Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO V

EL NUEVO DESPERTAR
 
Durante unos cinco años (1906-1911), Stolypin tuvo el país bajo sus plantas, y agotó todos los recursos de la reacción. El régimen del 3 de junio supo hacer exhibición de su incapacidad en todas las esferas, pero sobre todo en el dominio del problema agrario. Stolypin tuvo que descender de las combinaciones políticas al club policíaco. Y como para poner más de relieve la absoluta quiebra de su sistema, el asesino de Stolypin procedía de las filas de su misma escolta secreta.
En 1910 la renovación de la industria pasó a ser un hecho indiscutible. Los partidos revolucionarios se encontraban ante esta cuestión: ¿Qué efecto tendrá este cambio de situación en las condiciones políticas del país? La mayoría de los socialdemócratas mantenían su actitud esquemática: la crisis revoluciona a las masas, y el resurgimiento de la industria las pacifica. Ambos bandos, bolcheviques como mencheviques, tenían, pues, a menospreciar o a negar rotundamente este resurgimiento que había comenzado realmente. La excepción era el periódico de Viena Pravda, que, a pesar de sus ilusiones conciliatorias, defendía la idea muy justa de que las consecuencias políticas de la renovación, como de la crisis, lejos de ser automáticas, cada vez se determinan de nuevo, según el curso de la lucha precedente y la situación global del país. Así, a la zaga del renacimiento industrial, en el curso del cual se había podido desarrollar una lucha huelguística muy amplia, un súbito decaimiento de la situación podría requerir un despertar revolucionario inmediato, siempre que concurriesen las demás condiciones necesarias. Por otra parte, después de un largo período de lucha revolucionaria terminada en derrota, una crisis industrial, dividiendo y debilitando al proletariado, podría destruir por completo su espíritu de combate. O bien, un resurgimiento industrial consecutivo a un largo período de reacción es capaz de reanimar el movimiento obrero, en gran parte a modo de lucha económica, después de lo cual la nueva crisis puede desviar la energía de las masas hacia carriles políticos.
La guerra ruso-japonesa y las sacudidas de la revolución impidieron al capitalismo ruso participar en el resurgimiento industrial del mundo entero durante el período 1903-1907. Entretanto, las constantes batallas revolucionarias, derrotas y represiones habían agotado la resistencia de las masas. La crisis industrial mundial, que se inició en 1907, prolongó por otros tres años la ya larga depresión, y lejos de mover a los obreros a emprender una nueva lucha, los dispersó y debilitó más que nunca. Bajo los golpes de los cierres patronales, del paro y de la miseria, las fatigadas masas se desanimaron definitivamente. Tal fue la base material de las "proezas" de la reacción de Stolypin. El proletariado necesitaba la fuente renovadora de otro resurgimiento industrial para recuperar su fuerza, llenar sus filas y sentirse otra vez el indispensable factor en la producción, lanzándose a una nueva lucha.
A fines de 1910 hubo manifestaciones callejeras (cosa no vista hacía mucho tiempo), en relación con las muertes del liberal Morumtsev, que había sido presidente de la primera Duma, y de León Tolstoy. El movimiento estudiantil entró en una fase nueva. Superficialmente (tal es la habitual aberración del idealismo histórico), podría haberse creído que la delgada capa de los intelectuales era el lugar de incubación de la insurrección política, y que por la fuerza de su ejemplo estaba comenzando a atraer a la capa superior de los trabajadores. En realidad, la ola del resurgimiento no iba de la cúspide a la base, sino al contrario. Gracias al revivir de la industria, la clase trabajadora iba gradualmente saliendo de su estupor. Pero antes de que los cambios, químicos que habían transformado a las masas se hicieran perceptibles, pasaron a los estudiantes por medio de los grupos sociales intercalados. Como la juventud estudiantil era más fácil de impulsar, la renovación se manifestó ante todo en forma de alborotos estudiantiles. Pero el observador debidamente preparado podía ver de antemano que las manifestaciones de los intelectuales no eran más que un síntoma de procesos mucho más profundos e importantes dentro del mismo proletariado.
Efectivamente, la gráfica del movimiento huelguístico comenzó a ascender. Verdad es que el número de huelguistas en 1911 no excedió de un centenar de millares (el año anterior no había llegado a la mitad de esa cifra siquiera), pero la lentitud del resurgimiento mostraba qué intenso era el estupor que se imponía vencer. De todos modos, a fines del año los distritos obreros presentaban un aspecto muy distinto que a su comienzo. Después de las fructíferas cosechas de 1909 y 1910, que dieron ímpetu al renacimiento industrial, vino una desastrosa recolección en 1911, que, sin detener el resurgimiento, condenó a veinte millones de campesinos a morir de hambre. La inquietud, iniciada en las aldeas, volvió a poner el problema campesino en primer término. La Conferencia bolchevique de enero de 1912 tenía justo motivo para referirse a "la iniciación del renacimiento político". Pero la ruptura súbita no se produjo hasta la primavera de 1912, después de la famosa matanza de obreros en el río Lena. En la profunda taiga, a más de cinco mil millas de San Petersburgo y a más de cuatrocientas del ferrocarril más próximo, los parias de las minas de oro, que cada año proporcionaban millones de rublos a los bolsillos de accionistas ingleses y rusos, reclamaban la jornada de ocho horas, aumento de salarios y abolición de multas. Los soldados, conducidos desde Irkutsk, hicieron fuego contra la multitud desarmada: 150 muertos, 250 heridos; sin la menor asistencia médica, veinte de éstos murieron.
Durante el debate de los sucesos del Lena, en la Duma, el ministro del Interior, Makarov, estúpido funcionario, no peor ni mejor que otros contemporáneos suyos, declaró, con el aplauso de los diputados de la derecha: "¡Esto es lo que ocurrió y lo que volverá a ocurrir de nuevo!" Estas palabras de asombroso descaro produjeron una descarga eléctrica. Primero de las fábricas de San Petersburgo y luego de todo el país empezaron a llegar noticias de declaraciones y manifestaciones de protesta, por teléfono y por telégrafo. La repercusión de los sucesos del Lena sólo podía compararse con la oleada de indignación que había agitado a las masas trabajadoras siete años antes, después del domingo sangriento. "Tal vez desde los días de 1905 -escribía un periódico liberal- no habían vuelto a estar tan animadas las calles de la capital." 
En aquellos días estaba Stalin en San Petersburgo, libre, entre dos temporadas de destierro. "Los disparos del Lena rompieron el hielo del silencio -escribía en el periódico Zvezda (La Estrella), al que habremos de referirnos más adelante-, y el río del resentimiento popular ha comenzado a moverse... Todo cuanto hay de malo y destructivo en el régimen contemporáneo, todo cuanto ha atormentado a la desdichada Rusia, se ha fundido en el solo hecho de los sucesos del Lena. Por eso los disparos del Lena han servido de señal a huelgas y manifestaciones."
Las huelgas afectaron a unos 300.000 trabajadores. La huelga del 1.º de mayo llevó a la formación a 400.000. Según datos oficiales, el número de huelguistas ascendió en 1912 a 725.000. El número total de obreros subió no menos del veinte por ciento durante los años del renacimiento industrial, y en virtud de la febril concentración de la producción, su papel en la economía asumía una importancia aún mayor. El revivir de la clase trabajadora repercutió en todas las demás capas de la población. La aldea hambrienta se agitó portentosamente. Llamaradas de descontento se observaron en el Ejército y en la Armada. "En Rusia, el resurgimiento revolucionario -escribía Lenin a Gorki en agosto de 1912-, no es sino resueltamente revolucionario."
El nuevo movimiento no era una repetición del pasado, sino su continuación. En 1905, la potente huelga de enero había ido acompañada de una ingenua petición al zar. En 1912, los trabajadores presentaron desde un principio la consigna de una república democrática. Las ideas, las tradiciones y la experiencia organizadora del año 1905, enriquecida por las duras lecciones aprendidas durante los años de la reacción, fertilizaron el nuevo período revolucionario. Desde el primer instante, la misión directora correspondió a los trabajadores. Dentro de la vanguardia proletaria, la dirección correspondió a los bolcheviques. Esto, en esencia, determinó el carácter de la futura revolución, aunque los bolcheviques mismos no tenían aún clara conciencia de ello. Al reforzar al proletariado y asegurar para él un papel de enorme importancia en la vida económica y política del país, el resurgimiento industrial consolidó los cimientos para la perspectiva de la revolución permanente. La limpieza de los establos del viejo régimen no podía realizarse de otro modo que con la escoba de la dictadura proletaria. La revolución democrática sólo podía vencer transformándose en la revolución socialista, esto es, sobreponiéndose a sí misma.
La tercera deportación de Koba duró del 23 de setiembre de 1910 al 6 de julio de 1911, en que fue puesto en libertad después de cumplir el resto de su condena de dos años. Un par de meses empleó en la ruta de Bakú a Solvychegodsk, con paradas en varias cárceles del trayecto. Por lo tanto, esta vez Koba pasó más de ocho meses residiendo como desterrado. Virtualmente nada se sabe respecto a su vida en Solvychegodsk, los libros que leyera, los problemas que le interesaban. De dos de sus cartas de entonces resulta que recibía publicaciones del extranjero y pudo seguir la vida del partido, o más bien había alcanzado una fase aguda. Plejanov, con un grupo inconsecuente de adictos, rompió de nuevo con sus mejores amigos y acudió en defensa del Partido ilegal contra los liquidadores. Aquélla fue la última llamarada de radicalismo en la vida de este hombre insigne, que iba ya acercándose rápidamente a su declinación. Así surgió el sorprendente, paradójico y fugaz bloque de Lenin con Plejanov. En cambio, hubo aproximación entre los liquidadores (Martov y otros), los progresistas (Bogdanov, Lunacharsky) y los conciliadores (Trotsky). Este segundo bloque, enteramente horro de fundamento en principios, se encontró formado en cierto modo con sorpresa de los mismos participantes en él. Los conciliadores seguían aspirando a "conciliar" a los bolcheviques con los mencheviques; y como el bolchevismo, en la persona de Lenin, rechazaba rotundamente la idea de toda clase de acuerdo con los liquidadores, se desviaron naturalmente los conciliadores hacia la posición de unirse o asociarse con los mencheviques y los progresistas. El cemento de aquel bloque episódico, como Lenin escribió a Gorki, era "el aborrecimiento al Centro bolchevique por su lucha sin cuartel en defensa de sus ideas". La cuestión de los dos bloques era objeto de viva discusión en las mermadas filas del Partido por aquellos días.

El 31 de diciembre de 1910, Stalin escribió a París: "Camarada Simeón: Ayer recibí tu carta por mediación de unos camaradas. Ante todo, saludos fervorosos para Lenin, Kamenev y otros." Este saludo no se ha vuelto a imprimir a causa del nombre de Kamenev. Luego sigue su opinión acerca de la situación del Partido. "A mi juicio, la línea del bloque (Lenin-Plejanov) es la única normal posible... En el plan del bloque se ve claramente la mano de Lenin (es un hombre listo, y sabe dónde le aprieta el zapato). Pero esto no quiere decir que sea bueno cualquier bloque viejo. El bloque trotskista (hubiera debido decir "síntesis") no es más que pútrida desaprensión... El bloque Lenin-Plejanov es vital por basarse en principios profundos, por fundarse en la unidad de criterios sobre el modo de reanimar al Partido. Pero precisamente por ser un bloque, y no una fusión, justamente por eso los bolcheviques necesitan su propia facción." Todo esto coincidía con el modo de pensar de Lenin, y era en esencia una simple paráfrasis de sus artículos, algo así como una autorrecomendación en cuanto a principios. Habiendo proclamado además, como de pasada, que "lo principal" era, ante todo, no la emigración, sino el trabajo práctico en Rusia, Stalin se apresuraba seguidamente a explicar que el trabajo práctico significa "la aplicación de principios". Reforzada así su posición por insistencia sobre la palabra mágica "Principios", Koba iba concretando más: "...En mi opinión -escribe-, nuestra tarea primordial, que no admite dilaciones, es organizar un grupo central (ruso), que coordine el trabajo ilegal. Ese grupo es necesario como el aire, como el pan." No había nada nuevo en el plan mismo. Lenin había hecho tentativas más de una vez, desde el Congreso de Londres, para restablecer el núcleo ruso del Comité Central, pero hasta entonces la dispersión del Partido había condenado todo al fracaso. Koba proponía que se convocase una Conferencia de activistas del Partido. "Es muy posible que esta misma Conferencia haga destacar los elementos apropiados para el grupo Central propuesto." Habiendo manifestado su propósito de desviar el centro de gravedad del Partido del extranjero a Rusia, Koba se esforzaba seguidamente por mitigar toda posible aprensión por parte de Lenin: "Habrá que proceder firmemente y sin contemplaciones, desafiando los reproches de los liquidadores, los trotskistas y los progresistas..." Con calculada modestia escribía a Propósito del grupo central de su proyecto: "Llámelo como quiera ("Sección rusa del Comité Central" o "Grupo auxiliar del Comité Central"), el nombre no importa." La pretendida indiferencia tenía por objeto disimular la ambición personal de Koba. "En cuanto a mí, tengo seis meses por delante. Cuando termine, puede disponer de mí. Si hacen mucha falta organizadores, trataré de largarme en seguida." La finalidad de la carta era evidente: Koba, sugería su propia candidatura. Deseaba llegar, por lo menos, a miembro del Comité Central.
La ambición de Koba, nada censurable, se vio inesperadamente revelada por otra carta suya dirigida a los bolcheviques de Moscú." Soso el caucásico os escribe -así comenzaba la carta-. Me recordaréis de 04 (1904), en Tiflis y Bakú. En primer lugar, mis afectuosos saludos a Olga, a ti, a Germanov. I. M. Golubev, con quien estoy pasando mis días en el destierro, me ha hablado de vosotros mucho. Germanov me conoce por K... b... a (él lo entenderá)." Es curioso que ya en 1911, Koba se viese obligado a hacerse recordar de los viejos miembros del Partido recurriendo a indicaciones indirectas y puramente accidentales, todavía era desconocido y se veía en riesgo de que lo olvidaran fácilmente. "Estoy terminando (el destierro); para julio de este año -continuaba-. Ilich y Co. me llaman a uno de dos centros, sin aguardar a que cumpla aquí. Sin embargo, me gustaría terminar (una persona legal tiene más oportunidades)... Pero si la necesidad apremia (estoy esperando su respuesta), entonces, naturalmente, saldré como pueda... Nos consumimos de inacción, yo estoy literalmente ahogándome."
Desde el punto de vista de la circunspección elemental, esta parte de la carta parece asombrosa. Un desterrado, cuyas cartas corren siempre peligro de caer en manos de la policía, sin razón alguna aparente envía por correo, a miembros del Partido con quienes apenas tiene confianza, información acerca de su correspondencia conspiratoria con Lenin, relativa al hecho de que urge escapar del destierro, y que, en caso de necesidad, "recurriría, naturalmente, a la fuga". Como veremos luego, la carta cayó efectivamente en manos de los gendarmes, quienes sin gran trabajo identificaron al remitente y a todas las personas a quienes mencionaba. No puede menos de ocurrirse una explicación de tal imprudencia: el afán de alardear. "Soso el caucásico", que acaso no hubiera sido bastante advertido en 1904; no puede resistir la tentación de informar a los bolcheviques de Moscú que Lenin mismo le ha incluido entre los activistas centrales del Partido. Sin embargo, el motivo de la jactancia es sólo secundario. La clave de esta misteriosa carta está en su final:

"Acerca de la "tempestad en un vaso de agua, del extranjero ya hemos oído algo, claro está: los bloques de Lenin-Plejanov, por un lado, y de Trotsky-Martov-Bordanov, por otro. La actitud de los trabajadores hacia el primero, por lo que sé, es favorable. Pero, en general, los trabajadores comienzan a mirar desdeñosamente a la emigración: "dejadles subir por la pared lo que se les antoje; en cuanto a nosotros, todos apreciamos el interés del momento..., trabajar; lo demás vendrá por sí mismo. Esto creo que es lo mejor"." 

¡Sorprendentes líneas! La lucha de Lenin contra los liquidadores y los conciliadores no es para Stalin, más que una "tempestad en un vaso de agua". "Los trabajadores (y con ellos Stalin) comienzan a mirar con desdén a la emigración, incluyendo a la plana mayor de los bolcheviques. Cada cual aprecia el interés del momento..., trabajar; lo demás vendrá por sí mismo." El interés del momento, por lo visto, ninguna relación guardaba con la lucha teórica que estaba trazando el programa del movimiento.
Año y medio después, cuando, bajo la influencia del comienzo del empuje, la lucha entre los emigrados se hizo más aguda que nunca, el sentimental semibolchevique Gorki se lamentaba en una carta a Lenin de las "querellas" en el extranjero, la tempestad en un vaso de agua. "En cuanto a las querellas entre socialdemócratas -le contestó Lenin en tono de reprobación-, eso es una queja favorita de los burgueses, los liberales, los essars, cuya actitud frente a cuestiones de fondo dista mucho de ser seria, y gustan de ir a remolque de otros, de jugar a la diplomacia, de sostenerse con eclecticismo..." "La misión de los que comprenden el arraigo que en las ideas encierran tales querellas... -insistía en una carta posterior-, es ayudar a la masa a buscar esas raíces, y no justificar a la masa en su tendencia a contemplar esos debates como "asunto personal de los generales"." "En Rusia ahora -persistía Gorki por su parte-, entre los trabajadores hay mucho de bueno..., la juventud, pero está muy hostil frente a la emigración..." Lenin replicó: "Esto es verdad, sin duda. Pero la culpa no es de los "dirigentes"... Lo que está roto debe ligarse; pero es de poco mérito, aunque inútil, increpar a los líderes..." Parece como si en sus reprimidas refutaciones a Gorki estuviese Lenin refutando con indignación a Stalin.
Una cuidadosa confrontación de las dos cartas de Stalin, que su autor nunca imaginó expuestas a cotejo, es sumamente valiosa para ahondar en su carácter y en sus métodos. Su actitud real en cuanto a "principios" se expresa con mucha más veracidad en la segunda carta: "trabajar; el resto vendrá por sí mismo". Esencialmente, tal era la actitud de más de un Conciliador no superdotado. Stalin recurría a las expresiones crudamente desdeñosas al referirse a la "emigración", no sólo porque la rudeza es una parte integrante de su naturaleza, sino ante todo por que contaba con la simpatía de los prácticos, especialmente de Germanov. Conocía bien cómo era éste por Golubev, que acababa de ser deportado desde Moscú. Las actividades en Rusia iban bastante mal, la organización ilegal había declinado hasta lo ínfimo, y los prácticos estaban muy propicios a cargarlo todo sobre los emigrados por armar tanto ruido sin motivos serios.
Para comprender el objetivo práctico disimulado tras la doble maniobra de Stalin, recordaremos que Germanov, que había propuesto varios meses antes la candidatura de Koba para el Comité Central, estaba por su parte en relación estrecha con otros conciliadores de influencia asimismo entre los próceres del Partido. Koba estimó provechoso demostrar a aquel grupo su solidaridad con él. Pero le constaba bien la solidez de la Influencia de Lenin, y por eso comenzaba con una declaración de su lealtad a los "principios". En su carta a París se acomodaba a la posición irreconciliable de Lenin, porque Stalin tenía miedo de Lenin; en su carta a los moscovitas, los ponía frente a Lenin, quien "subía por la pared" sin un motivo justo. La primera carta era una absurda reproducción de los artículos de Lenin contra los conciliadores; la segunda repetía los argumentos de éstos contra Lenin. Y todo ello en un lapso de veinticuatro horas.
Es cierto que la carta al "camarada Simeón" contiene la cautelosa frase de que el centro en el extranjero "no lo es todo, ni siquiera lo principal". "Lo principal es organizar actividades en Rusia." En cambio, en la carta a los moscovitas se contiene lo que al parecer no es más que una insinuación casual: la actitud de los trabajadores respecto al bloque Lenin-Plejanov, "por lo que yo sé, es, favorable". Pero lo que en una carta es rectificación subsidiaria, sirve en la otra como punto de partida para desarrollar el razonamiento contrario. La finalidad de los vagos apartes, que casi son reservas mentales, es suavizar la contradicción entre ambas cartas. Aunque, en realidad, lo que hacen es traicionar la culpable conciencia de su autor.
La técnica de cualquier intriga, aunque sea primitiva, es suficiente dentro de su objetivo. De propósito no escribió directamente Koba a Lenin, prefiriendo hacerlo a "Simeón". Esto le permitía referirse a Lenin en tono de intimidad admirativa, sin hacer ineludible para él calar en lo esencial de la cuestión. Sin duda, los móviles efectivos de Koba no eran un misterio para Lenin. Pero su método era el propio de un político. Un revolucionario profesional que en el pasado había dado pruebas de fuerza de voluntad y resolución sentía ahora anhelos de adelantar dentro de la máquina del Partido. Lenin tomó nota de aquello. Por otra parte, también Germanov recordó que en la persona de Koba los conciliadores tendrían un, aliado. Así consiguió sus fines; en todo caso, de momento. Koba tenía muchas condiciones para convertirse en un miembro destacado del Comité Central. Su ambición estaba bien fundada. Pero eran sorprendentes los métodos de que se valía el joven agitador para acercarse a su meta..., los de duplicidad, falacia y deliberado cinismo.
En la vida de conspiración, las cartas comprometedoras se destruían; el contacto personal con gente del extranjero era raro, de modo que Koba no podía temer que sus dos cartas llegasen a ser cotejadas. El mérito de haber conservados estos inapreciables documentos humanos para el futuro pertenece a los censores del servicio de Correos del zar. El 23 de diciembre de 1925, cuando el régimen totalitario estaba aún lejos de haber alcanzado su actual automatismo, el periódico de Tiflis Zarya Vostova, tuvo la insensatez de publicar una reproducción de la carta de Koba a los moscovitas, tomada de los archivos policíacos. ¡No es difícil imaginarse el rapapolvo que le valió al malhadado Consejo de redacción semejante traspiés! Después no se volvió a reimprimir la carta, y ni uno solo de los biógrafos oficiales vuelve a mencionarla.
A pesar de la terrible necesidad de organizadores, Koba no "se dio a la fuga en seguida", esto es, no se escapó, sino que esta vez cumplió su condena hasta el final. Los periódicos contenían información sobre mítines estudiantiles y manifestaciones callejeras. No menos de diez mil personas se apiñaron en la Perspectiva Nevsky. Los trabajadores comenzaron a juntarse con los estudiantes. "¿No es éste el comienzo del cambio?", preguntaba Lenin en un artículo, unas semanas antes de recibir la carta que le envió Koba desde el destierro. Durante los primeros meses de 1911, el resurgimiento se hizo indiscutible, pero Koba, que ya tenía en su haber tres fugas, se estuvo tranquilo esta vez aguardando el término de su destierro. El despertar de la nueva primavera parecía haberle dejado frío. Recordando sus peripecias de 1905, ¿tendría acaso temor de una nueva resurrección?
Todos los biógrafos, sin excepción, hacen referencia a la nueva fuga de Koba. En realidad, no había necesidad de tal fuga; su destierro caducaba en julio de 1911. El periódico Ojrana, de Moscú, al mencionar de pasada a José Djugashvili aludía a él esta vez como uno que "cumplía su condena de destierro administrativo en la; ciudad de Solvychegodsk". La Conferencia de los miembros bolcheviques del Comité Central, que entretanto se celebraba en el extranjero, designó una comisión especial para preparar una Conferencia del Partido, y parece ser que Koba entró a formar parte de ella con otros cuatro camaradas. Después del destierro, fue a Bakú y a Tiflis, para agitar a los bolcheviques locales e inducirlos a participar en la Conferencia. No había entonces organizadores formales en el Cáucaso, por lo que hubo de empezar desde casi la nada absoluta. Los bolcheviques de Tiflis aprobaron el llamamiento que escribió Koba sobre la necesidad de un partido revolucionario:
"Por desgracia, además de los aventureros políticos, los provocadores y otra gentualla, los trabajadores avanzados en nuestra propia causa de reformar nuestro partido socialdemócrata, se ven obligados a tropezar con un nuevo obstáculo en nuestras filas, a saber, con gentes de mentalidad burguesa."

Esto se refería a los liquidadores. La proclama terminaba con una metáfora característica de nuestro autor:

"Las sombrías nubes sangrientas de la negra reacción que se cierne sobre el país comienzan a dispersarse, comienzan a ser reemplazadas por las tormentosas nubes del furor y la indignación del pueblo. El fondo negro de nuestra vida es sacudido por los relámpagos, mientras allá a lo lejos flamea la aurora, y la tempestad se acerca..."

