OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL

   

 

QUINTA CONFERENCIA1

LA REVOLUCION RUSA 

CONFORME al programa de este cursa de His­toria de la Crisis Mundial, el tema de la conferencia de esta noche es la Revolución Rusa. El programa del curso señala a la conferencia de esta noche el siguiente sumario: La Revolución Rusa. Kerenski. Lenin. La Paz de Brest Litovsk. Rusia y la Entente después de la Revolución. Proceso inicial de creación y consolidación de las instituciones rusas.

Antes de disertar sobre estos tópicos, conside­ro oportuna una advertencia. Las cosas que yo voy a decir sobre la Revolución Rusa son cosas elementales. Mejor dicho, son cosas que a otros públicos les parecerían demasiado elementales, demasiado vulgarizadas, demasiado repetidas, porque esos públicos han sido abundantemente informados sobre la Revolución Rusa, sus hom­bres, sus episodios. La Revolución Rusa ha inte­resado y continúa interesando, en Europa, a la curiosidad unánime de las gentes. La Revolución Rusa ha sido, y continúa siendo, en Europa, un tema de estudio general. Sobre la Revolución Rusa se han publicado innumerables libros. La Revolución. Rusa ha ocupado puesto de primer orden en todos los diarios y en todas las revistas europeas. El estudio de este acontecimiento no ha estado sectariamente reservado a sus partidarios, a sus propagandistas: ha sido abordado por todos los hombres investigadores, por todos los hom­bres de alguna curiosidad intelectual.

Los principales órganos de la burguesía euro­pea, los más grandes rotativos del capitalismo europeo, han enviado corresponsales a Rusia, a fin de informar a su público sobre las institucio­nes rusas y sobre las figuras de la Revolución. Naturalmente, esos grandes diarios han atacado invariablemente a la Revolución Rusa, han hecho uso contra ella de múltiples armas polémicas, pero sus corresponsales, no todos naturalmente, pero sí muchos de ellos, han hablado con algu­na objetividad acerca de los acontecimientos ru­sos. Se han comportado como simples cronistas de la situación de Rusia. Y esto ha sido, eviden­temente, no por razones de benevolencia con la Revolución Rusa, sino porque esos grandes dia­rios informativos, en su concurrencia, en su com­petencia por disputarse a los lectores, por dispu­tarse la clientela, se han visto obligados a satis­facer la curiosidad del público con alguna serie­dad y con alguna circunspección. El público les reclamaba informaciones más o menos serias y más o menos circunspectas sobre Rusia, y..ellos, sin disminuir su aversión a la Revolución Rusa, tenían que darle al público esas informacio­nes más o menos serias y más o menos circuns­pectas.

A Rusia han ido corresponsales de la Prensa Asociada de Nueva York, corresponsales del Co­rriere dalla Sera,2 del Messaggero3 y otros gran des rotativos burgueses de Italia, corresponsales del Berliner Tageblatt.4 el gran diario demócrata de Teodoro Wolf, corresponsales de la prensa londinense. Han ido además, muchos grandes es­critores contemporáneos. Uno de ellos ha sido Wells. Lo cito al azar, lo cito porque la resonan­cia de la visita de Wells a Rusia y del libro qué escribió Wells, de vuelta a Inglaterra, ha sido universal, ha sido extensísima, y porque Wells no es, ni aun entre nosotros, sospechoso de Bol­cheviquismo.

Urgidas por la demanda del público estudioso, las grandes casas editoriales de París, de Londres, de Roma, de Berlín, han editado recopilaciones de las leyes rusas, ensayos sobre tal o cual aspecto de la Revolución Rusa. Estos libros y estos opúsculos, no eran obra de la propaganda bolchevique, eran únicamente un negocio editorial. Los grandes editores, los grandes libreros ganaban muy buenas sumas con esos libros y esos opúsculos. Y por eso los editaban y difundían. Se puede decir que la Revolución Rusa estaba de moda. Así como es de buen tono hablar del relativismo y de la teoría de Einstein, era de buen tono hablar de la Revolución Rusa y de sus jefes.

