INDICE

 

John Reed

Diez días que estremecieron al mundo

 

 

CAPÍTULO VII
EL FRENTE REVOLUCIONARIO

 

Sábado 10 de noviembre. . .

¡Ciudadanos!

El Comité Militar Revolucionario declara que no tolerará ninguna violación del orden revolucionario . .

Los robos, los actos de pillaje, los ataques a mano armada y las tentativas de pogromos serán castigados severamente ...

Siguiendo el ejemplo de la Comuna de París, el Comité aplastará sin piedad a los saqueadores y a los instigadores del

desorden . . .

La ciudad permanecía tranquila. Ni una sola persona asaltada, ni un robo, ni siquiera una camorra entre beodos. Patrullas armadas recorrían las calles silenciosas durante la noche; en las plazuelas, los soldados y las guardias rojas, sentados en cuclillas alrededor de pequeñas hogueras, reían y cantaban. Durante el día, multitudes de gentes se agrupaban en las aceras para escuchar las interminables y acaloradas discusiones entre estudiantes, soldados, hombres de negocios y obreros.

Los ciudadanos se detenían uno a otro en la calle preguntándose:

-¿Llegan los cosacos?

-No...

-¿Cuáles son las últimas noticias?

-No sé nada. ¿Dónde está Kerenski?

-Se dice que no está a más de ocho kilómetros de Petrogra-do.. . ¿Es cierto que los bolcheviques han buscado refugio en el crucero Aurora?

-Eso dicen .. .

Los muros, unos cuantos periódicos, gritaban las noticias: mentís, llamamientos, decretos...

Un inmenso cartel reproducía el manifiesto histérico del Comité Ejecutivo de los Diputados campesinos:

Ellos [los bolcheviques] se atreven a decir que tienen el apoyo de los Soviets de los Diputados campesinos

Es preciso que toda la Rusia revolucionaria sepa que es mentira y que los campesinos todos, por boca del Comité Ejecutivo del Soviet de los Diputados campesinos de toda Rusia, rechazan con indignación toda participación de los campesinos o/ganizados en esta violación criminal de la voluntad de todos los trabajadores . . .

Otro anuncio emanaba de la sección de soldados del partido socialrevolucionario:

La loca tentativa de los bolcheviques está en vísperas de estrellarse. La guarnición se halla dividida . . Los ministerios están en huelga, el pan escasea. Todos los partidos, con excepción de los bolcheviques, han abandonado el Congreso. Los bolcheviques están solos . . .

Hacemos un llamamiento a todos los elementos sanos para que se agrupen alrededor del Comité para la Salvación del país y la revolución y para que se preparen seriamente a responder al primer llamamiento del Comité Central...

El Consejo de la República, en una hoja especial, enumeraba sus desdichas:

Cediendo a la fuerza de las bayonetas, el Consejo se ha visto obligado a disolverse el 7 de noviembre, y a suspender provisionalmente sus trabajos.

Los usurpadores del poder, que no apean de los labios las palabras libertad y socialismo, han encarcelado en una prisión zarista a los miembros del Gobierno provisional, incluidos los ministros socialistas. Han suprimido los periódicos, se han incautado de las imprentas . . . Un gobierno semejante debe ser considerado como enemigo del pueblo y de la revolución; hay que luchar contra" él y derrocarlo. . .

El Consejo de la República, en espera de la reanudación de sus trabajos, invita a los ciudadanos a agruparse estrechamente en torno a las secciones locales del Comité para la Salvación del país y la revolución, que trabajan para el derrocamiento de los bolchevique y la formación de un gobierno capaz de llevar al país martirizado hasta la Asamblea Constituyente.

El Dielo Naroda escribía:

Una revolución es un levantamiento de todo el pueblo. ..¿Quién ha reconocido la "segunda revolución" de los señores Lenin, Trotzki y sus acólitos? Un pequeño número de obreros, soldados y marinos, a quienes han conseguido engañar, y nadie más...

Y el Narodnoye Slovo ("La Palabra del Pueblo", órgano socialista-popular) :

¿Un gobierno obrero y campesino? ¡Qué ilusión! Nadie, ni en Rusia, ni en los países aliados, reconocerá a este gobierno. Ni los mismos países enemigos lo reconocerán . . .

La prensa burguesa había desaparecido, por el momento...

El Pravda publicó un relato de la primera reunión del nuevo Tsik, el Parlamento de la República soviética rusa. Miliutin, comisario de Agricultura, hizo notar, en esta sesión, que el Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos había convocado un congreso campesino de toda Rusia para el 13 de diciembre.

-Pero -dijo- nosotros no podemos aguardar. Precisamos el apoyo de los campesinos. Propongo, por lo tanto, que tomemos la iniciativa de este congreso y lo convoquemos inmediatamente. . .

Los socialrevohácionarios de izquierda asintieron. Inmediatamente se redactó un llamamiento a los campesinos de Rusia y se eligió un comité de cinco miembros para que pusieran el proyecto en ejecución.

La cuestión de los planes del reparto de la tierra y la del control obrero de la industria fueron aplazadas hasta que los peritos acabaron sus informes.

Se leyeron y aprobaron tres decretos,[1] un reglamento general de la prensa, preparado por Lenin, ordenando la supresión de todos los periódicos que instigaban a la resistencia y desobediencia al nuevo gobierno, incitaran a cometer actos criminales o bien deformaran deliberadamente las noticias; decreto sobre la moratoria de los alquileres; decreto implantando la milicia obrera. Además, se adoptaron dos medidas: una confiriendo a la Duma municipal el poder de requisar los apartamientos y locales vacíos; la otra, prescribiendo la descarga de los vagones en las terminales, a fin de activar la distribución de los géneros alimenticios de primera necesidad y de liberar el precioso material rodante...

