Leon Trotsky - La revolución traicionada
VIII

La política exterior y el ejército

DE LA REVOLUCIÓN MUNDIAL AL 'STATU QUO'

La política exterior siempre ha sido la continuación de la política interior, pues la dirige la misma clase dominante y persigue los mismos fines. La degeneración de la casta dirigente de la URSS tenía que introducir una modificación correspondiente en los fines y en los métodos de la diplomacia soviética. La "teoría" del socialismo en un solo país, enunciada por primera vez durante el otoño de 1924, se debió al deseo de liberar la política extranjera de los soviets del programa de la revolución internacional. Sin embargo, la burocracia no quería romper sus relaciones con la Internacional Comunista, pues ésta se hubiera transformado inevitablemente en una organización de oposición internacional, lo que hubiera sido bastante desagradable para la URSS por la relación de las fuerzas. Al contrario, mientras la política de la URSS se apartaba más del antiguo internacionalismo, los dirigentes se aferraban con mayor fuerza al timón de la III Internacional. Con su antigua denominación, la Internacional Comunista sirvió a nuevos fines. Estos fines nuevos exigían hombres nuevos. A partir de 1923, la historia de la Internacional Comunista es la de la renovación de su estado mayor moscovita y de los estados mayores de las secciones nacionales, por medio de revoluciones palaciegas, de depuraciones, de exclusiones, etc. En la actualidad, la Internacional Comunista no es más que un aparato perfectamente dócil, dispuesto a seguir todos los zigzags de la política extranjera soviética.
La burocracia no solamente ha roto con el pasado, sino que también ha perdido la facultad de aprovechar sus lecciones capitales. Hay que recordar que el poder de los soviets no se hubiera sostenido doce meses sin el apoyo inmediato del proletariado mundial, europeo sobre todo, y sin el movimiento revolucionario de los pueblos de las colonias. El militarismo austro-alemán no pudo llevar a fondo su ofensiva contra la Rusia de los soviets, porque sentía sobre su nuca el aliento abrasador de la revolución. Las revoluciones de Alemania y de Austria-Hungría anularon, al cabo de nueve meses, el tratado de Brest-Litovsk. Las revoluciones de la flota del Mar Negro, en abril de 1919, hicieron que el Gobierno de la Tercera República renunciara a extender las operaciones en el sur del país soviético. Bajo la presión directa de los obreros británicos, el Gobierno inglés evacuó el norte en septiembre de 1919. Después de la retirada del Ejército Rojo de la vecindad de Varsovia, en 1920, una poderosa corriente de protestas revolucionarias fue lo único que impidió a la Entente auxiliar a Polonia para infligir a los soviets una derrota decisiva. Las manos de Lord Curzon, cuando dirigió en 1923 su ultimátum a Moscú, fueron atadas por la resistencia de las organizaciones obreras de Inglaterra. Estos episodios notables no están aislados; caracterizan el primer periodo, el más difícil de la existencia de los soviets. Aunque la revolución no haya vencido en ninguna parte fuera de Rusia, las esperanzas fundadas sobre ella no fueron vanas.
Desde entonces, el Gobierno de los soviets firmó diversos tratados con los Estados burgueses: el tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918; el tratado con Estonia en febrero de 1920; el tratado de Riga con Polonia, en octubre de 1922, y otros acuerdos diplomáticos menos importantes. Sin embargo, ni al Gobierno de Moscú ni a ninguno de sus miembros se les ocurrió jamas presentar a sus socios burgueses como "amigos de la paz" ni, con mucha mayor razón, de invitar a los partidos comunistas de Alemania, de Estonia o de Polonia, a que sostuvieran con sus votos a los gobiernos burgueses signatarios de esos tratados. Precisamente este problema tiene una importancia decisiva para la educación revolucionaria de las masas. Los soviets no podían dejar de firmar la paz de Brest-Litovsk, así como los huelguistas agotados no pueden rechazar las condiciones más duras del patrón; pero la aprobación de ese tratado por la socialdemocracia alemana, bajo la forma hipócrita de abstención en el voto, fue condenada por los bolcheviques como un sostén a los bribones y a su violencia. Aunque cuatro años más tarde se firmó el tratado de Rapallo sobre las bases de una igualdad formal de las partes contratantes, si el partido comunista alemán hubiera pensado en expresar en esa ocasión su confianza a la diplomacia de su país, hubiera sido excluido inmediatamente de la Internacional. La idea básica de la política extranjera de los soviets era que los acuerdos comerciales, diplomáticos y militares del Estado soviético con los imperialistas, acuerdos inevitables, en ningún caso debían frenar o debilitar la acción del proletariado en los países capitalistas interesados; pues la salud del Estado obrero no está asegurada en última instancia, más que por el desarrollo de la revolución mundial. Cuando Chicherin propuso, durante la preparación de la conferencia de Ginebra, introducir en la Constitución soviética modificaciones "democráticas" para satisfacer a la "opinión pública" americana, Lenin insistió, en una carta oficial del 23 de enero de 1922, sobre la necesidad de enviarlo, sin tardanza, a que reposara en un sanatorio. Si en ese tiempo alguien se hubiera permitido proponer que se pagaran las buenas disposiciones del imperialismo con una adhesión -digámoslo a título de ejemplo- al pacto vacío y falso de Kellogg, o con una atenuación en la acción de la Internacional Comunista, Lenin no hubiera dejado de proponer el envío de ese innovador a un manicomio -y ciertamente no hubiera encontrado la menor objeción en el Buró Político-.
Los dirigentes de esa época se mostraban particularmente implacables en lo referente a las ilusiones pacifistas de toda clase, a la Sociedad de las Naciones, a la seguridad colectiva, al arbitraje, al desarme, etc., pues no veían en ellos más que los medios para adormecer la vigilancia de las masas obreras y sorprenderlas mejor en el momento en que estallara la nueva guerra. El programa del partido, elaborado por Lenin y adoptado por el congreso de 1919, contiene sobre este asunto el pasaje siguiente, desprovisto de todo equívoco: "La presión creciente del proletariado y, sobre todo, sus victorias en ciertos países, aumentan la resistencia de los explotadores y los conducen a nuevas formas de asociaciones capitalistas internacionales (la Sociedad de las Naciones, etc.), que, al organizar a escala mundial la explotación sistemática de los pueblos del globo, tratan, en primer lugar, de reprimir el movimiento revolucionario de los proletarios de todos los países. Esto implica inevitablemente guerras civiles en el seno de diversos Estados, coincidiendo con las guerras revolucionarias de los países proletarios que se defienden, y de los pueblos oprimidos sublevados contra las potencias imperialistas. En estas condiciones, las consignas del pacifismo, tales como el desarme internacional en el régimen capitalista, los tribunales de arbitraje, etc., no revelan solamente utopismo reaccionario, sino que además, constituyen para los trabajadores un engaño manifiesto tendente a desarmarlos y alejarlos de la tarea de desarmar a los explotadores". Estas líneas del programa bolchevique, formulan anticipadamente un juicio implacable sobre la actual política extranjera de la URSS, la política de la Internacional Comunista y la de todos sus "amigos" pacifistas de todas partes del mundo.
Es cierto que, después del periodo de intervención y del bloqueo, la presión militar y económica del mundo capitalista sobre la Unión Soviética fue mucho menos fuerte de lo que se había temido. Europa vivía aún bajo el signo de la guerra próxima. Sobrevino enseguida una crisis económica mundial de una gravedad extrema, que hundió en la postración a las clases dirigentes del mundo entero. Esta situación permitió a la URSS infligiese impunemente las pruebas del primer plan quinquenal, que entregó de nuevo el país al hambre, a la guerra civil y a las epidemias. Los primeros años del segundo plan quinquenal, que producen una mejoría evidente en la situación interior, coinciden con el comienzo de una atenuación de la crisis en los países capitalistas, con un aflujo de esperanzas, de deseos, de impaciencia y, en fin, con la reanudación del armamentismo. El peligro de una agresión combinada contra la URSS, en nuestra opinión sólo reviste formas sensibles porque el país de los soviets aún está aislado; porque en gran parte del territorio de "la sexta parte del mundo" reina la barbarie primitiva; porque el rendimiento del trabajo, a pesar de la nacionalización de los medios de producción, es mucho más bajo que en los países capitalistas; en fin, porque -y éste es actualmente el hecho capital- los principales contingentes del proletariado mundial están derrotados y carecen de seguridad y de dirección. La Revolución de Octubre, a la que sus jefes consideraban como el comienzo de la revolución mundial, pero que, por la fuerza de las cosas, se transformó temporalmente en un factor en sí, revela en esta nueva fase de la historia cuán profundamente depende del desarrollo internacional. Se hace de nuevo evidente que el problema histórico de "¿quién triunfará?", no puede resolverse dentro de límites nacionales; que los éxitos o los fracasos del interior no hacen más que preparar las condiciones más o menos favorables para una solución internacional del problema.
La burocracia soviética -hagámosle justicia- ha adquirido una vasta experiencia en el manejo de las masas humanas; ya se trate de adormecerías, de dividirlas, de debilitarlas o simplemente de engañarlas con el objeto de ejercer sobre ellas un poder absoluto. Pero, justamente por eso, la burocracia ha perdido toda posibilidad de educarlas revolucionariamente. Por lo mismo que ha agotado la espontaneidad y la iniciativa de las masas populares en su propio país, no puede despertar en el mundo el pensamiento crítico y la audacia revolucionaria. Por otra parte, como formación dirigente y privilegiada, aprecia infinitamente más la ayuda y la amistad de los radicales burgueses, de los parlamentarios reformistas, de los burócratas sindicales de Occidente, que la de los obreros separados de ella por un abismo. No es éste el sitio para trazar la historia de la decadencia y de la degeneración de la III Internacional, tema al que el autor ha consagrado varios estudios especiales traducidos en casi todas las lenguas de los países civilizados. El hecho es que, en su calidad de dirigente de la Internacional Comunista, la burocracia soviética, ignorante e irresponsable, conservadora e imbuida de un espíritu nacional limitadísimo, no ha valido al movimiento obrero del mundo más que calamidades. Como por una especie de rescate histórico, en la actualidad la situación internacional de la URSS está mucho menos determinada por el éxito de la edificación del socialismo en un país aislado, que por las derrotas del proletariado mundial. Basta recordar que el desastre de la revolución china en 1925-27, que desató las manos del imperialismo japonés en Extremo Oriente, y el desastre del proletariado alemán que condujo al triunfo de Hitler y al frenesí armamentista del Tercer Reich son, en la misma medida, frutos de la política de la Internacional Comunista.
