elementos saludables de la sociedad francesa y, por lo tanto, el verdadero gobierno nacional". (Guerra civil, página 38, énfasis de Mártov.)
Según Marx, la dictadura del proletariado no consiste en aplastar por el proletariado a todas las clases no proletarias de la sociedad. Por el contrario, según Marx, significa la unión al proletariado de todos los "elementos sanos" de la sociedad, todos excepto los "capitalistas ricos", todos menos la clase contra la cual se dirige la lucha histórica del proletariado. Tanto en su composición como en sus tendencias, el gobierno de la Comuna era un gobierno de trabajadores. Pero este gobierno fue una expresión de la dictadura del proletariado no porque se impusiera por la violencia a mayoría no-proletaria. No surgió de esa manera. Por el contrario, el gobierno de la Comuna era una dictadura proletaria porque esos trabajadores y esos "representantes reconocidos de la clase obrera" habían recibido el poder de la propia mayoría. Marx subrayó el hecho de que "la Comuna estaba formada por consejales municipales, elegidos por sufragio universal en varios distritos de la ciudad ... Al suprimir aquellos órganos del antiguo poder gubernamental que solo servían para oprimir al pueblo, la Comuna despojó de sus funciones legales a una autoridad que pretendía estar por encima de la sociedad misma, y puso esas funciones en manos de los servidores responsables del pueblo... Se pidió a las personas organizadas en las comunas (fuera de París) que usaran el sufragio universal de la misma manera que cualquier empleador usa su derecho individual para elegir trabajadores, gerentes, contadores en su negocio".
La constitución completamente democrática de la Comuna de París, basada en el sufragio universal, en la revocación inmediata de todos los cargos por simple decisión de sus electores, en la supresión de la burocracia y la fuerza armada en oposición al pueblo, en la elección de todos los cargos, eso es lo que constituye, según Marx, la esencia de la dictadura del proletariado. Nunca piensa en oponer tal dictadura a la democracia. Ya en 1847, en su primer borrador del Manifiesto Comunista, Engels escribió: "Ella (la revolución proletaria) establecerá ante todo la administración democrática de la Revolución Comunista.
El Estado se instalará así, directa o indirectamente, la dominación política del proletariado. Directamente, en Inglaterra, donde el proletariado forma la mayoría de la población. Indirectamente, en Francia y en Alemania, donde la mayoría de la población no está compuesta solo por proletarios sino también por pequeños campesinos y pequeños burgueses, que recién ahora comienzan a pasar al proletariado y cuyos intereses políticos caen cada vez más bajo la influencia del proletariado". (Los principios del comunismo, traducción al ruso bajo la dirección de Zinoviev, p.22.) El primer paso de la revolución, por la clase obrera, declara el Manifiesto, "es elevar al proletariado a la posición de clase dominante, ganar la batalla de la democracia".
Entre la elevación del proletariado a la posición de clase dominante y la conquista de la democracia, Marx y Engels pusieron un signo de igualdad. Entendieron la aplicación de este poder político por parte del proletariado solo en las formas de una democracia total.
En la medida en que Marx y Engels se convencieron de que la revolución socialista solo podía realizarse con el apoyo de la mayoría de la población que aceptaba a sabiendas el programa positivo del socialismo, su concepción de una dictadura de clase perdió su contenido jacobino. Pero, ¿qué es lo positivo en la noción de dictadura una vez que ha sido modificada de esta manera? Exactamente lo que se formula con gran precisión en el programa de nuestro Partido (el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso), un programa redactado en un momento en que la discusión teórica provocada por el "bernsteinismo" llevó a los marxistas a pulir y definir con cuidado ciertas expresiones que obviamente habían perdido su significado exacto con el uso prolongado en la lucha política diaria.
El programa del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia era el único programa oficial de un Partido Obrero que definía la idea de la conquista del poder político por el proletariado en términos de una "dictadura de clase". Bernstein, Jaurès y otros críticos del marxismo insistieron en dar la expresión: "dictadura del proletariado," la definición blanquista del poder en manos de una minoría organizada y que se basa en la violencia ejercida por esta minoría sobre la mayoría. Por esta razón, los autores del programa ruso se vieron obligados a fijar lo más estrechamente posible los límites de esta idea política. Lo hicieron declarando que la dictadura del proletariado es el poder utilizado por el proletariado para aplastar toda resistencia que la clase explotadora pueda oponer a la realización de la transformación socialista y revolucionaria. Simplemente eso.
Una fuerza efectiva concentrada en el Estado, que puede así realizar la voluntad consciente de la mayoría a pesar de la resistencia de una minoría económicamente poderosa: aquí está la dictadura del proletariado.No puede ser otra cosa que eso a la luz de las enseñanzas de Marx. No solo debe adaptarse una dictadura así a un régimen democrático, sino que solo puede existir en el marco de la democracia, es decir, en condiciones en las que existe el pleno ejercicio de la igualdad política absoluta por parte de todos los ciudadanos. Tal dictadura solo puede concebirse en una situación en la que el proletariado haya unido efectivamente en torno a sí mismo, "todos los elementos sanos" de la nación, es decir, todos aquellos que no pueden dejar de beneficiarse de la transformación revolucionaria inscrita en el programa del proletariado. Solo se puede establecer cuando el desarrollo histórico haya traído todos los elementos saludables para reconocer la ventaja que les reporta esta transformación. El gobierno que encarna tal "dictadura" será, en el pleno sentido del término, un "gobierno nacional".