Esto en lo que toca al público burgués, al público amorfo. En lo que toca al proletariado, la curiosidad acerca de la Revolución Rusa ha sido naturalmente, mucho mayor. En todas las tribunas, en todos los periódicos, en todos los libros del proletariado se ha comentado, se ha estudia- do y se ha discutido la Revolución Rusa. Así en el sector reformista y social-democrático como en el sector anarquista, en la derecha, como en la izquierda y en el centro de las organizaciones proletarias, la Revolución Rusa ha sido incesantemente examinada y observada.

Por estas razones, otros públicos tienen un conocimiento muy vasto de la Revolución Bolchevique, de las instituciones sovietistas, de la Paz de Brest Litovsk, de todas las cosas de que yo voy a ocuparme esta noche, y para esos públicos mi conferencia sería demasiado elemental, demasiado rudimentaria. Pero yo debo tener en consideración la posición de nuestro público, mal informado acerca de este y otros grandes acontecimientos europeos. Responsabilidad que no es suya sino de nuestros intelectuales y de nuestros hombres de estudio que, realmente, no son tales intelectuales ni tales" hombres de estudio sino caricaturas de hombres de estudio, caricaturas de intelectuales. Hablaré, pues, esta noche, como periodista. Narraré, relataré, contaré, escuetamente, elementalmente, sin erudición y sin literatura.

En la conferencia pasada, después de haber examinado rápidamente la intervención de Italia y la intervención de Estados Unidos en la Gran Guerra, llegamos a la caída del zarismo, a los preliminares de la Revolución Rusa. Examinemos ahora los meses del gobierno de Kerensky. Ke­rensky, miembro conspicuo del Partido Socialis­ta-Revolucionario, quien ya os he presentado, tal vez poco amablemente, fue el jefe del gobier­no ruso durante los meses que precedieron a la Revolución de Octubre, esto es a la Revolución Bolchevique. Kerensky presidía el gobierno de coalición de los Socialistas Revolucionarios y los Mencheviques con los Kadetes y los Liberales. Es­te gobierno de coalición representaba a los grupos medios de la opinión rusa. Faltaban en esta coa­lición, de un lado los monarquistas, los reaccio­narios, la extrema derecha y, de otro lado, los Bolcheviques, los Revolucionarios Maximalistas, la extrema izquierda.

La ausencia de la extrema derecha era una cosa lógica, una cosa natural. La extrema derecha era el partido derrocado. Era el partido de la fami­lia real. En cambio, la presencia en la coalición, y, por lo tanto, en el ministerio presidido por Kerensky, de elementos burgueses, de elementos capitalistas, como los Liberales y los Kadetes, convertía la coalición y convertía el gobierno en una aleación, en una amalgama, en un conglomerado heterogéneo, anodino, incoloro.

Se concibe un gobierno de conciliación, un go­bierno de coalición, dentro de una situación de otro, orden. Pero no se concibe un gobierno de conciliación dentro de una situación revolucionaria. Un gobierno revolucionario tiene que ser, por fuerza, un gobierno de facción, un gobierno de partido, debe representar únicamente a los nú­cleos revolucionarios de la opinión pública; no debe comprender a los grupos intermedios, no debe comprender a los núcleos virtualmente, tá­citamente conservadores. El gobierno de Kerens­ky adolecía, pues, de un grave defecto orgánico, de un grave vicio esencial. No encarnaba los idea­les del proletariado ni los ideales de la burgue­sía. Vivía de concesiones, de compromisos, con uno Y otro bando. Un día cedía a la derecha; otro día cedía a la izquierda. Todo esto cabe, repito dentro de una situación evolucionista. Pera no cabe dentro de una situación de guerra civil, de lucha armada, de revolución violenta. Los bol­cheviques atacaron, desde un principio, al gobier­no de coalición, y reclamaron la constitución de un gobierno proletario, de un gobierno obrero, de un gobierno revolucionario en suma. Ahora bien, las agrupaciones proletarias, obreras, eran en Ru­sia cuatro. Cuatro eran los núcleos de opinión revolucionaria.