Al traicionar a la revolución mundial, pero sintiéndose traicionada por ella, la burocracia termidoriana se asigna como objetivo principal el de "neutralizar" a la burguesía. Para alcanzar este fin tiene que adoptar una apariencia moderada y sólida, de verdadera guardiana del orden. Pero a la larga, para parecerlo hay que llegar a serlo. La evolución orgánica de los medios dirigentes lo ha logrado, Retrocediendo así, poco a poco, ante las consecuencias de sus propias faltas, la burocracia ha terminado por concebir, para afianzar la seguridad de la URSS, la integración de ésta en el sistema de statu quo de la Europa Occidental. ¿Qué cosa mejor que un pacto perpetuo de no agresión entre el socialismo y el capitalismo? La fórmula actual de la política extranjera oficial, ampliamente publicada por la diplomacia soviética, a la que está permitiendo hablar el lenguaje convencional del oficio, y también por la Internacional Comunista que, según creemos, debería expresarse en el lenguaje de la revolución, dice: "No queremos una pulgada de territorio extranjero, pero no cederemos una sola del nuestro". ¡Como si se tratara de simples conflictos territoriales y no de la lucha mundial de dos sistemas irreconciliables!
Cuando la URSS creyó prudente ceder a Japón el ferrocarril de la China Oriental, este acto de debilidad, preparado por la derrota de la revolución china, fue alabado como una manifestación de fuerza y de seguridad al servicio de la paz. En realidad, al entregar al enemigo una importante vía estratégica, el Gobierno soviético facilitaba a Japón sus conquistas posteriores en el norte de China y sus atentados contra Mongolia. El sacrificio obligado no significaba una neutralización del peligro, sino, en el mejor de los casos, una breve tregua y, en cambio, excitaba poderosamente los apetitos de la camarilla militar de Tokio.
El problema de Mongolia es el de las posibilidades estratégicas avanzadas de Japón, en la guerra contra la URSS. El Gobierno soviético se vio obligado a declarar que respondería con la guerra a la invasión de Mongolia. Aquí no se trata de la defensa de "nuestro territorio": Mongolia es un Estado independiente. La defensa pasiva de las fronteras soviéticas parecía suficiente cuando nadie las amenazaba seriamente. La verdadera defensa de la URSS consiste en debilitar las posiciones del imperialismo, y en consolidar las del proletariado y las de los pueblos coloniales del mundo entero. Una relación desventajosa de las fuerzas, puede obligarnos a ceder numerosas pulgadas de territorio, como sucedió con la paz de Brest-Litovsk, con la de Riga y, en fin, con la concesión del ferrocarril de la China Oriental. La lucha para modificar favorablemente las fuerzas mundiales, impone al Estado obrero el deber constante de ayudar a los movimientos emancipadores de los otros países, labor esencial, que es justamente irreconciliable con la política conservadora del statu quo.

LA SOCIEDAD DE NACIONES Y LA INTERNACIONAL COMUNISTA

Debido a la victoria del nacionalsocialismo, el acercamiento a Francia, que bien pronto se convirtió en un acuerdo militar, asegura a Francia, guardiana principal del statu quo, muchas más ventajas que a la URSS. Según el pacto, el concurso militar de la URSS a Francia es incondicional; por el contrario, el concurso de Francia a la URSS está condicionado por el consentimiento previo de Inglaterra y de Italia, lo que abre un campo ilimitado a las maquinaciones en contra de la URSS. La entrada de las tropas hitlerianas en la zona renana ha demostrado que, si Moscú diera pruebas de mayor firmeza, podría obtener garantías mucho más serias de Francia, si es que los tratados pueden constituir garantías en una época de virajes bruscos, de crisis diplomáticas permanentes, de acercamientos y de rupturas. Pero no es la primera vez que la diplomacia soviética se muestra mucho más firme en su lucha contra los obreros de su propio país que en las negociaciones con los diplomáticos burgueses.
El argumento según el cual el socorro de la URSS a Francia sería poco efectivo por falta de una frontera común entre la URSS y el Reich, no puede tomarse en serio. En caso de agresión alemana contra la URSS, el agresor encontrará evidentemente la frontera indispensable. En caso de agresión alemana contra Austria, Checoslovaquia y Francia, Polonia no podrá permanecer neutral ni un solo día. Si cumple sus obligaciones con Francia abrirá inmediatamente sus fronteras al Ejército Rojo; si, por el contrario, desgarra el tratado de alianza y se transforma en auxiliar de Alemania, la URSS descubrirá fácilmente la "frontera común". Por otra parte, en la guerra futura, las "fronteras marítimas y aéreas desempeñarán un papel no menos importante que las terrestres".
El ingreso de la URSS en la Liga de las Naciones [-Sociedad de Naciones-], presentado al país, por medio de una propaganda digna de Goebbels, como el triunfo del socialismo y el resultado de la "presión" del proletariado mundial, sólo ha sido aceptable para la burguesía a consecuencia del debilitamiento del peligro revolucionario; no ha sido una victoria de la URSS, sino una capitulación de la burocracia termidoriana ante la institución de Ginebra, profundamente comprometida y que, según el programa bolchevique que ya conocemos, "consagra sus esfuerzos inmediatos a reprimir los movimientos revolucionarios". ¿Qué es, pues, lo que ha cambiado tan radicalmente desde el día en que fue adoptada la carta del bolchevismo? ¿La naturaleza de la Sociedad de Naciones'? ¿La función del pacifismo en la sociedad capitalista? ¿La política de los soviets? Plantear el problema es resolverlo.
La experiencia ha demostrado rápidamente que la participación en la Sociedad de las Naciones no añade nada a las ventajas prácticas que se podían asegurar por medio de acuerdos separados con los Estados burgueses, pero que imponía, al contrario, restricciones obligaciones meticulosamente cumplidas por la URSS en interés de su reciente prestigio conservador. La necesidad de adaptar su política a la de Francia y sus aliados, ha impuesto a la URSS una actitud de las más equivocas en el conflicto italo-abisinio. Mientras que Litinov -que no era más que la sombra de monsieur Laval- expresaba a los diplomáticos franceses su gratitud por sus esfuerzos "en favor de la paz", tan felizmente coronados por la conquista de Abisinia, el petróleo del Cáucaso continuaba alimentando a la flota italiana. Se puede comprender que el Gobierno de Moscú haya evitado romper abiertamente un contrato comercial; pero los sindicatos soviéticos no estaban de ninguna manera obligados a cumplir con las obligaciones del Comisariado del Comercio Exterior. De hecho, la suspensión de la exportación de petróleo soviético a Italia por decisión de los sindicatos soviéticos, hubiera sido indiscutiblemente el punto de partida de un movimiento internacional de boicot, mucho más eficaz que las pérfidas "sanciones" determinadas de antemano por los diplomáticos y juristas de acuerdo con Mussolini. Y si los sindicatos soviéticos que en 1926 recolectaban abiertamente millones para sostener la huelga de los mineros británicos, no hicieron absolutamente nada, es porque la burocracia dirigente les prohibió toda iniciativa de este género, principalmente por la complacencia hacia Francia. Pero, en la guerra futura, ninguna alianza militar compensará a la URSS de la confianza perdida por los pueblos de las colonias y por las masas trabajadoras en general.
¿Es posible que el Kremlin no lo comprenda? "El fin esencial del fascismo alemán -nos responde el órgano oficioso de Moscú- era aislar a la URSS. Pues bien, en la actualidad la URSS tiene en el mundo más amigos que nunca" (Izvestia, 17/9/35). El proletariado italiano está bajo la bota del fascismo; la revolución china está vencida; el proletariado chino está vencido; el proletariado alemán está tan profundamente derrotado que los plebiscitos hitlerianos no encontraron resistencia alguna por su parte; el proletariado austríaco está atado de pies y manos; los partidos revolucionarios de los Balcanes están fuera de la ley; en Francia y en España, los obreros siguen a la burguesía radical. Pero el Gobierno de los soviets, desde que entró en la Liga de las Naciones, "tiene en el mundo más amigos que nunca". Esta habladuría, fantástica a primera vista, adquiere un sentido completamente real si no se la refiere al Estado obrero, sino a sus dirigentes; pues justamente las crueles derrotas del proletariado alemán son las que han permitido a la burocracia soviética usurpar el poder en su propio país y obtener, más o menos, la aceptación de la "opinión pública" de los países capitalistas. A medida que la Internacional Comunista es menos peligrosa para las posiciones del capital, el Gobierno del Kremlin parece más solvente a los ojos de la burguesía francesa, checoslovaca y otras. La fuerza de la burocracia en el interior y en el exterior está en proporción inversa a la de la URSS, Estado socialista y base de la revolución proletaria. Pero esto no es más que el anverso de la medalla; hay, además, un reverso.
Lloyd George, cuyas variaciones y cambios sensacionales no están desprovistos de fulgores de perspicacia, en noviembre de 1934 ponía en guardia a la Cámara de los Comunes contra una condena de la Alemania fascista, llamada a ser la fortaleza más segura de Europa ante el comunismo. "La saludaremos un día como amiga". ¡Palabras significativas! Los elogios semiprotectores, semiirónicos, concedidos por la burguesía mundial al Kremlin, no son la menor garantía para la paz y ni siquiera implican una disminución del peligro de guerra. La evolución de la burocracia soviética interesa en último lugar a la burguesía mundial, desde el punto de vista de las formas de la propiedad. Napoleón I, aunque hubiese roto radicalmente con las tradiciones del jacobinismo, aunque se hubiese coronado y restaurado la religión católica, seguía siendo objeto de odio de toda la Europa dirigente semifeudal, porque continuaba defendiendo la propiedad surgida de la revolución. Mientras que el monopolio del comercio exterior no sea abolido, mientras que los derechos del capital no sean restablecidos, la URSS, a pesar de todos los "méritos" de sus gobernantes, seguirá siendo para la burguesía del mundo entero un enemigo irreconciliable; y el nacionalsocialismo alemán, un amigo, si no de hoy, cuando menos de mañana. Desde que se iniciaron las negociaciones entre Barthou, Laval y Moscú, la gran burguesía francesa rehusó obstinadamente jugar la carta soviética, a pesar de la gravedad del peligro hitleriano y de la brusca conversión al patriotismo del Partido Comunista Francés. Después de la firma del pacto franco-soviético, Laval fue acusado en la izquierda de que, en realidad, al agitar en Berlín el espectro de Moscú, había aproximado a Berlín y a Roma. Estas apreciaciones que probablemente se anticipan un poco a los acontecimientos, en realidad no están en contradicción con su curso normal.
