Duncan Hallas

Leon Trotsky: socialista revolucionario

 

 

I
Revolución permanente

 

Durante el último tercio del siglo XVIII la revolución industrial –el cambio más profundo en la historia de la especie humana desde el desarrollo de la agricultura– ganó impulso en un pequeño rincón del mundo, Gran Bretaña. Pero los capitalistas británicos luego tuvieron imitadores en otros países en donde la burguesía había conquistado el poder o estaba por conquistarlo.

A comienzos del siglo XX el capitalismo industrial dominaba completamente el mundo. Los imperios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos, Bélgica, Holanda, Italia y Japón cubrían sin duda, la mayor parte de la superficie del planeta. La sociedades esencialmente precapitalistas, que aun preservaban una independencia formal (China, Irán, Turquía, Etiopía, etc.), estaban, de hecho, dominadas por unas u otras de las grandes potencias imperialistas, e informalmente divididas entre ellas –el término “esferas de influencia” expresa exactamente eso. Esta “independencia” simbólica se mantenía únicamente debido a las rivalidades entre los imperialismos en competencia (Gran Bretaña contra Rusia en Irán, Gran Bretaña contra Francia en Tailandia, Gran Bretaña contra Alemania –y también contra Rusia– en Turquía, y Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Rusia, Francia, Japón y varios contendientes secundarios, estaban unos contra otros en China.

Pero los países conquistados o dominados por las potencias capitalistas industriales no eran, hablando en términos generales, transformados en réplicas de las varias “madres patrias”. Por el contrario, permanecerían esencialmente como sociedades preindustriales. Su desarrollo socioeconómico era profundamente influenciado –y de hecho, profundamente distorsionado– fruto de su conquista y dominio, pero no eran, típicamente, transformadas en otro tipo de sociedad.

La famosa descripción de Marx sobre la ruina de la industria textil india (basada en productos de elevada calidad hechos por artesanos independientes) debido a los productos de algodón baratos, fabricados por máquinas en Lancashire, sigue siendo todavía un buen esbozo del impacto inicial del capitalismo occidental en lo que hoy es llamado el “Tercer Mundo”: pobreza y retroceso social.

Este proceso de “desarrollo desigual y combinado”, para usar la expresión de Trotsky, condujo a una situación (todavía presente en sus trazos esenciales) en la cual la mayor parte de la población del planeta no solo no había avanzado económica y socialmente, sino que había retrocedido. ¿Cuál era entonces (y, aún hoy, es) la salida para la población de estos países?

Trotsky, siendo un joven de 26 años, propuso una solución profundamente original al problema. Era una solución arraigada tanto en la realidad del desarrollo desigual del capitalismo a escala mundial, como en el análisis marxista del verdadero significado del desarrollo industrial –la creación, de una sola vez y al mismo tiempo, de la base material para una sociedad avanzada y sin clases, y de una clase explotada, la clase trabajadora, capaz de elevarse al nivel de clase dominante y, a través de su dominio, abolir las clases, la lucha de clases y todas las formas de alienación y opresión.

Naturalmente, Trotsky desarrolló sus ideas primero en relación con Rusia. Y aquí es necesario volver sobre el trasfondo ideológico de las disputas entre los revolucionarios rusos de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, para comprender plenamente la importancia de su contribución. Pero no solamente de los revolucionarios rusos. Después de todo, había un auténtico movimiento internacional en aquella época.

Una vez que Europa y América del Norte sean reorganizadas, proporcionarán un poder colosal y un ejemplo que los países semicivilizados seguirán por iniciativa propia. Solamente las necesidades económicas serán responsables por esto. Pero sobre cuáles serán las fases sociales y políticas que estos países atravesarán antes de llegar a una organización socialista, pienso que solo podemos avanzar hipótesis. Solo una cosa es clara: el proletariado victorioso no puede forzar ningún cambio en ninguna nación extranjera, sin minar su propia victoria actuando de esta forma.[1]

Así Engels escribía a Kautsky en 1882. El no estaba pensando en Rusia. Los países mencionados en esta carta eran India, Argelia, Egipto y las “posesiones holandesas, portuguesas y españolas”. Pero, su abordaje general representaba el pensamiento de la futura Segunda Internacional (de 1889 en adelante). El curso del desarrollo político seguiría el curso del desarrollo económico. El movimiento socialista revolucionario, que destruiría al capitalismo y llevaría finalmente, a la disolución de la clase trabajadora y de todas las clases (después de un período de dominio de la clase trabajadora), se desarrollaría dentro del capitalismo, no bien su inseparable acompañante, la clase trabajadora, se desarrollase.

