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Lev Davidovich Bronstein (León Trotski)

RESULTADOS Y PERSPECTIVAS



Prefacio de 1919

 

El carácter de la revolución rusa era la cuestión principal alrededor de la cual se agrupaban, según la respuesta que daban, las diversas corrientes de ideas y organizaciones políticas en el movimiento revolucionario ruso. En la propia socialdemocracia esta cuestión provocó, desde que a causa del transcurso de los acontecimientos comenzó a plantearse de una forma concreta, las divergencias de opiniones más grandes. Desde 1904, estas divergencias de opiniones se han expresado en dos corrientes básicas: el menchevismo y el bolchevismo. El punto de vista menchevique partía del principio de que nuestra revolución era burguesa, es decir, que su consecuencia natural sería el paso del poder a la burguesía y la creación de las condiciones de un parlamento burgués. El punto de vista de los bolcheviques, en cambio, aun reconociendo la inevitabilidad del carácter burgués de la revolución venidera, planteaba la creación de una república democrática bajo la dictadura del proletariado y del campesinado.

El análisis social de los mencheviques se caracterizaba por una superficialidad extraordinaria y, en principio, iba a caer en analogías históricas aproximativas --el típico método de la pequeña burguesía «culta»-. Las advertencias de que las circunstancias del desarrollo del capitalismo ruso habían provocado grandes contrastes entre sus dos polos y habían condenado a la insignificancia a la democracia burguesa, no impedían a los mencheviques, como tampoco lo hicieron las experiencias de los siguientes acontecimientos, buscar incansablemente una democracia «auténtica», «verdadera», que tendría que ponerse a la cabeza de la «nación» e introducir condiciones parlamentarias, a ser posible democráticas, con vistas a un desarrollo capitalista. Los mencheviques intentaron siempre y en todas partes descubrir indicios de desarrollo de una democracia burguesa, y cuando no los encontraron se los imaginaron. Exageraban la importancia de cualquier declaración o discurso «democrático» y subestimaban, al mismo tiempo, la fuerza del proletariado y las perspectivas de su lucha. Los mencheviques se esforzaron tan fanáticamente en encontrar una democracia burguesa dirigente de forma que quedase asegurado el carácter burgués «legal» de la revolución, que ellos mismos se encargaron, con más o menos éxito, durante la revolución, cuando no apareció ninguna democracia burguesa dirigente, de cumplir con los deberes de aquélla. Está completamente claro que una democracia pequeño-burguesa sin ideología socialista alguna, sin un estudio marxista de las relaciones de clase, no podía actuar, en las condiciones de la revolución rusa, de otra forma que como actuaron los mencheviques como partido «dirigente» en la revolución de febrero. La ausencia de una base social seria sobre la que apoyar una democracia burguesa se demostró en las personas de los mismos mencheviques: caducaron rápidamente y fueron barridos por la continuación de la lucha de clases, ya en el octavo mes de la revolución.

A la inversa, el bolchevismo no estaba contagiado en lo más mínimo por la creencia en el poder y en la fuerza de una democracia burguesa revolucionaria en Rusia. Desde el principio reconoció la significación decisiva de la clase obrera en la revolución venidera, pero su programa se limitaba, en la primera época, a los intereses de las grandes masas campesinas sin la cual -y contra la cual- la revolución no hubiese podido ser llevada a cabo por el proletariado. De ahí el reconocimiento (interino) del carácter demócrata burgués de la revolución.

Según su apreciación de las fuerzas internas de la revolución y de sus perspectivas, el autor no pertenecía, en aquel periodo, ni a la una ni a la otra corriente principal del movimiento obrero ruso. El punto de vista adoptado entonces por el autor puede ser formulado de una manera esquemática como sigue: Correspondientemente a sus tareas más próximas, la revolución comienza siendo burguesa, pero luego hace que se desplieguen rápidamente potentes antagonismos de clases y sólo llega a la victoria si traspasa el poder a la única clase capaz de colocarse a la cabeza de las masas oprimidas: el proletariado. Una vez en el poder, el proletariado no quiere ni puede limitarse al marco de un programa demócrata burgués. Puede llevar a cabo la revolución sólo si la revolución rusa se prolonga en una revolución del proletariado europeo. Entonces se superará el programa democrático burgués de la revolución, junto con su marco nacional, y la dominación política temporal de la clase obrera rusa progresará hacia una dictatura socialista permanente. Pero si Europa no avanza, entonces la contrarrevolución burguesa no tolerará el gobierno de las masas trabajadoras en Rusia y empujará hacia atrás al país -muy por detrás de la república democrática de obreros y campesinos-. El proletariado, pues, llegado al poder, no debe limitarse al marco de la democracia burguesa sino que tiene que desplegar la táctica de la revolución permanente, es decir anular los límites entre el programa mínimo y el máximo de la socialdemocracia, pasar a reformas sociales cada vez más profundas y buscar un apoyo directo e inmediato en la revolución del oeste europeo. Esta posición debe ser desarrollada y fundada por este trabajo, reeditado ahora y que fue escrito en 1904-1906.

