OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

ASPECTOS ACTUALES DE LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA EN FRANCIA*

 

En Francia no ha prosperado ninguna de las tentativas de fascismo, más o menos directamente inspiradas en el modelo italiano. Los equipos de L'Action Française han sufrido sucesivas derrotas. El Estado francés ha reprimido sus más belicosas efervescencias, aplicando el código a Leon Daudet; la Iglesia Romana ha puesto a Charles Maurras en el índex de los autores heréticos. Las patrullas fascistas de George Vaulois y del renegado Gustavo Hervé no han tenido más fortuna. Las derechas, en busca de un dictador, han creído encontrarlo, por momentos, en un general: Castelnau el católico, Lyautey el africano; pero todos estos preludios de fascistización de la Tercera República han durado poco y han tenido un final chafado y pobre. La reacción, el fascismo, como movilización de todas las fuerzas del Estado y de la burguesía contra la agitación revolucionaria, sin embargo, no han cesado de ganar terreno. Los fascistas de estilo netamente escuadrista y dictatorial han fracasado en sus empeños; pero el fascismo — un fascismo francés, leguleyo, poincarista, que ha hablado siempre el lenguaje de la legalidad aunque por esto no haya blandido menos rabiosamente el bastón reaccionario— han conquistado lentamente al gobierno instalando en el Ministerio del Interior a André Tardieu, el lugarteniente de Clemenceau, el negociador de Versalles, el reaccionario bochado en las elecciones del 11 de Mayo y reintegrado al Palacio Borbón por una elección suplementaria, apenas desen­cadenada la contraofensiva de las derechas. Desde el momento en que el cartel de izquierdas, dirigido por Herriot, se reveló incapaz de actuar el programa victorioso en las urnas elecciona­rias el 11 de Mayo, con la restauración de Poin­caré, aunque realizada con algunas concesiones a los radicales-socialistas, era evidente este ri­corso. El gabinete del franco no era otra cosa que un retorno al bloque racional, a una política de concentración burguesa, actuada conforme a los principios de Poincaré y Clemenceau bélicos. La Tercera República no se avenía a que la cri­sis del régimen demo-liberal y parlamentario le impusiera una dictadura personal y facciosa; se conformaba, por el momento, con una dictadura de clase; de estilo estrictamente legal y republi­cano, amparada por una mayoría parlamentaria. Las invocaciones reaccionarias no habían llevado al poder al Dictador, aguardado con impaciencia por la burguesía tomista y católica a nombre de la cual René Johannet escribió su Elogio del bur­gués francés. Regresaba al gobierno Poincaré, un político de tradición netamente parlamentaria, aferrado a las convenciones jurídicas y republi­canas, con obstinación y ergotismos de abogado. La estabilización capitalista, en Francia, como en otros países, aportaba formalmente la estabiliza­ción democrática. Pero, bajo este ropaje, se inau­guraba en verdad una política cerradamente reaccionaria, enderezada a la represión fascista del proletariado. Con Poincaré, llegaba al gobier­no André Tardieu, el más agresivo y ambicioso líder de las derechas.

Esta fisonomía y esta práctica reaccionarias se han acentuado con el gabinete Briand. Tardieu, Ministro del Interior, se esmera en la ofen­siva antiproletaría. Emplea contra la organiza­ción y la propaganda comunista una especie de fascismo policial, en el que los polizontes hacen el trabajo de los "camisas negras", con menos estridencia y alaridos, pero con los mismos objetivos. Briand, a quien su vejez no ha ahorrado ninguna claudicación, ni aun la de su laicismo de parlamentario de escuela demo-masónica, suscribe y auspicia esta política con su eterno escepticismo. Está demasiado habituado a las contradicciones de su destino para que su función de presidente de un ministerio derechista le cause algún disgusto. Teorizante de la huelga general en su debut de abogado socialista, le tocó reprimir una gran huelga en el gobierno. El más intransigente y celoso prefecto de Francia no lo hubiese superado en el método. Briand, además, ocupa la presidencia del Consejo, pero es, sobre todo, en el gabinete precario que encabeza un ministro de negocios extranjeros. ¿Qué política interna, por otra parte, se le podría pedir? Briand nunca ha tenido ninguna. La de Tardieu, como Ministro del Interior, no se diferencia sustancialmente de la de Sarrault. Briand está pronto a suscribir cualesquiera: la que las circunstancias y la mayoría parlamentaria consientan.

Los radical-socialistas, según los cablegramas de los últimos días, se aprestan a la batalla parlamentaria contra este gabinete. El partido radical-socialista es de un humor perennemente frondeur, cuando se sienta en los bancos de la oposición. Bajo este aspecto, sus preparativos de combate no tienen por qué suscitar excepcional preocupación. Pero la tendencia a coaligar otra vez los votos parlamentarios del partido radical-socialista y del partido socialista, reanudando el experimento del cartel de izquierdas, coincide con la presión reaccionaria por aumentar los poderes de Tardieu hasta colocar en sus manos la dirección misma del gobierno. Los socialistas pudieron llevar a las últimas consecuencias hace cinco años, la táctica colaboracionista que consintió la constitución del cartel de izquierdas. No se sabe, exactamente, qué misterioso pudor o qué ambicioso cálculo detuvo entonces, al lí­der de los socialistas Leon Blum, en la antesala de la colaboración ministerial. Blum no admitía que el Partido Socialista fuese más allá de la política de apoyo parlamentario de un gabinete radical-socialista. El partido debía reservar sus hombres para la hora, que Blum anunciaba pró­xima, en que conquistada la mayoría parlamen­taria, asumiese íntegramente el poder. El vati­cinio de este augur escéptico, comentador agudo de Sthendal, sirena asmática del reformismo, no se ha cumplido aún. El Labour Party británico ha precedido a sus colegas del socialismo refor­mista francés en la asunción total del gobierno, vemos ya con qué resultados. La social-democra­cia alemana encabeza un ministerio de coalición, en el que más que rectora resulta prisionera de la aleatoria mayoría que preside. Y, en el actual parlamento francés, las fuerzas del cartel de iz­quierdas son menores que en el parlamento del 11 de mayo. La ofensiva radical-socialista bien podría tener como desenlace el apresuramiento de un gabinete Tardieu.

La persecución policial del comunismo es la nota dominante de la política gubernamental francesa desde hace algún tiempo. Pero, acaso por esto mismo, el tema de la revolución es más debatido que nunca. Comentando un último es­crito de André Chamson escribe Jean Guehenno: "Estamos obsedidos por la Revolución. Desde hace seis meses, los escritores no hablan en Pa­rís sino de ella. Esto no quiere decir que la ha­rán ellos, sino a lo más que temen que se haga sin ellos o a pesar de ellos, lo que sería igualmente lesivo para su amor propio. Chamson es­tá obsedido como todo el mundo. Se quiere re­volucionario, pero no llega a serlo sin dificultades". Y Jean Richard Bloch, en tono desencantado y pesimista, constata en el mismo cuader­no de "Europe" la paganización del pensamiento moderno y ve a Francia encaminarse a grandes pasos hacia la situación dictatorial de Italia. Es­paña, y otros países, entre los cuales Bloch incluye á Rusia, que con la estabilización stalinis­ta del régimen soviético ha dejado de represen­tar para él, abstractista y romántico, el mito re­volucionario.

 

 


NOTA:

 

* Publicado en Variedades, Lima, 18 de Setiembre de 1929.