Los marxistas rusos, cuyo grupo pionero “La Emancipación del Trabajo” fue fundado un año después de la carta de Engels, tuvieron que ubicar a Rusia en este esquema histórico. Plejanov, el teórico principal del grupo, no tenía duda alguna. En los años 80s y 90s del siglo XIX, argumentaba que el Imperio ruso era básicamente una sociedad precapitalista y, por tanto, estaba destinada a pasar por el proceso de desarrollo capitalista antes de que la cuestión del socialismo pudiese estar planteada. Rechazó firmemente la idea que Marx había sostenido vagamente, de que Rusia, dependiendo de cual fuera el desarrollo de Europa, podía evitar la fase de desarrollo capitalista y conseguir una transición al socialismo basada en el derrocamiento de la autocracia por un movimiento campesino, si se preservaban los elementos de la tradicional propiedad comunal de la tierra (Mir) que todavía existían en los años 1880.

Las ideas de Plejanov, desarrolladas en polémicas contra el “camino campesino al socialismo” (los Narodniks), se volvieron el punto de partida para todo el marxismo ruso posterior. El capitalismo se estaba desarrollando de hecho en Rusia, el Mir estaba condenado, y un especial “camino ruso al socialismo” era una ilusión reaccionaria –estas ideas fueron básicas para la próxima generación de marxistas rusos, para Lenin y, algunos años después, para Trotsky y todos sus colegas. Gran parte de los primeros tres volúmenes de las Obras Completas de Lenin, contienen críticas a los Narodniks y demostraciones de la inevitabilidad –y el carácter progresivo– del capitalismo en Rusia. El grupo Iskra, fundado en 1900 con el fin de crear una organización nacional unificada a partir de los grupos y círculos socialdemócratas desperdigados por todo el país, se apoyaba firmemente en la visión de que la clase obrera industrial era la base para esta organización.

Surgieron tres preguntas: ¿cuál era la relación entre los papeles políticos de la clase trabajadora (en aquel momento una pequeña minoría), de la burguesía y del campesinado (la mayoría de la población)? De esto, ¿cuál era el carácter de clase de la próxima revolución en Rusia? Y finalmente, ¿cuál era la relación entre esta revolución y los movimientos obreros de los países avanzados?

Las diferentes respuestas dadas a estas preguntas, junto a las diferentes maneras de concebir la naturaleza del partido revolucionario, acabaron por definir tendencias fundamentalmente divergentes al interior de la socialdemocracia rusa. Para entender la teoría de la revolución permanente de Trotsky es necesario que volvamos nuestra mirada brevemente sobre esas respuestas, las cuales aparecerán en forma más desarrollada luego de la revolución de 1905.

El menchevismo

La visión menchevique puede ser resumida de este modo: el estado de desarrollo de las fuerzas productivas (esto es, el atraso general de Rusia combinado con una industria moderna pequeña, pero significativa y creciente) define qué es posible –una revolución burguesa, como la de 1789-1794 en Francia. Por lo tanto, la burguesía debe llegar al poder, establecer una república democrático-burguesa que barra los restos de las relaciones sociales precapitalistas y abrir el camino para un crecimiento rápido de las fuerzas productivas (y también de la clase trabajadora) sobre una base capitalista. Luego de esto, la lucha por la revolución socialista entraría, eventualmente, en la agenda.

El papel político de la clase trabajadora era, entre tanto, empujar a la burguesía a lanzarse contra el zarismo. Ella tenía que reservar su independencia política –lo que, centralmente, significaba que los socialdemócratas no podrían participar de un gobierno revolucionario al lado de fuerzas no obreras.

En cuanto al campesinado, este no podía desempeñar un papel político independiente. Podía desempeñar un papel revolucionario secundario en defensa de una revolución burguesa esencialmente urbana y, después de la revolución, sufriría una diferenciación económica más o menos rápida en un estrato de estancieros capitalistas (que será conservador), un estrato de pequeños propietarios y un estrato de trabajadores agrícolas sin propiedad.

Para los mencheviques no había ninguna conexión orgánica entre la revolución burguesa rusa y los movimientos obreros europeos, aunque admitían que la revolución rusa (en caso de ocurrir antes de la revolución socialista en Occidente) impulsaría al movimiento socialdemócrata en Europa.

En realidad, el menchevismo era una tendencia bastante matizada. Diferentes mencheviques ponían énfasis en diferentes partes del anterior esquema (el cual, tal como fue presentado, representa esencialmente la posición de Plejanov), pero todos aceptaban sus líneas generales. La revolución de 1905 mostró los errores fundamentales del esquema. La burguesía no cumpliría la parte que los mencheviques le asignaban. Es claro que Plejanov, un estudioso profundo de la Revolución francesa, nunca esperó que la burguesía rusa realizase una lucha implacable contra el zarismo sin una enorme presión venida desde abajo. De la misma manera que la dictadura jacobina de 1793-1794 –la culminación decisiva de la Revolución francesa– había llegado al poder bajo la presión de las masas pobres de Paris (los sans-culottes), así también en Rusia la clase trabajadora podría ser la fuerza motriz que obligara a los representantes políticos de la burguesía (o alguna sección de estos) a tomar el poder. Pero la revolución de 1905 y su resultado, demostraron la inexistencia de cualquier tendencia “robesperiana” en la burguesía rusa. Durante el levantamiento revolucionario la burguesía estuvo junto al Zar.

