J. J. Morales Hernández

Memorias de un guerrillero

 

 

CAPITULO IV

El asesinato de Arnulfo Prado Rosas “El Compa”

La penúltima vez que había visto yo a Arnulfo había sido el 29 de septiembre de 1970, después de la balacera del politécnico. Nos habíamos reunido en la casa de mis padres donde llegó herido con un balazo en el talón, producto de dicha tiroteo. Estando también el compañero Flavio, el Ingeniero Garnica, Alfredo Campaña López, Juan Manuel Rodríguez Moreno El Clark, René Delgado Becerra El Perico. Después de analizar los acontecimientos nos despedimos con las respectivas palabras de tomar las precauciones necesarias, nos abrazarnos y nos despedirnos.

Después de un nuevo regreso de la ciudad de México, llegué a la casa de mis padres, a la cual como de costumbre me había brincado por atrás. No sé cómo los compañeros supieron que yo estaba ahí, pero como a las cuatro de la tarde llegaron Arnulfo El Compa, el ingeniero Garnica, Juan Manuel Rodríguez Moreno El Clark y René Delgado Becerra El Perico. Era el 23 de noviembre del año de 1970. El Compa me comenzó a plantear el nuevo rumbo que debía de tomar la lucha, comentándome que si la revolución de 1910-17 la habían perdido nuestros padres, ya que les habían asesinado a sus lideres, los Villa, los Zapata y los Flores Magón, era obligación de nosotros darle continuidad hasta ver triunfar la revolución y construir la nueva sociedad socialista. Me dejó totalmente sorprendido por el salto cualitativo que había dado Arnulfo en la lucha. Se había convertido en el cuadro más avanzado ideológicamente. ¡Qué agradable sorpresa me dio!

Y enseguida me dijo:

—Oye, Chuy, vamos a una reunión que va a haber con los Zuno. Tú llámalos a cuentas y yo te asegundo.

A lo que estuve de acuerdo, pues no nos importaba en absoluto su relación. Era claro que pertenecíamos a diferentes clases y cada quien regresaba a su lugar de origen y que aquel compromiso político (no ideológico) que habíamos pactado estaba roto, pero había que aclararlo para que no hubiera confusión ni malos entendidos.

Partimos en el vehículo que era del ingeniero Garnica. Recuerdo que era un Valiant. El mismo Garnica lo manejaba. A su lado derecho se sentó el Clark, en el asiento trasero a mi lado izquierdo El Compa y a mi lado derecho iba El Perico. Yo iba sentado en el centro. Pasamos por el jardín de San Andrés, lo que nos trajo hermosos recuerdos. Bajamos por la calle de Javier Mina, yendo hacía el centro y en el trayecto pasamos por la Penal, donde se encontraban entre nuestros compañeros presos El Tenebras, El Pocho, El Boni, El Villela. Todos volteamos a ver la penal y no hicimos ningún comentario. Voltee a ver a Arnulfo de reojo y al verlo hundido en sus pensamientos, le comenté:

—Oye, ¿no has visto a tu novia?

Y le brillaron los ojos, riéndose, y me contestó:

—¡Si, anoche estuve con ella y hasta tomamos cafecito!

Comentando también El Clark:

—Fíjate, Chuy, que tuvimos que estarle haciendo guardia mientras él platicaba.

Y me comentaron también que acababan de tener un enfrentamiento con gente de la FEG con los que se toparon en una llantera. De nosotros nadie resultó herido y de la otra parte no se supo el resultado. Nos quedamos todos callados en un hermetismo inexplicable, ya que había mucho que platicar y volteo otra vez a ver a Arnulfo, llevaba la cabeza inclinada abajo, pensativo, triste. ¿En qué pensaba? No lo sé. Llevaba un rifle M-2 en sus piernas y una 45 en una sobaquera. René El Perico también llevaba un M-1 encima de las piernas. De los dos compañeros que iban adelante no recuerdo qué armas llevaban, pero largas no.