Los Mencheviques, o sea los minimalistas, en­cabezados por Martov y Chernov, gente de alguna tradición y colaboracionista. Los Socialis­tas revolucionarios, a cuyas filas pertenecían Kerensky, Zaretelli y otros, que se hallaban dividi­dos en dos grupos, uno de derecha, favorable a la coalición con la burguesía, y el de la izquier­da, inclinado a los Bolcheviques. Los Bolchevi­ques o los maximalistas, el partido de Lenin, de Zinoviev y de Trotsky. Y los Anarquistas que, en la tierra de Kropoktin y de Bakunin, eran, naturalmente; numerosos. En las tres primeras agru­paciones, mencheviques, social-revolucionarios y bolcheviques, se fraccionaban los socialistas. Por­que, como es natural, en la época de la lucha con­tra el zarismo todas estas fuerzas proletarias ha­bían combatido juntas. Había habido discrepan­cias de programa; pero comunidad de fuerzas y sobre todo de esfuerzos contra la autocracia ab­soluta de los zares.

¿Cuál era la posición, cuál era la fisonomía, cuál era la fuerza de cada una de estas agrupa­ciones proletarias? Los mencheviques y les socia­listas revolucionarios dominaban en el campo, entre los trabajadores de la tierra. Sus núcleos centrales estaban hechos, más que a base de obre­ros manuales, a base de elementos de la clase me­dia de hombres de profesiones liberales, aboga­dos, médicos, ingenieros, etc. El ala izquierda de los socialistas revolucionarios reunía, en verdad,. a muchos elementos netamente proletarios y ne­tamente clasistas, Que, por esto mismo, se sen­tían atraídos por la táctica y la tendencia bol­cheviques, pero no se decidían a romper con el ala derecha de la agrupación.

Los hombres de la derecha y del centro, como Kerensky, eran los que representaban a los socialistas revolucionarios. Ambos partidos, Mencheviques y Socialistas Revolucionarios, no eran, pues, verdaderos partidos revolucionarios. No representaban al sector más dinámico, más clasista, más homogéneo del socialismo: el proletariado industrial, el proletariado de la ciudad. Los maximalistas eran débiles en el campo; pero eran fuertes en la ciudad.

Sus filas estaban constituidas a bases de elementos netamente proletarios. En el estado mayor maximalista prevalecía el elemento intelectual; pero la masa de los afiliados era obrera.

Los maximalistas actuaban en contacto vivo, intenso, constante, con los trabajadores de las fábricas y de las usinas. Eran del partido del proletariado industrial de Petrogrado y Moscú. Los anarquistas eran también influyentes en el proletariado industrial; pero sus focos centrales eran focos intelectuales. Rusia era, tradicionalmente, el país de la intelectualidad anarquista, nihilista.

En los núcleos anarquistas predominaban intelectuales, estudiantes Por supuesto, los anarquis­tas combatían tanto como los bolcheviques, y en algunos casos de acuerdo con éstos, a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios de Kerensky.

Este era el panorama político del proletariado ruso bajo el gobierno de Kerensky. Conforme a esta síntesis de la situación, la mayoría era de los socialistas revolucionarios y de los menchevi­ques coaligados.

Las masas campesinas y la clase media estaban al lado de ellos. Y las masas campesinas significaban la mayoría en la nación agrícola, en una nación poco industrializada como Rusia. Pero en cambio, los bolcheviques contaban con los elementos más combativos, más organizados, más eficaces, con el proletariado industrial, con los obreros de la ciudad.

Por otra parte, los mencheviques y los socialistas revolucionarios no podían conservar su fuerza, su predominio en las masas campesinas si no satisfacían dos arraigados ideales, dos urgentes exigencias de esas masas: la paz, inmediata y el reparto de tierras.

El gobierno de Kerensky carecía de libertad para una y otra cosa. Carecía de libertad para la paz inmediata porque las potencias aliadas, de las cuales era ahijado y protegido, no le consentían entenderse separadamente con Alemania. Y carecía de libertad para el reparto de las tierras a los campesinos porque su alianza con los kadetes y los liberales, sus compromisos con la bur­guesía, sus miramientos con los propietarios de las tierras lo cohibían, lo coactaban para esta audaz reforma revolucionaria.

Kerensky no hacía, pues, en el gobierno la po­lítica de las masas socialistas que representaba; hacía la política de la burguesía rusa y de las potencias aliadas. Esta política impacientaba a las masas. Las masas querían la paz. Y la paz no venía. Las masas querían el reparto de las tierras. Y el reparto de las tierras tampoco venía.

