Indice de Obras


Nahuel Moreno

La moral y la actividad revolucionaria

 

 


Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.geocities.com/obreros.geo/

mail : seca_6@yahoo.com

Edición electrónica Diciembre 2001

(Tomado de Editorial Perspectiva, Bogotá, 1988)



Indice

 

 


 

Presentación

El autor del presente trabajo, Nahuel Moreno, fallecido el 25 de enero de 1987, fue el fundador y máximo dirigente de la Liga Internacional de los Trabajadores (Cuarta Internacional) y del Movimiento al Socialismo de Argentina, cuyo antecesor inmediato fue el PST argentino.

En el año de 1969, cuando se encontraba detenido en Perú, escribió el trabajo que aquí reproducimos, titulado “Moral bolche o espontaneista”. El folleto fue escrito respondiendo a problemas concretos que se presentaban en el trabajo de construcción del partido en Argentina.

A la vez que deslinda campos en forma categórica con la moral y los criterios burgueses, que ubica la moral de la pequeña burguesía y de la guerrilla, el autor presenta en forma sencilla, para ser estudiados por cualquier obrero o militante revolucionario, los aspectos centrales que, desde el punto de vista de la clase obrera hay que tener en cuenta en relación a las reglas morales que deben regir la lucha por construir la nueva sociedad, la sociedad socialista, y el instrumento necesario para lograrlo, el partido revolucionario.

Esta edición tomó como base una versión mimeografiada de “Moral bolche o espontaneista” que circuló en Colombia hacia 1976.

Los editores

 

 

I

Moral bolche o espontaneista

 

Mi contacto con el partido, dada mi situación, ha sido durante estos meses a través de la correspondencia. No me puedo quejar porque ha sido bastante intensa. Sin querer, llevado de la mano por el intercambio de cartas, me fui metiendo en el problema moral, desviándome un tanto de mi proyecto de escribir un trabajo sobre la situación peruana. Es que varios de los compañeros y compañeras que me escribían esbozaban o defendían posiciones sobre la moral que consideraban ajenas a nuestras tradiciones y concepciones.

“Hay que ser honesto con uno mismo”, se me escribe, repitiendo una vieja frase mía aprendida de los maestros; “tengo ansias de vivir y quiero satisfacerlas”; “la primavera, el olor de las flores, la charla con compañeros o amigas hacen que pueda pasar cualquier cosa y todo lo que ocurra estará bien”; “nuestra moral es hacer lo que nos gusta en cualquier momento”.

De estas formulaciones teóricas se pasó a darme todo un programa concreto de acción moral... “qué tarado el cro. tal que vive pensando en su compañera presa, dice que cada vez la quiere más, cuando la separación física por razones objetivas provoca inevitablemente desamor, alejamiento. Con mi cra. presa yo actúo de forma distinta, ando o trato de andar con otras cras., así logro una espera 'activa y no estática'“, etc. Todas estas son citas textuales o casi textuales, con ligeras modificaciones para evitar su identificación.

Antes de la edición, los combos atacaron a los cros. de norte por tener según ellos esa moral. En aquel momento nos levantamos indignados contra tal infamia y falsedad, que provenía justamente de dirigentes cuya moral personal era verdaderamente nauseabunda, de lo peor que he visto en mi dilatada militancia. Creía que esa polémica con los combos había aclarado el panorama. Pareciera que no es así.

En la ultima escuela de cuadros tuve la intención de tocar este tema, ya que lo consideraba parte importante de la educación militante, por razones de tiempo me fue imposible hacerlo. Creo que la gran cantidad de nuevos cros. la debilidad de su formación, la falta de tradición marxista revolucionaria, como el grave peligro de que es desprestigio [así en el original] por ser parte o haber sido parte de la dirección nacional, tengan esas falsas posiciones y puedan influir en los nuevos cuadros partidarios, exigen que de una vez por todas abordemos el problema.

Sin tantas vueltas, diré que considero que hay todo un sector del partido que por un grave proceso degenerativo, social, político, su lumpenización, ha adoptado posiciones sobre el problema moral que atentan contra la marcha y fortalecimiento de nuestra organización. El tema cala, por otra parte, en forma mucho más profunda en la realidad contemporánea. Vivimos la época mas revolucionaria de la historia, el salto de la sociedad de clases, la prehistoria humana a su historia. Esto significa que estamos pasando de formas de vida, costumbres, relaciones económicas, entre los sexos, las distintas esferas de la actividad social, arcaicas a nuevas. Pero estas ultimas están muy lejos de haber cristalizado, justamente, porque estamos en una época de transición. En estos periodos históricos ninguna norma se fija, cristaliza, se derrumban unas, apuntan otras. La moral no es una excepción, por el contrario es uno de los aspectos de la vida que sufre una mayor conmoción. Los viejos valores entran en crisis antes que triunfen los nuevos y que estos mismos hayan terminado de estructurarse. Todas las épocas, de cambios revolucionarios, nos han mostrado una situación similar de confusión moral, de amoralismo oficial, de choque de distintas morales.

El renacimiento italiano con sus papas, los Borgia, o sus artistas como Penventol, Cellini, nos muestra un amoralismo que nos deja estupefactos. La decadencia del imperio romano, con sus orgías, sus emperadores “marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos de la corte” es otra prueba de lo que venimos haciendo, que de estas épocas hayan surgido las tremendas morales de Savonarola y Calvino. La primera, el catolicismo de los primeros siglos, la segunda no hace mas que confirmar que la lucha contra el amoralismo oficial, decadente se han ido estructurando una nueva moral, que reflejan una nueva época y clase.

Los cros que captamos, principalmente pertenecen al estudiantado, vienen de una sociedad en quiebra, nauseabunda, con padres separados que se meten los cuernos, con amigos o conocidos que relatan orgías sexuales reales o imaginarias, con películas que se solazan en describir todas las variantes de perversión sexual, con la lectura diaria de la cantidad de marihuana o ácido lisérgico que consume la juventud norteamericana o europea, con películas pornográficas japonesas o suecas que superan todo hecho en la guerra por los franceses o alemanes, con pederastas o lesbianas, con crimen o asaltos varios, con delincuentes públicos transformados en grandes personajes que gozan de todos los favores y prestigios sociales con una escala aristocrática donde las artistas de cine y televisión, rodeadas de play boys, son el desiderátum de la moda, las costumbres, la moral con una frialdad entre los sexos en los países avanzados, donde se está produciendo la liberación de la mujer que preocupa a los sociólogos con la píldora como elemento fundamental de la liberación de la mujer. Estos compañeros llegan al partido de una sociedad totalmente corrompida, sin valores de ninguna especie, donde la familia, la amistad y las relaciones entre los sexos están totalmente en crisis. Esto no puede menos que reflejarse en las propias filas partidarias ya que no vivimos enlatados al vacío, sino dentro de esa sociedad.

Frente a esta situación, se impone que precisemos entonces, qué clase de moral tenemos e inclusive si tenemos alguna.

 

Cómo encararon teórica y prácticamente nuestros maestros el problema de la moral

El viejo en su conocido folleto “Su moral y la nuestra” dio los lineamientos generales de la moral revolucionaria. Combatiendo la concepción de la pequeña burguesía, principalmente la intelectual, que sostenía y sostiene que hay una moral por arriba de las clases que obliga a todos los hombres a respetar ciertos principios, deberes morales, reivindicó la relatividad del carácter de clase de nuestra moral, como de la moral en general.

Nada de principios absolutos, generales para la moral, la base de la nuestra es la revolución proletaria. Todo lo que la favorezca en nuestra conducta es moral, entra dentro de nuestros valores, todo lo que la debilita o vaya directamente en contra de la revolución, es inmoral. Estos principios nos obligan a plantearnos el eterno problema de los medios y los fines ¿Cómo sabemos que tales medios o actitud moral sirven a la revolución? “Los fines justifican los medios” decía la vieja moral de los jesuitas. Trotsky respondía “sí, siempre que los medios lleven a los fines”. Es decir, entre fines y medios hay una dialéctica ya que no todos los medios son viables, útiles. Mentirle al movimiento de masas no sirve para nada aunque se lo haga con las mejores intenciones ya que rebaja el nivel de comprensión de los fenómenos políticos y sociales por parte de los trabajadores. Es por lo tanto no solo un error político, sino una grave falla moral, pero un compañero que tiene una misión dentro de un ambiente enemigo tiene que mentir sistemáticamente, porque su mentira va en favor del desarrollo del partido y la revolución. Si por ejemplo un compañero, echado de la Kaiser de Córdoba viene a Buenos Aires a buscar trabajo, debido a que ha sido incluido en las listas negras de la patronal cordobesa, lógicamente no le dirá la verdad a los nuevos patronos “fui echado de la Kaiser porque era activista sindical”. Su mentira es válida, estrictamente moral.

Los intelectuales pequeñoburgueses asustados por los que dicen que hay un principio moral sagrado, “no mentir” por lo tanto ese compañero cordobés de ustedes —dice— es un inmoral de marca mayor, vive mintiéndole a todos los patrones de Buenos Aires, a quienes les pide trabajo. Este principio moral asentado por Trotsky, servir a la revolución como criterio básico, deja mucho el campo libre para la independencia y desarrollo personal en el campo de las relaciones entre los sexos, la familia y los otros compañeros. Las diferencias apreciables en la vida de relación de nuestros grandes maestros lo demuestra. No es un secreto que Marx tuvo relaciones personales que algunos críticos modernos consideran de “moral victoriana” fidelidad absoluta en el matrimonio, relaciones exageradamente serias con sus hijas, que noviaron y se casaron con todas las de la ley (inclusive la que se unió libremente a su compañero inglés que después se suicidó, también lo hizo en forma harto seria), aparentemente cierta actitud despreciativa frente a las relaciones de Engels con sus compañeras irlandesas, las dos hermanas que nunca visitaron a la familia Marx (aunque no me costa, se me ha dicho que Bernstein, en uno de sus libros comenta que en la casa de Marx eran muy mal vistas las relaciones de este con las irlandesas). Engels es lo opuesto a Marx. En lugar de una sola novia como este, que después fue su esposa, anduvo con un buen lote, “cuando la revolución alemana del 48 llegó varios días tarde a su cita porque había pasado por Isacia y Lorena a pie, donde había muy lindas mujeres y buenos vinos” fue su disculpa). Marx vivía asustado de las manías de Engels por la equitación y las “relaciones sociales”. Los chismosos europeos, que también los hay en gran cantidad, están muy preocupados averiguando si andaba con las dos hermanas al mismo tiempo. El viejo, comentando la correspondencia de ambos amigos, dice que surgen como maravillas humanas, principalmente Engels. Yo comparto esa opinión.

Entre Lenin y Trotsky hay diferencias parecidas a las existentes entre Engels y Marx respectivamente. Trotsky se casa dos veces y tiene relaciones serias, casi “victorianas”, según sus críticos de cocina europeos, Lenin, según insinúa Deutscher y aseguran los chismosos de turno, parece que tuvo algunas relaciones con sus ayudantes. Según los comentarios que corrían en Moscú a fines de la década del treinta, el secreto de la capitulación de su magnífica compañera, la Krupskaia, a Stalin, era del chantaje de que había sido objeto por parte de este chacal: si no capitulaba la denunciaría como que no había sido la compañera de Lenin y sacaría de su manga algunos de los amoríos de este para reivindicarla como tal. Por otra parte, Pola Negrí, en sus memorias que leí “no me las contaron”, relata que en Suiza, donde ella trabajaba en un cabaret o algo parecido, había intimado con un hombre de talla pequeña que había sido la persona más extraordinaria que había conocido en toda su vida. Esa persona era Lenin. Si esto fuera cierto y no una maniobra publicitaria de Pola Negrí, dudo mucho, que la amistad entre ambos haya sido justamente para jugar allateti.

Por un problema que Trotsky tuvo al final de su vida con su compañera, nos hemos enterado del tipo de relaciones que tenían. Parece que el viejo y la señora de Diego de Rivera habían simpatizado en demasía hasta provocar el enojo de la Vieja, esto provocó un emocionante cambio de cartas entre los dos viejos, don León le decía en su misiva que él jamás le había pedido rendición de cuentas sobre las relaciones de ella con su secretario durante la guerra civil, a pesar de las presunciones o comentarios de que tenían relaciones. Esto revela que Trotsky tenía el concepto de que cada uno de los cónyuges era libre de hacer lo que quisiera, sin tener que rendir cuentas al otro la independencia personal más absoluta. Dejando de lado que la Vieja aclaró el equívoco y la falsa versión o presunción y que el viejo no recibió más a la señora de Diego de Rivera, la posición que surge por correspondencia es contradictoria, porque si bien en ella Trotsky afirma que nunca pidió rendición de cuentas, de hecho en las dos cartas intercambiadas hay un indirecto y sutil intento de rendición de cuentas, de establecer relaciones francas, verdaderas, entre ambos y no de libertad individual total, absoluta y secreta.

