Duncan Hallas

Leon Trotsky: socialista revolucionario

 

 

III
Estrategia y táctica

 

El ideal de un movimiento obrero internacional es tan o más antiguo que el Manifiesto Comunista y su consigna “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”. En 1864 (Primera Internacional) y nuevamente en 1889 (Segunda Internacional) se realizaron intentos para brindar una expresión orgánica a este ideal. La Segunda Internacional colapsó en 1914 cuando sus grandes partidos rompieron con el internacionalismo y respaldaron a “sus” respectivos gobiernos burgueses, de los Kaisers en Alemania y en Austria, del Rey en Inglaterra y de la Tercera República en Francia, con motivo de la Primera Guerra Mundial.

No es que ellos hayan sido tomados por sorpresa. Antes de la guerra los Congresos ya habían puesto su atención repetidas veces en la amenaza que significaba el imperialismo y el militarismo, en la amenaza creciente de una guerra, y en la necesidad de que los partidos obreros se posicionaran firmemente contra sus propios gobiernos, con el fin de “utilizar la crisis generada debido al estallido de la guerra, para acelerar la caída del dominio de la clase capitalista”, según como el Congreso de Stuttgart de la Internacional había dicho en 1907.

Las subsiguientes capitulaciones de 1914 fueron una derrota terrible para el movimiento socialista, y llevaron a Lenin a declarar: “La Segunda Internacional está muerta [...] Viva la Tercera Internacional”. Cinco años después, en 1919, fue fundada la Tercera Internacional. Trotsky cumplió un papel central en la misma durante los primeros años.

Más tarde, con el ascenso del estalinismo en la URSS, la Internacional fue prostituida al servicio del Estado estalinista ruso. Trotsky luchó más que nadie en contra de esta degradación. Muchos de sus escritos más valiosos sobre estrategia y táctica de los partidos revolucionarios fueron escritos para la Tercera Internacional, el Comintern, en ambos períodos, el de ascenso y el de decadencia.

¿Dejando de lado el fracaso, las mentiras y la corrupción de los partidos socialistas oficiales sobrevivientes, nosotros los comunistas, unidos en la Tercera Internacional, consideramos ser los continuadores directos de los esfuerzos heroicos hasta el martirio de una larga línea de generaciones revolucionarias, desde Babeuf a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.

¿Si la Primera Internacional presagió el curso futuro del desarrollo e indicó los caminos; si la Segunda Internacional congregó y organizó a millones de trabajadores; la Tercera Internacional es la Internacional de la acción abierta de masas, la Internacional de la realización revolucionaria, la Internacional de los hechos.[1]

Trotsky tenía cuarenta años de edad y estaba en la plenitud de sus fuerzas cuando escribió el Manifiesto de la Internacional Comunista, del cual provienen las líneas recién citadas. Como Comisario del Pueblo para la Guerra de la República soviética, solo estaba luego de Lenin como portavoz reconocido del comunismo internacional.

Sus puntos de vista no eran, en aquel tiempo, particularmente individuales. Eran los puntos de vista de toda la dirección bolchevique; una perspectiva que no excluía agudas diferencias de opinión en unos u otros asuntos, pero que era esencialmente homogénea. Pero Trotsky se volvería al pasar el tiempo, uno de los defensores más notables de las ideas del período heroico de la Internacional Comunista. Eventos no previstos por ningún integrante del liderazgo revolucionario de 1919 –ni tampoco por sus oponentes– redujeron luego a un pequeño número los activistas que serían portadores de esta auténtica tradición comunista. Trotsky sobresalió entre ellos como un gigante entre bajitos.

En varias ocasiones Trotsky se refería en sus escritos de finales de los años 1920s y de los años 1930s, a las decisiones de los primeros cuatro congresos del Comintern, como un modelo de política revolucionaria. ¿Cuáles fueron estas decisiones y en qué contexto fueron adoptadas?

Era el 4 de Marzo de 1919. Treinta y cinco delegados reunidos en el Kremlin votaron, con una abstención, por la constitución de la Tercera Internacional. No era una reunión muy representativa. Solamente los cinco delegados del Partido Comunista Ruso (Bujarin, Chicherin, Lenin, Zinoviev y Trotsky) representaban un partido que era una organización de masas y genuinamente revolucionaria. Stange, del Partido Laborista Noruego (NAP), venía de otro partido de masas, pero como los hechos terminarían demostrando, el NAP estaba lejos de ser un partido revolucionario. Eberlein, del recién formado Partido Comunista Alemán (KPD), representaba una verdadera organización revolucionaria, pero solo contaba con unos pocos miles de miembros. Los demás delegados representaban muy poco.

La mayoría era de la opinión de que una “Internacional” que careciera de un efectivo apoyo de masas en varios países era algo sin sentido. Zinoviev, por los rusos, argumentó que ese apoyo de masas en realidad existía. La debilidad de muchas de las delegaciones era circunstancial. “Nosotros tenemos una revolución obrera victoriosa en un gran país... En Alemania ustedes tienen un partido que marcha hacia el poder y en algunos meses establecerá un gobierno proletario. Entonces ¿qué tenemos que esperar? Nadie entendería esto”.[2]

Ninguno de los delegados dudaba que la revolución socialista era una perspectiva inmediata en Europa central, sobre todo en Alemania. En palabras de Eberlein: “A menos que todas las señales fueran engañosas, los obreros alemanes están enfrentando una lucha decisiva. Por más difícil que pueda ser, las perspectivas para el comunismo son favorables”.[3]

Lenin, el más templado y calculador de los revolucionarios, había dicho en su discurso de apertura que: “no sólo en Rusia, sino en la mayoría de los países capitalistas avanzados de Europa, en Alemania por ejemplo, la guerra civil es un hecho [...] la revolución mundial está comenzando y está creciendo en intensidad en todos los sitios”.[4]

Eso no era ninguna fantasía. Para Noviembre de 1918 el Imperio alemán, hasta ese tiempo el Estado más poderoso de Europa, estaba desmoronándose. Seis comisarios del pueblo, tres socialdemócratas y tres socialdemócratas independientes, sustituían el gobierno del Kaiser. Los consejos de trabajadores y soldados estaban surgiendo en todo el país y ejercían el poder en forma efectiva. También es verdad que los líderes socialdemócratas, que detentaban el gobierno hacían todos los esfuerzos por reconstruir el viejo poder estatal capitalista, esta vez bajo un disfraz “republicano”. Esta era una razón más crear una internacional revolucionaria con un liderazgo fuerte y centralizado que guiara y apoyara la lucha por una Alemania soviética. Y la lucha por ella estaba aparentemente avanzando, a pesar de la sangrienta represión del levantamiento espartaquista de Enero de 1919. “De Enero a Mayo de 1919, una sangrienta guerra civil comenzó en Alemania”.[5] Un mes después de la reunión de Moscú fue proclamada la República Soviética de Babaria.

