OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

DEFENSA DEL MARXISMO

 

   II

 

CONTRADICCIONES DE LA REACCIÓN[1]

 

Los ideólogos neotomistas de Italia y Francia que, en el afán de edificar la teoría reaccionaria sobre bases de una intransigente negación del liberalismo, condenan la Reforma y predican la restauración del orden romano, entre otros riesgos doctrinales y teoréticos corren el de la herejía. Este es, sin duda, el peligro que más tendrá que preocupar a Henri Massis, tan profundamente convencido de que sólo el dogma es fecundo.

Mientras que estos ideólogos disponen de la filosofía escolástica como de una propiedad incontestable, la Iglesia Romana, con una autoridad que nadie puede regatearle, se manifiesta muy poco favorable a sancionar el empleo que aquellos hacen de su tradición y su doctrina. La excomunión de L'Action Française no es la única señal de la resistencia, sagaz pero firme, de la Iglesia a consentir que se le comprometa, so pretexto de defensa de la civilización europea, en una guerra a fondo contra la democracia y el socialismo. El Vaticano, no obstante las buenas relaciones que cultiva con Mussolini, ha declarado reiteradamente su desaprobación terminante del concepto fascista sobre el Estado. Concepto que desciende innegablemente del que formuló con Fichte la filosofía idealista, para el uso de los estados protestantes o liberales, y que conduce a la divinización del Estado atribuyéndole, prácticamente, todos los poderes, así espirituales como temporales.

La reacción ha sorprendido a la Iglesia en un período en que ésta tomaba francamente partido por la democracia, alentando la organización de partidos cristianos-sociales, apoyados en sindicatos obreros y campesinos, del tipo del Partido Popular, fundado en Italia por Don Sturzo, con ostensible beneplácito del Vaticano. La satisfacción dada, con inteligente oportunismo, por el Gobierno de Mussolini, a las reivindicaciones del Partido Popular en materia de enseñanza, ha anulado la función de ese grupo y ha obligado al Papa a licenciar a Don Sturzo, según la exacta frase de Missiroli; pero no ha sido bastante para suprimir la distancia que separa doctrinalmente al fascismo de la Iglesia. El Vaticano ha aceptado el hecho fascista; pero no la teoría fascista. Y contra el hecho y la teoría mantienen su oposición Don Sturzo y muchos supérstites del disuelto Partido Popular, afrontando, a veces, como en el caso de los curas de Trieste, condenados a varios años de cárcel, los rigores de la represión fascista.

Porque si la Iglesia, en su lucha contra la Reforma y la laicidad, se había sentido enemiga del liberalismo, no se había sentido, más tarde, igualmente, enemiga de la democracia; sobre todo, desde que ésta, pasado el período de efervescencia jacobina, se definió como un sistema que superaba al liberalismo, y dentro del cual podía desarrollarse una sociedad socialista. En este período, los católicos empezaron a intervenir con tales, con creciente potencia, en la política democrática, preconizando la fórmula cristiano-social que ahora mismo abrazan y sostienen en Alemania y Austria, respectivamente, Marx y Monseñor Siepel. la Iglesia consideró más o menos liquidadas sus antiguas diferencias con el orden demo-burgués. Y aun contra el socialismo sus objeciones eran más de carácter filosófico que político, estando como estaban fundamentalmente dirigidas contra una concepción materialista de la historia que resuelve lo espiritual en lo temporal, por ser éste, exclusivamente, el plano en que se mueve. El liberalismo, absorbido por la democracia había perdido, salvo tal vez en Francia, su carácter anticlerical; y el protestantismo, recorrida ya su trayectoria revolucionaria, se acomodaba al formulismo y al dogmatismo, contra los cuales se agitó en su origen, y renegando el libre examen, se acercaba al instante en que perseguiría inquisitorialmente, en Norteamérica, la enseñanza de la teoría darwinista. Las distancias entre el protestantismo y el catolicismo aparecían hasta tal punto acortadas que su reconciliación se presentaba como un ideal, al cual iban, poco a poco, avecinándose.

