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León Trotsky


La revolución turca y las tareas del proletariado



Escrito: 17 de diciembre de 1908
Primera Edición: Pravda nº 2 (17/12/1908)
Digitalización: Germinal
Fuente: Archivo francés del MIA
Esta Edición: Marxists Internet Archive.




I

El eco de la revolución rusa (de 1905) ha llegado hasta lugares muy alejados de las fronteras de Rusia. En Europa occidental ha propiciado un desarrollo vertiginoso del movimiento proletario. Y también ha alentado la actividad política en los paises del Asia. En Persia, fronteriza con el Caucaso y directamente influenciada por los acontecimientos de Rusia, ha comenzado una lucha revolucionaria multiforme que ya se prolonga durante más de dos años. En China, en la India, en todas partes las masas se levantan contra sus propios tiranos y los expoliadores europeos (capitalistas, misioneros) que no contentos con explotar a sus propios proletariados se lanzaron al pillaje de los pueblos asiáticos. La repercusión más reciente de la revolución rusa es la revolución que ha estallado este verano en Turquía.

Turquía se encuentra en la península balcánica, al sureste de Europa. Desde tiempos inmemoriales este país ha simbolizado el estancamiento, el inmovilismo y el despotismo. En este terreno, el Sultán de Constantinopla no le va a la zaga a su hermano de San Petersburgo, incluso le saca ventaja. Pueblos de diferentes razas y religiones (eslavos, armenios, griegos) fueron sometidos a diabólicas persecuciones. Pero incluso el pueblo del mismo Sultán -los musulmanes turcos- no vivía precisamente en la gloria. Los campesinos se encontraban reducidos prácticamente a la esclavitud por los funcionarios de la administración y los terratenientes. Eran pobres, ignorantes, superticiosos. Las escuelas no abundaban. El gobierno del Sultán -que temía el crecimiento del proletariado- dispuso toda una serie de medidas que dificultaban la creación de fábricas. Los espías intrigaban por doquier. El despilfarro y la malversación de fondos que practicaba la burocracia del Sultán (igual que hacía la del Zar) no conocían límites. Todo esto debía conducir inexorablemente a la quiebra completa del Estado. Los gobiernos capitalistas de Europa, como perros hambrientos, rondaban Turquía dispuestos a disputarse sus despojos. Y el Sultán Abdul Hamid continuaba acumulando deudas cuyo pago dejaba exangües a sus súbditos. El descontento del pueblo iba en aumento desde hacía largo tiempo y, bajo el impacto de los acontecimientos de Rusia y Persia, se manifestó ahora abiertamente.

En Rusia el proletariado se impuso como principal combatiente de la revolución. En Turquía, como ya he indicado antes, la industria no existía más que en forma embrionaria y el proletariado era débil y poco numeroso. Como los elementos más instruidos de la intelectualidad turca, los enseñantes, ingenieros, etc., tenían pocas posibilidades para emplear sus talentos en las escuelas o las fábricas, se convirtieron en oficiales de carrera. Muchos de ellos estudiaron en Europa occidental y se familiarizaron con sus regímenes. De vuelta en Turquía se toparon con la ignorancia y la pobreza del soldado turco y la degradación del Estado. Esto provocó su rencor y así el cuerpo de oficiales se convirtió en el nido del descontento y la revuelta.

Cuando ésta estalló, en julio de este año (1908), de repente el Sultán se quedó prácticamente sin ejército. Una tras otra, las unidades militares se pasaron a la revolución. Sin duda los ignorantes soldados no comprendían el objetivo del movimiento, pero el descontento provocado por sus condiciones de vida hizo que siguieran a sus oficiales. Estos reclamaron perentoriamente una Constitución, amanazando con derrocar al Sultán si esta reivindicación no era atendida. Abdul Hamid sólo podía ceder y otorgó una Constitución (los sultanes siempre tienen estos gestos cuando sienten la punta del cuchillo en su garganta), instauró un gobierno de personalidades liberales y se decantó por la celebración de elecciones a un Parlamento. Todo el país fue presa de una febril actividad. Los mítines se sucedían uno tras otro. Empezaron a editarse nuevos diarios en gran número. El joven proletariado turco, como despertado por un trueno, entró en escena. Estallaron huelgas y se crearon organizaciones obreras. En Salónica salió a la luz el primer diario socialista.