La otra gran potencia de Europa central, el Imperio Austro-Húngaro, había dejado de existir. Los Estados sucesores vivían distintos grados de agitación revolucionaria. En la Austria de lengua alemana, la única fuerza armada efectiva era la Volkswehr (Ejército del Pueblo). La República Soviética de Hungría fue proclamada el 21 de Marzo de 1919. Todos los Estados, los nuevos y los reconstruidos –Checoslovaquia, Yugoslavia, e incluso Polonia– vivían una situación altamente inestable.

El papel de las direcciones socialistas era crucial. La mayoría apoyó las contrarrevoluciones, ahora en nombre de la “democracia”. La mayoría de ellas se reivindicaba y en realidad habían sido antes, marxistas e internacionalistas. En 1914 capitularon en favor de “sus” respectivas clases dominantes. Se convirtieron, en aquellos momentos críticos, en el soporte principal del capitalismo, usando frases socialistas y el prestigio conquistado durante años de oposición a los antiguos regímenes en el período anterior a 1914, para impedir el establecimiento del poder de los trabajadores. Su intento de reconstruir la Segunda Internacional en una reunión realizada en Berna (Suiza) fue vista como una razón adicional y urgente para proclamar la Tercera Internacional. Ya en 1914 Lenin había escrito: “La Segunda Internacional está muerta, sometida al oportunismo [...] Viva la Tercera Internacional”.[6] Dieciocho meses después de la Revolución de Octubre, ella se volvería realidad. ¿Cuáles eran sus bases políticas? Se apoyaba en dos plataformas fundamentales: el internacionalismo revolucionario y el sistema de soviets como medio usado por los trabajadores para gobernar la sociedad. La resolución principal del Congreso de 1919 declaraba:

¿La democracia asumió formas diferentes y fue aplicada en diferentes grados en las antiguas repúblicas griegas, las ciudades medievales y en los países capitalistas avanzados. Carecería de sentido pensar que la más profunda revolución de la historia –en la cual por primera vez en el mundo el poder es transferido de la minoría explotadora a la mayoría explotada– podría realizarse dentro de los moldes desgastados de la democracia burguesa parlamentaria, sin cambios drásticos, sin la creación de formas nuevas de democracia, de nuevas instituciones que encarnan las nuevas condiciones de aplicación de la democracia”.[7]

¿Soviets o parlamento? Después de la Revolución de Octubre el Partido Comunista Ruso disolvió en favor de los soviets la Asamblea Constituyente recién elegida, en la cual el partido campesino (socialrevolucionario) había conquistado la mayoría. Después de la Revolución de Noviembre de 1918, el Partido Socialdemócrata Alemán había disuelto los consejos de trabajadores y de soldados, en los cuales tenía mayoría, en favor de una Asamblea Nacional en la cual tenía minoría.

En ambos casos la cuestión de las formas constitucionales era, en realidad, una cuestión de poder de unas u otras clases. El efecto de la acción del Partido Comunista Ruso fue la creación de un Estado obrero. El resultado de la acción del Partido Socialdemócrata Alemán fue la creación de un Estado burgués –la Republica de Weimar.

Marx, luego de la Comuna de París, escribió que en la transición del capitalismo al socialismo, la forma del Estado solo “puede ser la dictadura revolucionaria del proletariado”.

Los socialdemócratas rechazaban, en la práctica, la esencia de la teoría marxista del Estado, según la cual todos los Estados son Estados de unas u otras clases, y ningún Estado es “neutro”. Ellos rechazaban su propia posición anterior, sobre la inevitabilidad de la revolución, en favor de vías parlamentarias “pacíficas” hacia el socialismo. Entretanto, la República de Weimar fue, al igual que la República soviética rusa, un producto de la subversión violenta del Estado anterior. Soldados amotinados y trabajadores armados, y no electores, derribaron al Imperio alemán. Y lo mismo era verdad para los Estados que sucedieron al Imperio Austro-Húngaro. Pero según ellos, la transformación más importante, la destrucción del capitalismo, sería alcanzada utilizando los mecanismos ordinarios de la democracia burguesa. En realidad esto significaba el abandono del socialismo en cuanto objetivo.

La Tercera Internacional, en su “plataforma” de 1919, reafirmó su posición marxista: “La victoria de la clase obrera radica en la destrucción de la organización del poder enemigo y en la organización del poder de los trabajadores. Consiste en la destrucción del aparato estatal burgués y la construcción de un aparato estatal obrero”.[8] Conquistar el socialismo a través del parlamento era una estrategia impensable. Lenin, en 1917, citaba en señal de aprobación, la afirmación de Engels de que el sufragio universal era “un indicador de la maduración de la clase trabajadora. No puede y nunca será más que eso en un Estado moderno”.[9] “Ninguna república burguesa, por más democrática que sea –escribía Lenin luego de la Conferencia de Moscú– jamás fue o podría ser algo más que un aparato para la represión de los trabajadores por el capital, un instrumento de la dictadura de la burguesía, de la dominación política del capital”.[10]

Una república de los trabajadores, basada en consejos obreros, sería verdaderamente democrática.

¿La esencia del poder soviético reside en el control permanente y exclusivo de todo el poder estatal, de todo el aparato estatal. Está en la organización de las masas de esas mismas clases que eran oprimidas por los capitalistas, esto es, los trabajadores y semitrabajadores (campesinos que no explotan trabajo).[11]

Esto era una idealización, incluso para Rusia de 1919, pero las “desviaciones” existentes eran explicadas fruto del atraso del país, la guerra civil y la intervención extranjera.

Trotsky, en la época, y hasta sus últimos días, apoyaba todas estas ideas sin ninguna reserva. Coincidía con Lenin en las cuestiones relacionadas a la democracia burguesa y al reformismo en 1919, y nunca cambió de opinión al respecto.

La reunión de los delegados en Moscú fundaría una nueva Internacional sobre la base de un internacionalismo incondicional, una ruptura clara y final con los traidores de 1914, la defensa del poder obrero, los consejos de trabajadores, la República soviética y la perspectiva de revolución para un futuro próximo en Europa central y occidental. El problema ahora era crear partidos de masas que pudiesen transformar todo esto en realidad.

