Boris Ponomariov

 

Lenin:

El gran jefe de la época revolucionaria

 

 


Pronunciado: Por Boris Ponomariov, en representación del Partido Comunista de la Unión Soviética, en la sesión plenaria de la conferencia dedicada al centernario del nacimiento de V. I. Lenin, realizada en Praga, Checoslovakia, los dias 19-21 de noviembre de 1969, y organizada por Revista Internacional.
Fuente del texto: B. Ponomariov, "El gran jefe de la época revolucionaria", en El leninismo y el Proceso Revolucionario, Ediciones "Paz y Socialismo", Praga, 1970, págs. 9-47.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de 2014.
Digitalización y HTML: Juan Fajardo, enero de 2014.


 

 

En la historia de la humanidad, hubo no pocos revolucionarios que alzaron a las masas contra la opresión y la arbitrariedad, contra la vida de servidumbre, el trabajo de esclavos y la explotación. La fuerza y la grandeza de Lenin estriban en que supo comprender como nadie las demandas imperiosas del desarrollo social en el momento en que maduraron las condiciones y las premisas para la revolución socialista; en que supo plasmar estas demandas en la actividad del proletariado y su partido y encabezar el gran auge revolucionario que llevó a la demolición del viejo mundo.

El nombre y la causa de Lenin son inseparables de la Gran Revolución Socialista de Octubre, que implicó un viraje radical en el desarrollo de la sociedad: del capitalismo, régimen de explotación y opresión, al socialismo, régimen de auténtica libertad, en el que no hay opresión ni social ni nacional.

Tiene una importancia excepcional el hecho de que la fuerza de las ideas de Lenin, el vigor del Partido y del Estado socialista fundados por él y la influencia de la revolución triunfante, que venció bajo su dirección, aumentan con el tiempo. La marcha del desarrollo histórico no debilita sino que multiplica todo aquello a lo que puso comienzo el gran genio del comunismo, aporta nuevas confirmaciones de la justedad de sus ideas y de su causa. Y esto da nuevas fuerzas a todos los combatientes del marxismo-leninismo.

Toda la época ligada con la Revolución de Octubre es una época de brillantes victorias de la teoría y la práctica del leninismo, cuyo triunfo definitivo a escala universal significará la total renovación revolucionaria del mundo, de todos los aspectos de la vida social: de la economía, del régimen político, de las relaciones internacionales, de la cultura, de la ideología y de la forma de vida. La influencia del leninismo en la marcha de la historia se mide con la escala de la colosal ruptura social y de las transformaciones sin precedentes que distinguen a nuestro siglo, en las que participan activa y conscientemente centenares de millones de personas.

A la cabeza de la batalla de millones de hombres por la democracia, la independencia nacional de los pueblos y el socialismo va la clase obrera internacional. Después de las victorias de alcance histórico universal, obtenidas en el camino que Lenin indicó, la clase obrera se consolidó como una fuerza que está en el centro de la época actual. La Unión Soviética, el sistema socialista mundial y la clase obrera internacional constituyen el puntal social firme y seguro del leninismo.

El paso del reino de la necesidad al reino de la libertad exige el aumento incesante del papel que desempeña el principio consciente, organizador y rector en la vida de la sociedad. Este papel puede interpretarlo únicamente el partido revolucionario de la clase obrera, el partido de nuevo tipo. Sobre la base del leninismo, tras de nuestro país surgieron partidos de este tipo en la mayoría de los países; ellos constituyen el movimiento comunista internacional contemporáneo, vanguardia de la lucha revolucionaria de nuestra época.

La inmortalidad del leninismo, la garantía de que el proceso de la revolución, que sigue la vía leninista, culminará en la victoria completa de la causa del proletariado, reside en la actividad de los partidos .marxistas-leninistas, en las victorias reales e históricas del socialismo.

I

Si intentamos destacar en Lenin, como gran personalidad histórica, el rasgo principal, el más característico, puede decirse que fue, ante todo, un revolucionario, un revolucionario en todo. Su espíritu revolucionario fue el de un gran combatiente por la causa de la clase obrera, de todos los trabajadores y oprimidos. «Su corazón latió con ardiente amor a todos los trabajadores, a todos los oprimidos.» Estas sentidas palabras de Nadezhda Krúpskaya ante el féretro de Lenin expresan lo que movía a Lenin, a lo que él dedicó su ingente labor de teórico y combatiente,

Lenin veía el sentido de la vida en lograr la emancipación de la clase obrera, de todos los trabajadores y oprimidos. Encontró en Marx la respuesta a la pregunta de cómo cumplir esta tarea. Y se hizo un marxista genuino, es decir, un revolucionario proletario a carta cabal.

Toda la actividad de Lenin es una expresión perfecta del principio: no perder de vista ni un minuto, ni en lo grande ni en lo pequeño, la meta final del movimiento obrero. «Quien rehuye el punto de vista supuestamente unilateral de clase —advirtió Lenin— ... sólo sufrirá desengaños y estará constantemente expuesto a vacilaciones.»[1]

Al definir la peculiaridad distintiva del revolucionarismo proletario, basado en el socialismo científico, Lenin señaló que lo característico de él es precisamente «la más profunda comprensión de los fundamentales objetivos revolucionarios del proletariado, y la definición extraordinariamente flexible de las tareas concretas de la táctica, desde el punto de vista de estos fines revolucionarios y sin las menores concesiones al oportunismo o a la frase revolucionaria».[2] El carácter revolucionario de Lenin es su intolerancia con todo espíritu conciliador y, al mismo tiempo, su intransigencia con la frase revolucionaria, con las salidas de tono anarquistas de los que, como decía con sarcasmo, escriben la palabra "revolución" sólo con mayúscula o con tres "erres". «No necesitamos arranques histéricos —decía—. Lo que nos hace falta es la marcha acompasada de los batallones de hierro del proletariado.» [3]

De acuerdo con esta orientación permanente hacia la meta final, Lenin formuló uno de los criterios centrales del revolucionarismo proletario, a saber: la actitud del partido ante su programa. El partido del proletariado revolucionario se preocupa con esmero de su programa —decía—, señala celosamente y muy a largo plazo su meta final —la meta de la total emancipación de los trabajadores— y se revuelve con energía contra cuantos intentan cortarle las alas.[4]

Magno maestro de la estrategia y la táctica en la revolución, Lenin exigía en cualquier cambio de los acontecimientos, tanto en los momentos de auge como en los de repliegue forzoso, educar a las masas en el espíritu revolucionario, prepararlas para las acciones revolucionarias. Una cualidad inseparable del revolucionario proletario, del partido proletario, es aplicar en cualesquiera condiciones la política revolucionaria que expresa los intereses de la clase obrera. Esa labor, advertía Lenin, jamás es infructuosa y se verá compensada con creces. De lo contrario, «todas las pequeñas conquistas... no servirían de nada».[5]

Lenin comparó muchas veces la revolución con un "torbellino" que barre en su camino todo lo caduco, todo lo reaccionario, todo lo que impide el avance. Pero la revolución no es sólo una fuerza de destrucción del viejo régimen. Es la construcción de un nuevo sistema social con los brazos y la inteligencia de las propias masas populares bajo la derección de su vanguardia proletaria. A Lenin le causó honda impresión la definición marxista de las revoluciones como locomotoras de la historia. Se remitió muchas veces a esta idea, recalcando que el tránsito del desarrollo evolutivo al desarrollo revolucionario desencadena la potente energía creadora que el movimiento de las masas lleva implícita. «... Precisamente los períodos revolucionarios —escribía— son los que se distinguen por una mayor amplitud, mayor riqueza, mayor conciencia, mayor regularidad, mayor sistematización, mayor audacia y esplendor de la creación histórica en comparación con el período del progreso pequeñoburgués, kadete, reformista.»[6]

Fue precisamente Lenin quien encareció la importancia de las tareas creadoras de la revolución y las fundamentó ampliamente. Del cumplimiento de estas complicadas tareas, decía, depende la victoria final sobre el capitalismo, el triunfo definitivo del comunismo a escala mundial.

Lenin basó toda su actividad en el sólido cimiento de la teoría del socialismo científico, fundada por Marx y Engels. La actitud de Lenin ante la ciencia revolucionaria puede expresarse brevemente en estos términos: defender siempre con tesón el marxismo, desarrollarlo continuamente y garantizar el nexo entre la teoría y la práctica del movimiento revolucionario.

Enemigo inconciliable de todo dogmatismo, Lenin luchó al mismo tiempo, sin admitir compromisos, por la pureza de los principios del marxismo y cuidó con sumo celo todas las ideas de Marx y Engels, maestros suyos. Hostigaba a las "gentes miopes", que, al advertir fenómenos nuevos en la economía del capitalismo, podían pensar -en «modificar las bases de la doctrina de Marx».[7]

Como era el discípulo más riguroso y consecuente y el defensor más fiel y apasionado de la ciencia revolucionaria creada por Marx y Engels, veía la ruerza, la invencibilidad y la universalidad de esta ciencia en que fue ella misma la que «trazó el camino que había de tomar, desarrollándola y elaborándola en todos sus detalles».[8] El mismo hizo una inmensa aportación a la doctrina marxista, desarrollándola y enriqueciéndola de manera creadora, elevando el socialismo científico a un nuevo grado, más alto aún. El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y las revoluciones proletarias, de la edificación del socialismo y el comunismo, del surgimiento y desarrollo del sistema socialista mundial, de las revoluciones de liberación nacional y del hundimiento del sistema colonial, la época de la transición de la humanidad al comunismo.

En la ciencia y en la teoría, lo mismo que en todo lo demás, Lenin fue, ante todo, un revolucionario. No tenía nada de científico de gabinete. Demostró con toda su actividad que la concepción científica era para él no sólo la explicación del mundo, sino la lucha por su transformación.

Gran revolucionario, Lenin fue un realista sereno. Pero su realismo tuvo siempre un carácter revolucionario consecuente, diametralmente opuesto al realismo conciliador de los oportunistas que se orientan a las opiniones de los mesócratas. Los oportunistas invocan el realismo, la necesidad de tener en cuenta los fenómenos nuevos para argumentar la renuncia a las acciones revolucionarias y al objetivo final de la lucha por el socialismo y justificar la política de adaptación a las circunstancias. Lenin, en cambio, al exigir siempre de los revolucionarios que enfocaran de manera real la vida y estudiaran profundamente los fenómenos nuevos, se rigió invariablemente por el afán de descubrir todas las posibilidades y encontrar más argumentos en pro de la transformación revolucionaria de la sociedad.

Lenin concebía el revolucionarismo consecuente indisolublemente ligado con el internacionalismo proletario.

El carácter internacional del leninismo dimana de las tareas internacionales que está llamado a cumplir el movimiento obrero revolucionario y tiene hondas raíces en su propio origen. El leninismo recogió toda la riqueza de la experiencia revolucionaria anterior de Rusia y del mundo entero. «Tenemos detrás de nosotros toda una serie de generaciones revolucionarias de Europa»[9], repetía Lenin a menudo. Las enseñanzas de la lucha de clases de Rusia y de todo el mundo, analizadas teóricamente, fueron siempre para Lenin una premisa imprescindible y obligatoria para elaborar la línea política. En ello veía la condición de que la política del Partido fuera acertada.

No puede uno menos de asombrarse de lo hondo que Lenin sabía penetrar en la esencia de los problemas del movimiento obrero internacional con todas las peculiaridades de los distintos países. Al luchar por la victoria de la revolución en Rusia, estaba enterado de los problemas de la clase obrera de Francia, Inglaterra, Alemania, Austria-Hungría, Italia, Norteamérica, Bélgica, Suiza, Holanda, los países escandinavos, Irlanda, los países balcánicos y otros.

Lenin conocía la fuerza y la debilidad de los distintos destacamentos del movimiento obrero, el lugar que ocupaban y las posibilidades que tenían en el frente común de las fuerzas revolucionarias. Teniendo en cuenta el desarrollo desigual de la lucha revolucionaria, analizaba sus causas y sus posibles consecuencias. Nunca perdía de vista los avances políticos y sociales operados en la vida de las multitudinarias masas de Oriente, desde China y la India hasta Persia y Turquía.

Como gran revolucionario e internacionalista, Lenin pensaba a escala de todo el planeta, a escala de la época. Eso fue precisamente lo que le permitió sintetizar la práctica del movimiento obrero mundial y hacer la experiencia rusa, y luego la soviética, patrimonio internacional de todos los revolucionarios. Al asegurar el triunfo de la primera revolución socialista de la historia, el leninismo convirtió el internacionalismo proletario en un poderoso factor de todo el correr sucesivo de la historia.

Aquí nos hemos referido sólo a lo más importante de la figura de Lenin, en su aspecto de revolucionario. Es imposible agotar este tema. Una expresión concentrada de la forma revolucionaria internacionalista en que Lenin enfoca la transformación de la sociedad es su doctrina de la revolución mundial. Sobre este tema quisiera hablar más detenidamente.

 

II

Lenin veía el sentido de las fechas conmemorativas en hacer un resumen de lo realizado y, principalmente, en atraer la atención a las tareas aún sin cumplir. Si enfocamos desde este ángulo la histórica fecha que se aproxima y vemos los problemas del desarrollo revolucionario mundial, se puede decir que las conquistas de la clase obrera internacional alcanzadas por la senda leninista son colosales. Sin embargo, las fuerzas de la revolución tendrán que cumplir aún tareas gigantescas.