De este somero resumen podemos sacar una conclusión, que nuestros maestros, dentro de la moral general que todos ellos observaron de desarrollar la revolución, tuvieron pronunciados matices diferenciales, inclusive contradictorios en la moral cotidiana con el otro sexo, la familia y los compañeros, provocados por razones de época, formación individual. La constatación de este hecho nos puede llevar a una conclusión apresurada y peligrosa que no hay ninguna relación entre la moral general revolucionaria y la que tenemos que emplear todos los días en nuestra vida de relación más íntima. Dicho de otra manera que no hay normas o líneas concretas en nuestra moral sino solo generalidades.

Creo que, por el contrario, este es un terreno, como tantos otros, que no hemos profundizado y que esa es la razón por la cual podemos sacar esa falsa conclusión. No es casual que en esta etapa de la revolución como de nuestro partido, empecemos a estudiar el problema, tratando de solucionar, de descubrir, las leyes que nos permitan sacar de la ley general de nuestra moral, que todo lo que ayude a la revolución y al partido revolucionario es lícito, las normas justas de actuación cotidianas principalmente en relación a los compañeros, nuestras familias y especialmente con el otro sexo.

 

¿Qué es la moral?

Para avanzar en este terreno debemos empezar por ponernos de acuerdo en que es la moral, qué significan los valores y deberes morales.

El hombre vive en sociedad, formando parte de agrupamientos humanos, clases, grupos, familias, naciones, barrios. Estas estructuras sociales para mantenerse y desarrollarse necesitan imponerle a los individuos que la forman una serie de normas, obligaciones que garanticen el logro de objetivos, como la solidez de esas estructuras. Esas normas que toda estructura social impone a sus individuos, las más abstractas, que estudia la ética y las más concretas, los deberes, que analicen o no la ciencia, la deontología o ciencia de los deberes. No quiero perderme en [...] de estos detalles que para nuestro caso son secundarios. Lo importante es comprender el rol social fundamental que cumplen las normas sociales: es el medio de garantizar que el individuo, presionado por los valores y deberes de su organización social; responda a la necesidad de ésta. Un ejemplo: un sindicato es una organización social, tiene por lo tanto normas y deberes morales para sus integrantes. Ellos, entre otros, son los siguientes: acatar siempre lo que por mayoría resuelven los obreros, ser solidario con todo personal en huelga, no carnear nunca. Estas normas garantizan la solidez, desarrollo y logro de los objetivos de la organización sindical. Si no existieran o si no se cumplieran, esa organización desaparecería a corto plazo. Estas normas morales se imponen por convencimiento de los individuos y por presión moral y hasta física de la organización social sobre ellos. Lo que caracteriza es la presión moral, es decir, la opinión colectiva de la organización.

Alrededor de este último aspecto, surgen los puntos de contacto y las diferencias entre el derecho y la moral. En un sentido, el derecho es la moral más un garrote, el del Estado o cualquier otra superestructura. Pero el derecho es mucho más que eso, ya que regula muchas más relaciones que la moral. Mientras ésta sólo da normas para la actuación individual dentro de la organización, lo jurídico da las leyes o resoluciones que tratan de reglamentar todas las relaciones existentes en la sociedad, entre las clases, los grupos, los individuos, de todos ellos entre sí, pero en beneficio de una clase y aplicado por un Estado al servicio de una misma clase. De ahí que el derecho utilice medios directamente compulsivos, la cárcel, las penas, propios de la fuerza del Estado, mientras la moral utilice la persuasión o el repudio moral, es decir de opinión de grupo.

Algo parecido ocurre con las costumbres. Todo agrupamiento social tiene sus hábitos de vida se saludan de tal forma, nosotros por ejemplo nos decimos “que tal compañeros”, otras organizaciones de izquierda “que tal camarada”, se hacen bailes o comidas, o ambas actividades a la vez, cada agrupamiento social tiene sus hábitos cotidianos de vivir, son las costumbres, hacen a la practica de existencia de ese agrupamiento. Estos hábitos o costumbres cotidianas son fundamentales para la subsistencia del agrupamiento, pero no hacen a la esencia de sus relaciones, las costumbres o algunas de ellas pueden cambiar sin afectar para nada el agrupamiento. También algunos individuos pueden ser raros, no saludar, “que tal compañeros”, sino “qué tal amigos y amigas”, va contra la costumbre pero no afecta para nada la estructura del agrupamiento, en este caso nuestro partido. Las costumbres son el elemento espontáneo del agrupamiento tomado en su promedio estadístico. La moral hunde sus raíces en las costumbres pero es bien diferente, no es toda la vida cotidiana como esta última, sino un aspecto privilegiado de esta, aquel aspecto que hace a la sobrevivencia de la estructura social de que se trata y por lo tanto con normas estrictas, severas, esenciales para ser aplicadas por individuos.

Se aclaran entonces los tres escalones de este aspecto de la vida social, las costumbres es lo espontáneo, lo general y lo cotidiano de la vida y praxis de todo agrupamiento social. La moral son unas reglas, normas, deberes, que garantizan la sobrevivencia, desarrollo y fines del agrupamiento social, a través de los individuos que lo forman. El derecho es una superestructura que tiende a reglamentar todas las relaciones, no sólo las excepciones y esenciales, como las morales, sino todas, desde las horas de reunión de un partido, hasta las relaciones entre las clases en el derecho público del Estado burgués.

Toda clase, organización social, tiene entonces sus costumbres, moral y derecho, nuestro partido, el partido bolchevique argentino, no es una excepción. Todos sabemos que tenemos nuestras costumbres, algunos parecen haber olvidado que también tenemos una moral y tenemos nuestro derecho (el estatuto).

 

La crisis de la moral burguesa

La burguesía, en su época de ascenso y plenitud, impuso una sólida moral. La base de esa moral estaba dada por las necesidades de la acumulación primitiva capitalista. La célula fundamental de ella era la familia patriarcal burguesa con muchos hijos y dominio absoluto del padre, los máximos valores eran los familiares, el futuro con afán de engrandecimiento condicionaba todos los valores morales. El ahorro, la frugalidad, la obediencia servil de los hijos y la mujer al jefe de la familia, la acumulación de un capital antes de casarse, lo que llevaba a que se casaran ya maduros, el casamiento arreglado entre las familias para que las hijas se casaran lo más pronto posible, niñas casi, para que no fueran una carga al proceso de acumulación, caracterizaba a esta moral. Como vemos, predominaban la organización familiar y una moral adecuada a esa organización, cuyo objetivo era la acumulación capitalista. Todo se lo sacrificaba al futuro, principalmente el presente, los hombres se casaban ya maduros porque habían sacrificado su juventud a la acumulación de la fortuna que les permitiera constituir un hogar burgués, con la marcha acumulativa asegurada. Primero la fortuna, después el casamiento era la regla moral, las niñas, por asegurar su futuro, eran obligadas a casarse con viejos que podían ser sus padres o abuelos, se les frustraba de por vida sus posibilidades instintivas con tal de asegurarles un futuro económico.

Entre esa moral oficial y las necesidades biológicas se producía una dicotomía, una grave contradicción, insoluble dentro de los marcos estrictos de aquella. De ahí que esa moral entrara en contradicciones con las costumbres, era hipócrita, ya que solucionaba o intentaba solucionar sus contradicciones por medios ocultos o hipócritas, para los hombres los prostíbulos, para los jóvenes, especialmente de la burguesía, las vedettes o “malas guías” como con gracejo las definían los franceses de fin de siglo porque la levantaban sus candidatos desde el escenario, o directamente la amante costosa. Para las pobres mujeres, condenadas a una moral oficial masculina, el encornudamiento de su viejo esposo o si las circunstancias se lo impedían el enamoramiento romántico, “imposible”, lleno de versos cursis, que escondían apariencias más realistas. Pero en general, la mujer burguesa estuvo condenada bajo esta moral a no satisfacer sus necesidades biológicas o culturales, ya que las tarjetas postales o los versitos del enamorado de turno no podían satisfacer esas necesidades apremiantes. En el siglo pasado y en gran parte del presente según los sexólogos, la mayor parte de las matronas de la burguesía morían sin haber conocido el acto sexual íntegramente y las que lo conseguían eran una excepción, que casi siempre se producía a una edad relativamente madura, después de los 30 años.

Paralelo a estos problemas morales y de costumbres, se fue produciendo otro a medida que la burguesía acumulaba la necesidad de gozar lo conquistado, la consecuencia de esto ha sido que las dos caras de la moral burguesa, la pública y la estricta, la hipócrita u oculta (el encornudamiento, la amante, los prostíbulos), el desarrollo capitalista le fue dando preminencia a ésta última. Esto significa que la necesidad de la acumulación primitiva dejaba paso a la ma ( ) normal, no acuciante de esa misma acumulación. Podríamos hablar de esas dos morales burguesas una, la de la acumulación primitiva, otra, la de la burguesía en su apogeo. La primera domina el futuro, todo o casi todo se lo sacrifica a él. El presente se esconde y se lo soluciona en forma clandestina. En su apogeo, se produce un bastardo equilibrio entre el futuro y el presente, la hipocresía se hace publica, la burguesía acepta gozar del presente sin renegar del futuro, pero las grandes contradicciones siguieron existiendo.

Los grandes descubrimientos de Freud no se los puede explicar si no se los enfoca como consecuencia de la observación de estas graves contradicciones de la moral predominante en su época. En Viena, Freud utilizó la ciencia para revelar la hipocresía de esa moral y el lado oculto de ella, lo biológico, este siglo es el de la decadencia de la burguesía, con ella cae a jirones su moral, esta entra dentro de una crisis tan brutal como el régimen que la sembró.

La familia patriarcal burguesa de la etapa del ascenso, desaparece, se rompe, para dar lugar a las relaciones entre los sexos y los miembros de la familia anárquica, crítica, donde el elemento fundamental es la transformación de cada individuo engazador del mundo y del otro sexo. Es que esta moral refleja el paso de la acumulación capitalista desesperada al intento de la burguesía de gozar del presente. Es la putrefacción del individualismo burgués llevado a sus últimos extremos, el de las relaciones personales y sexuales. Los sectores más cultos, rebeldes o desclasados de la propia burguesía, apelan, impúdicamente a una vuelta a lo biológico, o inmediato, es decir el abandono de toda moral, de toda perspectiva para el futuro. El sicoanálisis se pone de moda con los años 20, principalmente en los EE.UU. Todo lo espontáneo y las necesidades biológicas encuentran justificación y explicación en el sicoanálisis, todo está bien y permitido, el pasado y lo biológico. Todo lo justifican y lo explican Una clase sin futuro, lógicamente tendría que caer, como todas las clases que en la historia perdieron todas sus perspectivas, a un amoralismo.

Pero la putrefacción moral de la burguesía tenía que avanzar aún más. Con el neocapitalismo, con control de los mercados por los grandes monopolios que lo caracterizan, por la manipulación de los consumidores a través de la propaganda, la pérdida de la moral ya es total, ni siquiera es un amoralismo, ya que se transforma en un consumo, en hatos, reflejos condicionados, solucionados por los grandes monopolios. Ya la moral, o falta de moral nada tiene que ver con personas de carne y hueso, sino con objetos o personas-objetos. Hasta las necesidades biológicas más primarias son manejadas, manipuladas por los que controlan el mercado que rebajan así la moral a una rama más del mercado monopolista. La vida se vuelve aburrida, la moral ha desaparecido, ya no son deberes que los hombres se imponen a sí mismos para defender una estructura social, sino reflejos condicionados, costumbre, satisfacciones por esos reflejos de necesidades biológicas o sociales. Entramos en una época de falta de moral o de una ética congelada.

A esta moral de la burguesía en decadencia, se la combina con sus rasgos característicos, la otra moral, que es su sombra rebelde, en un sentido su verdadero rostro, la moral de los sectores desplazados de las grandes ciudades.

 

 

La moral lumpen

En las villas miserias de esta etapa neocapitalista se congregan multitudes que están relativamente al margen del mercado capitalista; su ligazón con él, con su fetiches, es mucho menor que de los otros consumidores, su régimen de vida es inestable. Son grandes concentraciones de desclasados, lúmpenes. Muchos de ellos se transforman en obreros, otros no; pero el elemento determinante está dado por esa caracterización. Los cros. que han trabajado sobre la huelga portuaria conocen en carne propia la verdad de lo que estamos diciendo, qué moral tienen estos conglomerados.