El objeto de aquella proclama era dejar sentada la urgencia de organizar el grupo de Tiflis y asegurar así para los poco bolcheviques locales la participación en la inmediata Conferencia.
Koba abandonó legalmente la provincia de Vologda. Es dudoso que fuera en condiciones legales del Cáucaso a San Petersburgo: era costumbre prohibir durante una temporada a los desterrados que viviesen en ciudades importantes. Pero, con permiso o sin él, el provinciano salió por último hacia el territorio de la capital. El Partido comenzaba justamente a despertar de su letargo. Sus mejores elementos estaban en la prisión, en el destierro, o habían emigrado. Por esto precisamente se necesitaba a Koba en San Petersburgo. Pero su primera estancia en la capital fue breve. Sólo dos meses pasaron entre el fin de su destierro y su nueva detención, y, de este lapso, tres a cuatro semanas debió de invertir en su viaje al Cáucaso. Nada sabemos acerca de la adaptación de Koba a su nuevo ambiente ni de cómo empezó a trabajar en el nuevo marco de actividad.
La única reminiscencia de aquel período es la brevísima información que Koba envió al extranjero relativa a la reunión secreta de los cuarenta y seis socialdemócratas del distrito de Viborg. El pensamiento principal de un discurso pronunciado por un prominente liquidador fue el siguiente: que "en un sentido de partido no se necesitan organizaciones", pues para la actividad abierta bastaba sólo con tener "grupos de iniciación" que se ocuparan de organizar charlas públicas y reuniones legales sobre materias de seguros del Estado, política municipal, etc. Según la nota de Koba, este plan de los liquidadores para adaptarse a la monarquía seudoconstitucional encontró una cordial resistencia en todos los trabajadores, incluyendo a los mismos mencheviques. Al final de la reunión, todos, con la excepción del orador principal, votaron en favor de un partido revolucionario ilegal.
Lenin o Zinoviev pusieron a este mensaje de San Petersburgo la siguiente nota editorial:
"La correspondencia del camarada K merece la máxima atención de todos aquellos que aprecien al Partido... No podría esperarse una repulsa mejor a las opiniones y esperanzas de nuestros pacificadores y conciliadores. ¿Es excepcional el incidente descrito por el camarada K? No, es típico..."
Sin embargo, raramente "recibe el Partido una información tan definida, y por ello damos las gracias al camarada K". Con relación a este episodio periodístico, la Enciclopedia Soviética escribe:
"Las cartas y los artículos de Stalin atestiguan la inconmovible unidad de esfuerzo combativo y línea política que ligaba a Lenin y al genio que fue su compañero de armas."
Para llegar a esta conclusión fue necesario publicar una tras otra varias ediciones de la Enciclopedia, liquidando entretanto a no escaso número de editores.
Alliluyev, nos refiere que un día de primeros de setiembre, al regresar a su casa, observó que había espías en la puerta, y al subir la escalera hacia su piso, encontró allí a Stalin y a otro bolchevique georgiano. Cuando Alliluyev les habló de la "cola" que dejaba abajo, Stalin contestó, no muy cortésmente: "Y eso, ¿qué te importa...? ¡Algunos camaradas se están volviendo unos zamacucos, unos burgueses asustadizos! " Pero los espías resultaron serlo efectivamente. El 9 de setiembre detuvieron otra vez a Koba, y el 22 de diciembre ya estaba en su lugar de destierro; esta vez la capital de la provincia de Vologda, es decir, en mejores condiciones que antes. Es probable que este destierro fuese sólo como castigo por estancia ilegal en San Petersburgo.
El Centro bolchevique del extranjero continuaba enviando emisarios a Rusia para preparar la Conferencia. El contacto entre los grupos socialdemócratas locales se fue estableciendo lentamente, y se interrumpía con frecuencia. Sin embargo, la simpatía con que la idea de celebrar una Conferencia era acogida por los trabajadores progresivos mostró, desde luego, según dice Olminsky, que "los trabajadores toleraban simplemente el liquidacionismo, pero por dentro estaban muy lejos de desearlo". A pesar de las circunstancias extraordinariamente difíciles, los emisarios consiguieron ponerse en contacto con un gran número de grupos locales clandestinos. "Era como una ráfaga de aire fresco", escribía el mismo Olminsky.
A la Conferencia convocada en Praga el 5 de enero de 1912 asistieron quince delegados de una veintena de organizaciones ilegales, en su mayor parte poco numerosas. Los informes de los delegados ofrecían un cuadro bastante claro de la situación del Partido; las pocas organizaciones locales se componían casi exclusivamente de bolcheviques, con una gran proporción de provocadores que traicionaban la organización tan pronto como empezaba a sostenerse en pie. Particularmente sombría era la situación en el Cáucaso. "No hay organización de ningún género en Chiatury -informaba Ordzhonikidze acerca del único punto industrial de Georgia-. Ni tampoco la hay en Batum." En Tiflis "sucede lo mismo. Durante estos últimos años no hubo una simple octavilla ni trabajo ilegal en absoluto...". A pesar de la evidente flaqueza de los grupos locales, la Conferencia reflejó el nuevo espíritu de optimismo. Las masas iban poniéndose en movimiento, y el Partido sentía el viento propicio en su velamen.
Las decisiones adoptadas en Praga señalaron la ruta al Partido por una larga temporada. En primer lugar, la Conferencia reconoció como necesario crear núcleos socialdemócratas rodeados por una red tan extensa como fuese posible de toda índole de asociaciones obreras legales. La mala cosecha, que hizo padecer hambre a veinte millones de campesinos, confirmó una vez más, según la Conferencia, "la imposibilidad de conseguir ninguna clase de desenvolvimiento burgués en Rusia mientras su política estuviese dirigida... por la clase de terratenientes de mentalidad feudal". "La tarea de la conquista del Poder por el proletariado, dirigiendo a los campesinos, es, como siempre, la tarea de la revolución democrática en Rusia." La Conferencia declaró fuera del Partido a la facción de los liquidadores, y apelaba a todos los socialdemócratas, "sin distinción de tendencias ni matices", para declarar la guerra a los liquidadores en nombre de la reconstitución del Partido ilegal. Habiéndose desarrollado por completo sin intervención de los mencheviques, la Conferencia de Praga inició la era de la existencia independiente del partido bolchevique, con su propio Comité Central.
La Historia novísima del Partido, publicada en 1938 bajo la dirección editorial de Stalin, afirma:
"Los miembros de aquel Comité Central eran Lenin, Stalin, Ordzhonikidze, Sverdlov, Goloschekin y otros. Stalin y Sverdlov fueron elegidos en ausencia, pues por entonces estaban deportados."
Pero en la colección oficial de documentos del Partido (1926) leemos:
"La Conferencia eligió un nuevo Comité Central, compuesto de Lenin, Zinoviev, Ordzhonikidze, Spandaryan, Víctor (Ordinsky), Malinovsky y Goloschekin."
La Historia no incluye en el Comité Central a Zinoviev ni al provocador Malinovsky, pero sí a Stalin, que no estaba en la antigua lista. La explicación de este enigma puede proyectar alguna claridad sobre la posición de Stalin en el Partido por aquellos días, así como sobre los actuales métodos de historiografía moscovita. En realidad, Stalin no fue elegido en la Conferencia, sino que le hicieron miembro del Comité Central poco después de ella, por medio de lo que se llamaba cooptación. La mencionada fuente oficial lo dice bien claramente:

"Más tarde, los camaradas Koba (Djugashvili-Stalin) y Vladimir (Belostotsky, antiguo obrero de los talleres Putilov) entraron por cooptación en el Comité Central."
Asimismo, de acuerdo con los materiales de la Ojrana, de Moscú, Djugashvili fue elegido miembro del Comité Central después de la Conferencia, a base del derecho de cooptación reservado para los miembros del mismo. La misma información se halla en todos los libros de consulta del Soviet, sin excepción, hasta el año 1929, en que se publicó fa instrucción de Stalin, que revolucionó toda la ciencia histórica. En la publicación conmemorativa de 1937 dedicada a la Conferencia, leemos:
"Stalin no pudo participar en los trabajos de la Conferencia de Praga porque a la sazón estaba confinado en Solvychegodsk. Por entonces, Lenin y el Partido conocían ya a Stalin como dirigente de importancia... Por eso, de acuerdo con la proposición de Lenin, los delegados a la Conferencia eligieron a Stalin para el Comité Central, en ausencia."
La cuestión de si Stalin fue elegido en la Conferencia o designado más tarde por cooptación del Comité Central, puede parecer de escasa importancia. Pero no es así en realidad. Stalin deseaba ser nombrado miembro del Comité Central. Lenin creía necesario que se le nombrara. La selección de candidatos disponibles era tan limitada que hasta segundas figuras entraron a formar parte del Comité Central. Y, sin embargo, Koba no fue elegido. ¿Por qué? Lenin estaba lejos de ser un dictador en su Partido. Además, un Partido revolucionario no hubiera tolerado dictaduras. Después de algunas negociaciones preliminares con los delegados, Lenin, por lo visto, juzgó más conveniente no plantear la candidatura de Koba. "Cuando en 1912, Lenin llevó a Stalin al Comité Central del Partido -escribe Dmitrievsky-, produjo indignación. Nadie se opuso abiertamente. Pero entre ellos se manifestaron disgustados." La información del antiguo diplomático, que por lo general no merece crédito, tiene interés no obstante por reflejar recuerdos y chismes burocráticos. Indudablemente Lenin tropezó con una oposición seria. Sólo podía hacer una cosa: esperar a que la Conferencia terminase y acudir luego al pequeño círculo dirigente, que, o bien confiaba en la recomendación de Lenin o compartía su apreciación respecto al candidato. Así entró por primera vez Stalin en el Comité Central, por la puerta trasera.
La historia relativa a la organización interna del Comité Central ha sufrido metamorfosis análogas.
"El Comité Central..., a propuesta de Lenin, creó un buró del  Comité Central, presidido por el camarada Stalin, para guiar la actividad del Partido en Rusia. Además de Stalin, formaban parte del buró ruso del Comité Central, Sverdlov, Spandaryan, Ordzhonikidze y Kalinin."
Así lo dice Beria, a quien, mientras estaba yo redactando este capítulo, nombraba Stalin jefe de su policía secreta; sus esfuerzos eruditos no quedaron así sin recompensa. En vano buscaríamos, en cambio, una confirmación documental de tal aserto, que se repite en la última Historia. En primer lugar, nadie era designado "presidente" de instituciones del Partido: no existía en absoluto tal método de elección. Según los viejos libros oficiales de referencia, el Comité Central un "Buró o Comisión compuesta de Ordzhonikidze, Spandaryan, Stalin y Goloschekin". La misma lista figura también en las notas a las obras de Lenin. Entre los papeles de la Ojrana, de Moscú, los primeros tres ("Timogei, Sergo y Koba") se mencionan como miembros, del Buró ruso del Comité Central por sus alias. No carece de interés que en todas las listas antiguas figure siempre Stalin en último o penúltimo lugar, lo que no hubiera sucedido, desde luego, de haber sido colocado "a la cabeza" o nombrado "presidente". Goloschekin, expulsado de la máquina del Partido en una de últimas purgas, fue asimismo borrado del Buró en 1912, ocupando su puesto el afortunado Kalinin. La Historia se vuelve arcilla, en manos del alfarero.
El 24 de febrero, Ordzhonikidze informó a Lenin que en Vologda había visitado a Ivanovich (Stalin): "Legamos a un acuerdo completo. Está satisfecho del giro que tomaron las cosas." Esto se refiere a la decisión de la Conferencia de Praga. Koba se enteró de que, por fin, había sido elegido por cooptación miembro del "centro" recién creado. El 28 de febrero se escapó del destierro, en su nueva calidad de miembro del Comité Central. Después de una breve estancia en Bakú, siguió hasta San Petersburgo. Dos meses antes había cumplido treinta y dos años.
La promoción de Koba del palenque provincial al nacional, coincidió con el resurgir del movimiento obrero y el desarrollo relativamente extenso de la Prensa obrera. Por presión de las fuerzas clandestinas, las autoridades zaristas perdieron su aplomo al principio. La mano del censor flaqueaba. Las posibilidades legales se hicieron más amplias. El bolchevismo se lanzó a la plaza pública, al principio con un semanario, y luego con un diario. Al punto aumentaron las ocasiones y los modos de influir sobre los trabajadores. El Partido continuaba en la sombra, pero los cuadros de redacción de sus periódicos se convirtieron por el momento en los mandos legales de la revolución. El nombre de la Pravda en San Petersburgo, dio color a todo un período del movimiento obrero, en que comenzó a llamarse a los bolcheviques pravdistas. Durante los dos años y medio de existencia del periódico, el Gobierno lo suspendió ocho veces, pero cada vez reaparecía bajo un nombre similar. En algunas de las cuestiones más decisivas, Pravda se veía a menudo obligada a contenerse con rebajas e insinuaciones. Pero sus agitaciones y proclamas clandestiná4 decían con toda claridad lo que abiertamente era forzoso falsear o callar. Además, entretanto, los obreros avanzados habían aprendido a leer entre líneas. Una circulación de cuarenta mil ejemplares puede parecer demasiado modesta comparada con las cifras usuales en Europa occidental o en Norteamérica; pero en la hipersensibilidad acústica política de la Rusia zarista, el periódico bolchevique, por medio de sus suscriptores directos y de sus lectores, hallaba un eco propicio entre cientos de miles de trabajadores. Así la joven generación revolucionaria se agrupó en torno a Pravda bajo la dirección de aquellos veteranos que habían resistido los años de redacción. "La Pravda de 1912 estaba sentando los cimientos de la victoria del bolchevismo en 1017", escribió más tarde Stalin, aludiendo a su propia participación en aquella actividad.
Lenin, a quien todavía no había llegado la noticia de la fuga de Stalin, se quejaba el 15 de marzo: "Nada de Ivanovich..., ¿qué le ocurre? ¿Dónde está? ¿Cómo se encuentra...?" Había escasez de hombres. No se disponía de personas apropiadas, ni siquiera en la capital. En la misma carta, Lenin escribía que era "endiabladamente" necesaria una persona ilegal en San Petersburgo, "porque las cosas no marchan bien allí. Hay una guerra dura y terrible. No tenemos información ni dirección, ni inspección del periódico". "Lenin estaba sosteniendo "una guerra dura y terrible" en el Consejo de redacción de Zvezda (La Estrella), que titubeaba en librar batalla a los liquidadores. "Apresuraos a luchar con Zhivoye Dyelo (La Causa Vital), periódico de los liquidadores, y el triunfo está asegurado. De otro modo, pasaremos grandes apuros. No os asustéis de las polémicas..." Lenin insistía de nuevo en marzo de 1912. Aquél era el motivo cardinal de todas sus cartas por aquellos días.
"¿Qué ocurre? ¿Dónde está? ¿Cómo se encuentra?", podemos repetir muy bien con Lenin. La misión real de Stalin (como de costumbre, tras la cortina) no es fácil de determinar: hay que examinar a fondo hechos y documentos. Sus deberes como miembro del Comité Central en San Petersburgo (esto es, como uno de los dirigentes oficiales del Partido) abarcaban, naturalmente, la Prensa ilegal también. Pero antes de las instrucciones a los "historiadores", tal circunstancia quedó relegada a un olvido absoluto. La memoria colectiva tiene sus propias leyes, que no siempre coinciden con los reglamentos del Partido. Zvezda se fundó en diciembre de 1910, cuando se hicieron notar los primeros indicios del resurgimiento. "Lenin, Zinoviev y Kamenev -consigna la noticia oficial- estaban muy estrechamente asociados, disponiendo lo necesario para publicarlo y editarlo desde el extranjero." El cuadro de redacción de las obras de Lenin menciona a once personas entre sus colaboradores principales en Rusia, olvidándose de incluir a Stalin entre ellos. Pero no hay duda de que pertenecía a la redacción del periódico en virtud de su posición influyente.
El mismo olvido (hoy podría denominarse sabotaje de memoria) es característico de todas las antiguas Memorias y obras de referencia. Incluso en una edición especial que en 1927 dedicó Pravda a su propio XV aniversario, ni un solo artículo, ni el editorial siquiera, cita el nombre de Stalin. Estudiando las viejas publicaciones, llega uno hasta dudar de sus propios ojos.
La única excepción se encuentra en las valiosas Memorias de Olminsky, uno de los más íntimamente asociados con Zvezda y Pravda, quien describe la misión de Stalin con las siguientes palabras:
"Stalin y Sverdlov aparecieron en San Petersburgo varias veces después de haber escapado del destierro... La presencia de ambos en San Petersburgo (hasta su nueva detención) fue breve, pero cada vez consiguió producir considerable efecto en el trabajo del periódico, la facción, etc."
Esta sencilla afirmación, incorporada además no al texto principal, sino en una nota al pie, probablemente caracteriza la situación con gran exactitud. Stalin solía presentarse de vez en cuando en San Petersburgo por temporadas cortas, apremiando a la organización, a la facción de la Duma, al periódico, para desaparecer luego. Sus apariciones eran excesivamente transitorias, y su influencia muy del estilo de la maquinaria del Partido, y sus ideas y artículos demasiado vulgares para haber dejado una impresión perdurable en la memoria de nadie. Cuando la gente escribe Memorias sin que nadie le coaccione, no recuerda las funciones oficiales de los burócratas, sino la actividad vital del pueblo que alienta, hechos reales, fórmulas tajantes, proposiciones originales. Stalin no se distinguió por nada de esto. No es extraño que la copia gris no se recordase al lado del vívido original. Ciertamente, Stalin no se limitaba a parafrasear a Lenin. Ligado por su apoyo a los conciliadores, continuó ateniéndose simultáneamente a las dos líneas que nos son familiares por sus cartas de Solvychegodsky: con Lenin contra los liquidadores; con los conciliadores, contra Lenin. La primera política era descarada, y subterránea la otra. Tampoco la lucha de Stalin contra el Centro de los emigrados inspiró a los autores de Memorias, aunque por una razón diferente: todos ellos, activa o pasivamente, tomaron parte en la "conspiración" de los conciliadores contra Lenin, y por eso prefieren dar vuelta rápida a esa página de la historia del Partido. Sólo después de 1929, la posición oficial de Stalin como presentante del Comité Central se convirtió en base de la nueva interpretación del período histórico anterior a la guerra.
Stalin no podía haber dejado la impronta de su personalidad en el periódico por la sencilla razón de que no es periodista por naturaleza. Desde abril de 1912 a febrero de 1913, según los cálculos de uno de sus íntimos asociados, publicó en la Prensa bolchevique "no menos de una veintena de artículos", que vienen a ser dos artículos mensuales por término medio. Y eso en la pleamar de los acontecimientos, cuando la vida planteaba nuevos problemas cada día de excitación. Verdad es que en el curso de aquel año pasó Stalin casi seis meses desterrado. Pero era más fácil colaborar en Pravda desde Solvychegodsk o Vologda que desde Cracovia, de donde Lenin y Zinoviev enviaban artículos y cartas a diario. La pereza, una desordenada cautela, la falta absoluta de recursos literarios, y, finalmente, una indolencia oriental extrema se combinaban para mantener la pluma de Stalin poco menos que improductiva. Sus artículos, algo más firmes de tono que durante los años de la primera Revolución, continuaban ostentando el sello indeleble de la mediocridad.
"A continuación de las manifestaciones económicas de los trabajadores -escribía Zvezda el 15 de abril-, vinieron sus manifestaciones políticas. Tras las huelgas por subida de salarios, vinieron protestas, mítines, huelgas políticas fundadas en los atropellos del Lena... No hay duda de que las fuerzas subterráneas del movimiento liberador han comenzado a actuar. ¡Os saludamos, primeras golondrinas!"
La imagen de las "golondrinas" como símbolo de "las fuerzas subterráneas" es típica del estilo de nuestro autor. Pero, después de todo, está claro lo que quiere decir. Sacando "conclusiones" de los llamados "sucesos del Lena", Stalin analiza (como siempre, esquemáticamente, sin mirar la realidad viviente) la conducta del Gobierno y de los partidos políticos, acusa a la burguesía de derramar "lágrimas de cocodrilo" por el fusilamiento de los indefensos trabajadores, y concluye con esta adminición: "Ahora que ya ha pasado la primera oleada de la crecida, las fuerzas tenebrosas que han tratado de ocultarse tras una cortina de lágrimas de cocodrilo, comienzan de nuevo a dejarse ver." A pesar del llamativo efecto de esta metáfora, "la cortina de lágrimas de cocodrilo", que parece particularmente singular en contraste con el fondo más bien llano del texto, el artículo hace constar en líneas generales lo que aproximadamente había que decir y que veintenas de otros hubieran dicho también. Pero es justamente la "tosquedad" de su exposición (no sólo de su estilo, sino del mismo análisis) lo que hace la lectura de los escritos de Stalin tan insoportable como la música discordante a un oído delicado. En una proclama ilegal escribía:
"Es hoy, el día 1.º de mayo, cuando la Naturaleza despierta del sopor invernal, los bosques y las montañas están cubiertos de césped, los campos y las praderas tapizados de flores, y el sol comienza a calentar con más intensidad, y el gozo de la renovación se siente en el aire, mientras la Naturaleza se entrega a la danza y a la alegría; es precisamente hoy cuando los trabajadores decidieron proclamar ante el mundo que ellos traen a la Humanidad primavera y liberación de los grillos del capitalismo... El océano del movimiento obrero se extiende cada vez más... El mar de la cólera proletaria se agita en encrespadas olas... Seguros de su victoria, fuertes y serenos, marchan arrogantes por la ruta hacia la tierra prometida, por la ruta hacia el socialismo esplendoroso." Aquí tenemos la revolución de San Petersburgo hablando en el lenguaje de las homilécticas de Tiflis.
La oleada de huelgas se dilató, y se multiplicaron los contactos con los trabajadores. El semanario ya no pudo hacer frente a las necesidades del movimiento. Zvezda comenzó a recoger dinero para un periódico diario. "A fines del invierno de 1912 -escribe el antiguo diputado Poletayev-, Stalin, que había huido del destierro, llegó a San Petersburgo. La labor de organizar un periódico obrero se hizo más intensa." En su artículo de 1922 sobre el X aniversario de Pravda, Stalin mismo escribía:
"Era a mediados de abril de 1912, por la noche, en la morada de Poletayev, donde dos diputados de la Duma (Pokrovsky y Poletayev), dos literatos (Olminsky y Baturin) y yo, miembro del Comité Central..., nos pusimos de acuerdo, sobre el programa de Pravda y dispusimos la primera edición del periódico."
La responsabilidad de Stalin en cuanto al programa de Pravda resulta así reconocida por él mismo. La esencia de aquel programa puede concretarse en las palabras: "trabajo; el resto vendrá por sí mismo". Cierto es que Stalin fue detenido el 22 de abril, fecha de salida del primer número de Pravda. Pero durante casi tres meses, Pravda se mantuvo fiel al programa elaborado de acuerdo con Stalin. La palabra "liquidador" se suprimió en el léxico del periódico.
"Una guerra inconciliable con el liquidacionismo era indispensable -escribe Krupskaia-. Por eso estaba Vladimiro Ilich tan inquieto cuando, desde el primer momento, Pravda suprimió persistentemente en sus columnas toda polémica con los liquidadores. Escribió cartas airadas a Pravda." Una parte de ellas (evidentemente, sólo una pequeña parte) ha logrado ver la luz. "En ocasiones, aunque esto era raro -se lamenta en otro lugar-, los artículos de Ilich se perdían sin dejar rastro. Otras veces, sus artículos eran retenidos, no se publicaban en el acto. Y entonces era cuando Ilich se ponía nervioso y escribía a Pravda cartas inflamadas, por cierto sin gran fruto."
La lucha con el cuadro de redacción de Pravda fue una continuación directa de la sostenida con el de Zvezda. "Es nocivo, desastroso y ridículo ocultar las diferencias de opinión a los trabajadores", escribía Lenin el 11 de julio de 1912. Unos días después pedía que el secretario del Consejo de redacción, Molotov, el actual vicepresidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y Comisario popular de Negocios Extranjeros, explicara por qué el periódico "suprime persistente y sistemáticamente de mis artículos y de los de otros colegas toda mención de los liquidadores". Entretanto, se aproximaban las elecciones para la cuarta Duma. Lenin advertía: "Las elecciones en las asambleas de trabajadores de San Petersburgo irán sin duda acompañadas por una lucha en toda la línea contra los liquidadores. ésta habrá de ser la decisión más vital para los trabajadores avanzados. ¡Y, sin embargo, su periódico continuará mudo, soslayando la palabra "liquidador"...! Esquivar estas cuestiones es tanto como suicidarse." 
Desde su retiro de Cracovia, Lenin se daba perfecta cuenta de la tácita, pero persistente conspiración de los prebostes conciliadores del Partido. Pero estaba firmemente convencido de que tenía razón. La rápida reavivación del movimiento obrero estaba obligada a plantear francamente los problemas fundamentales de la revolución, dejando sin puntos de apoyo no sólo a los liquidadores, sino también a los conciliadores. La fortaleza de Lenin no estaba tanto en su habilidad para construir una máquina (aunque sabía hacerlo también), como en su aptitud para utilizar en el crítico momento la energía viviente de las masas a fin de vencer las limitaciones y la característica conservadora, de toda máquina política. Así ocurrió también en este caso. Ante la creciente presión de los trabajadores y el látigo de Cracovia, Pravda, a regañadientes y entre continuos remoloneos, comenzó a abandonar su posición de neutralidad dilatoria.
Stalin pasó poco más de dos meses en la cárcel de San Petersburgo. El 2 de julio, salió de allí para su nuevo destierro de cuatro años, esta vez al otro lado de los Urales, en la parte septentrional de la provincia de Tomsk, región de Narym, famosa por sus bosques, lagos y pantanos. Vereshchak, a quien ya conocemos, volvió a coincidir con Koba en la aldea de Kolpashevo, donde el último pasó varios días en ruta para su destierro. Allí estaban Sverdlov, I. Smirnov, Lashevich, todos ellos bolcheviques clásicos. No era fácil predecir entonces que Lashevich fuese a morir deportado por Stalin, y Smirnov fusilado por orden suya, y que sólo una muerte prematura salvaría a Sverdlov de un sino análogo. "La llegada de Stalin a la región de Narym -escribía Vereshchak- avivó la actividad de los bolcheviques y se señaló por un pequeñísimo número de fugas." Después de otros, el mismo Stalin se escapó también. "Se fue casi de descaradamente en el primer vapor de primavera..." En realidad, la fuga de Stalin tuvo lugar a fines de verano. Era la cuarta vez que se escapaba.
Después de volver a San Petersburgo, el 12 de setiembre, encontró allí las cosas considerablemente alteradas. Había en curso huelgas tumultuosas. Los trabajadores afluían a las calles con consignas revolucionarias. La política de los mencheviques estaba totalmente desacreditada. La influencia de Pravda aumentaba por momentos. Además, las elecciones a la Duma se acercaban. Ya se había marcado desde Cracovia en tono para la campaña electoral, y escogido las bases de argumentación. Los bolcheviques consagrados a las elecciones luchaban separados de los liquidadores y en contra de éstos. Los trabajadores habían de confundirse en un solo grupo bajo la bandera de las tres consignas principales de la revolución democrática: república, jornada de ocho horas y confiscación de las fincas rústicas. Liberar a los pequeñoburgueses demócratas de la influencia de los liberales, atraer a los campesinos al lado de los obreros..., tales eran las ideas capitales del programa electoral de Lenin. Combinando una minuciosa atención a los detalles con un vuelo audaz de pensamiento, Lenin era prácticamente el único marxista que había estudiado a fondo todas las posibilidades y trampas de la ley electoral de Stolypin. Después de inspirar políticamente la campaña para las elecciones, la dirigía técnicamente un día tras otro. Para ayudar a San Petersburgo, enviaba desde el extranjero artículos e instrucciones, preparaba concienzudamente a emisarios.
Safarov, hoy uno de los ausentes, en su viaje de Suiza a San Petersburgo, durante la primavera de 1912, se detuvo en Cracovia, donde se enteró de que Inessa, un conspicuo activista del Partido muy adicto a Lenin, iba también a la capital para tomar parte, en la campaña de las elecciones. "Durante un par de días, por lo menos, Lenin nos llenó bien la cabeza de instrucciones." La elección de los representantes de las asambleas de trabajadores en San Petersburgo se había fijado para el 16 de setiembre. Inessa y Safarov fueron detenidos el 14. "Pero la policía no sabía aún -escribía Krupskaia- que Stalin, huido del destierro, acababa de llegar el 12. Las elecciones a compromisarios de los trabajadores fueron un gran éxito." Krupskaia no dijo "gracias a Stalin". Se limitó a poner dos frases juntas, como medida de autodefensa pasiva. "En mítines extemporáneos celebrados en diversas fábricas -leemos en una nueva edición de las Memorias del diputado de la primera Duma, Badayev (pues no consta en la primera edición)-, Stalin, que acababa de escaparse del destierro en Narym, habló." Según Alliluyev, que escribió sus Memorias ya en 1937, "Stalin tuvo a su cargo directo toda la enorme campaña electoral para la cuarta Duma... Como vivía ilegalmente en San Petersburgo, sin un cobijo permanente definido, y no queriendo molestar a ninguno de sus íntimos camaradas durante las altas horas de la noche, después de un mitin de trabajadores que se había demorado y también a causa de consideraciones de orden conspiratorio, Stalin solía pasar el resto de la noche en alguna taberna, tomando un vaso de té". También allí se las arreglaba a veces "para dar unas cabezadas, sentado en la taberna que olía a humo de majorka (tabaco malo)".
Stalin no pudo ejercer gran influencia en el resultado de las elecciones durante las primeras fases de la campaña, cuando era necesario ponerse en contacto directo con los votantes, no sólo porque era un orador mediocre, sino porque no tuvo más que cuatro días disponibles. Lo compensó desempeñando un papel importante en las siguientes fases del complicado sistema electoral, siempre que era necesario desplegar a los representantes de los trabajadores y manejarlos tirando de los hilos desde detrás de la cortina, contando con el aparato ilegal. En aquella actividad, Stalin se mostró indudablemente más apto que nadie.
Un documento importante de la campaña electoral era "la instrucción de los trabajadores de San Petersburgo a su diputado". En la primera edición de sus Memorias, Badayev manifiesta que dicha instrucción fue fruto colectivo, aunque la última mano fuese de Stalin, como representante del Comité Central... "Creemos -se dice en la instrucción- que Rusia vive en vísperas de inminentes movimientos de masas, probablemente mucho más fundamentales que los de 1905... Como en 1905, el iniciador de estos movimientos será la clase más progresiva de la sociedad rusa, el proletariado ruso. Su aliado sólo puede ser el sufrido trabajador del campo, profundamente interesado por la liberación de Rusia." Lenin escribió a Pravda, al Consejo de redacción: "Publicad sin falta... esta instrucción... en caracteres grandes y en sitio preferente." La asamblea de representantes provinciales adoptó la instrucción bolchevique por una enorme mayoría de votos. En aquellos agitados días, Stalin figuró también más activamente como publicista; conté cuatro artículos suyos en Pravda en una sola semana.
Los resultados de las elecciones en San Petersburgo, como en todos los distritos industriales, en general, fueron muy favorables. Los candidatos bolcheviques fueron elegidos en seis de las provincias más importantes, que comprendían en conjunto unas cuatro quintas partes de la clase trabajadora. Los siete liquidadores sólo tuvieron los votos de la pequeña burguesía de las ciudades. "En contraste con las elecciones de 1907 -escribía Stalin en su correspondencia al órgano central publicado en el extranjero-, las elecciones de 1912 coincidieron con el resurgir revolucionario entre los trabajadores." Precisamente por esta razón, los obreros, que estaban muy lejos de la tendencia boicotista, lucharon activamente por sus derechos de sufragio. La Comisión gubernamental hizo un intento de invalidar las elecciones en algunas de las más importantes fábricas de San Petersburgo. Los obreros contrarrestaron la tentativa con una huelga unánime, de protesta, que consiguió su propósito. "No es superfluo añadir -continúa diciendo el autor de esta correspondencia- que la iniciativa en esta campaña electoral fue la del representante del Comité Central." Aquí la referencia es del mismo Stalin. Sus conclusiones políticas respecto a dicha campaña eran: "La Socialdemocracia revolucionaria vive y es potente; ésta es la primera conclusión. Los liquidadores están en plena quiebra política; ésta es la segunda conclusión." Y era verdad.
Los siete mencheviques, más bien intelectuales, trataron de situar a los seis bolcheviques, trabajadores con poca experiencia política, bajo su control. A fines de noviembre, Lenin escribió personalmente a Wassilyev (Stalin): "Si los seis nuestros proceden de las asambleas de trabajadores, no deben someterse en silencio a una partida de siberianos. Los seis deben manifestarse con una protesta categórica, si tratan de dominarlos..." La respuesta de Stalin a aquella carta, como a otras, sigue guardada bajo siete llaves. Pero la llamada de Lenin no encontró simpatía; los mismos seis estaban por la unidad con los liquidadores, que habían sido declarados "fuera del Partido" por encima de su propia independencia política. En una resolución especial publicada en Pravda, la facción unida reconocía que "la unidad de la Socialdemocracia es una urgente necesidad", se pronunciaba en favor de fusionar Pravda con el periódico de los liquidadores, Lootch' (El Rayo), y a modo de paso en tal dirección recomendaba a todos sus miembros que colaborasen en ambos periódicos. El 18 de diciembre, el menchevique Lootch' publicaba triunfalmente los nombres de los cuatro diputados bolcheviques (por haber rehusado los otros dos) en su lista de colaboradores; los nombres de los miembros de la facción menchevique se publicaron a la vez en lo más alto de Pravda. De nuevo había ganado el conciliatorismo, lo que en esencia significaba una derrota para el espíritu y la letra de la Conferencia de Praga.
Pronto apareció en la lista de colaboradores de Lootch' otro nombre más: el de Gorki. Aquello hacía pensar en una conjura. "¿Y cómo ocurrió que usted se uniera con Lootch'??? -escribía Lenin a Gorki, con tres signos de interrogación-. ¿Es posible que vaya siguiendo las huellas de los diputados? ¡Pero es que ellos han caído sencillamente en una trampa!" Stalin estaba en San Petersburgo durante este efímero triunfo de los conciliadores, ejerciendo el control del Comité Central sobre la facción y sobre Pravda. Nadie ha dicho una palabra relativa a su protesta contra decisiones que asestaban un cruel golpe a la política de Lenin, señal cierta de que tras las escenas de las maniobras conciliatorias se ocultaba el mismo Stalin. Justificando después su culpable conducta, el diputado Badayev escribía: "Como en todas las demás ocasiones, nuestra decisión... se tomó de acuerdo con la actitud de los círculos del Partido en que tuvimos entonces ocasión de tratar de nuestras actividades..." Esta excusa indirecta alude al Buró del Comité Central en San Petersburgo, y en primer término a Stalin. Badayev solicita en tono circunspecto que el desdoro no se desvíe de los dirigentes a los dirigidos.
Hace varios años se observó en la Prensa soviética que no se había aclarado bastante la historia de la lucha interna de Lenin con la fracción de la Duma y con el cuadro de redacción de Pravda. En estos últimos arios se ha hecho lo posible por hacer más difícil tal esclarecimiento. Todavía no se ha publicado por completo la correspondencia de Lenin relativa a aquel período crítico. A disposición de los historiadores sólo estaban los documentos que por una u otra razón han salido de los archivos antes de instituirse el control totalitario. Sin embargo, aun de estos fragmentos diseminados se destaca un cuadro intachable. La hurañía de Lenin sólo era el reverso de su perspicacia realista. Insistía en la división por la línea que en última instancia había de convertirse en la línea de batalla de la guerra civil. El empirista Stalin era incapaz, por constitución, de asumir un punto de vista de gran amplitud. Enérgicamente combatió a los liquidadores durante la campaña electoral para conseguir sus propios diputados; se trataba de asegurar un importante punto de apoyo. Pero una vez realizada aquella tarea de organización, no conceptuaba necesario levantar otra "tempestad en un vaso de agua", especialmente en vista de que incluso los mencheviques, bajo la influencia de la marejada revolucionaria, parecían dispuestos a hablar un lenguaje diferente. ¡En verdad, no valía la pena de "trepar por la pared"! En cuanto a Lenin, toda su política se encaminaba a la educación revolucionaria de las masas. La lucha de la campaña electora nada significaba para él mientras después de la elección permanecieran unidos los diputados socialdemócratas en la Duma. Creía necesario dar a los trabajadores todas las oportunidades posibles (a cada paso, en cada acto) para convencerse de que en todas las cuestiones fundamentales los bolcheviques se diferenciaban claramente de los demás grupos políticos, sin excepción. éste era el principal punto de litigio entre Cracovia y San Petersburgo.
Los titubeos de la facción de la Duma estaban íntimamente relacionados con la política de Pravda. "Durante aquel período -escribía Badayev en 1930-, Stalin, que se hallaba en la ilegalidad, dirigía Pravda." El documentado Savelyev escribía asimismo: "Como estaba en la ilegalidad, Stalin llevaba personalmente el periódico durante el otoño de 1912 y el invierno de 1912-1913. Sólo durante un breve intervalo dejó de hacerlo por ir al extranjero, a Moscú y a otros sitios." Estos informes de testigos directos, concordantes con todas las circunstancias de hecho, no pueden reputarse. Pero no era cierto que Stalin llevase el periódico en el sentido real de la palabra. Quien lo llevaba era Lenin. A diario enviaba artículos, de otros, proposiciones, instrucciones, rectificaciones. Stalin, lento de ideas, no podía de ningún modo seguir el paso de aquella corriente activa de sugerencias e iniciativas, de las cuales nueve décimas partes se le antojaban superfluas o exageradas. En lo esencial, el Consejo de redacción mantenía una posición defensiva. No tenía ideas políticas propias, y trataba simplemente de mellar el cortante filo de la política de Cracovia. Y Lenin, no sólo sabía cómo preservar el corte bien afilado, sino cómo afilarlo de nuevo. En tales condiciones, Stalin vino a ser naturalmente el inspirador secreto de la oposición de los conciliadores a la presión de Lenin.
"Nuevos conflictos -afirma el cuadro de redacción de las obras de Lenin (Bujarin, Molotov, Savelyev)- surgieron a consecuencia de la debilidad de la posición adoptada contra los liquidadores al final de la campaña electoral y también respecto a la invitación hecha a los progresistas para colaborar en Pravda. Estas relaciones empeoraron aún en enero de 1913, después de salir J. Stalin de San Petersburgo..." La expresión, por demás considerada, "empeoraron aún", atestigua que aún antes de salir Stalin, las relaciones de Lenin con el cuadro de redacción no se caracterizaban por lo amistosas pero Stalin evitaba de todos modos convertirse en "blanco de tiro".
Los miembros del cuadro de redacción eran figuras de escasa influencia en el sentido de Partido, y algunos de ellos figuras ocasionales. No hubiera sido difícil para Lenin conseguir su sustitución. Pero tenían su apoyo en la actitud de los primates del Partido y en la persona del representante del Comité Central. Un conflicto violento con Stalin, estrechamente relacionado con el Consejo de redacción y la facción de la Duma, hubiera constituido una sacudida dentro de la plana mayor del Partido. Por eso, a pesar de toda su persistencia, la política de Lenin fue circunspecta. El 13 de noviembre estaba "seriamente molesto" para reprochar al cuadro de redacción que hubiese dejado de publicar un artículo sobre el Congreso Socialista Internacional de Basilea. "No hubiera sido muy difícil escribir este artículo, y el cuadro de redacción de Pravda sabía que el Congreso iba a abrirse el domingo. " Stalin, sin duda, se quedó sorprendido de veras. ¿Un Congreso internacional? ¿En Basilea? Aquello estaba muy lejos de sus preocupaciones. Pero el foco principal no eran los errores incidentales, a despecho de su insistencia, sino más bien la divergencia fundamental de criterios en cuanto al curso del desarrollo del Partido. La política de Lenin tenía sentido sólo para quien estuviese dotado de una perspectiva revolucionaria audaz; desde el punto de vista de la circulación del periódico o de la construcción de una máquina, no podía parecer sino el colmo de la extravagancia. En lo profundo de su corazón, Stalin continuaba considerando al "emigrado" Lenin como a un sectario.
No podemos dejar de anotar un delicado episodio que ocurrió por entonces. Durante aquellos años, Lenin estaba muy necesitado. Cuando Pravda se levantó, el cuadro de redacción fijó para su inspirador y colaborador principal una retribución, que, a pesar de su modestia, era su principal sostén. Pero cuando, el conflicto llegó al punto más agudo, los fondos dejaron de enviársele. Aunque era sumamente escrupuloso en cuestiones de tal índole, Lenin se vio obligado a recordarles con alguna insistencia su propia situación. "¿Por qué no se me envían mis honorarios? El retraso me pone en un verdadero aprieto, y agradeceré que no se prolongue más." La retención del dinero no puede interpretarse fácilmente como una especie de represalia financiera (aunque más tarde, ya en el Poder, Stalin no vaciló en recurrir a tales métodos una y otra vez). Pero aun tratándose de un caso de simple descuido, da una idea clara de las relaciones entre San Petersburgo y Cracovia. En realidad, distaban mucho de ser cordiales.
La indignación con Pravda se pone de relieve en las cartas de Lenin que siguen inmediatamente a la marcha de Stalin para Cracovia, a fin de tomar parte en la Conferencia preparada en el cuartel general del Partido. Se impone la irresistible impresión de que Lenin estaba esperando justamente que Stalin partiera para desbaratar el nido de conciliadores de San Petersburgo, reservándose al mismo tiempo la posibilidad de una inteligencia pacífica con Stalin. En el momento de quedar al margen el adversario más influyente, Lenin desató un ataque devastador contra el cuadro de redacción de San Petersburgo. En su carta de 12 de enero, dirigida a una persona de su confianza en dicha capital, se refiere a la "imperdonable estupidez" cometida por Pravda con relación al periódico de los trabajadores de la industria textil, insistiendo en que se corrija "su estupidez" y en otros extremos por el estilo. La carta está escrita enteramente en la letra de Krupskaia. Además, de su puño y letra, añade Lenin lo siguiente: "Recibimos una carta estúpida y descarada del Consejo de Redacción. No la contestaremos. Tienen que marcharse... Estamos sumamente fastidiados por la ausencia de noticias referentes al plan de reorganización del cuadro de redacción... Reorganización, pero mejor aún expulsión completa de todos los que van con retraso, eso es lo que hace muchísima falta. Se está llevando de un modo absurdo. Elogian al Bund y al Zeit (una Publicación oportunista judía), que es sencillamente infame. No saben cómo proceder contra Lootch', y su actitud en cuanto a los artículos (se refiere a los suyos) es monstruosa. Sencillamente, he perdido la paciencia..." El tono de la carta muestra que la indignación de Lenin (y sabía muy bien contenerse cuando era necesario) había llegado a su limite. La crítica despiadada del periódico se refería a todo el período en que la responsabilidad de su inspección directa correspondía a Stalin. La identidad de la, persona que escribió la "carta estúpida y descarada" del "Consejo de redacción" no se ha descubierto aún, y seguramente no, es por casualidad. Es difícil que Stalin la escribiera: es demasiado cauto y, además, probablemente había salido ya de San Petersburgo en aquella fecha. Más verosímil es que su autor fuese Molotov, secretario del Consejo de redacción, tan inclinado a la rudeza como Stalin, y carente además de la flexibilidad de éste.
La resolución con que Lenin puso entonces mano en el conflicto crónico resulta evidente de otras líneas de su carta: "¿Qué se ha hecho respecto a la fiscalización del dinero? ¿Quién recibió los fondos de suscripción? ¿En poder de quién están? ¿A cuánto ascienden?" Al parecer, Lenin no excluía la posibilidad de una ruptura, y se interesaba por guardar por sí mismo los recursos financieros. Pero no se llegó a la ruptura; los desconcertados conciliadores difícilmente se hubieran atrevido a pensar en ello. La resistencia pasiva era su única arma. Ahora, incluso ésta se les iba a arrancar de las manos.
Replicando a la pesimista carta que le escribió Shklovsky desde Berna, y arguyendo que los asuntos de los bolcheviques no iban tan mal como parecía, Krupskaia comenzaba reconociendo que, "desde luego, Pravda se lleva mal". Esa frase suena como cosa evidente, como algo indiscutible. "Todo el mundo está en aquella redacción, y la mayoría no saben escribir... Las protestas de los trabajadores contra Lootch' no se han publicado, para evitar polémicas." Sin embargo, Krupskaia promete "reformas portantes" para pronto. Esta carta lleva fecha de 19 de enero. Al día siguiente, Lenin escribió a San Petersburgo, por medio de Krupskaia: "... tenemos que planear nuestro propio cuadro de redacción de Pravda y echar al actual. Las cosas están muy mal. La falta de una campaña por la unidad desde abajo es estúpida y ruin... ¿Puede llamarse redactores a esa gente? No son hombres, sino lamentables guiñapos, y están echando a perder la causa". éste es el estilo a que acudía Lenin cuando quería dar a entender que estaba dispuesto a luchar hasta el límite.
Abrió un fuego de paralelas desde baterías cuidadosamente situadas contra el conciliatorismo de la facción de la Duma. Ya el 3 de enero escribía a San Petersburgo: "Es imprescindible que se publique la carta de los trabajadores de Bakú que os remitimos..." La carta pide que los diputados bolcheviques rompan con Lootch'. Refiriéndose, a que en el curso de cinco años 105 liquidadores "han estado reiterando en todas las formas que, el partido ha muerto", los trabajadores de Bakú preguntaban: "¿Por qué tienen ahora tanta prisa por unirse con un cadáver?" La pregunta da justamente en mitad del blanco. "¿Cuándo se separarán los cuatro diputados de Lootch'?" Lenin insistía por su parte "¿Hemos de esperar mucho tiempo...? Hasta del lejano Bakú protestan veinte trabajadores." No estará de más presumir que, no habiendo podido conseguir por correspondencia que los diputados rompieron con Lootch', Lenin comenzó a movilizar discretamente las filas rusas mientras Stalin continuaba en San Petersburgo. Sin duda, por iniciativa suya protestaban los trabajadores de Bakú (no por casualidad escogió Lenin esta ciudad), y, además, enviaban su protesta, no a la redacción de Pravda, a cuyo frente estaba Koba, dirigente de allí, sino a Lenin, en Cracovia. La compleja maraña del conflicto queda flagrante. Lenin avanza. Stalin maniobra. Con los conciliadores renqueando, aunque no sin la inconsciente ayuda de los liquidadores, que cada vez exponían su oportunismo, Lenin consiguió al poco tiempo inducir a los diputados bolcheviques a que renunciasen mediante protesta como colaboradores de Lootch'. Pero siguieron sometidos a la mayoría liquidacionista de la facción de la Duma.
Preparándose para lo peor, incluso para una escisión, Lenin, como siempre, hizo cuanto pudo por conseguir su objetivo político con el menor trastorno y las menos víctimas posible. Por eso, precisamente, pidió primero que Stalin saliese de Rusia, y le hizo luego comprender que lo mejor para él sería permanecer alejado de Pravda durante las futuras "reformas". Entretanto, se envió a San Petersburgo a otro miembro del Comité Central, Sverdlov, el futuro, primer presidente de la República de los Soviets. Aquel hecho significativo ha sido atestiguado oficialmente. "Con el fin de reorganizar el Consejo de redacción -afirma una nota al pie en el volumen XVI de las obras de Lenin-, el Comité Central envió a Sverdlov a San Petersburgo." Lenin le escribió: "Hoy nos enteramos del comienzo de las reformas en Pravda. Mil gracias, felicitaciones y auspicios de éxito... No puedes imaginarte lo cansados que estamos de trabajar con un cuadro de redacción enteramente hostil."
Con estas palabras, en las que acumulaba acrimonia con un suspiro de alivio, Lenin ajustaba cuentas con el Consejo de redacción por todo el período de las dificultades, durante el cual, como se nos ha informado, "Stalin llevaba efectivamente el periódico".
"El autor de estas líneas recuerda muy bien -escribía Zinoviev en 1934, cuando la espada de Damocles pendía ya sobre su cabeza- qué acontecimiento fue la llegada de Stalin a Cracovia..." Lenin estaba doblemente satisfecho, porque, durante la ausencia de Stalin de San Petersburgo, podría realizar su delicada operación allí y porque probablemente le sería posible hacerlo sin originar una convulsión dentro del Comité Central. En su concisa y cauta reseña de la estancia de Stalin en Cracovia, Krupskaia, como insinuándolo, observaba: "Ilich estaba entonces muy nervioso a causa de Pravda; también lo estaba Stalin. Estuvieron hablando sobre el modo de arreglar las cosas." Estas líneas tan significativas, a pesar de su deliberada vaguedad, es todo lo que al parecer queda de un texto más elocuente retirado a instancias del censor. En relación con circunstancias que ya conocemos, apenas cabe duda de que Lenin y Stalin "estaban nerviosos" por diferentes motivos, cada uno tratando de defender su política. Sin embargo, la lucha era demasiado desigual: Stalin tuvo que ceder terreno.