Se ha emancipado de la opresión del capital un tercio de la humanidad. Los otros dos tercios se encuentran en la parte no socialista del mundo. La mayoría de la población de la Tierra, los pueblos de más de cien países, gimen bajo la explotación y la opresión. Más de 35 millones de personas siguen bajo el yugo de los colonialistas. El imperialismo dispone de bastante potencia económica y militar. Lejos de debilitarse, su resistencia a las fuerzas del progreso social se acrecienta.

Por eso mismo la teoría leninista de la revolución socialista conserva en nuestra época todo su valor de actualidad. Su vigor reside en que ya ha sido comprobada en la práctica. Su carácter victorioso ha quedado confirmado por la experiencia revolucionaria de la Unión Soviética y de otros países.

Lenin elaboró profundamente y con toda amplitud la doctrina de la revolución. En ella, el análisis de las leyes generales de nuestra época está vinculado con la elaboración concreta de las vías de la transformación socialista de la sociedad.

Lenin hizo la deducción, de enorme importancia, de que el ahondamiento de la desigualdad del desarrollo económico y político del capitalismo en la época del imperialismo es causa de que el triunfo de la revolución socialista en los distintos países no se obtenga al mismo tiempo. Hizo varias veces hincapié en que sería una utopía oportunista aplazar la revolución socialista hasta que las condiciones hayan madurado por completo en todos o en la mayoría de los países, hasta que todas o casi todas las fuerzas opuestas al imperialismo lleguen a comprender la plataforma proletaria socialista.

Por eso, la revolución socialista mundial no es un solo acto, sino un proceso prolongado que llena toda una época y se desenvuelve como una complicada cadena de revoluciones socialistas hechas de distinta forma, de revoluciones anticolonialistas de liberación y de movimientos democráticos y antiimperialistas diversos.

La fuerza de la estrategia revolucionaria leninista estriba en que abarca todo el complejo proceso de la lucha contra el imperialismo mundial y en que tiene presentes las condiciones objetivas y el papel del factor subjetivo en el desarrollo del movimiento emancipador y la creciente variedad de sus formas. Tiene un carácter histórico concreto y traza las direcciones y las fuerzas principales de la lucha revolucionaria de acuerdo con la cambiante situación internacional e interior.

El principal rasgo distintivo del proceso revolucionario mundial estriba en que existe y se fortalece el sistema socialista mundial, que se está transformando en el factor decisivo del desarrollo de la sociedad. Hoy es una verdad indiscutible la deducción de Lenin de que la clase obrera triunfante desempeña, a lo largo de toda la época de transición del capitalismo al socialismo, el papel de vanguardia de la revolución mundial. El sistema socialista mundial es:

— la palanca fundamental para cambiar la correlación de las fuerzas de clase a escala internacional a favor de la clase obrera, la fundamental fuerza propulsora de la revolución mundial y de la lucha contra el imperialismo;

— la vanguardia de la clase obrera internacional, vanguardia que cumple las complicadísimas tareas creadoras de la construcción del nuevo régimen social impuestas por la historia, atesora experiencia de alcance histórico uni versal, eleva el prestigio del socialismo y gana a su lado a millones de trabajadores del campo imperialista;

— la base y la fuente del apoyo internacionalista a la lucha revolucionaria de la clase obrera en los países capitalistas y en la zona del movimiento de liberación nacional;

— la fuerza decisiva y el baluarte fundamental de la lucha de los pueblos contra la nueva guerra mundial.

¿Significa todo esto, sin embargo, que disminuye la importancia de la lucha de la clase obrera de los países capitalistas y de las fuerzas de liberación nacional? Al contrario; la lucha entre los dos sistemas es el frente fundamental, mas no el único de la batalla contra el imperialismo. Los países socialistas amplían las posibilidades de las fuerzas antiimperialistas. Pero el que estas posibilidades se hagan una realidad depende en grado decisivo de la lucha de la clase obrera y de sus aliados dentro del propio sistema capitalista. Precisamente debido al apoyo del sistema socialista se acrecienta la importancia de la lucha de estos destacamentos del movimiento mundial de liberación y van siendo mayores sus posibilidades revolucionarias.

Hoy, cuando las fuerzas fundamentales del imperialismo se enfrentan al sistema socialista, cuando la omnipotencia y la opresión de los monopolios lanzan al campo de sus enemigos a nuevas fuerzas sociales, van siendo mayores las posibilidades del proletariado de los países imperialistas para cumplir su histórica misión de poner fin al capitalismo en sus ciudadelas. Actualmente, la clase obrera constituye una inmensa fuerza político-social. A mediados del siglo XIX había 10 millones de proletarios en los países capitalistas desarrollados, pero en nuestros días suman más de 200 millones. El proletariado ha pasado una gran escuela de luchas de clase e incrementa su presión sobre el capital. Desde 1960 hasta 1968 participaron en las luchas huelguísticas más de 300 millones de personas. En el último decenio ha habido en los países capitalistas más de 250 huelgas nacionales. Los combates de clase van siendo más poderosos y organizados cada día. Los partidos comunistas actúan como la vanguardia de la clase obrera.

La clase obrera que combate en las ciudadelas del imperialismo, obstaculiza las acciones de éste contra los países socialistas y el movimiento de liberación nacional. Con ello presta una importante ayuda a todos los demás participantes de la lucha revolucionaria mundial.

El movimiento de liberación nacional se ha convertido en una gran fuerza revolucionaria de nuestros días. Bajo el impacto de sus golpes se ha demolido el sistema colonial del imperialismo. En 1919, el 69,4 por ciento de la población de la tierra estaba sometida a la dependencia colonial y semi-colonial, pero en nuestros días esa proporción es de sólo el 1 por ciento. El movimiento de liberación nacional se eleva a un nuevo nivel y se plantea el objetivo de reforzar la independencia política de los países liberados, crear una economía nacional independiente y cambiar radicalmente las condiciones de vida en beneficio del pueblo.

La enorme amplitud del movimiento de liberación nacional ha influido sustancialmente en toda la marcha de la lucha de clases universal, ante todo merced al despertar y a la incorporación activa de la mayor parte de la humanidad a la lucha antiimperialista. Las revoluciones de liberación nacional socavan y erosionan las posiciones del imperialismo en zonas que fueron en tiempos una retaguardia segura de éste. Con la particularidad de que un grupo considerable de nuevos Estados nacionales ha emprendido durante los últimos años el camino de las profundas transformaciones sociales que crean importantes premisas para afianzar la independencia política, consolidar la economía, elevar el nivel material y cultural de las masas trabajadoras, barrer los restos del medievo y desarrollar la actividad política de los trabajadores. El surgimiento de los regímenes democrático-revolucionarios que tienen por meta la transición al socialismo es un fenómeno fundamentalmente nuevo en la práctica revolucionaria mundial, una magna conquista de las fuerzas del progreso social.

Al hablar de los rasgos principales de la teoría leninista de la revolución socialista, hay que hacer hincapié en que se basa totalmente en el análisis científico, dialéctico, de los procesos objetivos del desarrollo mundial. Esta teoría se apoya, como es sabido, en el análisis del imperialismo, fase superior del capitalismo.

A comienzos del siglo XX fueron muchos los que escribieron sobre el imperialismo, entre ellos los teóricos de la II Internacional Hilferding y Kautsky. En sus obras del primer período también había observaciones atinadas. Pero faltaba lo principal: el saber analizar los nuevos procesos desde el punto de vista de las tareas de la lucha revolucionaria del proletariado. Estos teóricos, por el contrario, buscaban en los nuevos hechos una confirmación de sus ideas oportunistas. El enfoque de Lenin fue diametral-mente opuesto. De los mismos hechos, pero enjuiciados con el criterio de la clase obrera, sacó conclusiones totalmente distintas.

¿Y qué nos ha mostrado la experiencia histórica? ¿Qué enfoque ha resultado ser el auténticamente científico, el verdadero?

La "organización" del capitalismo, ensalzada por Hilferding, abocó en grandísimas conmociones económicas, incluida la crisis de 1929-1933, de violencia que no había conocido la historia del capitalismo. El "capitalismo pacífico" de Kautsky hundió dos veces a la humanidad en el abismo de monstruosas guerras mundiales y engendró las bárbaras dictaduras fascistas, ante cuyas atrocidades palidecen los crímenes más graves de las tiranías del pasado.

En cambio, la investigación de los nuevos procesos del capitalismo, realizada por Lenin desde las posiciones revolucionarias del proletariado, no sólo permitió defender los principios del marxismo, sino desarrollarlos aplicados a las condiciones que habían cambiado. Nadie recalcó con más fuerza que Lenin que el desarrollo del capital monopolista, y luego del capital monopolista de Estado, es ya en esencia la negación del capitalismo como régimen social. Al mismo tiempo, nadie indicó con mayor fuerza que Lenin que la creciente producción socializada, «el tránsito... del capitalismo a su forma superior, planificada»,[10] plantea con singular insistencia la cuestión del derrocamiento precisamente revolucionario de este régimen y del paso del poder a manos del proletariado. «La "proximidad" de tal capitalismo al socialismo —escribió Lenin— debe constituir, para los verdaderos representantes del proletariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y ante los que hermosean el capitalismo, como hacen todos los reformistas.»[11]<./P>

En los cuarenta y seis años transcurridos desde la muerte de Lenin, se han operado muchos cambios en el sistema y en la estructura del capitalismo. Estos cambios confirman la justedad de la doctrina de Lenin sobre el imperialismo, testimonian que han madurado más aún las premisas de la revolución.

Son típicas del capitalismo contemporáneo tendencias como el brusco aumento de la concentración y de la centralización de la producción y del capital, la creación de gigantescos supermonopolios —los conglomerados— y una considerable elevación del papel económico del Estado burgués. Estos procesos transcurren en lucha y emulación entre los dos sistemas mundiales. Se producen en plena revolución científico-técnica, revolución de magnitud y consecuencias enormes. En sus tentativas de adaptarse a la nueva situa-ciqn, el imperialismo utiliza el desarrollo de la ciencia y de la técnica y pone en juego nuevas palancas de gestión estatal-monopolista de la economía. Pero todo esto confirma patentemente cuan certeras son las palabras de Marx acerca de que al supeditar la ciencia a ellos mismos, los explotadores la obligan a que sirva al capital.

En esas condiciones, se plantea con nueva agudeza el mismo dilema de siempre: ¿enjuiciar estos problemas desde las posiciones leninistas, revolucionarias, o desde las reformistas, oportunistas? ¿Enjuiciar el crecimiento de las premisas materiales del socialismo en la sociedad capitalista como argumento en pro de la "transformación pacífica" del capitalismo en socialismo o como argumento a favor de la intensificación de la lucha revolucionaria por el derrocamiento del poder del capital?

Los reformistas y los revisionistas declarados, hoy lo mismo que en vida de Lenin, quieren volver a demostrar, especulando con los nuevos datos, que las contradicciones del capitalismo ya "se reducen a la nada" definitivamente, que la tarea del derrocamiento revolucionario del viejo régimen se retira del orden del día por "no corresponder" ya a las particularidades de la denominada "sociedad postindustrial".

Mas, para los comunistas, el enfoque leninista del imperialismo, enfoque verdaderamente revolucionario, de clase, sigue siendo hoy día un guía para comprender como es debido y apreciar científicamente los nuevos fenómenos y procesos del desarrollo del capitalismo. Este enfoque precisamente es el que preside en los documentos de la Conferencia comunista de Moscú, celebrada en 1969.

La regulación monopolista de Estado, llevada a cabo —directamente o en definitiva— para garantizar la sucesiva explotación de los trabajadores y acrecentar las ganancias del gran capital, no está en condiciones de sofrenar la espontaneidad del desarrollo capitalista. La incapacidad del capitalismo monopolista de Estado para dominar las fuerzas del mercado se manifiesta hoy con particular evidencia en las conmociones que sufre todo el sistema monetario-financiero del mundo burgués, en la enconada guerra comercial y monetaria. Las conmociones monetarias y el aumento de la carestía son también resultado de los enormes gastos militares. Sólo la guerra de Vietnam ha costado ya a los Estados Unidos cien mil millones de dólares como mínimo. Sólo en 1968 los gastos militares de los países de la OTAN constituyeron ciento tres mil millones de dólares. En esa situación, los contrastes sociales y la concentración de fabulosas riquezas en las manos del puñado que integra la oligarquía financiera, por una parte, y la creciente penuria de las masas, por la otra, son más patentes cada día.

Los nuevos fenómenos que se operan en el desarrollo del capitalismo llevan a la exacerbación sucesiva de las contradicciones cardinales dimanantes de su naturaleza, de su esencia explotadora.

El movimiento comunista aspira a llevar precisamente esa comprensión leninista del imperialismo contemporáneo a los medios más vastos posibles de obreros y de trabajadores de otros sectores sociales. Es una tarea imperiosa de los comunistas fustigar el imperialismo, mostrar con evidencia y fuerza de convicción sus lacras y disipar las ilusiones en el régimen capitalista, ya que, poniendo al desnudo estas lacras, se educa a las masas en el espíritu de que es necesario derrocar el régimen explotador y opresor. Ello es necesario para formar en las grandes masas una conciencia socialista. Y lo es, además, para organizar la lucha económica y política diaria.