Independientemente de las opiniones que se pueden tener sobre las ventajas y los inconvenientes del pacto franco-soviético, ningún político revolucionario serio negará al Estado soviético el derecho de buscar un apoyo complementario en acuerdos momentáneos con tal o cual imperialismo. Solamente importa señalar a las masas, con claridad y con franqueza, el sitio que un acuerdo táctico parcial de ese género tiene en el sistema de conjunto de las fuerzas históricas. Para aprovechar el antagonismo entre Francia y Alemania, no es necesario idealizar a la aliada burguesa o a la combinación imperialista, momentáneamente enmascarada por la URSS. Pero la diplomacia soviética, seguida por la Internacional Comunista, transforma sistemáticamente a los aliados episódicos de Moscú en "amigos de la paz", engaña a los obreros hablando de "seguridad colectiva" y de "desarme" y se transforma, por eso mismo, en una filial política de los imperialistas en el seno de las masas obreras.
La memorable entrevista que concedió Stalin al presidente de Scripps-Howard Newspapers, Roy Howard, el 1 de marzo de 1935, constituye un documento inapreciable que muestra la ceguera burocrática en los grandes problemas de la política mundial y la hipocresía de las relaciones entre los jefes de la URSS y el movimiento obrero mundial. A la pregunta: "¿La guerra es inevitable?", Stalin responde: "Considero que las posiciones de los amigos de la paz se consolidan; pueden trabajar abiertamente, están sostenidos por la opinión pública y disponen de medios tales como la Sociedad de las Naciones". No hay el menor sentido de la realidad en estas palabras. Los Estados burgueses no se dividen en "amigos y enemigos" de la paz, ni hay "paz" en sí. Cada país imperialista está interesado en mantener su paz, y lo está tanto más cuanto más pesada sea esta paz para sus adversarios.
La fórmula común a Stalin, Baldwin, León Blum y otros: "La paz estaría verdaderamente asegurada si todos los Estados se agruparan en la Sociedad de las Naciones para defenderla", significa únicamente que la paz estaría asegurada si no hubiera razones para atacarla. La idea es sin duda justa, pero poco sustancial. Las grandes potencias que están alejadas de la Sociedad de las Naciones, evidentemente aprecian más su libertad de movimientos que la abstracción "paz". ¿Por qué necesitan su libertad de movimientos? Es lo que mostrarán a su tiempo. Los Estados que se retiran de la Sociedad de las Naciones, como Japón y Alemania, o se "alejan" momentáneamente como Italia, tienen para ello razones suficientes. Su ruptura con la Sociedad de las Naciones no hace más que modificar la forma diplomática de los antagonismos, sin tocar el fondo, y sin alterar la naturaleza misma de la Sociedad de las Naciones. Los justos que juran fidelidad inquebrantable a la Sociedad de las Naciones, tratan de servirse de ésta para el mantenimiento de su paz. Pero no están de acuerdo entre sí. Inglaterra está dispuesta a sacrificar la seguridad de las comunicaciones marítimas del Imperio Británico para obtener el apoyo de Italia. Para defender sus propios intereses, cada potencia está dispuesta a recurrir a la guerra, a una guerra que naturalmente sería la más justa de las guerras. Los pequeños Estados que, a falta de cosa mejor, buscan un abrigo en la Sociedad de las Naciones, no se colocarán, al fin y al cabo, al lado de la paz, sino al lado del más fuerte en la guerra.
La Sociedad de las Naciones defiende el statu quo, que no es la organización de la "paz", sino la de la violencia imperialista de la minoría sobre la inmensa mayoría de la humanidad. Este "orden" sólo puede ser mantenido con guerras incesantes, pequeñas y grandes; en las colonias, hoy; mañana, entre las metrópolis. La fidelidad imperialista al statu quo en Europa pero no en áfrica; nadie sabe cuál será su política de mañana, pero la modificación de las fronteras en áfrica ya tiene una repercusión en Europa: Hitler sólo se permitió mandar sus tropas a Renania porque Mussolini invadía Etiopía. Sería ridículo contar a Italia entre los "amigos" de la paz; sin embargo, a Francia le interesa más la amistad italiana que la soviética. Inglaterra, por su parte, busca la amistad alemana. Los grupos cambian pero los apetitos subsisten. La tarea de los partidarios del statu quo consiste, en realidad, en encontrar en la Sociedad de las Naciones la combinación de fuerzas más favorables y el camouflage más cómodo para la preparación de la próxima guerra. ¿Quien la comenzará y cuando? Esto depende de circunstancias secundarias, pero será necesario que alguien comience, pues el statu quo no es más que un vasto polvorín.
El programa del "desarme" sólo será una de las más nefastas ficciones mientras que subsistan los antagonismos sociales. Aun cuando se realizara por medio de convenciones -hipótesis verdaderamente fantástica-, no sería un obstáculo para la guerra. Los imperialistas no hacen la guerra porque tengan armas, sino al contrario, fabrican armas cuando tienen necesidad de guerra. La técnica moderna hace posible un rearme extraordinariamente rápido. Todas las convenciones de desarme o de limitación de los armamentos no impedirán que las fábricas de armamentos, los laboratorios y las industrias capitalistas en conjunto, conserven su potencialidad. Alemania desarmada, bajo el control atento de sus vencedores (única forma real de "desarme", dicho sea de paso), vuelve a ser, gracias a su poderosa industria, la ciudadela del militarismo europeo y se prepara para "desarmar", a su vez, a ciertos de sus vecinos. La idea de un "desarme progresivo" se reduce a una tentativa para disminuir en tiempo de paz los gastos militares exagerados; se trata de la caja fuerte y no del amor a la paz. Esta idea también resulta irrealizable. Las diferencias de situación geográfica, de poder económico y de saturación colonial, hacen que toda norma de desarme modifique la relación de fuerzas en favor de unos v en perjuicio de otros. De ahí, la esterilidad de las tentativas ginebrinas. En cerca de veinte años, las negociaciones y las conversaciones sobre el desarme sólo han provocado una nueva rivalidad de armamentos, que deja atrás a todo lo que hasta ahora se había visto. Fundar la política revolucionaria del proletariado sobre el programa del desarme no es ni siquiera construir sobre arena, es tratar de construir sobre la cortina de humo del militarismo.
El estrangulamiento de la lucha de clases en favor de un progreso sin límites de la carnicería sólo puede asegurarse con el concurso de los lideres de las organizaciones obreras de masas. Las consignas que en 1914 permitieron triunfar en esta labor: la "última guerra", la "guerra contra el militarismo prusiano", la "guerra de la democracia", están demasiado comprometidas por la historia de los últimos veinte años. "La seguridad colectiva" y el "desarme general" las reemplazan. Con el pretexto de sostener a la Sociedad de las Naciones, los líderes de las organizaciones obreras de Europa preparan una reedición de la unión sagrada, no menos necesaria para la guerra que los tanques, la aviación y los gases asfixiantes "prohibidos".
La III Internacional nació de una protesta indignada contra el social-patriotismo. Pero el contenido revolucionario que le había insuflado la Revolución de Octubre se ha agotado hace mucho tiempo. Actualmente, la Internacional Comunista se coloca bajo el signo de la Sociedad de las Naciones, como la II Internacional, pero con una provisión de cinismo más fresca. Cuando el socialista inglés Stafford Cripps llama a la Sociedad de las Naciones una asociación internacional de bandidos, lo que indudablemente no es cortés pero tampoco inexacto, el Times pregunta irónicamente: "¿En ese caso, cómo se explica la adhesión de la URSS a la Sociedad de las Naciones?". No sería fácil responderle. De esta manera, la burocracia moscovita presta una poderosa ayuda al social-patriotismo, al que la Revolución de Octubre dio en su momento un golpe terrible.
Roy Howard ha tratado de obtener a este propósito una explicación: "¿Cuáles son -pregunta a Stalin- vuestros planes y vuestras intenciones de revolución mundial?".
-Jamás hemos tenido tales proyectos
-Sin embargo...
-Es el fruto de una equivocación.
-¿Una equivocación trágica?
-No, cómica; o más bien, tragicómica.
Citamos textualmente. "¿Qué peligro pueden constituir -continúa Stalin- para los Estados vecinos, las ideas de los ciudadanos soviéticos, si estos Estados están bien consolidados?". El entrevistador hubiera podido preguntar aquí: ¿Y si no lo están'? Stalin proporcionó, además, otro argumento tranquilizador: "La exportación de las revoluciones es una broma. Cada país puede hacer su revolución. Nuestro país ha querido hacer una revolución y la ha hecho...". Citamos textualmente. De la teoría del socialismo en un solo país, la transición es natural a la teoría de la revolución en un solo país. ¿Pero, en tal caso, por qué existe la Internacional? -hubiera podido preguntar el entrevistador si no conociera, evidentemente, los límites de la curiosidad legítima-. Las tranquilizadoras explicaciones de Stalin, leídas por los obreros tanto como por los, capitalistas, están llenas de lagunas. Antes de que "nuestro país" hubiera querido hacer la revolución, importamos las ideas marxistas de otros países y aprovechamos la experiencia de otros... Durante decenas de años tuvimos una emigración revolucionaria que dirigía la lucha en Rusia; fuimos sostenidos, moral y materialmente, por las organizaciones obreras de Europa y América. Al triunfar, organizamos, en 1919, la Internacional Comunista y proclamamos muchas veces que el proletariado del país revolucionario victorioso está obligado a auxiliar a las clases oprimidas y rebeladas, no solamente en el terreno de las ideas, sino también, si esto es posible, con las armas en la mano. No nos contentamos con declararlo; sostuvimos por medio de las armas a los obreros de Finlandia, de Letonia, de Estonia, de Georgia; al hacer marchar al Ejército Rojo sobre Polonia, tratamos de proporcionar al proletariado polaco la oportunidad de sublevarse; enviamos organizadores e instructores militares a los revolucionarios chinos; en 1926 reunimos millones de rublos para los huelguistas ingleses. Resulta ahora que no eran más que equivocaciones. ¿Trágico? No, cómico. Stalin no se equivoca al decir que la vida en la URSS se ha vuelto "alegre" la misma Internacional Comunista se ha vuelto cómica.