Ya en 1898 el Manifiesto esbozado para el abortado Primer Congreso de los Socialdemócratas de Rusia, declaraba:

Cuanto más se va hacia Oriente en Europa, más la burguesía se torna débil en el aspecto político, más cobarde y más mezquina, y mayores son las tareas culturales y políticas que recaen sobre la clase trabajadora.[2]

No era una cuestión de geografía, sino de historia. El desarrollo del capitalismo industrial y del proletariado moderno había transformado a la burguesía, en todos los lugares, incluso en los países en donde la industrialización era embrionaria, en una clase conservadora. De hecho, el fracaso de la revolución en Alemania en 1848-1849 había demostrado esto mucho antes.

El bolchevismo

La visión de los bolcheviques partía de iguales premisas que la de los mencheviques. La revolución venidera sería, y solo podía ser, una revolución burguesa en términos de su naturaleza de clase. Pero los bolcheviques rechazaban completamente cualquier expectativa en la burguesía, y proponían una alternativa.

La transformación de la situación económica y política en Rusia, en sentido democrático-burgués es inevitable e ineluctable –escribía Lenin en su famoso folleto Dos Tácticas de la Socialdemocracia en la Revolución Democrática (Julio de 1905).

No hay fuerza en el mundo capaz de impedir esta transformación, Pero de la acción combinada de las fuerzas existentes, pueden surgir dos resultados o dos formas de esta transformación. Esto es: 1) las cosas terminan con la victoria decisiva de la revolución sobre el zarismo, o 2) no habrá fuerzas suficientes para una victoria decisiva y las cosas terminan en un acuerdo entre el zarismo y los elementos más “inconsecuentes” y “calculadores” de la burguesía [...] Debemos conocer de manera exacta cuales fuerzas sociales reales se oponen al zarismo [...] y si ellas son capaces de una “victoria decisiva” sobre el mismo. Esta fuerza no puede ser la gran burguesía [...] Vemos que ellos ni si siquiera desean una victoria decisiva. Sabemos que debido a su posición de clase, son incapaces de una lucha decisiva contra el zarismo: para dar una lucha decisiva, la propiedad privada, el capital y la tierra son un lastre demasiado pesado. Tienen demasiada necesidad del zarismo, de sus fuerzas burocráticas, policiales y militares, para usarlas en contra de los trabajadores y los campesinos, como para desear la destrucción del zarismo [...] No, hay una sola fuerza capaz de obtener la “victoria decisiva sobre el zarismo” y esta es la gente, los trabajadores y los campesinos. La “victoria decisiva sobre el zarismo” significa el establecimiento de una dictadura democrática revolucionaria de los trabajadores y los campesinos [...]

Solo puede ser una dictadura porque la realización de las transformaciones inmediatas y absolutamente necesarias para los trabajadores y los campesinos provocarán una resistencia desesperada tanto por parte de los terratenientes como de la gran burguesía y el zarismo [...] Pero no será, naturalmente, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática [...] Podrá, en el mejor de los casos, efectuar una redistribución radical de la propiedad de la tierra en favor de los campesinos, implantar una democracia completa y consecuente, incluyendo la formación de una república, erradicará no solo en el campo sino también en las fábricas todos los restos de formas asiáticas, serviles, comenzando una mejora seria en la situación de los obreros, elevando su nivel de vida y, –finalmente, aunque no menos importante– llevará la conflagración revolucionaria a Europa. Semejante victoria no convertirá todavía, de forma alguna, a nuestra revolución burguesa en socialista [...].[3]

La línea menchevique no era simplemente un engaño. Según Lenin, era la expresión de la ausencia de voluntad de llevar a cabo la revolución. La determinación menchevique de acercarse a los burgueses liberales los conduciría a la parálisis. Por otro lado, el campesinado tenía un interés genuino en la destrucción del zarismo y de los restos del feudalismo en el campo. Por lo tanto, una “dictadura democrática” –un gobierno revolucionario provisional, con representantes del campesinado y la socialdemocracia– era un “régimen jacobino” apropiado para destruir a la reacción y establecer una “república democrática (con completa equivalencia y autodeterminación para todas las naciones), la confiscación de las propiedades feudales, y una jornada de trabajo de ocho horas diarias.[4]