Dos horas más tarde, el Comité Ejecutivo de los Soviets campesinos lanzaba a toda Rusia el siguiente telegrama:

La organización irregular bolchevique, nombrada Buró organizador del congreso campesino de toda Rusia, invita telegráficamente a todos los Soviets campesinos a enviar sus delegados a un congreso en Petrogrado.

El Comité Ejecutivo del Soviet de los Diputados campesinos de toda Rusia declara que no ha dejado de considerar que sería peligroso en este momento alejar de las provincias las fuerzas necesarias para preparar las elecciones a la Asamblea Constituyente, que es la única salvación de los campesinos y de todo el país. Confirmamos que la apertura del congreso campesino está fijada para el 13 de diciembre.

En la Duma reinaba gran agitación: los oficiales iban y venían, el alcalde conferenciaba con los jefes del Comité de Salvación. Un consejero llegó corriendo con un ejemplar de la proclama de Kerenski que un aeroplano, volando a poca altura, acababa de dejar caer a centenares sobre la perspectiva Nevski; en ella se amenazaba con una venganza horrible a quienes no se sometiesen y ordenaba a los soldados que depusiesen las armas y se concentrasen inmediatamente en el Campo de Marte.

El primer ministro había tomado Tsárskoye Selo, nos dijeron, y se encontraba en la campiña de Petrogrado, a ocho kilómetros solamente de la ciudad. Haría su entrada al día siguiente por la mañana, es decir, dentro de unas pocas horas. Las tropas soviéticas en contacto con los cosacos se habían pasado al Gobierno provisional. Tchernov se encontraba en alguna parte entre los dos adversarios, tratando de integrar una fuerza "neutral" destinada a impedir la guerra civil.

En la capital,, los regimientos de la guarnición, se seguía diciendo, habían retirado su apoyo a los bolcheviques. El Smolny ya estaba abandonado .. . Toda la máquina gubernamental había dejado de funcionar. Los empleados del Banco del Estado se habían negado a trabajar bajo las órdenes de los comisarios del Smolny y a entregarles el dinero. Todos los bancos privados habían cerrado sus ventanillas. Los ministerios estaban en huelga. Un comité especial de la Duma estaba haciendo un recorrido por las casas de comercio a fin de reunir los fondos necesarios para pagar a los huelguistas. . .[2]

Trotzki, que se había trasladado al ministerio de Negocios Extranjeros para hacer traducir el decreto sobre la paz a los principales idiomas extranjeros, recibió en su cara la dimisión que le lanzaron seiscientos empleados.. . Chliapnikov, comisario de Trabajo, había ordenado a todos los empleados de su ministerio que se reintegraran a sus puestos en un plazo de veinticuatro horas, bajo pena de perder sus empleos y sus derechos a la jubilación; sólo los ujieres habían obedecido . .. Algunas secciones del Comité especial de Suministros suspendieron su actividad antes que someterse a los bolcheviques. . . A pesar de las tentadoras promesas de salarios elevados y de mejoras a su situación, los empleados de la central telefónica se negaban a dar comunicación alguna al cuartel general soviético. . .

El partido socialrevolucionario había votado la expulsión de aquellos de sus mienjbros que habían permanecido en el Congreso de los Soviets o que estaban participando en la insurrección. . .

En cuanto a la provincia, Mohilev se había declarado contra los bolcheviques. En Kiev, los cosacos habían expulsado a los Soviets y detenido a los jefes insurgentes. El Soviet y la guarnición de Luga habían afirmado su fidelidad al Gobierno provisional e invitado a toda Rusia a que los imitara. Kaledin había dispersado a todos los Soviets y sindicatos de la cuenca del Donets y sus fuerzas estaban en marcha hacia el Norte...

Un representante de los ferroviarios dijo:

-Ayer enviamos un telegrama a toda Rusia para pedir el cese inmediato de la guerra entre los partidos políticos, y reclamamos la formación de un gobierno de coalición socialista. Si no obtenemos satisfacción mañana lanzaremos un llamamiento a la huelga . . . Mañana por la mañana se reunirán todos los grupos para examinar la cuestión . . . Los bolcheviques .parecen desear vivamente un arreglo . ..

-¡Si es que viven hasta entonces! -exclamó riendo el ingeniero jefe de la ciudad, hombre corpulento y coloradote. . .

Al irnos aproximando al Smolny -que no sólo no estaba abandonado, sino más activo que nunca, con sus continuas idas y venidas de obreros y soldados, con guardias dobles por todas partes-, encontramos a los periodistas de los diarios burgueses y socialistas "moderados".

-¡Nos han echado! -exclamó el de la Valia N arada. Bontch-Bruevitch ha bajado a la oficina de la prensa y nos ha dicho que saliésemos. ¡Dice que somos espías!

Y todos se jpusieron a gritar a la vez:

-¡Insulto! ¡Ofensa! ¡Libertad de prensa!

En el vestíbulo se apilaban en grandes mesas llamamientos, proclamas y ojenes del Comité Militar Revolucionario. Los obreros y soldados los llevaban por paquetes enormes a los automóviles que esperaban afuera.

Uno de estos manifiestos decía:

¡A la picota!

