VIII. - LA INDUSTRIA DE GUERRA

-Haces bien en hablar de esto, Casanova, es un problema de una importancia capital. Lo era en España y lo será en todos los países donde el proletariado se vea ante la necesidad de una guerra revolucionaria contra el fascismo. Producir municiones, de buena calidad y en gran cantidad, ¿será el problema de vida o muerte en cada revolución! Llegó a crear una industria de guerra el gobierno republicano? ¿Sobre qué bases?
-A pesar de no ser un gran experto en este terreno, tengo una cierta experiencia por haber trabajado todo el año 1938 precisamente en la industria de guerra. Trabajé primero en un pequeño pueblo catalán de la provincia de Barcelona, tres meses en calidad de simple contable de una empresa que fabricaba vagones y máquinas agrícolas, antes del 19 de julio, y que fue transformada en fábrica de guerra. Allí se fabricaban granadas, piezas de ametralladora, etcétera. Después fui, durante casi nueve meses, el administrador de una fábrica de guerra en la misma Barcelona: Para describiros las dificultades con las que hemos topado durante todo el tiempo, o más bien el sabotaje constante y permanente, la burocracia, el despilfarro, los robos, la incuria, la anarquía -ésta, en el sentido vulgar de la palabra-, en fin, para contarte las hazañas de la criminal administración de la industria de guerra que se llamaba Subsecretaría de Armamento; haría falta un libro, que sería también rico en enseñanzas, y desgraciadamente no soy escritor, añade Casanova.
Cuando se asistía a estos robos, a este despilfarro permanente (desplazamientos inútiles, la corriente eléctrica faltaba a menudo precisamente en las horas en que más se necesitaba, las materias primas llegaban a la fábrica cuando no se pedían; por el contrario faltaban aquellas que más se necesitaban, aunque los almacenes de la Subsecretaría estaban repletos de ellas, etc.); cuando se asistía a todo esto siempre nos preguntábamos: "¿son imbéciles o fascistas?". Este era siempre el tema de nuestra conversación en los momentos libres, en mi despacho, entre mi colaborador por otra parte un estalinista, pero trabajador honrado y entregado, que cumplía la tarea que le había sido encomendada por la Subsecretaría de Armamento, y yo.
¿Imbéciles o fascistas? Ciertamente, había imbéciles, pero sobre todo había fascistas, agentes de la quinta columna, y aquéllos que, quizá inconscientemente hacían su trabajo.
Justo al principio, en 1936, era la Generalitat la que dirigía en Cataluña la industria de guerra. Para ello había creado un órgano que se llamaba: "Comisión de Industrias de Guerra de Cataluña". Esta comisión estaba dirigida al principio por un obrero metalúrgico de Barcelona, un militante del sindicato del metal de la CNT, Vallejo. Pueden tenerse opiniones críticas respecto a sus concepciones anarcosindicalistas, las del grueso de obreros de vanguardia catalanes, pero hay que rendir homenaje a su entrega, a su espíritu de sacrificio sin límite, a su valentía, a su energía, a su iniciativa.
Este hombre, este militante, este simple obrero, era capaz de transformar en una semana, a veces en pocos días, una empresa metalúrgica cualquiera en una fábrica de guerra. Encontraba las máquinas que se necesitaban, las confiscaba de inmediato, se las llevaba en camión; iba por ejemplo en busca de las campanas de las iglesias cuyo bronce servía para hacer balas. Como Vallejo, había seguramente en Cataluña y en el resto de España cientos y miles de obreros cualificados conocedores de su oficio, abnegados en las barricadas, pero también en su lugar de trabajo, delante del torno, la forja y el horno. Pero sus esfuerzos, su capacidad, su energía y su entrega a la causa de la industria de guerra (comprendían muy bien la importancia de cada obús que salía de su taller) fueron a cada instante paralizados por los organismos centrales. Se puede decir lo mismo de muchos abnegados especialistas venidos del extranjero.
Citaré al azar el caso de aquel ingeniero belga, el camarada K..., especialista en materia de fabricación de explosivos, que se ofreció al departamento correspondiente, siendo rechazados sus servicios porque se tenían contratos con los proveedores extranjeros; y el de aquel ingeniero español que dirigía una escuela de aviación y que presentó un proyecto perfectamente realizable de una empresa para fabricar aviones, que fue rechazado para permitir las compras al extranjero.