Stalin hubiera sido más convincente si, en lugar de calumniar al pasado, hubiera afirmado claramente que la política termidoriana está en oposición con la de Octubre. "A los ojos de Lenin -hubiera podido decir- la Sociedad de las Naciones estaba destinada a preparar nuevas guerras imperialistas. Nosotros la consideramos como el instrumento de la paz. Lenin consideraba inevitables las guerras imperialistas. Nosotros consideramos que la exportación de revoluciones es una broma. Lenin condenaba la alianza del proletariado y de la burguesía imperialista como una traición. Nosotros empujamos al proletariado internacional hacia ella, con todas nuestras fuerzas. Lenin se burlaba de la consigna del desarme en el régimen capitalista; creía que era un engaño para los trabajadores. Nosotros fundamos toda nuestra política sobre esa consigna. Y vuestra equivocación tragicómica -podía terminar Stalin- consiste en tomarnos por los continuadores del bolchevismo, cuando en realidad somos sus sepultureros".

EL EJÉRCITO ROJO Y SU DOCTRINA

El antiguo soldado ruso, formado en las condiciones patriarcales de la "Paz" campesina, se distinguía sobre todo por su espíritu ciegamente gregario. Suvarov, generalísimo de Catalina II y de Pablo I, fue el amo indiscutible de ejércitos de siervos. La Gran Revolución Francesa liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa y de la Rusia de los zares. Aunque el imperio añadió más tarde a su historia grandes conquistas, ya no supo de victorias sobre los ejércitos de los países civilizados. Fueron necesarias derrotas en las guerras extranjeras y convulsiones interiores para templar de nuevo el carácter nacional de los ejércitos rusos. El Ejército Rojo sólo podía nacer sobre una base social y psicológica nueva. La pasividad, el espíritu gregario y la sumisión a la naturaleza, dejaron su sitio, con las nuevas generaciones, a la audacia y al culto de la técnica.
Al mismo tiempo que despertaba el individuo, el nivel cultural mejoraba. Los reclutas analfabetos disminuían constantemente; del Ejército Rojo no sale un hombre que no sepa leer y escribir. Se practican todos los deportes con entusiasmo y se extienden a otras partes. La insignia del buen tirador se ha hecho popular entre los empleados, los obreros, los estudiantes. Durante el invierno, los esquíes prestan a las unidades de tropa una movilidad antes desconocida. Se han obtenido resultados notables en el paracaidismo, en el vuelo sin motor, en la aviación. Las hazañas de la aviación en el ártico y en la estratosfera están presentes en todos los espíritus. Estas cimas indican toda una cadena de alturas conquistadas.
No hay necesidad de idealizar la organización o las cualidades del Ejército Rojo durante la guerra civil. Estos años fueron para los cuadros jóvenes un gran bautismo. Siempre los soldados del ejército imperial, suboficiales, subtenientes, se revelaban como organizadores y jefes; su voluntad se templaba en vastas luchas. Estos autodidactas fueron derrotados con frecuencia, pero terminaron por vencer. Los mejores de ellos se dedicaron enseguida a estudiar con aplicación. De los jefes militares actuales, todos los cuales han pasado por la escuela de la guerra civil, la mayor parte ha terminado sus estudios en la academia militar y ha seguido cursos especiales de perfeccionamiento. Cerca de la mitad de los oficiales superiores han recibido una instrucción militar adecuada; los otros poseen una instrucción media. La teoría les ha dado la disciplina indispensable del pensamiento, sin matar la audacia estimulada por las operaciones dramáticas de la guerra civil. Actualmente, esta generación tiene de cuarenta a cincuenta años, la edad del equilibrio de las fuerzas físicas y morales, en la que la iniciativa audaz se apoya sobre la experiencia sin que ésta la estorbe,
El partido, las Juventudes Comunistas, los sindicatos independientemente del método con que desempeñen su misión socialista-, forman innumerables cuadros de administradores, acostumbrados a manejar masas humanas y masas de mercancías y a identificarse con el Estado: éstas son las reservas naturales de los cuadros del ejército. La preparación de la juventud para el servicio militar constituye otra reserva. Los estudiantes forman batallones escolares susceptibles, en caso de movilización, de transformarse en escuelas de aspirantes. Para darse cuenta de la importancia de estos recursos, basta con indicar que el número de estudiantes salidos de las escuelas superiores llega en estos momentos a 80.000 por año, el número total de estudiantes sobrepasa al medio millón, el de alumnos del conjunto de establecimientos se aproxima a 28 millones.
En el dominio de la economía, y sobre todo, de la industria, la revolución social ha asegurado a la defensa del país ventajas en las que la vieja Rusia no podía pensar. Los métodos del plan significan la movilización de la industria, y permiten comenzar la defensa desde la construcción y el utillaje de nuevas empresas. Se puede considerar la relación entre la fuerza viva y la fuerza técnica del Ejército Rojo como igual a la de los ejércitos más avanzados de Occidente. La renovación del material de artillería se ha realizado con éxito decisivo durante el primer periodo quinquenal. Se han consagrado sumas enormes a la construcción de coches blindados, de camiones, de tanques y de aviones. El país tiene cerca de medio millón de tractores y, en 1936, deben fabricarse 60.000, con una fuerza global de 8,5 millones de caballos-vapor. La construcción de carros de asalto alcanza sumas semejantes. Las previsiones son de treinta a cuarenta y cinco carros por kilómetro de frente activo, en caso de movilización.
Después de la gran guerra, la flota se encontró reducida de 548.000 toneladas en 1917, a 82.000 en 1928. Había que empezar por el principio. En enero de 1936, Tujachevski declaraba al Ejecutivo: "Creamos una flota poderosa concentrando nuestros esfuerzos sobre los submarinos". El almirantazgo japonés, hay que admitirlo, está bien informado sobre los éxitos obtenidos en este terreno. En la actualidad, el Báltico es objeto de una atención equivalente. Sin embargo, durante los próximos años, la flota de alta mar no podrá desempeñar más que un papel auxiliar en la defensa de las fronteras navales.
En cambio, la flota aérea se desarrolla notablemente. Hace más de dos años, una delegación de técnicos franceses de aviación expresaba a este respecto, según la prensa, "su asombro y admiración". Se había podido convencer de que el Ejército Rojo construye, en número creciente, aviones pesados de bombardeo de un radio de acción de 1.200 a 1.500 kilómetros. En caso de conflicto en el Extremo Oriente, los centros políticos y económicos de Japón estarían expuestos a los ataques de la aviación de la región marítima de Vladivostok. Los informes proporcionados a la prensa hacen saber que el plan quinquenal preveía la formación de 62 regimientos de aviación, susceptibles de poner en línea 5.000 aparatos (para 1935). No hay duda de que en este aspecto el plan fue ejecutado y probablemente superado.
La aviación está indisolublemente ligada a un dominio de la industria que antes no existía en Rusia, pero que ha realizado grandes progresos en los últimos tiempos: la química. No es un secreto que el Gobierno soviético, como todos los demás gobiernos, no ha creído un solo instante en las repetidas "prohibiciones" de la guerra de gases. La obra de los "civilizadores" italianos en Abisinia ha demostrado una vez más lo que valen las limitaciones humanitarias al bandidaje internacional. Se puede pensar que el Ejército Rojo está prevenido contra las sorpresas catastróficas de la guerra química o bacteriológico -las regiones más misteriosas y terroríficas del armamento-, al mismo grado que los ejércitos de Occidente.
La calidad de los productos de la industria de guerra debe provocar dudas legítimas. Recordemos a este respecto que, en la URSS, los medios de producción son de mejor calidad que los artículos de consumo; ahora que, como los pedidos de guerra se hacen por medio de los grupos influyentes de la burocracia dirigente, la calidad de la producción se eleva sensiblemente sobre el nivel ordinario, que es muy bajo. Los servicios de guerra son los clientes más influyentes de la industria. No nos asombremos, pues, de que lo,, aparatos de destrucción sean de una calidad superior a los artículos de consumo y aun a los medios de producción. Sin embargo, la industria de guerra es una parte de la industria en general y refleja, aunque con atenuantes, todos los defectos de ésta. Vorochilov y Tujachevski no pierden ocasión para recordar públicamente a los administradores que "no siempre estamos satisfechos de la calidad de la producción que dais al Ejército Rojo". Hay motivos para creer que, entre ellos, los dirigentes de la defensa se expresan en términos más claros. Por regla general, el equipo de la intendencia es inferior al armamento y a las municiones. Las botas son menos buenas que las ametralladoras. El motor de avión, a pesar de los grandes progresos realizados, es aún inferior a los mejores modelos de Occidente. El antiguo objetivo -aproximarse lo más posible al nivel del enemigo futuro- subsiste en cuanto a la técnica de la guerra.
La situación es más desagradable en la agricultura. Se repite frecuentemente en Moscú que como los ingresos de la industria han sobrepasado a los de la agricultura, la preponderancia ha pasado en la URSS de la agricultura a la industria. En realidad, las proporciones nuevas de los ingresos están determinadas menos por el crecimiento de la industria, por importante que sea, que por el nivel bajísimo de la agricultura. El espíritu extremadamente conciliador de que ha dado pruebas la diplomacia soviética con Japón, durante años, se ha debido entre otras causas a las grandes dificultades de avituallamiento. Sin embargo, los tres últimos años han señalado una mejoría real y han permitido la creación de serias bases de aprovisionamiento para la defensa de Extremo Oriente.