Pero esta impaciencia de las masas campesinas no habría bastado para traer abajo a Kerensky si hubiera sido, efectivamente, sólo impaciencia de las masas campesinas, en vez de ser, también, impaciencia del ejército. La guerra era impopu­lar en Rusia. He explicado ya cómo el gobierno zarista condujo la guerra con mentalidad de gue­rra relativa, esto es con mentalidad de guerra de ejércitos y no de guerra de naciones; y cómo, por consiguiente, el gobierno zarista no había sa­bido captarse la adhesión del pueblo a su em­presa militar.

El pueblo y el ejército esperaban que de la revolución saliese la paz. La incapacidad de Ke­rensky para llegar a la paz, soliviantaba, pues, en contra de su gobierno al ejército, que no sen­tía, como los otros ejércitos aliados, el mito de la guerra de la Democracia contra la Autocracia, porque la guerra rusa había sido dirigida por la autocracia zarista. El ejército estaba cansado de la guerra, y reclamaba sordamente la paz.

Los bolcheviques orientaron su propaganda en un sentido sagazmente popular. Demandaron la paz inmediata y demandaron el reparto de las tierras. Y le dijeron al proletariado: «Ni una ni otra cosa podrá ser hecha por un gobierno de coalición con la burguesía. Hay que reemplazar este gobierno con un gobierno proletario, con un gobierno obrero, con un gobierno de los partidos de la clase trabajadora. Este gobierno debe ser el gobierno de los Soviets». Y el grito de combate de los bolcheviques fue: «¡Todo el poder político a los Soviets!».

Los Soviets existieron desde la caída del zarismo. La palabra soviet quiere decir, en ruso, consejo. Victoriosa la Revolución, derrocado el zarismo, el proletariado ruso procedió a la organización de consejos de obreros, campesinos y soldados. Los soviets, los consejos de trabajadores de la tierra y de las fábricas, se agruparon en Soviets locales. Y los Soviets locales crearon un organismo nacional: el Congreso Pan-Ruso de los soviets. Los soviets representaban, pues, íntegramente al proletariado. En los soviets había mencheviques, socialistas-revolucionarios, bolcheviques, anarquistas y obreros sin partido.

Kerensky y los socialistas revolucionarios y mencheviques no habían querido que los soviets ejercitaran directa y exclusivamente el poder. Educados en la escuela de la democracia, respetuosos del parlamentarismo, habían querido que ejercitara el poder un ministerio de coalición con los partidos burgueses, con partidos sin base en los soviets. Los órganos del proletariado no eran los órganos de gobierno, Había en Rusia una situación dual. El grito de los bolcheviques: "¡Todo el poder político a los Soviets!", no quería, por tanto, decir: "¡Todo el poder político al Partido Maximalista!"

Quería decir simplemente: «¡Todo el poder político al proletariado organizado!» Los bolcheviques estaban en minoría en los soviets, en los cuales prevalecían los socialistas revolucionarios. Pero su actividad, su dinamismo y su programa les fueron captando cada día, mayores afiliados en los soviets de obreros y de soldados. Y pronto los bolcheviques llegaron a ser mayoría en los Soviets de la capital y de otros centros industriales.

Kerensky, por consiguiente, no era contrario al advenimiento exclusivo de los bolcheviques al gobierno. Era contrario a que el gobierno pasase a manos del proletariado, dentro de cuyos organis­mos contaba aún con la mayoría.

Ketensky y sus hombres procedían así porque tenían miedo de la revolución, porque los aterro­rizaba la idea de que la revolución fuese llevada a sus extremas consecuencias, a su meta final, y porque comprendían que los bolcheviques, en par­te por su v alimenta personal, y en parte por su programa que era el programa de las masas, acabarían por conquistar la mayoría en el seno de las soviets.

Bajo la presión de los acontecimientos políticos y las sugestiones de las potencias aliadas, el go­bierno de Kerensky cometió una aventura fatal; la ofensiva del 18 da junio contra los austro­alemanes, La ofensiva militar era para Kerensky una carta arriesgada y peligrosa. Pero era, al me­nos un diversivo transitorio de la opinión pública.