No necesitamos investigar mucho, hay un magnífico libro que no solo ha estudiado una familia de este conglomerado sino que ha sacado algunas conclusiones significativas. Me refiero a “Los hijos de Sánchez” de Osear Lewis. El autor, después de señalar que las conclusiones pueden aplicarse a las grandes ciudades, dice lo siguiente: “Otros rasgos incluyen una fuerte orientación hacia el tiempo presente, correlativamente poca capacidad de posponer sus deseos y de planear para el futuro, un sentimiento de resignación y de fatalismo basado en las realidades de su vida”. “Los miembros de la clase media y esto incluye por supuesto a la mayoría de los investigadores de las ciencias sociales, tienden a concentrarse en los aspectos negativos de la cultura de la pobreza y tienden a asociar valencias negativas a rasgos tales como la orientación centrada en el momento presente, la orientación concreta versus la abstracta. No pretendo idealizar ni ornamentizar la cultura de la pobreza. Como ha dicho alguien “Es más difícil alabar la pobreza que vivirla”. No obstante no debemos pasar por alto alguno de los rasgos positivos que pueden surgir de estos rasgos. Vivir el presente puede desarrollar una capacidad de exportar, de goce de lo sensual, la aceptación de los impulsos, que frecuentemente está recortada en nuestro hombre de la clase media, orientada hacia el futuro. El uso frecuente de la violencia significa una salida fácil para la hostilidad de modo que los que viven en la cultura de la pobreza sufren menos la represión de la clase media.

Lewis le ha puesto un nombre muy de la sociología norteamericana a este fenómeno: cultura de la pobreza, aparentemente no tiene nada que ver con las categorías marxistas, es una definición por lugar de vivienda. Pero Lewis es un extraordinario observador además de estudioso. Esto lo lleva a hacer marxismo y del bueno: la cultura de la pobreza, nos dice, sólo tendría aplicación en las gentes que están al fondo mismo de la escala socioeconómica los trabajadores más pobres, los campesinos más pobres, los cultiva dores de plantaciones y esa gran masa heterogénea de pequeños artesanos y comerciantes a los que por lo general se alude como el lumpen proletariado”. Y para que no nos queden dudas de que se trata de la moral y cultura de los lúmpenes, nos aclara, “me gustaría distinguir claramente entre el empobrecimiento y “la cultura de la pobreza”. Y rematando a sus conclusiones nos dice: “cuando los pobres cobran conciencia de clase se hacen miembros de organizaciones sindicales o cuando adoptan una visión intemacionalista del mundo, ya no forman parte de la cultura de la pobreza; aunque siguen siendo desesperadamente pobres”. Lewis no sabe que afiliados con nuestro partido, a nuestra internacional, hay canallas, llamémosle así, ya que no son imberbes militantes, que están en la cultura de la pobreza, en la acepción de Lewis, no tienen ninguna “capacidad de posponer sus deseos”. Pero esta excepción no anula la correcta definición del autor que no tiene por qué conocer los procesos excepcionales y degenerativos.

 

 

La rebelión burguesa y pequeñoburguesa contra su moral:
El existencialismo y el espontaneísmo

Dado el objetivo específico del libro de Lewis, este no saca todas las conclusiones generales de algunas de sus observaciones más importantes: inclusive entra en contradicción aparente en alguna de ellas. Lewis intuye que la cultura de la pobreza, del desclasamiento, la lumpenización, con todos sus valores morales no es propia solamente del lumpen tradicional, sino que todas las clases pueden lumpenizarse. Por ejemplo, subraya “la cultura o subcultura de la pobreza nace de una diversidad de contextos históricos, es más común que se desarrolle cuando un sistema económico social estratificado atraviesa por un proceso de desintegración o de substitución por otro, como en el caso de la transición del feudalismo al capitalismo, o en el transcurso de la revolución industrial”. Directamente no liga en este caso la cultura de la pobreza al bajo nivel económico social, sino a una etapa de transición, que provoca desclasamiento, aunque él no lo dice así.

Esto se ve confirmado por la contradicción formal en que cae al señalar opuestas a la cultura de la pobreza, en nuestros términos lumpen, con la de la clase media, pero a la pasada da la mejor definición que conozco del existencialismo como corriente filosófico-social: “Quizá esta realidad del momento (presente) la que los escritores existencialistas de clase media tratan de recuperar tan desesperadamente, pero que la cultura de la pobreza experimenta como un fenómeno natural y cotidiano”.

Es que Lewis no sabe que la clase media, como toda clase, tiene sus estratos y una dinámica. Justamente, la clase media, desde la primera guerra mundial en algunos de sus estratos, enferma cada vez mayoritaria desde la segunda guerra mundial, se encuentra con que no tiene futuro, que la sociedad imperialista o neocapitalista los condena al presente de una vida automatizada por los reflejos del mercado, al irracionalismo de la vida bajo el capitalismo, es decir, los condena a no tener futuro y por lo tanto a no tener moral. Se produce entonces una rebeldía dentro de los propios marcos burgueses contra los valores de la burguesía en nombre de sus propias categorías, tanto el surrealismo como el existencialismo reflejan esa situación sin salida de estratos muy importantes de la pequeña burguesía. Pero intelectuales pequeñoburgueses, al fin, su rebeldía consiste en llevar los principios burgueses y pequeñoburgueses hasta sus ultimas consecuencias La libertad individual como opción es una de las categorías morales principales del existencialismo, es decir, el principio de hacer lo que uno quiera. La satisfacción de las necesidades más primarias, lo inmediato, lo biológico es la otra reivindicación, la vida, la existencia. El individualismo es la tercera categoría. Es una filosofía y moral de la pequeña burguesía lumpenizada, desclasada, sin perspectivas, que se refugia o busca desesperadamente en lo biológico y en el individuo una tabla de salvación. Su moral es el amoralismo, ya que poner como suprema norma el satisfacer y optar individualmente es eliminar el elemento fundamental de toda moral, la relación de necesidad entre el grupo y el individuo que forma parte de él. Esta última posguerra explica el auge y apogeo del existencialismo, cuando todavía la Europa capitalista no había logrado recuperarse y el stalinismo frustraba la perspectiva revolucionaria. Entre los dos fuegos de la decadencia total de la sociedad capitalista europea y el oportunismo de los grandes partidos de masas, surgió una tercera vía, la del individualismo más extremo, la del existencialismo, la de la conceptualización filosófica y moral, la de la rebeldía de esa pequeña burguesía junto con el desclasamiento.

Pero seamos claros, la rebeldía llega a formular el aparato conceptual de los lúmpenes, redescubre la moral lumpen, sin la riqueza espontánea de éstos, con el pecado original de ser intelectualizada. Mientras los lúmpenes son individualistas al extremo, gozadores de la vida y de todos sus impulsos, vividores del presente, que viven optando “libremente” negándose a la necesidad, aunque ésta termina siempre imponiéndose, (los manda a la cárcel o les incendia la villa miseria), directamente sin programa, línea expresa, son así porque lo son y basta Los existencialistas hacen un programa y una filosofía de ese amoralismo e individualismo. Es su miseria y su talón de Aquiles elevar a una religión lo que en los lúmpenes es su vida Por otra parte, es muy profundo el proceso porque refleja la lumpenización de sectores de la pequeña burguesía producida por las propias crisis de la sociedad burguesa.

 

El espontaneísmo

La pequeña burguesía desclasada de la última postguerra fue asimilada por el “milagro europeo”, es decir, por el neocapitalismo. Encontró un futuro en la “forma de vida norteamericana”, los automóviles, refrigeradoras, departamentos y vacaciones. El existencialismo desapareció, quedó como el surrealismo de la anterior guerra, relegado en el desván de las curiosidades filosóficas o morales.

Pero dentro del neocapitalismo, la pequeña burguesía, el estudiantado como reflejo de toda la sociedad, iban a sufrir tanto o más, aunque en forma diferente, que durante la posguerra La alienación, la proletarización, la venta no solo de su fuerza de trabajo sino de su personalidad, la falta de perspectivas científicas y humanas para los estudiantes dentro del neocapitalismo, provocaron una nueva rebelión con características comunes y con diferencias pronunciadas con las de sus padres, abuelos, los surrealistas y existencialistas, el espontaneísmo, de las grandes rebeliones estudiantiles, de los años 68.

Antes que nada esta no fue de pequeños estratos, los intelectuales u otros sectores de poca significación numérica sino de grandes masas estudiantiles acompañadas por sectores de la juventud obrera, como en mayo del 68 en Francia. Es un movimiento mucho más progresivo que los anteriores porque no es solo una rebeldía individual llevada hasta los extremos de atacar todos los tabúes y valores presentes y pasados de la sociedad burguesa en nombre de una moral de desclasados, sino un movimiento que tiende a ser de masas. En la realidad se ha dado el proceso intelectual que sufrió Carlos Astrada, el gran filósofo argentino. Este comenzó como convencido existencialista para después superar el existencialismo en un punto de individual lo transformó en colectivo, de masas. Aceptaba todas las categorías existencialistas, opción, existencia o vida, libertad, pero negaba la del individuo, él creía que todas esas categorías se daban ligadas a los grandes grupos humanos, incluso las clases. Había opciones y existencia de las clases. Su próximo paso fue aceptar que el determinante era el mundo de la necesidad, el salto del existencialismo al marxismo. Salto, entre paréntesis, que nuestro partido le ayudó a pegar. Esto es lo que ha ocurrido con los intelectuales, los estudiantes y sectores de la clase media de los grandes movimientos del 68 Aplicaron los conceptos de Astrada a la realidad, eso es el espontaneísmo.

Este paso del existencialismo al espontaneísmo sólo se le puede comprender por la existencia del neocapitalismo. Este con sus grandes monopolios que controlan no sólo el mercado sino toda la vida contemporánea con sus agencias políticas y sindicales, los grandes partidos y sindicatos que controlan el movimiento de masas, al servicio del Estado y los grandes monopolios, aunque se llamen comunistas, cuya función es castrar todo movimiento o acción de las masas, ha provocado una reacción comprensible en la juventud, el repudio a todo intermediario en la juventud, el repudio a todo intermediario organizador del movimiento de masas, que estas espontáneamente hagan lo que quieran, la acción por la acción misma, que todavía no se hayan elevado a la comprensión que lo que hay que cuestionar son las organizaciones y los intermediarios del movimiento de masas, que se tratan y necesitan partidos, sindicatos, soviets, guerrillas revolucionarias que le disputen ese rol de intermediarios a las organizaciones enfeudadas a los monopolios, es lastimoso, pero es un hecho comprensible. El espontaneísmo es el repudio a esas organizaciones traidoras sin haber encontrado todavía el camino. Como tal es muy progresivo. Cuestiona a las organizaciones oportunistas y reivindica las acciones del movimiento de masas.

En el terreno moral ese espontaneísmo no es tan progresivo, por el contrario, es una recaída en el existencialismo, por una razón sencilla al contrario de la política que coordina y da objetivos a las acciones del movimiento de masas, la moral regla las relaciones del individuo con su grupo, siempre son normas para ser aplicadas por individuos. De ahí el espontaneísmo, la acción por la acción misma, en el terreno moral, nos lleve de la mano al amoralismo, a la moral del individualismo, de las opciones, de “hacer lo que tengamos ganas ', de no tener normas. Este no tener normas en política en este momento de sofocante predominio de los grandes aparatos burocráticos es positivo, no tanto en el terreno moral o por lo menos no es superior a los aspectos progresivos, de reivindicación de la inmediatez contra los tabúes y normas de la burguesía que ya tenían las morales anteriores surrealistas y existencialistas. Es una reacción en ella. Por lo tanto, no supera los marcos de una rebeldía dentro de las propias estructuras burguesas.

Una prueba concluyente de todo esto, cómo la burguesía se cae a pedazos y cómo el espontaneísmo moral es en última instancia como definía Lenin al anarquismo, liberalismo burgués con 40 grados de fiebre, lo da un hecho sintomático, el programa moral del ala izquierda de la juventud conservadora británica.

De casualidad leo un artículo en el Daily Telegraph de septiembre 25 de 1969. El tema me pareció en un principio poco interesante ¿cómo son los jóvenes conservadores? por un tal T. E. Utley. Después de señalar que es un “serio movimiento de masas que crece con inmensa velocidad” continúa en otra parte diciendo cuál es su programa, “hay, por otra parte, minorías ruidosas, tal como la representada por la capacitada y estridente joven pareja Erik y Linda Chalkker de la juventud conservadora del gran Londres”. “Estos jóvenes conservadores han preparado un “pliego de condiciones” (Bill of right) con quince libertades que incluyen la “libertad de expresión sexual” y “libertad para tomar drogas adictas”, “estos jóvenes conservadores exigen una legislación liberal muchos de cuyos aspectos son la aplicación en la esfera moral de los principios económicos”, la prueba concluyente de lo que hemos venido diciendo los jóvenes conservadores llevando al absurdo las libertades burguesas llegan a tener un programa moral igual a los espontaneístas y existencialistas. Desgraciadamente, también, igual programa moral personal de algunos compañeros relevantes del partido. Esta moral es hermana siamesa a la de la cultura de la pobreza. Nada de esto quiere decir que en forma absoluta este programa moral, inclusive de los jóvenes conservadores, no pueda ser útil a la revolución en un momento determinado como ya veremos en otro capítulo de este trabajo. Pero, lo que sí podemos ya afirmar es que si algún viejo camarada o algún dirigente tiene esta misma moral, en él es un proceso claramente degenerativo, de una moral bolche y prole a lumpen, en donde se encuentra con los sectores desclasados de todas las clases aportando él, el desclasado del movimiento marxista, no por eso o quizás por eso el único repugnante y canallesco.

