OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LA ULTIMA PELICULA DE FRANCISCA BERTINI1

 

Cansada de ganar dos millones al año, de ser una mujer famosa, de posar para el cinema­tógrafo y sobre todo, de estar soltera. Francis­ca Bertini ha resuelto casarse. Uno de estos días de primavera se vestirá cándidamente de blan­co como en las películas. Pero esta vez no pa­ra casarse, como en las películas, con un novio de cinema, sino para casarse de veras con un novio auténtico, y efectuar con él un viaje de bodas lo más auténtico posible.          .

Para el público ésta será su última pelícu­la. Para Francisca Bertini puede ser que lo sea también. Y, en realidad, será su película más vivida y mejor sentida. Lo único que el público se quedará sin ver. Y en la que ella, des­pués de haber representado tantas comedias y tantos dramas ajenos, empezará a representar exclusivamente su propia comedia o su propio drama.

Francisca Bertini anuncia, con este motivo, que abandona el arte. En los periódicos esto de que abandona el arte es, como todo, una frase. En ella es una corrección. Francisca Bertini es­tá segura de que dice la verdad diciendo que abandona el arte. Y más aún. Está segura de que para la crónica del arte su retiro es un suceso de interés. Porque para ella el arte es el cinema. Y porque ella cree sinceramente ser una artista, una gran artista.

Y es muy natural. Una mujer bonita a quien todo el mundo llama gran artista y a quien su empresario, por esta razón, paga dos millones al año no puede dejar de estar convencida de serlo. Y no puede dejar de estimarse infinitamente más artista que muchas gentes calificadas como tales: poetas, pintores, escritores y otras suertes de pobres diablos, de quienes na­die se ocupa, cuyo retrato no publican los pe­riódicos y que, además, se mueren de hambre. En especial los poetas deben parecerle artísticamente muy inferiores. Porque mientras ella, por ejemplo, tiene muchas liras, los poetas, generalmente, no tiene sino una sola lira. Y una lira que, no obstante su abolengo parnasiano está peor cotizada que las liras billete del Banco de Italia.

Como la celebridad posee sus halagos y más halagos aún que la celebridad poseen los millo­nes, es probable que Francisca Bertini se ape­ne un poco de dejar el cinema tan temprano. Pero, por otra parte, le contentará mucho trans­formarse burguesamente en una señora casada, tener un marido de su gusto y sazón, satisfacer su napolitana pereza y sus demás napolitanas voluptuosidades y poner a prueba su meridio­nal aptitud para los bambinos.

Las chicas de los viernes de moda limeñas, leales admiradoras de Francisca, se imaginarán a este respecto cosas muy románticas. Supon­drán a Francisca líricamente enamorada del ci­nematógrafo y sentimentalmente afligida de que sea incompatible con su programa matrimonial. ¡No se hagan ilusiones las chicas de los viernes de moda¡ Francisca Bertini, a quien rodean ima­ginativamente de un marco de poesía, es sin du­da, una mujer práctica como un pulpero que entre un cuadro de Tiziano y un plato de ma­carrones preferirá seguramente los macarrones si el cuadro de Tiziano no representase, por su valor comercial, la seguridad de comer maca­rrones toda la vida.

Evidentemente, Francisca es un buen ejem­plar de mujer napolitana. Y, como tal, merece toda la admiración masculina y, por ende, toda la envidia femenina. Pero, por lo demás, no hay mucho que idealizar en ella. Es la Caroli­na Invernizio del arte dramático. En su géne­ro es la primera; pero su género es el folletín cinematográfico.

Ha tenido la suerte de ser artista de cine­ma. He ahí todo. La "diva" cinematográfica es la artista privilegiada de estos tiempos. Es la única artista que puede trabajar a un mismo tiempo para millares de públicos. Es la única que puede ganarse una celebridad relámpago. La artista de teatro necesita, para captarse a un público, llegar personalmente hasta él. Necesi­ta tener con él un contacto directo. No está por esto, en aptitud física de dominar a todos los públicos del mundo. Su fama es una obra de proceso lento y gradual, por mucho que la ace­leren con su velocidad de treinta mil ejempla­res por hora los rotativos de los grandes diarios.

Igualmente, la reputación del literato se extiende poco a poco. Para alcanzar la celebridad el literato tiene que haber escrito mucho. Y tiene que haber escrito algo fundamentalmen­te suyo, original, emocionante, nuevo. Y debe aguardar después para ser universalmente cono­cido y preciado, que su obra sea traducida a todas las lenguas sustantivas.

La artista cinematográfica, en tanto, posa en la misma escena para todo el mundo. Su arte no ha menester de traductores, intermediarios ni exegetas. Nada la separa de la más lejana gente de la tierra. Ni el idioma, ni el tiempo ni el espacio. En consecuencia, todos los públicos son tributarios suyos. Todos contribuyen a su bienestar, a su riqueza.

Finalmente, la artista cinematográfica es una improvisada. Casi sin preparación alguna arri­ba a un primer puesto. Es una coupletista, una modelo, una mecanógrafa cualquiera favorecida generalmente por algún Mecenas elegante y obscuro.

Francisca Bertini es la mejor prueba de la fácil celebridad de la actriz de cinema. Veinte dramas de adulterios, flirts, celos, revólver, cu chillos o veneno, le han dado más renombre que veinte tomos de poesía de Ada Negri. Probablemente en Lima, casi nadie sabe quién es Ada Negri. Como casi nadie tiene mayor noticia d María Melato, la gran actriz italiana contemporánea. En cambio, nadie ignora un film de Frarcisca Bertini.

Porque está escrito que, mientras el destino de muchos artistas geniales sea no tener techo, pan ni camisa, las Francisca Bertini de mundo viajen en "vagon-lit", se vistan donde Paquin, posean palacios, automóviles y caballo de carrera, beban los vinos del Rhin, de Chipre y de Falerno, y gocen de los más regalados sibaritismos y las más muelles sensualidades y se casen, —si en su programa de vida entra el matrimonio— con el varón que más les guste y satisfaga. Para divorciarse de él cuando cese de gustarles y satisfacerles.

 


NOTAS:

1 Fechado en Roma, abril de 1921; publicado en El Tiempo, Lima, 18 de junio de 1921.