Andrés Nin

Consideraciones sobre el problema de las nacionalidades


Escrito: Mayo de 1932.
Primera vez publicado: En Comunismo (Madrid), n.° 12. Mayo 1932, p. 25-28.
Digitalización: Martin Fahlgren, 2011.
Esta edición: Marxists Internet Archive, Diciembre de 2011.


 

La nación es un producto directo de la sociedad capitalista. La historia antigua y medieval no ha conocido en realidad la nación, sino únicamente gérmenes de la misma. El fundamento de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base económica del capitalismo. La nación se desarrolla en la medida en que se desarrolla el capitalismo, porque es la forma que corresponde a los intereses de clase de la burguesía. La nación es, pues, un resultante de la aparición y el desarrollo del capitalismo y se caracteriza por la existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, idioma y cultura.

Los países que no han entrado en el período del desarrollo capitalista no pueden, en realidad, ser considerados como naciones. La burguesía nacional tiende en todas partes a constituirse en estado. El movimiento de emancipación nacional expresa precisamente esta tendencia.

La formación de los estados ruso y austrohúngaro pr precedió al desarrollo capitalista. La unidad establecida fue una unidad absolutista y despótica. En España. la unidad se produjo en formas parecidas, y por esto Marx, refiriéndose a la misma, ha podido hablar de estados de tipo asiático. La unidad española ha sido una unidad artificiosa y despótica, cimentada en la dominación de los elementos semifeuda1es, los terratenientes y la Iglesia. Esto explica fundamentalmente el hecho de que sean precisamente los elementos más reaccionarios del país los que hayan levantado la cruzada contra las aspiraciones nacionales de Cataluña.

Si España hubiera sido un gran país industrial, sin ningún género de duda el capitalismo habría realizado su unidad y los problemas nacionales no surgirían con la acuidad con que se han producido.

El movimiento surgió en Cataluña, y es allí donde ha adquirido una mayor profundidad, precisamente porque se trata de un país industrial, cuyos intereses eran incompatibles con las reminiscencias del feudalismo español. En este sentido, es movimiento progresivo.

La lucha de las nacionalidades es uno de los aspectos de la revolución democrática, y por lo tanto, está íntimamente ligada con la lucha de clases. En dicho movimiento, como en el democrático en general, la gran burguesía tiende siempre a ceder ante el poder central. La pequeña burguesía, por el contrario, tiende hacia las soluciones radicales. El ejemplo de Cataluña es bastante elocuente para que tengamos que insistir sobre el particular.

El proletariado no puede desentenderse de la cuestión. En todo movimiento de emancipación nacional hay un contenido democrático, y el proletariado ha de sostenerlo incondicionalmente. Enemigo de toda opresión, faltaría al más elemental de los deberes que su misión histórica le impone si no se levantara contra una de las formas más acentuadas de opresión, la nacional. ”El principio de las nacionalidades — dice Lenin — es históricamente inevitable en la sociedad burguesa, y tomando en consideración esta sociedad, el marxismo reconoce plenamente la legitimidad de los movimientos nacionales. Pero para que este reconocimiento no se convierta en una apología del nacionalismo, es preciso que se limite rigurosamente sólo a lo que hay de progresivo en dichos movimientos, a fin de que ese reconocimiento no conduzca al oscurecimiento de la conciencia proletaria por la ideología burguesa.”

Los que so pretexto de defender el internacionalismo combaten los movimientos de emancipación nacional, en realidad hacen el juego de las clases  explotadoras de la nación dominante. El revolucionario español que niega el hecho de la nacionalidad catalana y su derecho a disponer de sus destinos, sostiene prácticamente la absorción de las demás nacionalidades por la nación a que él pertenece. No hay que confundir La Internacional con la Marcha de Cádiz. El hecho de que haya movimientos nacionales reaccionarios no es un motivo para que los comunistas se declaren adversarios de los mismos en general. Esto sería lo mismo como preconizar la superioridad de la forma monárquica sobre la republicana por el hecho de que haya repúblicas más reaccionarias que algunas monarquías.

Antes de la guerra se manifestaban en el movimiento socialista internacional tres tendencias principales con respecto a esta cuestión: la de los oportunistas (los socialistas alemanes y otros), la de la izquierda (Kautsky, os bolcheviques) y la de la extrema izquierda (Rosa Luxemburg, Radek y los socialistas polacos). Los primeros sostenían la necesidad de la tutela de los países avanzados sobre los atrasados. Es, en realidad, el mismo punto de vista que en nuestro país ha sostenido Pestaña con respecto a Marruecos. La extrema izquierda adoptaba una posición internacionalista abstracta, y afirmaba  que el proletariado no tenía por qué interesarse por el problema nacional. La posición de los bolcheviques es la que heredó el Partido Comunista ruso y la Tercera Internacional y que constituyó uno de los factores que más poderosamente contribuyeron a la gloriosa victoria del mes de octubre de 1917. ¿Cuál es en el fondo la posición que el proletariado revolucionario debe adoptar?

Enemigos de toda opresión, los comunistas deben aceptar todo lo que tenga de democrático el movimiento nacional y reconocer incondicionalmente el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. ”Para que las distintas naciones — dice Lenin — puedan vivir juntas pacíficamente o separarse cuando les convenga, constituyendo estados distintos, es preciso un democratismo completo, sostenido por la clase obrera. ¡Ningún privilegio para ninguna nación, ningún privilegio para ninguna lengua! ¡Ninguna opresión, ninguna injusticia hacia la minoría nacional! He aquí el principio de la democracia obrera.”

Desde el punto de vista de la democracia en general, el reconocimiento del derecho a la separación disminuye los peligros de la disgregación del estado. En general, los pueblos no se deciden a la separación más que cuando la opresión nacional hace insoportable la propia existencia y dificulta las relaciones económicas.

