Charles Rappoport

La sociedad del mañana

 


Primera vez publicado: Le Socialiste, Junio 7, 1908;
Traducido por: José Carlos Rosario Sánchez
Esta edición: Marxists Internet Archive, 24 dic. 2018


 

 

El resultado de todos los bocetos medianamente ingeniosos de la futura sociedad humana no es más que una demostración de la tremenda posibilidad que puede ser el sistema socialista. Todos los que no tienen nada que perder, pero todo un mundo que ganar por la transformación social se convencen muy fácilmente de la excelencia de la futura sociedad humana. Inclusive la pequeña burguesía, presintiendo su inminente ruina, atormentada por el conocimiento de su inseguridad y llena con un sentimiento de imprecisión, está lista para decir “Sí, el socialismo efectivamente es una cosa maravillosa, pero ¡oh desgracia! ¡Es sólo una utopía!" Y para demostrar el carácter utópico de este primero invocan a la naturaleza humana, luego al indestructible egoísmo de la humanidad que resulta en la guerra eterna; y, finalmente, a la renuencia de las clases dominantes a la liberación de la clase obrera, a la cual declaran imposible de sobreponerse.

¿Cómo es que el marxismo logra mantener la compostura ante estas tres imposibilidades?

¡La naturaleza humana! Esta ha sido invocada cada vez que ha habido algún cuestionamiento del avance de la sociedad hacia una nueva etapa histórica. Los esclavistas llamaron como testigo a esta misma para que convenza de la imposibilidad de la abolición de la esclavitud. En su libro “Política”, Aristóteles, “el gigante del pensamiento antiguo”, intentó demostrar que los griegos estaban destinados, por su naturaleza, a imponerse como maestros sobre el resto de la humanidad. La naturaleza es eterna y cada clase dominante desea naturalmente extender eternamente su régimen con el cual aseguran su dominio y disfrute personal: estas consideran su propio sistema como natural. Su comportamiento lo justifican con la naturaleza. Estas clases dominantes no ven más allá de sus propios intereses y confunden las leyes que garantizan su preservación con las leyes naturales. Ignoran la historia, que solo se mueve gracias a los cambios, e inventan una teoría física de la sociedad, cuya retorica busca persuadirnos de que la desigualdad social entre los hombres es tan eterna y necesaria como la de los órganos del cuerpo. Las leyes de la Naturaleza no se pueden rechazar, por consiguiente el sistema de explotación del hombre por el hombre es clasificado, según los explotadores, como una ley de la naturaleza. Cualquier revuelta en contra de ella es consecuentemente una locura o una imposibilidad material.

La concepción marxista combate a estos interesados sofismos en nombre de la verdadera historia de la humanidad. Esta demuestra el hecho de que los cambios perpetuos que ocurren y han ocurrido en el desarrollo histórico se han dado debido a la apropiación de los medios de producción.

La sociedad humana es un caso muy particular en la evolución del universo. Nada es eterno e inmutable. Todo es cambiante. Mediante la demostración de que la lucha de clases es la base de la historia, el marxismo desvela el mecanismo de su evolución y prueba que toda forma social es enteramente relativa, enteramente condicional.

Las clases y los sistemas se suceden y difieren entre sí. De esta manera todas las objeciones construidas –mediocremente- a base de la afirmación de la naturaleza humana son rebatidas. El marxismo no reconoce al hombre in abstracto. Solamente conoce al esclavista, al señor feudal, al capitalista, al proletariado, y a otras “clasificaciones históricas”. Reemplaza lo vago y confuso por lo concreto y lo lúcido, y también abandona las generalidades de los psicólogos, filósofos y metafísicos.

Mejor aún-mediante el análisis científico del sistema capitalista, los marxistas no solo demuestran que la sociedad socialista no solo es posible, sino también necesaria. La organización colectiva de los obreros es posible porque existe. Está presente en las fábricas, en las minas, en las grandes tiendas y en los grandes establecimientos financieros. Rodea al mundo gracias a los ferrocarriles y navega los océanos mediante los acorazados monocalibre. La explotación individual está en flagrante contradicción con esta organización colectiva. Gracias a la primera surgen la crisis – catástrofes que demuestran más y más la imposibilidad del sistema capitalista. Pronto, ya no será necesario demostrar la viabilidad del socialismo, sino que será la tarea de los partidarios del actual sistema tambaleante probar la continuidad de este mediante el desarrollo normal y progresivo.

En cuanto al argumento del egoísmo humano y de las clases, no solo el marxismo no lo niega, sino que lo utiliza para organizar a los proletarios en un partido de clase, preocupados, sobre todo, de sus propios intereses, los cuales, afortunadamente, están completamente de acuerdo con el organismo social y en pos de la civilización.

Sin embargo, queda la tercera objeción-la supuesta tercera imposibilidad del socialismo-la resistencia de aquellos que poseen los medios de producción. La concepción marxista triunfa fácilmente sobre esta. El socialismo se vuelve posible al mismo tiempo en que el gran capital absorbe al pequeño, y la producción a escala internacional supera a la local. Los socialistas, técnicamente, no expropiaran a los propietarios sino a los expropiadores. Ellos regresaran a la sociedad la propiedad robada de esta. Ellos no lucharan contra la propiedad privada de bienes fungibles. Ellos pelearan en contra de la propiedad capitalista, en contra de la oligarquía propietaria –el monopolio de los medios de producción.

La posibilidad –no, más aún- la inevitable necesidad histórica del socialismo, surge así de la interacción de las fuerzas económicas. La organización de la clase obrera y la conquista del poder político por esta son las primeras etapas en la ruta a seguir.