Centrismo y ultraizquierdismo

¿Partidos y grupos que hasta hace poco estaban afiliados a la Segunda Internacional están, con cada vez más frecuencia, solicitando su participación en la Tercera Internacional, aunque en realidad todavía no se han vuelto comunistas [...] La Internacional Comunista está, de cierta forma, volviéndose de moda [...] En ciertas circunstancias, la Internacional Comunista incluso puede correr el riesgo de disolverse debido a la afluencia de grupos vacilantes e indecisos que todavía no rompen con la ideología de la Segunda Internacional.[12]

Esto lo escribía Lenin en Julio de 1920. La suposición del Congreso de 1919 del Comintern, de que un verdadero movimiento revolucionario de masas existía en Europa, probó estar en lo correcto al siguiente año.

En Septiembre de 1919 el Congreso de Bolognia del Partido Socialista Italiano votó, por abrumadora mayoría y bajo recomendación de su ejecutivo, por la afiliación a la Tercera Internacional. El Partido Laborista Noruego (NAP) confirmó su afiliación y los partidos búlgaro, yugoslavo (ex serbio) y rumano también se afiliaron. Los primeros tres eran organizaciones importantes. El NAP, que al igual que el Partido Laborista Británico, tenía su base en los sindicatos, dominaba completamente la izquierda noruega, y el Partido Comunista Búlgaro tenías desde el principio el apoyo de prácticamente toda la clase trabajadora de Bulgaria. El Partido Comunista Yugoslavo consiguió 54 diputados en la primera (y única) elección libre realizada en el nuevo Estado.

En Francia, el Partido Socialista (SFIO), que había doblado su número de miembros –de 90.000 a 200.000 entre 1918 y 1920– había realizado un viraje a la izquierda y estaba efectuando coqueteos con Moscú. Lo mismo ocurría con los dirigentes del Partido Socialdemócrata Independiente Alemán (USPD), una organización que estaba ganando terreno rápidamente a expensas del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Los socialdemócratas de izquierda de Suecia, la izquierda checa y partidos menores en otros países (incluyendo al británico Partido Laborista Independiente) tenían esencialmente la misma línea. La presión venía de sus bases, forzándolos a aceptar de palabra la defensa de la Revolución de Octubre y negociar su admisión en la Tercera Internacional.

¿El deseo de ciertos grupos de “centro” de adherirse a la Tercera Internacional –escribía Lenin– brinda una confirmación indirecta de que esta conquista la simpatía de gran parte de los trabajadores concientes de todo el mundo, y se está volviendo cada día una fuerza más poderosa.[13]

Pero esos partidos no eran organizaciones comunistas revolucionarias. Sus tradiciones eran las socialdemócratas de antes de la guerra –revolucionarios de palabra y pasivos en la práctica. Eran conducidos por hombres que intentarían cualquier maniobra para mantener el control, e impedir la adopción de una estrategia y tácticas genuinamente revolucionarias.

Sin el grueso de la militancia de estos partidos, la nueva Internacional no podría lograr ejercer una influencia decisiva en Europa a corto plazo. Sin una ruptura con las direcciones centristas no podría lograr ejercer una influencia revolucionaria. La situación no era muy diferente con los partidos de masas que estaban dentro de la Internacional. El Partido Socialista Italiano, por ejemplo, tenía centristas y algunos reformistas declarados en su dirección.

La lucha contra el centrismo era complicada por otro factor. Existían fuertes tendencias ultraizquierdistas en muchas de las organizaciones comunistas. Y fuera de ellas existían además algunas organizaciones sindicales importantes que se habían aproximado a la Tercera Internacional, pero todavía rechazaban la necesidad de un partido comunista. Ganar e integrar estas grandes fuerzas era una operación dificultosa y compleja. Exigía una lucha en varios frentes diferentes.

Las decisiones del Segundo Congreso de la Tercera Internacional fueron de importancia fundamental. En cierto sentido, este fue el verdadero congreso fundacional. Ocurrió durante el auge de la guerra con Polonia, cuando el Ejército Rojo se acercaba a Varsovia. En Alemania un intento para instalar una dictadura militar, el Golpe de Kapp, había sido hacía poco derrotada por la acción de la clase trabajadora. En Italia las ocupaciones de fábricas estaban a punto de comenzar. El clima de optimismo revolucionario nunca había sido tan grande. Zinoviev, Presidente de la Internacional, declaraba: “Estoy profundamente convencido que el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista será el precursor de otro congreso mundial, el Congreso Mundial de la Repúblicas Soviéticas”.[14] Todo lo que se necesitaba eran verdaderos partidos comunistas de masas para dirigir el movimiento hacia la victoria. Una de las principales intervenciones de Trotsky en el congreso, se centró en la naturaleza de tales partidos.

La raíz del problema para Trotsky era que los sindicalistas revolucionarios americanos, franceses y españoles, si bien rechazaban la idea del partido, estaban más cerca de construir un partido comunista que los centristas, quienes si bien aceptaban la idea del partido obrero, era con el fin de ponerlo al servicio de la burguesía.[15] No obstante, la posición de los sindicalistas revolucionarios era incompleta –era necesario agregarle algo: “una memoria [...] que concentre toda la experiencia acumulada por la clase trabajadora. Es así como nosotros concebimos a nuestro partido. Es así como concebimos a nuestra internacional”.[16]

Pero no podía ser una organización meramente propagandística. Hablando en el Ejecutivo del Comintern contra el ultraizquierdista holandés Gorter, que había acusado al Comintern de “correr detrás de la masas”, Trotsky declaraba:

¿¿Qué propone el camarada Gorter? ¿Qué quiere? ¡Propaganda! Esta es la esencia de todo su método. La revolución, según el camarada Gorter, no depende ni de las privaciones ni de las condiciones económicas, sino de la conciencia de las masas. Una conciencia de masas, que al mismo tiempo, es moldeada por la propaganda. La propaganda es tomada aquí de una manera puramente idealista, muy semejante al concepto de la escuela iluminista y racionalista del siglo XVIII [...] Lo que usted quiere hacer es, esencialmente, sustituir el desarrollo dinámico de la Internacional por métodos de reclutamiento individual de trabajadores a través de la propaganda. Usted quiere una especie de Internacional “pura” de los electos y selectos [...].[17]

El ultraizquierdismo pasivo, de tipo propagandístico, no era la única variedad presente en los primeros años del Comintern. En 1921 una tendencia golpista se desarrolló en la dirección del partido alemán. En Marzo de ese año, en ausencia de una situación revolucionaria de escala nacional (en algunos lugares de Alemania central había algo próximo a una situación revolucionaria), la dirección del partido intentó forzar el paso, buscando usar a los militantes del partido como sustitutos de un auténtico movimiento de masas. El resultado de lo que fue conocida como la “Acción de Marzo”, fue una terrible derrota –el número de miembros del partido descendió de aproximadamente 350.000 a cerca de 150.000. Una “teoría de la ofensiva” surgió para justificar las tácticas del KPD.