Llegamos a la Calzada Independencia, subimos unas cuadras hacía el poniente, bajando por la calle Juan Manuel y nos estacionamos en la esquina de Venustiano Carranza, en contra esquina del correo mayor, y les pregunto:

—¿Dónde es la reunión?

Y me dice El Compa:

—A la otra cuadra.

Señalándome la calle Independencia, y le digo:

—Pues vámonos para allá

Y me contesta:

—No seas güevón— agregando enseguida—: ¿Qué arma traes?

Y sorprendido le contesto:

—¡Chin… se me olvido en la casa!

Pues la había dejado sobre la cama cuando ellos llegaron, y como no regresamos y por el gusto de volverlos a ver, se me olvidó. Entonces él me da el M-2, tres cajas de parque y tres cargadores.

Garnica nos dice:

—Yo aquí los espero.

Yo entendía que Garnica no quería llegar a la reunión porque sabía que cuando menos yo no aceptaba a los del partido comunista por que los consideraba traidores y no confiaba en ellos. Ejemplos había muchos: la traición al Che Guevara, al movimiento estudiantil de 1968, y habían publicado un desplegado en el que se deslindaban de nosotros porque no compartían la lucha armada.

Nos bajamos del vehículo y atravesamos la calle, yendo El Compa a mi lado izquierdo, El Perico de mi lado derecho y atrás de nosotros El Clark. Garnica se había quedado en el carro.

Al ir atravesando la calle yo vi un grupo en contra esquina de donde nos estacionamos y mi primera reacción fue voltear a ver al Compa y luego al Perico, pero sin comentarles nada para que no pensaran que tenía miedo. Suponía que ellos también los habían visto y yo quería ver su reacción, ver si había peligro, pero no vi ninguna expresión en ellos. Calculé que no había peligro y nos subimos a la banqueta. Pero repentinamente alguien salió desde atrás y sujetó al Compa por la espalda. Con la mano izquierda lo agarró por la cara, tapándole la boca, y con la mano derecha lo encañonó con una pistola en la espalda.

El Clark se regresó al vehículo con Garnica y El Perico pegó el salto debajo de la banqueta protegiéndose atrás de un carro estacionado y yo no se cuanto rato me quedé impávido por la sorpresa y en seguida salté atrás del Perico quien ya estaba con su M-1 en la mano, y yo desenfundando el rifle que momentos antes me había dado El Compa y cortando cartucho. Apuntamos hacía donde el tipo tenía agarrado a Arnulfo y viendo cómo se quedaba girando los ojos de un lado para otro muy desorbitados y con su mano derecha tratando de tomar su pistola que traía en la sobaquera. Entonces le gritamos al tipo que lo tenía encañonado:

—¡Suéltalo y ahí muere!

Y él contestó:

—¡Si me tiran aquí lo tengo!

Se lo volvímos a repetir ya que los amigos del tipo se habían refugiado detrás de un carro del servicio social de la Universidad de Guadalajara.

En ese momento vi cómo quitaba su mano izquierda de la cara de Arnulfo, quien hizo el intento de brincar hacía donde estábamos nosotros, pero el otro le disparó no se cuantos tiros por la espalda, cayendo Arnulfo herido sobre la acera. Nosotros inmediatamente le disparamos, pegando nuestros impactos en la pared. No le podíamos acertar ya que después de los disparos que le hizo por la espalda al Compa, giró escondiéndose en la pared sacando la pura mano y volviendo a disparar sin asomarse hacía donde nos encontrábamos nosotros. Entonces los sujetos parapetados detrás de la camioneta del servicio social de la Universidad de Guadalajara también nos comenzaron a disparar, acertándome un tiro en mi pierna izquierda. El rifle se me cayó a unos pasos, lo volví a tomar y los busqué, pero ya iban huyendo rumbo de la Calzada Independencia.

—¡Hay que pasarnos al otro carro— me gritó René—, para acercarnos más a la esquina y tener a tiro a este cabrón!

Avanzamos hacía el segundo carro, y cuando pensamos que podríamos tenerlo a tiro, el sujeto ya iba a media cuadra corriendo. Le hicimos unos disparos, cayó herido, no se de qué gravedad pero otro vehículo que tampoco habíamos visto y que estaba en la otra cuadra hacía el poniente, se aproximó y de él se bajaron varios sujetos, lo levantaron, lo subieron y se fueron.