Por paradójico que esto parezca, el caballo es el punto más vulnerable del ejército. La colectivización total provocó la pérdida de cerca del 55% de los caballos; y, a pesar de la motorización, los ejércitos actuales necesitan un caballo por cada tres hombres como en la época de Napoleón. Un cambio favorable se observó el año pasado a este respecto, pues el número de caballos comenzó a aumentar. En cualquier caso, aun si la guerra estallara dentro de algunos meses, un país de 170 millones de habitantes tendrá siempre la posibilidad de movilizar los recursos y los caballos necesarios, aunque en perjuicio, es inútil decirlo, del conjunto de la población. Pero en caso de guerra, las masas populares de todos los países sólo pueden esperar el hambre, los gases, las epidemias.

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La Gran Revolución Francesa creó su ejército con la amalgama de las nuevas formaciones y de las tropas de línea del ejército real. La Revolución de Octubre liquidó completamente al ejército del antiguo régimen. El Ejército Rojo fue creado desde la base. Nacido al mismo tiempo que el régimen soviético, compartió todas sus vicisitudes. Su superioridad inconmensurable sobre el ejército del zar se debió exclusivamente a la profunda transformación social. Actualmente, el Ejército Rojo no ha escapado a la degeneración del régimen soviético; al contrario, ésta ha encontrado en el ejército su expresión más acabada. Antes de tratar de determinar el posible papel del Ejército Rojo en un futuro cataclismo militar, es necesario que nos detengamos un momento en la evolución de sus ideas básicas y en su estructura.
El decreto del Consejo de Comisarios del Pueblo del 12 de enero de 1918, que creó un ejército regular, fijaba en estos términos su misión: "El paso del poder a las clases trabajadoras y explotadas hace necesario un ejército nuevo que será el baluarte del poder de los soviets (...) y el apoyo de la próxima revolución socialista de Europa". Al repetir, el 1º de Mayo, el "juramento socialista", cuyo texto no se ha cambiado desde 1918, los jóvenes soldados rojos se comprometen "ante las clases trabajadoras de Rusia y del mundo" a combatir "por el socialismo y la fraternidad de los pueblos, sin regatear sus esfuerzos ni su vida". Cuando Stalin dice actualmente que el internacionalismo de la revolución es una "cómica equivocación", le falta al respeto a los decretos fundamentales del poder de los soviets que no han sido todavía derogados.
Naturalmente que el Ejército profesaba las mismas ideas que el partido y el Estado. La legislación, la prensa, la agitación, se inspiraban igualmente en la revolución mundial concebida como un objetivo. El programa del internacionalismo revolucionario revistió muchas veces un aspecto exagerado en los servicios de guerra. El difunto Gussev, que durante algún tiempo fue el jefe del servicio Político del Ejército, y más tarde uno de los colaboradores más cercanos de Stalin, escribía en 1921 en una revista militar: "Preparamos el ejército de clase del proletariado (...) no solamente para defendernos de la contrarrevolución burguesa y señorial, sino también para guerras revolucionarias (defensivas y ofensivas), contra las potencias imperialistas". Gussev reprochaba al jefe del Ejército Rojo que lo preparaba insuficientemente para sus tareas internacionales. El autor explicó en la prensa al camarada Gussev que la fuerza armada extranjera está llamada a desempeñar en las revoluciones un papel auxiliar, no principal; no puede precipitar y facilitar la victoria si no intervienen condiciones favorables. "La intervención militar es útil como el forceps del partero; empleada a tiempo puede abreviar los dolores del parto; empleada prematuramente, sólo puede provocar el aborto" (5 de diciembre de 1925). Desgraciadamente, no podemos exponer aquí, como sería de desear, la historia de las ideas sobre este importante capítulo. Notemos, sin embargo, que Tujachevski, actualmente mariscal, en 1921 propuso al congreso de la Internacional Comunista la constitución de un "Estado Mayor Internacional": esta interesante carta fue publicada en su época en un volumen de artículos titulado La guerra de clases. Dotado para el mando, pero de una impetuosidad exagerada, este capitán supo por un artículo dedicado a él que "el Estado Mayor Internacional podría ser creado por los estados mayores nacionales de los diversos Estados proletarios; mientras que esto no suceda, un estado mayor internacional sería inevitablemente caricaturesco". Stalin procuraba no tomar partido ante los problemas de principios, sobre todo ante los nuevos; pero muchos de sus futuros compañeros se situaban, durante esos años, a la "izquierda" de la dirección del partido y del Ejército. Sus ideas contenían no pocas exageraciones ingenuas o, si se prefiere, "cómicas equivocaciones". ¿Una gran revolución es posible sin esto? Combatimos la "caricatura" extremista del internacionalismo, mucho tiempo antes de que hubiéramos tenido que volver nuestras armas en contra de la teoría no menos caricaturesca del "socialismo en un solo país".
Al contrario de lo que se afirmó posteriormente, la vida ideológica del bolchevismo fue muy intensa, justamente en la época más penosa de la guerra civil. Se entablan largas discusiones en todos los grados del partido, del Estado o del Ejército, sobre todo acerca de problemas militares. La política de los dirigentes está sometida a una crítica libre y con frecuencia cruel. A propósito de los excesos de celo de la censura, el jefe del Ejército escribía entonces: "Convengo gustoso en que la censura hace enormes tonterías y en que es muy necesario exigirle a esa honorable persona mayor modestia. La misión de la censura es vigilar los secretos de guerra... el resto no le interesa" (23 de febrero de 1919).
El episodio del Estado Mayor Internacional fue de poca importancia en la lucha ideológica que, sin salirse de los límites trazados por la disciplina de la acción, condujo a la formación de una especie de fracción de oposición en el ejército, al menos en sus medios dirigentes. La escuela de la "doctrina proletaria de la guerra", a la que pertenecían o se adherían Frunzé, Tujachevski, Gussev, Vorochilov y otros, procedía de la convicción a priori de que el Ejército Rojo en sus fines políticos y en su estructura, así como en su estrategia y su táctica, no debía tener nada en común con los ejércitos nacionales de los países capitalistas. La nueva clase dominante debía tener, en todos los aspectos, un sistema político distinto. Durante la guerra civil, todo se limitó a formular protestas de principio en contra del empleo de generales, es decir, de los antiguos oficiales del ejército del zar, y a enfrentarse al mando superior que luchaba contra las improvisaciones generales y los ataques incesantes a la disciplina. Los promotores más decididos de la nueva palabra trataron incluso de condenar en nombre de los principios de la "maniobra" y de la "ofensiva" erigidas en imperativos absolutos, a la organización centralizada del Ejército, susceptible de dificultar la iniciativa revolucionaria en los futuros campos de batallas internacionales. En el fondo, era una tentativa para elevar los métodos de la guerra de fracciones del comienzo de la guerra civil, a la altura de un sistema permanente y universal. Los capitanes se pronunciaban en favor de la nueva doctrina con tanto más calor cuanto que no querían estudiar la antigua. Tsaritsin (actualmente Stalingrado) era el foco principal de estas ideas: Budioni, Vorochilov (y un poco más tarde, Stalin), habían comenzado allí sus actividades militares.
Se necesitó que llegara la paz para que se hiciera una tentativa más coordinada para transformar estas tendencias innovadoras en doctrina. Uno de los mejores jefes de la guerra civil, un antiguo condenado político, el difunto Frunzé, tomó esta iniciativa sostenido por Vorochilov y, parcialmente, por Tujachevski. En el fondo, la doctrina proletaria de la guerra era muy análoga a la de la "cultura proletaria", cuyo carácter esquemático y metafísico compartía enteramente. Los escasos trabajos que dejaron sus autores, sólo encierran unas cuantas recetas prácticas, nada nuevas, obtenidas por deducción de una definición estereotipado del proletariado, clase internacional en plan de ofensiva; es decir, inspiradas en abstracciones psicológicas y no en las condiciones reales de lugar y de tiempo. El marxismo, citado a cada línea, dejaba su lugar al más puro idealismo. Tomando en cuenta la sinceridad de estos errores, no es difícil descubrir, sin embargo, el germen de la suficiencia burocrática, deseosa de pensar y de obligar a pensar a los demás que ella es capaz de realizar en todos los terrenos, sin preparación especial y aun sin bases materiales, milagros históricos.
El jefe del ejército en esa época, respondía a Frunzé: "Por mi parte no dudo de que, si un país dotado de una economía socialista desarrollada se viera obligado a hacer la guerra a un país burgués, su estrategia tendría otro aspecto. Pero esto no es una razón para que hoy queramos imaginar una estrategia proletaria. Desarrollando la economía socialista, elevando el nivel cultural de las masas (...) enriqueceremos, indudablemente, el arte militar con nuevos métodos". Para lograrlo, estudiemos con aplicación en la escuela de los países capitalistas avanzados, sin tratar de "deducir por procedimientos lógicos una estrategia nueva de la naturaleza revolucionaria del proletariado" (1 de abril de 1923). Arquímedes prometía mover la tierra si se le daba un punto de apoyo. Estaba en lo cierto. Pero si se le hubiera ofrecido el punto de apoyo se habría dado cuenta de que la palanca y la fuerza le faltaban. La revolución victoriosa nos daba un nuevo punto de apoyo; pero aún no se construyen las palancas para mover al mundo.
"La doctrina proletaria de la guerra" fue rechazada por el partido como su hermana mayor, la doctrina de la "cultura proletaria". Posteriormente, sus destinos cambiaron; Stalin y Bujarin recogieron el estandarte de la "cultura proletaria", sin resultados apreciables es cierto, durante los siete años que separan la proclamación del socialismo en un solo país a la liquidación de todas las clases (1924-1931). La "doctrina proletaria de la guerra", por el contrario, no ha sido reconocida, aunque sus antiguos promotores llegasen rápidamente al poder. La diferencia entre los destinos de estas dos doctrinas tan semejantes, es muy característica de la sociedad soviética. La "cultura proletaria" se refería a cosas imponderables, y la burocracia ofreció al proletariado esta compensación mientras lo alejaba brutalmente del poder. La doctrina militar, por el contrario, tocaba los intereses de la defensa y los de la capa dirigente; no dejaba lugar a las fantasías ideológicas. Los antiguos adversarios del empleo de generales habían llegado a transformarse en generales; los promotores del Estado Mayor Internacional se habían vuelto cuerdos bajo la égida del "Estado Mayor en un sólo país"; la doctrina de la "seguridad colectiva" sustituía a la de la "guerra de clases"; la perspectiva de la revolución mundial cedía su sitio al culto del statu quo. Para inspirar confianza a los aliados hipotéticos y no irritar demasiado a los adversarios, se necesitaba parecerse lo más posible a los ejércitos capitalistas. Las modificaciones de doctrina y de fachada disimulaban procesos sociales de importancia histórica. El año de 1935 se señaló por una especie de golpe de Estado doble, respecto al sistema de las milicias y al de los cuadros.