 

 

La moral guerrillera

Contra todas esas morales y políticas de la descomposición, del cambio, de la transformación, del vacío, de la falta de política y de moral se ha levantado en esta posguerra la moral guerrillera, y conciencia de los deberes que nos debe hacer meditar muy mucho, porque es tan objetiva, es decir, su existencia como todas las que hemos relatado, se puede contar y hasta tocar.

A pesar que los espontaneístas se reivindican y defienden los movimientos guerrilleros, están a años luz, en las antípodas del programa y la moral guerrillera, aunque profundas razones de clase hacen que tengan puntos en común, su carácter no proletario.

La guerrilla no es una lucha esporádica, sino todo lo contrario, una guerra larga que exige una disciplina y organización férrea. Es la negación del espontaneísmo, justamente la máxima expresión de lo organizado, de lo antiespontáneo. Es una guerra con miles de combates, como tal tiene una moral adecuada a esas necesidades. Su moral es tan severa como su organización y tan sacrificada como su lucha. Todo lo inmediato, como lo sexual, la alimentación, como todas las necesidades culturales inmediatas y mediatas, son sacrificadas a las necesidades de la lucha armada, el factor decisivo que constriñe o media todo, incluso la moral.

Al canalla de turno que anduviera haciendo espontaneísmo moral, al que dijera o hiciera las monstruosidades que se me escribieron, en la guerrilla, se le fusila. Todos los deseos, necesidades, se supeditan e inclusive se postergan a las necesidades de la lucha guerrillera.

Pueden pasar años que no tengan relaciones sexuales, acosados en el monte por las fuerzas enemigas y, cuando encuentran a las campesinas, tienen prohibido tener relaciones con ellas. Pueden estar muertos de hambre pero tendrán que aguantarse esas necesidades fisiológicas de cualquier orden, antes de robarle, saquearle algo al campesino. Su compañero caerá herido en la emboscada enemiga, deberá quedarse al lado del compañero para arrastrarlo mientras está vivo fuera de la emboscada, a riesgo de la propia vida. La vida del compañero vale mucho más que la de él, porque él está sano y puede salvarse y el compañero más herido, pero la moral guerrillera exige que ningún guerrillero caiga vivo en manos del enemigo para evitarle las torturas.

Esta moral guerrillera ha llevado hasta los últimos extremos la liquidación o castración de lo inmediato y de lo cultural en beneficio del futuro, de la lucha, de la guerrilla. Gracias a este sentido del deber como uno de sus principales elementos, ha podido triunfar. Ha negado todas las necesidades humanas para imponer la máxima necesidad, la de la revolución y la guerra civil contra los explotadores.

Hay elementos o a veces una línea sectaria en esta moral guerrillera, hay reminiscencias del puritanismo. No es casual, ya que la moral guerrillera sintetiza muchos elementos superándolos, de las anteriores morales progresivas, revolucionarias, desde el cristianismo antiguo hasta el puritanismo, la negación de lo inmediato y de las otras necesidades humanas en aras de lo principal.

De esta moral podemos decir lo mismo que dijimos de su máximo exponente, el Che Guevara, puede tener errores, tiene errores, no es la solución equilibrada, total, mediado el problema, pero, esencialmente, es la máxima expresión objetiva, en esta posguerra, de moral revolucionaria. La única coexistente con la nuestra, que todavía no tiene mayor peso objetivo.

Por fin, después de las canalladas habituales en un sector del partido, de la falta de moral de todas las corrientes burguesas, pequeñoburguesas y lúmpenes que hemos estudiado hemos arribado a un puesto seguro, a una moral revolucionaria, como lo había pergeñado Trotsky todas las acciones están supeditadas al triunfo de la revolución. Nuestra moral es la negación de todas las otras, aunque puede tener puntos comunes con alguna de ellas en determinados momentos, pero es prima hermana de la moral guerrillera. Ya pisamos tierra, entramos en el camino de la revolución, de su política, mística, teoría y moral. Ya salimos de las catacumbas, v eso es lo importante ¡Qué bien hace el aire fresco!

 

 

II

Cómo encaramos el problema moral

 

Hemos terminado la primera parte de nuestro trabajo rindiendo nuestro homenaje a la moral guerrillera. Cuando hemos criticado a las otras morales hemos señalado, a la pasada, que en algunos puntos y en determinados momentos podemos coincidir con la moral espontaneista, sin dejar de criticarla. Se trata de ver por qué razones y con qué métodos encaramos nuestro análisis del problema moral que explique estas contradicciones formales.

La clave de todo nuestro análisis y las soluciones que propugnaremos radican en el hecho que para nosotros la moral es relativa y adecuada a determinadas relaciones objetivas entre los hombres. De esas relaciones creemos que hay una que es privilegiada la relación como militantes del partido. Pero que sea privilegiada no queremos decir que sea única, que es la única relación en tanto que hombre, miembro de una clase, obrero o estudiante de tal fábrica o de tal facultad, novio o esposo de tal mujer, socio de tal club y miembro de tal familia, afiliado a tal sindicato, activista de una huelga, establecemos una multitud de relaciones y formamos parte de una serie de estructuras sociales. Concretamente el militante no es sólo militante, homus politicus, sino hombre de tal sociedad y ubicado en tales sectores.

Esto crea una situación contradictoria, ya que hay tantas morales como estructuras sociales existen, según hemos visto anteriormente. Es la principal contradicción que sufrimos en este aspecto de nuestra vida y conducta, la presión de morales distintas sobre cada uno de nosotros.

A la solución pluralista del problema, que cedamos a la moral de cada uno de esos sectores, nosotros respondemos con una solución unitaria de esas contradicciones-presiones. Todas ellas deben ser mediadas por la moral y nuestra condición de militantes, estudiantes-militantes, obrero-militante, etc. Todas nuestras distintas ubicaciones con sus presiones morales y de las otras las combinamos y tratamos de lograr una síntesis, en ese caso moral, con nuestra condición de militantes.

Nuestra intervención en la vida de la sociedad tiene tres niveles, podríamos considerar quizás cuatro. Una es en las estructuras objetivas, externas al partido ya nuestro circulo la clase, el sector, la vecindad, el sindicato, la tendencia sindical o artística a la que pertenecemos. La otra, la privilegiada, es nuestra pertenencia a la estructura partidaria. La última, son las relaciones intimas con nuestros amigos, compañeros, familia, etc, incluyendo las relaciones con nosotros mismos como individuos biológicos y culturalmente condicionados. En cada uno de esos niveles y sectores se debe establecer una solución dialéctica del problema, como el que encontramos para el hombre militante. Es por otra parte la misma cuestión vista desde otro ángulo.

Entre todos esos niveles, que van de lo mas objetivo a lo más íntimo y subjetivo, hay una relación dialéctica, todo está mediado por el nivel partidario, base, principio y fin de toda nuestra conducta, incluida la moral, en todos los niveles. En la clase tanto como en el sindicato o en la vecindad, actuaremos como militantes del partido y tratando que nuestra actuación, incluida nuestra actitud moral, ayude al desarrollo del partido y la revolución. Lo mismo en el terreno más subjetivo, personal, nuestras relaciones íntimas. El gran mediador de nuestra moral, en sus distintos niveles, es el partido. Esto no quiere decir que no haya tensiones, contradicciones agudas a veces. Justamente cuando decimos mediador queremos decir que hay una relación dialéctica, es decir, contradictoria entre los distintos niveles que deben ser sintetizados por la moral y la conducta como militante del partido.

 

Nuestra moral frente a la clase obrera, las otras clases explotadas y las luchas del movimiento de masas

Las clases explotadas, nuestra clase obrera entre ellas, tienen de acuerdo a su nivel de conciencia y organización, distintas morales. Es muy distinta la moral de un gremio que viene de obtener muchos triunfos a través de grandes luchas, a la de otro gremio que ha soportado derrota tras derrota. Lo mismo en relación a los campesinos de una región a otra.

Las diferencias morales, como también ideológicas, organizativas y políticas entre el guerrillerismo y el espontaneísmo obedecen a esas razones objetivas, el distinto nivel de sus luchas como de su conciencia. Mientras el espontaneísmo refleja a la primera gran oleada del ascenso del movimiento de masas en Europa Occidental, después de casi dos décadas de estancamiento y retroceso, el guerrillerismo refleja una situación prerrevolucionaria, una conciencia y organización que se lanza a la guerra civil, la máxima expresión de la lucha de clases. El primero, por el contrario, expresa solamente las primeras etapas de la lucha. De ahí sus profundas diferencias y la proximidad entre el guerrillerismo y nosotros en el problema moral como frente a otros problemas, sin llegar a ser lo mismo. Esa proximidad está provocada por nuestro acuerdo en la continuidad y organización de la acción revolucionaria, de los métodos de guerra civil. Después de ese acuerdo, nuestras diferencias en todos los terrenos se acentúan.

La moral de nuestra clase obrera, por ejemplo, es muy distinta tanto al guerrillerismo, como al espontaneísmo. Su nivel de conciencia y organización ha sido, sigue siendo en gran medida, esencialmente sindical. Ha desarrollado una moral adecuada a su conducta de varias décadas alto grado de disciplina sindical, apoyo y sacrificio por sus organizaciones sindicales y todas las otras características de la moral sindicalista. Tiene muy poco de guerrillerista y espontaneista, aunque ahora algunos sectores juveniles, ligados a la vanguardia del movimiento estudiantil, comienzan a tener otra conducta y lógicamente otra moral que se aproxima objetivamente a ciertas características espontaneístas y guerrilleristas y que pueden ser caldo de cultivo para la desviación guerrillerista urbana.

Como militantes y como partidos nacionales de un partido mundial, no podemos dejar de militar en esos movimientos, al nivel que se den, observando su moral. Pero nuestra actuación política y moral tiene un objetivo, mostrar que la nuestra es superior, tender a elevarlos no solo políticamente, sino también moralmente. Para ello se impone que seamos los mejores en la propia moral de ellos. Esto ya lo dijo Trotsky en una famosa fórmula debemos ser el mejor soldado, obrero, activista sindical. En la sencillez de ella hay sintetizado todo lo que venimos diciendo, somos los mejores en la moral de la clase explotada en todos sus niveles desde los más bajos hasta los más altos. En las fábricas los vagos están mal vistos, van en contra de la moral de los sectores obreros más responsables, mejores Trotsky sacó una conclusión moral lógica, tenemos que ser los mejores obreros, los que más trabajamos, para ser los que mejor representamos la moral de ellos. Si en un momento determinado de la lucha de clases un sector importante del movimiento considera que no hay que producirle nada al patrón, nosotros cambiaremos de raíz nuestra moral y dejaremos de ser el mejor obrero para transformarnos desde el punto de vista productivo en el peor. La forma de nuestra moral habrá cambiado, pero su contenido y objetivos no, ya que seguimos siendo los mejores representantes de la moral de la clase obrera o de los explotados a su nivel.

Pero si nuestra moral quedara allí estaríamos haciendo seguidismo moral. Nuestro objetivo moral es establecer un puente desde esa conducta moral común hacia nuestra moral. Cada militante del partido no solo tiene esa moral, sino que la combina con la partidaria y, por lo tanto, en cada momento trata de superar, principalmente, esa moral sindical o de base obrera, hacia una moral superior, de clase e intemacionalista Seremos no solo los mejores obreros, los activistas sindicales más disciplinados, sacrificados y luchadores, si no también los que plantearemos que hay que parar por el Che Guevara, y que hay que ser solidarios moralmente con los guerrilleros vietnamitas o nuestros propios mártires. Es que cada uno de nuestros militantes refleja moral y políticamente al partido en su conducta diana y no solo al sector de clase al cual pertenece.

 

Nuestra moral frente al partido

Llegamos así de la moral que tenemos en nuestra vida exterior objetiva, a la partidaria Esta es la decisiva, ya que como hemos visto anteriormente, la moral y la política del partido es la intermediaria de todas nuestras acciones. Toda nuestra moral, tanto objetiva como subjetiva esta condicionada por nuestra condición de militante del partido.

La obligación moral número uno, es fortificar el partido, responderle con la propia vida, considerar el deber moral más sagrado, valga la expresión en este caso, la vida partidaria y el desarrollo de la organización. Todos los sacrificios son pocos vivimos por y en el partido.

Este planteo tiene su reflejo en nuestras relaciones morales con los compañeros del partido. Con un camarada del partido se establece una relación moral de tipo único, nueva, no conocida por ninguna de las mora les tradicionales, que llevaron a lo máximo las sectas religiosas revolucionarias o en las relaciones familiares de la burguesía en la época del ascenso. El principio es que nada hay superior como individuo que un camarada del partido.