La conferencia a que fue llamado duró desde el 28 de diciembre hasta el 1 de enero de 1913, y a ella asistieron trece personas, miembros del Comité Central, de la fracción de la Duma y dirigentes locales destacados. Además de los problemas de política general derivados del resurgimiento revolucionario, la conferencia se ocupó de las agudas cuestiones de la vida interna del Partido: la fracción de la Duma, la Prensa del Partido, la actitud hacia los liquidadores y hacia la consigna de "unidad". Los informes principales fueron los de Lenin. Debe suponerse que los diputados de la Duma y Stalin se vieron obligados a, escuchar no pocas verdades amargas, aunque se expresaran en tono cordial. Parece ser que Stalin se mantuvo pacífico en la conferencia; sólo eso puede explicar el hecho de que en la primera edición de sur Memorias (1929), el deferente Badayev dejara incluso de mencionarle entre los participantes. Guardar silencio en momentos de apuro es, además, el método favorito de Stalin. Los registros y otros documentos de la conferencia "no se han encontrado aún". Es muy probable que se adoptaran medidas especiales para asegurarse de que no se encontraran. En una de las cartas de Krupskaia, de aquel período, se dice lo siguiente: "En esta conferencia, los informes de procedencia local fueron muy interesantes. Todo el mundo decía que las masas aumentaban... Durante las elecciones se ha puesto en evidencia que había organizaciones obreras espontáneas en todas partes... En su mayoría, no están en contacto con el Partido, pero son del Partido en espíritu." En cuanto a Lenin, indicaba en una carta a Gorki que la conferencia "había sido un gran éxito" y "daría sus frutos". Por encima de todo, su preocupación era afirmar la política del Partido.
No sin un deje de ironía, el Departamento de Policía informaba a su agencia del extranjero que, a pesar de su último informe, el diputado Poletayev no estuvo presente en la conferencia, y que sí asistieron a ella las siguientes personas, Lenin, Zinoviev, Krupskaia; diputados Malinovsky, Petrovsky, Dadayev; Lobov, el trabajador Medvedev, el teniente de artillería Troyanovsky y su mujer, y Koba. No carece de interés el orden en que se citan los nombres: en la lista del Departamento, el de Koba figura en último lugar. En las notas a las obras de Lenin (1929), se le menciona en quinto lugar, después de Lenin, Zinoviev, Kamenev y Krupskaia, aunque Zinoviev, Kamenev y Krupskaia llevaban entonces bastante tiempo en desgracia. En las listas de la nueva era, Stalin ocupa siempre el segundo lugar, inmediatamente detrás de Lenin. Estas barajaduras reflejan bastante bien la índole de su carrera política.
Con esta carta, el Departamento de Policía de San Petersburgo trataba de demostrar que allí estaban mejor enterados de lo que pasaba en Cracovia que su agente en el extranjero. No es extraño que uno de los papeles de importancia en la reunión estuviese confiado a Malinovsky, cuya personalidad real como provocador sólo era conocida de los conspicuos del Olimpo policíaco. Verdad es que ciertos socialdemócratas que le conocieron tuvieron sospechas de él ya en los años de la redacción, pero no les fue posible apoyar sus aprensiones con pruebas, y aquéllas fueron extinguiéndose. En enero de 1912, los bolcheviques de Moscú delegaron en Malinovsky para que asistiese a la Conferencia de Praga. Lenin acogió con ansia a este trabajador enérgico y capaz, y contribuyó a presentar su candidatura a las elecciones de la Duma. Por su parte, la Policía apoyó también a su agente deteniendo a todos sus posibles rivales. Este representante de los trabajadores moscovitas impuso al punto su autoridad en la fracción de la Duma. En cuanto recibía de Lenin los textos preparados de sus intervenciones parlamentarias, Malinovsky transmitía los manuscritos para su revisión al director del Departamento de Policía. éste trató al principio de introducir enmiendas, pero el régimen de la fracción bolchevique confinaba la autonomía de cada diputado dentro de límites muy estrechos. En consecuencia, aunque Malinovsky era el mejor informador de la Ojrana, el agente de la Ojrana llegó a ser el orador más militante de la fracción socialdemócrata.
Las sospechas sobre Malinovsky volvieron a despertarse en el verano de 1913 entre varios prominentes bolcheviques; pero, por falta de pruebas, se dejó nuevamente de lado el asunto. Luego, el mismo Gobierno se inquietó por la posible exposición y el consiguiente escándalo público a que daría lugar el caso. Por orden de sus superiores, en mayo de 1914, Malinovsky presentó al presidente de la Duma una declaración de su deseo de renuncia a su mandato de diputado. Se difundieron de nuevo los rumores sobre su papel, y más insistentes, negando esta vez a las columnas de la Prensa. Malinovsky marchó al extranjero, visitó a Lenin y solicitó que se hiciera una investigación. Al parecer, había trazado cuidadosamente su línea de conducta en colaboración con sus superiores de la Policía. Dos días después, el periódico del Partido de San Petersburgo publicaba un telegrama que, indirectamente, declaraba que el Comité Central, después de haber investigado el caso Malinovsky, estaba convencido de su integridad personal. Al cabo de unos días más, se publicó un acuerdo en el sentido de que por su renuncia voluntaria al mandato de diputado, Malinovsky "se colocaba fuera de las filas de los marxistas organizados".
En el lenguaje del periódico legal, aquello significaba la expulsión del Partido.
Los adversarios de Lenin le sometieron a un prolongado y cruel tiroteo por "cubrir" a Malinovsky. La participación de un agente de la Policía en la fracción de la Duma, y especialmente en el Comité Central era, como es natural, una calamidad para el Partido. En realidad, Stalin había sido desterrado la última vez a causa de la traición de Malinovsky. Pero en aquellos días, las sospechas, complicadas en ocasiones con la hostilidad de facción, envenenaban la atmósfera de la clandestinidad. Nadie presentó pruebas concretas contra Malinovsky. Después de todo, era imposible condenar a un miembro del Partido a la muerte política (y acaso a la muerte física) a base de una vaga sospecha. Y como Malinovsky ocupaba una posición de responsabilidad y la reputación del Partido dependía en cierto modo de su reputación, Lenin creyó deber suyo defender a Malinovsky con la energía que era siempre su característica. Después del derrumbamiento de la monarquía, el hecho de haber servido Malinovsky en el Departamento de Policía se probó de manera concluyente. Después de la Revolución dé octubre, el provocador, que volvió a Moscú desde un campo alemán de prisioneros de guerra, fue fusilado por orden del tribunal.
 

