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N. Moreno


REVOLUCIONES DEL SIGLO XX




Redactado: En 1984.
Primera edición: En 1986, en Argentina, como "Cuaderno de Formación".
Edición digital y fuente: Grupo Socialista Guernica, 22 de noviembre de 2001.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 24 de noviembre de 2001.





Presentación

Este trabajo es producto del desarrollo teórico de la corriente que tuvo como referente personal a Nahuel Moreno. A pocos meses de su muerte Moreno estaba muy preocupado por sintetizar algo así como un tratado sobre las revoluciones y en preparar a los cuadros del partido en esta discusión. En 1984, a poco más de un año de regresar a la Argentina y a pocas semanas del retorno al régimen democrático burgués, se realizaron varias escuelas de cuadros con este texto como referencia y algunas de ellas lo tuvieron como cursista. Una de estas escuelas fue publicada como "Argentina Escuela de cuadros – 1984". A pesar de que en una edición de 1986 se presentó a este material como provisorio, como "Cuaderno de formación", es sumamente valioso. Es un excelente punto de partida para darle continuidad al estudio de las revoluciones y contrarrevoluciones luego de Trotsky, quien no alcanzó a teorizar sobre las revoluciones de la posguerra mundial, asesinado por el stalinismo. Seguramente contiene errores, carencias, puntos polémicos y controversiales; pero también es seguro que por su coherencia y seriedad no puede ser ignorado por quienes intenten posicionarse y hacer avanzar la teoría de la revolución.

Grupo Socialista Guernica 22 de noviembre de 2001




I. ESTADO, RÉGIMEN Y GOBIERNO

 

La definición precisa del estado, los regímenes políticos y los gobiernos es de importancia decisiva para el partido marxista revolucionario, porque ése es el terreno de la acción política. El partido quiere lograr una sociedad mundial sin clases ni explotación, para que la humanidad progrese, haya abundancia para todos, no haya guerras y se conquiste una plena libertad. Para conseguirlo, lucha por expropiar al imperialismo y a los grandes explotadores, terminar con las fronteras nacionales y conquistar una economía mundial planificada al servicio de las necesidades y el desarrollo de la especie humana. Pero el partido no actúa directamente sobre las fuerzas productivas: no desarrolla nuevas herramientas, técnicas ni ramas de la producción. Tampoco puede actuar directamente sobre la estructura social: no expropia por su cuenta a la clase capitalista. El partido actúa en la política, en la superestructura. Lucha para llegar al gobierno y desde allí destruir el estado capitalista. Es decir, quiere destruir las instituciones del gobierno burgués. Quiere que la clase obrera asuma el poder político e implante sus instituciones democráticas. Quiere construir en cada país donde triunfa la revolución un estado obrero fuerte, que ayude a que la revolución triunfe en los demás países. Desde el gobierno de ese estado obrero quiere planificar la economía, federándose con los otros estados obreros, para hacer avanzar las fuerzas productivas. Desde ese estado obrero quiere revolucionar el sistema social, eliminando la propiedad burguesa de los medios de producción a nivel nacional, y ponerlo al servicio de esa tarea a nivel mundial. Y sólo después de haber liquidado la resistencia de la clase capitalista en el mundo, esos estados obreros o federaciones de estados obreros comenzarán a desaparecer y, con ellos, también desaparecerán el estado y el partido. Hasta entonces, los problemas del estado, los regímenes y los gobiernos son cuestiones esenciales de la política del partido marxista revolucionario internacional y nacional, porque es en ese terreno donde se concentra el accionar político del partido revolucionario, y el de sus enemigos: los partidos burgueses, pequeñoburgueses y burocráticos.

 

El nacimiento del estado

Hasta la revolución rusa, el estado ha sido el instrumento de la dominación política de los explotadores sobre los explotados. No es, como nos enseñan en la escuela, neutral, imparcial, protector de toda la sociedad. El estado defiende a la clase o al sector que explota al resto de la sociedad. Por eso, el elemento mas importante, el fundamental, de cualquier estado son las fuerzas armadas. Sin ellas, ninguna clase explotadora, que siempre es minoría, podría imponer su voluntad a las clases o castas explotadas, que siempre son mayoría.

Cuando la sociedad no estaba dividida en explotadores y explotados, no había estado. En el salvajismo y el barbarismo había división de tareas para las funciones o necesidades no directamente productivas. Los brujos administraban las creencias. Los jefes o caciques dirigían las guerras. Había también organizaciones específicas, por ejemplo las de los jóvenes o de los adolescentes. En el salvajismo, estas funciones y esta división de tareas eran más fluidos, mientras que en el barbarismo, al superarse la etapa nómade y asentarse en los pueblos, se hicieron más sólidas y permanentes. Pero en ningún caso configuraron instituciones de un estado. No era una división del trabajo dentro de la tribu que trajera privilegios económicos, ni era permanente. No se daba el hecho de que unos se dedicaran exclusivamente y para siempre a trabajar y otros a conducir. Todos trabajaban y todos podían dirigir. Era una división natural del trabajo, determinada por la capacidad individual. El mejor guerrero era el jefe, pero no dejaba por ello de trabajar. Y a ese jefe lo designaba la asamblea de la tribu, que a la vez podía reemplazarlo en cualquier momento. El jefe no tenía el monopolio de las armas; a las asambleas llevaban sus lanzas todos los hombres de la tribu.

Es que en esta sociedad no había explotación, es decir, la tribu no se dividía en una parte mayoritaria que trabajaba y otra —minoritaria— que no lo hacía y a pesar de ello se llevaba lo mejor. Sí había opresión. Los adultos oprimían a los jóvenes y a los niños, que eran los que más trabajaban. Pero éstos, al crecer, trabajaban mucho menos y oprimían a los nuevos jóvenes y niños. Es opresión y no explotación precisamente por eso: cuando crecen se liberan. También, en mucho casos, el hombre oprimía a la mujer y se daba una división natural del trabajo: la mujer criaba los chicos y el hombre guerreaba y cazaba. Por eso las mujeres nunca tenían armas. Pero no había castas, ni mucho menos clases. Es decir, no había un sector de tribu que no trabajara y un sector que sí lo hiciera. Por eso mismo, no existía el estado.

El estado apareció hace seis u ocho mil años, en la sociedad asiática. En cualquier sociedad cuyo modo de producción fundamental sea el riego, aparecen los administradores del agua y sus acólitos armados. Si es muy pequeña, será un administrador secundado por dos guerreros. Si es muy grande, veremos los enormes aparatos de miles y miles de funcionarios o burócratas especializados. Pero en cualquier caso, presentan un rasgo definitorio: las armas no están más en manos de toda la sociedad, sino del estado. Y las decisiones no las toma ninguna asamblea de la población, sino el estado.

Esta es, pues, ante todo, la organización que se da una casta que surge por primera vez en el régimen asiático, especializada en la administración, es control y la conducción de la vida social: la burocracia. Surgen grupos de hombres que monopolizan las tareas que antes hacía la tribu democráticamente. En la tribu se administraba justicia, se enseñaba y se guerreaba entre todos. Las armas eran de todos. A partir del surgimiento del estado y de la sociedad asiática, las castas hacen estas tareas. Esas castas organizadas serán las burocracias con sus organizaciones, las instituciones.

En líneas generales, esas instituciones y burocracias han seguido siendo casi las mismas a través de la historia. La burocracia que controla y administra la fe del pueblo son los curas, organizados en la Iglesia. La que administra la enseñanza son los maestros y profesores; sus instituciones son las escuelas, los colegios y las universidades. Los burócratas que defienden al estado de los ataques exteriores son los militares, organizados en los ejércitos. Los que administran la represión interna son los agentes y oficiales, cuya institución es la policía. Los que administran justicia son los jueces y sus empleados. Finalmente, están los que administran el propio estado, cobrando los impuestos y haciendo todas las tareas necesarias para que funcione el aparato gubernamental.