Esa lucha constituye una parte inseparable y de extraordinaria importancia de la lucha general contra el imperialismo. Los partidos comunistas de los países capitalistas han reunido en esta lucha enorme experiencia y obtenido considerables éxitos. Sus programas de acción contienen todo un sistema de reivindicaciones de carácter económico y político enderezadas a defender las demandas cardinales de las masas trabajadoras y a satisfacer las exigencias planteadas por la marcha de los acontecimientos. Estas reivindicaciones son de aumentos salariales, de lucha contra el paro, de reducción de la jornada laboral, de pago de las vacaciones y aumento de su duración y de supresión o reducción de los impuestos para los trabajadores, con el simultáneo aumento de los que gravan al gran capital y a los monopolios. Son objeto de enconada lucha las cuestiones de la jubilación y otras formas de seguridad social, disminución de los alquileres y concesión de viviendas. Últimamente han adquirido singular crudeza los problemas de la democratización de la enseñanza y de la concesión de garantías para la readaptación profesional de los obreros. Los partidos comunistas dedican gran atención al aprovechamiento de las posibilidades parlamentarias y municipales en la lucha por los intereses de los trabajadores. Una de las direcciones esenciales de la actividad de los comunistas es robustecer las posiciones de las fuerzas democráticas en los parlamentos y en los municipios y defender y ampliar las prerrogativas municipales contra los ataques del poder central.

Los comunistas se proponen arrancar a la clase dominante cuanto sea posible conquistar en los marcos del capitalismo, lograr que se libre a los trabajadores de las guerras y de las consecuencias de la preparación para las guerras. Pero lo que importa es que eso sea siempre y por doquier parte inseparable de la lucha por el objetivo final: el socialismo. Con este enfoque, precisamente, dando a los trabajadores resultados sensibles en el sentido de mejorar su situación material y sus derechos sociales, se fomenta su fe en la fuerza y en la eficacia de la lucha de clase, se eleva simultáneamente el prestigio del partido, la confianza en él, y se consolidan sus posiciones de vanguardia. Con ese enfoque, precisamente, se amplían las bases y las posibilidades para seguir desplegando la ofensiva contra el poder de los monopolios.

Constituyen un elemento importantísimo de la doctrina leninista de la revolución y son objeto de constante preocupación en la práctica los problemas de la preparación del ejército político de masas para la revolución. Hoy, cuando las premisas materiales objetivas para liquidar el capitalismo hace tiempo que han madurado ya, cuando las contradicciones sociales han alcanzado un grado sin precedente de exacerbación y cuando se elevan más alto las oleadas de las acciones de los trabajadores, que abarcan a países enteros, el problema de hacer que las masas comprendan la necesidad de la acción revolucionaria adquiere una importancia verdaderamente decisiva.

Para resolver este problema, Lenin partió de las leyes objetivas descubiertas por Marx, leyes que determinan la dislocación de las fuerzas de clase en la sociedad capitalista. Desarrolló y enriqueció en todos los aspectos, aplicada a las nuevas condiciones, la doctrina marxista del papel de la clase obrera como fuerza motriz rectora de la revolución y de todo el desarrollo social. Las tesis que él formuló constituyen la base para analizar los problemas del desarrollo de las clases y de las relaciones entre ellas.

Los cambios que la moderna revolución científico-técnica opera en la clase obrera confirman las ideas de Lenin. Por mucho que intenten los teóricos burgueses y reformistas refutar el hecho del papel creciente del proletariado en la sociedad, la realidad echa por tierra sus lucubraciones.

La inmensa ampliación de la esfera del trabajo asalariado—que en los Estados Unidos abarca ya el 86 % de la población activa, en el conjunto de Europa Occidental cerca del 70%, y en el Japón el 60 % —, convierte al proletariado en la clase más numerosa de la sociedad capitalista. Por el lugar que ocupa en la producción y por su situación material, gran parte de los intelectuales y de los empleados se aproxima a la clase obrera y se incluye con más actividad cada día en la lucha del proletariado.

El aumento de la instrucción y de la cualificación de los obreros, fuente de conciencia política y combatividad mayores del proletariado, y la aproximación de los intereses de vastos sectores rurales y de la intelectualidad trabajadora a él llevan a un reforzamiento y a una ampliación inauditas de la base social de la lucha contra el capitalismo monopolista. Vemos cómo se forma, crece y se robustece cada día la alianza de las fuerzas antimonopolis-tas, ante la que, como dijo Lenin, «no habrá fuerza oscura que pueda resistir».[12]

Tiene enorme importancia la profunda exposición que Lenin hizo de las posibilidades del proletariado y de todas las clases y sectores de trabajadores que agrupa. Lenin mostró en toda su variedad y complejidad el papel del campesinado y de las capas urbanas de la pequeña burguesía en la revolución de hoy. Allí donde constituyen una parte considerable, y máxime si son la mayoría aplastante de la población, la clase obrera no puede aspirar, sin la alianza con ellos, ni a la victoria en la revolución socialista ni a la feliz construcción de la nueva sociedad. Los campesinos, sobre todo vistos a escala mundial, son una inmensa fuerza antiimperialista cuya potencia está aún muy lejos de agotarse. La creación de una sólida alianza de la clase obrera y los campesinos tendente a cumplir las tareas verdaderamente revolucionarias de nuestros días es una necesidad imperiosa en sumo grado.

Las ideas de Lenin brindan la única orientación certera para abordar también la incorporación de la juventud a la lucha revolucionaria. Lenin conceptuaba la animación de la actividad revolucionaria de la juventud como un fenómeno que merece el máximo apoyo de las organizaciones del partido. Al propio tiempo estimaba de extraordinaria importancia pertrechar a la juventud con una concepción científica, marxista, del mundo y protegerla de la influencia de los "falsos amigos" que entorpecen su seria educación revolucionaria y procuran descarriarla con una fraseología anarquista. Guiándose por los intereses de la lucha de clases, enseñaba a distinguir bien entre los errores y "extralimitadones" de los jóvenes, impacientes por entrar en combate, pero inexpertos, y las intrigas políticas de las gentes sin principios que especulan con esa impericia.

Su criterio era explicar y convencer pacientemente a los primeros y luchar sin tregua tontra las segundas. «Una cosa son —decía— los adultos que confunden al proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás: con ellos es necesario luchar despiadadamente. Otra cosa son las organizaciones de la juventud que declaran en forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea fundamental es formar hombres para los partidos socialistas. A esta gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo con la persuasión y no con la lucha.»[13]

Hoy se registra en muchos países un auge del movimiento de las masas, mas no conduce en todas partes a cambios cualitativos. La clase dominante procura desviarlo e impedir que se salga del marco del régimen existente. Por ahora lo va logrando. Una causa de este fenómeno reside en que no se han conseguido las debidas interacción, comprensión mutua y coordinación de las acciones entre el movimiento obrero y los otros sectores de trabajadores.

Hoy suena con más actualidad que nunca la deducción de Lenin acerca de que, en las condiciones de la nueva época histórica, que ya ha comenzado, la formación del ejército masivo de la revolución en los países capitalistas está facilitada tanto por el enconamiento de las contradicciones entre la burguesía monopolista y la clase obrera como por la aparición de una nueva contradicción social más amplia, la contradicción entre los monopolios y todo el pueblo.

Lenin hacía hincapié en que el proceso de formación del ejército politico de la revolución no puede transcurrir automáticamente, que no deben cifrarse esperanzas en que culmine de manera espontánea. A este proceso se opone activamente el enemigo de clase, la burguesía monopolista que hace cuanto puede para impedir que gane terreno entre las masas la conciencia revolucionaria. Entorpecen asimismo este proceso la escisión del movimiento obrero y las contradicciones entre la clase obrera y los sectores no proletarios, contradicciones dimanantes de la propia existencia de la propiedad privada y de la correspondiente ideología. De ahí, la gran responsabilidad de la vanguardia proletaria, del partido revolucionario. Lenin estimaba que es misión de éstos «saber percibir, encontrar, determinar con exactitud el rumbo concreto o el cambio especial de los acontecimientos capaces de conducir a las masas a la gran lucha revolucionaria, verdadera, final y decisiva .. .»[14]

Lenin examinaba el problema de la formación del ejército político del proletariado como una tarea doble: por una parte,«lograr la unificación de la propia clase obrera en torno a las posiciones de la lucha contra el poder del capital y, por otra parte, crear y reforzar la alianza combativa de las masas trabajadoras proletarias y no proletarias en la lucha contra el enemigo común: los monopolios. Estos dos aspectos están indisolublemente ligados. Más aún, de la solución del uno depende la del otro. Al hacer hincapié en ello, Lenin señalaba: «El proletariado actúa como clase verdaderamente revolucionaria, auténticamente socialista, sólo cuando en sus manifestaciones y actos procede como vanguardia de todos los trabajadores y explotados, como jefe de los mismos en la lucha para derribar a los explotadores.. .»[15]

Por supuesto, la solución de cada una de estas dos partes de la tarea común tiene su especificidad, sus particularidades. Pero es de suma importancia subrayar que, como enseñó Lenin, hay unos principios generales para abordar esa solución.

Puede alzarse a las masas a la lucha contra el capital, y más aún, por el derrocamiento de su poder, sólo con la condición de que estas masas (ya sea la clase obrera o sus aliados) se convenzan ellas mismas, por experiencia propia, de la necesidad de resolver precisamente de manera revolucionaria la cuestión. Y eso significa que adquiere una importancia de primer orden el que los comunistas lancen consignas de lucha que esclarezcan a las masas el sentido de su experiencia, les enseñen y las levanten a la acción enérgica.

Como muestra la experiencia de todas las revoluciones, empezando por la de Octubre, cuando comienza la revolución, la bandera socialista puede agrupar a la parte más consciente y organizada de la clase obrera y de sus aliados. La masa restante puede ser conducida a la revolución únicamente con consignas concretas, que ella comprenda, sobre problemas palpitantes del día. Lenín nos enseñó que esas consignas, lejos de excluir el movimiento hacia el objetivo socialista final, lo facilitan.

Desde ese punto de vista es sumamente interesante un juicio que Lenin emitió poco antes de 1917 en una polémica con gentes que llamaban al socialismo, desvinculándolo de cómo luchar concretamente por su conquista. Lenin escribió: «¿En qué consiste el objetivo de la lucha revolucionaria de las masas? ... El "socialismo", en general, como objetivo contrapuesto al capitalismo (o al imperialismo), es reconocido ahora no sólo por los kautskianos y los socialchovinistas, sino también por muchos sociólogos burgueses. Pero hoy no se trata... sino del objetivo concreto de la "lucha revolucionaria de masas" concreta, contra un mal concretoy o sea: contra la carestía actual, contra el peligro de guerra inminente, o contra la guerra actual.»[16]

En nuestros días, la situación existente en los países capitalistas desarrollados es tal que el socialismo, valga la metáfora, llama a la puerta, pero son muchos los que aún no se dan cuenta. Más aún, los procesos que, en el fondo, llevan al crecimiento de las premisas materiales objetivas del socialismo, son aprovechados por la burguesía para inculcar a las masas una conciencia reformista o, en general, de conciliación con el capitalismo. No podemos menos de tener presente el carácter contradictorio de este proceso. Pero incluso allí donde las grandes masas aún no están decididas a ir a la revolución socialista, vemos su aspiración y su disposición a luchar contra los monopolios, contra unas u otras consecuencias de la política de éstos. Y si el partido de la clase obrera quiere encabezar las masas, lograr que lo sigan y propiciar sus acciones, susceptibles de transformarse en lucha revolucionaria por el socialismo, son precisamente estos sentimientos los que primero tiene en cuenta, plasmándolos en consignas políticas revolucionarias bien concretas.

Desde este punto de vista tiene una importancia imperecedera la conclusión leninista acerca de que, en las condiciones de dominación del capitalismo monopolista de Estado, sobre la base del desarrollo de las contradicciones entre los monopolios y el pueblo se registra una aproximación esencial y un entrelazamiento de las reivindicaciones y consignas de la lucha de las masas trabajadoras proletarias y no proletarias. Así, gran parte de las consignas de carácter económico que antes eran puramente proletarias, hoy, en la época de amplísima extensión del trabajo asalariado dejan de ser exclusivamente proletarias y se convierten en reivindicaciones de la inmensa mayoría de la población. Y algunas de estas consignas se presentan hoy, además, como reivindicaciones palpitantes de los campesinos y de los sectores medios de la población urbana.

En cuanto a las consignas de democracia, defensa y ampliación de los derechos democráticos de las masas trabajadoras y la plataforma de paz y conjuración de la guerra, cabe decir que se presentan, en general, como reivindicaciones comunes de los sectores opuestos al poder de los monopolios.

Por eso, las consignas concretas de los partidos comunistas orientadas a llevar a las masas a la revolución y encaminadas en primer término, también hoy, a aglutinar a la clase obrera, se dirigen asimismo a todas las capas populares antimonopolistas.

Las conclusiones de Lenin relativas al inevitable acercamiento, en las condiciones del imperialismo, de la lucha por las reivindicaciones económico-sociales cotidianas de las masas y por la democracia con la lucha por la perspectiva socialista adquieren, así, la mayor actualidad. La base económico-social de este proceso es el propio desarrollo del capitalismo monopolista de Estado, que, como enseñara Lenin, orienta incluso las reivindicaciones "habituales" de las masas —las reivindicaciones eminentemente económicas— contra todo el sistema de dominio de la burguesía contemporánea.