¿¿Cuál es la esencia de esta teoría? Según ella hemos entrado en la época de la descomposición de la sociedad capitalista, o en otras palabras, la época en que la burguesía debe ser derribada. ¿Cómo? Por la ofensiva de la clase trabajadora. En esta forma puramente abstracta ella es incuestionablemente correcta. Pero ciertos individuos intentan transformar este capital teórico en moneda equivalente pero de menor denominación, declarando que esta ofensiva consiste en sucesivas ofensivas menores [...] –observaba Trotsky en un discurso realizado en el verano boreal de 1921. Y proseguía diciendo:

¿Camaradas, se ha abusado de las analogías entre la lucha de la clase trabajadora y las operaciones militares. Pero en un cierto punto podemos hablar aquí de semejanzas [...] En términos militares, nosotros también tuvimos nuestros días de Marzo [...] y nuestros días de Septiembre [en referencia al fracaso del Partido Socialista Italiano en explotar la crisis revolucionaria de Septiembre de 1920]. ¿Que ocurre después de una derrota parcial? Se produce cierto dislocamiento del aparato militar, surge la necesidad de un intervalo para volver a retomar fuerzas, la necesidad de una reorientación y de una estimación más precisa de las fuerzas en pugna [...] A veces esto es posible a través de una retirada estratégica [...]

¿Pero para entender esto correctamente, hay que discernir en un movimiento hacia atrás, en una retirada, el componente que integra el plan estratégico único –y para esto es necesaria cierta experiencia. Pero si alguien piensa de manera puramente abstracta e intenta avanzar siempre [...] en el supuesto de que todo puede ser sustituido por una ampliación adicional de la voluntad revolucionaria: ¿qué obtiene por resultado? Tomemos como ejemplo los acontecimientos de Septiembre en Italia o los de Marzo en Alemania. Se nos ha dicho que la situación en estos países solo puede ser remediada por una nueva ofensiva [...] De esta forma sufriríamos una derrota todavía mayor y mucho más peligrosa [...] No, camaradas, después de una derrota tal debemos retroceder.[18]

Los frentes de unidad

De hecho, para el verano boreal de 1921, la dirección del Comintern había decidido que era necesaria una retirada estratégica general. Trotsky escribió en el Pravda durante Junio:

¿En el año más crítico para la burguesía, el año de 1919, la clase trabajadora europea habría podido conquistar el poder estatal con sacrificios mínimos, si hubiera tenido una auténtica organización revolucionaria que estableciese objetivos claros y fuera capaz de concretarlos, esto es, un fuerte Partido Comunista. Pero no había ninguno [...] Durante los últimos tres años los trabajadores lucharon mucho y debieron soportar muchos sacrificios. Pero no conquistaron el poder. Como resultado, las masas trabajadoras se han vuelto más cautelosas de lo que eran en 1919-1920.[19]

El mismo pensamiento fue expresado en las Tesis sobre la situación mundial de autoría de Trotsky, adoptadas en el Tercer Congreso del Comintern en Julio de 1921:

¿Durante el año transcurrido entre el segundo y el tercer congreso de la Internacional Comunista, una serie de levantamientos y luchas de la clase trabajadora terminaron en derrotas parciales (el avance del Ejército Rojo sobre Varsovia en Agosto de 1920, la movilización de los trabajadores italianos de Septiembre de 1920, el levantamiento de los obreros alemanes en Marzo de 1921). El primer período del movimiento revolucionario de posguerra, que se distinguió por el carácter espontáneo de sus acciones, por la imprecisión de sus objetivos y de sus métodos, y por el pánico extremo que despertó entre las clases dominantes, parece, en lo esencial, haber terminado. La autoconfianza de la burguesía, en cuanto clase, y la estabilidad externa de sus órganos estatales, se fortalecieron innegablemente [...] Los líderes de la burguesía están incluso jactándose del poder de sus aparatos estatales y lanzarán una ofensiva contra los trabajadores en todos los países, tanto en el frente político como en el económico.[20]

Enseguida del congreso, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista comenzó a presionar sobre los partidos para cambiar el énfasis de sus tareas hacia los frentes de unidad. La esencia de la táctica fue formulada por Trotsky de forma muy clara en 1922:

¿La tarea del Partido Comunista es liderar la revolución de los trabajadores [...] para hacerlo el Partido Comunista debe apoyarse en la mayoría absoluta de la clase obrera [...] El partido solo puede alcanzar esto siendo una organización absolutamente independiente con un programa claro y una estricta disciplina interna. Es por esto que el partido tiene que romper ideológicamente con los reformistas y los centristas [...] Después de asegurar una completa independencia y homogeneidad ideológica en sus filas, el Partido Comunista debe luchar por ganar a la mayoría de la clase trabajadora. Pero es obvio que la vida de la clase obrera no queda suspendida durante el período preparatorio de la revolución. Choques con los industriales, con la burguesía, con el poder estatal, por iniciativa de un lado o de otro, siguen su curso habitual.

¿En estos choques –tanto en los casos en que implican los intereses vitales de toda la clase trabajadora, de su mayoría, o de tales o cuales secciones– las masas trabajadoras sienten la necesidad de la unidad de acción, de la unidad para resistir los ataques del capitalismo o de la unidad para tomar la ofensiva contra el capitalismo. Cualquier partido que se contraponga mecánicamente a esta necesidad de unidad de acción de la clase obrera, resultará condenado por los trabajadores.

¿Por consiguiente, la cuestión de los frentes de unidad no es de manera alguna, ni en su génesis ni en su contenido, una cuestión de relaciones recíprocas entre las fracciones parlamentarias de los comunistas y los socialistas, o entre los Comités Centrales de los dos partidos [...] El problema de los frentes de unidad –a pesar del hecho de que, en esta época, una división entre las varias organizaciones políticas que se basan en la clase trabajadora es inevitable– emerge de la necesidad urgente de asegurar a la clase trabajadora la posibilidad de un frente unido en su lucha contra el capitalismo.