La solución de Trotsky

Trotsky rechazaba la esperanza en una “burguesía revolucionaria” tan firmemente como Lenin. Ridiculizó el esquema menchevique como una:

categorización extrahistórica creada por analogía y deducción [...] como, en Francia, la Revolución fue llevada a cabo por revolucionarios democráticos –los jacobinos– la revolución rusa solo podía transferir el poder a las manos de una democracia burguesa revolucionaria. Habiendo erguido una inevitable fórmula algebraica de la revolución, los mencheviques intentaban insertar en ella valores aritméticos que de hecho no existían.[5]

En todos los demás aspectos de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, la cual tiene gran influencia del marxista ruso alemán Parvus, difería de la posición bolchevique. En primer lugar, difería en un punto crucial, al negar la posibilidad de que el campesinado pudiese desempeñar un papel político independiente:

El campesinado no puede cumplir un papel revolucionario principal. La historia no puede confiar al muzhik la tarea de liberar una nación burguesa de sus cadenas. A causa de su dispersión, atraso político, y especialmente de sus profundas contradicciones internas, que no pueden ser solucionadas dentro del marco del sistema capitalista, el campesinado solo puede jugar el papel de realizar algunos poderosos golpes en la retaguardia, a través de levantamientos espontáneos en las zonas rurales, por un lado, y creando descontento dentro del ejército, por otro.[6]

Esta perspectiva era idéntica a la línea menchevique y seguía las consideraciones hechas por Marx en relación al campesinado francés en cuanto clase.

Porque “la ciudad dirige la sociedad moderna”, solo una clase urbana puede cumplir un papel dirigente, y porque la burguesía no es revolucionaria (y la pequeña burguesía urbana es, en todo caso, incapaz de cumplir el papel de los sans-culottes),

la conclusión es que solo los trabajadores en su lucha de clase, con las masas campesinas bajo su dirección revolucionaria, pueden “llevar la revolución hasta el final.[7]

Esto debía conducir a un gobierno obrero. La “dictadura democrática” de Lenin era una simple ilusión:

La dominación política de la clase trabajadora es incompatible con su esclavitud económica. No importa bajo qué bandera política la clase trabajadora llegue al poder, está obligada a tomar el camino de la política socialista. Es la mayor de las utopías pensar que la clase trabajadora, habiendo alcanzado la dominación política por el mecanismo interno de una revolución burguesa pueda, incluso si lo quisiera, limitar su misión a la creación de condiciones republicano-democráticas para el dominio social de la burguesía.[8]

Pero esto conduce a una contradicción inmediata. El punto de partida común de todos los marxistas rusos era justamente que en Rusia faltaban tanto la base material como humana para el socialismo –una industria altamente desarrollada y un proletariado moderno que constituyera gran parte de la población, y que hubiese adquirido organización y conciencia en tanto clase “para sí”, como Marx había dicho. Lenin lo había denunciado fuertemente (en Dos Tácticas):

Es absurda y semianarquista la idea de efectivizar de inmediato el programa máximo y la conquista del poder por una revolución socialista. El gran desarrollo económico (una condición objetiva), y el desarrollo de la conciencia y la organización de clase de amplias masas del proletariado (una condición subjetiva inseparablemente ligada a la condición objetiva), vuelven la emancipación completa e inmediata de la clase trabajadora imposible. Solo las personas más ignorantes pueden cerrar sus ojos a la naturaleza burguesa de la revolución democrática que está en curso actualmente [1905].[9]

Desde un punto de vista marxista, el argumento de Lenin era incontestable, en cuanto se aplicase solamente a Rusia. Tal vez sea necesario, debido a desarrollos posteriores, remarcar este punto elemental. El socialismo, para Marx y para todos los que se consideraban sus seguidores en aquella época, significaba la autoemancipación de la clase obrera. Esto presuponía una amplia industria moderna y una clase trabajadora conciente, capaz de autoemanciparse.

Trotsky, por su parte, estaba convencido que solamente la clase trabajadora era capaz de desempeñar el papel dirigente en la revolución rusa y, si consiguiese cumplir ese papel, podría tomar el poder en sus propias manos. ¿Cómo cerraba esto?

Las autoridades revolucionarias estarían confrontadas con los problemas objetivos del socialismo, pero la solución de estos problemas sería, en un cierto estadio, impedida por el atraso económico del país. No hay salida de esta contradicción dentro del marco de una revolución nacional. El gobierno de los trabajadores, desde el comienzo, enfrentará la tarea de unir sus fuerzas con las del proletariado socialista de Europa occidental. Solo de este modo su hegemonía revolucionaria provisoria se volverá el prólogo de una dictadura socialista. De este modo, la revolución permanente se volverá para la clase trabajadora rusa, un asunto de autopreservación en cuanto clase.[10]

La hipótesis original de Engels está puesta cabeza abajo. El desarrollo desigual del capitalismo lleva a un desarrollo combinado en el cual la Rusia atrasada se vuelve, temporalmente, la vanguardia de la revolución socialista internacional.