Sin embargo, Lenin no se limitó a señalar este acercamiento y mostró que, en el marco de la lucha contra los monopolios, adquirían una importancia particular las cuestiones de la nacionalización democrática, del control obrero sobre las empresas, del control democrático del desarrollo de la economía en su conjunto, etc., etc. Vio que habían madurado las premisas, sentadas por el capitalismo monopolista de Estado, para la revolución socialista, y, al mismo tiempo, admitió y estimó real la posibilidad de adoptar medidas transitorias y hacer hondas transformaciones democráticas en el camino de la lucha por el triunfo de la revolución. Fue él, precisamente, quien expresó la idea fecunda de la lucha por un Estado democrático capaz de quebrantar decisivamente el poder de los monopolios o, como él decía, de poner el monopolio capitalista de Estado al servicio del pueblo. Analizando el contenido social de este programa, sobre cuya base es realmente posible agrupar a las grandes masas de la población, Lenin decía que eso «no sería todavía el socialismo, pero ya no sería el capitalismo. Representaría un paso gigantesco hacía el socialismo…»[17] Los descubrimientos de Lenin se vieron desarrollados en los períodos sucesivos, particularmente después de la segunda guerra mundial, en las actividades de los partidos comunistas y obreros, que han adquirido en este aspecto una gran experiencia y han conseguido grandes éxitos.

El eslabón principal de todo este problema lo veía Lenin en la acertada conjugación de las tareas económico-sociales y políticas concretas del día y el objetivo final: la revolución socialista. Sin cansarse de subrayar que la lucha por medidas parciales en el terreno económico-social y en la defensa de la democracia era una parte imprescindible de la preparación de las condiciones necesarias para las batallas revolucionarias decisivas, Lenin declaraba enérgicamente, al mismo tiempo, que todas las medidas parciales, incluso las de más largo alcance, sólo podían tener un valor real si se vinculaban conscientemente con los preparativos de las batallas decisivas, con la revolución.

«Los rasgos fundamentales que caracterizan la situación del proletariado bajo el capitalismo —decía Lenin—, infunden al movimiento de esta clase la incontenible tendencia a convertirse en una lucha enconada por la tota-lidad, por la victoria total y completa sobre las tinieblas, la explotación y la esclavización... Quien de veras lucha, lucha naturalmente por el todo; pero quien prefiere las componendas a la lucha, se adelanta a decir, naturalmente, con qué "migajas" está dispuesto, si las cosas salen bien, a contentarse (y, en el peor de los casos, se da por satisfecho con no luchar, es decir, se aviene para largo tiempo con los dueños y señores del viejo mundo) ... Y es que quien lucha por el todo» por la victoria completa y total —añadía Lenin—, tiene que cuidarse de no dejarse atar las manos por las pequeñas conquistas, de no desviarse de su camino, de no perder de vista lo que aún está relativamente lejano .. .»[18]

Pero ¿cómo conjurar esos peligros? ¿Cómo mantener y desarrollar en las masas el potencial revolucionario, incluso cuando no hay una situación revolucionaria, es decir, en las condiciones del "desarrollo corriente y pacífico" de la sociedad capitalista?

La experiencia del PCUS y de otros partidos marxistas-leninistas muestra que, para mantener la fidelidad a la revolución, para avanzar efectivamente en cualesquiera circunstancias, no hay más que un camino: en todas y cada una de las situaciones y coyunturas políticas, en todos y cada uno de los virajes políticos y crisis, hay que «colocar en el primer plano el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado y de su organización política independiente.. .»[19]

Apoyándose en las conquistas de la clase obrera mundial en los últimos cincuenta años, los partidos comunistas se guían en su lucha contra el capitalismo por el principio leninista de conjugar los fines intermedios inmediatos con la orientación hacia el objetivo final: la victoria del socialismo. En un manifiesto del CC del Partido Comunista Francés se subraya: «Los comunistas no oponen la lucha por la satisfacción de las reivindicaciones económicas y por las reformas a la lucha por la revolución socialista. Si para los oportunistas la lucha por las reformas en las condiciones del capi-talismo es un fin en sí, para los comunistas es una parte de la lucha de clase contra el gran capital, de la lucha por obligar a éste a retroceder y debilitarlo, y nunca pierden de vista su objetivo final: el socialismo.» En condiciones distintas, los comunistas norteamericanos, como dijera en el XIX Congreso del Partido Comunista de los EE.UU. el camarada Gus Hall, consideran del mismo modo que la política de su Partido está «orientada a la creación de una alianza antimonopolistá como fin estratégico en la lucha revolucionaria por el socialismo». La tarea suprema del Partido Comunista de Chile, se subraya en su nuevo programa, aprobado por el XIV Congreso, es continuar el camino de la revolución chilena, que, gracias a la lucha de las masas, derrocará a las clases poseedoras, que detentan el poder, suprimirá el aparato estatal existente, destruirá las relaciones de producción que frenan el desarrollo de las fuerzas productivas y realizará transformaciones radicales de la estructura económica, social y política del país, abriendo así el camino al socialismo.

Los partidos revolucionarios de la clase obrera, arrancando al capitalismo todas las posiciones posibles en todos los terrenos —en la lucha económica, en la lucha por los ayuntamientos y los parlamentos—, nunca olvidan que todo eso es, a la vez, una preparación para el cumplimiento de la tarea principal: el derrocamiento revolucionario del régimen capitalista.

¿Cómo se cumple, según Lenin, esta tarea principal?

Lenin subrayó reiteradas veces que el paso al socialismo sólo puede llevarse a cabo mediante la revolución, mediante el derrocamiento del viejo régimen capitalista. El éxito de la clase obrera en su combate por el triunfo de la revolución dependerá de la medida en que ella y su partido dominen todas las formas de lucha —pacíficas y no pacíficas— y estén preparados para pasar rápida e inesperadamente de una forma a otra.

La conquista del Poder por las armas es necesaria e inevitable donde la reacción, donde la clase dominante es capaz de aplicar eficazmente la violencia contra el movimiento revolucionario. Para triunfar, la insurrección armada debe desplegarse cuando existe una situación revolucionaria. La condición principal es que las masas estén en favor de la revolución. Sin masas, sería un putsch.

Al mismo tiempo, Lenin concedía gran importancia al aprovechamiento de todas las posibilidades para la conquista pacífica del Poder. Y admitía la viabilidad de ello en el caso de que la burguesía no estuviese en condiciones de impedirlo con las fuerzas armadas y policíacas.

Sin embargo, advertía siempre contra la perfidia de la reacción burguesa, que recurre a la violencia y tratará por todos los medios de mantenerse en el poder.

Es claro que en la vía pacífica de aproximación y paso a la revolución socialista son inevitables agudizaciones de la lucha, crisis, virajes inesperados, complots de las fuerzas reaccionarias, intentos de utilizar las unidades militares contra la clase obrera, etc., etc. La experiencia de los partidos hermanos muestra que para ganar estas batallas de clase, la clase obrera y su partido deben estar prestos a replicar en todo momento a la reacción con las medidas más enérgicas y aprovechando las formas extraparlamen-tarias de lucha. Sin eso, toda esperanza en la vía pacífica es una ilusión peligrosa.

Sin embargo, al destacar estas dos vías de la revolución, la armada y la pacífica, hay que saber que, en la práctica, no siempre surgen, por decirlo así, en su aspecto puro. La revolución puede comenzar como revolución pacífica y transformarse en lucha armada. Puede comenzar por acciones armadas y conjugarse después con formas pacíficas. Por cierto, hay que prever que el desarrollo del proceso revolucionario puede producir formas nuevas, desconocidas hasta el presente.

En las condiciones actuales no se puede dejar de tomar en consideración la circunstancia de que, en la determinación de las vías concretas de la revolución, desempeñan un papel no pequeño los factores exteriores, es decir, la correlación de fuerzas en el ámbito mundial, el apoyo por parte del sistema socialista mundial y, al mismo tiempo, el peligro de exportación imperialista de la contrarrevolución. ¿Acaso pueden dejarse de tener en cuenta, al hablar de las formas de las futuras revoluciones, por ejemplo, la existencia de numerosas bases norteamericanas en otros países y las actividades de la OTAN, que ha elaborado planes de ingerencia contrarrevolucionaria en muchos países? Todo esto hay que tenerlo en cuenta al organizar las acciones de las masas revolucionarias.

¿Qué significa esto?

De nuevo hay que buscar la respuesta en Lenin. En política, decía, no se puede saber de antemano, con precisión, «qué método de lucha será aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras. Sin dominar todos los medios de lucha podemos correr el riesgo de sufrir una derrota enorme —a veces decisiva—, si cambios independientes de nuestra voluntad, producidos en la situación de las otras clases, ponen a la orden del día una forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si dominamos todos los medios de lucha, nuestra victoria será segura, puesto que representamos los intereses de la clase realmente avanzada, realmente revolucionaria.»[20]

El enfoque leninista del problema de las vías de la revolución fue desarrollado posteriormente, como es sabido, en los documentos del movimiento comunista internacional de 1957, 1960 y 1969. «La clase obrera y su vanguardia, el partido marxista-leninista —se dice en la Declaración de la Conferencia de 1960—, tienden a hacer la revolución socialista por vía pacífica. La realización de esta posibilidad correspondería a los intereses de la clase obrera y de todo el pueblo, a los intereses nacionales del país ... En el caso de que las clases explotadoras recurran a la violencia en contra del pueblo, hay que tener presente otra posibilidad: el paso al socialismo por la vía no pacífica. El leninismo enseña —y la experiencia histórica lo confirma— que las clases dominantes no ceden voluntariamente el Poder. La dureza y las formas de la lucha de clases, en tales condiciones, no dependerán tanto del proletariado como de la resistencia que los círculos reaccionarios opongan a la voluntad de la inmensa mayoría del pueblo, del empleo de la violencia por esos círculos en una u otra etapa de la lucha por el socialismo.»

Al elaborar las tesis acerca del paso del viejo régimen al nuevo, acerca de la esencia del nuevo Poder, Lenin reveló, en todos sus aspectos, las enormes posibilidades revolucionarias de la época abierta por la Revolución de Octubre, mostrando las formas de su realización. Sin embargo, como él subrayara reiteradas veces y lo ha demostrado por completo la práctica revolucionaría, la realización de las posibilidades revolucionarias no puede ser un proceso automático. Lenin dijo en más de una ocasión que el viejo régimen, el viejo Poder, no caería por sí solo, si no era derribado. La conversión de las posibilidades revolucionarías en realidad depende del factor subjetivo y, ante todo, de la existencia de un partido revolucionario, de un partido de tipo nuevo, marxista-leninista.

Hoy nadie puede poner en tela de juicio el hecho de que en muchos países europeos existieron después de la Revolución de Octubre las condiciones objetivas necesarias para la revolución socialista. Sin embargo, la posibilidad real de la victoria de la revolución en toda una serie de países se dejó escapar precisamente por la debilidad del factor subjetivo, por la ausencia de partidos proletarios revolucionarios. Estos comenzaron a nacer, principalmente, en el curso de las revoluciones de 1918-1920 y después de ellas.

En nuestro tiempo, cuando el grado de madurez de las premisas materiales del socialismo en los países capitalistas es mucho mayor que en vida de Lenin, el papel del factor subjetivo, del partido revolucionario, adquiere una importancia verdaderamente clave. En relación con ello es más importante que nunca la lucha decidida contra las tergiversaciones revisionistas de la teoría leninista del partido: tanto contra las concepciones oportunistas de derecha, que lo consideran algo así como un club cultural de discusión, como contra las concepciones oportunistas de izquierda, que conciben el partido como una secta divorciada de las masas.

La depuración del partido de elementos oportunistas es condición indispensable para que aquel ejerza su papel dirigente, organizador, tanto en las luchas de clase cotidianas como en los futuros combates revolucionarios. Este proceso, como lo indican los hechos, está en marcha y contribuirá, indudablemente, al reforzamiento de las posiciones de los partidos comunistas en la lucha política interna de clases y de sus posiciones internacionales.

Las tesis fundamentales de la teoría leninista del partido son para todos los comunistas una ley inconmovible. El partido como portador de la conciencia revolucionaria, como forma superior de organización política de la clase obrera, como abanderado y vanguardia de la lucha de clase contra el capital, como fuerza dirigente y organizador de las masas en la lucha por la victoria de la revolución y la edificación del socialismo, son otras tantas tesis de Lenin que han sido plenamente confirmadas por la práctica.

Es bien conocido que el ejercicio por el partido de su papel dirigente no es un proceso sencillo, sino un complejo proceso creador, que exige de los comunistas una tensión constante y una infatigable y enérgica actividad entre las masas. El papel de vanguardia del partido de los marxistas-leninistas no viene por sí solo. Y únicamente se puede conquistar con una lucha abnegada por los intereses de la clase obrera y de las masas populares, por la causa del socialismo, con una lucha que se apoye en los principios revolucionarios de nuestra doctrina.

Lenin rechazaba todo intento de poner al partido por encima de la clase, por encima de las masas.

Lenin enunció maravillosamente el papel del partido con la tesis de que el partido conduce consecuente y audazmente a las masas hacia adelante, «rechazando tanto la lamentable política seguidista de unos como la fraseología revolucionaria de otros, poniendo en el vertiginoso torbellino de los acontecimientos su precisión de clase y su conciencia de clase.. .»[21]

El fortalecimiento de los partidos comunistas y el amplio perfeccionamiento de su labor sobre la base de los principios marxistas-leninistas es una parte necesaria e importantísima de la actividad revolucionaria en nuestra época.

Una de las cuestiones centrales de la teoría leninista de la revolución era la de cómo llevar a cabo el paso de la vieja sociedad a la nueva, cómo consolidar las conquistas de la revolución, conjurar la restauración del viejo orden de cosas y asegurar la edificación de la nueva sociedad, de la sociedad socialista.