 

Entonces nos quedamos El Perico y yo en el puro centro de las cuatro esquinas con los rifles en la mano y yo herido.

—¿Quieren saber quién asesinó al compañero?— comenzó a gritar René—. ¡Fue la mafia fegista! ¡Nosotros somos del Frente Estudiantil Revolucionario que nos hemos levantado en armas contra este gobierno asesino!

Yo por mi parte vi mucha gente, y pensando que eran también parte de la emboscada que nos habían tendido, creí que este era nuestro final y le pongo la “R” de ráfaga a mi rifle pensando en vender cara mi vida. Pero recapacité y sacudí la cabeza, diciéndome: es gente inocente son sólo mirones.

—¡René, está el Compa tirado!— le grité al Perico—. ¡Vamos con él!

Y entonces él terminó su arenga y nos acercamos con el Compa. Se encontraba boca arriba con la cabeza hacía Independencia y los pies hacía Juan Manuel, traía botines color miel, pantalón de mezclilla, una playera blanca con su camisa a cuadros, desabotonada, su pelo un poco crecido, se nos quedaba viendo con su mirada muy triste y nos ve a los ojos a René y luego a mi y vi que hizo el esfuerzo por levantarse, pero no podía. Postré mi rodilla derecha ya que la izquierda la tenía herida, puse su cabeza en mi brazo izquierdo porque en la derecha tenía mi rifle. Viendo en su rostro un rictus de dolor y recordando a uno de los heridos de la escuela politécnica que había recibido un tiro en la cabeza y comentaban que era muy necesario hablarles y que te respondieran para que al llegar al médico tuvieran más oportunidad de salvarse. De eso me acordé y por eso le pregunté:

—Negro, ¿qué paso?

Lo de negro era de cariño ya que su piel era de un color apiñonado. No me respondió, y le vuelvo a preguntar:

—¿Dónde te dieron?

Y me dice:

—Aquí.

Señaló con el dedo su estómago y empezó a escurrirle un hilillo de sangre por la frente y los ojos se le empezaron a poner color nube, sin brillo, y se le extravió la mirada e intentó resistir la muerte cerrando los puños con mucha fuerza, tanta que se le movía su cabellera apretando sus dientes. Me volví hacía la gente que se había reunido ahí, apuntándoles con mi rifle y diciéndoles:

—¡Llamen a una ambulancia!

Recargué su cabeza en el piso, ya que había transcurrido bastante tiempo y en cualquier momento podía llegar la policía. Me volví y ví que el carro en el que habíamos llegado ya no estaba, pues se habían ido en él Garnica y El Clark.

—Vámonos— le dije a René—, no tarda en llegar la policía, los compañeros ya se fueron nos dejaron, y nos quedamos a pie.

Nos retiramos por la calle Independencia y llegamos al lugar donde era la mencionada reunión. Ahí una señora histérica nos dijo que nos fuéramos. Yo no vi a nadie más. Continuamos nuestro camino con los rifles bajo el brazo, René escondiéndolo bajo su gabardina y yo bajo mi chamarra. Llegamos a la Calzada Independencia y al llegar a la calle de Juárez abordamos un taxi, diciéndole que nos llevara rumbo a la Normal. En el trayecto, sacando su rifle, El Perico le dijo al chofer:

—¡Necesitamos tu carro! No te lo vamos a robar. Nos acaban de matar un compañero. No te preocupes por el y no avises a la policía.

Bajamos al chofer y nos fuimos. Entonces me dijo René:

—Sabes qué Chuy, hay que dar la vida por el Compa. Vamos a la FEG a matar cabrones hasta que nos maten

A lo que yo le contesté:

—Esta bien, pero vamos por un chofer para que se quede en el carro y tu y yo entramos disparando y luego tratamos de escaparnos, a lo mejor lo logramos

Y me dice:

—Tienes razón, estoy muy confundido, no pienso bien.