Es el principio superior de nuestra moral en este terreno de las relaciones personales dentro del partido. Por lo tanto le debemos franqueza, la sinceridad más absoluta salvo por razones de seguridad del propio partido. Pero mucho más que ello, el camarada del partido merece todos los cuidados y consideraciones. No hay ni puede haber sacrificio en favor del camarada que no hagamos. Somos, debemos ser, mucho más que su familia, hermanos, hijos o padres en la etapa de ascenso de la moral familiar. Por el compañero del partido se arriesga la vida, se hace cualquier sacrificio. El principio moral es que la vida, la moral, la conciencia y el propio cuerpo físico del camarada del partido valen mucho más que uno. Es una relación abstracta concreta de tipo personal única, justamente lo que la hace superior a todo lo conocido hasta la fecha. Los camaradas del partido en su amplia mayoría no se conocen, pero las obligaciones morales no son por ello menos perentorias, son compañeros y basta, todo lo dicho anteriormente sobre nuestros principios valen. Un camarada boliviano perseguido por la represión llega a nuestro partido y cada uno de nosotros se jugará la vida, si es necesario, para protegerlo, aunque jamás haya oído hablar de él. A nivel interpersonal este deber moral es la otra cara del principal deber moral a nivel de todo el partido, fortalecerlo, desarrollarlo. Esto no se lo logra sólo con una buena línea política, sino, en forma concreta, levantando y fortificando, salvaguardando y enriqueciendo la moral, el físico, la personalidad, el nivel de los compañeros del partido. Nuestra obligación moral es hacer todos los sacrificios para lograrlo.

Por eso nuestro acuerdo de principio con la moral guerrillera, ese alto nivel de la lucha de clases, respecto al camarada de lucha. Opinamos a ese respecto, lo mismo que ellos, con la diferencia que ellos aplican en forma específica, en relación fundamental a su vida y su cuerpo, dado el carácter unilateral de su lucha, mientras nosotros lo desarrollamos en relación a todos los aspectos de la personalidad de los compañeros.

 

Nuestros deberes frente a la amistad, el amor, la pareja y la familia como retaguardia del partido

Si la vida en el mundo y dentro del partido nos impone obligaciones morales específicas, lo mismo ocurre con las relaciones subjetivas, íntimas, y al mismo tiempo más concretas la amistad, el amor, la pareja y la familia. Estas son nuestras relaciones diarias, concretas, de persona a persona Son las relaciones sociales más atomizadas, pero no por ello dejan de tener como toda relación social, su moral. Esta también es mediada por la condición de militantes, pero con sus características específicas.

Antes que nada esas relaciones no tienen por qué ser relaciones entre militantes. Aunque esto puede provocar, mejor dicho provoca, situaciones conflictivas, estas pueden superarse, inclusive logrando que el polo no militante de la relación se transforme en militante rompiendo la relación o logrando un equilibrio relativo. Cada una de estas relaciones tiene sus obligaciones morales bien precisas. Todas ellas se caracterizan por establecer relaciones que ligan lo individual, cultural y en algunas de ellas lo biológico. Por eso es el sector más alejado de la macro sociedad, como dicen los sociólogos. La relación no es esencialmente política, como en el partido, ni las relaciones objetivas que se nos imponen, como la de la lucha de clases.

La primera de estas relaciones es la de la amistad. Es la de un militante con otro militante o con quien pueda no serlo. Esta relación se establece por un pasado, afinidades, afanes o actividades comunes, muchas veces por una combinación de todos estos factores Se logra así un vínculo mucho más estrecho y concreto que el existente entre militantes. Si la amistad entre éstos, el ideal moral, es la relación ya histórica entre Engels y Marx. Todo lo que hemos dicho sobre las relaciones de compañerismo dentro del partido adquieren aquí una nueva dimensión, porque ya no solo la vida y personalidad del otro es mucho más que la de uno, sino que sus propios problemas personales, sus afanes, o muchos de ellos valen tanto o mas que los nuestros, se establece un vínculo de afanes, preocupaciones comunes, a todos los niveles, que obligan casi al considerar al amigo, el otro de uno y al mismo tiempo, más que uno. He dado el ejemplo de Marx y Engels, pero podría dar a nivel partidario la relación entre dos camaradas amigas que es un magnífico ejemplo de lo que vengo diciendo. En no tener secretos para el amigo, el consultar y resolver juntos los problemas más íntimos, es una de las obligaciones morales principales.

El amor es un escalón superior de las relaciones interpersonales, ya que complementa o enriquece la amistad en su nivel más alto, con las afinidades sexuales y sentimentales.

Si no se da a nivel de militantes puede ocasionar contradicciones parecidas a las existentes entre los amigos que están en la misma situación. Pero si es entre militantes me da pena no ser un buen escritor para reflejar en todo su vuelo lo que ello significa de hermoso, profundo, valedero. Creo que aquí empezamos a lograr las más altas relaciones interpersonales que ha dado la historia, porque el amor entre compañeros, supera todos los niveles de esa categoría humana que recién fue descubierta en la Edad Media y que ha tenido un desarrollo azaroso a través de la historia.

En nuestro movimiento, gracias a él, esta categoría puede lograr su pleno y total desarrollo. Es una unidad, equilibrio muy delicado de tipo biológico, sentimental, intelectual, personal y político partidario. La principal obligación moral frente al amor es ser consciente que se lo construye permanentemente, que no es algo estático, sino dinámico, una unidad dinámica que siempre se está desarrollando.

Tenemos frente a él todas las obligaciones de la amistad, con los agregados sentimentales y sexuales individuales, que nos plantea el carácter especifico de esta unidad. Pero el amor es un equilibrio delicado, como ya hemos dicho. Cuando se solidifica surge la pareja y la familia, como una estructura mucho más sólida.

La pareja es la estructura monogámica a la cual le da basamento el amor. La pareja es el ideal como moral y estructura interpersonal, la máxima expresión. Es el surgimiento de una unidad que fortalece y estabiliza a los dos componentes que multiplican sus fuerzas como consecuencia de esa unidad superior. Las obligaciones morales entre los miembros de la pareja son casi totales. Es la síntesis de todas las otras obligaciones morales interpersonales, pero enriquecidas y profundizadas. La familia, los hijos, es la ampliación de esta pareja, y plantea problemas de otro tipo que sería largo analizar aquí.

Todas estas estructuras si son auténticas, fortifican la militancia partidaria, porque fortalecen la personalidad y el desarrollo del militante, qué mejor que tener una compañera estable, militante, totalmente integrada con uno, que nos permite consultarle todos los problemas, como ella hace con nosotros, que nos permite tener solucionados todos los problemas individuales, de todo orden, desde los biológicos a los culturales, para tener la moral y el tiempo suficiente para militar. No son estructuras antagónicas, sino complementarias.

Porque entre el partido y sus militantes y estas relaciones se establece una relación única, específica y diferente. Es el terreno de la moral subjetiva la que tiene que ver con nuestra militancia objetiva en los sindicatos y en la clase.

El partido vela e interviene directamente en los aspectos morales objetivos expulsa sin miramiento al compañero que carnerea una huelga. En el terreno interpersonal, la intervención partidaria es indirecta, y mucho más sutil, cuidadosa, a través de la opinión o reprobación partidaria, ya que justamente por ser relaciones interindividuales, la dinámica y relaciones que se establecen son únicas, concretas, que requieren apreciaciones también únicas. Esto quiere decir que el partido tiene más que normas, que también debe tenerlas, tendencias, consenso.

Por eso el partido, sus militantes, deben tender a defender con todas sus fuerzas las parejas que vayan construyendo y haciendo presión por la vía del convencimiento moral de la necesidad de estas parejas. Sólo en situaciones excepcionales estas tendencias morales en favor del amor y la pareja, pueden transformarse en normas estrictas de tipo objetivo. Por ejemplo, la norma moral de los guerrilleros vietnamitas de impedir las relaciones sexuales entre guerrilleros para impedir el embarazo de la guerrillera, es perfectamente lícito. La de evitar el encornudamiento burgués en situaciones críticas, como prisión o persecución de compañeros, utilizando justamente esa situación, principalmente por compañeros de dirección del partido, también puede ser transformado en norma o por lo menos que haya consenso moral de falta grave Pero en líneas generales en este terreno la moral es más subjetiva que objetiva, actúa por presiones y tendencias más que por normas estrictas.

Hemos precisado la línea partidaria y de los militantes frente al aspecto moral que debemos observar con referencia a una serie de estructuras interpersonales que el partido considera muy útiles, progresivas y necesarias. Nos falta precisar qué línea debe tener el militante interesado que constituye esas estructuras.

Este compañero, debe ser más cuidadoso que nadie, ya que tiene además de sus obligaciones como militante, las morales que le derivan de su carácter de compañero o amante de una mujer o de una compañera. Su relación esta medida también por su carácter militante. Tratar de elevar a su pareja, si la relación entra en crisis evitar que frustre el progreso de cada uno de los integrantes, evitar la promiscuidad antes de empezar una relación, tratando que ésta sea lo más seria posible desde sus inicios, con perspectivas. Cuidar antes de empezar esa relación amorosa si la otra parte saldrá beneficiada o perjudicada. Siempre, en todo momento, como el militante, no pensar en el, sino en la otra parte, respondiéndose las preguntas, ¿la ayuda?, ¿la perjudica?, ¿qué hago para que se supere?, ¿son ganas, deseos lo que tengo y la observo y considero como un objeto o por el contrario mis ganas están mediadas por mi moral de militante y además y principalmente creo que puedo estructurar algo serio, que la beneficie a ella y a mí, que nos supere a ambos? Estas preguntas morales son las decisivas y el solo hecho que se las planteen significa un comienzo de solución a este problema.

Porque cuidar todos esos aspectos por parte de todos, el partido, sus militantes y las partes interesadas, es parte esencial aunque muy sutil de nuestra militancia Trotsky llama a la familia de los revolucionarios la retaguardia de la revolución. Me parece un acierto del Viejo, aunque lo definió en una situación histórica distinta a la nuestra, que constreñía el concepto.

El se refería esencialmente a la familia amplia, patriarcal, rusa, las madres, padres, hermanos. En la patria de don León la familia patriarcal era muy fuerte. Todas las clases rusas, desde la burguesía hasta la baja nobleza, pasando por todos los explotados, estaban en lucha contra el zarismo Era lógico que las familias patriarcales consideraran y ayudaran a sus hijos como vanguardia de la lucha general y común de todos contra el zarismo.

Pero en la sociedad moderna, la familia patriarcal ya no existe más, y gobiernos como el ruso, tampoco. Veamos la realidad de nuestro partido. Lo común es que los familiares de los compañeros presos, perseguidos, se laven las manos o den una ayuda pequeña, salvo excepciones. No por esa nueva realidad el concepto de Trotsky pierde su riqueza, por el contrario, adquiere una nueva magnitud. El rol que cumplía la familia rusa de apoyar en todos los aspectos no políticos al luchador, desde sentimental hasta material, lo puede y debe cumplir ahora relaciones interpersonales adquiridas y no heredadas, como la amistad, el amor, la pareja, la familia Sólo quienes hemos estado presos o perseguidos sabemos bien lo que significa esa retaguardia moral y sentimental. Fortificar esa retaguardia es una obligación partidaria de primer orden.

El compañero o compañera preso o perseguido no debe sentir sólo la solidaridad política y organizativa del partido o del movimiento de masas. De política no solo vive el hombre, sino que debe sentir el apoyo amoroso, más amoroso que nunca de su amor, pareja y como el partido, más cariñoso que nunca, de sus hijos y amigos. Quien no actúa así o trata de que no se actúe así es un traidor moral, si es un viejo compañero, y/o un inconsciente si es un compañero nuevo.

El militante por el hecho de serlo no deja de ser hombre o mujer, con necesidades biológicas y culturales bien precisas y acuciantes.

Hemos llegado al primer escalón del sinceramiento moral del militante con él mismo, de mirarse al espejo y sacar conclusiones de cómo actuar con él mismo. Empezando con las grandes necesidades, la comida, el vestido, el sexo, principalmente éste, la gran moda entre algunos sectores partidarios “antidogmáticos”.

Aquí como en todos los otros niveles, la mediación para solucionar esas necesidades biológicas pasa por el carácter de militante. ¿La solución de esa necesidad biológica de tal forma, beneficia o perjudica al partido y a la revolución? Es la pregunta moral que tiene que formularse, dándole una respuesta adecuada.

Ha sido costumbre de algunos sectores del movimiento latinoamericano en viejas épocas, principalmente cuando iban a Chile, solucionar ese problema a través de las casas de tolerancia, hablando claro a nivel de las prostitutas, por ejemplo. Esa solución del problema siempre la consideré escandalosa moralmente, ya que la prostitución también es una relación y no un acto individual en el que intervienen dos elementos, el que paga y el que cobra, de los dos, el culpable principal o el único, es el que paga. Los compañeros que pagaban una prostituta estaban cometiendo un acto repugnante de tipo moral, desarrollando una de las instituciones más repulsivas de la sociedad de clases.