LIQUIDACIÓN DE LAS MILICIAS Y RESTABLECIMIENTO DE LOS GRADOS

¿En qué medida la fuerza armada soviética, cerca de veinte años después de la revolución, corresponde al tipo deseado por el programa del partido bolchevique?
Conforme al programa del partido, el ejército de la dictadura del proletariado debe "tener un franco carácter de clase; es decir, debe formarse exclusivamente de proletarios y de campesinos pertenecientes a las capas pobres semiproletarias de la población del campo. Este ejército de clase sólo será una milicia socialista de todo el pueblo, después de la supresión de las clases". Al renunciar provisionalmente a un ejército que representa a la totalidad del país, el partido no renunciaba al sistema de milicias. Por el contrario, una decisión del VIII Congreso del PC dice que "fundamos las milicias sobre una base de clase y las transformamos en milicias socialistas". El objetivo era crear un ejército "sin cuarteles, en la medida de lo posible; es decir, colocado en condiciones semejantes a las de la clase obrera en el trabajo". Las diversas unidades debían, finalmente, corresponder a las fábricas, a las minas, a los burgos, a las comunas agrícolas y a otras formaciones orgánicas "provistas de un mando local y de reservas locales de armamentos y de aprovisionamiento". La cohesión regional escolar, industrial y deportiva de la juventud, debía reemplazar con ventaja al espíritu militar inculcado por el cuartel e implantar una disciplina consciente sin recurrir al cuerpo de oficiales profesionales que dominaran al ejército.
Respondiendo a la naturaleza de la sociedad socialista, la milicia exige una economía avanzada. El ejército territorial expresa mucho más directamente el estado real del país. Mientras más primitiva es la cultura, mayor será la diferencia entre el campo y la ciudad, y la milicia será menos homogénea y bien organizada. La insuficiencia de las vías férreas, de carreteras y de vías fluviales, la falta de caminos, la debilidad del transporte automóvil, condenan al ejército territorial durante las primeras semanas y los primeros meses críticos de la guerra a una extremada lentitud. Para asegurar el resguardo de las fronteras durante la movilización, así como los transportes estratégicos y la concentración de las fuerzas, es necesario disponer de un ejército permanente al mismo tiempo que de las milicias. El Ejército Rojo fue concebido, desde el principio, como un compromiso obligatorio de los dos sistemas, en el que, sin embargo, prevalecía el ejército permanente.
El jefe del ejército escribía en 1924: "No hay que perder de vista estas dos consideraciones: si el establecimiento del régimen soviético crea por primera vez la posibilidad de un sistema de milicias, el tiempo que necesitemos para lograrlo estará determinado por el estado general de la cultura del país -técnica, comunicaciones, instrucción, etcétera-. Las bases políticas de las milicias están firmemente establecidas entre nosotros, pero sus bases económicas y culturales están muy atrasadas". Si las condiciones materiales necesarias estuvieran dadas, el ejército territorial, lejos de ceder ante el ejército permanente, le sería francamente superior. La URSS paga cara su defensa porque es demasiado pobre para tener un ejército territorial que resultaría menos caro. No nos asombremos; justamente porque la URSS es pobre, se hunde bajo el peso de una costosa burocracia.
Un problema similar se presenta con notable frecuencia en todos los dominios de la vida social, sin excepción, y es el de la desproporción entre el fundamento económico y la superestructura social. En la fábrica, el koljós, en la familia, en la escuela, en la literatura, en el ejército, todas las relaciones reposan sobre la contradicción entre el bajo nivel (aun desde el punto de vista capitalista) de las fuerzas de producción y las formas, socialistas en principio, de la propiedad.
Las nuevas relaciones sociales elevan la cultura. Pero la cultura insuficiente rebaja las formas sociales. La realidad soviética es el resultado de dos tendencias. En el ejército, gracias a la estructura perfectamente definida del organismo, la resultante se mide con cifras bastante exactas. Las proporciones de las unidades permanentes y territoriales pueden servir de índice y caracterizar el avance hacia el socialismo.
La naturaleza y la historia han atribuido a la URSS fronteras abiertas, a 10.000 kilómetros la una de la otra, con una población diseminada y malos caminos. El 15 de octubre de 1924, la antigua dirección del ejército, que estaba en los últimos meses de su actividad, invitó de nuevo al país a que no olvidara que "la organización de las milicias no podrá tener en el futuro inmediato más que un carácter necesariamente preparatorio. Todo progreso en este sentido debe pedírsenos por la verificación rigurosa de los resultados" Pero en 1925 se abre una nueva era: los antiguos protagonistas de la "doctrina proletaria de guerra" llegan al poder. En realidad, el ejército territorial estaba en contradicción radical con el ideal de "ofensiva" y de "maniobra" que había sido el de esta escuela. Solamente que se olvidaba de la revolución mundial. Los nuevos jefes esperaban evitar la guerra "neutralizando" a la burguesía. En los años que siguieron, el 74% de los efectivos del ejército pasaron al sistema de milicias.
Mientras que Alemania permanecía desarmada y, además, "amiga", el cuartel general de Moscú señalaba, en lo que se refiere a las fronteras occidentales, a las fuerzas de los vecinos de la URSS: Polonia, Rumania, Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, como adversarios que probablemente estarían ayudados por las grandes potencias, sobre todo por Francia. En aquella época ya lejana (acabó en 1933), Francia aún no era la amiga providencial de la paz. Los Estados limítrofes podían, en conjunto, movilizar a cerca de 120 divisiones de infantería, o sea a cerca de 3.500.000 hombres. El plan de movilización del ejército tendía a asegurar en la frontera occidental una concentración de fuerzas casi equivalentes. En el Extremo Oriente, las condiciones particulares del teatro de la guerra obligan a contar con centenares de miles y con millones de combatientes. Por cada cien hombres en el frente, se necesitan, en un año, 75 reemplazantes. De manera que dos años de guerra costarían al país -sin tener en cuenta los soldados que al salir de los hospitales se reintegrarían al frente-, de 10 a 12 millones de hombres. Hasta 1935, el Ejército Rojo no tenía más que 562.000 hombres de efectivos; 620.000 con las tropas de la GPU, de los cuales 40.000 eran oficiales. De estas fuerzas, repitámoslo, el 74% pertenecía a las divisiones territoriales y solamente el 26% a las unidades acuarteladas. ¿Se podía pedir mejor prueba de la victoria del sistema de las milicias -no en la medida de 100, sino del 74%-, y en todo caso, a título "definitivo e irrevocable"?
Todos estos cálculos, bastantes precarios en sí mismos, se bambolearon con la llegada de Hitler al poder; Alemania se armó febrilmente, contra la URSS ante todo. La perspectiva de cohabitar pacíficamente con el capitalismo se borró al momento. La amenaza de guerra, cada vez más precisa, obligó al Gobierno soviético a modificar radicalmente la estructura del Ejército Rojo, aumentando sus efectivos a 1.300.000 hombres. En la actualidad, el ejército comprende un 77% de las divisiones llamadas de cuadro y un 23% de divisiones territoriales. Esta eliminación de las formaciones territoriales se parece mucho al abandono del sistema de milicias, si se piensa que el ejército no es indispensable para sostener una paz sin nubes, sino para la guerra. La experiencia histórica revela, de este modo, comenzando por el dominio en que las bromas son menos adecuadas, que no se conquista "definitiva e irrevocablemente" más que lo que está asegurado por la base de producción de la sociedad.
A pesar de esto, el descenso del 74% al 23% parece excesivo. Hay que creer que no se ha producido sin una presión "amistosa" del Estado Mayor francés. Es más probable todavía que la burocracia haya acogido la ocasión propicia para terminar con este sistema, por razones dictadas en amplia medida por la política. Por definición, las divisiones territoriales están bajo la dependencia directa de la población, lo cual es su ventaja, desde el punto de vista socialista, y también su inconveniente desde el punto de vista del Kremlin. En efecto, a causa de la gran proximidad del ejército y del pueblo, los países capitalistas avanzados, en los que el sistema de las milicias sería perfectamente realizable, lo rechazan. La viva fermentación del Ejército Rojo durante la ejecución del primer plan quinquenal fue, indudablemente, un motivo más para reformar las divisiones territoriales.
Nuestra hipótesis se confirmaría, con toda seguridad, por un diagrama que mostrara la composición del Ejército Rojo antes y después de la reforma; pero no lo tenemos, y de tenerlo no nos permitiríamos comentarlo en estas páginas. Un hecho es notorio: mientras que el Gobierno soviético reduce en un 51% la importancia específica de las milicias territoriales, restablece las unidades cosacas, únicas formaciones territoriales del antiguo régimen. La caballería siempre ha sido el elemento privilegiado y conservador de un ejército. Durante la guerra y la revolución, los cosacos sirvieron como fuerza de policía al zar y, enseguida, a Kerenski. Bajo el régimen de los soviets, fueron invariablemente "vendeanos" [refiriéndose a la Vendée de la revolución francesa -NE]. La colectivización implantada entre ellos con una violencia particular no ha podido modificar sus tradiciones ni su mentalidad. En cambio, se les ha concedido el derecho, a título excepcional, de poseer caballos. Claro está que no les faltan otros favores. ¿Se puede dudar que los jinetes de las estepas se pondrán de nuevo al lado de los privilegiados, contra los descontentos? Ante las incesantes medidas de represión contra la juventud obrera oposicionista, la reaparición de los galones y de los cosacos de gorros belicosos son un signo de los más notables del Termidor.