A pesar de la falta de hombres, Lenin no tenía prisa por que Stalin regresara a Rusia. Era necesario completar "las importantes reformas" en San Petersburgo antes de su vuelta. En cambio, Stalin estaba más bien deseoso de reintegrarse al lugar de sus anteriores trabajos después de la Conferencia de Cracovia, que, siquiera en forma indirecta, había condenado resueltamente su política. Como de costumbre, Lenin hizo cuanto pudo por proporcionar al vencido una retirada honrosa. La, venganza era totalmente, ajena a su carácter. Para mantener a Stalin en el extranjero durante el período crítico, Lenin le interesó en el estudio y solución del problema de las nacionalidades menores; un arreglo muy propio del espíritu de Lenin.
Un natural del Cáucaso, con sus docenas de nacionalidades semicultas y primitivas, pero en rápida marcha hacia el progreso, no necesitaba que le demostraran la importancia del problema de las nacionalidades. La tradición de independencia nacional continuaba floreciente en Georgia; de ahí había recibido el mismo Koba su primer impulso revolucionario. Su propio seudónimo evocaba la lucha de su país por la independencia nacional. Verdad es que, según Iremashvili, durante los años de su primera Revolución, se había enfriado algo respecto al problema georgiano, "La liberación nacional... ya no significaba nada para él. No le apetecía señalar límite alguno a sus ansias de poder. Rusia y el mundo entero habían de ser en adelante su aspiración." Evidentemente, Iremashvili se anticipa a los hechos y actitudes de una época muy posterior. Pero no cabe duda de que, convertido en bolchevique, Koba abandonó el romanticismo nacionalista, que continuaba viviendo en paz y armonía con el socialismo sin bríos de los mencheviques georgianos. Ahora bien, tras repudiar la idea de la independencia de Georgia, Koba no podía, como muchos gran-rusos, permanecer indiferente por completo al problema de las nacionalidades, porque las relaciones entre georgianos, armenios, tártaros, rusos y otros, complicaban constantemente las actividades revolucionarias en el Cáucaso.
En sus opiniones, Koba se hizo internacionalista. ¿Pero le pasó lo mismo en sus sentimientos? El gran-ruso Lenin no podía tolerar ninguna chanza o anécdota que pudiese herir la sensibilidad de una nacionalidad oprimida. Stalin conservaba aún mucho del campesino de la aldea de Didi-Lilo. Durante los años prerrevolucionarios no se atrevió, naturalmente, a jugar con los prejuicios nacionales, como hizo más tarde, cuando ya estaba en el Poder. Pero esa disposición se traslucía ya entonces en pequeñeces. Refiriéndose a la preponderancia de judíos en la facción menchevique del Congreso de Londres en 1907, Koba escribía:

"A propósito de eso, uno de los bolcheviques observó bromeando (creo que fue el camarada Alexinsky) que los mencheviques eran una facción judía, mientras que los bolcheviques eran rusos auténticos, y que, por lo tanto, no estaría de más que los bolcheviques instigásemos un pogrom en el Partido."