En cuanto a Vallejo, mencionado más arriba, fue despedido hacia mayo de 1937, como tantos otros trabajadores abnegados, y sustituido evidentemente por estalinistas y... fascistas.

-¿Fascistas? ¡Exageras!
-No, no exagero en absoluto. Constato un hecho: Cataluña poseía una industria metalúrgica bastante importante fácilmente transformable, y las materias primas necesarias llegaban en cantidad suficiente del centro y también de extranjero: Una potente industria de guerra, que habría hecho a España casi independiente de los especuladores extranjeros, podía y debía nacer. Una prueba, ésta histórica ¿No alimentaba España, durante la gran guerra, a los dos campos beligerantes, a los que proveía de municiones de buena calidad? Sin embargo, una gran fábrica de municiones que trabajaba en aquella época para Francia -cuyo ingeniero fue asesinado, durante la gran guerra, en condiciones misteriosas por agentes del contraespionaje alemán- hacía durante los últimos meses, para el gobierno republicano, un 90% de cartuchos defectuosos.
En la empresa que yo administraba, la producción sólo había bajado últimamente en un 30 a 40 % (pero este es un caso excepcional). La producción bajaba evidentemente no sólo en cantidad sino también en calidad, y esto era un fenómeno general. ¿Las razones? La inercia, la mala organización, y esto pese al número creciente de "organizadores" de nuevos inspectores, de nuevas comisiones, que debían buscar las razones de esta anarquía... Cuantas más "comisiones" nuevas habían, cuantas más nuevas circulares e instrucciones, que cambiaban cada 15 días los métodos de trabajo, cuantas más estadísticas a establecer, fichas a rellenar (una sola factura debía hacerse en seis ejemplares), cuantas más comisiones de control buscando por ejemplo falsos enfermos[1], cuantos más controladores a la búsqueda de los "incontrolados", peor iba todo, pese a las fanfarronadas oficiales y mentirosas, y pese a las muecas de stajanovismo.
Ilustremos este siniestro desorden, y después intentaremos explicarlo. La Subsecretaría de Armamento, que concentraba y dirigía toda la industria de guerra, debía aprovisionarnos de materias primas (hierro, carbón, madera, petróleo, tierra refractaria, arena de fundición, aceite para las máquinas, etc.). Sin estas materias primas, o si simplemente faltaba una de ellas, nos parábamos, condenando a los obreros a jugar a las cartas en el interior del taller.
Ahora bien, muy a menudo faltaba alguna materia de primera importancia. Faltaba no porque la Subsecretaría no la tuviera (sus almacenes rebosaban, y la misma materia era muy a menudo robada), sino porque el responsable del departamento correspondiente "olvidaba", a pesar de las órdenes escritas y telefónicas, enviárnosla, "olvidaba" enviar el petróleo o el carbón, por ejemplo, a pesar de que había recibido los pedidos provistos de todos los sellos. Por el contrario, él o su colega, a menudo "no olvidaban" enviar una materia prima en cantidad demasiado grande, amenazando obstruir la empresa.
Había -cuenta Casanova- casos cómicos, o mejor tragicómicos, a este respecto. Una vez, el responsable de un departamento se equivocó en una cifra y simplemente añadió un cero. En lugar de 5 toneladas de carbón, envió 50. No es una broma, es un hecho como tantos otros. Podemos encontrar historias de este género en el humorista soviético Zochtchenko, pero Zochtchenko hacía sátiras y exageraba intencionadamente, mientras que yo me limito a relatar unos hechos. Nos enviaban materias primas muy caras, que nuestra fábrica no necesitaba. Así, el contrato establecido, contra todo sentido común, entre nuestra fábrica y la Subsecretaría, preveía una entrega mensual de 200 kilos de ferromanganeso y 200 kilos de ferrosilicio. Múltiples intervenciones telefónicas y orales por parte del director técnico, del inspector de la Subsecretaría y mías, con el fin de anular estos envíos de materias tan caras y que necesitaban otras fábricas, no dieron ningún resultado. El ferromanganeso y el ferrosilicio llegaron a nuestra fábrica hasta el último momento.
Para trasladar una materia de una fábrica a otra hacían falta autorizaciones y permisos especiales del inspector de la Subsecretaría, sin los cuales no podíamos hacer nada. Y como se trataba de una colectividad que estaba compuesta por una treintena de fábricas y el gobierno mantenía una política de sabotaje de estas colectividades (trataré el problema de las colectivizaciones más adelante), no se concedían las autorizaciones.
