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Catalina Arianzen

 

Semblanza de Antonio Díaz Martínez


Escrito:  Probablemente en 1986 o 1987.
Primera publicación:  La primera edición de la que tenemos mención fue en Boletín Americanista, nº 38, año XXX, 1988, Universidad de Barcelona, Departamento de Historia de América, pp. 17-30.
Versión dígital:  Ha circulado en internet en facsimilar del articulo del Boletín Americanista, y con las notas al pie añadidas, en las páginas de El Diario Internacional y de GISAS, entre otras.
Esta edición: Marxists Internet Archive, junio de 2009, en base a la versiones publicadas por El Diario Internacional y Gisas.


 

A sugerencia de la Dra. Martha Huatay, Defensora de los Derechos del Pueblo, abogada de mi compañero y esposo, Antonio Díaz Martínez, escribo esta especie de añoranza. Sí, porque está cargada de emoción, quizá no explícita, y por ello también de omisiones inconscientes.

Me propongo esbozar con la memoria del corazón, basándome en sus confidencias, en sus escritos, en sus cartas, y, sobre todo, en los quince años que vivimos muy unidos. Me propongo, pues, trazar su existencia itinerante, principalmente rural, como él gustaba llamarla. No hablaré de mi dolor, que es ilimitado, como ilimitada y luminosa es la esperanza.

Chota, provincia de Cajamarca, tierra bravía, de rebelión, de «macheteros», como dicen, fue el terruño de Antonio. Allí nació un tres de Mayo, Día de la Cruz. Su infancia y adolescencia estuvieron ligadas profundamente a la naturaleza, así como al cultivo espiritual de sus padres. Tercero de la familia de siete hijos, era el encargado del cuidado de los animales de la quinta, de la chacra, que sus padres tenían en las afueras de la ciudad. Este diario trajinar de la casa a la quinta, duro quizá para otro niño o adolescente, a él le era muy placentero, me confesó.  Así Antonio descubría los secretos de la naturaleza, observaba el crecimiento de las plantas, de los animales, el canto de los pájaros, la mudanza de las estaciones, los colores, la lluvia, el río. Pero, además, estaba la dulce presencia de su madre, Doña Amanda, asidua lectora de los clásicos, Víctor Hugo, Zola, Dumas, de los románticos españoles Bécquer y Zorrilla, así él la evocaba. Por ella se acerca a la Literatura. Me decía cuánto lo impactara «Los Miserables», «Naná», «Yo acuso»... De su padre recordaba los penosos y largos viajes a la Capital, llevado por sus inquietudes intelectuales. Estudió Letras y se doctoró en Filosofía, en San Marcos, pero prefirió regresar y quedarse en la pequeña provincia, en su digno cargo de Profesor Secundario. Más de una vez me habló de los avatares de la vida de su padre, a consecuencia de sus inquietudes políticas y circunstancial participación en los movimientos sociales de la década del 30, por el Norte. Fue duramente perseguido un período. Esto era motivo de orgullo para Antonio, pero tampoco olvidaba las angustias de su tierna madre. De modo que la naturaleza, la poesía, la reflexión y las luchas sociales sensibilizaron su espíritu. Terminada su Primaria, optó por el Instituto Agropecuario, manifestando una vocación definida, temprana. Al término de este período, como su padre y sus hermanos mayores se decidió al gran viaje, Lima, Agronomía, La Molina..., sin imaginar, entonces, sus carrera transhumante más tarde. Muy de vez en cuando expresaba nostalgia por Chota, y se propuso llevarme a conocer su pueblo, como él lo llamaba. Una vez lo intentamos, pero nos quedamos en Chongoyape, por incidencias del transporte. Otra vez acompañamos a su padre hasta la mitad del viaje, Chiclayo. Quizá en su inicial aislamiento en la cárcel (principios del 84) experimentara este sentimiento de añoranza. Por esa época, me envió con mucho amor un hermoso Quinde, pequeño picaflor chotano, acompañado de unos versos que expresaban la delicadeza, brevedad, los colores de esa miniatura alada, confeccionado en hueso por un campesino, paisano suyo, también en la cárcel.

Ya en Lima, estudió con las dificultades materiales del hijo provinciano de una familia numerosa. Pero contó con el apoyo de su hermana mayor, y encontró un espacio cálido en la Universidad de la Molina, donde compartió sus estudios, inquietudes y sus ilusiones con excelentes amigos, cómplices de cuitas y confidentes de sueños. Uno de ellos su inolvidable compañero César Benavides, muerto prematuramente. En el cuarto año de Agronomía, advierte en su Certificado de estudios que opta como cursos electivos por Psicología de la Educación y Principios de la Enseñanza, entre otros de carácter técnico. Y al año siguiente, 1957, por Extensión Agrícola, Métodos de la Enseñanza y Prácticas de la Enseñanza. Lo que revelaría, de algún modo, su interés por la Educación, que materializará más tarde con el ejercicio de la docencia universitaria.