La teoría de la revolución permanente siguió siendo un aspecto central del marxismo de Trotsky hasta el fin de su vida. Solo en un aspecto importante sus ideas posteriores a 1917 diferirán de las que acabamos de esbozar. La versión anterior a 1917 dependía fuertemente de la acción espontánea de la clase obrera. Como veremos, Trotsky, en ese período, se opuso de manera muy fuerte al “centralismo bolchevique” y rechazaba, en la práctica, la concepción del papel dirigente del partido. En 1917 cambió su posición en lo referente a este tema. Sus aplicaciones posteriores de la teoría de la revolución permanente fueron estructuradas en torno del papel del partido revolucionario.

El resultado

Toda teoría, al menos toda teoría que tenga alguna pretensión científica, tiene su última prueba en la práctica. Pero esta prueba práctica decisiva puede estar alejada un largo tiempo, incluso tan alejada que ocurra mucho tiempo después de la muerte del teórico, sus seguidores y sus oponentes. Al contrario de las ciencias físicas –en donde siempre es posible, en principio, realizar pruebas experimentales (aunque los medios técnicos para realizarlas puedan no estar disponibles inmediatamente)– el marxismo en cuanto ciencia del desarrollo de la sociedad (y, en realidad, sus competidores burgueses, como las pseudociencias económicas, sociológicas y demás) no puede ser evaluado de acuerdo a alguna escala arbitraria de tiempo, sino solo en el curso del desarrollo histórico e, incluso en este marco, solo provisoriamente.

La razón es bastante simple, aunque las consecuencias sean inmensamente complicadas. “Los hombres hacen su propia historia –dice Marx– pero no la hacen bajo condiciones escogidas por ellos”. Los actos “voluntarios” de millones y decenas de millones de personas que están ellas mismas condicionadas históricamente, luchando contra las limitaciones impuestas por todo el curso anterior del desarrollo histórico (el cual ellas, normalmente, ignoran), produce efectos más complejos de lo que el teórico más previsor puede anticipar. El grado en que on s’engage, et puis... on voit (avanzamos y después... vemos), que era la descripción aforística de Napoleón de su ciencia militar, siempre debe ser considerado por los revolucionarios ocupados en el intento conciente de modificar el curso de los eventos.

Los revolucionarios rusos de inicios del siglo XX fueron más afortunados que la mayoría. Para ellos la prueba decisiva llegó bastante deprisa. El año 1917 mostró a los mencheviques, opuestos en principio a participar en un gobierno no obrero, entrando en un gobierno formado por enemigos del socialismo, que continuó la guerra imperialista y trató de contener la marea revolucionaria. Se verificó en la práctica la previsión de Lenin hecha en 1905, de que ellos eran la “gironda” de la revolución rusa.

Mostró a los bolcheviques –defensores de una dictadura democrática y un gobierno revolucionario provisional de coalición– después de un período inicial de “apoyo crítico” a lo que Lenin en su retorno a Rusia llamó un “gobierno de capitalistas”, virar decisivamente hacia la toma del poder por parte de la clase trabajadora, bajo el impacto de las Tesis de Abril de Lenin, y la presión de los obreros revolucionarios que integraban sus filas.

Mostró a Trotsky brillantemente reivindicado cuando Lenin, en hechos, aunque no en palabras, adoptó la perspectiva de la revolución permanente y abandonó, sin ceremonia, la dictadura democrática.

Y también mostró a Trotsky, quien en la práctica se hallaba aislado e impotente para influir en el curso de los acontecimientos de la gran crisis revolucionaria de 1917, conduciendo en el mes de julio a su pequeño grupo de seguidores, hacia el partido de masas de los bolcheviques. Fue también el brillante reconocimiento de la larga y dura lucha de Lenin (que Trotsky había denunciado por más de una década como “sectario”) en favor de un partido obrero, libre de la influencia ideológica de “marxistas” pequeño-burgueses (en tanto tal independencia fue alcanzada con medidas organizativas).[11]

Trotsky probó estar en lo correcto en la cuestión estratégica central de la Revolución rusa. Pero como Tony Cliff afirma, con razón, era un “general brillante sin ejército”.[12] Trotsky nunca más olvidó este hecho. Más tarde llegó a afirmar que su ruptura con Lenin durante el período 1903-1904, sobre la cuestión de la necesidad de un partido obrero disciplinado, había sido “el mayor error de mi vida”.

La Revolución de Octubre llevó a la clase trabajadora rusa al poder. Lo hizo en el contexto de la marea ascendente de revueltas revolucionarias contra los antiguos regímenes de Europa central y, en menor grado, occidental.