Basándose en la experiencia de las revoluciones del siglo XIX y, particularmente, en la experiencia de la Comuna de París, Marx y Engels llegaron a la conclusión de que el arma fundamental, el instrumento básico del paso del capitalismo al socialismo debía ser un nuevo poder estatal, cuya esencia expresaron en la fórmula histórica de la dictadura del proletariado. En esta cuestión, Lenin se apoyaba en el descubrimiento hecho por Marx y Engels. El problema del nuevo Poder se planteaba ante él de un modo concreto. ¿Cuál debía ser ese Poder? Este problema lo resolvió prácticamente Lenin por primera vez en la historia.

Constituye un gran mérito de Lenin haber elaborado y fundamentado los principios y rasgos esenciales del nuevo Poder proletario y haber descubierto, en el más vasto plano, el contenido de la fórmula de Marx de la dictadura del proletariado.

Para Lenin estaba claro que el nuevo Poder debía ser lo bastante fuerte para asegurar la defensa eficaz de las conquistas de la revolución, para garantizar el aplastamiento de todos los intentos de restaurar el viejo régimen.

Para Lenin estaba claro que el nuevo Poder debía asegurar realmente la creación del régimen socialista. Por cierto, subrayaba siempre que la nueva sociedad no podría construirla una minoría, un partido o una clase. Eso podrá hacerse con la condición de que la inmensa mayoría de los trabajadores se incorpore a la edificación del socialismo. Por ello Lenin veía la esencia de la dictadura del proletariado en la unión de los esfuerzos de todos los trabajadores, bajo la dirección de la clase obrera, en la construcción del socialismo.

Puede decirse que toda la actividad teórica y práctica de Lenin para preparar y dirigir la revolución, consolidar su victoria y construir la nueva sociedad está vinculada, de uno u otro modo, con la elaboración del problema del Poder, del problema del Estado socialista.

Lenin era totalmente ajeno a toda forma de subestimación del papel del Estado en la construcción y defensa del nuevo régimen social. Criticó duramente a Bujarin por un artículo en el que éste aconsejaba inculcar una "hostilidad de principio al Estado". Estimaba que tales "consejos" sólo podían desorientar, sobre todo, a los revolucionarios jóvenes, y llevarlos a posiciones oportunistas o anarquistas con relación al Estado de los obreros y los campesinos. «Los socialistas —explicaba— defienden la utilización del Estado contemporáneo y de sus instituciones en la lucha por la liberación de la clase obrera, y también para realizar una forma singular de transición del capitalismo al socialismo. Esta forma transitoria, que también es un estado, es la dictadura del proletariado.»[22] En las condiciones de Rusia, Lenin, basándose en la experiencia de la clase obrera del país, propugnó la forma soviética del Estado como la que corresponde en mayor grado a las tareas del movimiento revolucionario. Hay que subrayar que, a pesar del carácter específico de toda una serie de rasgos de la organización soviética, ésta encarna principios de significado universal.

De su peso se cae que el Poder revolucionario no es un fin en sí. No es más que un medio de transformación de la sociedad sobre bases socialistas. La experiencia de la URSS ha evidenciado que con la construcción del socialismo el Estado de la dictadura del proletariado se transforma en Estado socialista de todo el pueblo, en el que ejerce el papel dirigente la clase obrera encabezada por el partido comunista.

En la presente época, cuando la correlación de fuerzas es nueva en esencia y se multiplican en gran escala las posibilidades de los destacamentos revolucionarios del proletariado, la dictadura del proletariado puede ejercerse de diversas formas. Pero, en cualesquiera condiciones, la experiencia atesorada por el Poder soviético y las democracias populares tiene significación internacional, constituye una aportación de importancia universal a la teoría revolucionaria.

En relación con la efemérides leninista que prácticamente estamos conmemorando ya, sería provechoso y hasta necesario comparar el "destino histórico" de la teoría y la práctica leninista de la revolución, con otras concepciones del desarrollo mundial, concretamente con las concepciones social-ref ormistas y con la práctica del oportunismo de derecha, así como con las ideas revisionistas de izquierda y con la práctica del revolucionarismo pequeñoburgués.

La vida es el juez más riguroso e imparcial. Todas las tendencias señaladas han sido puestas a prueba en el crisol de grandes batallas de clase y revoluciones, lo que permite literalmente a cada participante consciente del movimiento obrero ver a quién asiste la razón, qué tendencia ha soportado la prueba y cuál no la ha soportado.

La socialdemocracia prometió a la clase obrera llevarla al socialismo por un camino "más fácil", evolutivo, sin las sacudidas ni las dificultades de la lucha de clases, sin violencia y sin dictadura del proletariado, gracias, ante todo, a las papeletas electorales y a la actividad parlamentaria. Muchos obreros de Occidente creyeron y siguen creyendo aún en los jefes y en las teorías socialdemócratas.

Lenin y la Internacional Comunista desenmascaraban el reformismo, explicaban que, en realidad, ese camino suponía renunciar al socialismo. Así fue: primero, en el período de tempestades revolucionarias que siguió a la primera guerra mundial y, luego, en el período que vino después de la segunda. Gracias a la' derrota del fascismo se abrieron enormes posibilidades para la lucha de la clase obrera contra los cimientos mismos del régimen capitalista. Pero los líderes socialdemócratas de derecha marcharon por otro camino. Arrojaban apresuradamente por la borda sus anteriores promesas socialistas y batallaban más abiertamente cada vez en pro del mantenimiento de la propiedad privada sobre los medios de producción y de la llamada "libre empresa".

Las concepciones de los líderes socialdemócratas de derecha en cuanto al papel y al carácter del partido obrero cuajaron en correspondencia con el enfoque reformista, oportunista, del papel del movimiento obrero. Mucho antes de la bancarrota definitiva de la II Internacional, Lenin previo que sus partidos serían un instrumento inservible en las batallas de clase decisivas debido a su ideología y su actividad oportunista, reformista, a su estructura amorfa, a su desdén por la disciplina, a su orientación preferente hacia la actividad parlamentaria y la conquista de votos, al predominio de la minoría parlamentaria sobre la organización del partido. Este pronóstico se confirmó plenamente. Al rechazar el centralismo democrático y cultivar el federalismo y una autonomía ilimitada, los socialdemócratas de derecha convirtieron sus partidos en "respetables" partidos de tipo corriente de la sociedad burguesa. La actividad de la mayoría de los partidos socialdemócratas de hoy muestra asimismo que sólo pueden funcionar en el marco de la sociedad burguesa, y no como instrumentos de transformación radical, revolucionaria, de la sociedad.

La socialdemocracia quiere atribuirse el mérito de unas u otras conquistas económico-sociales logradas por la clase obrera de Occidente tras decenios de tesonera lucha. Los socialdemócratas de derecha, al lograr acceso con frecuencia a las esferas gubernamentales, llevan a cabo algunas reformas que mejoran las condiciones materiales de los trabajadores en el marco del capitalismo. Sin embargo, incluso en aquellos países donde han permanecido decenios en el Poder, los líderes socialdemócratas no han derrocado el régimen capitalista, no han propiciado el triunfo del socialismo.

Los socialistas de derecha siempre se han arrogado el papel de "defensores de la democracia". Bajo esa bandera, embistieron contra la revolución socialista en Rusia y contra la edificación del socialismo en el País de los Soviets. Inculcaban a los obreros la idea de que todos los problemas se podían resolver con ayuda de la democracia, "pura", supraclasista. Pero la democracia burguesa en ningún país ha liberado a la sociedad de la prepotencia de los monopolios y la reacción, de la explotación. Es más, la vida ha demostrado que en las condiciones de la crisis general del capitalismo no puede ya siquiera defenderse a sí misma contra la reacción imperialista extrema. La democracia fue salvada en Europa de la dictadura fascista gracias al País de los Soviets, que creó una democracia nueva, socialista, que pasó a ser una de las principales fuentes de su fuerza y aseguró la derrota del fascismo. Con la particularidad de que la Unión Soviética marchó unida con los comunistas de otros países, con todas las fuerzas de la Resistencia.

La socialdemocracia siempre se ha presentado como un "instrumento de paz". Pero lo nocivo de su posición ha consistido y consiste en que se niega a actuar contra el régimen que engendra las guerras y no quiere dejar de colaborar con las clases poseedoras, principales responsables del militarismo y de la organización de las guerras. En los momentos decisivos de la historia, cuando sólo la unidad de acción podía alzar una barrera ante los incendiarios de guerra y cuando el logro de esa unidad dependía de la socialdemocracia, ésta puso siempre sus intereses estrechos de partido por encima de los intereses generales del movimiento obrero y democrático.

La experiencia histórica ha puesto de manifiesto la completa bancarrota de la socialdemocracia, su incapacidad para dar respuestas constructivas a las principales cuestiones del desarrollo mundial contemporáneo. En nuestro tiempo, los socialdemócratas de derecha están en cuestiones ideológicas cardinales mucho más a la derecha que los oportunistas Bernstein o Kautsky. La teoría del "socialismo democrático", propugnada por los ideólogos con-temporáneos de la socialdemocracia, está compuesta de retazos de distintas teorías burguesas y pequeñoburguesas y su misión es la de oponer al comunismo alguna concepción ideológico-política adaptada a la defensa del capitalismo.

El principal vicio de la socialdemocracia, tanto en el pasado como en el presente, consiste en que trata de suprimir el problema de la inevitabilidad de la revolución, del derrocamiento del capitalismo, con el fin de hacer que las masas se resignen con el régimen existente y se conformen con su situación.

La crítica y el desenmascaramiento de la ideología socialdemócrata, lejos de estar en contradicción con la lucha por la unidad de acción de la clase obrera y de todos los trabajadores, vienen determinados precisamente por la necesidad de desbrozar el camino hacia la unidad, de superar los obstáculos que levantan en él los líderes socialdemócratas de derecha.

La crisis que sufren hoy las concepciones reformistas se debe, como dice el documento de la Conferencia de Moscú de los partidos comunistas, no sólo a la agudización objetiva de las contradicciones del capitalismo y a la nueva experiencia atesorada por el movimiento obrero, sino también a la resuelta crítica del oportunismo por los partidos comunistas y obreros. Una de las manifestaciones de esa crisis es la diferenciación que se produce en las filas de la socialdemocracia.

Muchos socialdemócratas y socialistas observan con inquietud la creciente amenaza de la reacción, que refleja el afán de los monopolios de mantener con ayuda del Estado y de la burocracia reaccionaria el sistema de explotación existente. Les alarman los atentados contra los derechos y las libertades sindicales llevados a cabo, en parte, por mediación de los líderes socialdemócratas de derecha. En resumidas cuentas, los que se afanan por conservar el régimen burgués emprenden inevitablemente el camino del aplastamiento del movimiento obrero, del movimiento sindical. Pero eso no hace más que acentuar la diferenciación en las filas socialdemócratas.

En ese sentido ejercen una influencia cada vez mayor los problemas internacionales más candentes y la creciente comprensión del papel funesto del imperialismo y del militarismo y del peligro que estos suponen para la humanidad. Las amplias masas adquieren mayor conciencia cada día de la gravedad de los problemas vinculados con la miseria y el hambre en los países de débil desarrollo económico y con el hecho de que el abismo entre los países desarrollados y los atrasados sigue ahondándose. Muchos socialdemócratas, particularmente de la joven generación, se dan más cuenta cada día de que esos problemas sólo pueden resolverse luchando resueltamente contra los cimientos mismos de la dominación capitalista.

Como declaró la Conferencia de 1969, los comunistas, que atribuyen una importancia primordial a la unidad de la clase obrera, se pronuncian por la colaboración con los socialistas y los socialdemócratas en el cumplimiento de las tareas determinadas por los intereses vitales de los trabajadores. Hay cuestiones candentes en las que ha madurado particularmente la necesidad de la unidad de acción entre los partidos obreros, comprendidos los que responden de la política de sus Estados. Se trata, ante todo, de las cuestiones vinculadas con la conjuración de la guerra mundial, la creación de un sistema de seguridad europea, la lucha contra el peligro del fascismo y el apoyo a Vietnam.

La realización de la teoría leninista de la revolución socialista demostró la inconsistencia tanto del enfoque reformista de los problemas cardinales de la nueva época como de la línea izquierdista, comprendida la trotskista, en estos problemas.

El revolucíonarismo pequeñoburgués de cualquier laya quisiera resolver todos los problemas orientándose únicamente hacia lo subjetivo, hacia los arrebatos espontáneos. El revolucionarismo pequeñoburgués ha puesto de manifiesto su absoluta incapacidad para desplegar una labor revolucionaria firme, sistemática y consecuente y su extrema falta de consistencia y su infecundidad. Es más, la experiencia histórica demuestra que las frases y los gestos revolucionarios se convierten fácilmente en mansedumbre, apatía y traición a la revolución.

Hoy día, los ideólogos que sustentan concepciones chovinistas, nacionalistas, divisionistas, contraponen a la doctrina leninista de la revolución la tesis del "cerco de la ciudad mundial por el campo mundial". Según esta tesis, la principal fuerza revolucionaria y el portador del socialismo no es hoy el proletariado, sino el campesinado de los países de débil desarrollo económico. En lo que respecta al proletariado de Occidente, resulta que "se ha integrado" en el sistema capitalista y ha perdido sus posibilidades revolucionarias.

En vez de plantear la tarea, auténticamente revolucionaria, de liquidar el desnivel de desarrollo económico de los países industriales y los países atrasados, creando condiciones para acelerar el progreso económico de los últimos, se ofrece la redistribución igualitarista de las riquezas entre todas las naciones, independientemente de su régimen social y político. Los más furibundos representantes de estos criterios discurren acerca de una supuesta diferencia esencial de intereses entre los pueblos blancos y los de color; dicho con otras palabras, descienden a las posiciones del racismo.

