O. Piatnitsky

MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
(1896-1917)

 

 

XI.

París

(1912-1913)

 

En el verano de 1912, la situación parecía disponer mi regreso a Rusia. A causa de la transferencia de los organismos centrales del partido a Austria (Cracovia formaba entonces parte del Imperio austríaco), Leipzig habla perdido toda importancia. Pero yo quería reintegrarme a Rusia para mezclarme con la multitud obrera y trabajar en la fábrica. Mi oficio, que, por supuesto, había tenido suficiente de olvidar, no convenía para esto, pues los talleres de confección en Rusia eran generalmente de poca importancia. Yo quería aprender de prisa algo que me permitiera, por una parte, ganar mi vida, y por otra, entrar en la fábrica. Por un momento pensé en utilizar mis conocimientos de la estereotipia, que había aprendido en la Gaceta Popular de Leipzig (órgano de la organización socialdemócrata de esta ciudad), creyendo que algún día precisaríamos en Rusia también de grandes imprentas, como en 1903-1906, cuando imprimíamos la antigua Iskra y Yperivd con los clichés que recibíamos del extranjero. Pero yo no sabía si en Rusia se empleaban los mismos procedimientos de estereotipia que en Alemania.

En este punto era imposible aprender rápidamente alguna cosa que pudiera convenirme; por esta causa hice una solicitud de ingreso como aprendiz en una escuela de instalaciones eléctricas, organizada en París con los fondos de cierto ricachón ruso en beneficio de los emigrados que carecían de oficio y que, es preciso decirlo, debían en Francia apretar su cinturón algunos puntos para contener sus necesidades estomacales. No hallándome yo en París, mi admisión se hizo a costa de mil dificultades, aumentadas al resultar del formulatorio que me fué preciso llenar que yo tenía un oficio muy lucrativo en París.

La escuela en la cual ingresé llevaba el nombre de “Rachel”, correspondiente al de una hija muerta del ricachón. La escuela estaba muy mal de útiles, pero la enseñanza práctica que se daba estaba bastante bien organizada. Algunos emigrados dirigían los trabajos: el electricista Milkhailov, un excelente práctico, bien al corriente de su trabajo, y el montador electricista Roudzinski, que no conocía demasiado mal la teórica de la técnica eléctrica. El trabajo en el torno, en la forja y en la instalación de alumbrado eléctrico era seguido de conferencias que pronunciaban ingenieros rusos empleados en fábricas de París. Los aprendices adultos eran generalmente intelectuales, que hacían grandes esfuerzos por tomar la enseñanza que se les daba, cosa que no todos lograban. En cuanto a mí, estudiaba seriamente, y en ocho meses, desde noviembre de 1912 hasta principios de junio de 1913, aprendí no pocas cosas. Antes de terminar los cursos, se me envió, con otros aprendices, a efectuar instalaciones eléctricas en un establecimiento. Una vez terminados los cursos, Zéphir, Kotov y yo instalamos la electricidad, por nuestros propios medios, en el alojamiento de Jitomirski.

Durante mis ocho meses de estancia en París tomé una parte activa en los trabajos del grupo bolchevique (yo era miembro de la Oficina del grupo).