En la sociedad esclavista, al aparecer las clases sociales, el estado toma su carácter actual, el definido por Marx: el de instrumento para que la clase explotadora imponga su dictadura a las clases explotadas. Sigue siendo un aparato conformado por instituciones que organizan a diferentes burocracias según la función que cumplen. Pero ya se trata de un estado clasista, la herramienta de una clase social para conservar fas relaciones de propiedad y de producción, es decir la estructura de clases dada.

 

Los distintos estados

 

No se puede definir el estado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí hablamos de éstas, podemos referirnos al "mundo mediterráneo" (esclavismo), a la "economía de autoconsumo" (feudalismo), al "maquinismo y la gran industria" (capitalismo). Pero esos términos no nos sirven para definir el estado.

Tampoco se lo puede definir por las relaciones de producción existentes o predominantes, aunque las expresa mucho mas directamente que al desarrollo de las fuerzas productivas. El capitalismo es la forma de producción dominante desde hace 400 años, pero durante siglos los estados siguieron siendo feudales, con más o menos adaptaciones, porque el poder estaba en manos de la nobleza, que defendía sus propiedades y privilegios amenazados por la burguesía.

El estado se define, entonces, por la casta o la clase que lo utiliza para explotar y oprimir a las demás clases y sectores. Hasta el presente se han dado cinco tipos de estado:

1) El estado asiático, que defendía a la casta burocrática, con sus faraones, y oprimía a los agricultores.

2) El estado esclavista, que defendía a los dueños de los esclavos y oprimía a los esclavos.

3) El estado feudal, que defendía a los señores feudales y las propiedades de la Iglesia, y oprimía a los siervos.

4) El estado burgués, que defiende a los capitalistas y oprime a los obreros.

5) El estado obrero, no capitalista o transicional.

 

El estado obrero o transicional

 

Este último estado, que nace a partir de la Revolución Rusa de octubre de 1917, es el primer estado que no sirve a la clase explotadora dominante en el mundo actual, la burguesía. Es provisorio, transicional; o avanza hacia el socialismo mundial, lográndose que desaparezca el estado, o se retrocede nuevamente al capitalismo.

El estado obrero va a existir mientras siga habiendo burguesía en alguna parte del planeta. Pero una vez que triunfe el socialismo en el mundo, que vayan desapareciendo las clases sociales y, con ellas, la explotación, no van a hacer falta fuerzas armadas, policía, jueces, ni gobierno. Es decir, no va a hacer falta que sobreviva el estado, porque será el pueblo en su conjunto el que cumplirá todas las tareas de administración, control y conducción de la sociedad, como durante millones de años lo hicieron las tribus primitivas.

 

Los diferentes tipos de estado

 

En una misma sociedad, hay sectores de las clases o castas dominantes que monopolizan el estado durante una época, y luego son desplazados por otros sectores. El ejemplo más significativo de este fenómeno es la dominación actual de los grandes monopolios capitalistas, que desplazaron a la burguesía no monopolista del siglo pasado. Tanto el estado del siglo XIX como el del siglo XX son estados capitalistas, pero al mismo tiempo expresan a diferentes sectores de la burguesía.

Es decir, clasificamos a los tipos de estado por los sectores de clase que dominan en determinada época. Esta clasificación tiene que ver con sectores sociales, no con las instituciones que gobiernan. Por ejemplo, en una monarquía burguesa puede dominar el estado, durante una etapa, la burguesía comercial e industrial de libre competencia, y en otra etapa la burguesía monopolista, o se pueden dar diferentes combinaciones.

Desgraciadamente, lo mismo ha empezado a ocurrir con los estados obreros: surgen distintos tipos, según los sectores que los controlan. Si es la mayoría de la clase obrera a través de sus organizaciones democráticas, se trata de un estado obrero. Pero si lo controla la burocracia, que impone un estado totalitario, es un estado obrero burocratizado.

 

Los regímenes políticos

 

La definición del carácter del estado sólo nos sirve para empezar a estudiar el fenómeno. Sólo responde a la pregunta: ¿Qué clase o sectores de clase tiene el poder político? El régimen político es otra categoría que responde a otra pregunta: ¿A través de qué instituciones gobierna esa clase en determinado período o etapa?

Esto es así porque el estado es un complejo de instituciones, pero la clase en el poder no las utiliza siempre de la misma forma para gobernar. El régimen político es la diferente combinación o articulación de las instituciones estatales que utiliza la clase dominante (o un sector de ella) para gobernar. Concretamente, para definir un régimen político debemos contestar las preguntas: ¿Cuál es la institución fundamental de gobierno? ¿Cómo se articulan en ella las otras instituciones estatales?

Los cinco tipos de estado que hemos enumerado han pasado, a su vez. por diferentes regímenes políticos.

El estado esclavista, en Roma, cambia tres veces su funcionamiento. Primero es una monarquía, con sus reyes. Después una república, y finalmente un imperio. Pero siempre sigue siendo un estado esclavista. El rey y el emperador defienden la estructura social, que los dueños de los esclavos sigan siendo dueños de esclavos. La república también, aunque no hay autoridad unipersonal, ese rol lo cumple el Senado, ya que en él votan solamente los dueños de esclavos, jamás los esclavos.

El estado burgués ha dado origen a muchos regímenes políticos; monarquía absoluta, monarquía parlamentaria, repúblicas federativas y unitarias, repúblicas con una sola cámara o con dos (una de diputados y una muy reaccionaria, de senadores), dictaduras bonapartistas, dictaduras fascistas, etc. En algunos casos son regímenes con amplia democracia burguesa, que hasta permiten que los obreros tengan sus partidos legales y con representación parlamentaria. En otros casos son lo opuesto; no hay ninguna clase de libertades, ni siquiera para los partidos burgueses. Pero a través de todos estos regímenes, el estado sigue siendo burgués, porque sigue en el poder la burguesía, que utiliza el estado para seguir explotando a los obreros.

 

Los gobiernos

 

Los gobiernos, en cambio, son los hombres de carne y hueso que, en determinado momento, están a la cabeza del estado y de un régimen político- Esta categoría responde a la pregunta: ¿Quién gobierna?

No es lo mismo que régimen, porque pueden cambiar muchos gobiernos sin que cambie el régimen, si las instituciones siguen siendo las mismas.

En Estados Unidos, por ejemplo, hace dos siglos que hay un régimen democrático burgués, con su presidente y su parlamento elegidos por el voto, y su Poder Judicial. El Partido Republicano y el Demócrata se alternan en el gobierno. En los últimos años han pasado los gobiernos de Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Cárter y Reagan. Podemos denominarlos así porque, en el complejo de instituciones que constituyen la democracia burguesa yanqui, la más fuerte es la presidencial. A través de todos estos gobiernos, el régimen no cambió; siguió siendo una democracia burguesa presidencialista.

No hay que confundir los distintos regímenes con los distintos tipos de estado. El estado se define, como ya hemos visto, por las clases o sectores de clase que lo dominan los regímenes, por las instituciones.

La Alemania nazi y la URSS stalinista tuvieron regímenes muy parecidos: gobierno de un solo partido, sin la más mínima libertad democrática y con una feroz represión. Pero sus tipos de estado son diametralmente opuestos: el nazi es el estado de los monopolios más reaccionarios y guerreristas; la URSS es un estado obrero burocratizado, no capitalista.

Lo mismo ocurre con las monarquías: las hay asiáticas, esclavistas, feudales y capitalistas. Como van las cosas, hay gobiernos familiares también en los estados obreros: los Castro en Cuba, los Mao en China, los Tito en Yugoslavia, los Ceausescu en Rumania, el padre con su hija en Bulgaria. . . ¿Llegaremos a ver reinados obreros?