El decreto que restablece el cuerpo de oficiales en todo su esplendor burgués, ha dado a los principios de la Revolución de Octubre un golpe aún más duro. Con sus defectos, pero también con sus cualidades inapreciables, los cuadros del Ejército Rojo se habían formado en la revolución y en la guerra civil. La juventud, privada de actividad política libre, proporciona todavía excelentes comandantes rojos. Por otra parte, la degeneración progresiva del Estado se ha dejado sentir en el estado mayor. Vorochilov, al enunciar en una conferencia pública verdades fundamentales sobre el ejemplo que los comandantes deben dar a sus subordinados, tuvo que confesar que "no puedo, con gran pena de mí parte, felicitarme"; "los cuadros, con demasiada frecuencia, no pueden seguir los progresos" realizados en filas; "los comandantes son con demasiada frecuencia incapaces de hacer frente a las situaciones nuevas" etc. Estas amargas confesiones del jefe más alto del ejército, formalmente cuando menos, pueden inquietar pero no asombrar; lo que Vorochilov dice del ejército puede aplicarse a toda la burocracia. Es cierto que el orador no admite que pueda contarse a los dirigentes entre los "atrasados", puesto que apresuran a todo el mundo y multiplican las órdenes para estar a la altura. Pero en realidad, la corporación incontrolado de los jefes, a la que pertenece Vorochilov, es la principal causa del atraso, de la rutina y de muchas otras cosas.
El ejército no es más que un elemento de la sociedad y padece todas las enfermedades de ésta; sobre todo, cuando sube la temperatura. El oficio de la guerra es demasiado severo para soportar las ficciones y las falsificaciones. El ejército de una revolución tiene necesidad de una amplísima crítica; y el mando, de un control democrático. Los organizadores del ejército lo comprendieron tan bien desde el comienzo, que creyeron necesario preparar la elegibilidad de los jefes. La decisión capital del partido a este propósito dice: "El aumento del espíritu del cuerpo de las unidades y la formación del espíritu crítico de los soldados respecto a sí mismos y a sus jefes, crearán las condiciones favorables para la aplicación cada vez más amplia del principio de elegibilidad de los jefes". Pero quince años después de adaptarse esta moción -tiempo suficiente, parece, para consolidar el espíritu de cuerpo y la autocrítica-, los dirigentes soviéticos toman el camino opuesto.
El mundo civilizado -amigos y enemigos- supo con estupor, en septiembre de 1935, que el Ejército Rojo tendría una jerarquía de oficiales, comenzando por teniente para acabar en mariscal. El jefe verdadero del ejército, Tujachevski, explicó que "el restablecimiento de los grados creaba una base más estable a los cuadros del ejército, tanto técnicos como de mando". Explicación intencionalmente equívoca. El mando se consolida, sobre todo, por la confianza en los hombres. Justamente por esto, el Ejército Rojo comenzó por la liquidación de los cuerpos de oficiales. El interés de la defensa no exige el restablecimiento de una casta de oficiales. Lo que importa prácticamente es el puesto de mando y no el grado. Los ingenieros y los médicos no poseen grados, y, sin embargo, la sociedad encuentra el medio de ponerlos en su sitio. El derecho a un puesto de mando está asegurado por los conocimientos, el talento, el carácter, la experiencia; factores que exigen una apreciación incesante e individual. El grado de mayor no agrega nada al comandante de un batallón. Las estrellas de los mariscales no confieren a los cinco jefes superiores del Ejército Rojo ni nuevos talentos, ni mayor autoridad. La base "estable' 1 en realidad no se ofrece al ejército, sino al cuerpo de oficiales, al precio de su alejamiento del ejército. Esta reforma persigue un fin puramente político: dar al cuerpo de oficiales un peso social. Mólotov lo dice, en suma, cuando justifica el decreto por la necesidad de "aumentar la importancia de los cuadros dirigentes del ejército". Al hacer esto, no se limita a restablecer los cuadros. Se construyen precipitadamente habitaciones para los oficiales. En 1936, 47.000 habitaciones deben ser puestas a su disposición; una suma, mayor en un 75% que los créditos del año precedente, está consagrada a sus haberes. "Aumentar la importancia" es ligar más estrechamente a los oficiales con los medios dirigentes, debilitando su unión con el ejército.
Hecho digno de mencionarse: los reformadores no se han creído con el deber de inventar para los grados denominaciones nuevas; al contrario, han deseado, evidentemente, imitar a Occidente. Con eso mismo han descubierto su talón de Aquiles, al no atreverse a restablecer el grado de general, que en ruso despierta demasiada ironía. La prensa soviética, al comentar la promoción de cinco mariscales -elegidos, hagámoslo notar, por su devoción a Stalin, más que por sus talentos y por los servicios prestados-, no dejó de evocar al antiguo ejército zarista "con su espíritu de casta, su veneración de los grados y su servilismo jerárquico". Entonces, ¿por qué imitarlo tan bajamente? La burocracia, al crear nuevos privilegios, usa los mismos argumentos que sirvieron antes para destruir a los antiguos. La insolencia se combina, así, con la pusilanimidad y se completa con dosis cada vez mayores de hipocresía.
Por inesperado que haya podido parecer el restablecimiento del "espíritu de casta, de la veneración de los grados y del servilismo jerárquico", el Gobierno probablemente no tenía otro remedio. La designación de los comandantes por sus virtudes personales sólo es posible si la crítica y la iniciativa se manifiestan libremente en un ejército colocado bajo el control de la opinión pública. Una rigurosa disciplina puede acomodarse muy bien con una amplia democracia, y aun encontrar apoyo en ella. Pero ningún ejército puede ser más democrático que el régimen que lo nutre. El burocratismo, con su rutina y su suficiencia, no deriva de las necesidades especiales de la organización militar, sino de las necesidades políticas de sus dirigentes; sólo que estas necesidades encuentran en el ejército su expresión más acabada. El restablecimiento de la casta de oficiales, dieciocho años después de su supresión revolucionaria, atestigua con igual fuerza el abismo que se ha abierto entre los dirigentes y los dirigidos, y que el ejército ha perdido las cualidades esenciales que le permitían llamarse Ejército Rojo, así como el cinismo de la burocracia que hace ley de las consecuencias de esta desmoralización.
La prensa burguesa ha comprendido esta reforma, como era natural. Le Temps escribía, el 25 de septiembre de 1935: "Esta transformación exterior es uno de los indicios de la profunda transformación que se realiza actualmente en toda la URSS. El régimen definitivamente consolidado se establece poco a poco. Los hábitos las costumbres revolucionarias ceden su lugar, en la familia soviética y en la sociedad, a los sentimientos y a las costumbres que siguen dominando en los países llamados capitalistas. Los soviets se aburguesan". Casi no tenemos nada que añadir a esta apreciación.

LA URSS Y LA GUERRA

El peligro de guerra no es más que una de las expresiones de la dependencia de la URSS respecto al mundo y, en consecuencia, uno de los argumentos contra la utopía de una sociedad socialista aislada; argumento temible que surge ahora al primer plano.
Sería vano querer prever todos los factores de la próxima lucha de los pueblos: si un cálculo de este género fuese posible, el conflicto de los intereses se resolvería siempre por una apacible transacción entre los querellantes. Hay demasiadas incógnitas en la sangrienta ecuación de la guerra. En todo caso, la URSS goza de grandes ventajas heredadas del pasado y creadas por el nuevo régimen. La experiencia de la intervención, durante la guerra civil, demostró que su extensión sigue constituyendo una gran superioridad para Rusia. La pequeña Hungría soviética fue derrumbada en unos cuantos días por el imperialismo extranjero, ayudado, es cierto, por e torpe dictador Bela Kun. La Rusia de los soviets, cortada desde el principio por su periferia, resistió a la intervención tres años; en ciertos momentos, el territorio de la revolución se encontró casi reducido al del antiguo gran ducado de Moscovia; pero no necesitó más que sostenerse y vencer posteriormente.
La reserva humana constituye una segunda ventaja considerable. La población de la URSS, con un aumento de tres millones de almas al año, ha sobrepasado los 170 millones. Una clase joven comprende 1.300.000 jóvenes. La selección más rigurosa, física y política, no elimina más que 400.000. Reservas que se pueden estimar de 18 a 20 millones de hombres son prácticamente inagotables.
Pero la naturaleza y los hombres no hacen más que dar la materia prima de la guerra. El "potencial" militar depende, ante todo, de la potencia económica del Estado. Desde este punto de vista, las ventajas de la URSS son inmensas con relación a las de la antigua Rusia. Ya hemos indicado que la economía planificada ha proporcionado mayores resultados, hasta ahora, en el dominio militar. La industrialización de las regiones más alejadas, de Siberia principalmente, da a las extensiones de las estepas y de los bosques una nueva importancia. Sin embargo, la URSS sigue siendo un país atrasado. El bajo rendimiento del trabajo, la mediocre calidad de la producción, la debilidad de los transportes, sólo están compensados parcialmente por las riquezas naturales y la población. En tiempos de paz, la medida de las fuerzas económicas de sistemas sociales opuestos puede diferirse -por largo tiempo, pero no para siempre- por iniciativas políticas y principalmente por el monopolio del comercio exterior. En tiempo de guerra, la prueba es directa en los campos de batalla. De ahí el peligro.
Las derrotas, aunque suelen producir grandes cambios políticos, están lejos de producir siempre transformaciones económicas. Un régimen social que asegure un alto nivel de cultura y de gran riqueza, no puede ser derrocado por las bayonetas. Al contrario, siempre se observa que los vencedores adoptan las costumbres de los vencidos, cuando éstos son superiores por su desarrollo. Las formas de la propiedad no pueden ser modificadas por la guerra más que en el caso de que estén en grave contradicción con las bases económicas del país. La derrota de Alemania en una guerra contra la URSS provocaría inevitablemente la caída de Hitler y también la del sistema capitalista. No se puede dudar, por otra parte, que la derrota no sea fatal a los dirigentes de la URSS y para las bases sociales del país. La inestabilidad del régimen actual de Alemania proviene de que sus fuerzas productivas han sobrepasado, desde hace mucho tiempo, las normas de la propiedad privada capitalista. La inestabilidad del régimen soviético, por el contrario, se debe al hecho de que sus fuerzas productivas aún están lejos de alcanzar la altura de la propiedad socialista. Las bases sociales de la URSS están amenazadas por la guerra, por las mismas razones que hacen que, en tiempo de paz, necesite de la burocracia y del monopolio del comercio exterior, es decir, por su debilidad.