El grupo de sostenimiento, de París, adquirió una gran importancia en la vida de las organizaciones del partido en el extranjero (verlo en el movimiento socialdemócrata ruso) a partir del momento en que, en 1909, el Centro bolchevique, dirigido por Lenin, fué trasladado de Ginebra a París. No es preciso decir que en esta ciudad, donde se encontraban los organismos centrales de nuestro partido en el extranjero, se encontraban los elementos más activos del movimiento socialdemócrata ruso, que lograban escapar de la deportación, de las cárceles, de las persecuciones, o bien que eran delegados por las organizaciones del partido. A pesar de que estos últimos no vinieran más que algún tiempo, daban mucha animación a los medios parisienses de nuestro partido, informándoles sobre lo que pasaba en Rusia, en las organizaciones centrales y en las provinciales. La continúa afluencia de nuevos camaradas llegados de diferentes puntos de la inmensa Rusia establecían una corriente de aire fresco en el grupo de sostenimiento bolchevique de París, dándole a conocer. Se comprende perfectamente que todos los miembros del Centro bolchevique que vivían en París formaban parte del grupo de sostenimiento, lo que, evidentemente, daba a este ultimo importancia y autoridad. Es preciso todavía tener en cuenta que en París se encontraban, en 1909-1912, las organizaciones centrales para el extranjero de los mencheviques, de los periodistas, de los socialistas revolucionarios y otras organizaciones. Desde entonces, la lucha ideológica que se desarrolló entre los socialdemócratas y los socialistas revolucionarios, por un lado, y en el seno mismo de la socialdemocracia por otro, no podía menos de reflejarse sobre la vida y la actividad del grupo de sostenimiento bolchevique de París. Todo el grupo, en conjunto, y algunos de sus miembros militantes, tomaban una parte activa en esta lucha ideológica. Con frecuencia, los miembros del Centro bolchevique (miembros del Comité de redacción del órgano central, del Comité Central y de la Oficina en el extranjero de éste) pronunciaban en el grupo de París conferencias sobre los asuntos destinados a presentarse ante las instituciones interesadas del partido o a ser publicadas. Igual se procedía para la exposición detallada de las sesiones del Comité Central, de las reuniones del Comité de redacción del Proletari y de las Conferencias del partido: se hacían conocer del grupo antes de que las decisiones tornadas, a su respecto, fuesen publicadas.

El grupo de París organizaba conferencias sobre los temas más diversos; los “leaders” de todas las tendencias del partido socialdemócrata de entonces y de los otros partidos tomaban parte en las discusiones. Por su lado, los miembros del grupo de sostenimiento bolchevique de París tomaban una parte activa en las discusiones suscitadas en las Conferencias organizadas por las otras tendencias socialdemócratas y los otros partidos. Durante el tiempo que yo pertenecí al grupo (finales de 1912 y primer semestre de 1913), éste ya no tenía las características enunciadas, que después de la Conferencia panrusa de París, el órgano central del partido había sido trasladado a Cracovia. En París ya no quedaba más que Kámenev.

En esta época el grupo estaba compuesto por los carneradas Vladirnirski (Kamski), Míron Tchernomasoy (después de la revolución de febrero se comprobó que éste era un agente agitador), los hermanos Bíelenki (Abraham y Gricha), Zephir, Konstantniovitch, Idotov, Mantsev, Ludrnila Stal, Antonov (Britmann), Sviaguine, N. Kouznetsov (Sapojkov), Natacha Gopner, Nadejda Setnachko, Michel Davydov, Abraham Skovno, Goloub, Isaac (Raskine), los Morozov, los Chapovalov, Kámenev, Diogott, Iliine, Jitomirski y otros más cuyo nombre he olvidado.

En 1912-13, el grupo de sostenimiento de París se diferenciaba mucho de los restantes grupos establecidos en el extranjero, a causa de su composición social y de su actividad. En Alemania, en Bélgica y aun en Suiza, en los grupos de esta época la mayoría de los mismos estaban formados por estudiantes; entre ellos, sólo algunos aislados eran de antiguo miembros del partido, escapados de las cárceles, de la deportación y de las persecuciones. Sin embargo, estos grupos militaban sobre todo entre los estudiantes rusos. Según esto, el grupo bolchevique de París se componía casi enteramente de viejos revolucionarios, que se habían visto obligados a huir de Rusia y que podían en todo momento, si los organismos del partido lo decidían, volver allí. Hasta los nuevos miembros de este grupo eran casi exclusivamente camaradas salidos de las cárceles rusas y de la deportación. El grupo de París no tenía contacto, en el período a que me refiero, con los estudiantes rusos, y no militaban entre ellos. Su actuación militante se extendía a los obreros y a los emigrados políticos rusos, muy numerosos en París.