Concluidos sus estudios, trabaja en el Servicio Interamericano de Fomento (SCIF), por tres años, como investigador sobre problemas agro-económicos en la Sierra Sur. Por esta época se casa con Elsa Medina, quien falleció en un doloroso accidente en mayo del 70. De este matrimonio quedaron dos hijos. En este período hizo la Tesis que lo llevó a Ayacucho [«Estudio Estadístico y Económico Social de la Agricultura en el Departamento de Ayacucho». Tesis para optar el título de Ingeniero Agrónomo. Lima, 1959]. Para ello, y como parte de su trabajo inicial recorrió a pie, a caballo y en camioneta casi todo el territorio ayacuchano, dentro del Plan Nacional de Desarrollo del Sur del Perú. De este periplo deslumbrante, él siempre recordaba con mucha calidez la compañía y orientación que le significó José Sabogal W, Agrónomo-Sociólogo –fallecido hace pocos años-, entonces responsable del Proyecto, y en quien descubrió un alma afín a la suya.  En 1960 sigue un Curso de Economía Agrícola en Lima; al año siguiente se inicia en el IRAC [Instituto de Reforma Agraria y Colonización]. Se desempeñaba como Jefe del Programa de Colonización Río Apurímac [Selva de Ayacucho, fronteriza con Cusco]. Esta fue una experiencia que lo marcó: su contacto diario con los campesinos de la Ceja de Selva de Ayacucho. Joven profesional, ilusionado en que podría ayudar al campesinado con la Colonización, se interna en la Selva. Por tierra, vadeando los ríos, con ayuda de los Campas, y como guía un singular ayacuchano, amante de la Selva, cuyo nombre lamentablemente he olvidado –quien oficiaba de traductor de las lenguas de los lugareños-; y por aire, en helicóptero, estudia ese imponente espacio hasta ubicar el centro de la Colonización. Así funda Pichari (a algunos kilómetros del Puerto de San Francisco, cruzando el caudaloso Río Apurímac, entonces en balsa cautiva), en una explanada, sobre la margen derecha del río Pichari. Surgió un pequeño pueblo. Allí construye con ayuda de los pobladores su propia vivienda, con cortezas, lianas, caña, techo de palmera, suelo de tierra, en alto como los lugareños. Trabaja en equipo con un médico, técnicos y los colonos. Con el primero –me contaba- recorría las precarias viviendas de los campesinos, observando el tratamiento que les suministraba. De ese modo asimiló algunos conocimientos que luego puso en práctica, urgido por las circunstancias. Por ejemplo, aplicar antibióticos para aliviar infecciones y antídotos contra las picaduras de las serpientes y animales venenosos. Me contaba que casi se deja ganar por la Selva. Pero por un lado las urgencias familiares, y por otro, principal, el no poder solucionar el problema económico-social de esos pueblos, lo instaron a abandonar su Proyecto[1].

Más tarde, años setenta, siempre que podíamos, como él acostumbraba, nos escapábamos a Pichari, donde era muy querido. Su casita llena de lianas y palmera había sido abandonada. Los funcionarios que le sucedieron levantaron casas tipo norteamericano con madera importada de Canadá, equipadas con refrigeradoras y cocinas igualmente importadas, casi todo estaba empolvado y enmohecido, evidenciando largas ausencias de la mayoría de los funcionarios. Cuando llegábamos, luego de gozar del tránsito de punas desoladas, primero, a pequeños arbustos, y luego montañas verdes y el majestuoso río, recibíamos mucho cariño de los colonos que no olvidaban a Antonio. Nos visitaban ofreciéndonos yucas, papayas, plátanos. Discutíamos siempre porque nosotros debíamos pagarles por sus frutos, pero ellos no lo permitían; de modo que determinábamos compartirlos. Recuerdo que sancochábamos las yucas y luego las freíamos con sal. Los campesinos, enflaquecidos por la dureza del clima, el arduo trabajo, la pobreza, le hablaban de sus carencias, de los altos intereses de los préstamos bancarios, de la baja de precio del cacao, de los impuestos al cube o barbasco, al café, al alcohol; de las dificultades para transportar los frutos; en fin, de la maquinaria burocrática que los oprime.

Esta experiencia significó su desencanto del Estado, que se profundizaría más adelante, de la impracticabilidad de sus conocimientos académicos, y su primer contacto con la Universidad de San Cristóbal de Huamanga, que por esos años había reabierto sus puertas, revolucionando la falsa paz conventual, feudal, de Huamanga y alrededores, por acción de muchos intelectuales, y, principalmente, del excepcional maestro Abimael Guzmán, entonces profesor de Filosofía.  Ya en Lima, Antonio llevado por su espíritu inquieto y ávido de conocer las experiencias de otros pueblos, logra conseguir una Beca del Instituto de Cultura Hispánica. Así en 1963, recorre en largos meses buena parte de los campos de España, donde encontró supervivencias feudales como en nuestro país, que le revelaron parte de las raíces de nuestra cultura mestiza. A su regreso, se le presenta la oportunidad de conocer Egipto. Viaja invitado por ese país y evalúa, en corto tiempo, la fallida experiencia de la transformación del campo en ese espacio milenario.

Premunido de estas vivencias, retoma su contacto con la Universidad de San Cristóbal, y desde 1964 se establece en la hermosa ciudad de Huamanga, como Profesor de Economía Agrícola y Recursos Naturales y del Curso de Reforma Agraria. Y como ocurre con casi todos quienes pasamos por esa tierra, su alma queda signada para siempre por Ayacucho. Pronto es ganado por el magisterio del Dr. Abimael Guzmán, quien liderando el Movimiento Democrático, al que concurren buen número de intelectuales de diferentes especialidades, transforma a la UNSCH en un Centro de divulgación científica al servicio de las mayorías, y en la más importante tribuna política de las décadas 60 y 70. Es la época en que el histórico dirigente siembra la semilla que germinará después[2]. Histórico proceso que se desenvuelve en medio de la lucha de clases, movimientos campesinos, las guerrillas del 65, las luchas de Huanta y Ayacucho del 69. Todo ello lleva a Antonio, en un proceso lento pero seguro, a tomar posiciones progresistas cada vez más comprometidas.

En 1966, parte a Suiza por unos meses con una Beca concedida por el Programa de Cooperación Técnica Suiza con la UNSCH. Adquiere una nueva experiencia del desarrollo campesino esta vez en un país desarrollado. En 1969, sigue un Curso de Recursos Naturales y Humanos en la Universidad del Norte (Chile).

En la UNSCH, fue encargado del Curso de Reforma Agraria, implementado como una necesidad sentida por el movimiento democrático de la Universidad, solidario con el movimiento campesino. Este Curso, concebido como una especialidad que, entre otras materias, incluía Derecho Agrario, Economía, etc., le permitió recorrer muchas veces más a pie, a lomo de bestia, en camiones y en vehículos de la Universidad, junto con sus alumnos, el agreste campo ayacuchano, y el de otras zonas del país, con el propósito de profundizar en el conocimiento de la realidad del campesinado.

Asesoró gran número de tesis sobre Estructura y Tenencia de la Tierra. Y dio constancia de su tiempo, con honradez de intelectual progresista que iba revolucionando su conciencia, al calor de la lucha de clases. Fue así que escribió «Ayacucho: Hambre y Esperanza»[3]. Hermoso testimonio del agro ayacuchano de aquel tiempo. Con estilo sencillo expresó con autenticidad todo lo que veía y sentía, todo lo que oyó de labios de sus queridos Hermanos Campesinos, como él los llama en el poema inicial: «CAMPESINO HERMANO/ Tu hambre, / me duele en las entrañas; / tu sed, / la siento en mi garganta; / ...» (op. cit., p. II). Si comparamos las dos ediciones (del 69 y del 85) veremos el proceso de desarrollo de su ideología (no es mi propósito hacerlo ahora). Pero quiero destacar que ya por 1969, en consonancia con la época, Antonio denunció el latifundio, la relaciones de servidumbre y el gamonalismo, enseñoreados en esas tierras. Me decía que no tenía muy claro el camino, de allí que planteara algunos paliativos, pero intuía que eran sólo eso, paliativos[4].