Y fuimos por un compañero que era muy bueno para manejar. Ya con él acompañándonos les comenté:

—Hay que aprovechar el viaje, mira aquí vive uno de ellos.

Era por Avenida la Paz.

—Hay que ajusticiarlo.

Y llegamos, tumbamos su puerta, y no había nadie. En el trayecto llegamos a otro domicilio por Avenida Ávila Camacho y todas las luces estaban apagadas en señal de que no se encontraba nadie. De ahí nos fuimos al barrio de Mezquitán donde vivían otros de los principales dirigentes de esa organización fascista. Al llegar estaba la puerta abierta. Nos introdujimos con toda la intención de buscar la inmediata venganza. Era mucho el daño que nos habían causado con esta baja y queríamos lo más pronto posible castigar a los asesinos o a sus directores intelectuales. Para nuestra mala suerte no se encontraba nadie. La emboscada había sido muy bien preparada y todos habían corrido a esconderse porque sabían que el daño que nos habían causado produciría una respuesta inmediata y feroz. Nuestro compañero asesinado era de los mejores cuadros que había producido desde vikingos y FER. Era el compañero más solidario y más justo ante cualquier arbitrariedad. Era el primero en saltar en apoyo de quien ocupara ayuda, y sin pedírsela siempre estaba presto a brindarla. Por lo que nos retiramos del lugar dirigiéndonos al edificio de la FEG con nuestro plan suicida.

Al llegar a la esquina de ese edificio siniestro vimos que en las azoteas había gente apostada con ametralladoras de tripíe.

—¿Sabes que? Ni siquiera vamos a poder entrar— le comenté a René—. Mejor vamos a ver qué pasó con Arnulfo y a llévame a una casa a curar mi pierna. Mañana les ajustamos cuentas a estos cobardes.

Enfilamos rumbo a San Andrés.

En el trayecto nos encontramos a Javier Corral, un compañero de Sonora. Nos subimos a su vehículo y abandonamos el taxi, perdiendo de vista a la policía, que nos seguía los pasos muy de cerca. Al llegar a San Andrés nos dieron la triste noticia confirmándonos la muerte de Arnulfo.

Ya por la mañana del día siguiente acordamos hacerle una guardia, de cinco minutos toda la dirigencia a costa del peligro que fuera, y llegamos a donde estaba tendido, que era en la misma casa de la tía donde él vivía desde muy chico. El ataúd tenía la bandera del FER encima. La mayoría de los compañeros nos subimos a la planta alta y se les hizo un llamado, diciéndoles:

—Dinero no tenemos, pero sabemos cómo conseguirlo. Armas tampoco tenemos, pero sabemos cómo conseguirlas. Al enemigo ya lo conocemos. Hay que formar grupos de tres, cuatro o cinco y hay que tomar venganza. Este asesinato no va a quedar impune.

Y nos retiramos. Apenas lo habíamos hecho, cuando llegaron los hampones de la FEG junto con la policía y dispararon a la casa donde estaba el cuerpo tendido. A tanto llegó la impunidad que al momento de estarlo sepultando se presentó la policía con intenciones de hacer una masacre, ya que pedían que las mujeres se separaran de los compañeros que lo llevaron a sepultar, pero las madres muy valerosas metieron a los compañeros al centro e hicieron un círculo tomadas de los brazos y les gritaron:

—¡Disparen, asesinos!

Pero la policía se contuvo al ver la decisión de las mujeres.