Además de la venta de la literatura (folletos) del partido, organización de conferencias, suscripciones en beneficio del partido y discusión de asuntos que se exponían ante éste, el grupo de París cooperaba, por mediación de sus representantes, en los ingresos de la caja de los emigrados, que ayuda mucho a los camaradas necesitados, al Soviet, a la biblioteca, al gabinete de lectura de la Sociedad de socorros a los deportados y encarcelados, así como a otras organizaciones rusas, relacionadas con todas las organizaciones revolucionarias rusas en el extranjero durante aquella época.

El grupo bolchevique de París, al igual de los otros grupos de los restantes partidos, socialdemócratas de Rusia, de Polonia, etc., no se adhería a la organización parisiense del partido socialista francés. Pero algunos miembros del grupo de París, por su voluntad, formaban parte de él (yo mismo pertenecía a la sección alemana de la Federación socialista del Sena, de la que formé parte hasta mi marcha a Rusia). Pero no se había decidido por el partido francés ni por el partido ruso, incluyendo a los rusos, la adhesión al partido socialista francés. Únicamente ahora es cuando los estatutos de la Internacional comunista obligan a los comunistas que llegan a un país extranjero a prestar inmediatamente su adhesión al partido comunista de este país.

El 1º de mayo de 1913, por iniciativa del grupo bolchevique de París, tuvo lugar un gran mitin internacional, seguido de un festival, al que asistieron obreros y socialdemócratas rusos, italianos, alemanes, franceses, etc. El mitin se celebró en medio del mayor entusiasmo. Si mi memoria no me engaña, Kámenev tomó la palabra en nombre de nuestro grupo.

Los bolcheviques de París festejaron al unísono, y con la más franca cordialidad, el nuevo año 1913. Se apreciaba ya que éste había de ser un año de intensificación revolucionaria, y desde este momento aparecía la justa exactitud de la táctica de los bolcheviques. En 1911, de paso por París, yo había festejado ya la aparición del nuevo año con los bolcheviques. Sin embargo, y a pesar de hallarse presentes todos los miembros del centro bolchevique, con Lenin a la cabeza, la fiesta se desarrolló sin entusiasmo de ninguna clase.

La fiesta de 1913 había sido completamente diferente. Con nosotros festejaron el nuevo año el camarada Isyperovitch, que, por aquel tiempo, estaba alejado de nuestro grupo de París; Steklov y Chliapnikov (yo veía a este último por vez primera; los camaradas me lo presentaron como un sindicalista). Su presencia entre los bolcheviques en la fiesta organizada con motivo del nuevo año fué entonces considerada por nosotros como un indicio de la victoria del bolchevismo en el movimiento ruso.

Inmediatamente de mi llegada a París fuí agregado al Comité de las organizaciones del sostenimiento bolchevique en el extranjero, que estaba formado por los camaradas Vladimirski (Kaniski), N. Kouznetzov (Sapoikov), Semachko (estaba desplazado entonces) y Miran Tchernomazov. Ya no recuerdo nada absolutamente de la actividad del Comité de las organizaciones de sostenimiento en el extranjero, aun cuando asistí a todas sus reuniones.