Esto no niega que a veces haya cierta coincidencia, más o rnenos generalizada, entre un tipo de estado y el régimen. Todo estado obrero burocratizado tiende a ser totalitario. Los estados de los grandes monopolios tienden también al totalitarismo, que sólo pueden imponer cuando derrotan con métodos de guerra civil a la clase obrera.

El ejemplo argentino

En la Argentina, el Proceso tuvo tres gobiernos. Podríamos llamarlos de Videla, de Viola y de Galtieri, pero sería más correcto decir que fueron los gobiernos de Videla—Massera—Agosti. Viola—Lambruschini—Graffigna y Galtieri—Anaya—Lami Dozo. Porque la institución fundamental del régimen, es decir del Proceso, no era el presidente sino la Junta de comandantes en jefe. Pero siempre fue el mismo régimen, con las mismas instituciones de gobierno (la CAL, el presidente), articuladas alrededor de la institución fundamental, que era la Junta.

En síntesis, el estado es qué gobierna, qué clase social tiene el poder. El régimen es cómo gobierna esa clase en un período dado, a través de qué instituciones, articuladas de qué forma- El gobierno es quién ejerce el poder en un régimen dado; qué personas, grupos de personas, o partidos, son la cabeza, los que toman las decisiones en las instituciones del régimen y del estado.

 

II. REFORMA Y REVOLUCIÓN

 

Hemos venido asegurando que en Argentina, al igual que en Bolivia y Perú, hubo una revolución. Se nos ha objetado que no es así, con diferentes argumentos. Hay quienes sostienen que sólo hay una revolución cuando el movimiento de masas destruye a las fuerzas armadas del estado o de un régimen, como ocurrió en Nicaragua. Otros definen que hay revolución cuando cambia el carácter del estado, es decir, cuando el poder pasa a manos de otra clase, como sucedió en Rusia en octubre de 1917. Finalmente, están quienes aseguran que la revolución se produce cuando se expropia a la clase dominante, como ocurrió, por ejemplo, en Cuba, más de un año después del triunfo castrista.

Son tres concepciones distintas de lo que es una revolución. Lógicamente, coincidimos en que a esos tres fenómenos hay que llamarlos revolución. Por supuesto, también aceptamos que ninguno de esos tres fenómenos se dio en la Argentina, en Bolivia o en Perú: no fueron destruidas las fuerzas armadas de la burguesía, ni cambió el carácter del estado —que sigue siendo burgués—, ni se expropió a la burguesía y al imperialismo.

Pero los cambios ocurridos en Argentina, Bolivia y Perú han sido tan espectaculares que la teoría debe explicarlos y definirlos. Sin hacer una discusión sobre palabras, es imprescindible precisar teóricamente qué ocurrió en estos países. Para hacerlo, comenzaremos por definir qué quiere decir "revolución", señalaremos cómo se producen los cambios y qué tipos de cambio existen.

 

Reforma y revolución

 

Reforma y revolución son fenómenos que se dan en todo lo existente, al menos en todo lo vivo. Reforma, como su nombre lo indica, es mejorar, adaptar algo, para que siga existiendo. Revolución, en cambio, es el fin de lo viejo y el surgimiento de algo completamente nuevo, distinto.

Si tomamos como ejemplo el desarrollo de la aeronáutica, podemos ver que ha pasado por tres revoluciones: la primera, cuando el hombre comienza a volar, con artefactos más livianos que el aire: los globos; la segunda se da cuando inventa aparatos más pesados que el aire: los aviones con motores a explosión; la tercera revolución son los motores de retropropulsión, "a chorro".

¿Por qué llamamos "revoluciones" a estos tres grandes avances? Porque cada uno de ellos es sustancialmente distinto al anterior, y lo liquida. Los aviones con motor a explosión liquidan a los globos. Los aviones a chorro liquidan a los aviones a explosión. Un avión no tiene nada que ver con un globo y un motor a chorro no tiene nada que ver con un motor a explosión.

Pero, entre cada una de estas revoluciones, se dan progresos, mejoras. es decir, reformas. El globo lleno de aire caliente, que volaba para donde lo llevaba el viento y sólo podía transportar a tres o cuatro personas, es mejorado hasta llegar a los grandes "zeppelines" alemanes. Henos de gases más livianos que el aire, con motores que les permiten votar hacia donde quieran y capaces de transportar a centenares de pasajeros. Eso fue una reforma. Los aviones monomotores biplanos que se usaron en la primera guerra mundial sólo llevaban a una o dos personas, podían subir pocos centenares de metros y tenían escasa autonomía de vuelo; los últimos aviones con motor a explosión fueron los enormes bombarderos cuatrimotores de la segunda guerra mundial, que volaban a miles de metros de altura, llevaban toneladas de bombas y tenían gran autonomía o los "Super Constella-tion". que transportaban a más de 100 pasajeros atravesando los océanos. También fueron una reforma. Otra es la que va desde los primeros aviones a chorro alemanes, o los Gloster Meteor que usaron los yanquis en la guerra de Corea, pequeños y con velocidades subsónicas, hasta los cazas supersónicos actuales, o el "Concorde". Todas éstas son reformas, porque un Zeppelin seguía siendo un globo, un Super Constellation es un avión con motor a explosión y un Concorde un avión a chorro, aunque fueran infinitamente superiores al primer globo, al monomotor de la primera guerra o a los Messerschmicht a chorro alemanes de la segunda guerra.

Como toda definición marxista o científica, revolución y reforma son relativos al segmento de la realidad que estamos estudiando, es decir, al objeto con relación al cual aplicamos estas categorías. SÍ en vez de estudiar la aeronáutica estudiáramos los medios de transporte en general, todo cambia. Hay varias revoluciones. Antes que nada el hombre camina, después cabalga, es decir utiliza los pies o las patas; después inventa la rueda, que es la más grande revolución hecha hasta la fecha en el transporte. Gracias a la rueda se desarrollan muchísimos medios terrestres de transporte: los coches tirados a caballo, los trenes, los automóviles. Por otra parte, el hombre navega con distintos medios: el bote, el buque, el transatlántico, impulsados por diferentes fuentes de energía. Por último, vuela.

Si tomamos en cuenta el medio por donde el hombre logra transportarse, hay sólo cuatro revoluciones: tierra, mar, aire y espacio. Todos los otros cambios, con relación a esta clasificación, son reformas: la rueda para la tierra, las canoas o los buques para el agua, los globos y los aviones para el aire, los cohetes para el espacio, Pero si tomamos, por ejemplo, el transporte terrestre en sí mismo, todos esos cambios que ya mencionamos son revoluciones.

Estas categorías de reforma y revolución también se dan en el terreno histórico social. Para poder usarlas correctamente, no debemos olvidar nunca su carácter relativo. ¿Revolución con relación a qué? ¿Reforma con relación a qué?

Si nos referimos a la estructura de la sociedad, a las clases sociales, la única revolución posible es la expropiación de la vieja clase dominante por la clase revolucionaría. Esa expropiación cambia totalmente la sociedad, porque hace desaparecer a la clase que hasta ayer dominaba la producción y la distribución, y el papel es asumido por otra clase. Cualquier otro fenómeno es una reforma.

Si nos referimos al estado, la única revolución posibles es que una clase destruya el estado de otra, la expulse del mismo y lo tome en sus manos construyendo un estado distinto. En nuestra época eso es la revolución socialista o social. Todo lo que ocurra con los regímenes y gobiernos son sólo reformas, en tanto no se cambie el carácter de clase del estado.

Pero nosotros sostenemos que esa misma ley se aplica con relación a los regímenes políticos. En los regímenes políticos puede haber reformas y revoluciones. Es decir, dentro de un mismo estado (por ejemplo el estado burgués) se producen cambios en el régimen político, que pueden darse por dos vías: reformista o revolucionaria. Con relación al estado, da lo mismo: todas son reformas, porque el estado sigue siendo burgués. Pero con relación al régimen no es lo mismo.