El gobierno de Kerenskv quiso distraer hacia el frente la atención popular. Los bolcheviques impugnaron vigorosamente la ofensiva. Los bol­cheviques, como ya he dicho, interpretaban los anhelos de paz de la opinión pública. Además, pensaban que la ofensiva militar entrañaba dos graves peligros para la revolución: si la ofensiva triunfaba, cosa improbable dada las condiciones del ejército, uniría a la burguesía y a la pequeña burguesía, las fortalecería políticamente, y aisla­ría al proletariado revolucionario; si la ofensiva fracasaba, cosa casi segura, la ofensiva originaría una completa disolución del ejército, una retira­da ruinosa, la pérdida de nuevos territorios y la desilusión del proletariado.

León Trotsky define así en su libro: De la Re­volución de Octubre a la Paz de Brest Litovsk, la posición de los bolcheviques ante la ofensiva.

La ofensiva, como se había previsto, tuvo la­mentables consecuencias. El ejército ruso sufrió un rudo golpe. El descontento de las masas con­tra Kerensky, el anhelo de la paz inmediata, se acentuaron y se extendieron. Los bolcheviques iniciaron una violenta campaña de agitación del proletariado.

El gobierno de Kerensky reprimió, sin mira­mientos, esta campaña de agitación. Muchos bol­cheviques fueron arrestados, otros tuvieron que huir y esconderse. Y dentro de esta situación, sobrevino la tentativa reaccionaria del general Kornilov. Empujado por la burguesía, que com­plotaba intensamente contra la Revolución, se rebeló contra Kerensky. Pero su intentona reac­cionaria no tuvo eco en los soldados del frente, que deseaban la paz y miraban con hostilidad a los elementos reaccionarios, conocedores de su mentalidad chauvinista y nacionalista.

Y los obreros de Petrogrado insurgieron vigo­rosamente en defensa de la Revolución. La insu­rrección de Kornilov abortó completamente, pero sirvió para aumentar la vigilancia revoluciona­ria de las masas y para robustecer, consecuente­mente, a los bolcheviques. Los bolcheviques re­doblaron el grito: «¡Todo el poder gubernativo a los soviets!».

Los socialistas revolucionarios y los menchevi­ques recurrieron entonces, para calmar, para adormecer a las masas, a una maniobra artificio­sa: reunieron una conferencia democrática, asam­blea mixta de los soviets y de otros organismos autónomos, cuya composición aseguraba la ma­yoría a Kerensky. De la conferencia democrática salió un soviet democrático. Y este soviet de­mocrático, completado con los representantes de los partidos burgueses aliados de Kerensky, se transformó en parlamento preliminar. Este par­lamento preliminar debía preceder a la Asamblea Constituyente. A los bolcheviques los tocaron, en el Parlamento preliminar, cincuenta puestos, pe­ro los bolcheviques abandonaron el Parlamento preliminar. Invitaron a los socialistas-revolucio­narios de izquierda, a aquellos que condividían las opiniones de Kerensky, a abandonarlo también. Pero los socialistas revolucionarios de iz­quierda no se decidieron a romper con Kerens­ky y a unirse a los bolcheviques. La situación se hizo cada vez más agitada. La atmósfera cada vez más inflamable. Veamos cómo se encendió la chispa final.

El soviet de Petrogrado, en defensa de la Re­volución, había constituido un Comité Militar Re­volucionario, destinado a preservar al ejército de tentativas reaccionarias como las de Kornilov. Este Comité Militar Revolucionario, organismo fundamentalmente revolucionario y proletario, vi­vía en pugna con el Estado Mayor de Kerensky. Kerensky conspiraba contra su existencia basán­dose en que no era posible que funcionasen en Petrogrado dos estados mayores.

El gobierno veía en el Comité Revolucionario el futuro foco de la revolución bolchevique. Re­solvió entonces tomar una serie de medidas mi­litares que le asegurasen el control militar de Petrogrado. Ordenó el alejamiento de Petrogra­do de las tropas adictas al soviet y obedientes al Comité Militar Revolucionario, y la llamada del frente de tropas nuevas. Estas disposiciones desencadenaron la revolución bolchevique.

El 22 de octubre, el Estado Mayor de Kerens­ky convidó a los cuerpos de la guarnición a en­viar, cada uno, dos delegados para acordar el alejamiento de las tropas revoltosas. Los cuer­pos de la guarnición respondieron que no obe­decerían sino una resolución del Soviet de Pe­trogrado. Era la declaración explícita de la re­belión.