La prédica exclusiva del principio destructivo, de la violencia monda y lironda, se conjuga en ellos con la actitud bonapartista hacía las masas, con intentos de actuar aplicando procedimientos burocrático-militares y con aspiraciones hegemonistas.

Estas ideas, que se quieren hacer pasar por "auténticamente" leninistas, en realidad no tienen nada que ver con el leninismo. La difusión de estas ideas causa gran detrimento, como lo han demostrado los acontecimientos de los últimos años, al movimiento verdaderamente revolucionario.

Sean cuales fueren los rótulos bajo los que actúen los elementos "izquierdistas", todos éstos tienen un rasgo común: cifran sus esperanzas en la rebeldía espontánea, predican una actitud despectiva hacia las tareas creadoras de la lucha revolucionaria y siembran la desconfianza en la capacidad revolucionaria de la clase obrera.

Así lo evidencian las enseñanzas que nos ofrecen las derrotas de una serie de destacamentos revolucionarios en los últimos años y, en primer lugar, la de un partido tan grande y tan influyente en el país como el Partido Comunista de Indonesia. Algunos de sus dirigentes apoyaron el complot de un grupo de oficiales contra los generales reaccionarios. Al analizar las causas de la derrota, los marxistas indonesios señalan que ni siquiera se había dado a conocer a los miembros del CC del partido la decisión de los órganos dirigentes de apoyar el complot de los oficiales. Esta acción no se dio a conocer ni a las organizaciones del partido ni a sus militantes. Además, cuando se proclamó la creación del Consejo Revolucionario, que existió tan sólo unas horas, ello no fue acompañado de la proclamación de objetivos claros y comprensibles para las masas, por los que estuviera dispuesto a luchar el mencionado Consejo.

Obsérvanse también tendencias extremistas en forma de movimientos neotrotskistas de distinto género que niegan por igual el papel dirigente de la clase obrera en la revolución y se orientan hacia los que están al margen de la producción, o sea, a los estudiantes, a los desempleados y otros. Se han propuesto el fin principal de golpear a los partidos marxistas-leninistas, de frustrar la formación de un amplio frente antiimperialista.

En lo que respecta a la actitud hacia las conquistas del socialismo real, apoyo y fuerza principal en la lucha mundial contra el imperialismo, todas estas corrientes rompen plenamente con el leninismo, con su línea de desarrollo de la revolución mundial. Orientándose hacia la escisión y la dispersión de las fuerzas revolucionarias y predicando el nacionalismo dirigen su golpe contra el socialismo mundial, bastión principal del movimiento comunista. Con ello se hacen objetivamente cómplices de las fuerzas de la reacción en la lucha contra la revolución y el progreso. En ello consiste su principal peligro.

La lucha de principios, leninista, contra las concepciones socialdemócratas de derecha y oportunistas de "izquierda", contra los escisionistas y los aventureros, contra todos los que tratan de apartar al movimiento revolu-cionario del camino proletario clasista, comprobado por la vida, sigue siendo una de las tareas esenciales de nuestro movimiento.

La gran razón histórica de la doctrina leninista la ha confirmado hoy todo el curso del desarrollo social.

En su tiempo, Lenin destacó en su trabajo Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx tres etapas principales, tres peldaños principales del desarrollo del movimiento revolucionario en el período anterior a la Revolución de Octubre, desde el surgimiento del marxismo. Lenin terminó su trabajo con estas proféticas palabras: «Desde la aparición del marxismo, cada una de estas tres grandes épocas de la historia universal ha venido a confirmarlo de nuevo y a darle nuevos triunfos. Pero aún será mayor el triunfo que habrá de aportar al marxismo, como doctrina del proletariado, la época histórica que se avecina.»[23]

Esa época la abrió la Gran Revolución Socialista de Octubre. Empleando la misma metodología que utilizó Lenin para hacer la apreciación de los períodos de desarrollo de la revolución antes de Octubre, podemos destacar los siguientes tres períodos principales en el desarrollo de la nueva era, de la era posterior a Octubre:

Primero. Triunfo de la revolución socialista y construcción del socialismo en la URSS. Octubre fue un poderoso estímulo para el ascenso del movimiento obrero y de liberación nacional en el mundo entero. Surgió la vanguardia internacional del movimiento revolucionario mundial: los partidos marxistas-leninistas, que actúan en la mayoría de los países.

Segundo. La victoria de las revoluciones socialistas en una serie de países de Europa y Asia, que condujo a la formación del siste.ua socialista mundial. Una de las principales premisas de ello fue la derrota de las fuerzas de choque del imperialismo: el fascismo y el militarismo japonés. La Unión Soviética desempeñó un papel decisivo en dicha derrota.

Tercero. Los éxitos de la edificación comunista en la Unión Soviética, el fortalecimiento de las posiciones del socialismo en un numeroso grupo de países de Europa y Asia, la victoria de la Revolución Cubana, el poderoso crecimiento de las fuerzas que luchan por el socialismo en todo el mundo, la enorme envergadura del movimiento de liberación nacional, que condujo al hundimiento del sistema colonial del imperialismo, y la opción por la orientación socialista en una serie de países afroasiáticos. El proceso de la revolución antiimperialista continúa, como evidencian los acontecimientos en Perú, Sudán, Libia y Somalia.

Todo esto es un triunfo del leninismo y evidencia el desenvolvimiento incesante del proceso revolucionario mundial.

Se puede afirmar que la lucha de todos los destacamentos revolucionarios principales de nuestra época seguirá incrementándose y que el desarrollo de la revolución mundial continuará marchando por el camino que marcó Lenin. Seguirá el camino del fortalecimiento de las posiciones del sistema socialista mundial, cuya confrontación con el imperialismo seguirá siendo el frente principal de la gran revolución social de nuestra época.

Se orientará hacia la intensificación de la lucha de la clase obrera de los países imperialistas, que conducirá a la victoria del socialismo en los propios centros del sistema imperialista. El desarrollo del proceso revolucionario mundial se expresará, también, en el ascenso y la profundización del contenido social del movimiento nacional-liberador, en la acentuación de las tendencias anticapitalistas, socialistas, en su seno. Y en todo momento estará entrelazado con el robustecimiento de la alianza y de la interacción combativa de las principales fuerzas revolucionarias de la época actual.

Al desplegar la lucha revolucionaria en las condiciones de hoy, los comunistas tienen presente que la burguesía ha sacado ciertas enseñanzas de sus derrotas. Utiliza nuevos procedimientos para velar las lacras y los vicios del régimen capitalista. Su táctica es más refinada. A la vez, a fin de conservar su dominación, recurre a toda clase de medios, por brutales que sean. A este respecto merecen especial atención los hechos recientes. El impetuoso auge del movimiento de las masas en muchos países capitalistas durante los últimos años ha provocado airadas respuestas de la reacción. Los aparatos de poder han empezado a concentrar abiertamente medios de violencia directa; han sido más estrechos los contactos de los organismos gubernamentales y administrativos con la casta militar y se recurre con mayor frecuencia a las represiones. Simultáneamente se reaniman las organizaciones fascistas y ultrarreaccionarias de otro tipo que ponen en juego sus procedimientos habituales: los asesinatos, las masacres y la intimidación. Así, vuelve a confirmarse la experiencia de la historia de la lucha de las clases, que nos enseña que en los períodos de ascenso del movimiento los revolucionarios deben triplicar su vigilancia y su organización. «Cuanto más fuerte es la presión de las clases oprimidas —nos enseñaba Lenin—, cuanto más cerca se hallan éstas de suprimir toda opresión, toda explotación, cuanto más resueltamente desarrollan su iniciativa independiente los obreros y campesinos oprimidos tanto más furiosa se torna la resistencia de los explotadores.»[24] Por eso las fuerzas revolucionarias y los partidos comunistas estarán bien pertrechados si tienen muy presente esta enseñanza de Lenin y se preparan para repeler enérgicamente las fuerzas de la reacción.

La Conferencia de 1969 de los Partidos Comunistas y Obreros señaló con razón: «La lucha contra el imperialismo es una batalla larga, tenaz y difícil. Nos esperan encarnizados combates de clase. Hay que intensificar la ofensiva contra las posiciones del imperialismo y de la reacción interior. La victoria de las fuerzas revolucionarias y progresistas es ineluctable.» El camino de la victoria lo marca la teoría leninista de la revolución, cuya importancia aumenta hoy y crecerá constantemente.

 

III

Para todos los comunistas está claro que quien reconoce la concepción leninista del proceso revolucionario mundial y lucha de verdad por llevarla a la práctica, tiene que ser internacionalista.

En la actualidad se sustentan diferentes concepciones del internacionalismo. Sin embargo, sólo hay un auténtico internacionalismo, que también hoy descansa sobre criterios objetivos que cierran el camino al subjetivismo en la interpretación de este principio cardinal de la teoría y la política de los partidos marxistas-lenínistas.

Lo primero que quisiera decir a este propósito es lo siguiente. Lo conquistado por el movimiento obrero y por todo el movimiento revolucionario en los últimos decenios, lo que habrán de conquistar aún y los nuevos enfoques de la solución de los problemas revolucionarios de nuestros días han sido y serán posibles gracias a las victorias de alcance histórico universal del socialismo y al crecimiento de su influencia y prestigio político, gracias a su poderío económico y a la fuerza de su ejemplo social. Tal es el estado de cosas objetivo. Por ello, el verdadero internacionalismo estriba ahora no sólo en aprovechar al máximo estas posibilidades, lo que constituye, sin duda alguna, una tarea cardinal. Al mismo tiempo, se exige también comprender la fuente de estas nuevas posibilidades y emprender acciones prácticas encaminadas a robustecer el baluarte de todo el movimiento revolucionario mundial.

En nuestra época no se puede concebir una verdadera estrategia revolucionaria que haga abstracción, en la teoría y la práctica, de toda la situación internacional, que no tome en consideración un factor como el sistema socialista mundial y no oriente a rechazar con energía —ideológica y polítlcamente— las tentativas de quebrantar las posiciones conquistadas por el socialismo. He ahí por qué fortalecer el socialismo, defenderlo y apoyarlo, es el criterio principal de fidelidad al internacionalismo proletario en la situación actual.

A veces, la cuestión se plantea así: ¿qué significa defender el socialismo en la situación en que hay no un solo país socialista sino varios y cuando entre ellos surgen discrepancias? Una de las principales orientaciones de la defensa del socialismo realmente existente radica precisamente en apoyar por todos los medios la línea orientada a cohesionar a los países en los que ha triunfado la revolución. Los principios fundamentales de esta cohesión son bien conocidos: fueron elaborados colectivamente por los partidos comunistas y obreros en las Conferencias internacionales.

El socialismo es inmune a las contradicciones inconciliables, propias de la naturaleza del capitalismo. El régimen socialista dispone de todo lo necesario para, como dijo Lenin, «garantizar la igualdad de derechos y la más pacífica convivencia de todas las nacionalidades».[25] Al mismo tiempo, no suprime de manera automática la herencia del pasado, sobre todo la estrechez y el egoísmo nacionales y la propensión al encastillamiento nacional; tampoco se borran tan pronto los sentimientos nacionalistas.

El enfoque leninista no consiste en la simple constatación de que hay fenómenos positivos y negativos en las relaciones entre los países socialistas y limitarse a desear la superación de las divergencias. Ese enfoque estriba en prestar apoyo activo a la línea marxista-leninista, internacionalista, que responde a los intereses de todo el movimiento comunista y constituye el fundamento básico para vencer las discrepancias surgidas.

Por supuesto, cada destacamento revolucionario aplica la línea internacionalista de defensa del socialismo conforme a sus condiciones y posibilidades. Es exacto también que defender el socialismo no significa negar las dificultades y las deficiencias en su desarrollo. Mas es esto justamente lo que distingue al enfoque leninista, que exige no la simple constatación de las dificultades y, con mayor razón, el empequeñecimiento de los éxitos y de la experiencia de los partidos comunistas gobernantes, sino esclarecer lo principal en la política interior y exterior de los países socialistas, la dirección fundamental internacionalista, que garantiza el fortalecimiento de las posiciones de todo el movimiento revolucionario mundial, la defensa de la paz y la seguridad de los pueblos. Los éxitos de esta política son una ayuda para todo el movimiento comunista y revolucionario. El enfoque leninista exige prestar incondicional apoyo activo a esta política y luchar contra todo lo que va en menoscabo suyo.

Por su parte, la valoración de camaradas con que los partidos hermanos hacen de la aportación del pueblo soviético a la causa revolucionaria común proporciona a éste nuevos estímulos morales en su abnegado trabajo, del que depende en enorme medida el balance general de fuerzas en la palestra mundial a favor de los movimientos antiimperialistas.

Los internacionalistas leninistas no pueden permitirse olvidar los hechos evidentes de que el imperialismo intenta estimular y exacerbar los sentimientos nacionalistas, utilizándolos para luchar contra los partidos comunistas, para sembrar la cizaña entre las naciones socialistas y, sobre todo, para enfrentarlas con la Unión Soviética. Todos saben que nuestro enemigo de clase trata por doquier de orientar el nacionalismo por cauces antisoviéticos. Nuestro Partido tiene en alta estima el vigor con que los partidos hermanos se oponen al antisovietismo y su intransigencia con este fenómeno en las filas comunistas.