La toma de la radiodifusora

El compromiso era tal con la lucha, que el día que nos asesinaron al compañero Arnulfo Prado Rosas El Compa, la respuesta inmediata que acordamos después de haber hecho la guardia fue la toma por asalto de una radiodifusora. Nos reunimos en una casa por la Avenida Revolución y ahí se estuvo preparando el documento del mensaje que daríamos al pueblo de Jalisco, decidiendo quién lo leería. Preparamos el operativo, llegamos a las radiodifusoras, que se encuentran por la Avenida López Mateos y Avenida México, el único inconveniente de la transmisión es que era frecuencia modulada (FM) y en aquel tiempo lo que más se escuchaba era en AM y no pudimos lograr el objetivo de que la mayoría del pueblo jalisciense nos escuchara, René se quedó en la puerta de la entrada poniendo manos a la pared a todo el que iba entrando, los otros tres compañeros se quedaron haciendo cobertura y yo me encargué de someter al de los controles. Recuerdo que parecía que era gringo, y me dijo: “yo no entender”. Le puse unos riflazos en el estomago, y me dijo: “ya entendí”. Enseguida el compañero encargado de leer el mensaje comenzó a leerlo y decía más o menos lo siguiente: “¡Atención, pueblo de Jalisco, un atento llamado del Frente Estudiantil Revolucionario que nos hemos levantado en armas. El gobierno y la mafia fegista nos acaban de asesinar al compañero Arnulfo Prado Rosas El Compa y al no quedarnos más opción que las armas hemos decidido luchar por la libertad, por la única vía que nos han dejado y por eso hacemos este llamado para que despiertes y te levantes en armas!”.

Inmediatamente nos retiramos para escondernos lo más pronto posible ya que sabíamos que la represión se nos iba a echar encima con todo su potencial y efectivamente, el ejército y toda la policía patrullaron toda la ciudad buscándonos, recrudeciéndose la represión por un enemigo tan poderoso ante unos jóvenes sedientos de libertad y justicia social, por lo que recurrimos a los métodos más rudimentarios. Ante esta desigualdad de fuerzas, es que nos otorgaron el derecho de la vía revolucionaria, pues la oferta del gobierno no era derrotarnos militarmente sino aniquilarnos físicamente. Fracasando momentáneamente en su intento, no nos pudieron encontrar. Pero por la baja que nos habían echo estábamos heridos de muerte y a los pocos días se logró detectar por el rumbo del barrio de San Antonio a uno de los participantes en la emboscada y fue ajusticiado.

Nos fuimos a esconder a un pueblito cercano. Ahí estábamos Flavio, Antonio García Mendoza, Wenceslao Martínez Ochoa, y yo. También estaba Rafael, el muchacho de ascendencia China, que nunca supimos cuál era su verdadero nombre ni acerca de su familia. Un día que cayó herido nos comentó que si moría prefería irse a la fosa común, que no había familia a quien avisarle. Como yo era uno de los más buscados, me retiré unos días aprovechando este tiempo para seguir con las cuestiones de organización, estrategia, etc. Ya que Arnulfo había sido asesinado y que Enrique Guillermo Pérez Mora El Tenebras estaba ya en prisión, ¿cómo reestructurarnos?. Si no teníamos experiencia guerrillera, nuestra capacidad político-militar era baja y la incorporación de gente venida de otros Estados con una muy elevada capacidad política-intelectual, estábamos en riesgo inminente de perder la dirección del FER, cosa que al final sucedió.

De ese pueblito donde estábamos escondidos, nos regresamos a Guadalajara, con excepción de Flavio, con el objeto de contactar al resto de los compañeros constituidos en células y de paso hacer una expropiación ya que los recursos estaban muy escasos y traíamos el firme propósito de trasladarnos a Sinaloa para contactar con la dirigencia de los estudiantes de la Universidad de Sinaloa, ya que su federación de estudiantes había sacado un desplegado de apoyo al Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y repudiando a la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG), de ahí la importancia de que tuviéramos una charla para ampliar el campo de acción de la nueva tarea que nos habíamos propuesto: “hacer la revolución”.

Mi primera detención

Corría el mes de febrero de 1972 y prestos a cumplir con la tarea de la expropiación y el contacto con los estudiantes de Sinaloa, salimos de la casa donde estábamos escondidos en San Pedrito y tomamos un taxi para que nos llevara a la salida de Guadalajara y ahí tomar el autobús que nos llevara a Sinaloa. Sentí que el taxista se me quedaba viendo por el retrovisor, como que me había reconocido y nos dice:

—No los llevo, ¡bájense!

Yo, temiendo que fuera un policía encubierto, pongo mi mano sobre mi pistola y le digo:

—Nos vas a llevar a güevo, cabrón.

