OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

LA NUEVA FASE DEL PROBLEMA DE LAS REPARACIONES*

 

El debate del problema de las reparaciones entra, aparentemente, en un período decisivo. La comisión de reparaciones, casi olvidada du­rante más de un año, desde que la ocupación del Ruhr causó en su seno un agudo desacuerdo, vuelve a atraer la atención mundial. Torna a encenderse ahí la discusión sobre cuánto y cómo debe pagar Alemania a los aliados. Las bases del debate son, en parte, nuevas. 

Hace pocos meses, en diciembre, la comisión de reparaciones encargó a dos comités de exper­tos el examen de la capacidad económica de Alemania. El primer comité ha estudiado los medios de equilibrar el presupuesto y sanear la moneda de Alemania. El segundo ha tenido a su cargo una investigación sobre los capitales alemanes emigrados al extranjero. Los expertos han estado en Berlín; se han informado abun­dantemente sobre las cuestiones sometidas a su investigación; han escuchado al Reichsbank y a otros órganos de la economía germana; han explorado la opinión de los grandes trusts inter­nacionales; y han emitido, finalmente, un dicta­men universalmente notorio, que propone varias medidas dirigidas a la reorganización económi­ca de Alemania. Alemania, a juicio de los exper­tos, necesita ante todo de la asistencia y la ayu­da internacionales. El capital extranjero debe proporcionarle los recursos indispensables para la emisión de una moneda estable. Estos préstamos y estas inversiones tendrían naturalmen­te serias garantías. Los ferrocarriles alemanes serían administrados por un consorcio interna­cional. El estado alemán reduciría sus gastos. Licenciaría a una parte de su burocracia. 

Los rasgos esenciales del plan acusan la men­talidad característicamente plutocrática y capi­talista de sus autores. Los expertos comienzan por trasladar del Estado a las empresas privadas la emisión de la moneda y la explotación de las líneas férreas. Y, en todos los capítulos de su programa, se muestran preocupados casi ex­clusivamente de crear seguridad y confianza pa­ra la inversión de capitales. en Alemania. 

Alemania y Francia han declarado que aceptan las conclusiones del dictamen como base de un arreglo. Mas esta aceptación no aproxima todavía sus encontradas tesis ni sus antagónicos intereses. Los expertos se han movido dentro de una órbita limitada. No han tocado, por ende, sino algunos aspectos de la cuestión de las re­paraciones. Su programa deja intactas todas las dificultades políticas: la controversia sobre la ocupación militar del Ruhr, por ejemplo. A este respecto los puntos de vista francés y alemán permanecen inconciliables y antitéticos. Ningún gobierno alemán renunciará a reclamar la eva­cuación del territorio del Ruhr. Ningún proba­ble gobierno francés, sucesor del de Poincaré, podrá, dentro del estado de ánimo creado por éste, decidirse fácilmente al abandono del Ruhr. 

El plan de los expertos no fija, de otro la-do, el monto de las reparaciones. Y también a este respecto un acuerdo es muy difícil. El ulti­mátum de mayo de 1921 —cuyas conclusiones, que parecieron entonces muy moderadas a la prensa francesa, no han podido actuarse— establecía en 138,000 millones de marcos oro el total de la indemnización alemana. Pero esta suma, según las más autorizadas previsiones, es superior a la capacidad económica de Alemania. El gobierno alemán dijo hace poco más de un año que 30,000 millones eran el límite de sus recursos posibles. Keynes sostiene que Alemania no puede ni debe pagar más de 36,000 millones y que de esta suma hay que descontar todo lo que los aliados han recibido o se han cobrado ya. Nitti indica, como una suma prudente y justa, 40,000 millones, agregando que Alemania tiene pagado al menos veinte mil. El desacuerdo no depende, además, de una diferente estimación de la capacidad de pago de Alemania, sino de un diverso concepto de los daños que Alemania está obligada a reparar. Los gobiernos aliados confirman, en el ultimátum de Londres, que a Alemania le toca reembolsar a los aliados no sólo la restauración de los territorios desvastados sino también las pensiones y subsidios de guerra. Keynes, en sus libros, rechaza vigorosamente esta tesis. Demuestra que, dentro de una honesta interpretación de las condiciones de paz solemnemente ofrecidas por Wilson a Alemania, no cabe sino la reparación de los daños sufridos por las poblaciones civiles, cuyo costo, largamente calculado, no excede de treinta mil millones. El gobierno francés en fin, considera la cuestión de las reparaciones ligada a la cuestión de las deudas interaliadas. A su juicio, ninguna reducción de la indemnización alemana es admisible si no la acompaña una reducción proporcional de los créditos de guerra de Estados Unidos e Inglaterra. Y el gobierno italiano es, naturalmente, solidario con este punto de vista. 