Este problema es muy importante para la acción, la política y el programa del partido revolucionario. Porque éste no lucha en abstracto contra el estado burgués. Lucha contra el estado tal cual se da en cada momento; es decir, lucha contra el régimen político, contra las instituciones de gobierno que en cada circunstancia asumen ese estado, y contra el gobierno que las encabeza.

 

Los cambios en el Estado y en la sociedad

 

En líneas generales, los marxistas revolucionarios afirmamos que el cambio en el carácter del estado y de la sociedad, en esta época de tránsito del capitalismo al socialismo, sólo es posible por vías revolucionarias.

Esta cuestión ha dividido al movimiento marxista, precisamente, entre reformistas y revolucionarios.

Los reformistas sostenían que se podía llegar al socialismo gradualmente, sin revoluciones, conquistando hoy las ocho horas de trabajo, mañana el voto universal, pasado mañana la legalidad de los partidos obreros y, por último, con la mayoría de esos partidos obreros en el parlamento.

Los revolucionarios, en cambio, sostenían que para construir el socialismo había que derrotar a la burguesía haciendo una revolución, es decir, sacándole el poder para que lo asumiera la clase obrera. No negaban la existencia de reformas. Pero sostenían que todas las conquistas que lograra la clase obrera sin derrotar política y socialmente a la burguesía, es decir sin quitarle el poder y expropiarla, nunca nos podrían llevar al socialismo. Este no se lograría por ese proceso gradual, paulatino, de suma de conquistas que preconizaban los reformistas. Más aún, si no se hacía la revolución social, se retrocedería, se perderían las conquistas adquiridas.

Efectivamente, nacionalizar un banco o un ferrocarril, imponer las ocho horas, llevar representantes obreros al parlamento, son reformas al régimen capitalista. Sirven para preparar la revolución, pero no cambian el régimen, porque la burguesía sigue dominando el estado y la economía. Y si alguna vez un partido obrero revolucionario ganara mayoritariamente las elecciones, las fuerzas armadas del estado burgués le impedirían asumir el gobierno o lo echarían a los pocos días, a menos que hubiera una revolución obrera y socialista que las derrotara.

La primera revolución obrera triunfante, la rusa, nos dio la razón a los revolucionarios. Fue una revolución porque liquidó el estado capitalista en el terreno político y a la burguesía en el terreno económico, expropiándola y eliminándola como clase social. Los reformistas, en cambio, nunca lograron el socialismo, aunque hubo países que durante años y años estuvieron gobernados por esos partidos obreros reformistas que ganaron las elecciones, como la socialdemocracia sueca o alemana.

Por eso mismo, retrocedieron también en las reformas conquistadas por la clase obrera, o lo están haciendo: bajan los salarios, crece la desocupación, se pierden las leyes sociales, etcétera.

Existe, pues, reforma también en el estado y en la sociedad. La legalización de los partidos obreros y los sindicatos por el estado burgués es una reforma, ya que introduce en la superestructura elementos de democracia obrera. Lo mismo en el terreno económico. Los bolcheviques, por ejemplo, realizaron a revolución económica cuando expropiaron a la burguesía y nacionalizaron las empresas. Pero en el campo aceptaron el reparto de las tierras en propiedad a tos campesinos mientras preparaban un plan para convencerlos de las ventajas de la nacionalización de la tierra. El proceso de transformación del campesino de pequeño propietario a obrero asalariado en las tierras del estado sería revolucionario con relación al campesino que pasaría de pequeño burgués a obrero. Pero es reformista con relación a la economía del estado: antes y después de ese hecho el estado no es capitalista sino obrero, transicional.

Pero lo indiscutible es que no cambia el carácter del estado y de la sociedad si no se da una revolución social y económica que destruya el estado burgués, ponga en el poder al proletariado y expropie a los burgueses.

 

Los cambios en el régimen

 

Sostenemos que en los regímenes políticos hay también cambios revolucionarios y cambios reformistas.

Comparando los procesos argentino, boliviano o peruano con los de Brasil o España, ha surgido una apasionante discusión teórica.¿Son o no diferentes? Sí son iguales, ¿eso significa que hubo una revolución en el régimen de los cinco países? ¿O no la hubo en ninguno?

Desde un punto de vista superficial, en todos ocurrió algo parecido; cambió el régimen de gobierno, de dictatorial y totalitario a relativamente democrático. Bajo Franco, Videla, Garrastazú Medici y García Meza no había libertades democráticas y se utilizaban métodos de represión física para aplastar al movimiento obrero y de masas. Bajo el rey Juan Carlos, Geisel, Bignone, Siles Suazo y Belaúnde Terry hay amplias libertades democráticas y sindicales, funcionan los partidos políticos y hay elecciones. Sin embargo, nosotros sostenemos que Argentina, Bolivia y Perú son totalmente distintos de Brasil y España. En los primeros hubo una revolución y en los segundos no. Pero en España y Brasil sí hubo reformas, y tan importantes que cambiaron el carácter del régimen.

En primer lugar, la diferencia más visible entre estos dos procesos es que en Argentina, Bolivia y Perú hubo una crisis revolucionaria, y en Brasil y España no. Ya hemos señalado que en Argentina, entre la caída de Galtieri y la asunción de Bignone. hubo un período prácticamente sin gobierno, ni régimen, ni nada. El presidente y la institución fundamental del régimen, la junta militar, no estaban más. Lo mismo ocurrió en Bolivia tras la caída de García Meza. Pasaron semanas enteras antes de que el parlamento electo en 1980, autoconvocado, se pusiera de acuerdo en quién debía ser el gobierno. De hecho, hasta que asumió Siles, no lo hubo. Otro tanto pasó en Perú cuando la Asamblea Constituyente, convocada por la propia dictadura en crisis total para intentar una salida más o menos controlada, les dio la espalda a los militares y durante un tiempo nadie sabía qué constitución había ni que nuevo régimen dirigiría el país.

En Brasil y España, en cambio, en ningún momento se produjo esta crisis revolucionaria, este vacío institucional de poder. Hubo, sí, crisis políticas, pero nunca desaparecieron de la escena las instituciones fundamentales de gobierno. Y si no hay crisis revolucionaria, no puede haber revolución.

Esa es la primera condición.

La segunda condición para que cambie el régimen por vía revolucionaría es que el anterior desaparezca, que no controle nada, y que el que aparezca después sea absolutamente distinto. Una reforma, en cambio, es un proceso gradual, en el cual el régimen sufre grandes modificaciones, pero planificadas y dosificadas desde el poder. Surgen incluso regímenes distintos. Evidentemente las libertades, las cortes o parlamentos, la elección directa de las autoridades a nivel provincial, constituyen un régimen diferente al de Franco o al de Médici. La crisis económica y política y la presión del movimiento de masas en ascenso obligan al régimen a adaptarse, a autorreformarse hasta el punto de sufrir cambios cualitativos. Pero siempre manteniendo un elemento de continuidad: el bonapartismo. En Brasil nadie elige al presidente, mejor dicho lo siguen poniendo los militares. Y en España nadie elige al rey.

En Argentina, a diferencia de Brasil o España, el nuevo régimen es opuesto al anterior.

No hay tal proceso gradual y planificado de reformas del viejo régimen. Todo el mundo sabe que las aperturas democráticas de Brasil y España fueron meditadas y preparadas por el viejo régimen , antes incluso de que la crisis económica y política y el ascenso de masas lo obligaran a ponerlas en marcha. El mismo plan tenían los militares en Argentina, y aún lo tienen en Uruguay. Pero ese plan no funcionó en nuestro país. A menos que alguien crea que Videla, Massera y compañía planificaran y controlaran que ellos mismos iban a ir presos, acusados de homicidio y torturas.