Sin embargo, el propio título «Ayacucho: Hambre y Esperanza» revela cómo eran sus sentimientos: Hambre, el sufrimiento insostenible que tenía que encontrar un necesario cauce. He aquí la Esperanza. Por eso dice en sus versos finales: «... El hijo de tu grito,/ el hijo de mi grito,/ mil gritos juntos,/ se escucharán mañana,/ llamando a nuestro pueblo/ a transformar el mundo» (op. cit., p. II). Y eso es ahora Ayacucho, hoguera al viento, cuyo solo nombre en todo el mundo simboliza el optimismo histórico, la hermosa realidad de un pueblo heroico. Cuando publicara el libro en 1969, éste fue acogido con mucho calor, principalmente por los estudiantes, muchos de extracción campesina, por los profesores primarios, secundarios y universitarios progresistas; pero también suscitó las «críticas» de los academicistas y, por supuesto el odio de los gamonales. (Por el 70, un latifundista cerril propalaba por calles y plazas que lo mataría).

Llegué por Julio de 1970 a Ayacucho, contratada por la UNSCH como Profesora del Programa de Educación. Más adelante lo conocí, nos relacionamos y nos fuimos acercando. Juntos recorrimos la ciudad, los Barrios de Artesanos. Luego, el campo. Todo un mundo se abrió ante mis ojos. Él me lo recordaba muchas veces, también desde la cárcel, «...fue un descubrimiento progresivo y maravilloso no sólo para ti que experimentabas la hermosa sensación de ir descubriendo la naturaleza...; sino también para mí que iba conjugado y aprendiendo a amar en el camino antes solitariamente recorrido; para ambos entonces fueron momentos apasionados; casi de descubrimiento juvenil... estamos celebrando este día (Nacimiento del Presidente Mao) entre poemas, música... y tú no podías estar ausente de mi recuerdo...» (Fragmento de Carta del 26 de Diciembre del 85. L.T.C. Lurigancho). «Contigo hemos caminado leguas de nuestra geografía, amando y compenetrándonos con nuestro pueblo; hemos compartido los días y las horas de intensa felicidad, de lucha, de inquietudes y también de alegría; los caminos para nosotros son familiares, las retamas y los arroyos, los árboles y las aves penetraron por nuestras retinas teniendo el mismo objetivo ... (Fragmento. Carta de Agosto de 1985. L.T.C. Lurigancho).

En el año 72 hicimos algunos viajes cortos por Sudamérica, Buenos Aires, Montevideo, Asunción, La Paz; después Ecuador.

En 1973, viaja a Francia, becado por el Instituto de Economía y Gestión Rural de París (IGER). En esa oportunidad se dio una tregua en sus estudios para visitar a su amigo José Sabogal y su familia, entonces en Polonia. Allí, aunque estuvo breves días, percibió la oprobiosa situación de los países de Europa Oriental, bajo la influencia del socialimperialismo soviético. De regreso a París, pude acompañarlo en la segunda parte de su estadía. Así lo veía: Antonio, fundamentalmente pragmático, detestaba los gabinetes y evitaba las clases cientificistas de las Universidades e Institutos de los cuales era becario. De modo que se las ingeniaba para conseguir, y lo logró, un contacto directo con el campo y con los trabajadores. Él tenía su propio método de investigación, caminaba siempre con su libreta de notas. Elaboraba su plan, previa consulta bibliográfica básica sobre la zona a investigar y algunas entrevistas formales con funcionarios, y luego emprendía sus recorridos. En el 73, viajamos por buena parte del Norte y Sur de Francia con ese sistema. Visitaba a un número de campesinos que seleccionaba previamente, de acuerdo al número de Hectáreas y cultivos que producían. Pronto comprueba que la condición del campesinado no difiere, en esencia, de la de otras regiones, aunque cuenten como maquinaria agrícola, artefactos eléctricos, muebles y viviendas modernas. Estos campesinos europeos seguían angustiados, acosados por los ingentes intereses de los créditos bancarios, entrampados con el Estado a través de los duros impuestos –me explicaba-. En el Ensayo de Conclusión de su libro (Ed. Mosca Azul, 1985) plantea los dos caminos de evolución burguesa en el agro, partiendo de Lenin[5].

Pero no sólo adquiere experiencias, sino también difunde conocimientos, imágenes de nuestro país. Viajaba con más o menos 50 diapositivas sobre nuestra serranía, principalmente. Y así en cuanto pueblo podía, organizaba con la ayuda de los eventuales amigos una reunión sobre Perú.

Iniciaba su exposición con el mapa de nuestro país. También hacía escuchar nuestros huaynos. El auditorio quedaba impresionado, sorprendido que Perú no fuese sólo Macchu-Picchu.