Es imposible no asombrarse aún ahora de que en un artículo destinado a los trabajadores del Cáucaso, donde la atmósfera estaba cargada de animosidades nacionalistas, Stalin se aventurase a reproducir una chanza de tan sospechoso gusto. Además, no se trataba de una cuestión de accidental falta de tacto, sino de cálculo consciente. En el mismo artículo, el autor se solaza airosamente a propósito del acuerdo del Congreso relativo a expropiaciones, con, el fin de disipar las dudas de los luchadores del Cáucaso. Hay que suponer confiadamente que la facción menchevique en Bakú estaba por entonces dirigida por judíos, y que con la chuscada alusiva al pogrom, el autor trataba de desacreditar a sus adversarios políticos a los ojos de los trabajadores atrasados. Aquello era más fácil que ganárselos mediante la persuasión y la educación, y que Stalin siempre y en todo buscaba la línea de menor resistencia. Puede agregarse que tampoco fue accidental la "broma" de Alexinsky; aquel ultrabolchevique se hizo más tarde un declarado reaccionario y antisemita.
Naturalmente, en sus actividades políticas, Koba mantenía la posición oficial del Partido. Pero, antes de su viaje al extranjero, sus artículos políticos nunca habían sobrepasado el nivel de la propaganda cotidiana. Sólo ahora, por iniciativa de Lenin, se enfrentó con el problema de las nacionalidades desde un punto de vista teórico y político más amplio. El conocimiento directo de las intrincadas relaciones nacionales en el Cáucaso le hacía sin duda más fácil orientarse en aquel complicado terreno, en el que las teorías abstractas eran particularmente peligrosas.
En dos países de la Europa de anteguerra, la cuestión nacional era de importancia política excepcional: en la Rusia zarista y en la Austria-Hungría de los Habsburgo. En cada uno de ellos, el partido de los trabajadores creó su propia escuela. En la esfera de las teorías, la socialdemocracia austríaca, en las personas de Otto Bauer y Karl Renner, consideraba la nacionalidad independiente del territorio, la economía y la clase, transformándola en una especie de abstracción limitada por lo que llamaban "carácter nacional". En el campo de la política nacional, como, por lo demás, en los restantes, no se aventuraba más allá de una rectificación del statu quo. Temiendo hasta la idea de desmembrar la monarquía, la socialdemocracia austríaca se esforzaba por adaptar su programa nacional a los límites del Estado mosaico. El programa de la llamada "economía cultura nacional" requería que los ciudadanos de una misma nacionalidad, aunque estuvieran dispersos por todo el territorio austrohúngaro y, a pesar de las divisiones administrativas del Estado, se unieran, sobre la base de atributos puramente personales, en una sola comunidad, para resolver sus tareas "culturales" (el teatro, la Iglesia, la escuela, etc.). Aquel programa era artificial y utópico, puesto que trataba de separar la cultura del territorio y la economía en una sociedad desgarrada por contradicciones sociales; era al mismo tiempo reaccionario, puesto que conducía a una desunión forzada en varias nacionalidades de los obreros de un único Estado, minando así su pujanza de clase.
El problema nacional era particularmente agudo en Polonia, agravado por el destino histórico de ese país. El llamado P. S. P. (Partido Socialista Polaco), Encabezado por José Pilsudski, propugnaba con ardor la independencia de Polonia; el "socialismo" del P. S. P. no era, más que un vago, apéndice de su nacionalismo militante. En cambio, la socialdemocracia polaca, que acaudillaba, Rosa Luxemburgo, contraponía a la consigna de la independencia polaca la petición de autonomía para la región, polaca como parte integrante de la Rusia democrática. Luxemburgo partía de la consideración de que en la época del imperialismo era imposible económicamente separar Polonia de Rusia..., e innecesario en la época del socialismo. El "derecho de autodeterminación" era para ella una huera abstracción. La polémica sobre el particular se prolongó durante años. Lenin insistía en que el imperialismo no reinaba de modo análogo o uniforme en todos los países, regiones o esferas de la vida; en que la herencia del pasado representaba una acumulación y una compenetración de varias épocas históricas; en que si bien el capitalismo de los monopolios se destaca sobre todas las cosas, no sustituye a todo; en que, a pesar del dominio del imperialismo, los numerosos problemas nacionales conservaban todo su vigor, y en que, contando con las coyunturas interna y mundial, Polonia podía hacerse independiente aun en la época del imperialismo.
El problema de las nacionalidades estaba considerablemente agudizado en Rusia durante la época de reacción. "La oleada de nacionalismo militante -escribía Stalin- llamaba la atención desde arriba por numerosos actos de represión cometidos por las autoridades, que descargaban su venganza sobre Estados Unidos a causa de su amor a la libertad, levantando en respuesta una marea de nacionalismo desde abajo, que a veces se transformaba en franco patrioterismo." Esta fue la época del juicio ritual del asesinato contra el judío Bayliss, de Kiev. Retrospectivamente, a la luz de las últimas hazañas de la civilización, sobre todo en Alemania y en la Unión Soviética, aquel juicio parece hoy casi un experimento humanitario. Pero en 1913 desazonó a todo el mundo. El veneno del nacionalismo comenzaba a afectar a muchas secciones de la clase trabajadora también. Alarmado, Gorki escribió a Lenin sobre la necesidad de contrarrestar este fanatismo patriotero. "Respecto al nacionalismo, estamos enteramente de acuerdo -replica Lenin- en que hemos de hacerle frente más seriamente que nunca. Tenemos aquí un espléndido georgiano que está escribiendo un largo artículo para Proveshcheniye, (Ilustración), después de acumular todo el material austríaco y de otros sitios. Nos atendremos a él." Se refería a Stalin. Gorki, relacionado desde antiguo con el Partido, conocía bien a todos sus cuadros de dirección. Pero Stalin le era, sin duda, totalmente desconocido, puesto que Lenin hubo de recurrir a una expresión tan impersonal, aunque halagadora, como la de "un espléndido georgiano". Por cierto que ésta es la única ocasión en que Lenin caracteriza a un prominente revolucionario ruso por la marca de su nacionalidad. Naturalmente, no pensaba en Georgia, sino en el Cáucaso: el factor de primitivismo atraía sin duda a Lenin; no es, pues, de extrañar que tratase a Kamo con tanta ternura.