La Subsecretaría prefería paralizar la producción, que oficialmente estaba encargada de impulsar y coordinar, antes que colaborar honradamente con la Colectividad.
Paso ahora a la corriente eléctrica (un problema de primera importancia), sin la cual también nos quedábamos "en plan", como se dice en francés[2]. (pues bien! la corriente eléctrica faltaba precisamente durante las horas en que teníamos más necesidad de ella, es decir durante las horas en que se fundía.
Una larga interrupción de corriente, haciendo que el contenido del horno eléctrico se solidificara, lo inutilizaba, y paralizaba la fábrica. Aún estoy viendo a mi colaborador el director técnico (el antiguo patrón), desconcertado en esos casos y suplicándome a cada instante que llamase a la central eléctrica.
La corriente eléctrica faltaba no sólo durante las alertas de bombardeo (cosa inevitable), sino numerosas veces por día, y había días (últimamente muy frecuentes) en que ni la veíamos. Evidentemente estos incidentes daban pretexto para abundante papeleo. Cada mañana debíamos señalar, en tres ejemplares, las interrupciones de corriente de la víspera (número, duración, etc.). Como ves, más controles, más fichas, más papeleo, pero la corriente seguía faltando.
Otra cosa. Nuestra colectividad necesitaba ciertas máquinas y sólo podía comprarlas en el extranjero. Para hacer estas compras había delegado a algunos representantes. Pero el gobierno, que no se inclinaba a favorecer a la colectividad (colectividad CNT-UGT, pero de la cual la mayoría de los obreros y del consejo de empresa eran de la CNT), denegaba los pasaportes, alegando que no tenía divisas para semejante lujo. Pero, por el contrario, tenía divisas para enviar múltiples delegaciones al extranjero cuyo fin era limpiar los zapatos de algunos demócratas millonarios y encerar el suelo en la antecámara de los señores ministros de Francia e Inglaterra para conquistar el corazón de Chamberlain -objetivo central e imposible de toda la política internacional del Frente Popular. Pues bien, las máquinas no fueron compradas... Resultó una pérdida para la colectividad, y la imposibilidad de poner en marcha algunas secciones en numerosas fábricas. Una pérdida, evidentemente, para la industria de guerra, pero los señores de la subsecretaría no se ocupaban de este detalle.
Cuando una pieza está terminada, sea un lingote, una pieza de máquina, un trípode de ametralladora Hotchkiss o un obús, debe ser entregada al destinatario, es decir otra fábrica que debe terminarla o a un arsenal, por ejemplo; y no debe en principio esperar a que "maduren los higos".

Es evidente; es incluso demasiado simple para que nos lo expliques.
Es simple para vosotros, continúa nuestro amigo, pero no era tan sencillo para mí, ni para todos nosotros en nuestra fábrica de Barcelona. Por ejemplo, recibíamos una orden de la Subsecretaría, de la sección de explosivos o de la Subsección Blindada, de hacer determinada cantidad de piezas con urgencia, "urgentísimo". Pongamos que debían estar listas en una semana. Los obreros han hecho su parte. Están preparadas en el plazo indicado. Pero hace falta que vengan a buscarlas. (Son pequeñas cosas, pero las pequeñas cosas hacen las grandes, ¿no es verdad?) Pues bien, a veces, a pesar del "urgentísimo", pasaban semanas, tal vez un mes, y las piezas seguían esperando... Telefoneábamos decenas de veces para que se las llevasen y siempre recibíamos la misma respuesta, la primera palabra que oye y aprende un extranjero en España: "mañana".
Por el contrario, muy a menudo venían camiones inútilmente; muy a menudo para decirnos simplemente hola. Era muy agradable y alegre, pero costaba la tan necesaria gasolina. Podría también citar el caso de dos motociclistas haciendo un trayecto de un centenar de kilómetros para traernos "un documento de extrema importancia": una simple factura que podía enviársenos simplemente por vía postal.
-Bromeas... te detienes en pequeños hechos que no tienen siempre importancia decisiva. ¿No encontramos un poco de burocratismo por todas partes, sobre todo en el periodo revolucionario, cuando el aparato recién construido no puede funcionar normalmente?