Ese otoño europeo, también nos dimos tiempo; mejor, él me dio su tiempo, por cuanto era la tercera vez que visitaba Europa. Para mí, la primera. Me lo recordó con otras reminiscencias en su carta del 28 de diciembre del 85: «... Aquel 73, Abril primero, Septiembre, Octubre luego, me parece una década vivida en sólo meses, viajando y viviendo como estudiantes... 12 años caminando juntos, sin cansarnos, sin terminar de descubrirnos mutuamente, como una Caja de Pandora nuestras vidas fueron siempre una entrega y descubrimiento constante» (Fragmento. Carta desde Lurigancho). Me mostró con generosidad Europa. En las diarias travesías del Metro, advertía con tristeza el rostro angustiado, el rictus de preocupación y desesperanza de los viajantes parisinos con su baguette bajo el brazo, apremiados por el vertiginoso y agobiante sistema capitalista. Caminamos por los muelles del Sena... el itinerario que casi todos hacen... el Barrio Latino con su olor a mercado, a vida; los cafés en la vereda...; el vino que nos dispensaba euforia y alegría –él siempre lo prefirió, cuando podíamos, lo mismo que el queso-. Transitábamos, pues, por las calles empedradas de ese París, que fuera Centro de la Revolución, donde se dio la Comuna en 1871, el primer hito de la Revolución Proletaria Mundial. Viajé a Londres sola, él debía cumplir aún con el Curso. Allí, por él, por mí y por los queridos amigos, llegué a la tumba de Marx. A sus pies encontramos una ofrenda: rosas rojas «en homenaje a los combatientes chilenos caídos», por entonces. Después partimos a Italia. Roma, los monumentos artísticos de la antigüedad, del Renacimiento. La fuerza de la personalidad y energía espiritual de Miguel Ángel, Leonardo, reflejadas en sus obras, expresión de la imagen científica del mundo que la época tenía. También la presencia de la Iglesia. Las Basílicas enormes y solemnes, edificadas por Papas y Cardenales para perennizar el inmenso poder que ambicionaban. Venecia, Florencia, ciudades en las que floreció el arte del Renacimiento, donde aparecieron los gérmenes de la Burguesía –siglos XI-XII- entonces revolucionaria frente a la feudalidad en descomposición.

* * *

Y en el Perú, él describe la situación de esa época, a la luz de «Voz Popular»[6].  VOZ POPULAR, la fuente que cita Antonio, publicación modesta, evidentemente por carencia de recursos económicos, pero enjundiosa –que pretenden ignorar algunos intelectuales que fungen de conocedores de Ayacucho y de las luchas sociales, demostrando censurable irresponsabilidad intelectual, por decir lo menos-, en sucesivos números esclareció el panorama internacional y local, el carácter del régimen, la naturaleza de las leyes agraria, industrial, de Educación, etc., los afanes corporativistas. Una luz en medio de la ceguera obstinada del oportunismo. VOZ POPULAR era estudiada con avidez por los estudiantes, profesores primarios, secundarios, universitarios progresistas, por los sectores más avanzados de los trabajadores y campesinos. Antonio, que había recorrido ahora buena parte del mundo, abre con más entusiasmo su mente y su corazón a la ideología del proletariado, que se desarrollaba dirigiendo la lucha de clases. De ese modo, en la madurez de su vida, con sencillez y entereza, que le eran inherentes, asimila las leyes del desarrollo de nuestra sociedad que planteaba el Profesor Abimael Guzmán, producto de su práctica social como Vanguardia de la lucha de clases de las masas y del acucioso estudio de las raíces de nuestra Historia, así lo testimonian las publicaciones del PCP (ver bibliografía, op. cit., p. 219).

Se había operado una transformación cualitativa en Antonio. Hombre sensible y amante de nuestro pueblo campesino no podía ser indiferente al desarrollo del  Marxismo, a la Reconstitución de la Vanguardia del Proletariado, a la marcha ineluctable de la Historia. Sintió –así lo reiteraba- que algo grande se venía para nuestro pueblo. El Maestro del Proletariado Abimael Guzmán había reivindicado a José Carlos Mariátegui, sistematizado y desarrollado su Pensamiento, a la luz de la Aplicación y Desarrollo del Pensamiento Mao Tsetung, entonces (op. cit., p. 200). Eran tiempos en que los ahora autodenominados «mariateguistas» lo negaban, demostrando ceguera política obcecada; con el mismo objetivo que hoy, en que levantan a Mariátegui, utilizándolo para oponerse al Desarrollo del Maoísmo, a la Vanguardia del Proletariado. Toda esta coyuntura histórica y su brillante perspectiva se suma al privilegio que tuvo Antonio, como muchos en Huamanga -campesinos, obreros, artesanos, intelectuales, hombres, mujeres y niños- de cultivar por años la amistad generosa y directriz del maestro Abimael Guzmán. Esta vinculación personal fue profunda y decisiva del mismo modo que Ayacucho, su segunda tierra. Antonio defiende ardorosamente en polémicas en esa tribuna política que es la UNSCH y en cuanto evento de Ciencias Sociales se da en el país, apoya y hace suyas las posiciones más avanzadas de la concepción del proletariado. Del conocimiento empírico, intuitivo de la realidad pasa a la asunción de la teoría científica. Del sentimiento afectivo, quizá humanitarista burgués por el campesinado pasa al amor consciente por su pueblo. Hermosa transformación, en todo un proceso, de un intelectual revolucionario. En sus cartas reflexionaba sobre ello: «...La transformación de nuestra mente requiere mucho esfuerzo, férrea voluntad y alta vigilancia, y también de someter nuestra práctica social (lucha de clases, lucha por la producción y por la experimentación científica) al método de la crítica y autocrítica constante...» (Fragmento. Carta de fines de 1985. Lurigancho). «... nuestra materialidad en transformación está sujeta a un conjunto de contradicciones que se resuelven en un enfrentamiento constante (Fragmento. Marzo de 1986). «... una participación comprometida cada vez más ligada es lo que tiene que hacer la Pequeña Burguesía como clase, y la Pequeña Burguesía intelectualizada necesita más participación aún, porque a causa de la formación burguesa ha separado inconscientemente la capacidad intelectiva de la manual, es decir extremando el dualismo impidiendo el desarrollo del hombre en un todo operante y pensante». (Fragmento de Carta del 25 Dic. 85).