¿Para los que no entienden esta tarea, el partido es solo una organización de propaganda y no una organización para la acción de masas [...] La unidad de frente presupone, consecuentemente, nuestra buena voluntad para, dentro de ciertos límites y en asuntos específicos, relacionar en la práctica nuestras acciones con las de las organizaciones reformistas, en la medida en que ellas aún hoy expresan la voluntad de importantes sectores de la clase obrera en lucha.

¿Pero, al final de todo ¿romperémos con los reformistas? Sí, porque nosotros discrepamos con ellos en cuestiones fundamentales del movimiento obrero. ¿Y aún así buscamos acuerdos con ellos? Sí, en todos los casos en que las masas que los siguen estén prontas a implicarse en luchas junto con las masas que nos siguen, y cuando los reformistas se ven obligados en mayor o menor grado a volverse un instrumento de esta lucha.

¿Una política dirigida a asegurar los frentes de unidad no implica, como es obvio, garantías automáticas de que realmente se consiga la unidad de acción en todos los niveles. Por el contrario, en muchos casos y tal vez hasta incluso en la mayoría, los acuerdos entre organizaciones solo serán cumplidos a medias o tal vez ni sean cumplidos. Pero es necesario que las masas en lucha siempre tengan la oportunidad de convencerse de que el fracaso de la unidad de acción no se debe a nuestras irreconciliables diferencias, sino a la falta de una verdadera voluntad de lucha por parte de los reformistas.[21]

El Cuarto Congreso del Comintern (1922), que se centró en gran medida en la cuestión de los frentes de unidad, fue el último en el cual tomó parte Lenin, y el último cuyas decisiones fueron consideradas esencialmente correctas por parte de Trotsky. Una década después, en una declaración de principios fundamentales, Trotsky resumió su actitud para con la experiencia del Comintern en su fase inicial.

¿La Oposición de Izquierda se basa en los primeros cuatro congresos del Comintern. Esto no significa que ella siga al pie de la letra sus decisiones, muchas de las cuales tuvieron un carácter puramente conjetural y fueron contradecidas por los eventos posteriores. Pero todos los principios esenciales (en relación al imperialismo, el Estado burgués, la democracia y el reformismo; los problemas de la insurrección; la dictadura del proletariado; sobre las relaciones con los campesinos y las naciones oprimidas; el trabajo en los sindicatos; el parlamentarismo; la política de los frentes de unidad) permanecen, aún hoy, como la expresión más elevada de la estrategia proletaria en la época de la crisis de general del capitalismo. La Oposición de Izquierda rechaza las decisiones revisionistas del quinto y sexto Congresos Mundiales [de 1924 y 1928].[22]

El año 1923 presenció el surgimiento del triunvirato formado por Stalin, Zinoviev y Kamenev por un lado, y de la Oposición de Izquierda por otro. En Europa se produjeron dos derrotas devastadoras para el Comintern. En Junio el Partido Comunista Búlgaro, un partido de masas que disfrutaba del apoyo de prácticamente toda la clase trabajadora, adoptó una posición de “neutralidad”, o mejor de pasividad absoluta, frente al Golpe de Estado de la derecha contra el gobierno del Partido Campesino. Y después de que el régimen democrático burgués había sido destruido, una dictadura militar se había instalado y la masa de la población había sido intimidada, lanzó el 22 de Septiembre una insurrección sorpresiva, sin ninguna seria preparación política. El levantamiento insurreccional fue aplastado y como resultado se estableció en el país un feroz Terror Blanco. En Alemania estalló una crisis económica, social y política profunda, precipitada por la ocupación francesa del Ruhr y una inflación astronómica que, literalmente, quitó todo valor al dinero. “En el otoño de 1923 la situación alemana era más desesperada que en cualquier momento posterior a 1919, la miseria era mayor y el futuro más sombrío”.[23] Fue planificado un levantamiento para Octubre. Después el Partido Comunista Alemán formó un gobierno de coalición con los socialdemócratas en Sajonia, y el levantamiento fue cancelado a último momento. (En Hamburgo el comunicado de cancelación no llegó a tiempo, produciéndose una insurrección aislada que fue aplastada después de solo dos días).

Trotsky pensaba que una oportunidad histórica se había perdido. A partir de esta época la política del Comintern quedó cada vez más determinada, primero, por las exigencias de la fracción de Stalin en lucha dentro del partido ruso, y luego por las exigencias de la política externa del gobierno de Stalin. Después de una breve oscilación a la “izquierda” en 1924, el Comintern fue empujado hacia la derecha hasta 1928, luego hacia el ultraizquierdismo entre 1928 y 1934, y finalmente, bien hacia la derecha durante el período del “Frente Popular” (1935-1939). Cada una de estas fases fue analizada y criticada por Trotsky. Considero adecuado presentar su crítica usando tres ejemplos.

El Comité Sindical Anglo Soviético

Por fuera de la Revolución china de 1925-1927, la cual ya vimos, la política del Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB) hasta y durante la huelga general de 1926, fue la acusación más importante que Trotsky hizo al Comintern en su primera fase derechista.

La huelga general de Mayo de 1926 fue un punto decisivo de la historia británica –y fue una derrota absoluta para la clase trabajadora. Significó el final de un largo –aunque irregular– período de combatividad de la clase obrera británica. Inició un período extenso donde dominaron los sindicatos abiertamente conciliadores y derechistas. Y condujo al masivo fortalecimiento del reformismo del Partido Laborista a expensas del Partido Comunista.

En 1924 y 1925 la marea dentro del movimiento sindical estaba avanzando hacia la izquierda. El “Movimiento Minoritario”, inspirado por el Partido Comunista y surgido en 1924 en torno a dos consignas: “Parar la retirada” y “Volver a los sindicatos”, estaba ganando una influencia considerable. Al mismo tiempo, el movimiento sindical oficial estaba empezando a recibir la influencia de un grupo de dirigentes de izquierda. Y, a partir de la primavera de 1925, la TUC (central sindical británica) comenzó a colaborar con la Federación Soviética de Sindicatos a través del “Comité Consultivo Sindical Conjunto Anglo Soviético”, un hecho que dio a los Consejeros Generales británicos una cierta imagen “revolucionaria” y una cobertura contra las críticas de izquierda.