En el momento en que escribo estas líneas, el parlamento turco ya está formado -con una mayoría de "jóvenes turcos" reformadores. El futuro inmediato nos dirá qué suerte le depara a esta "Duma" turca.

II

La impotente Turquía del viejo orden fue desmembrada por los estados capitalistas. Austria ya se apoderó treinta años ha de dos provincias (Bosnia y la Herzegovina de población serbia).

En el lenguaje codificado del bandidismo diplomático, este acto de pillaje se denomina "ocupación", es decir, administración temporal de estas provincias. Pero ya son tres decenios lo que dura la dominación exclusiva de Austria sobre estos territorios.

Cuando Turquía se liberó del despotismo del Sultán y el pueblo turco asumió la administración del Estado, los tiburones europeos se inquietaron. Ahora que los turcos habían reforzado su Estado puede que reclamaran la devolución de algunos territorios. Austria se apresuró a declarar que su "ocupación" era ya una "anexión" -es decir, se apropiaba definitivamente de los territorios en cuestión. De hecho nada había cambiado puesto que Bosnia-Herzegovina ya estaba en sus manos. Sin embargo los turcos protestaron y reclamaron una compensación. En estos momentos los gobiernos turco y austríaco mantienen negociaciones en torno a esta cuestión.

Sin embargo no nos interesasn las negociaciones en sí mismas sino el clamor, e incluso furor, que ha provocado esta anexión en los partidos burgueses rusos, sobre todo entre los Cadetes.

"Bosnia está poblada por serbios y los serbios, como eslavos, son nuestros hermanos. En consecuencia, el gobierno ruso debe tomar medidas para liberar Bosnia, prisonera de los autríacos, sin demora". Así lo exigen los Cadetes en la prensa y en todos sus mítines.

Nosotros, los socialdemócratas, debemos oponernos firmemente a esta agitación absurda y peligrosa. Reflexionemos un instante, los liberales proponen que el gobierno del Zar libere a los eslavos de la península balcánica. ¿Pero acaso no hay otros eslavos más cerca de Rusia que deben ser liberados del yugo zarista? Los polacos también son "eslavos" y, sin embargo, su suerte, bajo la bota de la autocracia, es incomparablemente peor que la de los serbios sometidos al dominio austríaco.

Polacos y ucranianos, bielorusos y judíos, armenios y georgianos, eslavos y no eslavos, todos marchamos juntos por el sendero que diariamente riega con sangre la banda zarista. Y los liberales recurren a este gobierno, el más culpable de todos, para liberar a los serbios del yugo austríaco. ¿Para qué? Para que el zar los pueda estrangular entre sus aún más sangrientas manos.

El proletariado de Rusia no puede dirigirse a los Romanov para combatir a Austria, pues ni Austria es enemiga nuestra ni Romanov es nuestro amigo.

En Austria, como también entre los serbios, tenemos un aliado con el que podemos contar: el proletariado austríaco, comprometido en una lucha a muerte contra su propio gobierno. Por nuestra parte, no podemos reforzar al gobierno zarista en nombre de la lucha contra Austria, no debemos proporcionarle reclutas, no debemos votar a favor de su presupuesto ni de sus empréstitos como hacen los traidores Cadetes o la Duma, al contrario, debemos debilitar a este régimen de todas las maneras posibles hasta que podamos asestarle la estocada.

La autocracia rusa es enemigo jurado de los pueblos libres del mundo. Hace poco el coronel zarista Lyakhov aseguró personalmente la dislocación de los Majies (el Parlamento persa) y a la primera ocasión favorable el gobierno del Zar intentará sin duda golpear a la nueva Turquía.

Por ello nuestra lucha contra el zarismo es de alcance mundial. El mejor servicio que podemos hacer a los serbios de Bosnia y a todos los pueblos oprimidos será hacer caer la corona de la cabeza de Nicolás II. No podemos prestar el menor apoyo a las bayonetas zaristas -bayonetas teñidas con nuestra propia sangre.

Pravda nº 2, 17 de diciembre de 1908



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