En 1974, la República Popular China ya tenía Embajada en Lima, Antonio tomó contacto y expresó su deseo de conocer la transformación del agro en ese país. No obstante la urgencia de la situación nacional, pudo más su vehemencia por conocer el Socialismo. Se trataba de una oportunidad excepcional. Así lo entendimos. Conseguimos ser contratados por dos años, Antonio en la Sección Español del Centro de Ediciones en Lenguas Extranjeras, y yo como Profesora. Viajamos con sus dos hijos y nuestra niña, muy pequeña entonces. Fueran dos años muy productivos, compartidos entre el trabajo, junto a los especialistas chinos, y el estudio e investigación. Él sobre el problema agrario y yo, de algún modo, sobre la Educación y la situación de las mujeres. Antonio, pragmático, ordenado, disciplinado, se empeñó en difundir su experiencia. Como resultado de su trabajo, escribe «China, la Revolución Agraria» (Ed. Mosca Azul, 1978). Obra singular por cuanto se trata de la visión de un «agrónomo, estudioso de los problemas agrarios y sociales» -como dice la contratapa- de un país atrasado. Estudio desde una óptica necesariamente diferente a la de los investigadores especializados, principalmente europeos. Por otra parte, este bienio 74-76 fue muy importante. Lo comprendimos mejor con los acontecimientos que sucedieron a la muerte del Presidente Mao: «nos tocó vivir en China en medio de una intensa lucha de clases y de dos líneas: advertimos claramente la lucha entablada entre la posición proletaria del Presidente Mao y la posición de derecha de Teng Siao Ping» (op. cit., p. 7). Este libro tiene tres capítulos generales, como él lo explica en la presentación[7]. En la primera parte destaca el largo proceso, dialéctico, «en el que se han sucedido la Revolución Democrática y luego la Revolución Socialista» (op. cit. p. 18). Analiza el camino de la cooperación en el campo, la transformación de la propiedad individual en colectiva, desde los Equipos de Ayuda Mutua hasta las Comunas Populares. En la segunda parte, estudia el trabajo organizado del hombre y la tecnología usada en la producción. Con este fin programa viajes de estudio y visitas a diversos centros de producción agrícola. Queda muy impresionado con la experiencia de Tachay. Así lo testimonia[8]. Dedica algunos capítulos a la transformación que se venía operando en la situación de la mujer en la trabajo del campo. Igualmente, varios capítulos a la construcción de obras hidráulicas, obras gigantescas si tenemos en cuenta la variada y difícil geografía de China, incluyendo su clima. Se ocupa también de la investigación científica, para ello examina los programas de la Academia de Ciencias Agrícolas y Forestales y, principalmente, observa los logros científicos de los campesinos en las diversas Brigadas. Por ejemplo, invernaderos para cultivo hortalizas de invierno, almacenes de luz oscura para contrarrestar los insectos dañinos para la agricultura (op. cit. p. 130); el procedimiento de preparación de abonos orgánico-biológicos (op. cit., p. 136). También estudia lo referente a mecanización e industrialización rural. Igualmente, el Servicio Médico Rural, su infraestructura sencilla y funcional; la combinación entre la medicina tradicional y la llamada occidental; el papel de los «médicos descalzos». En la tercera parte, aborda diversos aspectos de la Superestructura. Analiza los cambios operados en la Educación en los diversos períodos de la Revolución. Destaca su gran desarrollo a partir de la Revolución Cultural[9]. Visita la Universidad Comunista del Trabajo Campesino en Nanchang.  Inquiere por los objetivos para los que fue creada, por el régimen de estudios, etc. En las montañas de Chinkang, de gran tradición revolucionaria para los pueblos del mundo, tomó mayor contacto con los «jóvenes instruidos», estudiantes que, en respuesta al llamamiento del Presidente Mao, durante la Revolución Cultural, se trasladaron al campo (op. cit., p. 176-180). Otro capítulo interesante es el testimonio de su estadía en la Escuela 7 de Mayo, de la institución donde él trabajaba. China remodela a sus intelectuales, lo titula. Relata con detalle algunos de los días allí[10]. Finalmente planea un apretado balance de 25 años, en los rubros de agricultura, industria, transportes, política poblacional; además de la Conferencia de Tachay, celebrada en Pekín, antes de iniciarse el V Plan Quinquenal. Por último examina el V Plan Quinquenal (1976-80), sus objetivos y metas, y termina puntualizando su visión de ese momento coyuntural. Así se refiere a las condiciones para su cumplimiento[11].

Regresamos el 76 a Ayacucho, por supuesto. Sus clases en la Universidad, sus viajes de estudio, sus artículos –algunos con seudónimo- en los periódicos, por medio de algún amigo. Recuerdo una serie «La Sal de la Tierra», sobre San Pedro de Cachi. Sus exposiciones sobre la problemática agraria en el país, su experiencia en China, tan valiosa. Así pasamos los años 77-78-79-80. Y no puedo olvidar el 1º de Mayo histórico del 79. Cuánto nos conmoviera, como a todos en Huamanga, ese mar de banderas rojas, que avanzaba rutilante entre cánticos revolucionarios, hermosa señal de que se inauguraba otra época para nuestra patria. Era el pueblo ayacuchano, hombres y mujeres, trabajadores y estudiantes, que desde los barrios se movilizaban por las calles de Huamanga, suscitando emoción y esperanza en los pobres, temor en los sectores conservadores y sorpresa en los represivos, que no salían de su asombro ante esta singular demostración de firmeza, desafío y optimismo; también, de organización y júbilo. Nunca antes había ocurrido tal hecho. Las masas pobres de las ciudad se adueñaron por unas horas de las calles, remeciendo las casonas y las iglesias de Huamanga. Celebraban el Día Internacional del Proletariado.

Por los años 81-82-83, Antonio continuó con sus estudios socioeconómicos del campo. Se había propuesto un plan ambicioso, parte del cual fue expuesto en la UNSCH, en el año 80. Precisamente, en estas circunstancias, cuando se hallaba investigando la problemática agraria en el Callejón de Huaylas, fue arrestado y  encarcelado arbitrariamente el 16 de diciembre del 83 (nunca se le probó cargo alguno de los que falsamente le imputaron, como quedó demostrado por la Defensa en el 12avo Tribunal Correccional que, en diciembre del 85, se vio obligado a absolverlo por falta de pruebas). La policía no satisfecha con su detención se apropia de gran parte del material escrito, producto de su estudio, en flagrante atropello contra la producción intelectual, libertad de ideas y demás derechos, que contempla la Constitución.

Fue recluido en el Sexto, donde le tocó vivir situaciones dantescas como la de marzo y otras de 1984, entre los presos comunes y la policía. En sus cartas escribe: «... Hoy ha sido nuevamente otro día intento, brusco, donde la mugre, el dolor, la droga y la desesperanza se revuelcan frente a un poder reaccionario y violento que no hace nada por cambiar las cárceles; o más bien hace lo posible porque los hombres que han delinquido se hundan más» (Fragmento. 24 de Agosto del 84). En Junio se refiere a la instrucción que toman en El Sexto «a los 33 inculpados de los sucesos. Los periódicos dicen que yo también estoy inculpado (como supuesto colaborador de los amotinados); la reacción no sabe como involucrarme aún teniendo conocimiento de que yo nada tuve que ver y que al contrario mi vida sufrió grave riesgo».

