OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

LA REVOLUCION Y LA REACCION EN BULGARIA*

 

Bulgaria es el país más conflagrado de los Balkanes. La derrota ha sido en Europa un po­deroso agente revolucionario. En toda Europa existe actualmente un estado revolucionario; pero es en los países vencidos donde ese estado revolucionario tiene un grado más intenso de desarrollo y fermentación. Los Balkanes son una prueba de tal fenómeno político. Mientras en Rumania y Serbia, engrandecidas territorialmen­te, el viejo régimen cuenta con numerosos sos­tenes, en Bulgaria reposa sobre bases cada día más minadas, exiguas e inciertas. 

El Zar Fernando de Bulgaria fue, más acen­tuadamente que el Rey Constantino de Grecia, un cliente de los Hohenzollern y de los Haps­burgo. El Rey Constantino se limitó a la defen­sa de la neutralidad de Grecia. El Zar Fernan­do condujo a su pueblo a la intervención a fa­vor de los imperios centrales. Se adhirió y se asoció plenamente a la causa alemana. Esta política, en Bulgaria, como en Grecia, originó la destitución del monarca germanófilo y aceleró la decadencia de su dinastía. Fernando de Bul­garia es hoy un monarca desocupado, un zar chómeur. El trono de su sucesor Boris, des-provisto de toda autoridad, ha estado a punto, en setiembre último, de ser barrido por el olea­je revolucionario. 

En Bulgaria, más aguadamente aún que en Grecia, la crisis no es de gobierno sino de régi­men. No es una crisis de la dinastía sino del Es­tado. Stamboulinski, derrocado y asesinado por la insurrección de junio, que instaló en el po­der a Zankov y su coalición, presidía un gobier­no de extensas raíces sociales. Era el leader de la Unión Agraria, partido en el cual se confun­dían terratenientes y campesinos pobres. Representaba en Bulgaria ese movimiento campesino que tan trascendente y vigorosa fisonomía tiene en toda la Europa Central. En un país agrícola como Bulgaria la Unión Agraria constituía, na­turalmente, el más sólido y numeroso sector político y social. Los socialistas de izquierda, a causa de su política pacifista, se habían atraído un vasto proselitismo popular. Habían formado un fuerte partido comunista, adherente ortodoxo de la Tercera Internacional, seguido por la mayoría del proletariado urbano y algunos núcleos rurales. Pero las masas campesinas se agrupaban, en su mayor parte, en los rangos del partido agrario. Stamboulinsky ejercitaba sobre ellas una gran sugestión. Su gobierno era, por tanto, inmensamente popular en el campo. En las elecciones de noviembre de 1922, Stambou­linsky obtuvo una estruendosa victoria. La bur­guesía y la pequeña burguesía urbanas, repre­sentadas por las facciones coaligadas actualmente alrededor de Zankov, fueron batidas sen­sacionalmente. A favor de los agrarios y de los comunistas votó el setenta y cinco por ciento de los electores. 

Mas, empezó entonces a incubarse el golpe de mano de Zankov, estimulado por la lección del fascismo que enseñó a todos los partidos reaccionarios a conquistar el poder insurreccio­nalmente. Stamboulinsky había perseguido y hos­tilizado a los comunistas. Había enemistado con su gobierno a los trabajadores urbanos. Y no había, en tanto, desarmado a la burguesía urbana que acechaba la ocasión de atacarlo y derri­barlo. Estas circunstancias prepararon el triun­fo de la coalición que gobierna presentemente Bulgaria. Derrocado y muerto Stamboulinsky, las masas rurales se encontraron sin caudillo y sin programa. Su fe en el estado mayor de la Unión Agraria estaba quebrantada y debilitada. Su aproximación al comunismo se iniciaba ape­nas. Además, los comunistas, paralizados por su enojo contra Stamboulinsky, no supieron reac­cionar inmediatamente contra el golpe de Estado. Zankov consiguió así dispersar a las bandas campesinas de Stamboulinsky y afirmarse en el poder. 