Durante su estancia de dos meses en el extranjero, Stalin escribió un ensayo breve, pero tajante, titulado El marxismo y el problema nacional. Como estaba destinado a una revista legal, el artículo hacía gala de un vocabulario comedido, a pesar de lo cual se advertían perfectamente sus tendencias revolucionarias. El autor comenzaba por oponer la definición historicomaterialista de nación a la psicología abstracta que animaba a la escuela austríaca. "La nación -escribía- es una comunidad permanente, formada a lo largo de la historia, de lengua, territorio, vida económica y composición psicológica, que se sustenta en la comunidad de cultura." Esta definición combinada, que asocia los atributos psicológicos de una nación a las condiciones geográficas y económicas de su desarrollo, no sólo es teóricamente correcta, sino prácticamente fecunda, pues, según ella, la solución del problema del destino de cada nación hay que buscarlo por la fuerza en el sentido de cambiar las condiciones materiales de su existencia, comenzando por el territorio. El bolchevismo nunca se abscribió a la adoración fetichista de unas fronteras estatales. Políticamente, lo que importaba era reconstruir el imperio zarista, esa prisión de naciones, en el orden territorial político y administrativo, de acuerdo con las necesidades y los deseos de las mismas naciones.
El Partido del proletariado no recomienda a las diversas nacionalidades que permanezcan dentro de los límites de cierto Estado ni que se separen de él; esto es asunto de cada una de ellas. Pero se obliga a ayudarlas a realizar su auténtica voluntad nacional. En cuanto a la posibilidad de separarse de un Estado, esto depende de circunstancias históricas nacionales y de la correlación de fuerzas. "Nadie puede decir -escribía Stalin- que la guerra de los Balcanes sea el final y no el comienzo de complicaciones. Es tan posible semejante combinación de circunstancias internas y externas, que una u otra nacionalidad dentro de Rusia juzgue necesario postular y resolver el problema de su propia independencia. Y, naturalmente, no es misión de los marxistas poner barreras en tales casos. Pero, por esta misma razón, los marxistas rusos no pueden prescindir del derecho de las naciones a la autodeterminación."
Los intereses de las naciones que voluntariamente se queden dentro de los límites de la Rusia democrática serán preservados por medio de "las autonomías de unidades autodeterminadas, tales como Polonia, Lituania, Ucrania, el Cáucaso, etc. La autonomía regional conduce a una utilización más ventajosa de las riquezas naturales de la región; no divide a los ciudadanos conforme a pautas nacionales, y les permite agruparse en partidos de clase". La autoadministración territorial de regiones en todas las esferas de la vida social se opone a la extraterritorial (esto es, platónica) de nacionalidades en cuestiones de "cultura" solamente.
Sin embargo, de importancia sumamente inmediata y aguda, desde el punto de vista de la lucha del proletariado, era el problema de las relaciones entre los trabajadores de diversas nacionalidades dentro del mismo Estado. El bolchevismo se pronuncia por una completa e indivisible unificación de los trabajadores en todas las nacionalidades en el Partido y en el Sindicato, a base de centralismo democrático. "El tipo de organización no ejerce su influencia sobre la labor práctica solamente, sino que imprime un sello indeleble sobre toda la vida espiritual del trabajador. El trabajador vive la vida de su organización, dentro de la cual se desarrolla espiritualmente y es educado... El tipo internacional de organización es una escuela de sentimientos de camaradería, de la máxima agitación en pro del internacionalismo."
El sitio de honor en este estudio se dedicaba a una polémica contra su antiguo adversario Noé Jordania, quien durante los años de la reacción comenzó a inclinarse hacia el programa austríaco. Ejemplo tras ejemplo, Stalin demostraba que la economía cultural nacional, "por lo común... se hace aún más insensata y ridícula desde el punto de vista de las condiciones reinantes en el Cáucaso". No menos resuelta era su crítica de la política de la Liga judía, organizada a base del principio nacional, y no sobre el territorial, y que tendía a imponer tal sistema a todo el Partido. "Una de dos: o el federalismo de la Liga, y entonces hay que reconstruir la Socialdemocracia rusa sobre la base de "dividir" a los trabajadores por nacionalidades, o un tipo internacional de organización, y entonces hay que reconstruir la Liga según el principio de la economía territorial... No hay término medio: los principios vencen, nunca pueden conciliarse." 
El marxismo y el problema nacional es, indudablemente, la obra teórica de más importancia (más bien la única) de Stalin. A base de aquel solo artículo, que ocupaba cuarenta páginas impresas, su autor merece ser reconocido como un destacado teorizante. Lo que desconcierta un poco es que no haya escrito nada ni remotamente comparable en calidad, antes ni después. La clave del misterio está en que aquel trabajo de Stalin fue enteramente inspiración de Lenin, y se escribió bajo su incesante inspección, dirigiéndolo él línea por línea.
Dos veces en su vida rompió Lenin con colaboradores íntimos que eran teóricos de primera fila. La primera vez en 1903-l904, en que se apartó de todas las viejas autoridades de la socialdemocracia rusa (Plejanov, Axelrod, Zasulich) y de los destacados marxistas jóvenes, Martov y Potressov; la segunda, durante los años de la reacción, cuando le abandonaron Bogdanov, Lunacharsky, Pokrovsky, Rozhkov, todos ellos escritores calificados. Zinoviev y Kamenev, sus colaboradores íntimos, no eran teóricos. En tal sentido, el nuevo resurgimiento revolucionario encontró a Lenin embarrancado. No es extraño que se aferrase con afán a cualquier camarada joven que pudiera ser útil para trazar un problema cualquiera del programa del Partido.
"Esta vez -recuerda Krupskaia-, Ilich habló mucho con Stalin sobre el problema nacional, y estaba contento de encontrar a alguien seriamente interesado en la cuestión y que conocía el terreno que pisaba. Ya anteriormente, Stalin vivió en Viena alrededor de dos meses, estudiando allí el problema de las nacionalidades, y se relacionó mucho con nuestro público vienés, con Bujarin, con Troyanovsky." Algo quedó por decir. "Ilich habló mucho con Stalin", lo que significa que le dio ideas matrices, le aclaró todos los aspectos de la cuestión, explicó los conceptos dudosos, sugirió la literatura, repasó los primeros borradores e hizo correcciones... "Recuerdo, -refiere la misma Krupskaia- la actitud de Ilich para con autores inexpertos. Pensaba en la sustancia, en lo fundamental, ideando el mejor modo de ayudar, de encaminarlos bien. Pero lo hacía con una especial delicadeza de modo que el autor, en cada caso, no se diera cuenta de que le corregían. Verdaderamente, Ilich sabía cómo ayudar a la gente en sus tareas. Si, por ejemplo, quería encomendar la redacción de un artículo a alguien, y no tenía la seguridad de que el designado supiera escribirlo bien, lo primero que hacía era entablar con él una detallada conversación sobre el tema, desarrollando sus propios argumentos, despertando el interés de su interlocutor, sonsacándole a conciencia y luego sugería: "¿No te gustaría escribir un artículo sobre este tema?" Y el autor ni siquiera advertía cuánto le había ayudado la conversación preliminar con Ilich, ni se daba cuenta de que en su artículo incorporaba incluso las palabras y expresiones favoritas de Ilich." Krupskaia, como es natural, no nombra a Stalin. Pero esta caracterización de Lenin como inspirador y guía de jóvenes autores figura precisamente en el capítulo de sus Memorias en que hace mención del trabajo de Stalin sobre el problema de las nacionalidades: Krupskaia se vio no pocas veces forzada a recurrir a arbitrios indirectos para proteger de la usurpación a lo menos una parte de los derechos intelectuales de Lenin.
El proceso del artículo de Stalin se nos representa con suficiente claridad. Primero, conversaciones preliminares con Lenin en Cracovia, esbozo de las ideas dominantes y del material de consulta. Luego, la estancia en Viena, en el corazón mismo de la "escuela austríaca". Como no sabía alemán, Stalin no podía sacar partido de sus fuentes de consulta. Pero allí estaba Bujarin, que indiscutiblemente dominaba la teoría, conocía idiomas, así como la literatura relativa a la materia, y también era ducho en revolver papeles. Bujarin, como Troyanovsky, tenía instrucciones de Lenin de ayudar al "espléndido" pero poco educado georgiano. Evidentemente, la selección de los extractos más importantes fue tarea suya. La construcción lógica del artículo, no exenta de pedantería, se debe muy probablemente a la influencia de Bujarin, inclinado a métodos de profesor, a diferencia de Lenin, para quien el interés político o polémico determinaban la estructura de una composición. La influencia de Bujarin no fue más allá, pues en el problema de las nacionalidades se hallaba más cerca de Rosa Luxemburgo que de Lenin. En cuanto a la aportación de Troyanovsky, nada sabemos de cierto; pero de entonces data el comienzo de su contacto con Stalin, que algunos años más tarde, cuando cambiaron las circunstancias, valió al insignificante e inestable Troyanovsky uno de los puestos diplomáticos de más responsabilidad.
De Viena, Stalin volvió con su material a Cracovia. Allí se reanudó la intervención de Lenin, director atento e incansable. La huella de su pensamiento y de su pluma se descubre fácilmente a cada página. Ciertas frases, mecánicamente incorporadas por el autor, o ciertas líneas, evidentemente escritas por el revisor, parecen inesperadas o incomprensibles sin referirse a las obras correspondientes de Lenin. "No es el problema nacional, sino el agrario el que decide la suerte del progreso en Rusia -escribe Stalin sin más explicaciones-. El problema nacional le está subordinado." Este juicio exacto y profundo sobre los efectos relativos de los problemas agrario y nacional en el curso de la Revolución rusa es enteramente de Lenin, quien lo dilucidó innumerables veces durante los años de la reacción. En Italia y en Alemania, la lucha por la liberación nacional y la unificación era en otro tiempo el meollo de la revolución burguesa. No sucedía lo mismo en Rusia, donde la nacionalidad dominante, los gran-rusos, no sufrían opresión nacional, sino que oprimían a los demás; pero nadie, sino la vasta masa campesina de la misma Gran Rusia había experimentado la profunda opresión de la servidumbre. Ideas tan complejas y tan seriamente consideradas nunca hubieran sido expuestas por su verdadero autor como de pasada, como una generalidad sin demostraciones ni comentarios.
Zinoviev y Kamenev, que vivieron largo tiempo junto a Lenin, adquirieron no sólo sus ideas, sino hasta sus modos de hablar, e incluso el carácter de letra. No puede decirse otro tanto de Stalin. Naturalmente, también él vivía de las ideas de Lenin, pero a distancia, lejos de él, y no se servía de ellas sino cuando las necesitaba pata sus propios fines independientes. Era demasiado tenaz, demasiado obstinado, demasiado torpe y demasiado orgánico para adquirir los métodos literarios de su maestro. Por eso, las correcciones que Lenin introdujo en su texto, para citar al poeta, parecen "remiendos flamantes en destrozados andrajos". La exposición de la escuela austríaca como "una forma refinada de nacionalismo" es, sin duda, de Lenin, como muchas otras fórmulas sencillas y pertinentes. Stalin no escribía de ese modo. Con referencia a la definición de Otto Bauer, según la cual la nación es "una comunidad relativa de carácter", leemos en el artículo: "Entonces, ¿en qué difiere la nación de Bauer del "espíritu nacional" místico y vano de los espiritualistas?" Esta frase es de Lenin, Nunca, ni antes ni después, ha sabido Stalin expresarse así. Y en otro lugar, cuando, refiriéndose a las rectificaciones eclécticas de Bauer respecto a su propia definición de nación, el artículo comenta: "Así, la teoría cosida con hilos idealistas se refuta a sí misma", no puede uno menos de reconocer la pluma de Lenin. Lo mismo cabe decir de la caracterización del tipo internacional de organización obrera como "una escuela de sentimientos de camaradería". Stalin no escribía de esa manera. En cambio, en todo el artículo, a pesar de sus numerosos recovecos, es inútil buscar camaleones que adopten el aspecto de conejos, golondrinas subterráneas, ni cortinas de lágrimas: Lenin ha extirpado todas estas filigranas seminaristas. El manuscrito original con sus correcciones puede estar oculto, ciertamente. Pero es imposible de todo punto ocultar la mano de Lenin, como es imposible ocultar el hecho de que en todos los años de su prisión y destierro, nunca hizo Stalin nada que ni remotamente semeje a lo que escribió en el curso de pocas semanas en Viena y en Cracovia.
 

El 8 de febrero, estando aún Stalin en el extranjero, Lenin felicitó al Consejo de redacción de Pravda "por la enorme mejora que el periódico había experimentado en todos sus aspectos, según se ha podido apreciar en los últimos días". La mejora se refería a la cuestión de principios, y se manifestaba principalmente por la intensificación de la lucha contra los liquidadores. Según Samoilov, quien ejercía entonces funciones de verdadero redactor era Sverdlov; viviendo en estado ilegal, y sin salir nunca de la morada de un diputado "inmune", se ocupaba todo el día con los manuscritos del periódico. "Además, era un excelente camarada en los asuntos personales también." Así es la verdad, Samoilov no dice nada parecido de Stalin, con quien estuvo en estrecho contacto y a quien guarda gran respeto. El 10 de febrero, la policía entró en el piso "inmune", detuvo a Sverdlov y no tardó en desterrarle a Siberia, sin duda a causa de la denuncia de Malinovsky. Hacia fines de febrero, Stalin, que había regresado de San Petersburgo, se instaló en el domicilio de los mismos diputados: "él llevaba la batuta en la vida de nuestra fracción (de la Duma) y del periódico Pravda -relata Samoilov-, y asistía, no sólo a todas las conferencias que preparábamos en nuestro piso, sino muchas veces, arriesgándose mucho, también a las sesiones de la fracción socialdemócrata, donde sostenía nuestra línea de argumentación contra los mencheviques e intervenía en varias otras cuestiones, prestándonos gran ayuda."
Stalin encontró en San Petersburgo muy cambiada la situación. Los trabajadores avanzados apoyaban firmemente las reformas de Sverdlov, inspiradas por Lenin. Pravda contaba con una nueva redacción. Los conciliadores habían sido pospuestos. Stalin no pensó siquiera en defender las posiciones de las que había sido separado dos meses antes. No entraba en sus cálculos. Ahora le interesaba sólo salir airoso del trance. El 26 de febrero publicó en Pravda un artículo en el que convocaba a los trabajadores para "levantar su voz contra los esfuerzos separatistas dentro de la fracción, viniesen de donde vinieran". En esencia, el artículo formaba parte de la campaña para preparar el cisma de la fracción de la Duma, cargando a la vez la culpa sobre los adversarios. Desligado ya de su propio historial, Stalin trataba de expresar su nuevo propósito con la fraseología vieja. De ahí su ambigua expresión sobre tentativas para escindir la fracción, "viniesen de donde vinieran".
En todo caso, es evidente para quien lea el artículo que, después de asistir a la escuela de Cracovia, el autor se esforzaba en cambiar de línea y deslizarse en la nueva política con la máxima discreción posible. Pero no tuvo prácticamente oportunidad de hacerlo, pues en seguida le detuvieron.
En marzo, la organización bolchevique, bajo el patrocinio legal de Pravda, organizó un concierto y una velada recreativa. Stalin "deseaba ir allí", relata Samoilov, con idea de ver a muchos camaradas. Pidió consejo a Malinovsky. ¿Era prudente ir?, ¿no sería arriesgado? El pérfido consejero replicó que, a su parecer, no había peligro. Sin embargo, el mismo Malinovsky se encargó de que lo hubiera. Tan pronto como llegó Stalin, el vestíbulo se llenó de espías. Los camaradas trataron de conducirle por la entrada al escenario, después de vestirle con una capa de mujer. Pero fue detenido. Esta vez para desaparecer de la circulación durante cuatro arios exactamente.
Dos meses después de aquella detención, Lenin escribió a Pravda: "Os felicito cordialmente por vuestro éxito..., la mejora es enorme y considerable. Esperemos que sea permanente, definitiva y última..., ¡si un maleficio no la desbarata!" Con propósito de completar, no podemos menos de citar asimismo la carta que Lenin envió a San Petersburgo en octubre de 1913, cuando ya Stalin estaba en el lejano destierro y Kamenev al frente del Consejo de redacción: "Aquí todos están satisfechos del periódico y del director. En todo este tiempo no he oído una sola palabra de censura..., todo el mundo está contento, y yo especialmente, pues he resultado profeta. ¿Te acuerdas? -Y al final de la carta-: Querido amigo, toda la atención se dedica ahora a la lucha de los seis por sus derechos. Te ruego que ayudes con todas tus fuerzas para que ni el periódico ni la opinión pública marxista no vacilen ni un solo momento."
Todas las pruebas mencionadas conducen a una conclusión ineludible: en opinión de Lenin, el periódico marchaba muy mal cuando Stalin estaba encargado de él. Durante aquel período, la fracción de la Duma se inclinaba hacia el conciliatorismo. El periódico comenzó a enderezarse políticamente sólo cuando Sverdlov, en ausencia de Stalin, introdujo "importantes reformas". El periódico mejoró cuando Kamenev se hizo cargo de él. Asimismo bajo su dirección, los diputados de la Duma consiguieron su independencia política.
Malinovsky intervino activamente, incluso por partida doble, en la tarea de escindir la fracción. El general Spiridovich, de la Gendarmería, escribió a este propósito: "Malinovsky, siguiendo las directivas de Lenin y del Departamento de Policía, libró en octubre de 1913... la contienda final entre los "siete" y los "seis"." Después, los mencheviques, por su parte, se complacían una y otra vez en recalcar la "coincidencia" de la política de Lenin con la del Departamento de Policía. Ahora que el curso de los acontecimientos ha pronunciado su propio veredicto, el viejo argumento ha perdido su significación. El Departamento de Policía esperaba que la escisión de la Socialdemocracia debilitaría el movimiento obrero. En cambio, Lenin contaba con que sólo una escisión aseguraría a los trabajadores la dirección revolucionaria. Los maquiavelos de la Policía se equivocaron. Los mencheviques estaban condenados a la insignificancia. Los bolcheviques vencieron en toda la línea.
Stalin se dedicó a un trabajo intensivo en San Petersburgo y en el extranjero antes de su último arresto. Ayudó a llevar la campaña electoral para la Duma, dirigió Pravda, participó en una importante conferencia de la plana mayor del Partido fuera del país, y escribió su ensayo sobre el problema de las nacionalidades. Aquel semestre fue sin duda de gran importancia para su desenvolvimiento personal. Por primera vez asumía responsabilidad por actividades dentro de la capital, por primera vez se puso en contacto con políticos de relieve, por primera vez tuvo trato íntimo con Lenin. Aquella sensación de supuesta superioridad, que era parte tan esencial de él como "práctico" realista, no pudo menos de sufrir una conmoción al hallarse junto al gran "emigrado". Su propia estimación habría de hacerse más crítica y sobria, su ambición más precavida y circunspecta. Su vanidad herida debió de colorearse a impulsos de la envidia, mitigada sólo por la cautela.

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