El enfoque internacionalista sirve también a la causa de la clase obrera de los países en los que se alza la tarea de conquistar el Poder. Ello es así, porque el internacionalismo es una potente arma para emancipar ideológicamente a la clase obrera y a las masas trabajadoras del influjo de las ideas que se infiltran en sus filas bajo la presión de la política y la propaganda burguesas. El coqueteo con el espíritu nacionalista puede reportar cierto efecto pasajero, pero, en fin de cuentas, acarrea un mal incurable al partido que mantiene una actitud benévola con las manifestaciones de nacionalismo. Entraña, sobre todo en los virajes radicales de los acontecimientos, el peligro de que ese partido, en vez de dirigir a las masas, pueda caer cautivo de las fuerzas antisocialistas.

Nuestro pueblo comprende y tiene en alta estima la acción internacionalista de los partidos comunistas y obreros de la parte no socialista del mundo, acción que se expresa tanto en la consecuente línea de la conquista del Poder por la clase obrera y sus aliados como en la solidaridad con los pueblos constructores del socialismo, con el Estado y el Partido fundados por el gran jefe de la revolución y del movimiento comunista internacional. Precisamente en la política y la práctica revolucionarias se ve encarnada la indivisibilidad de la responsabilidad nacional e internacional de cada partido comunista. La fuerza de este internacionalismo se ha puesto de manifiesto muy bien en el apoyo al pueblo vietnamita y en la salvaguardia conjunta de sus conquistas revolucionarias contra la bárbara agresión del imperialismo norteamericano.

En el internacionalismo de cada partido marxista-leninista es donde se revelan la autonomía de sus posiciones frente al imperialismo y la reacción, su naturaleza revolucionaria consecuente, proletaria, marxista-leninista.

Lenin siempre atribuyó una importancia de primer orden a la fuerza real, práctica, del internacionalismo proletario.

Más, ¿qué significa actuar en consonancia con las exigencias del internacionalismo proletario? ¿Significa aplicar una línea revolucionaria sólo en el país propio, por así decir, en el terreno nacional, considerando que semejante actividad confluirá por sí misma, en definitiva, con la acción de otros destacamentos revolucionarios? Creemos que sería erróneo hacer tan estrecho el criterio del internacionalismo proletario. Sin empequeñecer lo más mínimo la importancia de la actividad de los partidos en sus marcos nacionales, los comunistas no pueden circunscribirse a ella. Uno de los requisitos principales del planteamiento leninista del problema del internacionalismo proletario es la coordinación y concertación voluntarias de las acciones en la palestra internacional.

Los documentos de la Conferencia de los partidos comunistas de 1969 y la plataforma de unidad de acción contra el imperialismo, por ellos elaborada, son la base política que, cohesionando a los partidos hermanos, abre amplias posibilidades para la unidad en la lucha de todas las fuerzas antiimperialistas y expresa la comunidad de intereses de las fuerzas revolucionarias fundamentales de la época actual: el sistema socialista mundial, el movimiento obrero de los países capitalistas y el movimiento de liberación nacional. A la plataforma de unidad de acción aprobada por la Conferencia le es extraña toda estrechez o aislamiento sectarios. Enlaza en un solo nudo las tareas democráticas generales con las tareas de clase del movimiento obrero. Los documentos de la Conferencia demuestran toda la amplitud de las concepciones internacionalistas de los partidos marxistas-lenínistas y, a la par, la fidelidad a sus principios revolucionarios. Concebidos en el espíritu de las tradiciones leninistas, en ellos se considera la lucha por la paz entre los pueblos como una orientación importante de la lucha contra el imperialismo.

En efecto, la concepción leninista de la revolución comprende orgánicamente, tanto en la teoría como en la práctica, la lucha contra el militarismo y las guerras engendradas por el régimen de explotación. En nuestro tiempo, la política leninista de paz ha adquirido una actualidad más palpitante aún. La interpretación leninista de la coexistencia pacífica entre Estados de diferentes sistemas sociales es un elemento necesario de la estrategia del proletariado internacional en el período de transición del capitalismo al socialismo.

La política de coexistencia pacífica constituye una forma especial de la lucha de clases en la palestra mundial. Lejos de frenar la lucha revolucionaria, contribuye a intensificarla. Está claro también que el principio de la coexistencia pacífica no se extiende ni puede extenderse a los combates de clases dentro de los países capitalistas, a la lucha ideológica, a la lucha de los pueblos subyugados contra sus opresores.

En síntesis, puede decirse que la política leninista de paz que aplican consecuentemente el PCUS y los otros partidos marxistas-leninistas está orientada a cumplir las siguientes tareas:

— robustecer la paz y la segundad de los pueblos;

— impedir las guerras imperialistas contra los Estados socialistas y asegurar condiciones exteriores favorables para crear el nuevo régimen social y revelar sus ventajas, reforzar el influjo internacional de los países socialistas y, como consecuencia de ello, debilitar las posiciones del capitalismo;

— reducir las posibilidades de violencia bélica del imperialismo respecto a los movimientos revolucionarios y de liberación y poner obstáculos eficaces a la exportación imperialista de la contrarrevolución, creando con ello con-diciones propicias para la lucha de la clase obrera y de las fuerzas del movimiento de liberación nacional;

— frustrar las tentativas de los imperialistas para superar las dificultades y contradicciones en su campo mediante conflictos bélicos con los países socialistas y acciones agresivas contra los pueblos;

— oponerse a los propósitos de la reacción en los países capitalistas de atizar la tirantez internacional para fortalecer sus posiciones, alentar las tendencias fascistas y desplegar la ofensiva contra las libertades democráticas ;

— hacer ver a las amplias masas populares la naturaleza humanitaria del socialismo, como régimen llamado a librar a la humanidad de las guerras y de sus funestas consecuencias;

— apoyar a las fuerzas revolucionarias y progresistas a incorporar a vastas masas populares a la lucha antiimperialista bajo los lemas de la salvaguardia de la paz y la lucha contra el peligro de guerra.

Por tanto, la acción por la paz tiene a la vez sentido humano general y sentido de clase. Los comunistas marchan a la cabeza de ella como abanderados de los intereses nacionales de sus pueblos y como internacionalistas consecuentes, como paladines del socialismo.

La lucha por la realización de los principios del internacionalismo reclama de cada destacamento revolucionario el máximo aprovechamiento de las posibilidades nacionales para multiplicar su propio aporte a la solución de las tareas comunes del movimiento revolucionario mundial. A lo largo de toda su actividad, nuestro Partido se ha regido precisamente por este planteamiento leninista.

Después de la victoria de la Revolución de Octubre, ante el PCUS surgió el problema de cómo y por qué vías asegurar y seguir desarrollando la revolución en nuestro país, una vez conquistado y afianzado el poder de la clase obrera, y contribuir, al mismo tiempo, a la revolución mundial. Fue necesario anudar, no sólo en los principios sino también concretamente, este doble género de tareas.

Partiendo de un conocido planteamiento marxista, Lenin, después de la Revolución de Octubre, subrayó con particular insistencia que la revolución socialista, a diferencia de la revolución burguesa, no termina con la conquista del Poder, y que ante la revolución socialista se presentan no sólo tareas destructoras, ligadas a la supresión del viejo régimen, sino, además, ingentes tareas constructivas, que crecen a la par con el desarrollo de la nueva sociedad. Lenin pertrechó a nuestro partido con la magna teoría sobre la construcción del socialismo en la URSS en las condiciones del cerco capitalista.

El triunfo de esta orientación en porfiado combate con los trotskistas y los oportunistas de derecha determinó de modo decisivo el futuro de nuestro país y de todo el proceso revolucionario mundial. Esta elección de principios exigió del Partido una búsqueda creadora audaz, una inconcebible tensión de fuerzas y la superación de dificultades de diverso género. Estas dificultades provenían ante todo de que los propios problemas planteados ante nosotros por todo el curso del desarrollo social no tenían precedente en la historia humana y no habían ni podían haber sido estudiados por el marxismo antes de la Revolución de Octubre. Se trataba no sólo, ni mucho menos, de la tarea de sustituir la propiedad privada por la socialización socialista de los medios de producción, aunque ya la solución de esta tarea revestía por sí misma un alcance histórico universal. Había que hacer un verdadero cambio revolucionario de todos los aspectos de la vida social y liquidar todas las clases explotadoras. La planificación completa de la economía nacional, la industrialización del país sobre la base de principios socialistas y en el más corto plazo, la transformación socialista de la agricultura, la revolución cultural, la creación de nuevas relaciones en pie de igualdad entre las nacionalidades y el desarrollo del Estado socialista, tales fueron los problemas cardinales a los que fue preciso dar solución para asegurar la victoria del socialismo en nuestro país.

Es evidente que los métodos concretos para resolverlos llevan en gran parte el sello de las condiciones históricas específicas del desarrollo del primer país del socialismo y de la situación internacional. Al mismo tiempo, en el curso de esta multilateral obra de transformación, en la Unión Soviética se pusieron al descubierto por primera vez las leyes generales del desarrollo de la sociedad en el período de transición del capitalismo al socialismo y fueron elaborados principios que tienen significado internacional. Lenin puso ampliamente de manifiesto los problemas cardinales de la estrategia y la táctica del movimiento comunista mundial en su obra clásica La enfermedad infantil del "izquierdismo" en el comunismo.

Como resultado de la victoria del socialismo en nuestro país surgió una sociedad total y fundamentalmente nueva. Cambiaron radicalmente, además de su estructura social, el propio carácter de las clases y de las relaciones entre ellas y el carácter de las naciones y de sus relaciones mutuas. Por vez primera, todos los valores materiales y espirituales de que disponía el país quedaron convertidos en patrimonio de los trabajadores y fueron puestos a su servicio.

El desarrollo del socialismo sobre su propia base y la creación de una sociedad socialista madura pusieron a nuestro partido ante nuevas tareas grandiosas y problemas de creación. El programa del PCUS y las resoluciones de su XXIII Congreso trazaron nuestro rumbo hacia la construcción del comunismo. En este rumbo se prevé el desarrollo armónico de todos los aspectos de la vida de la sociedad socialista. Ahí están incluidos la formación de la base material y técnica del comunismo, el desarrollo de las nuevas relaciones sociales y la educación del hombre nuevo. Todas estas orientaciones de la construcción comunista se hallan en estrecha vinculación. Huelga decir que semejante desarrollo de las relaciones sociales es posible únicamente sobre la base de la democracia socialista y determina, por su parte, el ulterior avance de la misma.

Nuestro partido siempre ha subrayado su enfoque clasista del problema de la democracia. El desarrollo del Estado soviético está subordinado precisamente a la garantía de los intereses de los trabajadores. Esto se ve expresado en el carácter de la formación social de los órganos del Poder y en el contenido y los métodos de su labor.

En los últimos años se ha llevado a cabo en nuestro país un gran trabajo encaminalo a reforzar la legalidad socialista, a ampliar las atribuciones de los Soviets locales, a desarrollar los principios democráticos en la vida de las colectividades productoras y a intensificar la actividad de las organizaciones sociales. De manera permanente se lucha contra las tendencias burocráticas. Nos creemos con derecho a decir que todas nuestras realizaciones, que todo aquello de lo que nos podemos enorgullecer legítimamente, no sólo es el efecto de nuestra política económica, sino también el resultado del desarrollo de la democracia socialista. Ahora todo el mundo reconoce que, en medio siglo, nuestro país, pese a las increíbles dificultades, ha dado un salto auténticamente revolucionario desde el atraso a las cumbres del progreso socal y cultural.

Sabemos y recalcamos que nuestra sociedad socialista, con todo su potencial material y espiritual, es el fruto de la más amplia iniciativa de las masas populares, el producto del trabajo libre de millones de soviéticos, de su grandioso espíritu emprendedor y de su abnegación, inspirados por los altos ideües del leninismo, de sus búsquedas creadoras y de su afán de construir la sociedad comunista. Esta es la realidad del socialismo que se alza fren:e a las ideas muy superficiales, calificándolas con benevolencia, sobre la vida político-moral de nuestra sociedad que también existen a veces, por desgracia, entre algunos de nuestros amigos.

Hablo de esto porque en la actividad creadora de nuestro Partido a lo largo de medio siglo hemos visto una de las direcciones principales de la realización de las tareas internacionales del movimiento obrero en las condiciones concretas de nuestro país.

En primer lugar, la construcción del socialismo y el comunismo en la Unión Soviética ha mostrado que la realización de la misión histórica universal de la clase obrera no es un sueño ni un ideal lejano, sino una obra práctica, real; que la burguesía puede ser no sólo derrocada, sino también plenamente suprimida como clase en la palestra social, y que la clase obrera puede dirigir con buen éxito la sociedad. Ya sólo esto ha dado un inmenso estímulo a toda la lucha contra la opresión del capital y ha atraído a esta lucha a tuevos millones de personas.

En secundo lugar, se ha puesto en el platillo de la balanza de la lucha internacional de clases y de liberación un nuevo factor político-moral, cual es la fuerza revolucionaria del ejemplo.

En tercer lugar, el poderoso potencial económico-político acumulado por nuestro país gracias a la actividad creadora del pueblo soviético, ha coadyuvado en grado considerable a cambiar cualitativamente toda la correlación de fuenas en el mundo, lo que a su vez, ha abierto nuevas perspectivas para la bcha revolucionaria en todos los lugares de la Tierra.