En el momento trágico que atraviesan las masas rusas, los mencheviques conciliadores, así como los socialrevolucionarios de derecha? han traicionado a la clase obrera. Se han enrolado en las filas de Kornilov, de Kerenski y de Savinkov . . .

Imprimen las órdenes del traidor Kerenski y crean el pánico en la ciudad difundiendo los rumores más ridículos acerca de supuestas victorias de estos renegados . ..

¡Ciudadanos! No deis crédito a esos falsos rumores. Ninguna fuerza puede "vencer al pueblo insurrecto ... El castigo merecido espera el primer ministro Kerenski y sus secuaces.

Nosotros los ponemos en la picota. Los entregamos al desprecio de los obreros, soldados, marinos y campesinos, a quienes ellos quieren volver a encadenar. Jamás podrán borrar de sus rostros la mancha dt la indignación y el desprecio populares.

¡Vergüenza y maldición a los traidores al pueblo!

El Comité Militar Revolucionario se había trasladado a locales más amplios, la sala 17, en el piso superior. En la puerta habían sido apostados varios guardias rojas. En el interior, en un espacio estrecho, aislado por una barrera, se apretujaba una multitud de gentes bien vestidas, de aspecto exterior respetable, pero interiormente devoradas por el odio y los setimientos de venganza, burgueses que querían un permiso para sus automóviles o un pasaporte para salir de la ciudad; entre ellos había muchos extranjeros. Bill Chaíov y Peters estaban de servicio. Suspendieron todas sus ocupaciones para leernos los últimos boletines.

El 1797 regimiento de reserva se había pronunciado en favor del apoyo. Cinco mil trabajadores de los muelles Putilov saludaban al nuevo gobierno. Apoyo entusiasta igualmente del Comité Central de los sindicatos. La guarnición y la escuadra de Revel habían elegido comités militares revolucionarios y enviaban tropas. Los comités militares revolucionarios eran dueños de la situación en Pskov y Minsk. Saludos de los Soviets de Tsaritsin, Rostov del Don, Piatigorsk, Sebastopol... La división de Finlandia, los nuevos comités de los ejércitos 59 y 65, juraban fidelidad . .

Las noticias de Moscú eran inciertas. Las posiciones estratégicas de la ciudad estaban ocupadas por las tropas del Comité Militar Revolucionario; dos compañías de servicio en el Kremlin se habían pasado a los Soviets, pero el arsenal se hallaba en manos del coronel Riabtsev y sus juitiers. El Comité Militar Revolucionario había pedido armas para los obreros y Riabtsev había tenido conversaciones con él hasta la mañana, pero bruscamente había enviado un ultimátum al Comité, ordenando a las tropas soviéticas que se rindieran y al Comité que se disolviera. Se habían producido combates. . .

En Petrogrado, el Estado Mayor se sometió inmediatamente a los comisarios del Smolny. El Tsentroflot, que se obstinó, fue ocupado por Dybenko, a la cabeza de una compañía de marinos de Cronstadt, y se formó un nuevo Tsentróflot con el apoyo de las naves del Báltico y el Mar Negro ...

Pero bajo esta alegre seguridad se percibía un vivo sentimiento de inquietud. Los cosacos de Kerenski avanzaban; disponían de artillería. Skripnik, secretario de los comités de fábrica, amarillento y enflaquecido, me aseguró que formaban un cuerpo de ejército, pero añadió con ardor:

-No nos agarrarán vivos. Petrovski tuvo una sonrisa cansada:

-Mañana quizá podamos dormir . . . para mucho tiempo . .. Losovski, con su cara demacrada y su barba roja, dijo:

-¿Qué posibilidades tenemos? Estamos solos . . . ¡Somos una turbamulta impotente contra tropas adiestradas!

En el Sur, en el sudoeste, los Soviets habían huido ante Kerenski. Las guarniciones de Gatchina, de Pavlosk y de Tsárskoye Selo estaba divididas: una parte estaba en favor de la neutralidad; ei resto, sin oficiales, afluía sobre la capital en el mayor desorden.

En las salas se estaba colocando el siguiente comunicado:

Krasnoye Selo, 10 de noviembre, 6 de la mañana.

Para transmitir al Gran Cuartel General, al comandante en jefe y a los comandantes de ejército del frente Norte, y a todos, todos, todos.

El ex ministro Kerenski ha tratado, por medio de un telegrama falso enviado a todos, de hacer creer que las tropas revolucionarias ^de Petrogrado han rendido las armas y se han unido a las fuerzas del antiguo gobierno, del gobierno de los traidores, y que el Comité Militar Revolucionario les ha dado la orden de replegarse. Las tropas de un pueblo libre no se repliegan ni se rinden.

Nuestras tropas han abandonado Gatchina en buen orden a fin de evitar una efusión de sangre entre ellas y sus hermanos cosacos, que se han dejado engañar, y para ocupar una posición más favorable. Su posición es ahora tan fuerte que no hay motivo^para inquietarse, incluso en el caso de que Kerenski y sus compañeros de armas dispusieran de fuerzas diez veces superiores a las que tienen actualmente. La moral de nuestras tropas es excelente.

La calma reina en Petrogrado.

El jefe de la defensa de Petrogrado

y del distrito de Petrogrado,

Teniente coronel Muraviov

En el momento en que salíamos del Comité Militar "Revolucionario entraba Antonov, pálido como un cadáver, con un papel en la mano.

-Expedid esto -dijo.