En España y Brasil, todos los pasos son previsibles hasta que una revolución los liquide. En cambio, tampoco los partidos políticos burgueses argentinos previeron que Galtieri iba a caer ni qué iba a suceder después. Por eso mismo, durante varios meses, bajo Bignone, nadie sabía qué Constitución iba a regir ni cómo iban a ser las elecciones. Nadie planificó tampoco que las masas tuvieran la libertad de insultar o pegar impunemente en la calle a los oficiales más importantes de las fuerzas armadas. ¡Que pruebe ahora algún militante revolucionario brasileño o español insultar a los oficiales de las fuerzas armadas, y vamos a ver qué le pasa!

Para terminar de aclarar lo que estamos diciendo, veámoslo desde el punto de vista del programa de nuestro partido. En Brasil y España, el eje político fundamental sigue siendo la lucha contra el bonapartismo. Todo programa revolucionario debe tener como consigna central; ¡Abajo el rey o el presidente militar! ¡Por la república democrática! ¡Por el derecho democrático del pueblo a elegir su gobierno!

No es así en Argentina. No podremos atacar a Alfonsín. a Luder o a quien gane las elecciones porque sea un gobierno o un régimen bonapartista, no elegido libremente por el pueblo. Hasta tal punto ha triunfado la revolución política, democrática, que atacaremos al régimen y al gobierno porque son capitalistas y proimperialistas. Y luchamos por la revolución político—social, por la toma del poder por el proletariado, por el socialismo.

Esta diferencia en el programa manifiesta la diferencia que hay en la realidad. En España y en Brasil hubo una espectacular reforma que modificó cualitativamente el régimen, haciendo muy importantes concesiones democráticas a las masas. Ya no son bonapartismos fascistas o semifascistas, pero conservan su institución bonapartista central. Es lo que denominamos "bismarkismo senil". No se hizo la revolución democrática que destruya ese poder bonapartista. En la Argentina, ya se ha revolucionado el poder hasta el máximo posible en un país que no hizo todavía su revolución socialista, única forma de eliminar de cuajo los poderosos elementos de bonapartismo y totalitarismo de todo régimen burgués, incluso del que es producto de una revolución que se mantiene dentro de los márgenes burgueses.

Una última discusión sobre este problema tiene que ver con el hecho de que en la Argentina, como Perú y en Bolivia, el movimiento de masas no destruyó a las fuerzas armadas burguesas, como ocurrió, por ejemplo, en Nicaragua. Ya señalamos que esta diferencia es fundamental y que se trata de dos tipos distintos de revoluciones democráticas. Pero no queremos discutir sobre palabras. Puede ser incorrecto, efectivamente, denominar "revolución" a un fenómeno como el argentino, el peruano o el boliviano. Podemos ponerle otro nombre para diferenciarlo, siempre y cuando digamos i que también es totalmente distinto al proceso reformista, gradual, de concesiones democrático—burguesas controladas, de España y Brasil. Las libertades democrático—burguesas de la Argentina actual han sido producto de la crisis general del régimen militar y de la burguesía y del colosal ascenso del movimiento de masas. No fueron concesiones planeadas y controladas por la burguesía y el régimen militar, sino conquistas arrancadas por la acción de las masas trabajadoras, que originaron un nuevo régimen completamente distinto, en ese aspecto, al anterior. A eso nosotros lo llamamos revolución democrática. Seguimos en esto a Lenín quien definió como revolución democrática a la revolución de febrero de 1917 en Rusia, y a Trotsky, que caracterizó de igual modo a la revolución española de 1931 (que fue producto de la crisis y de una elección y no de un enfrentamiento en las calles de las masas contra el gobierno).

 

Contrarrevolución y reacción

 

El proceso opuesto a la revolución es la contrarrevolución. El opuesto a la reforma es la reacción.

Contrarrevolución y reacción se dan también en los tres campos: económico—social, político—social y político. También la contrarrevolución y la reacción son términos relativos. Puede darse una contrarrevolución política, en el régimen, que en relación con la sociedad y el estado no sea una contrarrevolución sino una reacción. Por ejemplo, el stalinismo hizo una contrarrevolución política: destruyó el régimen de Octubre e implantó un régimen contrarrevolucionario. Incluso cambió el tipo de estado; de estado obrero a estado obrero burocratizado. Pero con relación al carácter del estado no fue una contrarrevolución: no se reinstauró la economía capitalista ni tomó el poder la burguesía: el estado sigue siendo obrero. El cambio del estado soviético como producto de la contrarrevolución política stalinista no es contrarrevolucionario sino reaccionario.

Una reacción en el terreno económico social es, por ejemplo, la política de la burocracia china de atentar la propiedad privada de las pequeñas industrias. En relación con las ramas de industria que se privaticen. será una contrarrevolución, porque dejarán de ser prioridad estatal para pasar a ser propiedad privada. Pero respecto de la estructura de conjunto de la sociedad y del estado chino, es una reacción; introduce elementos regresivos, capitalistas, en una sociedad no capitalista. Eso no significa que sea una contrarrevolución. Lo sería si se volviera a la propiedad privada de los resortes fundamentales de la economía china, porque cambiaría abrupta y totalmente el carácter de la sociedad y, con ella, del estado: volvería a ser un estado burgués, capitalista.

Finalmente, también hay reacción y contrarrevolución con relación a los regímenes del estado burgués. Si se pasa a un régimen fascista o bonapartista que aplasta al movimiento obrero con métodos de guerra civil, se dio una contrarrevolución. Ejemplos: Pinochet, Videla, Hitler. Franco, etc. (Contrarrevolución en relación con el régimen político, no con el estado, que sigue siendo burgués y no retrocede al feudalismo o a otra sociedad más regresiva. En relación con el estado burgués, es una reacción).

Pero si se pasa de un régimen democrático a uno más totalitario, represivo, pero que no aplasta a los trabajadores con métodos de guerra civil, es una reacción, no una contrarrevolución. Ejemplo: Onganía derribó a Illia e instauró el estado de sitio, pero bajo uno y otro régimen funcionó la justicia, y el estado de sitio se aplicó siguiendo la misma Constitución.

Esta diferencia entre contrarrevolución y reacción se manifiesta también en el terreno institucional. Tanto bajo Illia como bajo Onganía, la institución fundamental sobre la que se apoyaba el régimen político eran las fuerzas armadas, Illia subió por elecciones condicionadas por los militares, que proscribieron al partido mayoritario, el peronismo. A Onganía lo pusieron en el poder esas mismas fuerzas armadas. Fue un cambio reaccionario de régimen.

No así con el golpe de Videla ni con el de Pinochet. Este último aniquiló el viejo régimen democrático—burgués, con su parlamento y sus partidos, que llevaba décadas de funcionamiento en Chile, e instauró un nuevo régimen, opuesto por el vértice al anterior: su institución fundamental es el bonaparte Pinochet, que se apoya en las fuerzas armadas. Fue una contrarrevolución.

Estas definiciones nos permiten corregir un error terminológico que cometimos muchas veces: hablar de contrarrevolución democrática. Hemos denominado así a los procesos en que la burguesía intenta desviar y frenar la revolución ilusionando a las masas con el mecanismo de la democracia burguesa. Es cierto que su objetivo es contrarrevolucionario, pero no se trata de una contrarrevolución, precisamente porque no cambia radicalmente el régimen. Intenta frenar la revolución a través de maniobras, aprovechando las ilusiones democráticas de las masas, y eventualmente reprimiéndolas, pero siempre dentro de la legalidad democrático—burguesa. No destruye el régimen democrático—burgués sino que se apoya en él. Por eso no es una contrarrevolución. En adelante lo denominaremos reacción democrático—burguesa.

 

III. LAS ÉPOCAS Y ETAPAS DE LA LUCHA DE CLASES

 

¿Cuándo se producen las revoluciones sociales? ¿Por qué se dan esos cambios bruscos, abruptos y violentos, generalmente sangrientos, en las clases sociales y el estado?