Pero ese caso extremo no elimina los otros, los ( ), los que se dan dentro del partido. Hay compañeros que tienen o han tenido la moral de los combos, aprovechar cuanta fiesta partidaria o reunión hay, para ver a quién se pueden encamar. Esto por la actual dirección de los combos había sido transformado en una religión se hacían fiestas especiales para practicar la promiscuidad, que terminaban con encamadas casi colectivas, con un reparto, démosle el mérito bastante equitativo de posibilidades, no quedaba nadie fuera de él. En nuestro partido por la campaña de la dirección, en especial por las compañeras dirigentes de estudiantil, que fueron las primeras en levantarse indignadas contra las acusaciones que se les hacían por parte de estos canallas, que justamente practicaban esa moral, el asunto es más disimulado, pero bajo la piel de corderos se esconden todavía muchos lobos.

Lo esencial de esta moral es tengo una necesidad biológica y tengo que satisfacerla todo lo que pueda dentro y fuera del partido. Esa moral hace dos compartimientos estancos, totalmente separados, entre lo biológico y lo militante. Todo tiempo libre y si no lo hay se lo busca, debe ser destinado a la satisfacción de esa necesidad biológica. Desde el punto de vista sicológico, no sabe que así no se satisface nunca la propia necesidad biológica porque transformada en un objetivo en sí misma, separada de compañerismo, el respeto mutuo, el acuerdo o coincidencia sentimental, cultural, partidario, militante y de actividad, el acto sexual por sí solo no soluciona absolutamente nada, es una variante de la masturbación o mucho peor que ella. Sólo satisface cuando es parte de una relación total o casi total.

Pero el problema no es sólo sicológico, sino mucho más que ello, político, de militancia. ¿La relación sexual o la posibilidad de ella beneficia a la otra parte, al militante que está enfrente de uno, o lo puede perjudicar si no hay posibilidad de que sea parte de una relación más estable, dinámica y duradera? Es la pregunta que todo compañero debe formularse antes de encarar esa relación concretamente, ni en esto, ni en ningún terreno podemos actuar sin una línea previa, aunque sea provisoria. El militante, el marxista, también debe seguirlo siendo cuando encara la solución de este problema.

Porque hay extremos donde la condición de marxista nos exige la no satisfacción de las necesidades biológicas, como el hambre o el sexo o culturales más primarias como la vestimenta o la vivienda. Cuando los presos revolucionarios hacen una huelga de hambre, cuando el compañero revolucionario va preso, tanto él como su compañera, dejan de satisfacer algunas de las más apremiantes necesidades biológicas, pero este recorte de su personalidad esta totalmente justificado por las necesidades de la lucha. Porque nuestra moral no es una moral de la inmediatez biológica, hacemos lo que nuestras necesidades biológicas exigen y nos damos los gustos en vida, sino una moral mediada por nuestro método y nuestra militancia, que nos exige antes de cualquier acto mucho más si ese acto entra dentro del campo moral o político, que tengamos línea aunque sea provisoria.

 

Individuo y partido

Nada de esto quiere decir que en nombre de nuestra moral neguemos las necesidades biológicas o culturales. Los jóvenes y los viejos compañeros del partido tienen el derecho moral e individual a encarar las soluciones de estos problemas como quieran, experimentando, equivocándose, haciendo múltiples experiencias, etc, etc. Pero todas ellas deben estar mediadas por la condición de militantes, y por las tendencias metodológicas y morales que hemos señalado tener un línea y cuidar siempre a la otra parte mas que a uno mismo, barajar siempre la tendencia al amor y la pareja, si es en el terreno sexual, como hacia la amistad o las necesidades del partido. Con la vestimenta ocurre otro tanto. Nosotros estamos a favor de la elegancia y que nuestras compañeras hagan todas las experiencias en cuanto a vestimenta, incluido algo alejado de ellas como el maquillaje que quieran, pero que tomen en cuenta la situación y que esa tendencia a la experimentación, en última instancia hacia la belleza no vaya contra las necesidades partidarias gastarse todo el dinero en ropas o maquillaje. Son tendencias contradictorias, todas lícitas, pero que deben ser sintetizadas en forma concreta en cada caso partiendo de las tendencias más nobles y necesarias, una de ellas apremiante, el carácter de militante del partido.

Nuestra moral no es la moral de los lúmpenes, de la inmediatez, sino de las infinitas mediaciones, con una principal, la de militantes.

Concretamente entre el desarrollo y experimentación individual, en todos los terrenos y el partido se establece también una relación. El partido está a muerte por esa gran conquista de la humanidad que es la personalidad y el individualismo que cada cual vaya formando y desarrollando su personalidad. Pero esta tendencia progresiva no puede, ni debe actuar en el vacío, como tendencia determinante. No se trata de que alguien que está encarando una huelga se plantee mi más grande necesidad para mi desarrollo cultural es aprender idiomas, principalmente el inglés (necesidad política apremiante para casi todos los cuadros partidarios, según mi opinión). Si se abandonara la dirección de la huelga por esa razón, sería un crimen político y moral. Es que también aquí se da una mediación en el desarrollo individual, no es abstracto sino mediado por el desarrollo y necesidades del partido y de la lucha de clases.

El partido a su vez, dentro de sus necesidades, debe tender, tiende a que cada compañero logre el mayor desarrollo individual posible, que reflejen las necesidades del propio partido por un lado, las posibilidades del compañero por otro. Como nos dejó dicho la compañera de Cannon, el partido siempre nos da a nosotros mucho más que nosotros a él. Dentro de esta relación hay un ancho campo para el desarrollo individual fructífero, para equivocarse, experimentar, sin perjudicar la marcha del partido y el progreso de los compañeros próximos a nosotros, porque son nuestros camaradas, amigos, amantes, compañeros e hijos.

 

Una moral para la libertad y el goce de la necesidad de la revolución

Hay compañeros dentro del movimiento revolucionario que sostienen o practican una moral la de la libertad y el goce. Mientras sea buen militante, todo lo que haga que permita gozar de la vida, especialmente de las mujeres o de los hombres, está bien, o como mínimo tengo derecho a optar, probar, ser libre, totalmente libre en este terreno. La moral existencia lista tan bien definida por sus ideólogos.

Nuestra moral no es, ni puede ser, una moral socialista, aunque tenga algunos elementos de ella (la solidaridad y el amor por el compañero, superior al que nos debemos tener a nosotros mismos). Dicho de otra forma no es una moral para gozar racionalmente y mediada por toda la sociedad (el partido en este caso) todas las posibilidades artísticas, instintivas, corporales o intelectuales que nos brinda abstractamente la sociedad y la naturaleza, en este aspecto también nuestra propia naturaleza. Nuestra moral es una moral para una lucha implacable para derrotar a un enemigo no menos implacable, los explotadores y el imperialismo .

El espontaneísmo moral es el intento por sectores juveniles de gozar como individuos de la sociedad neocapitalista, es decir, de la sociedad de consumo, sin ajustarse a los fetiches y reflejos condicionados de esa misma sociedad.

Nosotros creemos justamente lo contrario, que nuestra moral no es la de la opción como los existencialistas, ni para el goce como los espontaneístas, sino la de la necesidad de la revolución.

Esto de necesidad no es una categoría filosófica sino bien real. Nuestra moral nos debe preparar para soportar las torturas, privaciones biológicas y culturales, terribles presiones a que nos están sometiendo y nos seguirá sometiendo el implacable enemigo de clase que estamos enfrentando. Quien no asimila esa moral no es apto, ni útil, para la lucha. Nuestra moral es para el hambre, la continencia, el quedar con poca ropa o maquillaje o directamente sin ropa ni maquillaje, es una moral que nos tiende a alejar de la sociedad de consumo, oponernos a ella en todas sus facetas, incluido el del goce, una categoría en este momento histórico de la propia sociedad neocapitalista.

Tampoco nada de esto significa que nosotros practicamos la necesidad por principio. Vivimos en la sociedad de consumo en muchos países, sin situación pre o revolucionaria, puede establecerse entonces entre el goce o el consumo relativo y nuestra militancia de necesidad una mediación, un equilibrio. Seria ilógico que nuestros compañeros no veranearan, por ejemplo, porque hay guerrillas en Vietnam o Venezuela. Disolveríamos una situación concreta, la de nuestros compañeros, en la actual etapa de la lucha de clases de nuestro país, en una ley general abstracta que tenemos una moral de necesidad. Porque es de la necesidad esencialmente de la revolución y el partido en el propio país. Esa es la mediación principal. Por eso seria un crimen que el compañero responsable de la campaña por Vietnam durante el veraneo abandonara su actividad porque tiene que veranear o que no apoyara la campaña financiera por la misma razón y además porque tiene que comprarse ropa de verano. Pero que llega al extremo de no veranear por principio, será un grave error, como ya hemos señalado.

 

Las soluciones sectarias y oportunistas

Como en todos los órdenes, también en este terreno tenemos un enfoque sectario y oportunista. Es bueno que lo analicemos.

El sectarismo elimina las mediaciones, contradicciones, nos plantea una moral abstracta, basada en normas fijas y permanentes, en lugar de concretas, principalmente en la más concreta de ellas, la interpersonal. Este sectarismo puede darse en cualquiera de los lúmpenes. Puede haber la de las necesidades partidarias todo se lo supedita, desarrollo individual, aprendizaje y solución de lo biológico, el amor, la amistad y la pareja a lo que el partido legisla, mejor dicho, la dirección.

Voz Proletaria, cuándo no llevó al límite estas dos tendencias y al mismo tiempo durante una buena época de su existencia Es sabido por toda la vieja guardia partidaria nuestro sufrimiento hace muchos años cuando teníamos que discutir con ellos, principalmente con su dirección, por los olores nauseabundos provocados por la teoría praxis que tenían en aquella época que había que hacer las más primarias necesidades biológicas, en situó, porque contener las necesidades era un prejuicio burgués. Paralela a esta defensa absurda de un nivel de lo inmediato que nos provocaban hartas molestias olfativas, había otra no menos apasionada (que continúa hasta el momento) y absurda de lo mediato, de las necesidades del partido había que vestirse, arreglarse, casarse y relacionarse como lo indicaba el partido. Se descartaba toda posibilidad de opción, desarrollo, experimentación, es decir, de conseguir a través de un proceso sumamente contradictorio y mediado, amigos, amores, pareja, estilo de arreglarse y maquillarse. La pareja seleccionada por un úkase partidario era vigilada policialmente por la dirección partidaria al igual que la vestimenta y las costumbres. Concretamente entre lo inmediato y lo mediato, el partido y sus necesidades no dejaban márgenes para las contradicciones lógicas, necesarias, positivas.

La oportunidad, como siempre, es pluralista. La corriente Vinas, como distintas tendencias socialistas de izquierda han sostenido que el problema moral no es un problema individual, de cada uno, de cada grupo, que cada cual soluciona como quiere y tiene ganas. Los chismes. Estos comentarios de tipo personal, son la otra cara de esta moral. Que cada cual haga lo que quiere, pero ¿saben que fulano hizo de tal forma? Es que esta moral es idéntica a la de los lúmpenes y por lo tanto coincide con la espontaneista de algunos de nuestros compañeros.

Nuestra solución al problema está a kilómetros de ambas salidas. Para nosotros hay una rígida moral, que es lo que he tratado de definir pero ella es concreta y no abstracta relativa y no absoluta es dialéctica en una palabra. Nuestra moral no ignora no podría ignorarlo porque es una parte de la realidad las necesidades biológicas o culturales o del desarrollo individual ni la libertad y el goce pero exige que se los supedite y se los asimile a la mediación de nuestras normas laborales que tienen un objetivo cardinal la revolución y el partido.

 

Por un programa de transición moral

Sistemáticamente en este trabajo hemos señalado que podemos tener algunos puntos en común con el espontaneísmo en el terreno moral.  Aparentemente es una contradicción pero lo es solamente para quienes tienen una concepción formal y abstracta de la moral, no para nosotros que la creemos relativa. Concretamente con el espontaneísmo no solo coincide en algunos momentos en el terreno político, sino también en el moral.

Esto obedece a razones de método y programa. Todos sabemos que la aplicación programática de la teoría de la revolución permanente es el programa de transición. Programa que es político, para la acción del movimiento de masas. Pero que también sirve como técnica para cualquier acción, como ocurre con la teoría que le ha dado origen, la de la revolución permanente. La acción moral no es una excepción. Al programa de transición no lo caracteriza solamente el tener tareas mínimas, transicionales y máximas. Ni tampoco el carácter de esas consignas democráticas, económicas, políticas, poder militar, etc. Sino el que algunas sean negativas y otras positivas. Hace años que planteamos este problema de las consignas negativas y positivas. Como tantas otras cuestiones teóricas nunca he tenido posibilidad de explorarlas y desarrollarlas a fondo. Sin embargo la idea general es sencilla hay consignas de carácter negativo, contra algo, y otras positivas, por algo. Un ejemplo: abajo Ongania es negativa Por una constituyente positiva. La que mas abarca es la negativa por eso es la que provoca una movilización más revolucionaria o multitudinaria en el fondo no da salida solo abre el camino, sendero para las soluciones positivas.