A los Soviets de distrito de Diputados obreros y a los Comités de fábrica

Orden

Las bandas kornilovistas de Kerenski amenazan las entradas a la capital. Se han dado las órdenes necesarias para aplastar sin piedad esta tentativa contrarrevolucionaria dirigida contra el pueblo y sus conquistas.

El ejército y las guardias rojas necesitan el apoyo inmediato de los obreros.

Ordenamos a los Soviets de distrito y a los comités de fábrica:

Io Enviar"*el mayor número posible de obreros para abrir trincheras, levantar barricadas y tender alambradas.

2º Interrumpir inmediatamente, si es preciso, el trabajo en las fábricas.

3º Recoger todo el alambre sencillo o de púas disponible, así como las herramientas necesarias para abrir trincheras y levantar barricadas.

4º Proveerse de todas las armas disponibles.

5º Observar la más estricta disciplina y mantenerse preparados para sostener por todos los medios al ejército de la revolución.

El presidente del Soviet de los D.O.S., comisario del pueblo,
León Trotzki.

El presidente del Comité Militar Revolucionario, Comandante en jefe del distrito,
N. Podvoiski.

Cuando estuvimos fuera, en la semioscuridad de este día sombrío y triste, escuchamos por todos los puntos del horizonte el ulular de las sirenas de las rfábricas. Su sonido ronco y entrecortado estaba cargado de presagios. Los obreros, por decenas de millares, hombres y mujeres, se desparramaban por las calles; los cuchitriles zumbantes vomitaban por decenas de millares su población de rostros terrosos y famélicos. ¡La ciudad roja estaba en peligro! ¡Los cosacos! Hacia el Sur y el sudoeste, por las viejas calles que conducen a la Puerta de Moscú, la marejada se ensanchaba, hombres, mujeres y niños, armados de fusiles, de picos, de palas, de carretes de alambre, las cartucheras sujetas sobre sus propias ropas de trabajo . .. Jamás se vio un éxodo espontáneo semejante de toda una inmensa ciudad. Se desplazaban como un torrente, arrastrando a su paso compañías de soldados, cañones, camiones, automóviles, carretas: ¡el proletariado revolucionario iba a ofrecer sus pechos para proteger la capital de la república obrera* y campesina!

Delante de la puerta del Smolny estaba detenido un automóvil. Un hombre delgado, con gafas gruesas que agrandaban sus ojos orlados de rojo, hablaba con esfuerzo, apoyado contra un guarda-barro, las manos enfundadas en su gabán raído. Cerca de él un marino corpulento, de clara mirada juvenil, iba y venía nerviosamente, jugando descuidadamente con un revólver enorme de acero pavonado, que .no abandonaba jamás su mano. Eran Antonov y Dybenko.

Algunos soldados estaban tratando de sujetar dos bicicletas sobre el estribo del automóvil. El chofer protestó furiosamente. ¡Eso iba a estropear el esmalte! Desde luego él era bolchevique y sabía muy bien que el automóvil procedía de un burgués y que las bicicletas estaban destinadas a los agentes de enlace; pero su orgullo profesional de chofer se rebelaba. Se dejaron las bicicletas ...

Los comisarios del pueblo de Guerra y Marina iban a dirigirse en viaje de inspección al frente revolucionario. ¿Podríamos acompañarles? Imposible, claro; el automóvil no tenía más que cinco plazas; los dos comisarios, los dos ordenanzas y el conductor. Sin embargo, un ruso conocido mío, a quien llamaré Trucichka, se instaló tranquilamente en el coche y no hubo ningún argumento que lo hiciera desalojar.

Yo no tengo razón alguna para dudar de la verdad del relato que me hizo Trucichka de esta jornada. Al tiempo que seguían la perspectiva Suvorovsky, alguno de ellos planteó la cuestión de la comida. Podían permanecer en camino tres o cuatro días en una región que estaba bastante mal de provisiones. Detuvieron el coche. ¿Y dinero? El comisario de Guerra se registró los bolsillos. Ni un kopec. El comisario de Marina no tenía un céntimo con él y el chofer tampoco. Fue Trucichka quien tuvo que hacer las compras.

Al dar la vuelta a la Nevski se reventó un neumático.

-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Antonov.

-Requisar otro automóvil -sugirió Dybenko, blandiendo su revólver. Antonov se plantó en medio de la calle y detuvo un coche conducido por un soldado.

-Necesito tu automóvil -le dijo Antonov.

-Pues no lo tendrás -le contestó el soldado.

- ¿Sabes quién soy? - replicó Antonov al tiempo que le presentaba un documento certificando que había sido nombrado comandante en jefe de todos los ejércitos de la República rusa, y que a este título se le debía obedecer sin discusión.

- Aunque fuese el diablo en persona - le dijo el soldado acaloradamente - no tendrías este coche; pertenece al primer regimiento de ametralladoras y transporta municiones.

La dificultad fue resuelta por la llegada de un viejo taxi que lucía la bandera italiana (durante los períodos de disturbios los automóviles privados eran registrados por sus propietarios bajo el nombre de consulados extranjeros, para salvarlos de la requisa) . Se desalojó al grueso personaje que se arrellanaba enfundado en una lujosa pelliza y la expedición continuó.

Al llegar a la barrera de Narva, a una decena de millas del Smolny, Antonov preguntó por el comandante de la guardia roja. Le condujeron al extrfmo del pueblo, donde algunos cientos de obreros habían abierto trincheras y esperaban a los cosacos.