El autor ha defendido, durante una década y media, el punto de vista de la revolución permanente, pero al evaluar las fracciones en lucha mutua dentro de la socialdemocracia cometió un error. Como entonces ambas partían de las perspectivas de una revolución burguesa, el autor creía que las divergencias de opiniones no eran tan profundas como para justificar una escisión. Al mismo tiempo esperaba que el transcurso posterior de los acontecimientos demostraría claramente a todos, por un lado, la falta de fuerzas y la impotencia de la democracia burguesa rusa, y por el otro lado, el hecho de que al proletariado le sería objetivamente imposible mantenerse en el poder dentro del marco de un programa democrático; y que, en suma, ello haría desaparecer el terreno de las divergencias de opinión entre las fracciones.

Sin pertenecer a ninguna de las dos fracciones durante la emigración, el autor subestimaba el hecho cardinal de que en las divergencias de opiniones entre los bolcheviques y los mencheviques figuraban, de hecho, un grupo de revolucionarios inflexibles por un lado, y por el otro una agrupación de elementos cada vez más disgregados por el oportunismo y la falta de principios. Cuando estalló la revolución en 1917, el partido bolchevique representaba una organización centralizada fuerte, que había absorbido a los mejores elementos entre los obreros progresistas y de la intelligentsia revolucionaria y que se orientaban, en su táctica, de completo acuerdo con la situación internacional y con las relaciones de clase en Rusia -después de una breve lucha interior hacia una dictadura socialista de la clase obrera. La fracción menchevique, en cambio, había madurado, en aquella época, justo lo suficiente para realizar -como ya hemos mencionado- las tareas de una democracia burguesa.

Al editar de nuevo su trabajo, el autor desea, no sólo explicar aquellos fundamentos teóricos de base que, desde los comienzos del año 1917, le permitían a él y otros camaradas que estuvieron durante una serie de años fuera del partido bolchevique, a entrelazar su propio destino con el del partido (esta declaración personal no sería un motivo suficiente para una reedición del libro), sino también recordar aquel análisis histórico-social de las fuerzas motrices de la revolución rusa, según el cual la conquista del poder político por la clase obrera podía y tenía que considerarse como tarea de la revolución rusa -y esto mucho antes de que la dictadura del proletariado llegase a ser un hecho consumado-. El hecho de que ahora podamos editar sin modificaciones un trabajo escrito en 1906 y formulado en sus rasgos básicos ya en 1904, es una muestra convincente de que la teoría marxista no está del lado del apoyo menchevique a una democracia burguesa, sino del lado del partido que de hecho realiza actualmente la dictadura de la clase obrera.

La instancia última de la teoría sigue siendo la experiencia. El hecho de que los acontecimientos en los cuales participamos ahora y las formas de esta participación estuviesen ya previstos, en sus rasgos básicos, hace una década y media, es una prueba irrefutable de que la teoría marxista ha sido aplicada correctamente por nosotros.

En el apéndice reproducimos el artículo «La lucha por el poder», que apareció en el periódico parisiense Nache Slovo [Nuestra Palabra] 35 del 17 de octubre de 1915. El artículo tiene una función polémica: en él se parte de la crítica de la «carta» programática del líder del menchevismo «a los camaradas de Rusia», y se llega a la conclusión de que, en la década posterior a la revolución de 1905, el desarrollo de las relaciones de clases minaba más aún las aspiraciones mencheviques por una democracia burguesa, habiendo unido, por el contrario, más estrechamente el destino de la revolución rusa con la cuestión de la dictadura de la clase obrera. ¡Hay que ser testarudo para hablar, todavía, después de una lucha ideológica de años, del «aventurerismo» de la revolución de octubre!