La esencia de la crítica de Trotsky era que el Partido Comunista de Gran Bretaña, por insistencia de Moscú, estaba creando ilusiones en los mencionados burócratas de izquierda (la consigna central del PCGB era “¡Todo el poder al Consejo General!”), quienes ciertamente llevarían al movimiento a una fase crítica –como de hecho hicieron. [...] Trotsky escribió luego:

¿Zinoviev dio a entender que contaba con que la revolución hiciese su entrada, no a través de la puerta pequeña del Partido Comunista británico, sino por los grandes portones de los sindicatos. La lucha del Partido Comunista para ganar a las grandes masas organizadas en los sindicatos, fue sustituida por la esperanza de utilizar de la forma más rápida posible los aparatos sindicales ya existentes para los propósitos de la revolución. De esta falsa oposición nació la reciente política del Comité Anglo Ruso que golpeó a la Unión Soviética, así como también a la clase trabajadora británica; un golpe solo sobrepasado por la derrota en China [...] Como resultado del mayor movimiento revolucionario ocurrido en Gran Bretaña desde los días del cartismo, el Partido Comunista británico no creció casi nada, en tanto que el Consejo General siguió tan firme como antes de la huelga general. Estos son los resultados de una “maniobra estratégica” sin igual”.[24]

Trotsky no afirmaba que una política comunista independiente necesariamente hubiera llevado la huelga hacia la victoria.

¿Ningún revolucionario que mida sus palabras afirmaría que una victoria estaría asegurada a través de esta política. Pero una victoria solo era posible a través de este camino. Una derrota en este marco sería una derrota en un camino que podría conducir a la victoria más tarde.[25]

No obstante, este camino

¿parecía muy extenso e incierto para los burócratas de la Internacional Comunista. Ellos consideraban que por medio de la influencia personal sobre Purcell, Hicks, Cook y los demás [...] irían arrastrándolos en forma progresiva e imperceptible [...] hacia la Internacional Comunista. Para garantizar tal objetivo [...] los queridos amigos (Purcell, Hicks y Cook) no deberían ser rechazados o molestados [...] recurriéndose a una medida extrema [...] subordinar en realidad el Partido Comunista al Movimiento Minoritario [...] Las masas solo conocerían a Purcell, Hicks y Cook como los líderes del movimiento, los cuales tenían el respaldo de Moscú. Estos amigos de “izquierda”, juzgándolos seriamente, traicionarían vergonzosamente al proletariado. Los trabajadores revolucionarios fueron sumidos en la confusión, hundidos en la apatía y naturalmente extendieron su decepción al propio Partido Comunista, el cual había sido apenas una parte pasiva de todo este mecanismo de traición y perfidia. El Movimiento Minoritario fue reducido a cero; el Partido Comunista volvió a ser una secta despreciable.[26]

La confianza en los “burócratas de izquierda” continúa siendo una de las características que distinguen a los reformistas de los revolucionarios. La crítica de Trotsky es altamente pertinente todavía hoy.

Alemania en el Tercer Período

El Sexto Congreso Mundial del Comintern (1928) inició un proceso de reacción violenta contra la línea de derecha del período 1924-1928. Una línea ultraizquierdista de carácter particularmente burocrático se impuso a los Partidos Comunistas de todo el mundo, sin tomar en consideración las circunstancias locales. Como reflejo del lanzamiento del primer Plan Quinquenal y de la colectivización forzada en la URSS, esta nueva línea proclamó un “Tercer Período”, un período de “crecientes luchas revolucionarias”. En la práctica esto significaba en un tiempo en que el fascismo ya era un peligro efectivo y creciente –especialmente en Alemania– que los socialdemócratas eran considerados el enemigo principal.

¿En esta situación de contradicciones imperialistas crecientes y luchas de clase agudas –en 1929 declaraba el Décimo Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista– el fascismo se vuelve cada vez más el método dominante de dominio burgués. En países donde hay partidos socialdemócratas fuertes, el fascismo asume la forma particular de fascismo social, el cual sirve de manera creciente a la burguesía como instrumento para paralizar la actividad de las masas en lucha contra el régimen de dictadura fascista.[27]

De esto que la política de frentes de unidad, tal como era entendida hasta entonces, tenía que ser abandonada. No había posibilidad alguna de forzar a los partidos socialdemócratas de masas y a los sindicatos controlados por ellos a participar de frentes de unidad contra los fascistas. Ellos eran social-fascistas. De hecho, el Décimo Primer Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (1931) agregó, que la socialdemocracia “es el factor más activo y el que marca el paso en la evolución del Estado capitalista hacia el fascismo.[28]

Esta visión grotescamente falsa de la naturaleza del fascismo y de la socialdemocracia, condujo a la suposición de que “partidos socialdemócratas fuertes” y “regímenes fascistas dictatoriales” podrían coexistir, y de hecho habrían coexistido en Alemania bien antes de que Hitler llegara al poder. “En Alemania el gobierno de Von Papen-Schleicher, con ayuda del Reichswehr [ejército], la Stahlhelm [organización de derecha, nacionalista y militarista] y los nazis, establecieron una forma de dictadura fascista [...]”,[29] proclamaba el Décimo Segundo Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (1932).

Trotsky escribió con urgencia y desespero contra esta estupidez, desde 1929 hasta la catástrofe de 1933. El brillo y la fuerza lógica de sus trabajos sobre la crisis alemana, pocas veces fueron igualadas y nunca superadas por ningún otro marxista.

El tema central de todos estos escritos era la necesidad de “Un frente único de los trabajadores contra el fascismo”, por citar el título de uno de sus escritos más famosos. Pero Trotsky hizo más. Se esforzó por seguir los tortuosos argumentos que los seguidores alemanes de Stalin usaban en defensa de lo indefendible. Sus escritos del período abordan y refutan una gama extraordinaria de argumentos pseudo-marxistas y, al mismo tiempo, exponen con claridad excepcional la “expresión más elevada de la estrategia proletaria”. Solo podemos referirnos a una pequeña parte de los mismos.

¿La prensa oficial del Comintern ha descrito los resultados de las elecciones alemanas [de Septiembre de 1930] como una victoria prodigiosa del comunismo, que coloca en el orden del día la consigna de una Alemania soviética. Los optimistas burocráticos no quieren profundizar sobre el significado de la relación de fuerzas revelada por las estadísticas de la elección. Ellos examinan los votos de los comunistas independientemente de las tareas revolucionarias generadas por la situación y los obstáculos que esta levanta.

¿El Partido Comunista recibió cerca de 4.600.000 votos, contra 3.300.000 en 1928. Desde el punto de vista de la maquinaria parlamentaria tradicional, haber ganado 1.300.000 votos era importante, incluso si tomamos en cuenta el número total de electores. Pero el crecimiento del partido empalidece completamente al lado del salto dado por el fascismo de 800.000 a 6.400.000 votos. De significado no menos importante es el hecho de que la socialdemocracia, a pesar de retrocesos importantes, mantuvo su afiliación y todavía recibió un número de votos obreros considerablemente mayor que el Partido Comunista.