- ¿Todo va bien, oamarada? - preguntó Antonov.

- Todo está perfecto, camarada - respondió el comandante - . La moral de las tropas es excelente . . . Sólo que ... no tenemos municiones . . .

- En el Smolny hay dos mil cargadores - le dijo Antonov - . Voy a darle una orden - Busco en sus bolsillos.

- ¿Tiene alguien un pedazo de papel?

Ni Dybenko, ni los agentes de enlace lo tenían. Trucichka ofreció su carnet . . .

- ¡Demonios! No tengo lápiz - exclamó Antonov - . ¿Quién tiene un lápiz?

Naturalmente, sólo Trucichka poseía un lápiz . . . Como nosotros quedamos abandonados a nuestros medios nos dirigimos a la estación del ferrocarril de Tsárskoye Selo. Al subir por la Nevski nos encontramos con guardias rojas que desfilaban armados, algunos con bayonetas, otros sin ellas. El crepúsculo del invierno caía rápidamente. Erguida la cabeza, en columna de cuatro jen fondo, más o menos regular, chapoteaban en el barro helado, Isin música, sin tambores. Encima de ellos ondeaba una bandera [roja con una inscripción en letras torpemente trazadas: "¡Paz! o ¡Tierra!" Eran muy jóvenes. La expresión de sus rostros era la de hombres que saben que van a morir . . . Con aire a la vez dolo-ido y desdeñoso, las gentes, en las aceras, los veían pasar en medio un silencio rencoroso.

En la estación nadie sabía con exactitud dónde se encontraba Kerenski, ni dónde estaba el frente. Los trenes no pasaban de Tsárskoye . ..

Nuestro vagón estajja lleno de campesinos que regresaban a sus hogares cargados de paquetes y de periódicos de la tarde. Las conversaciones giraban únicamente en torno a la revolución bolchevique; de no ser por esto, hubiera resultado imposible creer que la potente Rusia estaba desgarrada en dos por la guerra civil y que nuestro tren se dirigía hacia la zona de combate. A través de la ventanilla podíamos distinguir, en la oscuridad que se hacía más y más densa, masas de soldados avanzando hacia la ciudad sobre el camino lodoso y blandiendo sus armas al tiempo que discutían. Un tren de mercancías, atestado de tropas e iluminado por inmensas fogatas, estaba detenido en un apartadero. Eso era todo. Detrás de nosotros, en el horizonte, el resplandor de la capital se fundía pocar a poco en la noche. Un tranvía se arrastraba a través de un suburbio alejado.

En Tsárskoye S/lo la estación estaba en calma, pero aquí y allá grupos de soldados conversaban en voz baja, lanzando miradas inquietas sobre la vía desierta en dirección de Gatchina. Les pregunté a qué partido pertenecían.

-Ahí está la cosa -respondió uno de ellos-, que nosotros no sabemos qué pensar exactamente ... No hay duda que Kerenski es un provocador; por otra parte, no podemos admitir que los rusos disparen contra sus hermanos.

La oficina del comisario de la estación estaba ocupada por un simple soldado, grueso y jovial y barbudo, con el brazalete rojo de un comité de regimiento. Los documentos que recibimos en el Smolny surtieron un efecto inmediato. Estaba claramente en favor de los Soviets, pero muy desorientado.

-Las guardias -rojas estuvieron aquí hace dos horas, pero se volvieron a marchar. Esta mañana vino un comisario, pero a la llegada de los cosacos regresó a Petrogrado.

-¿Entonces est"n aquí los cosacos? Bajó la cabeza tristemente.

-Hemos tenido un encuentro. Los cosacos llegaron por la mañana a primera hora. Hicieron prisioneros a doscientos o trescientos de los nuestros y mataron unos veinticinco.

-¿Y dónde están los cosacos ahora?

-Oh, no han debido de ir muy lejos. No sé exactamente dónde están. Se fueron para allá ... -Hizo un gesto vago en dirección del Oeste.

Comimos -una comidí excelente, mejor y más barata que en Petrogrado- en el restaurante de la estación. Al lado de nosotros estaba un oficial francés que acababa de llegar a pie procedente de Gatchina. Allá -nos dijo- todo estaba tranquilo. Kerenski era dueño de la ciudad.

-¡Ah, estos rusos -añadió-, qué tipos! ¡Vaya una guerra civil! ¡Están dispuestos a todo, con tal de no combatir!

Nos fuimos hacia la ciudad. En la puerta de la estación estaban de guardia dos soldados, con bayoneta calada, a los que un centenar de comerciantes, funcionarios y estudiantes acribillaban a invectivas y apostrofaban con violencia. Se sentían a disgusto y humillados, como chiquillos injustamente regañados. Un joven fuerte, de aspecto soberbio, que llevaba el uniforme de estudiante, dirigía el ataque.

-Supongo que comprendéis -les dijo, en tono insolente- que al tomar las armas contra vuestros hermanos os convertís en instrumentos de asesinos y traidores.

-No es así, hermano -le respondió el soldado con seriedad-, tú no lo entiendes. Hay dos clases, el proletariado y la burguesía. Nosotros . ..

-¡Oh, ya conozco esa monserga! -le interrumpió el estudiante-. A vosotros, los campesinos ignorantes, os basta escuchar berrear algunas frases ya hechas. Inmediatamente, sin haber comprendido nada, os ponéis a repetirlas como los loros.

Las gentes estallaron en carcajadas.