En conformidad con los legados de Lenin, el robustecimiento del poderío militar cel Estado soviético ha sido siempre y es objeto de toda la atención del PCUS. Merced a ello, merced a los heroicos esfuerzos de nuestro pueblo, el Ejércto Soviético se ha convertido en una fuerza inabatible. Su potencia no sólo salvaguarda con seguridad las fronteras de la Unión Soviética y de la cominidad socialista. Es el principal factor antiimperialista de significación mundial, un medio eficaz para sofrenar las intentonas agresivas del imperialismo, un puntal de la coexistencia pacífica. El tiempo y la vida han confirmado persuasivamente más de una vez en la práctica el papel de las Fuerzas Armadas Soviéticas como fuerza internacionalista de clase en la lucha contra el imperialismo.

El poderío económico y militar de la Unión Soviética ha desempeñado un importante papel en el desarrollo de todo el movimiento revolucionario de posguerra, en la conquista de las nuevas victorias del socialismo.

La Unión Soviética contribuyó al proceso de formación del nuevo régimen en los Estados de democracia popular, los protegió frente a la ingerencia y a la intervención imperialistas. Merced a la gran ayuda económica de la URSS, estos países reestructuraron su economía sobre bases socialistas y han logrado un inmenso ascenso de las fuerzas productivas.

La Unión Soviética ha coadyuvado y coadyuva al desarrollo de las revoluciones nacional-liberadoras. Es sabido que, partiendo de los principios del internacionalismo, ayudó, por ejemplo, a los Estados árabes avanzados a hacer frente a las embestidas del imperialismo y a defender su independencia y el régimen social que habían elegido. El reforzamiento de la alianza con los movimientos de liberación nacional adquiere la mayor importancia para el curso y las perspectivas de la confrontación entre el socialismo y el capitalismo. La Unión Soviética contribuye a robustecer la independencia política y a consolidar la base económica de los nuevos Estados nacionales.

El poderío de la Unión Soviética es la barrera decisiva en la vía de los planes imperialistas de desencadenamiento de una nueva guerra mundial. De no haber existido la Unión Soviética y los otros países socialistas, el imperialismo, como lo evidencian numerosos partidos comunistas, habría hundido a los pueblos en la vorágine de una nueva conflagración universal.

Por último, la construcción del socialismo y la edificación del comunismo en la URSS han proporcionado resortes complementarios a la política exterior soviética, han coadyuvado a acentuar su influjo directo en todo el desarrollo de las relaciones internacionales.

Sobre el PCUS recayó por primera vez la tarea de dar solución práctica al problema de la conexión y las relaciones mutuas entre el Estado socialista y el movimiento revolucionario de los trabajadores en el campo imperialista, la tarea de combinar la lucha por las relaciones pacíficas con los Estados capitalistas con la prestación de ayuda y apoyo directos a este movimiento.

No hace falta demostrar que esto no es un asunto fácil y que exige una audaz combinación de fidelidad a los principios y de flexibilidad en política. Es bien sabido que el PCUS ha sido consecuente en la solución de este problema. Ningún interés del desarrollo de las relaciones interestatales con los países capitalistas ha podido jamás obligar a la URSS a desviarse un solo paso de las posiciones internacionalistas, leninistas, de solidaridad y de ayuda a los otros destacamentos del movimiento revolucionario.

En la riquísima historia de la lucha de liberación en el último medio siglo no se encontrará una sola página que no sea testimonio de esta actitud internacionalista de la clase obrera de la Unión Soviética y de nuestro Partido.

Así ocurrió en los tiempos en que éramos todavía muy débiles y defendíamos, en realidad, nuestra propia existencia, encontrándonos, por decirlo así, en el "blanco" constante del mundo imperialista, cuyas fuerzas más reaccio-narias buscaban el mínimo pretexto para lanzarse a una guerra contra el Estado socialista. Así fue en los tiempos en que ya nos habíamos fortalecido y habíamos afirmado nuestro derecho a la existencia, realizando la construcción desplegada del régimen social socialista. Y con mayor razón así ocurre hoy, cuando la Unión Soviética se ha convertido en una poderosa potencia, cuando se ha roto el anillo del cerco capitalista y cuando el conflicto bélico con el mundo socialista entraña una amenaza de muerte para el capitalismo. Y si hoy la táctica imperialista de guerras locales no resulta exitosa para sus inspiradores, como muestran sobre todo las derrotas del imperialismo norteamericano en Vietnam, en esto hay un aporte no pequeño del Estado fundado por Lenin sobre la base del socialismo científico.

Por consiguiente, se puede decir con pleno fundamento que también en la palestra internacional el PCUS ha procedido siempre con fidelidad al leninismo. En su discurso ante la Conferencia Internacional celebrada por los partidos hermanos en junio de 1969 en Moscú, el secretario general del CC del PCUS, camarada L. Brézhnev, dijo en nombre de nuestro partido: «Lenin nos enseñó, y nosotros lo aprendemos de él, a aplicar consecuentemente una línea de clase, a ser firmes en los principios y flexibles en la táctica, a tomar en consideración las condiciones concretas en todos sus aspectos, a emprender acciones audaces y al mismo tiempo bien pensadas y a saber utilizar todos los diversos medios de lucha contra el imperialismo.»

No sólo hemos recordado y recordamos siempre los legados de Lenin, sino que los llevamos continuamente a la práctica con tesón, incluso en los virajes más cruciales de la historia. El PCUS procura marchar igualmente en esta esfera al compás de la viva realidad y desarrollar con sentido creador las ideas leninistas de acuerdo con las condiciones concretas en uno u otro sector de la lucha revolucionaria.

Así, pues, el medio siglo largo de la historia de nuestro país está lleno de acontecimientos de inmensa significación y complejidad y de virajes radicales de la solución de un grupo de problemas a la de otro grupo. Las etapas fundamentales de esta historia son a la vez momentos determinantes de la labor teórica del Partido, grandes jalones del enriquecimiento por él de la ciencia marxista-leninista sobre la sociedad y etapas del dominio, con sentido creador, de las leyes de la construcción del socialismo.

Al mismo tiempo que desarrolla la teoría revolucionaria en estrecha vinculación con la práctica de la construcción socialista en su propio país y con la política internacionalista en la palestra mundial, el PCUS, junto con los partidos hermanos, ha hecho arraigar el leninismo como doctrina internacional realmente universal, que puede ser aplicada en todas las condiciones de la nueva época.

* * *

 

En el Llamamiento «El centenario del nacimiento de Vladímir Ilich Lenin», aprobado unánimemente por la Conferencia Internacional de los partidos comunistas y obreros se dice: «La fidelidad al marxismo-leninismo, gran doctrina internacional, es la garantía de los éxitos sucesivos del movimiento comunista.»

¿Qué significa esto, hablando más concretamente? ¿Qué significa, en la época actual, la aplicación de la doctrina leninista sobre la revolución?

Esto significa la fidelidad a los principios revolucionarios e internacionalistas del marxismo-leninismo, la fidelidad al espíritu creador de esta gran doctrina. Esto significa lucha incesante por su encarnación en la vida y, por consiguiente, el enriquecimiento continuo de la teoría marxista-leninista con la experiencia contemporánea de la lucha de clases y de la construcción de la sociedad socialista. La fidelidad al espíritu creador de esta doctrina exige la certera aplicación de las conclusiones fundamentales de la teoría del comunismo científico en las nuevas condiciones.

Para contribuir al desarrollo del proceso revolucionario mundial y llevar a efecto una política verdaderamente revolucionaria se requiere hoy, en primer término, robustecer el principal baluarte del movimiento obrero internacional y del movimiento de liberación: el sistema socialista mundial.

La solidaridad en defensa de la conquista más grandiosa de la clase obrera internacional —el sistema socialista mundial— constituye el aspecto más importante del deber revolucionario e internacionalista de los comunistas de todos los países. Cualquier repliegue ante el imperialismo en esta cuestión, independientemente del motivo con que se justificara, significaría en la política real una sensible reducción del potencial de todas las fuerzas revolucionarias de nuestro tiempo. Por el contrario, cada nuevo éxito de los países socialistas crea nuevos resortes de lucha contra el imperialismo, lo inmoviliza, lo desplaza de las posiciones que ocupa.

Luchar contra el imperialismo en todos los frentes y aprovechar al máximo las nuevas posibilidades para mantener esta lucha son una condición necesaria para el desarrollo del movimiento revolucionario y ello obliga a preparar a la clase obrera y a las masas trabajadoras en general para los combates revolucionarios y a utilizar para el triunfo de la revolución todas las formas de lucha. Y se podrá alcanzar la victoria únicamente en el caso de que la fuerza capaz de arrollar la dominación del capital monopolista esté debidamente preparada. Los comunistas siempre se han distinguido por decir la verdad a las masas, incluso cuando las masas no estaban preparadas para admitirla por completo. Los comunistas no han ocultado nunca que es inevitable la agudización de los conflictos entre las clases. El embotamiento de la vigilancia política a este respecto entraña el peligro de que el partido quede rezagado del movimiento de masas. Es más, las masas pueden verse sorprendidas por la contraofensiva de las fuerzas reaccionarias, lo que puede acarrear la supresión incluso de los derechos y libertades ya conquistados en el marco de la democracia burguesa.

La cohesión de las grandes masas trabajadoras en torno a la clase obrera con una plataforma revolucionaria es una condición indispensable para acabar con la dominación de los monopolios y una importantísima premisa para que el proletariado ejerza la dirección estatal de toda la sociedad. Las vías, formas y ritmos de cumplimiento de esta tarea serán ineludiblemente distintos. Pero, en cualquier caso, suponen, por una parte, la necesidad de llevar una perseverante lucha por los intereses cotidianos de los trabajadores, tanto económicos como sociales y políticos, y, por otra parte, el saber vincular las reivindicaciones inmediatas con los objetivos finales.

Hoy, lo mismo que ayer, ser revolucionario, ser internacionalista significa prestar el máximo apoyo al movimiento nacional-liberador. Actualmente cobra mayor importancia cada día el aspecto internacional del problema de los aliados de la clase obrera. Hoy se está plasmando en la práctica el precepto de Lenin sobre la fusión de la lucha de la clase obrera internacional con el movimiento de liberación nacional en un solo torrente de batallas contra el imperialismo. Esta fusión no es un simple proceso espontáneo. Es resultado de la ardua labor política y orgánica de todos los partidos comunistas y obreros y de la certera política de los partidos democrático-revolucionarios.

Con la ampliación del proceso revolucionario mundial y el aumento de su variedad, se acrecienta más aún la interdependencia entre las condiciones de la lucha por la causa de la paz, la democracia, la independencia nacional y el socialismo, lucha que se despliega en distintos sectores. Ello exige la respectiva interacción de los diferentes destacamentos del frente antiimperialista mundial.

En la lucha por el robustecimiento de la unidad de todas las juergas revolucionarias se funden prácticamente las tareas revolucionarias internas e internacionales del movimiento comunista. Pero los esfuerzos de los comunistas pueden tener éxito únicamente con la condición de que se cohesionen los propios partidos comunistas y obreros. En la Conferencia de 1969 se dio un importante paso hacia esta cohesión.

La cohesión de las filas comunistas se manifiesta por sí misma como un proceso constante de lucha por la unidad, de lucha que incluye la coordinación de las acciones contra el enemigo común y la superación de las desviaciones y vacilaciones de distinto género en nuestras propias filas. Esta lucha requiere los esfuerzos unitarios de todos los partidos y en el seno de cada uno de ellos.

El temple del partido mar xist a-leninista como dirigente político de la revolución es imprescindible para alcanzar los objetivos de la clase obrera así en los marcos nacionales como a escala internacional. Y este temple se adquiere en la lucha incesante contra todos los tipos de oportunismo, tanto de derecha como de "izquierda", en la lucha por la pureza de los principios ideológicos del marxismo-leninismo, por inculcarlos a las masas, por perfec-cionar la labor política y orgánica del partido sobre la base de estos principios.

Al conmemorar el centenario del nacimiento del gran Lenin, no solo rendimos tribute de veneración al hombre que actuó en los orígenes del movimiento comunista actual. El leninismo no es sólo un pasado nuestro. Es nuestro presente y nuestro futuro.

El leninismo vive en la obra creadora tendente a edificar la sociedad socialista y comunista.

El leninismo vive en la lucha revolucionaria de los movimientos obrero y de liberación nacional.

El leninismo vive en la labor ideólogica, política y orgánica de los partidos comunistas.

 

 

 

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[1]Obras Completas, t. VIII, pág. 16. Ed. Cartago.

[2] Ibídem, t. XIX, pág. 548.

[3] Ibídem, t. XXVII, pág. 272.

[4] Ibídem, t. VIII, pág. 426.

[5] Ibídem.

[6] Ibídem, t. X, pág. 247.

[7] Ibídem, t. XV, pág. 29.

[8] Ibídem, t. IV, pág. 208.

[9] Ibídem, t. VIII, pág. 285.

[10] Ibídem, t. XXIV, pág. 301.

[11] Ibídem, t. XXV, pág. 436.

[12]Ibídem, t. XXX, pág. 398.

[13] Ibídem, t. XXIII, pág. 164.

[14] Ibídem, t. XXXI, pág. 92.

[15] Ibídem, pág. 146.

[16] Ibídem, t. XXIII, págs. 152-153.

[17] Ibídem, t. XXV, pág. 350.

[18]Ibídem, t. VIII, págs. 425-426.

[19] Ibídem, t. VIII, pág. 299.

[20] Ibídem, t. XXXI, pág. 91.

[21] Ibídem, t. VIII, pág. 290.

[22] Ibídem, t. XXIII, pág. 165.

[23]Ibídem, t. XVIII, pág. 575.

[24] Ibídem, t. XXVII, pág. 457.

[25] Ibídem, t. XIX, pág. 526.