OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

LA LIQUIDACION DE LA DICTADURA EN ESPAÑA*

 

Desde el instante en que Primo de Rivera abandonó el proyecto de dar a España una nue­va constitución y se resignó al restablecimiento del antiguo régimen legal, estaba formalmente declarada la quiebra de la dictadura militar. El gobierno de Primo de Rivera no tenía ya objeto ni programa. Por boca de su propio condottiero, había aceptado su fracaso.

La dictadura de Primo de Rivera y sus con­sortes se había propuesto dar a España un nue­vo régimen constitucional. Con este pretexto, Primo de Rivera había retenido el poder, del que en el primer momento no había sido su in­tención aparente usufructuar sino por un breve plazo. Para estudiar y sancionar esta reforma, se había convocado a una asamblea nacional.

Cierto que esta asamblea había sido boicoteada por todos los grupos y fuerzas a los que se podía asignar alguna representación de la opi­nión ciudadana. Pero, a un régimen menos en­deble le habría bastado una asamblea facciosa para acometer y cumplir la reforma constitucio­nal. Primo de Rivera habría, tal vez, tentado for­tuna en este juego. Pero el Rey Alfonso se lo impidió, después de un período de fintas y vacilaciones.

Se sabía, pues, que la liquidación de la dic­tadura de Primo de Rivera sería uno de los acontecimientos políticos de 1930. Este era el pronóstico más fácil para los oráculos de la política mundial. Pero no se creía que el plazo de esta liquidación fuese tan breve. Primo de Rivera ofrecía retirarse a mediados de año si los españoles no le daban motivo para hacerles sufrir por más tiempo su gobierno.

Mas un gobierno cuyas razones de vivir se encuentran ostensiblemente destruidas, puede caer al primer accidente. Ningún plazo, en este caso, es válido ni posible. La presión de la opinión pública para echar abajo a la bamboleante y carcomida dictadura tenía que crecer vertiginosamente sin hallar ya en ella una seria voluntad de persistencia. La huelga universitaria, que preludiaba una decidida ofensiva popular, ha acelerado la ineluctable caída.

La liquidación completa de este episodio de la historia política de España, —la dictadura militar—, que tiene su antecedente y preparación y otro episodio —las juntas de defensa— no puede operarse instantáneamente. Va a ser la función del gobierno presidido por el general Berenguer. La dictadura militar no termina sino a medias con el retiro de Primo de Rivera. Entre el régimen de experimentación fascista, tan desastrosamente ensayado por el Marqués de Estella, y el régimen que lo sucederá definitivamente es necesario un ministerio de transición y transacción. Lo que no se puede fijar es la duración de este intermezzo. Los liquidadores o síndicos de una quiebra gubernamental toman a veces demasiada afición a su tarea. Las interinidades suelen durar más de lo que su función o su objeto conscienten prever.

La misión de las fuerzas conservadoras de la España actual es la defensa de la monarquía, fundamentalmente comprometida por el golpe de Estado de 1923. La responsabilidad de la dictadura, como entre los primeros lo sostuvo Unamuno y como lo admitió a partir de la convoca­toria a la asamblea nacional un jefe conserva­dor como Sanchez Guerra, alcanza y comprende a la monarquía. El golpe de estado fue una traición al pacto en el que descansa la autoridad del Rey. El liberalismo, el republicanismo espa­ñoles se mostrarían excesivamente abdicantes y febles si no plantearan la cuestión de la respon­sabilidad real. De líderes parlamentarios como el Conde de Romanones, no cabe esperar eviden­temente actitudes de este género. Los liberales, los republicanos de España, a quienes se puede reconocer responsabilidad, autoridad y valor — Jiménez de Asúa, Marañón, etc.— empiezan a convenir en que en España sólo la política so­cialista tiene una función liberal y republicana. La actitud que asuma el partido socialista espa­ñol, frente a la presente situación política, será por esto de una influencia decisiva. ¿Colabora­rán los socialistas en un retorno tranquilo a la vieja legalidad? ¿No aprovecharán el momento para reclamar una Asamblea Constituyente y una nueva Constitución? Unamuno ha denunciado, implacablemente, en sus artículos de Henda­ya, el interés del Rey en obtener el consenso de los partidos y los caudillos del viejo régimen pa­ra una política de "borrón y cuenta nueva".

El partido socialista español obedece casi completamente la dirección de una burocracia reformista que, bajo el régimen de Primo de Ri­vera, se ha comportado con extrema tendencia a la conciliación o a la pasividad. Pero una si­tuación revolucionaria puede echar por la borda a esta dirección o imponerle la adopción de vo­ces de orden que tengan en cuenta el sentimien­to de las masas. El boycott de la asamblea nacio­nal, el repudio de los planes de la dictadura, han sido posibles por la moción de una minoría que agitó a las masas del partido contra la tendencia de sus jefes al compromiso o a la neutrali­dad. Prieto, Menéndez y demás jefes de la opo­sición socialista no son, sin duda, propugnadores de una verdadera línea revolucionaria. To­dos los antecedentes de Indalecio Prieto se en­cuentran vinculados al parlamentarismo. Mas los efectos de su actitud en las masas del par­tido acusan la creciente voluntad de lucha de éstas.

La caída de Primo de Rivera es, ante todo, una victoria de los que, frente a su dictadura, asumieron una actitud de intransigente y tenaz resistencia, y, por esto mismo, es, ante todo, una derrota de los que, con el pretexto barato de que es el momento de los gobiernos dictatoriales, de los regímenes fascistas, se dispusieron prontamente a la cooperación. Más razón que todos los escépticos, que todos los oportunistas, que se preciaban de realismo, ha tenido frente a Primo de Rivera el idealismo obstinado de don Miguel de Unamuno, el esfuerzo oscuro y tesonero de los que han mantenido en el proletariado espa­ñol, contra todos los consejos de resignación y prudencia, un vigilante sentimiento clasista. El régimen instaurado por el golpe de Estado de 1923 ha sido abatido por la acción de los que desde el primer momento se decidieron a ir "con­tra la corriente", de los que, a la zalamera invi­tación de Primo de Rivera para que participa­ran en su asamblea y en su reforma, respondie­ron con un terminante "no", de los que se atu­vieron en la lucha a este simple lema: "no ce­jar". Acción puramente negativa, sin duda, que no se ha propuesto la creación de un nuevo ré­gimen. Por carencia de fuerzas afirmativas or­ganizadas, la caída de Primo de Rivera no señala la primera jornada de una revolución. Pero una negación contiene a veces en potencia los elementos primarios de una acción positiva, creadora.

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Mundial, Lima, 1º de Febrero de 1930, en la sección "Lo que el cable no dice".