Como ya hemos visto, la ley fundamental que mueve a la especie humana es el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir el avance de la capacidad humana para explotar más y mejor a la naturaleza, a través de las herramientas y la tecnología, mejorando en forma sostenida las condiciones de vida de la humanidad. En ese avance, también se van produciendo revoluciones, basadas en el descubrimiento o la invención de herramientas y técnicas que permiten una explotación más fácil de las materias primas que brinda la naturaleza, e incluso que recursos naturales que no eran materia prima para la producción se conviertan en tales (por ejemplo, el uranio, que antes de los descubrimientos de la física y la tecnología nuclear no servía para producir nada).

Cuando este desarrollo de las fuerzas productivas llega a un punto determinado, choca con la estructura social existente (es decir con las clases en que está dividida la sociedad en ese momento y las relaciones que tienen entre ellas) y también con la superestructura de esa sociedad, con el estado que se encarga de mantener intacta la estructura de clases, sin afectar el dominio de la clase explotadora y la opresión de la clase explotada. Un buen ejemplo es el desarrollo de la producción capitalista en las ciudades independientes de la sociedad feudal. Mientras la producción era limitada, la estructura social feudal no impedía el desarrollo de la producción capitalista. Pero con el avance de la manufactura, que permitió producir en una escala relativamente amplia, la estructura feudal se convirtió en una traba para que se siguiera desarrollando la producción. Esas pequeñas unidades que consumían poco, en las que el señor feudal establecía una aduana para cobrar impuestos a quien fuera a vender a su feudo, chocó violentamente con esa fuerza productiva. Por eso, la unidad nacional (una nación sin aduanas internas, un gran mercado libre de trabas) fue uno de los grandes objetivos del capitalismo. Para lograrlo, debía destruir a la clase feudal. Y para ello, tuvo que destruir al estado feudal, fundamentalmente a los ejércitos feudales, que defendían con las armas a esa clase.

También debió destruir a la vieja clase oprimida, los siervos. La producción capitalista necesita trabajadores libres, que produzcan por un salario y se desplacen a donde los capitalistas los necesiten: si hoy ganan mucha plata haciendo sombreros, necesitan obreros para hacer sombreros, pero si mañana ganan más plata haciendo carros, necesitan que los obreros se desplacen a las fábricas de carros. Un siervo, atado a la tierra, que no puede salir de ella, no les sirve para su producción, ni tampoco como comprador de ella, es decir para ampliar cualitativamente el mercado. De allí que otro gran objetivo de la burguesía haya sido la abolición de la servidumbre. Pero para eso debía liquidar a los señores feudales v al estado que los defendía.

Es decir, para poder avanzar en la producción capitalista, que significaba un tremendo salto revolucionario en el desarrollo de las fuerzas productivas en relación con la producción feudal, la nueva clase progresiva, (la burguesía) debía destruir las clases y relaciones fundamentales del feudalismo e imponer como base de la sociedad a las nuevas clases, la burguesía y el proletariado, con sus nuevas relaciones. Si eso no se hubiera logrado, las fuerzas productivas de la humanidad se habrían detenido, estancado, porque nunca se habría llegado a la gran industria sin un gran mercado nacional y una enorme masa de trabajadores libres que pudieran ser su mano de obra.

Cuando se produce este choque entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la vieja estructura social se abre para la humanidad una época revolucionaria, es decir, de grandes convulsiones; las nuevas clases progresivas luchan contra la vieja clase explotadora, que ya no sirve para nada y frena todo desarrollo. En la historia, no siempre se dan esas épocas revolucionarias. Hubo sociedades, como el mundo antiguo o esclavista, que frenaron el desarrollo de las fuerzas productivas pero no fueron revolucionadas por clases más avanzadas. En esos casos el viejo sistema social decae, degenera y toda la sociedad retrocede.

Entre cada gran época revolucionaria hay otras que no lo son. Mientras la estructura de clases y su superestructura estatal permiten el desarrollo de las fuerzas productivas —aunque siga habiendo contradicciones—, la sociedad vive una época no revolucionaria, de equilibrio reformista.

Bajo el sistema capitalista, por ejemplo, se produjeron tremendos saltos o revoluciones en las fuerzas productivas. Se pasó de la energía hidráulica para mover las máquinas, o del viento para mover los buques, o de los caballos para mover los carros, al vapor, a la energía eléctrica, al motor a explosión. Pero estos avances en las fuerzas productivas no chocaban con la estructura social y el estado capitalistas. Por el contrario, el capitalismo los incorporaba instantáneamente y los llevaba a su máximo desarrollo y aplicación. Era una época de auge de la sociedad capitalista, de armonía entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la estructura social y su estado.

Cuando se entra en una época revolucionaria, el cambio comienza, como ley general, por la superestructura, por el estado. La nueva clase progresiva lucha para destruir el aparato de poder y de gobierno de la vieja clase, que ya es regresiva. Si no le quita el poder, no puede cambiar hasta el final y totalmente la estructura social anterior. Si la burguesía no destruía primero los ejércitos feudales y todo el estado feudal, no podía imponer la unidad (el mercado) nacional, ni liberar a los siervos para que le sirvieran de obreros.

Sólo después de destruir el estado feudal, tomar el poder y construir su propio estado, con su ejército, sus instituciones de gobierno y sus leyes, la burguesía pudo liberar a los siervos, abolir las aduanas internas, eliminar la propiedad terrateniente feudal y convertirla en propiedad terrateniente capitalista, etc. Es decir, sólo después de conquistar la superestructura, el estado, la burguesía pudo llevar hasta el final su objetivo de convertir a toda la sociedad en una sociedad capitalista.

 

Las grandes épocas revolucionarias

 

Desde las primeras revoluciones modernas, que nacen en la lucha del capitalismo contra el feudalismo, podemos distinguir tres grandes épocas:

 

1) La época de la revolución burguesa. Durante aproximadamente 200 años, la burguesía luchó contra el feudalismo, que ya se había convertido en una traba absoluta para el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta época, con un jalón fundamental en la revolución de Cronwell en Inglaterra, culminó con las grandes revoluciones norteamericana y francesa de fines del siglo XVIII.

 

2) La época de auge del capitalismo. Se entró en una época no revolucionaria, en la que la estructura social capitalista y su estado no frenaban sino desarrollaban aceleradamente las fuerzas productivas, enriqueciendo a toda la sociedad.

A partir del 1880 se produjo el salto más fantástico (hasta entonces) de las fuerzas productivas. El desarrollo de la producción era colosal. En los países capitalistas avanzados hubo una inmensa acumulación de capitales.

Esta época de auge preparó la decadencia del sistema capitalista. Como producto de esa tremenda acumulación de capitales surgieron los monopolios y el imperialismo. Ramas enteras de la producción industrial se concentraron en muy pocos propietarios, que empezaron a desplazar a la burguesía clásica, con sus centenares de empresas por rama que competían libremente entre ellas. Pasó a ser dominante el capital financiero —que es la fusión del capital bancario con el industrial—. Las fronteras nacionales les quedaron estrechas a esos enormes monopolios, que se lanzaron a exportar sus capitales a los países atrasados. El imperialismo, o capitalismo en decadencia, es precisamente eso: el dominio del capital financiero y monopolista, que invade todo el planeta.

