OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

LA POLITICA DE "BORRON Y CUENTA NUEVA" EN ESPAÑA*

 

El gobierno de Berenguer caracteriza bien los intereses y los propósitos del retorno a la constitucionalidad en España. El objeto de esta maniobra, a que se ha visto forzada la monar­quía ante la amenaza de una insurrección, se reduce al salvamento del régimen, seriamente comprometido por la aventura de Primo de Ri­vera. La elección de Berenguer para el gobierno de España en el período de liquidación de la dic­tadura, confirma y continúa el espíritu de la po­lítica que condujo a la monarquía al golpe de estado de 1923. Las razones de Estado de la suspensión del orden parlamentario y constitucio­nal residían en la cuestión de las responsabili­dades de la guerra en Marruecos, estruendosamente agitada por la oposición, con inmensa re­sonancia en el pueblo. Es síntoma, por tanto, que el Rey eche mano de Berenguer, el general encausado por esas responsabilidades, para li­quidar la dictadura y restablecer la, Constitu­ción. Berenguer, adversario o rival de Primo de Rivera, reúne para esta tarea condiciones que no se encontrarían en otro jefe del ejército. Es uno de esos generales de monarquía parlamentaria, relacionado políticamente con los liberales y con­servadores que se turnan en la función ministe­rial. Alfonso XIII cuenta con que la opinión tendrá más en cuenta su oposición a la dictadu­ra que sus antecedentes de generalísimo de una campaña perdida.

La vieja constitución resulta ahora el mejor y único baluarte de la monarquía. Primo de Ri­vera no asignó a su dictadura, sancionada y usu­fructuada por el Rey, otra empresa que la de derogarla y sustituirla. Pero fracasado este empeño, Alfonso XIII no dispone de arma más pre­ciosa para defender y conservar el régimen.

La transición, conforme a las previsiones mo­nárquicas, debía haberse cumplido más suavemente. Se tenía la esperanza de disponer del plazo de algunos meses para la preparación sen­timental y práctica del cambio. Pero los acon­tecimientos, a última hora, se han precipitado, arrojando una luz demasiado viva sobre el fra­caso de la política del Rey. El cambio se ha operado de un modo brusco. Primo de Rivera se ha visto lanzado del poder. Ha sido ostensi­ble para todos el carácter de apresurado acto de salvamento de la monarquía que tiene la cons­titución del ministerio de Berenguer.

La composición del ministerio corresponde a su función. Si el gabinete de transición se hu­biese formado en condiciones normales de sua­ve restauración de la constitucionalidad, habrían aceptado colaborar en él algunas primeras figu­ras de los partidos monárquicos. Berenguer no ha podido obtener ni aun la participación ais­lada de Cambó, que se reserva para más altos destinos. Su gobierno está compuesto —salvo el Duque de Alba, personaje dinástico más bien que hombre político— por figuras secundarias del elenco constitucional.

Sin duda, el Rey Alfonso dispone de los diversos Bugallal y Romanones del viejo sistema parlamentario para la defensa de la constitución y de la monarquía. Pero a estos mismos conse­jeros les habría parecido excesiva y prematura su presencia en un gobierno de transición, cons­tituida de manera festinatoria y violenta. Todos esos antiguos consejeros, además, han envejeci­do mucho políticamente durante la crisis del ré­gimen constitucional. La burguesía española se sentiría, por esto, más eficaz y directamente representada por un hombre como Cambó, que a la encarnación y entendimiento de los intereses políticos, une su agnosticismo doctrinario, su ca­rencia de escrúpulos liberales, su desdén de las fórmulas parlamentarias.

El manifiesto del Partido Socialista y de la Unión de Trabajadores es el documento más im­portante y explícito de la serie de declaraciones políticas que han seguido a la caída de Primo de Rivera. El cable, al menos, no nos ha dado noticia de ningún otro de análoga responsabilidad y beligerancia, aunque puede sospecharse fácilmente la existencia de alguna declaración de los comunistas. Los socialistas han planteado, aunque en términos moderados, la cuestión del régimen. Han tomado posición contra Berenguer, reafirmando su posición republicana. Los republicanos y reformistas se comportan con más prudente reserva. Para Melquíades Al­varez, el único ideal posible es, ciertamente, el regreso a un parlamentarismo acompasado y sedentario, en el que su elocuencia tenga por tur­nos fa batuta. Pero falta aún saber si los ele­mentos que más beligerante actitud han mante­nido frente a la dictadura de Primo de Rivera, se conforman finalmente con una política de "borrón y cuenta nueva".

El manifiesto socialista puede ser el prelu­dio de una ofensiva contra el régimen dinástico, lo mismo que puede quedar como una platónica actitud doctrinaria. La palabra, ingrata a Alfon­so XIII, que debe sonar en las elecciones es la que ya en 1923 intimidó hasta el pánico a la Cor­te: "responsabilidades". ¿Exigirán los opositores, de filiación liberal o constitucional, el des­lindamiento y sanción de las responsabilidades

dictatoriales? España está en un intermezzo. Con la caída de Primo de Rivera, no ha concluido sino el primer acto de un drama cuyo desenlace no será por cierto el idilio parlamentario y constitucional con que sueñan los Melquíades Alvarez en reposo.

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Mundial, Lima, 8 de Febrero de 1930, en la sección "Lo que el cable no dice".