-Protesto -interviene Casanova-, se nota que no tienes esta modesta experiencia de este trabajo que me permitido palpar las cosas de cerca.
"Sólo trabajando mucho ganaremos la guerra", y también "¡Trabajar 12 horas, 14, 18, 24 horas no es bastante para ganar la guerra!"[3] y es exacto. La guerra se gana trabajando, evidentemente si se hacen cosas útiles. El tiempo es un factor de primer orden. En cuanto a este burocratismo que señalo, no sólo tomó proporciones colosales, sino que no se le combatía seriamente. Emplearé un término un poco grosero y que no me gusta mucho, pero que refleja bien la realidad, por lo menos en lo que concierne a la administración catalana: "S'en fotíen", "Es igual" "Está bien". Pero detrás de esta desgana, no sólo se escondía la indiferencia de la imbecilidad, sino también auténtico sabotaje... y la auténtica quinta columna. No se puede comparar este burocratismo ni siquiera con el burocratismo que existe y que existía en Rusia en los primeros años de la revolución.
Un ejemplo, para mostrar la diferencia de los procedimientos en los mismos casos en Rusia en 1918-19, en plena guerra civil, y en España en 1936-39.
A finales de marzo, en el momento de la ruptura del frente de Aragón, a la fábrica donde trabajaba vino un representante de la "Subsecretaría" con un pedido de azadas. Se necesitaban urgentemente en vista del avance rápido de los fascistas, que habían roto el frente y avanzaban a velocidad alucinante hacia Cataluña. La fábrica estaba repleta de encargos, pero las piezas que estaban encargadas podían evidentemente esperar. Las azadas eran más urgentes. Eran necesarias para hacer trincheras y construir una nueva línea de resistencia. ¡Pues bien! en un caso parecido, en' Rusia (podría citar hechos de los que me ha informado un camarada que ha trabajado precisamente en la industria de guerra en Rusia, y 20 años después en España), llegaba una orden militar: se debía, incluso bajo pena de ser... liquidado, ejecutar la orden.
En mi fábrica, en el año de gracia de 1938, se empezó primero por las negociaciones, siguieron los regateos, y después las reuniones de los comités seguidas de una correspondencia entre la fábrica y la "Subsecretaría", y no hicimos las azadas.
Si en Rusia el burocratismo no faltaba, por lo menos había una mano firme, una dirección consciente, que centralizaba todo y que, a pesar del sabotaje y de todos los obstáculos, imponía su voluntad. Todo esto faltaba en España, faltaba porque no había una unidad real (a pesar todas las monsergas sobre ella), unidad que en definitiva no podía hacerse sobre la base contradictoria del Frente Popular. Esta contradicción estallaba a cada instante. Saltaba a la vista para aquel que sabía ver. He aquí esta contradicción: de un lado el proletariado, que quería liberarse económicamente, de otro, los burgueses de izquierda y sus lacayos, fueran del rito estalinista a anarquista. Un querían ser los amos de las fábricas, los otros que todo volviese al orden... al orden burgués, dentro del cual prometían generosamente reformas a los obreros. UNOS, LOS OBREROS, QUERÍAN ACABAR CON EL CAPITALISMO, LOS OTROS QUERÍAN CONSERVARLO. Para ver la contradicción no era necesario el microscopio, pero no hay microscopio que sirva a los ciegos.
Esta "ligera" contradicción, cuya constatación fue considerada por los avestruces del Frente Popular como el gran pecado del siglo XX, y que se llama el trotskismo, salía en todo, absolutamente en todo, puesto que no era accidental, accesoria, ocasional, sino que estaba en la base de toda la guerra civil española.
Aparecía, como hemos podido constatar, en la industria de guerra, en el ejército republicano, en toda la vida de la España gubernamental y en su economía en primer lugar.


[1] Obreros que abusaban de la seguridad social y que no se presentaban al trabajo bajo pretextos fútiles. (N.d.A.)
[2] En plan: plantados (N.del T.)
[3] "Sólo trabajando mucho ganaremos la guerra." "Trabajar 12 horas, 14, 24 horas no es bastante para ganar la guerra." Carteles de propaganda. El primero podía encontrarse en las oficinas... en las que nadie se mataba trabajando. El otro cartel se proyectaba en todos cines y teatros de Barcelona. (N.d.A.)

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