 

3) La época de la revolución obrera socialista. Comienza con la primera guerra mundial (1914-1918). Ese cataclismo, en el que murieron millones de hombres y fueron destruidas enormes masas de fuerzas productivas, fue la manifestación tajante de que el capitalismo había empezado a frenar el desarrollo de las fuerzas productivas,

La aparición de los monopolios ya había demostrado, de manera totalmente deformada, que la propiedad privada capitalista no funcionaba más. Las fuerzas productivas no podían seguir creciendo debido al caos que provocaban centenares o miles de burgueses compitiendo entre ellos en una misma rama de la producción. Para avanzar había que introducir algo de planificación, por lo menos por rama productiva. La exportación de capitales, por su parte, demostraba que las fronteras nacionales también asfixiaban a las fuerzas productivas, que ya no avanzaban limitadas a su nación de origen y necesitaban desarrollarse abarcando todo el planeta.

La guerra de 1914—18 fue una guerra de rapiña entre los monopolios imperialistas, para controlar el mercado mundial. Fue la demostración más clara de que la humanidad no podía avanzar más, no podía desarrollar más sus fuerzas productivas, si no rompía el chaleco de fuerza de la propiedad privada y las fronteras nacionales e instauraba una economía mundial planificada. Pero la burguesía no puede hacerlo porque significaría destruirse a sí misma, terminando con lo que la caracteriza como clase social: ser propietaria de los bienes de producción y basarse en la existencia de naciones con fronteras y estados bien definidos.

Esta época es la de la revolución obrera socialista porque la guerra (que se convertirá en un fenómeno permanente) y la miseria de las masas (provocada por el freno al desarrollo de las fuerzas productivas) hacen entrar en acción revolucionaria a la nueva clase progresiva, la clase obrera, que lleva a cabo su primera revolución, en Rusia, en 1917. Se pone en acción la clase social que puede cumplir con las dos grandes tareas imprescindibles para que las fuerzas productivas sigan avanzando: terminar con la propiedad privada y con las fronteras nacionales, para instaurar una economía mundial planificada. Esto es así porque la clase obrera es internacional, es igual en todos los países, y no puede transformarse un una nueva clase propietaria que explote a otras, por una sencilla razón: junto con los demás sectores explotados es la amplia mayoría de la sociedad. En ambos aspectos es totalmente diferente a las clases que cumplieron antes un rol revolucionario. La burguesía, por ejemplo, fue una clase minoritaria y explotadora desde que nació. La revolución obrera socialista es, por primera vez en la historia, la revolución de la mayoría de la población, dirigida por una clase internacional, contra la explotación capitalista y contra toda explotación. Precisamente por eso puede lograr la economía mundial planificada.

Podemos decir que después de la Revolución Francesa empezó a ser dominante, a nivel mundial, el estado capitalista (ya no la producción capitalista, que predominaba desde hacía 300 años).

A partir de la revolución rusa de 1917, y hasta el presente, estamos, pues, en la época de la revolución socialista, obrera e internacional contra el sistema social y el estado capitalista.

Las etapas de la revolución socialista

Toda época tiene sus etapas. Estas son períodos prolongados en que se mantiene constante la relación de fuerzas entre las clases en lucha. El hecho de que vivamos una época revolucionaria a nivel mundial desde 1917 no significa que en estos 66 años el proletariado haya estado siempre en una ofensiva revolucionaria. Como en toda lucha, hay períodos en que el enemigo contraataca y retoma la ofensiva. En tal caso, se da una etapa de ofensiva o contraataque contrarrevolucionario burgués, dentro de la época de la revolución obrera socialista.

 

Desde la revolución rusa hemos pasado por tres grandes etapas:

 

1} La etapa de la ofensiva revolucionaria de la clase obrera. Se inicia con la revolución rusa y se extiende con sucesivas revoluciones: la alemana, la húngara, la china, la turca, etc. La única que logra triunfar es la rusa.

 

2) La etapa de la contrarrevolución burguesa. Se insinúa con el primer triunfo contrarrevolucionario burgués: el fascismo italiano; se consolida claramente con la victoria del hitlerismo en Alemania, que aplasta al proletariado más organizado del mundo, y culmina con la derrota de la revolución española y con la ofensiva militar del nazismo en la segunda guerra mundial, exitosa hasta 1943.

La otra cara de esta etapa contrarrevolucionaria es la victoria de la contrarrevolución burocrática stalinista en la URSS.

 

3) La nueva etapa revolucionaria, que se inicia con la derrota en Stalingrado del ejército nazi y abre un período de revoluciones triunfantes que se extiende hasta el presente. La primera de ellas es la yugoslava; pasa por su máxima expresión con la revolución china, y ha tenido su última victoria (en el sentido de que se expropió a la burguesía y se construyó un estado obrero), hasta ahora, en Vietnam (1974).

 

A esta etapa la hemos denominado de la "revolución inminente", porque, a diferencia de la etapa abierta por la revolución rusa, que redujo sus efectos a algunos países de Europa y Oriente, en ésta la revolución estalla, y en ocasiones triunfa, en cualquier parte del globo: los países semicoloniales o coloniales (China, Vietnam, Cuba, Irán, Angola, etc.), los propios países imperialistas (aunque todavía sólo en los más débiles, como Portugal) y en los estados obreros (Hungría, Polonia).

 

Las etapas y situaciones mundiales y nacionales

 

Como todos los términos o categorías que utilizamos los marxistas, época, etapa y situación son relativos a qué estamos definiendo. Ya hemos visto que hubo una etapa contrarrevolucionaria dentro de la época revolucionaria a nivel mundial. Pero la revolución es un fenómeno internacional que se plasma en revoluciones nacionales. Eso implica que puede haber y hay contradicciones entre la etapa que se vive a nivel mundial y las etapas por las que atraviesan los diferentes países. Por ejemplo, en esta etapa de revolución inminente que vivimos a nivel mundial desde 1943, mucho países atravesaron o atraviesan por etapas contrarrevolucionarias a nivel nacional (Indonesia, el Cono Sur latinoamericano, la URSS, etc.). Otros países se mantuvieron en etapas de poca lucha de clases, de equilibrio en la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía, es decir en etapas no revolucionarias (casi todos los países imperialistas y muchas semicolonias). Y otros que ya mencionamos son los que marcan la dinámica, el signo de la etapa; atravesaron por etapas revolucionarias, que llevaron al triunfo de la revolución, a que quedara abortada o congelada o a que fuera derrotada.

De la misma forma, dentro de una etapa se pueden dar distintos tipos de situaciones. Una etapa revolucionaria no puede dejar de serlo si la burguesía no derrota duramente, en la lucha, en las calles, al movimiento obrero. Pero la burguesía, si tiene márgenes, puede maniobrar, convencer al movimiento obrero de que deje de luchar. Se abriría así una situación no revolucionaria, pero la etapa seguiría siendo revolucionaria porque el movimiento obrero no fue derrotado. Incluso, la burguesía puede reprimir al movimiento obrero sin llegar a los métodos de guerra civil y asestarle derrotas parciales que lo hagan retroceder, abriendo una situación reaccionaria, pero que seguiría estando dentro de la etapa revolucionaria. Por ejemplo, el gobierno de Gil Robles, que se dio en medio de la revolución española iniciada en 1931, fue un gobierno reaccionario que reprimió duramente al proletariado y creó una situación reaccionaria . Pero al no ser derrotado de conjunto el movimiento obrero español, la etapa siguió siendo revolucionaria. La mejor prueba de ello es que pocos años después estalló la guerra civil.

 

 

IV. LAS REVOLUCIONES DEMOCRATICO-BURGUESAS

 

Empezaremos con las grandes revoluciones democrático—burguesas de los siglos XVIII y XIX. Es la época en que la burguesía, oprimida por los estados feudales o por una situación colonial, utiliza la movilización popular revolucionaria contra el feudalismo para imponer su dominio político y adecuar el estado, sus instituciones y sus leyes a su ya desarrollado dominio económico. En esta época podemos distinguir dos tipos de revoluciones; la revolución democrático-burguesa contra el estado feudal, la nobleza y la iglesia terrateniente, y la revolución democrático—burguesa de las colonias para independizarse de los imperios capitalistas o semicapitalistas.