-Yo soy un estudiante marxista. Y yo os digo que no es por el socialismo por lo que combatís, sino por la anarquía, ¡en beneficio de Alemania!

-Sí, ya sé -replicó el soldado, goleándole el sudor por la frente- que usted es un hombre instruido, eso se ve; yo no soy más que un ignorante. Pero me parece .. .

-¿Tú crees sin duda -le preguntó el otro con desprecio- que Lenin es un verdadero amigo del proletariado?

-Sí, lo creo -respondió el soldado, visiblemente martirizado.

-Bien, amigo, ¿sabes que Lenin ha atravesado Alemania en un vagón precintado? ¿Sabes que Lenin recibió dinero de los alemanes?

-Yo no sé gran cosa de todo eso -repuso el soldado con terquedad- pero encuentro que lo que él dice es justamente lo que yo tengo necesidad de escuchar, y conmigo todas las gentes sencillas como yo. Mire: hay dos clases, la burguesía y el proletariado ...

-¡Tú estás loco, mi amigo! Yo me pasé dos años en Schüs-selburg por mi actividad revolucionaria, mientras que vosotros, en esa época, disparabais contra los revolucionarios y cantabais "Dios proteja al zar". Yo me^llamo Vassili Georgievitch Panin. ¿No has oído hablar nunca de mí?

-Lo siento, jamás -dijo el soldado con humildad-. Pero yo no soy más que un ignorante. Probablemente usted es un gran héroe.

-Desde luego -afirmó el estudiante con convicción-, y combato a los bolcheviques que están destruyendo a nuestra Rusia, a nuestra revolución libre. ¿Cómo te explicas tú eso?

El soldado se rascó la cabeza.

-Yo no sé cómo se explica eso -dijo, haciendo una mueca por el esfuerzo impuesto a su cerebro-. A mí todo me parece muy claro, bien es cierto que soy un ignorante. Me parece que no hay más que dos clases, el proletariado y la burguesía . ..

-¡Vuelta otra vez con tu estúpida fórmula! -exclamó el estudiante.

-.. . dos clases -continuó el soldado empecinándose-, y el que no está con la una está con la otra . .

Echamos a andar calle arriba; las luces eran raras y muy espaciadas y se veían pocos peatones. Un silencio amenazador flotaba sobre la ciudad; se sentía uno en una especie de purgatorio, entre el cielo y el infierno, en un no man's Icmd político. Solamente las barberías estaban brillantemente iluminadas y rebosaban de público. A la puerta del establecimiento de baños se formaba una cola; en efecto, era sábado, día en que toda Rusia se baña y se perfuma. No dudé un instante de que tropas soviéticas y cosacas estuviesen mezcladas en los lugares donde se llevaban a cabo estas ceremonias.

A medida que nos aproximábamos al parque imperial las calles se encontraban más desiertas. Un sacerdote aterrado nos señaló el cuartel del Soviet y emprendió la huida. El Soviet estaba instalado en un ala del palacio del gran duque, de cara al parque. Las ventanas estaban a oscuras, la puerta cerrada. Un soldado que se paseaba con las manos en el&:inturón nos observó con una mirada terriblemente sospechosa.

-El Soviet se fue hace dos días -dijo.

-¿Dónde?

Un encogimiento de hombros.

-No sé nada.

Un poco más lejos, en un amplio edificio totalmente iluminado, -.; escuchaba cí ruido de unos martillazos. Mientras estábamos dudando, llegaron un soldado y un marino agarrados del brazo. Les presenté mi salvoconducto del Smolny.

- ¿Vosotros sois partidarios de los Soviets? - les pregunté. Sin contestar, se cruzaron miradas inquietas.

- ¿Qué es lo que pasa ahí adentro? - inquirió el marino señalando el edificio.

- No lo sé.

El soldado alargó el brazo tímidamente y entreabrió la puerta. Vimos un amplio salón, tapizado de paño y adornado con plantas verdes, con hileras de sillas y un escenario en construcción.

Una mujer robusta avanzó, martillo en mano y la boca llena de clavos.

- ¿Qué es lo que quieren ustedes? - preguntó.

- ¿Va a haber función aquí esta noche? - preguntó el marino, medrosamente. 

- Habrá una representación de aficionados el domingo por la noche - respondió la mujer con severidad - . Marchaos.

Tratamos de entablar conversación con el soldado y el marino, pero contestaban en un tono desconfiado y molesto a la vez, y pronto desaparecieron en la oscuridad.

Proseguimos nuestro camino hacia el palacio imperial, marchando por el gran parque sombrío, con sus pabellones fantasmagóricos, sus puentes japoneses, vagamente visibles en la noche, y el ligero chapoteo del agua en las fuentes. Cuando llegamos cerca de una gruta artificial, donde un cómico cisne de hierro vomitaba su eterno chorro de agua, tuvimos súbitamente la impresión de que nos estaban espiando. Al levantar los ojos encontramos las miradas recelosas y poco atractivas de una media docena de gigantes armados que nos escrutaban desde una terraza cubierta de césped. Trepé hacia ellos.

- ¿Quiénes sois? - les pregunté.

- Somos la guárdia - respondió uno de ellos.

Todos tenían un aire profundamente deprimido, lo cual no era de extrañar, después de semanas de discusiones y debates que se prolongaban día y noche.

- ¿Pertenecéis a las tropas de Kerenski, o a las de los Soviets? Se callaron unos instantes; después, cruzaron entre sí miradas perplejas.

- Somos neutrales - declararon.