¿Se puede esperar que la URSS saldrá sin derrota de la próxima guerra? Respondamos claramente a una pregunta planteada con toda claridad: si la guerra no fuera más que una guerra, la derrota de la URSS sería inevitable. Desde el punto de vista de la técnica, de la economía y del arte militar, el imperialismo es infinitamente más poderoso que la URSS y, si no es paralizado por la revolución en Occidente, arrastrará al régimen nacido de la Revolución de Octubre.
A esto se puede responder que el imperialismo es una abstracción, pues está desgarrado por sus propias contradicciones. Es cierto; y sin ellas, hace mucho tiempo que la URSS habría abandonado la escena. Los acuerdos diplomáticos y militares de la URSS reposan, en parte, sobre estas contradicciones. Pero se cometería un error funesto al negarse a ver un límite después del cual cesan esos desgarramientos. Así como la lucha de los partidos burgueses y pequeño burgueses, de los más reaccionarios a los más socialdemócratas, cesa ante el peligro inmediato de la revolución proletaria, los antagonismos imperialistas se resolverán siempre para impedir la victoria militar de la URSS.
Los acuerdos diplomáticos no son más que papel mojado, según el dicho, no desprovisto de razón, de un canciller del Reich. En ninguna parte está escrito que durarán hasta la guerra. Ningún tratado con la URSS resistirá a la amenaza de una revolución inminente en cualquier parte de Europa. Bastará con que la crisis política de España (para no hablar de la de Francia) entre en una fase revolucionaria para que las esperanzas en Hitler el salvador, loadas por Lloyd George, ganen irresistiblemente a todos los gobiernos burgueses. Por lo demás, si la situación inestable de España, de Francia, de Bélgica, terminara con una victoria de la reacción, no quedaría huella de los pactos soviéticos. En fin, admitiendo que el papel mojado guarde su fuerza en la primera fase de las operaciones militares, es indudable que la agrupación de las fuerzas en la fase decisiva estará determinada por factores mucho más poderosos que las solemnes promesas de diplomáticos especializados, precisamente, en la felonía.
La situación cambiaría por completo si los gobiernos burgueses obtuvieran garantías materiales de que el Gobierno de Moscú no solamente se pondrá de su parte en la guerra, sino, además, en la lucha de clases. Aprovechando las dificultades de la URSS, cogida entre dos fuegos, los "amigos" capitalistas "de la paz" tomarán todas las medidas necesarias para acabar con el monopolio del comercio exterior y las leyes soviéticas que rigen la propiedad. El movimiento de defensa nacional que crece entre los emigrados rusos de Francia y de Checoslovaquia se alimenta con esas esperanzas. Y si hay que contar con que la lucha mundial sólo tendrá su desenlace por medio de la guerra, los aliados tendrán grandes oportunidades para alcanzar su fin. Sin intervención de la revolución, las bases sociales de la URSS se derrumbarán, tanto en caso de victoria como en caso de derrota.
No hace más de dos años, un documento-programa titulado La IV Internacional y la guerra, esbozaba en los siguientes términos esa perspectiva: "Bajo la influencia de la viva necesidad de artículos de primera necesidad experimentada por el Estado, las tendencias individualistas de la economía rural se reforzarían y las fuerzas centrífugas aumentarían de mes a mes en el seno de los koljoses. (...) Podría esperarse (...) en la atmósfera sobrecargada de la guerra, en un llamamiento a los capitalistas extranjeros "aliados", en atentados contra el monopolio del comercio exterior, en el debilitamiento del control del Estado sobre los trust, en conflictos entre trust y obreros, etc. En otras palabras, una larga guerra, si el proletariado internacional permaneciera en actitud pasiva, podría, y aún más, debería provocar la resolución de las contradicciones internas de la URSS por medio de una contrarrevolución bonapartista". Los acontecimientos de estos dos últimos años no han hecho más que aumentar esta probabilidad.
Todo lo que precede no exige, sin embargo, conclusiones "pesimistas". No queremos cerrar los ojos ante la enorme superioridad material del mundo capitalista, ni ignorar la inevitable felonía de los "aliados" imperialistas, ni engañarnos sobre las contradicciones internas del régimen soviético; pero tampoco estamos inclinados a sobreestimar la solidez del sistema capitalista en los países hostiles tanto como en los aliados. Mucho antes de que la guerra pueda poner a prueba la proporción de las fuerzas, someterá la estabilidad de estos regímenes a un rudo examen. Todos los teóricos de la futura matanza de pueblos cuentan con la probabilidad y aún con la certeza de revoluciones. La idea, cada vez más generalizada en ciertas esferas, de pequeños ejércitos profesionales, idea apenas un poco más realista que un duelo de héroes, inspirado en el precedente de David y Goliat, revela, por lo que tiene de fantástica, el temor que se experimenta ante el pueblo armado. Hitler no deja pasar una ocasión para subrayar su deseo de paz, aludiendo al inevitable desbordamiento del bolchevismo que la guerra provocaría en Occidente. La fuerza que aún contiene a la guerra próxima a desencadenarse no está en la Sociedad de las Naciones, ni en los pactos de garantía, ni en los referéndums pacifistas, sino, única y exclusivamente, en el temor saludable que las potencias tienen a la revolución.
Como todos los fenómenos, los regímenes sociales deben ser juzgados por comparación. A pesar de sus contradicciones, el régimen soviético, desde el punto de vista de la estabilidad, tiene inmensas ventajas sobre sus probables adversarios. La posibilidad misma del dominio de los nazis sobre el pueblo alemán, se debe a la tensión prodigiosa de los antagonismos sociales en Alemania. Estos antagonismos no han desaparecido ni se han atenuado; la losa del fascismo solamente los comprime. La guerra los exteriorizaría. Hitler tiene muchas menos oportunidades de las que tuvo Guillermo II para terminar victoriosamente la guerra. Sólo una revolución hecha a tiempo podría evitar la guerra a Alemania, librándola de una nueva derrota.
La prensa mundial presenta los asesinatos de ministros japoneses por oficiales como manifestaciones imprudentes de un patriotismo apasionado. En realidad, estos actos se clasifican, a pesar de la diferencia de ideologías, en la misma rúbrica que las bombas arrojadas por los nihilistas rusos contra la burocracia del zar. La Población de Japón se ahoga bajo el yugo combinado de una explotación agraria asiática y de un capitalismo ultramoderno; al primer relajamiento de las coerciones militares, Corea, Manchukuo y China se levantarán contra la tiranía japonesa. La guerra hundirá al imperio en un cataclismo social.
La situación de Polonia no es sensiblemente mejor. El régimen establecido por Pilsudski, el más estéril que se conozca, ni siquiera ha logrado suavizar la servidumbre de los campesinos. La Ucrania occidental (Galitzia) sufre una cruel opresión que hiere a todos los sentimientos nacionales. Las huelgas y las sublevaciones son interminables en los centros obreros. La burguesía polaca, al tratar de asegurarse para el porvenir la alianza de Francia y la amistad de Alemania, sólo conseguirá precipitar la guerra en la que encontrará su pérdida.
El peligro de guerra y el de una derrota de la URSS son realidades. Si la revolución no impide la guerra, la guerra podrá ayudar a la revolución. Un segundo parto es generalmente más fácil que el primero. La primera revuelta no se hará esperar dos años y medio en la próxima guerra. Y una vez comenzadas, las revoluciones no se detendrán a medio camino. El destino de la URSS no se decidirá, en definitiva, en los mapas de los estados mayores, sino en la lucha de clases. El proletariado europeo, irreductiblemente levantado contra su burguesía, aun entre los amigos "de la paz", será el único que podrá impedir que la URSS sea derrotada o apuñalada por la espalda por sus "aliados". Y la misma derrota de la URSS no sería más que un episodio de corta duración si el proletariado alcanzará la victoria en otros países. Por el contrario, ninguna victoria militar salvará la herencia de la Revolución de Octubre, sí el imperialismo se mantiene en el resto del mundo.
Los partidarios de la burocracia dirán que "subestimamos" las fuerzas interiores del Ejército Rojo, etc., como dijeron antes que "negábamos" la posibilidad de la edificación socialista en un solo país. Estos argumentos son de tan baja calidad, que ni siquiera permiten un intercambio de opiniones por infecundo que fuera. Sin Ejecito Rojo, la URSS ya hubiera sido derrotada y desmembrada como China. Sólo su larga resistencia heroica y testaruda podrá crear las condiciones favorables para el desarrollo de la lucha de clases en los países imperialistas. El Ejército Rojo es, de este modo, un factor de importancia histórica inapreciable; nos basta con que pueda impulsar potentemente a la revolución. Pero sólo la revolución podrá cumplir la misión principal que está por encima de las fuerzas del Ejército Rojo.
Nadie exige que el Gobierno soviético se exponga a aventuras internacionales y deje de obedecer a la razón, tratando de forzar el curso de los acontecimientos mundiales. Las tentativas de este género que se hicieron antes (Bulgaria, Estonia, Cantón...), sólo han beneficiado a la reacción y fueron condenadas en su tiempo por la Oposición de Izquierda. Se trata de la orientación general de la política exterior soviética. La contradicción entre la política extranjera de la URSS y los intereses del proletariado mundial internacional y de los pueblos coloniales encuentra su expresión más funesta en la subordinación de la Internacional Comunista a la burocracia conservadora y en su nueva religión de la inmovilidad.
No es bajo la bandera del statu quo que los obreros europeos v los pueblos coloniales podrán rebelarse contra el imperialismo y la guerra; ésta tiene que estallar y barrer el statu quo con análoga inevitabilidad que la que conduce al niño, llegado el momento, a terminar con el statu quo de la gravidez. Los trabajadores no tienen el menor interés en defender las fronteras actuales, sobre todo en Europa, así sea bajo las órdenes de la burguesía o en la insurrección revolucionaria contra ellas. La decadencia de Europa proviene justamente de que está despedazada económicamente en cerca de cuarenta Estados casi nacionales, que con sus aduanas, sus pasaportes, sus sistemas monetarios y sus ejércitos monstruosos al servicio del particularismo nacional se han transformado en el mayor de los obstáculos para el desarrollo económico de la humanidad y para la civilización.
La misión del proletariado europeo no es eternizar las fronteras, sino suprimirlas revolucionariamente. Statu quo? ¡No! Estados Unidos de Europa.

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