Posteriormente fue trasladado a Lurigancho. Allí sobrevive al genocidio del 4 de Octubre. Días después describe los hechos: «En medio del desorden se levanta el sol; mientras en la montaña un relámpago de fuego» arde victoriosa la G.G.G., aquí en el centro y entraña del monstruo sólo pueden recurrir a la matanza, genocidio y masacre. Dentro de su operativo, la reacción entró a rodear el Pabellón Británico con un tractor para arrancar las ventanas, dinamita para tumbar paredes (estando nosotros adentro), bombas incendiarias, lacrimógenas, urticantes, etc., 100 G.R. bien pertrechados hicieron el ataque; el asedio duró 6 horas. Yo salí casi ileso, pero ya afuera me masacraron los G.R. (si no me mataron es porque ya estaba afuera, pues al final, ellos entraron a rematar a la gente adentro y luego con el incendio que generaron prendieron heridos y muertos).... Lo emocionante fue cuando tirados boca abajo los 250 sobrevivientes, mientras los G.R. apaleaban y masacraban, se empezó a cantar nuestras canciones. Demostrando una vez más... que la represión no acalla la revolución, y que sobre los escombros se levanta el orden... Anoche hemos estado en una habitación (cuadra) y allí amontonados hemos pasado la noche. El optimismo, las canciones, la decisión y energía; el entusiasmo y el espíritu de lucha no nos abandona en ningún momento...» (Fragmento de Carta del 6 de Octubre, 1985). «... Los dos días que hubo visitas vinieron mucha gente; hasta de provincias a ver a sus parientes presos: a algunos los encontraron, a otros no. El hecho es que de los 50 compañeros que nos faltan, sólo aparecen 34; el resto no sabemos adónde los habrán llevado o enterrado. Nos cuentan los que han ido al Británico que está como si fuera un pabellón bombardeado e incendiado. Los murales que los prisioneros de guerra pintaron con el Presidente Gonzalo han sido intencionadamente destruidos, como si se despedazara un mito. Todas las instalaciones que nosotros logramos construir con amor y paciencia para buscar un relativo bienestar, trabajando más de dos meses íntegros, han sido derruidos con ensañamiento en un solo día...» (Fragmento. Jueves 10 de octubre de 1985). «Y el revés que sufrimos se ha transformado en un éxito político por la acción del P... La actitud asumida por la gran mayoría de combatientes ha sido y es la del heroísmo revolucionario. La sangre derramada por los compañeros son rojas banderas tremolantes que convocan a proseguir la lucha; y ésta es la decisión de los revolucionarios... Nosotros exigimos el cumplimiento del acta firmada en Julio y que consigamos el reconocimiento de presos especiales y otras conquistas ...» (26, octubre 1985). «...Llevando la pobreza de sus mochilas guerrilleras acentuada por la prisión pero la felicidad en el rostro por haber conseguido una victoria política, los prisioneros de guerra desfilaban aquel amanecer del jueves 31 camino a una nueva lúgubre ubicación dentro de la prisión. La prensa, la TV, las altas autoridades de «Justicia» observaban entre atónitos, sorprendidos y respetuosos aquel desfile como salido de las entrañas del infierno con rumbo a la esperanza. Así culminó este intento reaccionario por reclasificarnos, separarnos, aislarnos después de 4 semanas de haber matado a 30 de nuestros compañeros y en la creencia de que ese genocidio había mellado nuestra voluntad... actuamos pertrechados de la poderosa ideología de la Clase y poniendo en juego la más alta audacia y la decisión de asaltar los cielos antes de dejarnos aplastar o morir combatiendo arrancándole lauros a la muerte» (Viernes 10 Nov. 1985).

En Diciembre, expresa: «... La reacción ha trazado un plan para los prisioneros de guerra, se ha descubierto a través de las declaraciones de sus funcionarios. Con el cuento del traslado a Canto Grande quieren cometer otro genocidio en cárceles de políticos, luego quebrarnos y después enviarnos a las cárceles que ellos escojan y terminar con nosotros aniquilándonos poco a poco, directamente o aislándonos individualmente. La sangre derramada será la que caiga en responsabilidad de ellos... La nuestra, una sola posición: resistir con nuestra propia vida y no permitir el traslado a Canto Grande; antes nos llevarán al cementerio, pero ese costo el más alto que estamos dispuestos a pagar será también un éxito político de nuestro pueblo, de lo que se trata es de la moral del pueblo que está en juego y nosotros no vamos a permitir que esa moral se mancille o se quiebre...» (Fragmento. Domingo 1º. Diciembre 1985). En torno a la movilización de los familiares (en contra de esas mazmorras)... El Gobierno respondió disparando al cuerpo, es decir con plan de masacre... una compañera ha sido asesinada con una bala directa al corazón, 6 compañeras más están heridas de bala de consideración y varios contusos; también 7 detenidos... Hoy la reacción mañosamente separaba las dos noticias para no dejar notar que el día de inauguración del penal comenzó con muertos y heridos» (Fragmento. Jueves 16, Enero 1986).

Otros aspectos más personales. En cuanto a la relación de pareja, fue muy generoso. Así la concebía «nuestra identidad de intereses, nuestro mirar al mundo de frente, nuestras inquietudes y deseos, nuestra óptica de ver la historia, nuestros pequeños gustos, sutilidad y riqueza interior nos une indisolublemente, plenamente: nuestras diferencias, nuestro carácter, nuestras lecturas distintas nos hacen complementarios. Identidad y diferencias hacen que en nosotros haya lucha y compenetración, unidad y divergencia: es decir todo lo necesario para desarrollarnos el uno junto al otro...» (14, Dic. 1985). «... Nos amamos con amor recíproco y en libertad, sin presiones, exigencias o entregas unilaterales. Nuestra relación es social, humana, biológica, espiritual, en igualdad de condiciones. En estos tiempos de guerra, nuestra vida está siempre en riesgo, nuestros momentos de amarnos sabemos que serán cortos, por tanto hay que darles la fuerza de la intensidad...» (15 Dic. 1985).