En el terreno moral hay no solo consignas mínimas y de transición sino tanto negativas, como positivas. Decimos todo esto para comprender justamente nuestra posición frente al espontaneísmo. Esto es un fenómeno y una consigna relativamente positiva en lo político porque sus consignas iban contra los aparatos que controlan el movimiento de masas y por la independencia y libre movilización de estas. Por lo tanto entraban dentro de nuestro programa de transición. El luchemos independiente mente de los grandes aparatos luchemos y luchemos como se nos de gusto y ganas la esencia programática es el espontaneísmo entre como una consigna de transición relativamente correcta dentro del movimiento de masas en un momento dado, cuando estas comienzan o ya están movilizadas por arriba de los grandes aparatos. Seria una pedantería sectaria que en nombre de todo nuestro programa de transición no comprendiéramos, apoyáramos e incorporáramos estas consignas y movimiento a nuestro programa y acción en este momento. Con el problema moral ocurre algo parecido. El espontaneísmo, en determinadas condiciones, juega un rol positivo como consigna de transición Es esencialmente una consigna negativa, como en lo político Si en lo político va contra los aparatos burocráticos del movimiento de masas, en el terreno moral va contra todas las trabas, tabús, reflejos condicionados, hipocresías de la sociedad burguesa, heredadas de la propia sociedad neocapitalista. Abajo la moral y los prejuicios burgueses, abajo toda moral, los gritos de batalla del espontaneísmo es útil y progresivo en un sentido. Veamos cuál.

Como toda consigna de transición, en este caso moral, depende en qué momento se la aplique para saber su utilidad al proceso revolucionario. En la medida que significan para un simpatizante, un conocido, un grupo, un militante recién llegado o roído por el peso de los fetiches o tabúes burgueses, un punto de ruptura con la moral burguesa en la sociedad de abundancia del neocapitalismo, es una consigna moral utilísima y necesaria. Que cada cual haga lo que quiera, que no tenga ningún prejuicio burgués, que lleven hasta sus ultimas consecuencias el propio individualismo burgués, que sean honestos con ellos mismos, empezando con su propia naturaleza, es una consigna democrática, que compromete, como todas las consignas democráticas, el régimen de los monopolios en el terreno moral.

La pequeña burguesía que soporta los tabúes impuestos por los restos de la vieja moral patriarcal o, por el contrario, que roídas por los fetiches del cinematógrafo o por las costumbres de moda, que no hace más que repetir los slogans publicitarios en todos los órdenes de la vida, que vive enamorada de los playboys o artistas de moda, que satisface todos sus instintos en forma indirecta a través de fetiches publicitarios, pega un salto colosal y muy positivo si comienza a gozar de sus propios instintos en forma directa, en una relación inmediata con el otro, y si comienza a sincerarse con su propio cuerpo Es un salto progresivo, ya que ha comenzado a romper uno de los eslabones más fuertes de la sociedad neocapitalista. Que se acueste con quien quiera y le valga la gana es positivo, si lo hace directa mente y no mediada por los fetiches neocapitalistas, es tan positivo como que le comience a agradar mucho más que la coca-cola, la cantarina agua del manantial al caer la tarde, en cualquier serranía. Es espontaneísmo moral en este caso y sólo en éste, es progresivo. La vuelta a la inmediatez de los sentidos y los instintos rompiendo con los fetiches es lo que le da ese carácter. Pero ahí no puede terminar su proceso permanente, ni nuestro programa de transición. Podemos decir que la primera consigna de nuestro programa de transición moral la consigna democrática la que rompe la moral burguesa en su propio terreno.

A partir de ahí se abren dos caminos. Uno es mantener o transformar en una moral esta estación de paso. Surge así el moralismo existencialista o espontaneista que no significa otra cosa que mantenernos en el mismo camino de la burguesía, surge con una moral lumpen, la inmediatez en lugar de los medios de la burguesía.

El otro camino que debe ser el nuestro, va ligado a la comprensión que vivimos una guerra de clases y que la herramienta principal de ella es el partido, con su moral suprema los deberes que llevan al fortalecimiento de la revolución y el propio partido. Por ese nuevo camino comenzamos a construir todo un programa de transición. Cada uno de nosotros, que lleva a una moral revolucionaria que como ya hemos explicado no es de goce sino de deberes revolucionarios y partidarios.

Esto es lo que Trotsky ha ya explicado con lujo de detalles en un folleto. Pero esta cuestión principista no da solución al programa en si solamente explica sus principios y el método de la nueva moral. Es aquí donde la comprensión del carácter concreto y relativo de nuestra moral como del programa de transición que lo sintetiza, adquieren una importancia decisiva. Porque el objeto revolucionario y partidario de nuestra moral, se combina con cada una de las esferas de nuestra actividad, para darnos la tarea moral de transición de cada una de nuestras esferas. Y así como el programa político de transición no tiene en ultima instancia otra explicación que su objetivo ultimo el programa de la revolución socialista, nuestra moral en cada estadio o sector de ella no tiene tampoco otra sustancia o eje que no sea la revolución el partido. Nuestro programa de transición moral, entonces es muy sucintamente el que hemos venido construyendo en este folleto, ya que todas las etapas morales de nuestra conducta han sido justamente relaciones entre esa esfera especifica y nuestro objetivo de la revolución y fortalecimiento del partido.

 

¿Moral de chiquero o una fuerte moral partidaria?

Todas estas consideraciones parecen muy generales y sabidas. No es así sin embargo. Hoy día hay sectores del partido, incluidos a nivel de la dirección, que oponen a esta moral partidaria y revolucionaria, su moral de chiquero. Mucho mas importante que cuidarle la moral a los compañeros del partido empezando por lo que merece mayores consideraciones deben merecer, [sic] los presos y los heridos esta el goce espontáneo de su propia individualidad de su desarrollo sus experiencias de hacer lo que tengan ganas de no ser esquemáticos, meterle para adelante con todo. Lo grave del caso es que no es una posición teórica, sino todo un programa moral, se hace gran campaña y toda la practica que se puede.

Como todo fenómeno es total. En esta etapa de presiones de la sociedad de consumo esa moral se refleja esencialmente en el terreno sexual, en una moral de consumo sexual, pero sus implicancias son mucho mas totales y profundas. A medida que la lucha de clases se agudice, un mundo de implacable necesidad, que exige una moral idéntica, aparecerán las otras manifestaciones de esa moral del goce o chiquero. Los compañeros embanderados en esa moral, del goce, puede ser sexual o alimenticio también demostrarán ante la propia policía su amoralismo, su moral de puercos y la falta de una moral revolucionaria.

Nuestro partido se hizo una moral opuesta. Nuestros compañeros en el sacrificio ante las torturas policiales han sido los primeros, el ejemplo de toda Latinoamérica, no solo en nuestros países, son múltiples las anécdotas a este respecto. Hay grandes síntomas por el momento muy débiles, que esa moral justamente cuando la necesitamos ha comenzado a cambiar. Ya hay ejemplos, muy pocos, que no somos mas paradigmas de conducta moral frente a la policía. Es la otra cara, de esta moral de chiquero. La que hemos desarrollado en este trabajo es la cara interna, para dentro del partido, la otra, debido a la poca persecución recién comienza a manifestarse, es la moral para enfrentar la represión.

Porque te cuestión de fondo es saber si algunos compañeros se han dado cuenta que al entrar al partido han entrado a una cofradía de perseguidos, panas de la sociedad, que están contra todos los valores y falta de valores, por otros valores que consideramos mucho más sólidos, dinámicos, ricos, estables y en desarrollo. Se trata de preguntarse si saben que les espera la muerte, la mutilación, la persecución, la tortura y que están rodeados por compañeros que esperan tranquilamente por su concepción revolucionaria todas esas perspectivas. Se trata de saber que hay poco tiempo para el goce, que éste tiene que lográrselo como en una ciudadela sitiada por un enemigo implacable, lo que nos exige ser sumamente cuidadosos, porque todo, debe sacrificarse a mantener la moral alta de nuestra cofradía, sitiada, hambreada, perseguida. Se trata de saber si se han dado cuenta de que queremos relaciones interpersonales entre quienes son concientes de esa guerra y esa situación, porque si no se vuelven sumamente peligrosas porque pueden atentar contra el desarrollo de esa lucha implacable, que no da ventajas. Se trata de saber si son concientes que no tenemos nada que ver con la moral de los chanchos, las ovejas y los vacunos, que nuestra moral es una moral límpida, revolucionaria, que todo lo exige del militante, a veces, en casos extremos hasta la frustración de sus necesidades biológicas y siempre la máxima consideración al compañero, al hermano de lucha. Se trata, por último, de saber si se han dado cuenta que tenemos una moral revolucionaria.

 

 

Anexo

Del libro “Conversaciones con Nahuel Moreno”, editado en Argentina en 1986 por Editorial Antídoto, tomamos los apartes relativos al tema. Con una diferencia de muchos años entre la elaboración del primer trabajo y las respuestas a idénticos interrogantes, el autor reafirma y desarrolla sus posiciones.

Algunos nos ven desde afuera como un bloque monolítico...

Sí, o como hombres mecánicos. Me han comentado que en una facultad, cuando llegan nuestros compañeros los militantes de otras tendencias hacen gestos como imitando a unos robots. Eso no me asusta. Es sólo una caricatura de una virtud nuestra, que es pegar como un solo hombre alrededor de las consignas votadas. Quieren dar a entender que entre nosotros, dentro del partido, no existen relaciones fraternales y de gran discusión.

La fraternidad, la confianza, es otro elemento fundamental. Es la argamasa que une al partido. Esa confianza entre revolucionarios no puede existir sin democracia; lo que nos une a todos es que cada uno siente que los demás son sus camaradas de lucha.

Existe una concepción muy difundida, de que la vida personal, íntima, del militante, está sometida a la disciplina del partido. Dicho de otra manera, el militante no puede tomar una decisión personal sin el visto bueno del partido.

Eso es absolutamente falso. El partido no se mete en la vida íntima de nadie. Salvo, claro está, que se ponga en juego su seguridad. Si alguien considera que carnerear una huelga o revelar cuestiones internas de la organización a la policía son asuntos personales, el partido tiene el deber de defenderse. A nadie se le impide que estudie o viaje, el partido sólo le exige al militante que milite disciplinadamente y cumpla los compromisos que asume. En ese marco, todos nos alegramos enormemente de que un compañero tenga éxito en sus actividades personales, sean de estudio, deportivas o de cualquier tipo.

Hay un hecho que ha llamado la atención de observadores fraternales que asisten a reuniones del MAS y de sus partidos hermanos en otros países: el ambiente de risas y alegría que reina en nuestras reuniones. Marx ya hablaba de eso en su época, y una de mis críticas a Mandel y Novack es que desconocen esa cita y posición de Marx. Con esto quiero decir que el militante del partido puede y debe ser feliz por la actividad que realiza junto a sus camaradas, y por lo tanto puede desalienarse hasta un cierto grado, el que impone una sociedad monstruosa. Es una relación dinámica y contradictoria la sociedad que explota y aliena, el partido que desaliena.

Afuera del partido existe una imagen muy distinta. Se dice, por ejemplo, que el partido desalienta a los militantes que quieren tener hijos, porque esto desvía esfuerzos que deberían volcarse a la actividad política.

Lo primero que tengo que decir es que en mi partido todo el mundo tiene hijos, hay muchísimos chicos. Yo mismo tengo hijos. Si se demora la revolución, podemos decir que vamos a tener un partido grande por simple reproducción, si logramos que los chicos sean revolucionarios como sus padres. Bueno, ésa es la primera respuesta.

Ahora, como dije antes, he conocido organizaciones que prohibían a sus militantes tener hijos y controlaban severamente su vida personal. Nuestra concepción es distinta. Desde luego, existen ciertas normas objetivas, que todos deben cumplir, pero eso es propio de todo agrupamiento humano uno no puede ser socio de un club deportivo, por ejemplo, si no paga su cuota mensual y observa ciertas normas de conducta. El militante cumple las normas del partido y hace con su vida personal lo que desea.

Pasando a otro aspecto de la vida partidaria, me gustaría que comente algo sobre la moral proletaria, o moral partidaria.

No son lo mismo. La moral proletaria tiene que ver con la actividad sindical acatar las decisiones de las asambleas, participar en las huelgas, ser solidario con las luchas en otras empresas, ser buen compañero, no ser carnero o alcahuete de la patronal. La moral proletaria busca la cohesión de la clase en la lucha y en la vida cotidiana, es decir, que la clase obrera se reconozca a sí misma y sea solidaria.

La moral partidaria responde a las necesidades del partido. Es mucho más estricta. Forma parte de la moral obrera, pero tiene exigencias más amplias y específicas.