¿Entretanto, si nos preguntamos qué combinación de circunstancias internacionales y domésticas serían capaces de hacer que la clase obrera se pasase al comunismo con mayor velocidad, no podríamos encontrar un ejemplo de circunstancias más favorables que las que Alemania presenta en la actualidad: [...] crisis económica, desintegración de la clase dominante, crisis del parlamentarismo, tremenda autoexposición de la socialdemocracia en el poder. Desde el punto de vista de estas circunstancias históricas concretas, el peso específico del Partido Comunista Alemán en la vida social del país, a pesar de haber ganado 1.300.000 votos, sigue siendo proporcionalmente pequeño [...].

¿Al mismo tiempo, la primer característica de un verdadero partido revolucionario es ser capaz de mirar la realidad a la cara [...] Para que la crisis social traiga una revolución de los trabajadores es necesario, además de otras condiciones, que la pequeño-burguesía vire decisivamente en dirección al proletariado. Esto dará una oportunidad al proletariado para colocarse como líder al frente de la nación. La última elección reveló –y este es su significado sintomático más importante– un viraje en dirección opuesta. Bajo el impacto de la crisis, la pequeña burguesía se movió, no en la dirección de la revolución de los trabajadores, sino en la dirección de la reacción imperialista más extrema, arrastrando consigo a sectores considerables del proletariado.

¿El crecimiento gigantesco del nazismo es la expresión de dos factores: una crisis social profunda que hace perder el equilibrio a las masas pequeño-burguesas, y la falta de un partido revolucionario que sea visto por las masas populares como un liderazgo revolucionario reconocido. Si el Partido Comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, entonces el fascismo, como movimiento de masas, es el partido de la desesperanza contra-revolucionaria. Cuando la esperanza revolucionaria tiene en su favor a las masas de la clase trabajadora, atrae inevitablemente a considerables y crecientes sectores de la pequeña burguesía. Justamente en esta esfera, la elección reveló un cuadro opuesto: la desesperanza contrarrevolucionaria puso en su favor a la masa pequeño-burguesa con tal fuerza que arrastró detrás de sí muchos sectores de la clase trabajadora.

¿En Alemania, el fascismo se volvió un peligro efectivo, siendo aguda expresión de la posición impotente del régimen burgués, del papel conservador de la socialdemocracia en el régimen, y de la falta de poder del Partido Comunista para abolirlo.[30]

Para corregir esta situación, Trotsky argumentaba que era necesario, en primer lugar, sacudir al Partido Comunista y librarlo de su ultraradicalismo estéril. La política de “maximalismo burocrático” (“una tentativa de forzar a la clase obrera, habiendo fracasado en convencerla”) debía ser sustituida por una maniobra activa basada en la política de frente único.

¿Es una tarea difícil despertar de una vez a la mayoría de la clase trabajadora alemana para una ofensiva. Como consecuencia de las derrotas de 1919, 1921 y 1923 y de las aventuras del “Tercer Período”, los trabajadores alemanes, que están atados a poderosas organizaciones conservadoras, desarrollaron fuertes centros de inhibición. Pero, por otro lado, la solidaridad organizativa de los trabajadores alemanes, que hasta hoy han conseguido impedir casi cualquier penetración del fascismo en sus filas, abre mayores posibilidades para luchas defensivas. Se debe tener en mente que la política de frente de unidad es, en general, mucho más efectiva para la defensa que para la ofensiva. Los estratos más cautelosos y atrasados son los más fácilmente arrastrables para luchar por lo que tienen que para lograr nuevas conquistas.[31]

Toda clase de sofismas fueron empleados por los estalinistas para oscurecer la cuestión y calificar como “trotskismo contrarevolucionario” a la política que otrora había sido la política del Comintern. Los frentes de unidad, argumentaban, solo podrían surgir “desde abajo”. Con esto quedaba excluido cualquier acuerdo con los socialdemócratas, aunque socialdemócratas individuales podrían formar parte en un “frente de unidad” –¡siempre y cuando aceptasen la dirección del Partido Comunista! De modo creciente se alimentaba la ilusión trágica resumida en la consigna “Después de Hitler en nuestro turno”. Una perspectiva de pasividad e impotencia maquillada con retórica radical, como Trotsky marcó en innumerables ocasiones. Repetidas veces él retornó al tema central de los frentes de unidad, exponiendo los sofismas, ignorando calumnias y llevando la discusión de vuelta al punto esencial [...].[32]

El Partido Comunista permaneció firme en su curso fatal. Hitler tomó el poder y el movimiento obrero fue destruido.  

El Frente Popular y la Revolución española

La victoria de Hitler llevó a quienes tenían el poder en la URSS a buscar “seguridad”, a través de alianzas militares con las potencias occidentales dominantes, francesa y británica. Como un instrumento de la diplomacia de Stalin –en esto se había vuelto ahora– el Comintern fue fuertemente empujado hacia la derecha. El Séptimo (y último) Congreso fue convocado en 1935 como una demostración pública de que la revolución definitivamente no estaba ya en el orden del día. El congreso resolvió promover “Frentes de Unidad del pueblo en lucha por la paz y contra los instigadores de la guerra. Todos los interesados en la preservación de la paz deberían ser atraídos a estos frentes”.[33]

Entre los interesados en la preservación de la paz se incluían a los vencedores de 1918 –las clases dominantes francesa y británica– quienes eran los verdaderos objetivos de la nueva línea.

“Hoy la situación no es la misma de 1914”, declaraba el Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional en Mayo de 1936:

¿Ahora no es solo la clase obrera, el campesinado y todos los trabajadores quienes están decididos a mantener la paz, sino también los países oprimidos y las naciones jóvenes cuya independencia es amenazada por la guerra [...] En la fase presente existen varios Estados capitalistas que también están interesados en mantener la paz. Y de esto que exista la posibilidad de crear un amplio frente de la clase obrera, de todos los trabajadores y de naciones enteras contra el peligro de una guerra imperialista.[34]

Tal “frente” era, necesariamente, una defensa del status quo imperialista. Una nueva retórica reformista tuvo que ser empleada para esconder este hecho, y tuvo gran éxito –durante algún tiempo. En su primera etapa, el entusiasmo popular por la unidad generó beneficios enormes para los Partidos Comunistas –el Partido francés creció de 30.000 miembros en 1934 a 150.000 al final de 1936, más 100.000 en la Juventud Comunista; el Partido español creció de menos de mil miembros al final del “Tercer Período” (1934) a 35.000 en Febrero de 1936 y 117.000 en Julio de 1937. Los reclutas eran “vacunados” contra las críticas de izquierda acusando a los trotskistas como agentes del fascismo.