La perspectiva de Trotsky, y la de Lenin luego de Abril de 1917, dependía crucialmente del éxito de la revolución proletaria en por lo menos “uno o dos” países avanzados (como Lenin, siempre cauteloso, decía).

En los hechos, el poder de los partidos socialdemócratas establecidos (los cuales mostraron, en la práctica, haberse vuelto sumamente conservadores y nacionalistas a partir de Agosto de 1914) y las vacilaciones y evasivas de los líderes de los grupos “centristas” entre las masas, provenientes de “rupturas” de la socialdemocracia ocurridas entre 1916 y 1921, contribuyeron a abortar los movimientos revolucionarios en Alemania, Austria, Hungría, Italia y en otros países antes de que los trabajadores pudiesen conquistar el poder, o donde este fue conquistado temporalmente, antes de que pudiera ser consolidado. El análisis de Trotsky de las consecuencias de estos hechos será examinado más adelante. Pero, antes, es de utilidad considerar la segunda Revolución china de 1925-1927, y sus resultados en los términos de la teoría de Trotsky.

La Revolución china de 1925-1927

El Partido Comunista Chino (PCCh) fue fundado en Julio de 1921 en un cuadro marcado por crecientes sentimientos antiimperialistas y una elevada combatividad obrera en las ciudades costeras, en donde una recién creada pero numerosa clase trabajadora, estaba luchando para organizarse.

Minúsculo, e inicialmente compuesto totalmente por intelectuales, el Partido Comunista Chino fue capaz de volverse, en algunos años, la dirección efectiva del recien nacido movimiento obrero.

China era una semicolonia, dividida informalmente entre los imperialismos británico, francés, americano y japonés. Los imperialismos alemán y ruso habían sido eliminados por la guerra y por la revolución antes de 1919.

Cada poder imperialista mantenía su propia “esfera de influencia” y apoyaba a su “propio” noble local, señor de la guerra, o “gobierno nacional”. De esta forma, el imperio británico, que era el poder imperialista dominante, proveyó armas, dinero y “asesores” a Wu P’ei-fu, el señor de la guerra que dominaba China central y controlaba los distritos a lo largo del Río Yangtse. Los japoneses prestaban los mismos servicios a Chang Tso-lin, en Manchuria. Parecidos a gangsters militares, todos ellos se vinculaban con unas u otras potencias imperialistas, y controlaban gran parte del país.

Una excepción, muy parcial, era la ciudad Cantón y su región aledaña. Allí Sun Yat-sen, el padre del nacionalismo chino, había establecido una cierta base con un programa de independencia nacional, modernización y reformas sociales, con un vago tono de “izquierda”. El partido de Sun, el Kuomintang (KMT), bastante disforme e ineficaz antes de 1922, dependía de la tolerancia de los señores “progresistas” de la región.

Por esto, después de los movimientos preliminares posteriores a 1922, los líderes del Kuomintang hicieron un acuerdo con el gobierno de la URSS, el cual envió en 1924, asesores políticos y militares a Cantón y comenzó a proveerle armas. El Kuomintang se volvió un partido centralizado con un ejército relativamente eficiente. Además de esto, a partir del final de 1922 los miembros del Partido Comunista Chino fueron enviados a integrarse al Kuomintang en forma “individual”. Tres de ellos llegaron incluso a participar como miembros del Comité Ejecutivo del Kuomintang. Esta política, que encontró alguna resistencia en el Partido Comunista Chino, fue impuesta por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. El Partido Comunista Chino estaba efectivamente atado al Kuomintang.

A inicios del verano boreal de 1925 un movimiento de huelgas de masas –que en su origen eran parcialmente económicas, pero rápidamente adquirieron un carácter político después del intento de represión por las tropas extranjeras y la policía– explotó en Shangai y se expandió por las principales ciudades del centro y del sur de China, inclusive a Cantón y Hong Kong. Con muchos altos y bajos, hubieron enormes revueltas en las ciudades hasta inicios de 1927. En varios momentos existió una situación de doble poder, con comités de huelga dirigidos por el Partido Comunista Chino, constituyendo un “Gobierno Número Dos”. En esos mismos años ocurrieron revueltas campesinas en varias provincias importantes. El régimen de los señores de la guerra fue sacudido hasta sus cimientos. El Kuomintang procuró cabalgar en la tempestad con ayuda del Partido Comunista Chino, para utilizar el movimiento con el fin de conquistar el poder nacional sin cambios sociales. A inicios de 1926 ¡el Kuomintang fue admitido en la Internacional Comunista en condición de partido simpatizante!

