OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

PILSUDSKI Y LA POLITICA POLACA*

 

A través de una accidentada serié de experimentos y tanteos, Polonia busca su equilibrio El tratado de paz le dio un extenso territorio después de restablecer su existencia como nación libre. Pero le impuso al mismo tiempo, de acuerdo con el interés de los vencedores o, más precisamente, de acuerdo con el interés de Francia y el interés de Inglaterra, una complicada función en el mecanismo político de Europa. Reconstituida con territorios que hasta la victoria aliada formaban parte de los imperios alemán austriaco y ruso, Polonia tiene, por otra parte una composición heteróclita que le impide re construir prontamente su unidad nacional. Su población se compone, en algunas provincias, de polacos, rusos, alemanes y judíos. Y a la pluralidad de nacionalidades, se suma la pluralidad de religiones. Hay en Polonia católicos, orto­doxos, protestantes e israelitas. Predomina, na­turalmente, la masa polaca y católica, que constituye una gran mayoría. Mas a esta nacionali­dad, un poco anquilosada por más de un siglo de dominio alemán o ruso, le resulta excesivo el difícil trabajo de asimilación de las minorías alógenas que la paz aliada le ha obsequiado. 

En Polonia, el conflicto entre la ciudad y el campo estorba el proceso de clarificación polí­tica. La burguesía urbana no se entiende muy bien con la burguesía rural. El proletariado in­dustrial no se entiende tampoco bien con el pro­letariado campesino. En 1919, el Estado polaco se encontró frente a una urgente cuestión agraria. La ola verde que, estimulada por la revolución rusa, amenazó el orden burgués en toda la Europa oriental, donde la propiedad de la tierra estaba acaparada por una poderosa aristocracia, invadió Polonia con el mismo ímpetu que en Rumania, Bulgaria, etc. Se dictó entonces una ley que, sancionando el principio de la expropiación forzosa, limitó la extensión de los fundas entre 160 y 900 hectáreas. 

Pero la influencia de la clase latifundista, representada por los partidos de la derecha, ha evitado la ejecución integral de la reforma agraria. Por consiguiente, las campiñas siguen agitadas por una lucha obstinada entre bandos que no desarman. 

Pilsudski gobernó contra los partidos de la derecha que reclutan principalmente sus adeptos en la población rural. Uno de estos partidos, la federación popular nacional, se apoya en los grandes terratenientes. Otro, el partido obrero cristiano nacional, reúne en sus filas a los artesanos y campesinos obedientes al clero. Pero el partido agrario más numeroso es el acaudillado por Witos, el político a quien Pilsudski acaba de arrojar del poder. Este partido durante el gobierno de Pilsudski ocupó en el parlamento polaco, en el cual contaba con 85 puestos, una posición centrista. Sus intereses electorales lo mantuvieron entonces al flanco del gobierno. 

Mas Pilsudski, políticamente, no obstante sus antecedentes socialistas, jugó en el poder un rol contrarrevolucionario. Lo obligaban a este rol los compromisos internacionales de Polonia. El capitalismo occidental necesitaba que Polonia fuera una barrera anti-sovietista. Y Pilsudski que, además alentaba sueños un poco napoleónicos se lanzó a la aventura de una guerra contra los soviets: Su plan era la federación de todos los estados limítrofes de Rusia, desde la Finlandia hasta la Georgia, bajo la tutela de Polonia. Si Polonia hubiese salido victoriosa de esta empresa, Pilsudski se habría asegurado definitivamente en el poder. 

Como esto no aconteció, Pilsudski vio declinar su estrella. Los elementos revolucionarios del proletariado, que desde los tiempos de Rosa Luxemburgo y Leo Joguisches lo habían combatido en el seno de la social-democracia, lo denunciaban como un instrumento de la burguesía. Los partidos conservadores no le perdonaban su pasado romántico de agitador. La burguesía, en general, miraba con desconfianza su condottierismo

Y desde que Pilsudski dejó el poder, se inició lógicamente un período de reforzamiento y concentración de las fuerzas conservadoras. Sofocando el impulso revolucionario, Pilsudski había favorecido a la reacción. Más aún: se había apoyado en ella. El gobierno, por consiguiente, cuando cesó de ser pilsudskiano, devino francamente derechista. 

Witos presidía hasta hace poco una concentración conservadora que no ocultaba sus propósitos de rectificar profundamente, en un sentido reaccionario, la organización polaca. Su gobierno, acérrimamente derechista, practicó hasta el fin una política de represión de la propaganda de las izquierdas. Esta política, en el terreno económico, se caracterizó por su espíritu adverso a la urbe y a la industria, campesino y antisemita. 

Pilsudski ha reconquistado el poder con los elementos urbanos. Una parte del ejército fiel a su prestigio y a su continente marciales, lo ha seguido contra otra parte, más dócil a los intereses conservadores. Pero el factor decisivo de su victoria parece haber sido el proletariado ur­bano. La huelga general secundó el ataque mi­litar. Las izquierdas no podían abstenerse de concurrir al derrocamiento de un régimen espe­cíficamente reaccionario. 

Ahora Pilsudski se muestra, como siempre, un poco incierto. No ha aceptado la presidencia de la república. Pero su falta está, sin duda, en no haberse resuelto por el camino de la dictadura revolucionaria. Su romanticismo bonapar­tista le impide ver que su política, combatida por las derechas, necesita el consenso de las iz­quierdas.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 5 de junio de 1926.