 

La Revolución contra el Estado feudal

 

El modelo clásico del primer tipo de revoluciones es la revolución francesa de 1789. La burguesía se apoyó en la movilización del pueblo, derrocó al rey, expropió a la nobleza y al clero terrateniente, instauró un nuevo régimen político asentado en instituciones democrático—burguesas —la Convención y la Comuna de París—, y modeló a su servicio un estado, eliminando las diferencias de sangre e instaurando como principio básico de organización social la propiedad privada capitalista.

El Partido Jacobino dirigió todo este proceso, cuando la revolución llegó a su punto culminante. Era el partido de la pequeña burguesía radicalizada, que no pudo lograr un estado a su imagen y semejanza, es decir, pequeño burgués, ya que quien dominaba la economía era la burguesía. La clase obrera era muy débil como para ser una alternativa económica —imponiendo la economía nacionalizada dirigida por ella— o política. Sectores jacobinos se hicieron burgueses vendiéndoles provisiones al ejército, debilitando así la dirección pequeñoburguesa. Esta fue revolucionaria mientras enfrentó la contrarrevolución feudal, pero fue reaccionaria al aplicarle el terror a su izquierda plebeya, mucho más revolucionaria que los Jacobinos. Estos fueron derrocados por la burguesía, que instauró un régimen capitalista contrarrevolucionario, dictatorial.

La contrarrevolución burguesa aplastó al pueblo revolucionario para instaurar un régimen estable. Este nuevo régimen fue el bonapartismo, un régimen totalitario, en el que un individuo. Napoleón Bonaparte, se puso por encima de las clases y sectores, arbitrando entre ellos, apoyándose en el aparato estatal, fundamentalmente en el ejército. Este régimen es reaccionario con relación a la revolución, fue progresivo en relación con la época, ya que enfrentó la contrarrevolución feudal, consolidando y tratando de extender al resto de Europa el régimen burgués.

La Revolución antifeudal y de Independencia nacional

 

Antes de la revolución francesa, se dio en Norteamérica el segundo tipo de revolución que señalamos: democrático—burguesa y de independencia nacional. En los Estados Unidos, una gran revolución derrotó al imperio, colonialista inglés, capitalista, conquistó la independencia e instauró un régimen democrático—burgués, el primero que se dio plenamente en la historia de la humanidad, aunque llevaba en si la tremenda contradicción del esclavismo. Dicho de otra manera, la revolución norteamericana liberó al país de la dominación colonial, instauró un régimen de libertades; democrático—burguesas de una amplitud desconocida, pero no liberó a los esclavos de los estados del sur.

Ya esta revolución, aunque dirigida y controlada por la burguesía norteamericana, presenta elementos anticapitalistas: el enemigo que enfrenta no es un imperio esclavista o feudal, sino la potencia capitalista más poderosa de la época: Inglaterra. Pero no es una revolución anticapitalista, sino una revolución burguesa para sacarse de encima la opresión de otra burguesía y poder desarrollar plenamente el capitalismo.

En el siglo XIX se dieron otras revoluciones europeas —como la alemana y la italiana—, similares a la francesa, cuyo objetivo era lograr la unidad nacional. Las colonias centro y sudamericanas pasaron por un proceso semejante al norteamericano, enfrentaron a un imperio colonial semicapitalista —el español— o a un imperio decadente —el portugués—.

 

El bismarkismo

 

A lo largo del siglo XIX se siguieron dando revoluciones democrático— burguesas, como la alemana de 1848. Pero la burguesía era cada vez menos revolucionaria. Temerosa de la movilización popular, intenta cambiar el carácter de la sociedad y del estado por vías cada vez más reformistas;

ya no se apoya en la movilización del pueblo, sino que pacta esa transformación con las clases feudales. Nace así en Alemania un nuevo régimen: el de Bismark. Este régimen, también con un arbitro individual, hace pactos entre la burguesía alemana y los príncipes feudales, los "junkers". Concede a uno y otro lado, pero siempre dentro de una línea de lograr una Alemania unificada y capitalista. No busca liquidar física y políticamente a los nobles, como hizo la revolución francesa, sino convertirlos en grandes capitalistas. Para frenar algunos ímpetus exagerados de sectores burgueses, el bismarkismo hace concesiones y pactos incluso con la clase obrera y sus partidos, a quienes utiliza como contrapeso a esos ímpetus. Esa es la diferencia fundamental con el bonapartismo. Mientras éste es muy totalitario y no hace concesiones de ningún tipo a los trabajadores, el bismarkismo se basa precisamente en las concesiones a diestra y siniestra para hacer una transformación reformista de la sociedad y el estado.

Cabe aclarar, por último, que esta transición bismarkista o reformista de una sociedad y un estado feudales a una sociedad y un estado capitalistas se puede dar porque tanto los nobles como la burguesía son clases explotadoras. Un noble puede convertirse en burgués perdiendo algunos privilegios de sangre, pero puede llegar a ser mucho más rico como burgués que como noble. Bismark se encargó de convencerlos pacíficamente de ello. El reformismo no es viable, en cambio, en el tránsito de la sociedad capitalista a la socialista porque significa la pérdida de todo privilegio y toda fortuna para la burguesía, la cual de ninguna manera puede aceptarlo pacíficamente.

 

V. LA ÉPOCA DE LAS REFORMAS Y LAS REACCIONES

 

A partir de 1880, se abre una época de auge impresionante de la economía capitalista. Surgen los monopolios, el imperialismo y el capital financiero. Este gran desarrollo enriquece a la burguesía y también al conjunto de la sociedad. Aunque la burguesía no regala nada al proletariado, éste, a través de duras luchas, le puede arrancar conquistas y mejoras considerables: la jornada de ocho horas, mejores salarios, legalidad para sus partidos y sindicatos, etc. El proletariado no se ve ante el dilema de hacer la revolución socialista para no morir de hambre. La burguesía logra evitar el estallido de luchas revolucionarias, apaciguando a los trabajadores con esas mejoras o reformas.

La época de las revoluciones democrático—burguesas contra el feudalismo quedó atrás. Pero todavía no se abrió la de las revoluciones obreras contra el capitalismo. Hubo un anticipo previo incluso a la época reformista, en 1871, cuando se dio la primera revolución obrera, la Comuna de París, que comenzó luchando contra la invasión alemana y terminó luchando contra la burguesía, hasta ser aplastada con métodos contrarrevolucionarios por la burguesía francesa.

En esta época ya el punto de referencia es la lucha del proletariado contra la burguesía. Pero esa lucha tenía un carácter reformista. El proletariado peleaba por conquistas parciales y lograba reformas. La burguesía las otorgaba pero también, en muchas oportunidades, las atacó con métodos reaccionarios, represivos. Esas reacciones no fueron contrarrevoluciones, en general no se utilizaron contra el movimiento obrero métodos de guerra civil ni se instauraron regímenes contrarrevolucionarios asentados en esos métodos.

Hubo revoluciones y contrarrevoluciones. En 1905 estalló en Rusia una revolución contra el zar, que no triunfó. En 1910 se dio la gran revolución mexicana, de tipo campesino, que impuso la reforma agraria. A principios del siglo XX cayó la monarquía china.

Sin embargo, estas revoluciones son excepciones dentro de esta época, en la que predominó la reforma y la reacción. Fueron revoluciones que preanunciaron la época de las revoluciones proletarias, pero no cambiaron el carácter reformista y reaccionario de la época.

Precisamente por esto, durante toda esta época los regímenes burgueses no perdieron su carácter democrático, que puede ser amplio o retaceado (como el del bonapartismo francés). La única excepción entre las grandes potencias fue Rusia, donde existía un régimen totalitario, el del zar, sustentado en la nobleza terrateniente. Aunque combinaba importantes elementos de estado y régimen capitalista, el régimen del zar seguía siendo la contrarrevolución feudal.



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