Trotsky, aunque era miembro del buró político del partido ruso, estaba en la práctica excluido de cualquier influencia política directa para 1925. Según Deutscher,[13] exigió la salida del Partido Comunista Chino del Kuomintang en Abril de 1926. Sus primeras críticas significativas fueron escritas en Septiembre:

La lucha revolucionaria en China entró en una nueva fase a partir de 1925, una fase que es caracterizada sobre todo por la intervención activa de amplios sectores de la clase trabajadora. Al mismo tiempo, la burguesía comercial y los elementos de la intelectualidad ligados a ella, están yendo hacia la derecha, asumiendo una actitud hostil en relación con las huelgas, los comunistas y la URSS. Queda bastante claro, a la luz de estos hechos fundamentales, que la cuestión de la revisión de las relaciones entre el Partido Comunista y el Kuomintang debe ser necesariamente considerado [...]

El movimiento hacia la izquierda de las masas obreras chinas es un hecho tan cierto como el movimiento hacia la derecha de la burguesía china. En la medida en que el Kuomintang está basado en la unidad política y organizativa entre los trabajadores y la burguesía, este será destrozado por las tendencias centrífugas de la lucha de clases.

La participación del Partido Comunista Chino en el Kuomintang era perfectamente correcta en el período en que el PCCh era una organización de propaganda que estaba apenas preparándose para una futura actividad política independiente, pero que al mismo tiempo procuraba tomar parte en la lucha por la liberación nacional en curso [...] Pero el despertar del poderoso proletariado chino, su espíritu combativo y de organización independiente de clase, es absolutamente innegable. Su tarea política inmediata [en referencia al PCCh] debe ser ahora luchar por la dirección directa e independiente de la clase trabajadora que se levanta –no para cambiar el curso de la clase obrera en la lucha nacional-revolucionaria, sino para asegurarle el papel no solo de combatiente más resuelto, sino también de dirigente político con hegemonía en la lucha de las masas chinas [...]

Pensar que la pequeña burguesía puede ser ganada a través de maniobras inteligentes o buenos consejos dentro del Kuomintang es simple utopía. El Partido Comunista será tanto más capaz de ejercer influencia directa e indirecta sobre la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, cuanto más fuerte sea el partido, esto es, cuanto más haya ganado a la clase obrera china. Pero eso solo es posible sobre la base de un partido de clase y una política de clase independientes.[14]

Esto era totalmente inaceptable para Stalin y sus socios. Su política era aferrarse al Kuomintang y forzar al Partido Comunista Chino a subordinarse, no importa a qué. De este modo ellos esperaban mantener un aliado cercano de la URSS en el sur de China, el cual podría, posteriormente, hasta incluso tomar el poder a nivel nacional.

Esta política era justificada teóricamente con la resurrección de la tesis de la “dictadura democrática”. La Revolución china sería una revolución burguesa, y por tanto, según el argumento, la meta a conquistar debería ser una dictadura democrática de los trabajadores y los campesinos. Para preservar el bloque proletario-campesino, el movimiento tendría que limitarse a “reivindicaciones democráticas”. La revolución socialista no estaba en el orden del día. La dificultad que significaba el hecho de que el Kuomintang no era un partido campesino fue respondida con el argumento de que, en verdad, se trataba de un partido pluriclasista, un “bloque de cuatro clases” (burguesía, pequeña burguesía urbana, trabajadores y campesinos).

¿Qué significa esto del bloque de cuatro clases? ¿Alguna vez apareció esta expresión en la literatura marxista? Si la burguesía conduce a las masas oprimidas del pueblo bajo la bandera burguesa y se toma el poder bajo su dirección, entonces esto no es ningún bloque, sino la explotación política de las masas oprimidas por la burguesía.[15]

El punto central era que la burguesía capitularía frente al imperialismo. Por tanto, el Kuomintang inevitablemente representaría un papel contrarrevolucionario.

La burguesía china es suficientemente realista y está bastante familiarizada con la naturaleza del imperialismo mundial, para entender que una lucha realmente seria contra este último requiere una revuelta tal de las masas que al mismo tiempo se volvería una amenaza, principalmente, para la propia burguesía [...] Y si le enseñamos a los trabajadores de Rusia, desde el comienzo, a no creer en la buena voluntad del liberalismo ni en la capacidad de la democracia pequeño-burguesa para eliminar al zarismo y destruir el feudalismo, de manera no menos enérgica debemos imbuir en los trabajadores chinos, desde el inicio, el mismo espíritu de desconfianza. La nueva y absolutamente falsa teoría promulgada por Stalin y Bujarin acerca del espíritu revolucionario “inmanente” de la burguesía colonial es, en su sustancia, una traducción del menchevismo en el lenguaje de la política china.[16]

