OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

FARINACCI*

 

Farinacci ha dado su nombre, su tono y su estilo a una tensa y acre jornada de la campaña fascista. Después de catorce meses de agresiva campaña, ha dejado el puesto de secretario ge­neral del partido fascista, al cual fuera llamado cuando Mussolini, convencido de que la "vario­pinta" oposición del Aventino no era capaz de la insurrección, resolvió pasar a la ofensiva, inau­gurando una política de rígida represión de las campañas de la prensa y de tribuna de sus mu­chos y muy enconados pero heterogéneos y mal concertados adversarios. 

Fascista de la primera hora, Farinacci proce­de de la pequeña burguesía y del socialismo. Fue en 1914 uno de los disidentes socialistas que pre­dicaron la intervención. En esta falanje a la que, por diversos caminos, arribaban sindicalistas re­volucionarios como Corridoni, socialistas tempes­tuosos como Mussolini y socialistas reformistas y parlamentarios como Bissolati, era Farinacci un mílite oscuro y terciario. No le destacaban siquiera el ánimo ardito, osado, ni la actitud temeraria, demagógica. Amigo y adepto del dipu­tado Bissolati, líder de un grupo de socialistas colaboracionistas, Farinacci tenía una tranca po­sición reformista y democrática. La guerra exal­tó su temperamento y cambió su filiación. El gregario del reformismo bissolatiano se convir­tió en un ardiente secuaz de Mussolini. 

En el fascismo, Farinacci encontró su camino y descubrió su personalidad, que no eran, —contrariamente a lo que hasta entonces podía haberse pronosticado—, los de un pávido y mesurado funcionario social-democrático, sino los de un frenético y encendido agitador fascista. El opaco ferroviario, se sintió elegido para jugar un rol en la historia de Italia. 

Fue el organizador y el animador del fascismo en la provincia de Cremona, una de las provincias septentrionales donde prendió más tempranamente el fuego mussoliniano. Esta actuación le franqueó en las elecciones de 1921 las puertas de la Cámara. Le tocó a Farinacci ser uno de los fascistas que ingresaron entonces al Parlamento para denunciar, tumultuariamente, los improperios y los anatemas de los entonces innumerables diarios de oposición. Pero desde que el fascismo inició su contraofensiva, —a continuación de un famoso discurso de Mussolini en la cámara, asumiendo toda la responsabilidad histórica y política de la violencia fascista y desafiando al bloque del Aventino a acusarlo categóricamente de culpabilidad en el asesinato de Matteotti—, Farinacci resultó designado fatalmente por la situación y los acontecimientos para ocupar el puesto de mando. La elección de Farinacci como secretario general del fascismo correspondió al nuevo humor escuadrista de los "camisas negras". 

Esta designación era, más aún que el discurso de Mussolini del 3 de enero, una enfática declaratoria de guerra sin cuartel. Y no de otro modo sonó en los oídos y en los ánimos de los diputados del Aventino que, en seis meses de vociferación antifascista, habían consumido su energía y perdido la oportunidad de derrocar al fascismo. 

Durante más de un año, el puño y la frase crispados del terrible ferroviario de Cremona han marcado el compás de la política fascista. 

Los elementos templados y discretos del fascis­mo han tenido que sufrir, resignadamente, durante todo este tiempo, su implacable dictadura y su pésima sintaxis. Un seco y agrio úkase de Farinacci, a poco de su asunción de la secretaría general, expulsó del fascismo, marcándolo a fue­go como un traidor, a uno de los más significados entre estos elementos, Aldo Oviglio, ex-ministro de justicia del régimen fascista. 

Pero un año de represión policial y de movi­lización escuadrista ha bastado al. fascismo para liquidar al bloque del Aventino y para sentar las bases de una legislación fascista que radicalmen­te modifica el estatuto de Italia. Otras ofensivas escuadristas serán, sin duda, necesarias en lo porvenir. Mas, por ahora, el fascismo puede ha­cer reposar sus cachiporras. El juicio Matteotti ha concluido con la absolución de los responsa­bles, y hace año y medio era para el propio Duce del fascismo un crimen nefando. En la audien­cia de Chieti, Farinacci ha hecho no la defensa, sino más bien la apología, de Amerigo Dumini y de sus secuaces. Después de este último golpe de manganello, no le quedaba a Farinacci na­da que hacer en la jefatura del fascismo donde, pasada la tempestad, su virulencia y su belico­sidad habían empezado a volverse embarazantes. Farinacci en 1925 era el jefe lógico del fas­cismo; en 1926, su misión ha concluido. Mussoli­ni, que, buen conocedor de la psicología de su gente, usa fórmulas solemnemente sibilinas, condensa el programa fascista para este año en es­tas dos palabras: silencio y trabajo. Estas pala­bras, según el lenguaje del "Popolo d'Italia", definen el estilo fascista en 1926. 

Los alalás de Farinacci no se compadecían con el nuevo estilo fascista. Por esto, —licenciado o no por Mussolini—, Farinacci ha dejado el comando del partido. Desde hace algún tiempo se señalaba y se comentaba su sordo disenso, su silenciosa lucha con Federzoni. El ministro del interior, con Rocco, Meraviglia, y otros, "nacionalistas", representa el sector moderado, tradicional, derechista del fascismo. Y por el Momento, ésta es la gente que debe dar el tono al régimen. El escuadrismo, momentáneamente, se retira a Cremona.

 


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 3 de Abril de 1926.