En Mayo de 1935 fue firmado el pacto franco-soviético. En Julio el Partido Comunista y el Partido Socialista franceses hicieron un acuerdo con el Partido Radical, la columna vertebral de la democracia burguesa francesa, y en Abril de 1936 el Frente Popular que reunía a estos tres partidos ganó las elecciones generales, con una plataforma de seguridad colectiva y reforma. El Partido Comunista Francés conquistó 72 bancas haciendo campaña “Por una Francia fuerte, libre y feliz” y se volvió parte esencial de la mayoría parlamentaria de León Blum, el líder del Partido Socialista y primer ministro del gobierno del Frente Popular. Maurice Thorez, secretario general del Partido Comunista Francés, pudo decir: “Nosotros privamos valientemente a nuestros enemigos de aquello que nos fue robado y pisoteado. Nosotros retomamos la Marsellesa y la Tricolor”.[35]

Cuando la victoria electoral de la izquierda fue seguida por una ofensiva de huelgas y marchas –en las cuales seis millones de trabajadores estuvieron involucrados en Junio de 1936– los antiguamente campeones de las “luchas revolucionarias en ascenso” se esforzaron por mantener al movimiento dentro de límites estrechos. El movimiento terminó con las concesiones del “Acuerdo de Matignon” (jornada de 40 horas semanales y vacaciones pagas). Al final del año el Partido Comunista, ahora a la derecha de sus aliados socialdemócratas, propuso una extensión del Frente Popular, transformándolo en un “Frente Francés”, con la incorporación de algunos conservadores de derecha que eran, por motivaciones nacionalistas, antialemanes.

El Partido francés fue pionero en esta política, porque la alianza con Francia era central en la política exterior de Stalin. Pero esa política fue rápidamente adoptada por todo el Comintern. Cuando la Revolución española estalló en Julio de 1936, en respuesta a la tentativa de Franco de tomar el poder, el Partido Comunista, el cual era parte del Frente Popular español que había ganado las elecciones de Febrero, hizo lo máximo que podía para mantener al movimiento dentro de los límites de la “democracia”. Con la ayuda de la diplomacia soviética, y claro está, de los socialdemócratas, tuvo éxito.

¿Es absolutamente falso –declaró Jesús Hernández, editor del diario del partido– que la presente movilización de los trabajadores tenga por objetivo el establecimiento de la dictadura del proletariado después de terminada la guerra [...] Nosotros los comunistas somos los primeros en repudiar esta suposición. Estamos motivados exclusivamente por el deseo de defender la república democrática.[36]

En el marco de esta línea el Partido Comunista Español y sus aliados empujaron cada vez más la política del gobierno republicano hacia la derecha. En el curso de la prolongada guerra civil, primero eliminó del gobierno al POUM [Partido Obrero de Unificación Marxista], un partido a la izquierda de los comunistas, criticado duramente por Trotsky por haber entrado en el Frente Popular y haberse desarmado políticamente, proveyendo una “cobertura de izquierda” para el Partido Comunista. Y después del POUM hizo lo mismo con los líderes de la izquierda del Partido Socialista.

“La defensa del orden republicano y la simultánea defensa de la propiedad”[37] condujo a un reinado de terror en la España republicana contra los sectores de izquierda. Y esto, como señaló Trotsky, pavimentó el camino para la victoria de Franco.

¿La clase trabajadora española manifestó excelentes cualidades militares –escribía Trotsky en Diciembre de 1937. En su peso específico en la vida económica del país, no en su nivel político y cultural, el proletariado español se situaba, desde el primer día de la revolución, no abajo, sino encima del proletariado ruso a inicios de 1917. En su camino para vencer, sus principales obstáculos fueron sus propias organizaciones. La camarilla estalinista dirigente, conforme a su función contrarrevolucionaria, consistía de mercenarios, carreristas, elementos desclasados y, en general, todos tipo de basura social. Los representantes de las otras organizaciones de trabajadores –reformistas incurables, anarquistas charlatanes, centristas impotentes del POUM– murmuraron, gimieron, vacilaron, maniobraron, pero al final se adaptaron a los estalinistas. Como resultado de su actividad conjunta, el campo de la revolución social –los trabajadores y los campesinos– probó estar subordinado a la burguesía, o más correctamente, a su sombra. Fue desangrado hasta su última gota y su carácter fue destruido.

¿No hubo falta de heroísmo por parte de las masas o de valentía por parte de los revolucionarios individuales. Pero las masas fueron abandonadas a sus propia suerte, en tanto los revolucionarios permanecieron divididos, sin un programa, sin un plan de acción. Los mandos militares “republicanos” se preocuparo más por aplastar la revolución social que por alcanzar victorias militares. Los soldados perdieron la confianza en sus comandantes, y las masas en el gobierno. Los campesinos abandonaron la batalla, los trabajadores quedaron exhaustos. Derrota tras derrota, la desmoralización creció rápidamente. Todo esto no era difícil de prever desde el principio de la guerra civil. Poniéndose la tarea de salvar el régimen capitalista, el Frente Popular se condenó a la derrota militar. Poniendo al bolchevismo cabeza abajo, Stalin cumplió con total éxito el papel de sepulturero de la revolución.[38]

Casi nadie hoy en día (con excepción de un puñado de sectas maoístas) defiende la línea estalinista del “Tercer Período”. En relación al Frente Popular, el asunto es completamente diferente. Dejando de lado todas las distancias espaciales y temporales, ¿que era si no el “eurocomunismo” y el llamado “compromiso histórico”? Más allá de esto, algunos de aquellos que están bien a la izquierda –en términos políticos formales– de la tendencia eurocomunista, reproducen en su substancia los mismos errores que Trotsky combatió bajo el título de “Comité Sindical Anglo Soviético”.

Estas cuestiones, por lo tanto, no son de interés meramente histórico, sino también de interés práctico. Los escritos de Trotsky sobre estrategia y táctica, en relación con estas grandes cuestiones, constituyen un verdadero tesoro. Puede decirse, sin ninguna exageración, que nadie desde 1923 produjo un trabajo que se le aproxime en su profundidad y brillo. Ellos son, literalmente, indispensables para los revolucionarios de estos días.