Charles Rappoport

 

Las mujeres trabajadoras en el Japón

 


Primera vez publicado: Le Socialiste, Agosto 7-27, 1904.
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez, 2018.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 24 diciembre 2018.


 

 

Una pregunta muy común que se hace a nosotros los socialistas es “¿A quién apoyas, a los rusos o a los japoneses?” A esta interrogante, al igual que a otras que nos plantean personas malintencionadas, solamente tenemos una respuesta:

“Sobre todo, estamos a favor del proletariado de cada país.” Esto, sin embargo, no nos prohíbe decir objetivamente que una victoria nipona significaría, como inevitable consecuencia, la emancipación política de Rusia: la expulsión de su peor enemigo – el zarismo, el verdugo centurianegrista.

Mientras que eso sucede, analicemos cuidadosamente la situación en que vive el personaje que más nos interesa dentro de estos dos países– el proletariado. Empecemos con la clase obrera japonesa, la menos conocida y sin embargo la más explotada. El sujeto de estudio en este caso será la mujer japonesa.

El desarrollo de la gran industria ha devenido en el incremento y el empeoramiento de la esclavitud económica de la mujer.

En el Japón moderno podemos encontrar casi tantas trabajadoras como trabajadores. Las hilanderías de algodón emplean más mujeres que hombres: en las hilanderías Kanegafendji hay 2700 mujeres contra una cantidad de 300 varones; en las fábricas de Boseki, 3 000 contra 500 – eso es seis, inclusive nueve mujeres por cada hombre. En las extensas tabacaleras Mourai en Kyoto, hay 2 500 trabajadoras, eso es cinco sextos del personal en su totalidad. La industria fosforera emplea casi exclusivamente mujeres y niños. Hasta en la editorial oficial del Imperio las obreras superan en gran número a los hombres.

Bajo el sistema social anterior (feudalismo) a las mujeres se les puso a trabajar en los empleos más difíciles. Ahora, bajo el capitalismo, son empleadas en las industrias más pesadas.

En las hilanderías de lino en Hokkaido ellas viven semanas enteras consecutivas en una atmósfera abarrotada. En las papeleras de Odji ellas lastran pesadas cestas, llenas con estropajos, hasta cuartos humeantes. En las minas de Muke ellas no solo laboran en la superficie, escarbando tierra o recogiendo carbón, sino que también bajan a las profundidades: casi siempre se puede ver mujeres descendiendo al oscuro abismo con sus hijos a sus espaldas.

El capitalismo japonés es el mejor ejemplo de entre todos los países de la tendencia del reemplazo de la mano de obra masculina por la femenina y la infantil; una tendencia tan bien analizada por Marx en el primer volumen de El Capital. La proporción de mujeres empleadas en las grandes industrias, de acuerdo con las declaraciones de Wenlersse, continua en aumento; tomemos en cuenta un dato muy interesante que podemos encontrar en el informe oficial presentado en la exhibición de Chicago: solamente en una pequeña ciudad industrial, en este caso Souva, hay más de 40 hilanderías de seda con un personal que excede el millar de trabajadoras. Las mujeres ganan más de esta manera que trabajando como empleadas del hogar. Es más, para ellas es muchísimo más difícil encontrar trabajo como sirvientas domésticas siendo que ahora viven en distritos industrializados.

En las hilanderías de algodón la proporción de mujeres a hombres en 1886 era de dos a uno; en 1897 esta proporción se había duplicado.

La mujer nipona es considerada mucho más hábil en ciertos trabajos que el hombre. Wenlersse menciona que en la editorial oficial del Imperio las mujeres trabajan contando recibos bancarios, graneando estampas y pegando sus reversos; esto lo hacen con una rapidez manual realmente impresionante; es impactante ver como corren de un lugar a otro haciendo sonar sus sandalias de madera en el piso de piedra, todo esto vistiendo kimonos blancos hechos a base de lino.

La agilidad de las obreras de las tabacaleras es sorprendente. Envuelven más de 100 paquetes de cigarrillos en papel aluminio en poco menos de una hora – 1000 al día prácticamente. Aquellas que pliegan las cajas grandes son aún más diestras; las chicas empleadas en las fosforeras pegan 60 etiquetas en un minuto, y continúan de esta manera por más de 9 horas; en las hilanderías ellas reanudan los hilos rotos con una rapidez y destreza que no pueden ser equiparadas por un hombre.

La razón por la cual los capitalistas en Japón prefieren la mano de obra femenina en vez de la masculina es la misma que la de los capitalistas en Europa. En primer lugar, la mujer es dócil, y, para poder tenerla mejor bajo el pulgar, se tiene que traerla de los distritos más distantes del país.

La gente pobre del campo difícilmente mantiene oposición alguna a la propuesta de entregar a sus hijas a los grandes industriales. Para poder captar niños y convencer a sus padres del enrolamiento de estos, los empresarios recurren a la mentira. Aquí está lo dicho por Saito Kashiro, un oficial empleado por el ministerio de Agricultura y Comercio:

“He estado hablando con una vieja trabajadora en la hilandería Kanegafendji en Tokio. Ella me ha contado que los agentes de las compañías le dijeron, antes del enrolamiento, que el trabajo que iba a realizar era fácil, que la paga era considerable y que antes de asumir su puesto podría visitar todos los teatros, restaurantes y conciertos que ella quisiera que había en la ciudad.”