Sobre el amor, la vida y la muerte «... nosotros somos seres apasionados, amamos la vida, el amor, la solidaridad; vivimos –como corresponde a nuestro tiempo- los hechos concentrados a veces años en sólo instantes. Y esto nos pasa sabiendo que al querer la vida, la felicidad, nuestra propia vida está en riesgo y disposición de ser entregada en cualquier momento: el Perú actual es un inmenso campo de batalla y lo recorremos con nuestro intenso trajinar de un extremo a otro sembrando flores, por doquier flores rojas y conociendo que al sembrarlas cualquier rincón nos puede servir de sepultura: he aquí la razón de nuestra intensidad en todo lo que buscamos, hacemos, transformamos... Sólo los seres mediocres, conservadores, se aferran a su pasado, se resisten a vivir con intensidad y guardan sus «reservas» como un baúl de abalorios. Nosotros transformamos todo lo que tocamos, pues nuestra condena es triunfar: hermosa condena; y hasta nuestro corazón y nuestra mente los tocamos conscientemente aunque a veces nos hagan sangrar» (1º Set. 1985). «... Nada es estable hoy en día, y si la vorágine de nuestras vidas (cortas o largas) sirven y marchan en el sentido de la historia serán vidas bien invertidas» (2 de Octubre de 1985).

Como padre era muy tierno. Lo recuerdo cuando llevaba a nuestra hijita a la guardería, en bicicleta; cuando la iniciaba en el conocimiento de las plantas, de las flores, y el amor a la naturaleza. Nuestra hija se quedó, el Domingo 15 de Junio (no hubo visitas para niños), con un cuadro que le pintara para ofrecérselo por el Día del Padre: prados, corderos triscando, picaflores en vuelo sobre un cielo rojo, un paisaje rural como él siempre añoraba.

En prisión, como sus compañeros, no cejaba en la permanente denuncia de la situación de los presos políticos en los Tribunales, incluso dos días antes del magnicidio, el lunes 16 de junio (El Nuevo Diario y las Revistas Equis y Cambio, así lo consignaron).

Y fue abaleado el 19 de junio, en el genocidio contra los presos políticos de Lurigancho, el Frontón y la Cárcel del Callao, donde cayeron asesinados más de 300 prisioneros entre obreros, campesinos, artesanos, estudiantes, profesores, abogados, ingenieros, poetas, músicos, pintores. Y en Lurigancho, lo dejaron, con vesania, para el final. No quiero imaginar el intenso dolor que habrá experimentado su corazón, su alma, al ver morir uno a uno a sus queridos compañeros, a esos hermosos combatientes que no cejaron hasta el final, que vencieron a la muerte. Han sido horas de sufrimiento, pero estoy segura, también de orgullo de sentirse parte de ese conjunto de héroes. Estamos transidos de dolor porque ya no les tendremos materialmente con nosotros. Pero ellos no han muerto en el estricto sentido de la palabra, no están destinados a la precariedad, al olvido luego del ritual, como pasa con el común de los mortales. Han resistido heroicamente, cantándole a la vida. Antonio expresó en una entrevista a los presos de Lurigancho, en el verano del 86» «Amamos la vida, pero porque la amamos somos capaces de entregarla...» (Quehacer-Desco). Esta hermosa declaración implica una concepción más trascendente que el amor exclusivo de la relación personal. Adquiere una connotación muy grande. Entraña el amor universal al hombre, a nuestro pueblo. Reafirma el amor fraternal, la mentalidad del hombre nuevo, que ya era; la actitud solidaria de subordinar los intereses privados al bienestar común, a la transformación del mundo.

Antonio, al igual que todos los combatientes, han escrito con su preciosa sangre, que es nuestra sangre, hermosas páginas de la Historia de las luchas de la Humanidad. Y no están muertos. Viven en el corazón y en la mente de las masas más profundas de nuestro pueblo. Son héroes como lo declara la Resolución del Comité Central del PCP (que publicara El Nuevo Diario el 13 de Julio de 1986) «así el Diecinueve de Junio se estampa imperecedero como DÍA DE LA HEROICIDAD».

Al finalizar estos apuntes, me pregunto cómo se sentiría Antonio al leerlos. Él, que no dio, en prisión, ninguna entrevista personal a la prensa. Él, que con sus principios junto a sus compañeros, ha trascendido la pura individualidad para pasar a formar parte de la Historia colectiva. Ciertamente, como dice un escrito «la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos».  Antonio me dijo más de una vez que yo lo idealizaba; es probable. Cierto es también, que él podría haber hablado de su vida con más precisión y sutileza que yo. Sin embargo, creo que este itinerario se justifica. He tratado de hacer su semblanza como un individuo participante de un proceso social que, al mismo tiempo implica el recorrido de su propia vida. Y eso, con el propósito de contribuir a esclarecer su verdadera imagen, trajinada y tendenciosamente utilizada por la prensa parametrada que, en el colmo del delirio llegó a adjudicarle un rol que no es el que ha cumplido, en vano intento de confundir a las masas, de distorsionar el proceso histórico que se desenvuelve. (Él, siempre que tuvo ocasión y, principalmente, en los Tribunales, rechazó esta tergiversación). Claro está, soy consciente de que estoy demasiado comprometida afectivamente con él, por ello mi enjuiciamiento no puede ser todo lo objetivo que quisiera. Veo que me he extendido, quizá en detalles innecesarios, me excuso por ello. Pero pienso que lo rescatable de esta reseña es la comprobación, una vez más, que no son inconciliables el individuo y la colectividad; sino que, por el contrario, ese Yo individual es trascendente en la medida en que se abre al Yo colectivo, en que el alma de uno está transfundida en el alma colectiva, en un proceso de desarrollo de la ideología. Antonio decía en su carta del 10 de Diciembre del 85: « No somos tan grandes como individuos, pero sí es grande el conjunto solidario, unido por la ideología más poderosa que ha forjado el hombre en la Historia, con una voluntad unificada y con una disposición de accionar único: es decir, el grande es el P., nosotros somos frágiles».

 

NOTAS

[1] «... El año 1962 salí de la región convencido de que el enfoque de la Colonización estaba mal orientado. Fue una experiencia invalorable para mí... » (Díaz Martínez, Antonio, Ayacucho: Hambre y Esperanza. Mosca Azul Editores, 1985, p. 79).