Algunas tropas, sin embargo, se mostraban aún vacilantes. Los bolcheviques realizaron con efi­caz actividad, una rápida propaganda para cap­tarlas a su causa. El gobierno de Kerensky llamó a tropas del frente, estas tropas se pusieron en comunicación con los bolcheviques quienes les ordenaron detener su avance. Y llegó la jorna­da final.

El 25 de octubre las tropas de Petrogrado ro­dearon el Palacio de Invierno, refugio del gobier­no de Kerensky, y León Trotsky, a nombre del Comité Militar Revolucionario, anunció al So­viet de Petrogrado que el gobierno de Kerensky cesaba de existir y que los poderes políticos pa­saban desde ese momento a manos del Comité Revolucionario Militar, en espera de la decisión del Congreso Pan-Ruso de los Soviets.

El 26 de octubre se reunió el Congreso de los Soviets. Lenin y Zinoviev, perseguidos bajo el gobierno de Kerensky, reaparecieron, acogidos por grandes aplausos. Lenin presento dos propo­siciones: la paz y el reparto de las tierras a los campesinos. Las dos fueron instantáneamente aprobadas.

Los bolcheviques invitaron a los socialistas re­volucionarios de izquierda a colaborar con ellos en la constitución del nuevo gobierno, pero los socialistas revolucionarios, vacilantes e irresolu­tos siempre, se excusaron de aceptar. Entonces el Partido Bolchevique asumió íntegramente la res­ponsabilidad del gobierno. El Congreso de los So­viets encargó el poder a un Soviet de Comisarios del Pueblo.

La revolución bolchevique tuvo días de viva inquietud y constante amenaza. Los empleados y funcionarios públicos la sabotearon. Los alumnos de la Escuela Militar se insurreccionaron. Las tro­pas bolcheviques reprimieron esta insurrección. Kerensky, que había logrado fugar del palacio de gobierno, al frente de los cosacos del Gene­ral Crasnoff amenazó a Petrogrado, pero los bol­cheviques lo derrocaron en Zarskoyeselo. Y Ke­rensky fugó por segunda vez. Los bolcheviques enviaron mensajeros a todas las provincias co­municando la constitución del nuevo gobierno y la dación de los decretos de paz y de reparto de las tierras.

El telégrafo y los servicios de transporte boi­coteaban e incomunicaban. Las tropas del frente permanecieron fieles a ellos porque eran el par­tido de la paz.

Vino un período de negociaciones entre los So­viets y la Entente. Los Soviets propusieron a la Entente la negociación conjunta de la paz. Estas proposiciones no fueron tomadas en cuenta. Los bolcheviques se vieron obligados a dirigirse sepa­radamente a los alemanes. Se iniciaron las ne­gociaciones de Brest Litovsk. Antes y después de ellas hubo conversaciones entre los represen­tantes diplomáticos de las potencias aliadas y Ru­sia. Pero fue imposible un acuerdo: Los aliados creían que los bolcheviques no durarían casi en el gobierno. La paz de Brest Litovsk fue ine­vitable.

Esta es, rápidamente sintetizada, la historia de la Revolución Rusa. Haré al final de este curso de conferencias, la historia de la República de los Soviets. la explicación de la legislación rusa, el estudio de las instituciones rusas, el análisis de la política sovietista. Conforme al programa del curso, que como ya he dicho agrupa los acon­tecimientos con cierta arbitrariedad, pero per­mite su mejor comprensión global, en la próxi­ma conferencia hablaré de la Revolución Ale­mana. Y llegaremos así a otro episodio sustancial, a otro capítulo primario, de la historia de la crisis mundial que es la historia de la descom­posición, y de la decadencia o del ocaso de la or­gullosa civilización capitalista.

 


NOTAS:

1 Pronunciada el viernes 13 de julio de 1923 en el local de la. Federación de Estudiantes (Palacio de la Exposi­ción). La Crónica del miércoles 18 de julio de 1923 pu­blica una breve reseña periodística.

2 Correo de la tarde.

3 Mensajero.

4 Hoja del Día Berlinesa, periódico del Partido De­mócrata alemán, dirigido por Walther Rathenau. Propiciaba un entendimiento con los socialistas mo­derados, sobre la base de impedir el cambio vio­lento de la economía alemana.