Como una gran parte de estas mujeres son campesinas, y por lo tanto también ignorantes del mundo que las rodea, estas aceptan gustosas cualquier propuesta que las deje ver las maravillas de los grandes centros urbanos. Así de fácil es convencer a la chica rural. Sin embargo, cuando llega el día de su partida, ella es informada de que su alimentación sería limitada a un solo plato de comida por día; y los gastos de este serían puestos sobre su cuenta, al igual que los costos del viaje. Cuando se llega a Tokio ella ciertamente es conducida a los principales lugares de interés en la ciudad, tampoco se olvidan de llevarla a los restaurantes más caros, como se había prometido con anterioridad, sin embargo, se olvidan de mencionarle que todos los gatos realizados serían llevados directamente a su cuenta. No teniendo suficiente dinero para pagar estas deudas, una parte del sueldo de la trabajadora es descontada mensualmente. En realidad, el trabajo por el cual ella se enroló era arduo y la paga pequeña: 6 dólares por día. Como era de esperarse, ella no puede soportar estas condiciones y un buen día decide escaparse de la fábrica con el pretexto de irse a dar una vuelta – truco que, ocasionalmente, no funciona.

Las mujeres permiten muy fácilmente ser explotadas por sus empleadores; ellas son atractivas presas para el sistema capitalista. Sus necesidades más elementales demandan que despierten su consciencia de clase y empiecen a organizarse – tanto en Europa como en Japón.

Además, la mano de obra femenina es preferida sobre otras por la simple razón de que es mucho más provechosa. Once horas de sólida labor es extraída de las mujeres niponas – a veces once y media. Si alguna vez se les es dado permiso para comer, eso es con la condición de mantener las máquinas prendidas y el trabajo en marcha; las obreras tienen que planificar que cada vez que se quiera almorzar se tenga una proporción correcta de trabajadoras que mantengan la línea de producción. El domingo es una palabra vacía para ellas; solo dos días de vacaciones se les es permitido por cada mes; e inclusive esos “días” solo consisten en horas. Durante el año solamente tienen 5 feriados, y estos solamente se dan con el propósito de reparar la maquinaria industrial – indumentaria mucho más preciada para los capitalistas que cualquier obrero, que ciertamente puede ser fácilmente reemplazado en caso de enfermedad o indisposición.

Hasta ahora ninguna ley ha sido dada para poder limitar las horas de trabajo de las mujeres; al igual que los hombres, ellas trabajan día y noche sin diferencia alguna. Su sueldo es menos de lo necesario para su subsistencia. En Japón aún se está en la etapa de “acumulación primitiva”, llamada así por Marx, el Dante de nuestro actual régimen económico.

Los más diestros hilanderos de Osaka solamente ganan 10 dólares al día, el cual es el máximo salario; el mínimo es 4 dólares y medio. Las mujeres que pegan las etiquetas de las cajetillas de fósforos reciben solamente 3 dólares y medio en un día. En las hilanderías la mujer adulta hace un máximo de 6 dólares y medio, mucho menos que un hombre, y eso siendo que los dos trabajan por igual.

¿Cómo es que estas galeotes de la industria japonesa soportan las condiciones de trabajo anteriormente mencionadas? A veces empiezan con un idilio que haría que el estético Pierre Loti (autor de Madama Crisantemo) y sus fieles lectores se froten las manos en señal de excitación, pero el final es de otra manera – aquí tienen una idea:

“El espectáculo dado en el puerto de Nagasaki es aún más singular e interesante. Ahí puedes ver a las meretrices con sus sombreros de paja en forma de pan de azúcar adornadas con batista blanco y azul, debajo de los cuales tienen una mata de pelo negro azabache. Observar sus ojos brillantes, sus mejillas rosadas y bronceadas por los rayos del sol, oler ese aire de dulzura que se extiende sobre sus rasgos, es todo un placer. Con lo que es un paso sinvergüenza, sin el impedimento de las faldas y sin temor a que se vean sus piernas, ellas llevan una gran caña de bambú a la que están unidas pesadas cestas negras… Se ríen, se empujan y se hacen cosquillas entre sí cuando se cruzan, y no se oponen en absoluto a que algunos jóvenes pandilleros les rodeen la cintura con sus manos… Pero esas bonitas piernas pronto vacilan, y, en los tablones temblorosos que se extienden desde el muelle hasta las naves atracadas, ellas cierran sus labios con dolor, con un poco de miedo y mucha fatiga, pero que en poco tiempo vuelven a expandir en una sonrisa.”

¡Y todo esto por unos pocos peniques al día!

En cada ocho trabajadoras hay una prostituta. Bajo las condiciones en que estas viven, su “hermana errante” no tiene mucho de que quejarse. No es más que una rebelde, una esclava que huye del cruel sistema.

¡Y a esto se le llama "civilización"!