Cuando se habla de la relación de los mencheviques con la revolución, no se puede evitar el mencionar la degeneración menchevique de Kautsky, que expresa ahora en la «teoría» de los Martov, Dan y Tsereteli su propia decadencia teórica y política. Después de octubre del 1917 oímos decir a Kautsky que la conquista del poder político mediante la clase obrera, también sería la tarea histórica del partido socialdemócrata pero que -dado que el partido comunista ruso no ha llegado al poder entrando por la puerta ni a la hora prevista en el horario de Kautsky- se debería dejar la república soviética a la corrección de Kerenski, Tsereteli y Chernov. Esta crítica pedante reaccionaria de Kautsky, debe haber sorprendido aún más a los camaradas que han vivido con plena conciencia el periodo de la primera revolución rusa y que han leído el artículo de Kautsky de 1905-1906. Entonces comprendió y reconoció Kautsky (seguramente no sin la influencia bienhechora de Rosa Luxemburgo) que la revolución rusa no podría terminar en una república democrática burguesa, sino que tendría que conducir, dado el nivel alcanzado por la lucha de clases en el interior del país y la situación internacional del capitalismo, a la dictadura de la clase obrera. Kautsky hablaba entonces directamente de un gobierno obrero con mayoría socialdemócrata. No se le ocurría hacer depender el transcurso real de la lucha de clases de combinaciones superficiales y temporalmente limitadas de la democracia política. Kautsky comprendía entonces que una revolución comienza primeramente con el despertar de masas de millones de campesinos y pequeño-burgueses, y ni siquiera de un golpe sino lentamente, capa por capa; que, en el momento en que la lucha entre el proletariado y la burguesía capitalista se acerca a su momento decisivo, se encuentran todavía amplias masas campesinas a un nivel primitivo de desarrollo político, dando sus votos a los partidos políticos de las capas intermedias, que precisamente reflejan únicamente el atraso y los prejuicios del campesinado. Kautsky comprendió entonces que el proletariado, una vez que ha llegado a la conquista del poder por la lógica de la revolución, no puede aplazar sus funciones arbitrariamente por un tiempo indefinido, ya que con esta renuncia dejaría el campo libre a la contrarrevolución. Kautsky comprendió entonces que el proletariado, si tiene el poder revolucionario en sus manos, no hará el destino de la revolución dependiente del estado de ánimo pasajero de las masas menos conscientes y despiertas, sino que, al contrario, convertirá toda la autoridad pública que se concentra en sus manos en un aparato de ilustración y organización de estas masas campesinas más atrasadas e ignorantes. Kautsky comprendió que llamar a la revolución rusa una revolución burguesa y limitar sus tareas consecuentemente, significa no comprender nada de lo que pasa en el mundo. Reconoció correctamente, junto con los marxistas revolucionarios de Rusia y Polonia, que -si el proletariado ruso conseguía el poder antes que el europeo- debería aprovechar su posición de clase dominante no para traspasar urgentemente sus posiciones a la burguesía, sino para apoyar poderosamente la revolución proletaria en Europa y en todo el mundo. Todas estas perspectivas internacionales, penetradas por el espíritu de la doctrina marxista, no se hacían dependientes, ni para Kautsky ni para nosotros, de cómo y por quién votaría el campesinado en noviembre y diciembre de 1917 en las elecciones de la así llamada Asamblea Constituyente.

Ahora, cuando las perspectivas trazadas hace 15 años han llegado a ser realidad, Kautsky niega a la revolución rusa el acta de reconocimiento con la argumentación de que no ha sido librada en la comisaría política de la democracia burguesa. ¡Qué hecho más asombroso! ¡Qué increíble envilecimiento del marxismo! Puede decirse con todo derecho que la decadencia de la Segunda Internacional ha encontrado una expresión aun más horrible en este juicio filisteo sobre la revolución rusa de uno de sus más grandes teóricos, que a causa del acuerdo respecto a los créditos de guerra del 4 de agosto.

Kautsky desarrolló y defendió durante décadas las ideas de la revolución social. Ahora, cuando ha estallado, se aparta lleno de espanto. Se resiste al poder soviético en Rusia y adopta una postura hostil contra el movimiento poderoso del proletariado comunista en Alemania. Kautsky se parece desconcertantemente a un maestrillo de escuela miserable que describe, año tras año, en las cuatro paredes de su clase enmohecida, a sus alumnos la primavera y luego, cuando por fin al final de su actividad pedagógica, sale una vez a ver la naturaleza en primavera, no reconoce la primavera, se enfada (lo que pueda enfadarse un maestrillo de escuela) e intenta demostrar que la primavera no es ninguna primavera sino sólo un gran desorden de la naturaleza, puesto que atenta contra las leyes de las ciencias naturales. ¡Qué bien está que los obreros no se fíen de este pedante, equipado de tan alta autoridad, sino que se fíen de la voz de la primavera! Nosotros, los discípulos de Marx, seguimos convencidos, junto con los obreros alemanes, de que la primavera de la revolución ha empezado en completo acuerdo con las leyes de la naturaleza social y, al mismo tiempo, con la teoría marxista; ya que el marxismo no es el puntero de un maestrillo de escuela que está por encima de la historia sino el análisis social de las vías y formas del proceso histórico tal como se realiza en realidad.

No he modificado los textos de los dos trabajos impresos --de 1906 y de 1915-. Originariamente quería completarlos con notas que acercasen la representación al momento actual. Pero al leer el texto he abandonado este proyecto. Si hubiese querido entrar en detalles hubiese duplicado con las notas el tamaño del libro, para lo cual, en la actualidad, me falta el tiempo; además, para el lector semejante «libro de dos pisos» hubiera sido incómodo. Pero creo que lo principal es que el razonamiento se aproxima, en sus rasgos esenciales, a la situación actual y el lector que se someta a la molestia de estudiar este libro con más atención completará, sin esforzarse, la representación con los hechos necesarios de la experiencia de la revolución actual.


L. Trotski
12 de marzo de 1919
Kremlin




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