[2] «... La facción revolucionaria del Partido Comunista del Perú rompe con el revisionismo y tomando el Pensamiento Mao Tsetung como desarrollo del Marxismo-Leninismo, se propone retomar y desarrollar a Mariátegui y reconstituir su Partido en la perspectiva de la toma del poder por vía revolucionaria...» (Díaz Martínez, Antonio, op. cit., p. 194).

[3] «... El Estudio que presentamos... se llevó a cabo entre los años 65-69, con recopilación empírica, recogida directamente en el campo» (Díaz Martínez, op. cit., p. XVI).

[4] «... Esto nos demuestra que las colonizaciones en el trópico son muy costosas, muy difíciles, poco rentables y, si antes no se resuelve el problema de la distribución de tierras y no se organiza la agricultura por el sistema de planificación centralizada será siempre un fracaso, puesto que no constituye ni siquiera un analgésico del problema explosivo del campo latino americano... Algunas sugestiones sobre Colonización (recursos forestales, agrícolas, hidráulicos, etc; op. cit., p. 82); «Proyecto de Desarrollo Rural para los campesinos de Allpachaka ante las autoridades universitarias (op. cit., p. 205-208).

[5] «... Esos dos caminos de desarrollo burgués objetivamente posible, nosotros los denominaríamos camino de tipo prusiano y camino de tipo norteamericano. En el primer caso, la explotación feudal del terrateniente se transforma lentamente en una explotación burguesa, junker, condenando a los campesinos a decenios enteros de expropiación y del yugo más doloroso, dando origen a una pequeña minoría de «labradores fuertes»... el contenido fundamental de la evolución es la transformación del feudalismo en un sistema de brutal dependencia económica, a través de las deudas y en la explotación capitalista sobre las tierras de los feudales –terratenientes- junkers. En el segundo caso, el fondo básico es la transformación del camino patriarcal en el granjero burgués...» (op. cit., p. 178).

[6] «... Una facción de la Gran Burguesía –la Burguesía Burocrática-, que desde hacía quince años se venía gestando al amparo del Estado, es aún débil como clase y no tiene un partido que la represente; es por eso que las fuerzas armadas toman ese rol y dan un golpe para ejercer un control directo sobre el gobierno. ¿Qué es lo que buscan? Reordenar un Estado corporativo y profundizar la penetración del Capital burocrático, en su intento de impedir que el Camino del pueblo se siga desarrollando. Este régimen de Velasco-Morales plantea metas para cambiar el proceso productivo agrario e industrial evolucionando la feudalidad y acelerando la penetración del capital burocrático; para ello se propone utilizar el aparato estatal como motor impulsor de la economía [...]. Así Velasco representa la continuación y profundización del régimen de Belaúnde del 63. En su plan 71-75 pone al Estado como eje de la economía. Pero el año 1974 empieza la crisis que impide se cumpla el Plan: por lo cual, Morales Bermúdez da un golpe interno para hacer un reajuste general corporativo y poder persistir en la metas que se había fijado el `68. Morales apunta a una nueva Constitución, en la cual se plasme las formas de propiedad que se habían introducido; apunta, también a reajustar la economía y a traspasar el gobierno a los civiles (28) Voz Popular nº 5 PCP (op. cit. p. 195-198).

[7] «... en primer lugar el cambio de las relaciones de producción, para demostrar en segundo término el desarrollo que se logra en las fuerzas productivas cuando cambian aquellas y, concluir con la necesidad de una revolución a nivel de superestructura, capaz de consolidar los cambios y hacer avanzar aún más la sociedad» (op. cit., p. 17).

[8] «... En mis viajes para estudiar los aspectos sociales de la agricultura de países capitalistas del segundo mundo y de algunos países semicoloniales y semifeudales del tercer mundo, jamás pude percibir ni observar simples técnicas, aparentemente empíricas, pero de hondo contenido científico como las de los tachaineses: trasplantar el trigo y maíz? «derroche de trabajo»; nivelar las crestas de las colinas con un gran esfuerzo humano para ganar una o dos Hectáreas de tierra cultivable? «no es rentable»; labrar las piedras que han de servir de muro para las terrazas: «pérdida de tiempo»; inventarse un mini-tractor oruga capaz de arar terraplenes de dos metros de ancho? «imposible». Estas serían las respuestas que la «moderna» agronomía burguesa daría ante problemas de este tipo; sin embargo estos son los aspectos que nos hacen meditar acerca de la transformación que tendrá lugar en la naturaleza cuando las grandes masas organizadas conscientemente creen a través de su esfuerzo y a partir de la tecnología existente, una ciencia y una técnica adecuadas a sus condiciones de vida material y al servicio de su propio bienestar» (op. cit., p. 74).

[9] «... La Revolución Cultural toma su primer impulso entre 1966 y 1968. Durante estos dos años la nueva cultura socialista se impone sobre la forma anterior y poco a poco empieza a ganar terreno. Sin embargo, persiste la contradicción; la proletaria que acentúa y continúa la revolución y la burguesa que pretende detenerla e incluso hacerla retroceder. Esta última ha tenido en Teng Siao Ping a uno de sus defensores que junto a otros se oponían al avance revolucionario. La caída de éste no significará, tendrá nuevos brotes y nuevos enfrentamientos con la línea proletaria que ha dejado el Presidente Mao (op. cit., p. 159).

[10] «... Hoy he tenido magníficas experiencias: una buena lección teórico-práctica de la agronomía, como ninguna de las que recibí durante cinco años en una famosa escuela de agronomía de mi país; y también he recibido elocuentes manifestaciones de amistad y compañerismo de parte de los colegas chinos, como ninguno de los 500 días ya pasados en Pekín; en fin, siento que la euforia y alegría de estos compañeros, es contagiosa» (op. cit., p. 174).

[11] «... Sin embargo, alrededor de estos planteamientos se prevee una gran lucha ideológica en China. Los derechistas pretenderán impulsar el plan económico de la producción sin tener en cuenta la consolidación de la dictadura del proletariado y la lucha de clases. La línea roja, proletaria, del Pensamiento Mao Tsetung querrá profundizar la construcción socialista bajo la dictadura omnímoda del Proletariado. No obstante si pensamos con Mao que todos los acontecimientos de la historia tienen sus vueltas y revueltas, habrá que estar prevenidos porque podría ser que con este V Plan quinquenal se pretenda iniciar un retroceso en China» (op. cit., p. 195).