Notas
[1] De un artículo de Pouget: "L'organization et l'action de la Confédération Générale du Travail (La organizacion y accion de la Confederacion General del Trabajo)" publicado en la colección Le mouvement social dans la France contemporaine, páginas 34-36.
[2] La supresión de toda la prensa fuera de la funcionaria tiene sus partidarios e incluso se ha intentado parcialmente en Europa bajo la eufónica etiqueta de "socialización de la prensa".
[3] Citado por M. Beer en su Historia del socialismo británico, página 265 de la ed. alemana
[4] M. Beer, página 266.
[5] M. Beer, página 266. De Poorman's Guardian, 7 y 21 de diciembre de 1833.
[6] Estado y revolución, pág. 66, capítulo IV.
[7] En 1903, como es sabido, declaró George Plejánov, que cuando el proletariado revolucionario haya realizado su dictadura, puede encontrar necesario privar a la burguesía de todos los derechos políticos (incluido el derecho al voto). Sin embargo, para Plejánov esta era una de las posibilidades, una de las contingencias, de la dictadura del proletariado. En mi folleto La lucha contra la ley marcial en el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, traté de interpretar las palabras de Plejánov como un ejemplo admisible sólo en abstracción lógica y por lo tanto utilizado por él para ilustrar la tesis: "La seguridad de la revolución es la ley suprema y tiene prioridad sobre cualquier otra consideración". Expresé la creencia de que el propio Plejánov probablemente no presumía que, después de haber adquirido el poder, el proletariado de los países que estaban económicamente maduros para el socialismo podían encontrarse en una situación en la que no les era posible apoyarse en la aceptación voluntaria de su dirección por parte del pueblo, sino que, por el contrario, tenían que negar a la minoría burguesa, por la fuerza, el ejercicio de los derechos políticos. En una conversación privada conmigo, Plejánov se opuso a que yo hiciera tal interpretación de sus palabras. Comprendí entonces que su concepción de la dictadura del proletariado no estaba exenta de un cierto parentesco la dictadura jacobina de una minoría revolucionaria.
[8] "El 18 de marzo tomó el aspecto de una rebelión de París contra la opresión provincial", escribe Paul Louis, el historiador del socialismo francés. Histoire du socialisme français, 2.ª ed., página 308.
[9] A la Comuna de París de Hébert y a la de Lyon corresponde el mérito de iniciar los actos extremos de terror político (las ejecuciones de septiembre, la expulsión de los girondinos de la Convención) y las medidas de "comunismo de consumo" con las que las ciudades, privadas de recursos, intentaron obligar a la pequeña burguesía de las aldeas y de las provincias periféricas a proporcionarles alimentos. Es en las comunas de París y Lyon donde comenzaron las expediciones del "ejército de aprovisionamiento". Se organizaron los "comités de pobres" con el propósito de apropiarse del grano de los "kulaks" contemporáneos, a quienes la jerga de la época llamaba "aristócratas". Las dos comunas de la Revolución Francesa impusieron contribuciones a la burguesía y se "hicieron cargo" de las mercancías producidas por la industria durante los años anteriores (especialmente en Lyon). Frente a estas organizaciones emanaba la requisa de residencias, los intentos forzosos de alojar a los pobres en casas consideradas demasiado grandes para sus ocupantes y otras medidas igualitarias. Si en su búsqueda de analogías históricas, Lenin. Trotsky y Radek hubieran demostrado un mayor conocimiento del pasado, no habrían tratado de vincular la genealogía de los soviets a la Comuna de 1871 sino a la Comuna de París de 1793-94, que era un centro de energía y poder revolucionario muy similar a la institución de su propio tiempo.
[10] En su carta a Marx, 6 de julio. 1869 (Correspondence, vol. iv, página 175), Engels menciona el folleto de Tridon, Los hébertistas, en el que el autor presenta el argumento de aquella ala del blanquismo:
Es ridículo suponer que la dictadura de París sobre Francia, la roca en la que se estrelló la primera revolución, pueda simplemente reproducirse y tener un destino diferente.
[11] Encontramos hoy (1918-1919) entre los bolcheviques en Rusia y en Europa Occidental, la misma confusión, con su "forma política específica que se supone que debe realizar la emancipación social del proletariado". También para estas personas, se dice que la cuestión es reemplazar la organización territorial del Estado con sindicatos de productores. De hecho, al principio se describió como la esencia de la república de los soviets. Esta sustitución se nos presenta, al mismo tiempo, 1. como resultado natural del funcionamiento de un régimen socialista logrado y 2. como condición previa necesaria para la realización de la revolución social misma. La confusión desborda todas las fronteras cuando se intenta remediarla recurriendo a la nueva noción de un "Estado soviético". Se supone que este último encarna la violencia organizada del proletariado y, en esa capacidad, prepara el terreno para la "extinción" de todas las formas de Estado. Pero al mismo tiempo, lo es, en principio. Se supone que se oponen al Estado como tal. Los comuneros de París razonaron de la misma manera. Se permitieron imaginar que la Comuna-Estado de 1871 era algo cuyo principio mismo era lo opuesto a cualquier forma de Estado. Mientras, en realidad, representaba un Estado democrático moderno simplificado que funcionaba a la manera del cantón suizo.
[12] Por supuesto, Lenin también escribió mucho sobre el tema del libro de Eduard Bernstein, sin tomarse la molestia de corregir esa "perversión".
[13] Recordemos que Lenin dijo que si 200.000 propietarios pudieran administrar un inmenso territorio en su propio interés, 200.000 bolcheviques harían lo mismo en interés de los obreros y campesinos.
[14] Ver: Rosa Luxemburg, Sozialreform oder Revolution? (1899) [Nota de marxists.org]