Veamos un ejemplo reciente la gran huelga minera inglesa. He leído que hay mucha bronca con los mineros del distrito de Nottingham, que carnerearon el conflicto. Entonces los activistas de la huelga fueron allá a tratar de convencerlos de que no entraran a trabajar, hubo algunos choques y el gobierno aprovecho para reprimir al activismo, diciendo que la huelga era violenta. Bueno, esos carneros fallaron a la moral proletaria.

Supongamos que un compañero nuestro participó en esa huelga, pero sin militar activamente en ella. Diremos de él que cumplió con la moral proletaria pero falló a la moral partidaria, que exige a los militantes del partido que sean los mejores activistas, los más valientes, los primeros en ir al frente cuando la situación lo requiere.

También se puede hablar de una moral racial, entre las razas oprimidas. En Sudáfrica hay una moral negra muy poderosa y progresiva, que se expresa, por ejemplo, en que en los barrios matan a los negros que colaboran con el apartheid, como los policías negros. Eso es un golpe muy fuerte para el régimen blanco.

En términos generales, la moral es un cuerpo de normas necesarias para el buen funcionamiento de cualquier agrupamiento humano. En el caso del partido significa acatar las resoluciones que se toman. Significa también ser fraternal con los camaradas, porque el partido es una fraternidad de luchadores, de perseguidos. Fallar a ella también es una falta a la moral partidaria.

¿Diría usted que un dirigente del partido falla a la moral partidaria si busca su enriquecimiento personal?

Eso es relativo. Hay un estudio sociológico que demuestra que muchos de los grandes dirigentes marxistas de este siglo venían de la gran burguesía.

En todos los militantes se da una contradicción muy grande son parte de la sociedad y a la vez su actividad militante está dirigida a cambiarla. Esto significa que si Einstein entrara a nuestro partido, no dejaría de hacer su vida universitaria ni de comprarse todos los libros que necesite ni viajar a congresos científicos, para lo cual necesitaría ingresos bastante altos.

Yo opino que un dirigente no puede ser dueño de una empresa capitalista, pero también puede haber excepciones. Una de ellas es célebre, sucedió en los comienzos del movimiento marxista Engels era gerente de la fábrica de su padre, pero usaba una buena parte del dinero que ganaba para ayudar a Marx, que era muy pobre, para que pudiera dedicarse a sus tareas y sus estudios sin preocupaciones económicas.

Insisto, son excepciones. La norma es que un dirigente no debe hacerse rico, menos que menos explotando el trabajo obrero, como un capitalista.

¿y un militante de base?

Para los militantes de base los criterios no son tan rígidos, pero el problema es que todos los militantes, sean dirigentes o de base, sufren contradicciones por vivir en sociedad. Todos sabemos que nuestros peores enemigos son el ejército y la policía, que viven tratando de destruirnos. Ahora, supongamos que a través de nuestra propaganda ganamos a un oficial para nuestras ideas. En determinado momento podemos pedirle que, en vez de solicitar la baja, siga en las fuerzas armadas para ganar a otros oficiales Ese militante vive una contradicción muy aguda.

Lo mismo puede suceder si ganamos a un cura. En los años 30 hubo un pastor norteamericano, Edwin Muste, que militó con los trotskistas que más adelante formarían el SWP. Era un camarada muy disciplinado, pero no dejaba de ir al templo a oficiar los ritos. O sea que militaba para el opio de los pueblos y al mismo tiempo para el partido que quería liquidar ese opio. Son contradicciones personales que se plantean.

¿Cómo las resuelve el partido?

Ante todo, el partido no es una clínica psiquiátrica, sino una organización política. Esas contradicciones son subproductos de la militancia partidaria, son el aspecto subjetivo, psicológico, de la actividad. El partido no tiene por qué tener una política directa para resolver esa clase de problemas. Sus tareas son políticas.

Para mi, la actividad del partido provoca en general una tendencia hacia el desarrollo de las cualidades personales y la desalienación. Si comparamos mi caso con el de Muste, yo de joven era idealista y la actividad partidaria me fue llevando a conclusiones de tipo materialista Muste, en cambio, abandonó el partido y volvió a la iglesia, aunque hacia el final de su vida fue dirigente del movimiento contra la guerra de Vietnam.

O sea que los casos son individuales, pero el partido proporciona un medio para que el individuo desarrolle sus facultades. Esto, vuelvo a insistir, es un subproducto de la actividad partidaria, que es esencialmente política.

Es evidente que los vicios de la sociedad de alguna manera entran al partido. Por ejemplo, el machismo. Muchas compañeras opinan que existe la opresión de la mujer dentro del partido. ¿Usted coincide con ellas?

Para mí, sí existe Evidentemente, un obrero machista no va a dejar de serlo de la mañana a la noche por el solo hecho de entrar al partido. Le voy a contar una anécdota de la revolución portuguesa. Entre los máximos dirigentes del maoísmo portugués había una pareja, excelentes militantes los dos, sobre todo ella, que era directamente brillante. En un congreso maoísta, que se hizo en un teatro, ella estaba hablando y parece que se extendía demasiado. Entonces él gritó desde su butaca, “¡Bueno basta, ya hablaste bastante!”. Y ella se interrumpió, cortó su intervención.

Así son las cosas. Tal vez alguien conozca una pildorita antimachismo de efecto inmediato, yo no. Es un proceso que lleva años.

En general, veo un gran avance en el partido. Hay machismo, pero es un partido muy sano y se hacen avances en el sentido de superarlo.

La compañera Nora Ciapponi dijo en una entrevista por la radio que el nuestro es el único partido en cuyo Comité Central hay un treinta y tres por ciento de mujeres.

Y ese porcentaje es aún más alto en las direcciones de los locales. En una época la proporción de mujeres en la dirección superó el cincuenta por ciento. Por eso digo que existe un buen ambiente en el partido, incluso entre los camaradas hombres. Algunos compañeros sufren por esto, pero tienen que aceptarlo.

Ahora, también he visto el fenómeno opuesto. Tal vez las compañeras se horroricen, pero he observado en determinados escalones del partido que las compañeras dominan a sus parejas. No lo digo para criticar hace ocho mil años que las mujeres vienen sufriendo la opresión, entonces es lógico y hasta progresivo que se invierta la situación. Pero es una realidad.

¿Qué significa, en determinados escalones?

Sectores, por ejemplo de los cuadros medios. Las tareas del hogar como la comida, el lavado, las compras, las hacen los hombres. Recuerdo una discusión que tuve con una compañera, un cuadro excelente. Yo solía ir a su casa y ella siempre sacaba esta discusión sobre la opresión de la mujer dentro del partido. Ella no trabajaba porque la mantenía el padre. Su marido sí trabajaba y además estudiaba, era un gran dirigente estudiantil. El se levantaba temprano todas las mañanas para limpiar la casa, después se iba al trabajo, volvía al mediodía a preparar la comida y así sucesivamente.

La compañera quería publicar un boletín interno, para el partido, sobre la opresión de la mujer. Yo estaba en contra, me parecía una exageración. Un día le dije: “Dígame, compañera, ¿quién es la persona en su casa que trabaja ocho horas diarias y además lava, plancha, cocina, etcétera? ¿Y quién no sólo no trabaja sino que tampoco hace las tareas del hogar?” La compañera, muy honesta, dijo, “no me había dado cuenta de que yo no hago nada, mi compañero hace todo”.

Años después, en el exterior, tuve la misma discusión con una dirigente de nuestro partido hermano boliviano, casada con un camarada sueco. Yo no conocía la vida de pareja de esta compañera, pero cuando me habló del machismo en el partido le conté lo mismo que acabo de contarle a usted. Me miró muy seria y me dijo, “Ay, pobre mi compañero (lo llamaba con un nombre muy cariñoso, estaba muy enamorada de él), me doy cuenta de que es el mismo caso, él es quien hace todo en la casa”.

Repito que no cuento todo esto para criticarlo, porque me parece incluso progresivo, es parte del proceso. Creo que también en este sentido el partido juega un rol desalienante, que permite a los compañeros superarse en todos los terrenos.

Todos estos ejemplos, desde los compañeros que siguen siendo machistas hasta las parejas donde la situación se invierte, más las compañeras que se superan y llegan a ser dirigentes, demuestran que el proceso es muy desigual, y creo que va a seguir siéndolo.

Se habla mucho del problema de la pareja en el partido. Muchos críticos malintencionados dicen que los izquierdistas son unos degenerados...

¿Porque hay inestabilidad familiar en el partido?

Exactamente

¿Y dónde hay estabilidad familiar, en qué parte de la Argentina o el mundo? Los hechos son categóricos. El partido no tiene por qué ser distinto, aunque lo es en el sentido de que entre nosotros hay mayor franqueza. Los valores burgueses se han derrumbado, y al no triunfar el socialismo no se imponen nuevos valores. Eso se refleja en todos los sectores de la sociedad y en todos los países.

Creo que con la liberación sexual, la ausencia de cinismo y la liberación femenina, todos hechos muy progresivos, se introduce un elemento de consumismo. Al no triunfar el socialismo, la liberación femenina ha generado un fenómeno burgués, de consumo sexual. Eso se da en toda la sociedad y también, lógicamente, en el partido.

¿Qué significa consumo sexual?

Que se ha desvalorizado la sexualidad, el acto sexual. Cuando yo era joven la sexualidad tenía un gran valor. Quien formaba una pareja hacía todo lo posible para que no se rompiera. Con la liberación, al no triunfar el socialismo, se genera un fenómeno de consumo: “Trato de salir con fulana, y si no me lleva el apunte intento con mengana”, da lo mismo una que otra y lo mismo sucede con las compañeras. Por eso es consumo de sexo. Es como la moda —hoy se usan pantalones sueltos, mañana pantalones ajustados— trasladada al terreno sexual. Ese consumismo es un elemento negativo dentro del fenómeno muy progresivo de la liberación sexual.

¡Moreno, veo que usted reivindica la monogamia!

No es eso lo que quise decir, para nada. Yo soy partidario de las relaciones más o menos profundas y duraderas. En esta etapa de crisis y liberación sexual me parece que la vieja monogamia no va, sólo la reivindico en el sentido de que las relaciones sean más profundas y, en lo posible, duraderas.

Pero a lo mejor yo reflejo una concepción anticuada, y de verdad la relación sexual se está convirtiendo en una cuestión de quinta importancia, hasta el punto que formar una pareja es tan importante como tomar un vaso de agua. Tal vez la humanidad tiende a eso, y no debemos tener prejuicios.

¿Qué opina de la homosexualidad?

Ese es un problema muy complejo, al que nadie ha dado una respuesta adecuada. Antes que nada, para nosotros ser homosexual es lo mismo que ser hincha de Boca, o ser rubio. Es decir, nos parece absolutamente normal.

Como problema social es muy complejo. Los sexólogos que he leído opinan que la opresión al homosexual masculino, que siempre fue muy intensa, empieza a aflorar en los últimos años. Así como hace treinta o cuarenta años la sociedad rechazaba a una mujer que tenía varias relaciones de pareja y ahora empieza a aceptarla, parece que sucede lo mismo con los homosexuales. Quedan muchos prejuicios, pero van desapareciendo.

Algunos sexólogos italianos reivindican la homosexualidad femenina: dicen que en la relación heterosexual la mujer es sometida, mientras que en la homosexual pasa a ser sujeto de la relación. Hay gran amistad y franqueza, las integrantes de la pareja se comentan libremente qué es lo que les gusta, etcétera.

Yo considero a la homosexualidad algo tan normal que me opongo a hacer propaganda. En este sentido coincido plenamente con Daniel Guerin, el gran historiador marxista francés —y conocido homosexual—, autor de un libro donde reivindica la homosexualidad. Para mí es lo mejor que se ha escrito al respecto. En el prólogo a la edición japonesa de su libro Guerin alerta a los homosexuales contra su tendencia a hacer de su liberación un fin en sí mismo, y que el gran problema que debe plantearse todo militante es la transformación de la sociedad.

Un compañero homosexual, dirigente del partido brasileño, quería hacer una corriente dentro del partido a favor de la homosexualidad. Yo me opuse, justamente porque considero a la homosexualidad tan normal como la heterosexualidad.

Supongamos que se crea una corriente así dentro del partido, con derechos de fracción. Quiere decir que en los locales habría salitas, cada una con su cartel: “Hombres con Mujeres”, “Hombres con Hombres”, “Mujeres con Mujeres”, y cada fracción tendría su boletín.

Pero los homosexuales son reprimidos, los heterosexuales no.

Ah, no, eso es completamente distinto Dentro de la sociedad luchamos a muerte contra la opresión de los homosexuales y todo tipo de opresión nacional, racial, etcétera. Yo me refería a que me opongo a hacer ese tipo de actividad hacia el interior del partido. Hacia afuera si combatimos la opresión de los homosexuales, que para mi es una colateral de la opresión de la mujer.