En el momento de mi llegada a París, algunos camaradas recibían personalmente La Pravda, de Petersburgo. En el Comité de las organizaciones de sostenimiento en el extranjero y en la oficina del grupo bolchevique expuse varias veces la necesidad de difundir en masa La Pravda entre los rusos de París. Se habían tomado varias resoluciones en ese sentido; pero habían quedado sin efecto. En vista de eso, decidí ocuparme yo mismo del asunto, aun cuando no tuviese amistades en París. Supe que existía en esta ciudad una agencia que recibía la Prensa rusa y la trasladaba a los quioscos. Fuí allí y llegué a un acuerdo con el depositario respecto a la recepción y difusión de La Pravda. Después de esta gestión, escribí a la Administración de La Pravda rogándole el envío diario a París de la cantidad de ejemplares convenida con el depositario. El periódico comenzó a llegar; pero habiendo el depositario “olvidado de poner al corriente” sus cuentas con la Administración del diario, me vi precisado a renunciar a sus servicios y encargarme de este trabajo yo mismo. Hice que me enviasen La Pravda (al principio recibía diariamente cien ejemplares) a la escuela donde hacía mi aprendizaje. Una parte iba a los quioscos; el resto lo vendían Zephir y otros aprendices en un restaurante ruso de la calle de la Glacíere, donde los aprendices y gran cantidad de rusos iban a comer.

En consecuencia, las cosas marcharon tan bien que, desde los rincones más apartados de París, los lectores de La Pravda se dirigían a mí constantemente para que les enviase el periódico. De repente, mi cuarto se transformó en oficina de expedición de La Pravda. Al terminar la jornada de mi trabajo, los días en que llegaba el periódico (no sé por qué, la edición para el extranjero sufría menos confiscaciones de las que se hacía objeto al periódico en Petersburgo), doblaba los ejemplares, les ponía su faja correspondiente y los enviaba por correo. Entré en correspondencia con la Dirección de La Pravda, y como yo le enviaba puntualmente el importe de los periódicos vendidos, la Administración me remitía tantos ejemplares como yo solicitaba.

Conforme ya he dicho antes, había en París un considerable número de emigrados políticos rusos. Junto a estos elementos, en contacto con los partidos revolucionarios, había bastantes emigrados que habían sido detenido o deportados casualmente. La angustia de casi todos estos emigrados era inmensa. Encontrarles trabajo a todos era imposible, pues la mayor parte de ellos no sabían hacer nada (los obreros, por el contrario, ellos mismos se procuraban trabajo). El desconocimiento del idioma dificultaba la situación de los emigrados rusos. Aprenderlo no era tan fácil, debido a que existían en París muchos establecimientos donde se hablaba ruso y que frecuentaban los emigrados, que al no estar en contacto con los franceses mal podían aprender su idioma. Cuando yo estaba en París había un centro sindical para los obreros rusos; este centro estaba relacionado con el movimiento sindical francés. Si no me equivoco, este centro había organizado cursos de francés para los obreros rusos. Muchos de los militantes de nuestro partido se veían obligados, para atender a su subsistencia, a emplearse como lecheros, a fregar los escaparates de los almacenes, a servir de mozos de mudanza; pero no todos querían ganar su vida de esta forma, y muchos de los emigrados llegaban hasta el punto de no buscar. Era mucho mejor vivir a costa de los otros, y por todos los medios imaginables se apropiaban del dinero de los que trabajaban, engañando frecuentemente a los rusos y a los franceses (por esta causa se comprende perfectamente que el conocimiento del idioma no era indispensable). Las cosas habían llegado a tal punto que en cualquier festival organizado en la colonia rusa en beneficio de la caja de socorros para los emigrados o de un partido revolucionario indeterminado, se producían escándalos o riñas, provocados por los holgazanes de la inmigración ocasional.

A pesar de la caducidad de una parte de los emigrados, un considerable número de emigrados políticos de nuestro partido soportaba estoicamente la emigración, y al regresar a Rusia se situaban convenientemente en el partido. No obstante, del pensamiento de los emigrados forzosos que figuraban a la cabeza de nuestro partido iba saliendo una obra creadora. Esta fracción de los emigrados políticos estaba en relación con el movimiento obrero socialista de Europa y de América, en el que impulsaba lo que era aceptable y rechazaba lo que en él había de inútil y de nocivo.