Pasando bajo la arcada del enorme palacio de Catalina penetramos en el patio interior y preguntamos por el cuartel general. Un centinela, apostado a la entrada de un pabellón blanco en forma de semicírculo, nos indicó que el comandante estaba dentro.

En una elegante sala blanca de estilo Jorge III, dividida en dos partes desiguales por una chimenea doble, un grupo de oficiales cambiaba palabras inquietas. Estaban pálidos, muy agitados, y se veía que habían pasado la noche en vela. Presentamos nuestros documentos bolcheviques a uno de ellos, que nos señalaron como el coronel. Era un hombre de edad avanzada, barba blanca, con la guerrera totalmente esmaltada de condecoraciones. Pareció sorprendido.

-¿Cómo han podido llegar aquí sin que los mataran? -nos preguntó cortésmente-. Las calles son muy peligrosas. Las pasiones políticas están muy excitadas en Tsárskoye Selo. Se combatió esta mañana y se volverá a combatir otra vez mañana por la mañana. Kerenski debe entrar en la ciudad a las ocho.

-¿Dónde están los cosacos?

-A mil quinientos metros en esta dirección. Hizo un gesto'con el brazo.

-¿Y se preparan ustedes a defender la ciudad contra ellos?

-¡Oh, no! -respondió con una sonrisa-. Nosotros estamos guardando la ciudítí para entregarla a Kerenski.

Nos creímos perdidos, pues nuestros documentos nos presentaban como revolucionarios fogueados. El coronel carraspeó.

-Con los salvoconductos que les dieron -prosiguió-, sus vidas peligran si los capturan. Así, pues, si desean presenciar la batalla, les voy a extender una orden para que les den habitaciones en el hotel de los oficiales, y si quieren volver a pasar por aquí mañana a las siete, les extenderé nuevos documentos.

-¿Entonces, usted es partidario de Kerenski?

-En fin, no exactamente de Kerenski. El coronel vaciló.

-La mayor parte de los soldados de la guarnición son bolcheviques. Esta mañana, después de la batalla, todos se fueron en dirección de Petrogrado, llevándose con ellos la artillería. A decir verdad, ningún soldado está con Kerenski, pero es que algunos no quieren combatir dt ningún modo. Casi todos los oficiales se han pasado a las fuerzas de Kerenski, o simplemente han desaparecido. Nuestra posición, como usted puede ver, es muy delicada . ..

De todo aquello sacamos la conclusión de que no habría batalla ... El coronel, cortésmente, hizo que su ordenanza nos volviera a acompañar a la estación. Era un muchacho del Sur, hijo de padres franceses, emigrados en Besarabia. "Yo no temo al peligro ni a la fatiga -repetía sin cesar-, pero lo que sí es duro es que va ya para tres años que no he visto a mi madre . . ."

Mientras el tren rodaba hacia Petrogrado en medio de la noche glacial, percibí por la ventanilla grupos de soldados gesticulando a la luz de las fogatas, autos blindados, estorbándose unos a otros en los cruces de las carreteras y cuyos conductores asomaban la cabeza fuera de las torretas para interpelarse . ..

Durante toda esta noche tan agitada, bandas de soldados y de guardias ropas erraron sin jefes por la llanura inhóspita, en confusión y desconcierto, en tanto que los comisarios del Comité Militar Revolucionario corrían de un grupo a otro, esforzándose por organizar la defensa.

De regreso a la ciudad, encontramos una multitud exaltada que batja como el mar las casas de la avenida Nevski. Algo flotaba en el ambiente. Desde la estación de Varsovia se escuchaba el rumor del cañoneo lejano. En las escuelas de junkers reinaba una actividad febril. Los miembros'de la Duma iban de cuartel en cuartel, arguyendo, alegando espantosos ejemplos de la brutalidad bolchevique: matanza de los junkers en el Palacio de Invierno, violación de mujeres-soldados, ejecuci&i de una muchacha joven delante de la Duma, asesinato del príncipe Tumanov ... En la sala Alejandro, en la Duma, el Comité de Salvación estaba reunido en sesión extraordinaria; los comisarios corrían en todas direcciones . .. Todos los periodistas expulsados del Smolny se encontraban allí plenos de entusiasmo. No querían creer nuestro relato sobre la situación en Tsárskoye. ¡Cómo era eso! ¿Acaso no sabían todos que Tsárskoye estaba en manos de Kerenski y que los cosacos se encontraban ya en Pulkovo? Incluso.se estaba eligiendo un comité que iría a recibir a Kerenski a la estación al día siguiente por la mañana ...

Uno de ellos me confío, en el más estricto secreto, que la contrarrevolución comenzaría a medianoche. Me mostró dos proclamas: una firmada por Gotz y Polkovnikov, ordenando la movilización en pie de guerra, a las órdenes del Comité de Salvación, de las escuelas de junkers, de los soldados en convalecencia en los hospitales y de los Caballeros de San Jorge; la otra procedía del propio Comité de Saltación; su texto decía lo siguiente:

A la población de Petrogrado

¡Camaradas obreros, soldados y ciudadanos del Petrogrado revolucionario!

Los bolcheviques, al mismo tiempo que piden la paz en el frente, incitan a una guerra civil en la retaguardia.

¡No escuchéis sus llamamientos provocadores!

¡No cavéis trincheras!

¡Abajo las armas!

¡Abajo las barricadas traidoras!

¡Soldados, regresad a vuestros cuarteles!