El dictamen de los expertos constituye, sin embargo, un progreso en la discusión. Antes de la ocupación del Ruhr, la diplomacia francesa negaba obstinadamente la incapacidad de Alemania para satisfacer sus obligaciones pecuniarias. Francia regateaba tercamente a Alemania, en la comisión de reparaciones, fa más mínima moratoria. Ahora los expertos preconizan una moratoria dilatada. Su dictamen reconoce que Alemania, en sus condiciones actuales, no pue­de absolutamente amortizar su deuda a los alia­dos. Que es necesario ayudarle a ordenar sus fi­nanzas. Y que es indispensable, asimismo, respe­tar su unidad territorial y económica. 

Otro progreso importante es la colaboración de Estados Unidos. El partido republicano, co­mo es sabido, condujo a Estados Unidos a una política de abstención ante las cuestiones europeas. Estados Unidos parecía desinteresarse de la crisis de Europa. Al menos esquivaba su con-curso para una solución. Hoy Estados Unidos cambia de actitud. Es que percibe que a la ban­carrota europea seguiría su propia bancarrota. Es que siente la conexión, la interdependencia de su vida económica y la vida económica europea. La crisis invade Norte América. Su fisono­mía es ahí diversa que en Europa; pero sus raíces y su sentido histórico son los mismos. La mayor parte de los países de Europa padecen de falta de oro y de la consiguiente desvalori­zación del papel moneda. Estados Unidos, en cambio, sufre una congestión de oro. A sus arcas ha ido a parar la mitad del stock total de oro del mundo. Y, como sus exportaciones son mayores que sus importaciones, Estados Unidos continúa drenando el oro de los otros países. Las consecuencias de esta abundancia son el abaratamiento del dinero y el encarecimiento de la vida. Si Europa está amenazada por la ane­mia, Estados Unidos corre el riesgo de una apoplejía. El empobrecimiento de considerables mer­cados europeos no puede, de otra parte, ser indiferente a Estados Unidos. Afecta sus intereses y sus perspectivas industriales y agrícolas. Sig­nifica el peligro de una nueva crisis de desocupación con todos sus reflejos sociales. Estados Unidos, en suma, se siente empujado de nuevo hacia Europa. Su interés le aconseja colocar una parte de su oro en los países europeos. Alemania es, entre estos países, el que más se presta a fuertes inversiones. Le urgen préstamos de oro y créditos alimenticios y de materias primas. Pero Estados Unidos no puede conceder estos préstamos ni estos créditos a una Alemania oprimida y perseguida por sus acreedores europeos. Y trata, por eso, de que Alemania y los aliados se entiendan, advirtiéndoles que únicamente a este precio obtendrán su cooperación en la obra de la reconstrucción europea. 

Los móviles y los rumbos de la política norteamericana coinciden con los de la política inglesa. También Inglaterra posee una buena moneda, un presupuesto equilibrado, etc.; pero también la prosperidad de su industria está subordinada a la extensión de sus mercados exteriores. Los conservadores propugnan una política proteccionista que concentre la actividad económica de Inglaterra dentro de sus dominios. Pero esta tesis resultó batida en las elecciones últimas. Los laboristas y los liberales creen que Inglaterra debe buscar la solución de los problemas de su producción y de su comercio en el restablecimiento en Europa de una vida normal. 

La actitud actual de Francia y de Alemania ante el dictamen de los expertos es, finalmente, una actitud interina. Francia y Alemania se hallan en vísperas de elecciones políticas. En Alemania, probablemente, esas elecciones darán la razón a los partidos representados en el gobierno centrista de Marx. En Francia, en tanto, los escrutinios, casi seguramente, serán adversos a Poincaré. Y, en ese caso, el próximo gobierno francés, en el cual influirán intensamente las izquierdas, será más asequible a un arreglo. Se nota en Francia una acentuada tendencia a con­siderar con un criterio comercial y práctico la cuestión de las reparaciones. El diputado Paul Reynaud dijo en diciembre en la cámara fran­cesa: "El problema para nosotros consiste en obtener siete millones de toneladas de carbón a un precio bastante ventajoso para que nues­tra industria metalúrgica pueda sostener la con­currencia con las industrias inglesa y alemana". 

El debate de las reparaciones resulta así, en su fase presente, un debate de negocios. No ha­blan hoy los políticos; hablan los banqueros, los trusts, la plutocracia. Se oye, con este motivo, un lenguaje comercial. Y se contempla sólo pla­nes y diseños comerciales. El programa de los expertos se inspira, sustancialmente, en la idea de asociar a todos los grandes países capitalis­tas a la reorganización económica de Alemania. Tiende a que cada uno de estos países tenga una participación proporcional en tal empresa. Quie­re que en el reactivamiento de la industria alemana esté interesada toda la finanza internacio­nal. Pero la finanza internacional se halla divi­dida en varios grupos rivales, antagónicos, ene­migos. Y cada uno de estos grupos es más sen­sible a la voz de sus intereses particulares que a la voz del interés general.

 


NOTA:

* Publicado en Variedades, Lima, 26 de Abril de 1924