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Jorge Enea Spilimbergo

 

Juana y Eva

 

 

 


Escrito: 1996.
Primera publicación: Periódico Izquierda Nacional de Argentina en 1996; luego en el Nº 24, de Octubre de 2004, de la revista literaria El Enjambre Azul, también argentina.
Digitalización: Roberto Vera, director de El Enjambre Azul.
Preparado para marxists.org: Por Juan Fajardo.
Fuente: Roberto Vera, "[R-P] TEXTOS DE JORGE E. SPILIMBERGO: "JUANA Y EVA" Y "EVITA DE ALAN PARKER", mensaje enviado el 28 de agosto de 2007 a la lista de discusión en internet "Reconquista-Popular".


 

 

Juana de Arco (1412-1431) luce como una libertadora, aún más allá del ámbito nacional francés. Entre los siglos XIV y XV, la terrible Guerra de los Cien Años decidió los destinos y la existencia misma de Francia. En determinado momento, su contendiente, Inglaterra, llegó a dominar más de la mitad del actual territorio francés. No poco de este predominio se basaba en la articulación feudal: príncipes franceses, como el duque de Borgoña, eran vasallos del rey de Inglaterra. La lealtad feudal predominaba sobre un débil o inexistente patriotismo nacional, tal como la lealtad al Fondo Monetario atrapa a ciertos argentinos con olvido de todo sentimiento de país. Pero la dominación inglesa comenzó a provocar un creciente repudio popular, a cuyo calor brotó el sentimiento patriótico, la conciencia de que más allá de la dispersión regional y localista los franceses constituían un conjunto. Juana de Arco, la doncella campesina de humildísimo origen, encarna con arrojo y osadía esta nueva realidad y obtiene victorias que cambian el sesgo de la guerra, aunque, finalmente, es hecha prisionera de los ingleses. Un tribunal eclesiástico la declara bruja y herética, y la condena a la hoguera. Suprema heroína para los franceses, mucho después (1920), la Iglesia volver sobre sus pasos y la santifica. El poeta francés Paul Claudel la exalta en su célebre “Juana de Arco en la Hoguera”. Nuestro Leonidas Lamborghini pondrá en paralelo “Eva Perón en la Hoguera”. Como veremos, la intuición no le ha fallado a nuestro compatriota. La Juana de Shakespeare Pero si, como ella creía, lo creyó toda Francia y lo proclamó finalmente Roma, Santa Juana de Arco fue una emisaria de la Virgen María para librar a su pueblo de la tiranía extranjera, no era ésta la opinión de la inmediata posteridad inglesa. Juana de Arco aparece como personaje en uno de los dramas históricos del más insigne poeta y dramaturgo inglés, William Shakespeare: ”La primera parte del Rey Enrique VI”. Casi un tercio de la dramaturgia shakespeariana abarca temas del pasado inglés. Luis Astrana Marín, el traductor al español de las Obras Completas, afirma que este “ciclo inglés” fue “escrito con el objeto, según ha trasmitido la tradición, de enseñar a sus compatriotas la propia historia de su tierra”. Esta batalla cultural (que a Borges le pasaría desapercibida) era parte del impulso nacional que proyectaría a Inglaterra al liderazgo político, económico, militar y diplomático de los siglos subsiguientes. Shakespeare no es, solamente, el creador de paradigmas universales como Hamlet, Otelo, Lear o Macbeth (y aún este último alude al proceso de absorción del reino de Escocia por Inglaterra). Ahora bien, la Juana de Arco del Cisne de Avon dista de la heroína santificada. Es una enviada del infierno para ayudar a la “ambiciosa Francia”, es decir, ¡al país invadido y a punto de perder su frágil independencia a manos de la generosa Albión! La enviada del demonio. Si, para el delfín de Francia (coronado rey Carlos VII, en Reims, el 17 de julio de 1429, gracias a la Doncella), Juana aparece como una emisaria providencial llamada a tonificar el espíritu de sus guerreros (acto II), ni los ingleses ni el propio Shakespeare se engañan con sus prodigios, saben bien quién la ha enviado. El general inglés, Talbot, tras su derrota en Ruan, le dedica estas flores: “¡Odiosa bruja, diablesa de Francia, que eres sólo aprobio, rodeada de tus impúdicos amantes!” (Acto III). A punto de caer prisionera (acto V), Juana invoca una vez más a las “poderosas legiones subterráneas”, que ya no pueden ayudarla. Presa del duque de York, éste la increpa: “¡Feroz hechicera, de boca cargada de maldiciones!”. El propio padre de Juana, un humilde pastor, termina maldiciéndola cuando ésta lo desconoce e insulta. Finalmente, la joven ensaya el innoble ardid de fingirse embarazada (¡ ella, la Doncella!) para eludir, infructuosamente, la ejecución. El juicio del conquistador, a cuatro siglos de distancia, es dudoso que ningún francés se indigne por esta feroz diatriba, porque hace mucho que Francia ha constituido su indepedencia nacional, es una tarea histórica consumada. Comprender que la infamación del opresor es proporcional a la estatura del personaje. Como Juana fue la gran Libertadora, el opresor la sataniza enviándola a la hoguera y a la mordiente pluma de Shakespeare. Por las mismas razones, desde el Imperio, se infama hoy a Eva. Pero ella trasciende por sobre el rencor de plutócratas y plumíferos.