Es posible que sea en parte solamente por lo que los bolcheviques han podido aplicar el marxismo revolucionario con vistas a forjar un partido de acero, conocido por su firmeza y su actividad, lo que ha colocado bajo su dirección todas las diferentes formas del movimiento obrero ruso, y que ha evitado los errores que han cometido los partidos socialdemócratas de los otros países.

Cuando hube terminado en la escuela mi aprendizaje de montador electricista, hice mis preparativos de marcha para dirigirme a Rusia. Fuera de la oficina del Comité Central en el extranjero, los camaradas Kotov y Zeplir eran los únicos que estaban al corriente de mis proyectos. Manifesté a Jitomirski, a quien veía diariamente, que regresaba a Alemania para trabajar en la fábrica Siemens-Schuckert. Ahora, Jitomirski no tenía ya mi confianza de antaño, puesto que había llegado a mi conocimiento que una Comisión informadora, compuesta por tres miembros del Comité Central bolchevique, un bundista y un menchevique, había examinado los informes referentes a él proporcionados por Bourtsev.

Este último informó al Comité Central de nuestro partido (en 1910 ó 1911) que había recibido confidencias, de fuente que le merecía confianza, indicando que en 1904, cuando Jitomirski se trasladó de Alemania a Rusia, los agentes de la Okhrana en el extranjero habían enviado con este motivo un telegrama, concebido en los términos que ellos empleaban ordinariamente, para señalar el paso de uno de ellos. La Comisión informadora, habiendo examinado los informes de Bourtsev, decidió que ello no era suficiente para acusar a Jitomirski de ser un provocador, y permitió que continuara en el partido. Sin embargo, después de esto, Jitomirski no volvió a recibir ninguna otra misión de confianza, y se alejó casi por completo del partido, aun cuando continuó afiliado al grupo de París. Los informes de Bourtsev referentes a Jitomirski, nos hicieron inquirir la procedencia del dinero que gastaba para vivir en París, en un bonito departamento particular, entonces, que, por falta de práctica, no ejercía su profesión de médico. En enero de 1911 hablé de esto con Lenin, quien sabía que Jitomirski era un antiguo conocimiento mío. Para conocer más de cerca su forma de vivir, acepté ir a su casa, conforme él me había invitado, por mediación del camarada Abraham Skovno, en los primeros días de mi llegada a París. Se puso muy contento con mi visita, instándome a que me instalara en su casa, etc. No acepté su invitación; pero iba a visitarle casi todos los días.

Después de mi llegada a París, Jitomirski se interesó de nuevo por los trabajos del grupo y comenzó a trabajar activamente. Fuera de mí, Zephír, Kámenev y otros camaradas iban a su casa. Yo no sé si Jitornirski interrogaba a los camaradas sobre su trabajo o sobre el de otros; por lo que a mí respecta, no me lo preguntó más que una sola vez. En enero de 1911, Jitomirski me invitó a visitar su casa de Versalles. Al pasar por no sé qué localidad de los alrededores de París, me dijo que el camarada Leíteisen (Lindov) habitaba allí nuevamente, y me preguntó si yo sabía dónde se encontraba en aquel momento. Esta pregunta me pareció extraña. Le respondí que no lo sabía (efectivamente, ignoraba dónde estaba Lindov; pero me había dejado tan estupefacto su pregunta, que, aun cuando lo hubiera sabido, no se lo hubiera dicho).

Escogí para salir de París el día 14 de julio, cuando de todos los rincones de Francia la multitud invade la capital. (La modesta burguesía parisiense festeja la toma de la Bastilla bailando en las calles, en las proximidades de los cafés y de los restaurantes.) Estaba persuadido de que ningún policía podría ese día fijarse en mí. Zephír y Kotov fueron a la estación a despedirme. Un poco antes de la salida del tren apareció Jitomirski. Se despidió de mí calurosamente y me abrazó, invitándome a hospedarme en su propia casa cuando en mi próximo viaje regresase a París. Llegó a emocionarme.