—¡Está bien!— contesta el chofer temeroso de mi agresividad

Cuando lo que debí haber hecho es haberlo bajado, quitarle el carro, en fin cualquier cosa, menos dejarlo que siguiera manejando, pero quise hacerle sentir con mi expresión que no corría peligro y comencé a contar bobadas con mis compañeros para que no se sintieran en peligro. Grave error. Llegó al parían de Tlaquepaque y se bajó corriendo. Miré hacía atrás y observé que estaban unos carros de judiciales que empezaron a acercarse. Nos bajamos y corrimos hacía el templo, nos introducimos en él y salimos por la otra puerta. Ya venía mucha policía detrás de nosotros. De los cuatro compañeros que íbamos juntos yo me quedé más rezagado porque traía unos zapatos que no me dejaban correr bien y al dar vuelta en una esquina me paré en seco y cuando le apunté con la pistola al judicial que venía más adelante, agachó la cabeza y quedó a merced de que yo lo matara. No lo quise hacer porque lo vi rendido. Seguí corriendo, me introduje en una casa y mis demás compañeros, Rafael y Wenceslao, que no querían dejarme, se metieron junto conmigo. Antonio García El Cams, con esa solidaridad que lo caracterizaba, regresó y nos dijo:

—¡Cómo los voy a dejar solos!

En ese momento dijimos:

—Bueno, vamos saliendo por la otra puerta disparando a ver si logramos escaparnos.

Y así lo hicimos. Salimos disparando, corrimos hacía la esquina y antes de llegar a la misma a Wenceslao le pasan unos balazos cerca de su cabeza y que pegan en el poste y se para. Rafael que venía restableciéndose de sus heridas por unos balazos que días antes le habían dado en el estomago, se cayó, lo comenzaron a golpear brutalmente con los rifles y pies, abriéndole nuevamente las heridas y se hizo del baño. Nos atraparon a los cuatro y nos llevaron a la prisión de San Pedro Tlaquepaque. Yo estaba temeroso de ser trasladado a la policía judicial porque estaba enterado de que acababan de detener a los hermanos Campaña López y al Ingeniero Garnica junto con el profesor Salvador Rivera Delgadillo. Dos días antes los habían detenido y no quería coincidir con ellos. Cuando nos trasladaron a las mazmorras de la policía judicial, a ellos ya los habían trasladado a la prisión de oblatos por unos asaltos bancarios. Me quedé más tranquilo porque me evitarías los careos y así no se complicarían las cosas ni para ellos ni para mi.

A Manlio Fabio Flavio, fundador de los vikingos, jamás lo volvimos ver. Ya después supe que se fue a Mexicali, que se desempeñaba como profesor en una escuela, pero jamás volvió a Guadalajara.

Se enteró mi padre de mi detención y fue inmediatamente a entrevistarse conmigo delante del director de la policía y creo que para ese momento no sabían quiénes éramos, porque habían entrado a torturarnos y no obtuvieron ninguna confesión de nosotros. Pero mi padre, tratando de ayudarme, me comienza a decir delante del director de la policía:

—M’ijo, ¿no andabas en Arandas?

El policía comienza a notar algunas contradicciones y le manda hablar al director de la policía judicial José Córdova Lemus y al comandante Miguel Navarro que lo acompañaba. Al verme se alegraron, pues accidentalmente me tenían en sus manos.

—¡Se te acabó el corrido!— me dijeron, mientras el director de la policía me señalaba la nuca con su dedo índice, diciéndome:

—¡Mira lo que me hicieron tus amigos!

Era el rozón de un balazo que le habían acertado los Campaña López cuando los detuvieron. Pero, aunado a los problemas que yo tenía, se sumaba otro más: mi hermano Miguel había matado a un hermano del comandante Navarro. Nos subieron esposados a los vehículos policiacos y nos trasladaron a la Procuraduría. Iba a empezar la tortura.