El resultado es bien conocido. Chiang Kai-Shek, jefe militar del Kuomintang, lanzó el primer golpe contra la izquierda en Cantón en Marzo de 1926. El Partido Comunista Chino, bajo presión rusa, se sometió. Cuando el ejército de Chiang lanzó la “Expedición al norte” una oleada de revueltas de trabajadores y campesinos destruyeron las fuerzas señoriales, pero el Partido Comunista Chino, fiel al “bloque”, hizo todo lo posible para impedir los “excesos”. Antes que Chiang entrase en Shangai en Marzo de 1927, las fuerzas de los señores de la guerra habían sido derrotadas por dos huelgas generales y una insurrección conducida por el Partido Comunista Chino. Chiang ordenó que los trabajadores fuesen desarmados. El Partido Comunista Chino no se resistió. En Abril, ellos fueron masacrados y el movimiento obrero fue decapitado. Luego siguió la división del Kuomintang. Los líderes civiles, temiendo (correctamente) que Chiang se volvería un dictador militar, establecieron su gobierno en Wuhan (Hankow).

Ahora la Internacional Comunista exigía del Partido Comunista Chino el apoyo al régimen de “izquierda” del Kuomintang, y que proveyera sus ministros de trabajo y de agricultura. Su líder, Wang Ching-Wei, los usó en cuanto le servían y entonces, luego de algunos meses, realizó su propio golpe. Posteriormente, llegó incluso a encabezar el gobierno fantoche de China bajo ocupación japonesa. El Partido Comunista Chino fue llevado a la clandestinidad, y rápidamente perdió su base de masas en las ciudades. Ante cada confrontación crucial el partido usaría su influencia, conquistada a duras penas, para persuadir a los trabajadores de que no resistieran al Kuomintang.

Entre tanto, debido a la fase crítica a que había llegado la lucha interna en el partido ruso, el grupo dominante de Stalin y Bujarin en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) dio un giro de 180 grados. Luego de las consecutivas capitulaciones frente al Kuomintang, el Partido Comunista Chino fue forzado a realizar un golpe. Stalin y Bujarin precisaban de una victoria en China para acallar las críticas de la oposición (a la cual ya planeaban expulsar) en el XV Congreso del partido de Diciembre de 1927. El nuevo emisario de la Internacional Comunista, Heinz Neumann, fue enviado a Cantón donde intentó organizar el Golpe de Estado a inicios de diciembre. El Partido Comunista Chino todavía poseía alguna fuerza seria en la ciudad. Cinco mil comunistas, en su mayor parte trabajadores locales, tomaron parte en el levantamiento. Pero no había tenido ninguna preparación política, ninguna agitación previa, ningún involucramiento masivo de la clase trabajadora. Los comunistas estaban aislados. La “Comuna de Cantón” fue barrida en aproximadamente el mismo tiempo que fue necesario para barrer la insurrección de Blanqui en Paris en 1839 –dos días– y por las mismas razones. Fue un golpe llevado adelante sin tomar en cuenta el nivel de la lucha de clases y la conciencia de la clase obrera. El resultado fue una masacre mayor todavía que la de Shangai. El Partido Comunista Chino dejó de existir en Cantón.

La teoría de la revolución permanente había sido nuevamente confirmada –en sentido negativo. La dominación imperialista de China consiguió un tiempo de vida extra. Supongamos que el Partido Comunista Chino hubiese seguido el mismo curso que los bolcheviques habían seguido luego de Abril de 1917. ¿El poder de los trabajadores hubiera sido posible en un país tan atrasado como la China de los años 20s?

La cuestión del “camino no capitalista” del desarrollo de China fue planteado de manera condicional por Lenin, para quien, así como para nosotros, era y es el ABC que la Revolución china, dejada a sus propias fuerzas, esto es, sin el apoyo directo de la clase obrera victoriosa de la URSS y de la clase obrera de todos los países, solo podía terminar en mayores posibilidades para un desarrollo capitalista del país, en condiciones más favorables para el movimiento obrero [...] Pero, en primer lugar, la inevitabilidad del camino capitalista no estaba, de ningún modo, demostrado, y segundo, –el argumento es incomparablemente más oportuno para nosotros– las tareas burguesas pueden ser resueltas de varias maneras.[17]

Será necesario retomar este último punto. En la segunda mitad del siglo XX tuvieron lugar una serie de revoluciones, de Cuba a Angola, de Vietnam a Zanzibar, las cuales no fueron ciertamente revoluciones obreras, ni tampoco fueron revoluciones burguesas en el sentido clásico. Trotsky no previó tal desarrollo, ni ninguna otra persona de su tiempo. La teoría de la revolución permanente, confirmada decisivamente en la primer mitad del siglo XX, debe ser reconsiderada obviamente a la luz de los últimos desarrollos históricos. La cuestión será retomada más adelante, en el último capítulo.