El hecho de que el proletariado proclame el derecho de los pueblos a la autodeterminación no significa, ni mucho menos, que se identifique con la burguesía nacional, la cual quiere subordinar los intereses de clase a los nacionales.

Ningún demócrata sincero — y los comunistas son los demócratas más consecuentes — puede pronunciarse contra el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Pero esto no significa que se defienda la cosa en sí misma, es decir, que los comunistas, como lo hace, por ejemplo, el Bloque Obrero y Campesino, se declaren separatistas. El antídoto más poderoso contra  la balcanización de España, que sería fatal a los intereses económicos de la península, es precisamente el pleno reconocimiento del derecho a la separación.

La burguesía no puede resolver el problema de las nacionalidades, como no puede dar solución a ninguno de los inherentes a la revolución democrática. Una sociedad basada en la opresión no puede resolver un problema de libertad como es el de las nacionalidades. La postguerra nos ha dado una prueba elocuente de este aserto. Como ha dicho un escritor, antes había en Europa una Austria-Hungría. Ahora hay varias. El problema nacional no ha sido resuelto en ningún país burgués. En Polonia, los polacos, que representan el 52 por 100 de la población, tienen sometidos a los ucranianos, los judíos, los rusos blancos, los alemanes. En el nuevo estado checoslovaco, la nación hegemónica, los checos, que representan el 44 por 100 de la población, tienen sometidos a los alemanes, los eslovacos, los húngaros y los judíos. En Yugoslavia, los servios constituyen el 42 por 100 de la población y las minorías nacionales de los croatas, eslovenos, alemanes y húngaros no gozan de ningún derecho. Y no hablemos ya de los países balcánicos. Estados artificiales, que viven gracias a la caridad de las grandes potencias imperialistas para que formen un cinturón alrededor de la Rusia soviética.

Rusia nos ofrece, en ésta como en otras cuestiones, el ejemplo vivo de la aplicación de la verdadera táctica del marxismo revolucionario. Contrariamente a lo ocurrido en 1905, las naciones oprimidas tomaron una participación muy activa en la revolución de Febrero de 1917, lo cual se explica por la circunstancia de que, gracias al desarrollo del capitalismo en aquellos doce años, el movimiento nacional había tomado un extraordinario impulso. Es evidente que, en un principio, fueron los elementos de la pequeña burguesía los que se pusieron al frente del movimiento quisieron reemplazar la dominación de la burga?: sía rusa por la autóctona. Pero gracias principalmente a la acertada política de los bolcheviques, el movimiento fue evolucionando, y en la Asamblea democrática convocada por Kerenski la mayoría de los representantes de las nacionalidades votaron contra la coalición con la burguesía. El gobierno provisional prometió mucho, pero en la práctica no hizo nada, dejando siempre la cuestión para la Asamblea Constituyente. En realidad no sólo no cumplió sus promesas, sino que realizó una política que fundamentalmente se diferenciaba poco de la del zarismo. Así, por ejemplo, se pronunció contra la decisión de autonomía adoptada por la Rada ucraniana y disolvió con las armas el Seim finlandés. Es verdad que reconoció la independencia de Polonia; pero lo hizo cuando este país estaba ocupado por los alemanes. Fue con motivo de la escandalosa actitud del gobierno provisional con respecto a Finlandia que Lenin formuló con una precisión admirable el punto de vista del marxismo revolucionario. Los demócratas burgueses, coreados por los mencheviques, decían que la cuestión de las relaciones entre el Seim finlandés y Rusia no podía ser resuelta más que mediante el acuerdo entre Finlandia y la Asamblea Constituyente. Lenin combatió enérgicamente este punto de vista, afirmando la libertad de Finlandia de separarse de Rusia. La fórmula del acuerdo, decía, no resuelve nada, porque ¿qué es lo que se hará si el acuerdo no se logra? El acuerdo no es posible más que si se proclama el derecho a la separación. Debe haber igualdad de derechos: Rusia tiene el de no mostrarse de acuerdo, pero, Finlandia también. ¡Qué sorprendente analogía entre el caso de Finlandia en 1917 y el de Cataluña de 1932!

Los bolcheviques, al llegar al poder, pusieron inmediatamente en práctica su programa, proclamando el derecho de los pueblos que formaran antes el imperio a disponer de sus destinos. Hoy la Unión Soviética es una confederación de pueblos libres, en la cual el problema nacional en realidad no existe.

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Resumamos estas consideraciones aplicándolas al caso concreto de España.

La cuestión catalana no es más que un aspecto de la revolución democrática en general. Esta revolución ha sido escamoteada y, como consecuencia, se prepara asimismo el escamoteo de la única solución democrática que se puede dar al problema catalán: el derecho indiscutible de Cataluña a disponer de si misma, incluso a separarse de España si ésta es su voluntad. Las Cortes Constituyentes no resolverán, no puede resolver el problema. La revolución democrática está por hacer. La lucha continuará. El proletariado, en esta lucha, estará con las nacionalidades, con su movimiento de emancipación, que tiene un carácter progresivo, y contra el unitarismo absorbente, que es la reacción, los obreros de fuera de Cataluña acentuarán particularmente el derecho de las nacionalidades a disponer de si mismas; los obreros catalanes combatirán el chovinismo de ”su” burguesía, las tentativas de la misma para fundir la lucha de clases en la lucha nacional y afirmarán la solidaridad de todo el proletariado de la península en la lucha común contra todas las formas de opresión. El desarrollo de esta lucha demostrará que el problema de las nacionalidades oprimidas no puede ser resuelto más que por la instauración de la dictadura del proletariado.