Nos pusieron a cada uno en una celda y al entrar a la mía vi que estaba un viejo compañero adentro y atrás de mí un policía seguramente queriendo ver si nos conocíamos y yo le guiñé el ojo al entrar para que no me fuera a saludar y el policía al ver que no nos conocíamos, se retiró, entonces mi amigo ya me comentó que lo acababan de traer del campo militar número uno. No lo habían ubicado con el movimiento guerrillero y estaba ahí tirado en la cama de cemento en condiciones deplorables, ingeniándoselas para darme un recado para los Campaña López que escribió con su uña en un papel de cajetilla de cigarros.

—Al cabo tu te vas a ir a la penal y allá los vas a ver— me dijo.

Me guardé el recado en el calzoncillo y el compañero de ahí salió libre.

Se abrió la crujía.

—¡Ven para acá, cabrón!— me dijeron—. Así que te llamas Rogelio y te dicen El Flaco.

En la clandestinidad había adoptado el nombre de Rogelio.

—¡Ahorita te van a decir quién eres, cabrón!

Me llevaron a un cuartito oscuro.

—¡Quítate la ropa!

Inmediatamente recordé que traía el recado que me acababan de dar, ¿Cómo hacerle para que no me lo encontraran? Me metí la mano al calzoncillo sin que me vieran, tomé el recado y me lo metí en la boca, comenzando a masticarlo para tragármelo, pero mi boca estaba reseca. Tenía más miedo del recado que de la golpiza próxima a recibir, logrando afortunadamente ingerirlo.

Y comenzaron las golpizas. Me dolieron menos por haber salvado una relación comprometedora. Y continuaron con los toques de corriente eléctrica y la asfixia, preguntándome de acciones, de compañeros. Una de las acciones que nunca supieron hasta hoy que la narro, fue la toma de la radiodifusora. Me regresaron a mi celda. Hubo otras dos cesiones de tortura. En eso se abrió la ventanita de la puerta de la crujía. Era Wenceslao, y me pregunta:

—Chuy, ¿cuántas veces te han torturado?

Le contesté:

—Ya me han sacado tres veces.

Me dice:

—Hay que aguantar, hay que echarnos tú y yo la culpa de todo lo que nos pregunte la policía para proteger a los demás compañeros e incluso los que están con nosotros

Quedamos de acuerdo y efectivamente así lo hicimos.

—¿Y a ti cuántas veces te han torturado?— le pregunté.

—A mí ninguna— me contestó muy despreocupadamente.

Y se retiró cantando:

Cubanito soy señores, cubanito muy formal…

Este gran amigo, hermano, revolucionario, Wenceslao, que posteriormente se convertiría en un comandante guerrillero responsable de levantar el movimiento armado en la Sierra de Chihuahua, siempre tuvo la costumbre de que cuando había un enfrentamiento a balazos él se quedaba hasta el final cubriéndonos la retirada a todos. Conmigo lo hizo muchas veces y sé que su muerte fue de esta misma manera, enfrentándose en la sierra de Chihuahua, en San Rafael, el día 13 de enero de 1974, cuando a las cinco de la mañana llegó Wenceslao con su grupo de guerrilleros, con sus armas que iban desde un 22, escopetas, pistolas, 30-06, 7mm., algunos m-2 y m-1. No hubo gritos ni arengas, era una lucha sorda y en San Rafael empezaron a retumbar las armas. Los guachos estaban completamente cercados, pero fue muy difícil hacerles daño, porque estaban bien fortificados, pero Wenceslao con su 30-06 había abierto fuego, tumbando al primer soldado con su disparo certero, dando inicio el combate, tratando de tomar por asalto un cuartel militar, que tenía una pequeña pista aérea también, pero ya como a las diez de la mañana llegó una nueva columna de soldados que se encontraban camino a Guadalupe y en la pista se agarraron a balazos con ésta también pero en retirada. Se confirman tres bajas de los soldados y una del grupo guerrillero y ésta fue la de Wenceslao, que se sacrificó para que escaparan sanos y salvos sus demás compañeros.

Yo creía que mis confesiones sacadas mediante tortura eran ante el Agente del Ministerio Público, pero no, eso es falso, él sólo cubre el requisito de firmar para darles supuesta legalidad, ¡si logras salir con vida!