Las matanzas de Petrogrado serían la muerte de la revolución.

¡En nombre de la libertad, la tierra y la paz, cerrad filas en torno al Comité para la Salvación del país y la revolución!

Cuando abandonábamos la Duma, un destacamento de guardias rojas, con rostros duros de gentes que han llegado al límite, descendía por la calle, sombría y desierta, custodiando a una docena de prisioneros, miembros de la sección local del Consejo de los cosacos, sorprendidos en flagrante delito de complot contrarrevolucionario en su cuartel general...

Un soldado, acompañado de un muchacho joven que llevaba una cubeta de cola, pegaba grandes y llamativos pasquines:

.. .Por él presente decreto, la ciudad de Petrogrado y los suburbios son declarados en estado de sitio. Todas las asambleas y reunjones al aire libre quedan prohibidas hasta nueva orden.

N. Podvoiski,

Presidente del Comité Militar Revolucionario.

El ambiente estaba cargado de sonidos confusos, bocinas de automóviles, gritos, disparos lejanos. La ciudad velaba, inquieta, nerviosa.

En las primeras horas de la madrugada, un destacamento de junkers, disfrazados de soldados del regimiento Semenovski,[3] se presentó en la central telefónica, poco antes de la hora del relevo. Tenían el santo y seña de los bolcheviques y pudieron hacerse cargo del servicio sin despertar sospechas. Minutos más tarde, se presentó allí Antonov en visita de inspección. Lo capturaron y lo encerraron en una pequeña habitación. Cuando llegó el relevo, fue acogido con una andanada de disparos: hubo varios muertos.

La contrarrevolución había comenzado . . .

 

 

Notas

1.  Dos decretos

Decreto sobre la prensa

"En la hora decisiva de la revolución, y en los días que van a venir, el Comité provisional revolucionario se ve obligado a adoptar una serie de medidas con relación a la prensa contrarrevolucionaria de todos los matices.

"En todas partes se grita que, al proceder así, el nuevo poder socialista viola los principios esenciales de su programa y atenta contra la libertad de prensa.

"El Gobierno obrero y campesino llama la atención de la población hacia el hecho de que, en nuestro país, esta pantalla protectora de la libertad encubre la posibilidad de las clases ricas de quedarse con la parte más importante de la prensa, de envenenar así la opinión pública y de sembrar la confusión en la conciencia de las masas.

"Todo el mundo sabe que la prensa burguesa es una de las armas más poderosa de la burguesía. En este momento particularmente crítico, en que el nuevo poder obrero y campesino está consolidándose, no es posible lejar en manos del enemigo esta arma, no menos peligrosa que las bombas y las ametralladoras. Por todo ello, se han tomado medidas extraordinarias y provisionales para poner coto a la oleada de inmundicias y calumnias bajo la que la prensa amarilla y la prensa verde desearían ahogar la joven victoria del pueblo.

"Una vez consolidado el nuevo orden, se dejarán en suspenso todas las medidas administrativas contra la prensa; se concederá a ésta plena libertad dentro de los límites de la responsabilidad legal y de acuerdo con las reglamentaciones más amplias y avanzadas...

"Teniendo en cuenta que las restricciones a la libertad de prensa, incluso en los períodos críticos, sólo son admisibles en la medida en que sean necesarias, el Consejo de Comisarios del Pueblo decreta:

1º Se podrá decretar la suspensión de los periódicos:

"a) que inciten a la resistencia abierta o a la desobediencia hacia el Gobierno obrero y campesino;

"b) que siembren la confusión en los espíritus mediante noticias manifiesta y voluntariamente falaces;

"c) que inciten a actos de carácter criminal castigados por la ley.

"2º La suspensión temporal o definitiva de los órganos de

prensa sólo pddrá ser acordada por decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo.

"3º El presente decreto tiene carácter provisional y será revocado por una orden, especial, tan pronto se hayan restablecido las condiciones de vida normales."

El presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo,

VLADIMIR ULIANOV (LENIN)

 

Decreto sobre la milicia obrera

"1º Todos los Soviets de Diputados obreros y soldados constituirán una Milicia obrera.

"2º La Milicia obrera se hallará entera y exclusivamente a las órdenes de los Soviets de Diputados obreros y soldados.

"3° Las autoridades militares y civiles prestarán todo su concurso para el armamento y equipo de los obreros, pudiendo llegar a requisar, a este efecto, las armas que pertenezcan al departamento de Guerra.

"4º El presente decreto será puesto en vigor por la vía telegráfica.

"Petrogrado, 10 de noviembre de 1917."

El comisario del pueblo para el Interior,

A. I. RYKOV

Este decreto estimuló en toda Rusia la formación de destacamentos de guardias rojas que habrían de ser el arma más valiosa del Gobierno soviético en el curso de la guerra civil.

2. Los fondos de huelga

Los fondos destinados a los funcionarios y empleados de bancos huelguistas fueron aportados por los bancos y las casas comerciales de Petrogrado y otras ciudades y por empresas extranjeras establecidas en Rusia. Cuantos accedían a declararse en huelga contra los bolcheviques recibían su sueldo íntegro, y en algunas ocasiones incluso aumentado. Cuando los financiadores de los fondos de huelga comprendieron que los bolcheviques se hallaban afianzados, se negaron a seguir, pagando a los huelguistas, con lo que las huelgas cesaron.

3.Antiguo seguido regimiento de la Guardia pasado a la revolución desde febrero de 1917. [Nota de la Editorial]