En el camino me detuve en Baden-Baden y en Leipzig. No encontré ninguna fábrica de hilaturas. A decir verdad, en Baden-Baden me pareció que alguien me vigilaba pero pensé que se trataba, sin duda, de algún policía local. En Leipzig no observé nada que me pareciese anormal. El mismo día en que debía salir para Rusia, provisto de un pasaporte legal que no me pertenecía, el camarada en cuya casa me hospedé en Baden-Baden, y que debía acompañarme en mi regreso a Rusia, recibió una carta de la alemana en cuya casa vivía, donde le manifestaba que había ido a visitarla un policía, interrogándola acerca de mí. Este la había asustado al decirle que yo había robado en un Banco de París. Añadía en su carta que el policía había marchado en seguimiento mío, y facilitaba sus señas personales, rogando que le aguardase con el fin de aclarar esta interpretación, pues estaba convencida de que yo no era la persona que buscaba el policía.

Al salir de mi cuarto, mis miradas cayeron sobre un individuo sentado en una taberna vecina, detrás de una ventana ordinariamente cerrada. Este individuo correspondía punto por punto a las señas proporcionadas por la alemana de Baden-Baden. Volví a casa de Zagorski, donde me esperaba un telegrama de Lenin instándome a marchar a Poronin. Resolví hacerlo. Con Zagorski lo arreglamos de esta manera: enviamos a un comisionado en busca del equipaje de un camarada cuyo pasaporte estaba en regla, a propósito para transportarlo a la estación de Eilenbourg, de donde salían los trenes para Rusia, vía Kalisz; la camarada Pilatskaia fué detrás del comisionado. El polizonte siguió a los equipajes. Durante este tiempo, Zagorski retiraba los míos y los llevaba a la nueva estación de Leipzig. Aquella tarde, Zagorski fué a despedir a nuestro camarada y observó que el polizonte marchaba en el mismo tren. Conforme supe más tarde, el policía llegó hasta la frontera, donde mi compañero, después de haber sido registrado minuciosamente, fué interrogado por los gendarmes, confundiéndole conmigo.

Extremando las precauciones, la camarada Pilatskaia tomó el tren con mi equipaje y yo me uní a ella en la estación siguiente. Me entregó mi billete y mi equipaje y descendió del tren para marchar en busca de Zagorski, que estaba aguardándola. Así pude llegar sin dificultad hasta la misma casa de Lenin.

Cuando le conté que había sido vigilado y lo que había de cierto sobre Jítomirski, Kámenev, que asistía a la entrevista, me dijo que todo ello no podía ser más que una impresión personal, Al día siguiente de mi llegada a Poronin se recibió una carta de Zagorski en la que decía que durante la misma noche de mi salida se había registrado la casa en que me hospedé en Leipzig. En resumen, cuando el gran duque Nicolás fué a inaugurar la iglesia rusa de Leipzig, se hizo una nueva requisa en mi antiguo alojamiento; pero esto sucedía mucho después de mi salida de aquella población. Se decidió decir a Jitomirski que la oficina del Comité Central en el extranjero me había llamado a Cracovia, donde debía continuar mis trabajos. El día de mi salida para Rusia le envié mi pretendida dirección de Cracovia. Al propio tiempo, los camaradas polacos de aquella ciudad debían vigilar la casa cuya dirección enviamos a Jitomirskí, para comprobar si la Policía recibía confidencias -que no podía facilitarle más que Jitomirski. En este caso se comprobaría con exactitud las relaciones de éste con la Okhrana.

Nuestros cálculos eran exactos. Cuando en 1915, encontrándome deportado, escribí a Kámenev, que se encontraba en el mismo distrito que yo, que en el momento de mi detención en Sámara pude comprobar sin duda alguna que Jitomirski era un agente provocador, me respondió que lo sabía hacía algún tiempo. Así fué desenmascarado un importante espía que a nosotros, los bolcheviques, nos hizo muchísimo daño.