El fenómeno fascista ha venido a interrumpir un proceso de adaptación a la democracia, al cual el catolicismo se presenta visiblemente de mejor gana que a la restauración absolutista, más o menos abiertamente patrocinada por los pensadores reaccionarios. La Iglesia se reconoce democrática. Sus querellas con las democracias, en particular, no han significado una oposición de principio a la democracia en general. ¿No es un lugar común el concepto de que el germen de la democracia está en el Evangelio? Lo que la Iglesia ha combatido siempre ha sido el Estado que absorbe y asume todos los poderes, el Estado entendido como fin y no como medio el Estado como ahora lo conciben precisamente los fascistas. Su adversario en el orden burgués ha sido el liberalismo, no la democracia. Por que el liberalismo aparte su filiación protestante y librepensadora es una doctrina, mientras la democracia es, más bien, un método. Y, concretamente, la democracia con la cual la Iglesia se aviene, y concilia, es la democracia burguesa, vale decir, el capitalismo.

El capitalismo no se ha decidido todavía a pesar de la experiencia de Italia y España a echar por la borda a la democracia. He aquí otro hecho, que la Iglesia cauta y sagaz no puede negligir, con la misma facilidad que los neotomistas al servicio de la Reacción. Las naciones de más desarrollado capitalismo, la Gran Bretaña, Alemania, Francia, conservan aún el sistema democrático. El capitalismo norteamericano lo ha adoptado de tal grado a sus fines que no piensa, siquiera, que algún día puede resultarle embarazoso e incómodo.

Ningún interés práctico empuja a la Iglesia a aprobar la doctrina fascista, por mucho que ésta se repute tomista y romana. La gravitación conservadora se detiene en los límites de una a estabilización capitalista que, hasta cierto punto, puede ser, también, una relativa estabilización democrática.

Y por otra parte, el nacionalismo esta es una de las pasiones que más explota la reacción se compadece mal con el universalismo de Roma. La idea de la nación estuvo en su origen demasiado mezclada con la idea liberal vale decir a la Reforma para que la Iglesia haya olvidado ya los agravios recibidos del nacionalismo, en su primera edad. Y la nueva ideología nacionalista se aviene menos aún con la doctrina católica que la concepción del Estado y la Nación surgida con la Reforma. Anticristiana, paganizante, herética, materialista es para la Iglesia esta ideología, que impele a Charles Maurras a un exaltado y religioso culto a la "Diosa Francia". Maurras, sin embargo, no excede, en su afirmación nacionalista, a Mussolini. De suerte que no obstante la fórmula Fascismo-Antirreforma, que algunos convierten en Fascismo-Contrareforma, la ex-confesión de L'Action Française representa, hasta cierto punto, la ex-confesión del fascismo, no como gobierno, mas sí como doctrina.

El neotomismo tiene que contentarse con ser sólo uno de los elementos de la reacción. Y, si es vana su maniobra para acaparar a la reacción, más vana es todavía su pretensión de presidir la defensa de Occidente. Las pasiones políticas modernas, aun las más desorbitadas y antihistóricas, tienen el rasgo común que en un reciente estudio les señala Jullen Benda: su realismo. Todas se suponen de acuerdo con el rumbo de la historia. Lucien Romier, que trata de ajustar su tesis reaccionaria a un sentido neto de la realidad, asigna a Francia, cuya tradición nacionalista es el primero en proclamar, "la misión de propagar la idea de la coordinación de los Estados, la idea de los Estados Unidos de Europa". Y ya, aun entre los literatos, se prefiere el realismo avisado de Romier al dogmatismo intolerante de Maurras o Massis, como método contrarrevolucionario. Así Drieu La Rochele, cuyas Confesiones de un europeo expresan, intensa aunque algo incongruentemente, la esperanza de una generación desesperanzada, piensa que "el capitalismo liga estrechamente la civilización de Occidente". El capitalismo con su compósito patrimonio de liberalismo, protestantismo, materialismo, etc.; no la filosofía escolástica ni la tradición romana.

 


NOTA:

1 Publicado en Variedades, Lima, 19 de Noviembre de 1927.