Pronto, sin embargo, comenzaron a entenderse y concertarse los comunistas y los agrarios y a amenazar la estabilidad del nuevo gobierno. Los comunistas se entregaron a un activo tra­bajo de organización revolucionaria que halló entusiasta apoyo en las masas aldeanas. La elec­ción de una nueva cámara se acercaba. Esta elec­ción significaba para los comunistas una gran ocasión de agitación y propaganda. El gobier­no de Zankov se sintió gravemente amenazado por la ofensiva revolucionaria y se resolvió a echar mano de recursos marciales y extremos contra los comunistas. Varios leaders del comu­nismo, Kolarov entre ellos, fueron apresados. Las autoridades anunciaron el descubrimiento de una conspiración comunista y el propósito gu­bernamental de reprimirla severamente. Se inauguró un período de persecución del comu­nismo. A estas medidas respondieron espontá­neamente las masas trabajadoras y campesinas con violentas protestas. Las masas manifestaron una resuelta voluntad de combate. El Partido Comunista y la Unión Agraria pensaron que era indispensable empeñar una batalla decisiva. Y se colocaron a la cabeza de la insurrección cam­pesina. La lucha armada entre el gobierno y los comunistas duró varios días. Hubo un instante en que los revolucionarios dominaron una gran parte del territorio búlgaro. La república fue proclamada en innumerables localidades rura­les. Pero, finalmente, la revolución resultó ven­cida. El gobierno, dueño del control de las ciu­dades, reclutó en la burguesía y en la clase me­dia urbanas legiones de voluntarios bien arma­dos y abastecidos. Movilizó contra los revolucio­narios al ejército del general ruso Wrangel asi­lado en Bulgaria desde que fue derrotado y expulsado de Rusia por los bolcheviques. Y usó también contra la revolución a varias tropas ma­cedonias. Favoreció su victoria, sobre todo, la circunstancia de que la insurrección, propaga­da principalmente en el campo, tuvo escaso éxi­to urbano. Los revolucionarios no pudieron, por esto, proveerse de armas y municiones. No dis­pusieron sino del escaso parque colectado en el campo y en las aldeas. 

Ahogada la insurrección, el gobierno reaccio­nario de Zankov ha encarcelado a innumerable militantes del comunismo y de la Unión Agraria. Millares de comunistas se han visto obligados a refugiarse en los países limítrofes para escapar a la represión. Kolarov y Dimitrov se han asila­do en territorio yugoeslavo. 

Dentro de esta situación, se ha efectuado en noviembre último, las elecciones. Sus resultados han sido, por supuesto, favorables a la coalición acaudillada por Zankov. Los agrarios y los co­munistas, procesados y perseguidos, no han po­dido acudir organizada y numerosamente a la votación. Sin embargo, veintiocho agrarios y nue­ve comunistas han sido elegidos diputados. Y en Sofía, malgrado la intensidad de la persecución, los comunistas han alcanzado varios millares de sufragios. 

Los resultados de las elecciones no resuelven, por supuesto, ni aún parcialmente la crisis política búlgara. Las facciones revolucionarias han sufrido una cruenta y dolorosa derrota, pero no han capitulado. Los comunistas invitan a las ma­sas rurales y urbanas a concentrarse en torno de un programa común. Propugnan ardorosamente la constitución de un gobierno obrero y campesino. La Unión Agraria y el Partido Co­munista tiende a soldarse cada vez más. Saben que no conquistarán el poder parlamentaria­mente. Y se preparan metódicamente para la acción violenta. (En estos tiempos, el parlamen­to no conserva alguna vitalidad sino en los paí­ses, como Inglaterra y Alemania, de arraigada y profunda democracia. En las naciones de de­mocracia superficial y tenue es una institución atrofiada). 

Y en Bulgaria, como en el resto de Europa la reacción no elimina ni debilita el mayor factor revolucionario: el malestar económico y social. El gobierno de Zankov, del cual acaba de separarse un grupo de la derecha, los liberales nacionales, subordina su política a los intereses de la burguesía urbana. Y bien. Esta política no cura ni mejora las heridas abiertas por la guerra en la economía búlgara. Deja intactas las causas de descontento y de mal humor. 

Se constata en Bulgaria, como en las demás naciones de Europa, la impotencia técnica de la reacción para resolver los problemas de la paz. La reacción consigue exterminar a muchos fau­tores de la revolución, establecer regímenes de fuerza, abolir la autoridad del parlamento. Pe­ro no consigue normalizar el cambio, equili­brar los presupuestos, disminuir los tributos ni aumentar las exportaciones. Antes bien produce, fatalmente, un agravamiento de los problemas económicos que estimulan y excitan la revolu­ción

 


NOTA:

* Publicado en Variedades, Lima, 12 de Enero de 1924.