OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

  

     

EL LABOUR PARTY

 

 

La historia del movimiento proletario inglés, es sustancialmente la misma de los otros movimientos proletarios europeos. Poco importa que en Inglaterra el movimiento proletario se haya llamado laborista y en otros países se haya lla­mado socialista y sindicalista. La diferencia es de adjetivos, de etiquetas, de vocabulario. La praxis proletaria ha sido más o menos uniforme y pareja en toda Europa. Los obreros europeos han seguido antes de la guerra, un camino idén­ticamente reformista. Los historiadores de la cuestión social coinciden en ver en Marx y Lassa­lle a los dos hombres representativos de la teo­ría socialista. Marx, que descubrió la contradic­ción entre la forma política y la forma econó­mica de la: sociedad capitalista y predijo su ine­luctable y fatal, decadencia, dio al movimiento proletario una meta final: la propiedad colectiva de los instrumentos de producción y de cambio. Lassalle señaló, las metas próximas, las aspira­ciones provisorias de la clase trabajadora. Marx fue el autor del programa máximo. Lassalle fue el autor del programa mínimo. La organización y la asociación de los trabajadores no eran posi­bles si no se les asignaba fines inmediatos y con­tingentes. Su plataforma, por esto, fue más la­ssalliana que marxista. La Primera Internacio­nal se extinguió apenas cumplida su misión de proclamar la doctrina de Marx. La Segunda In­ternacional tuvo en cambio, un ánima reformista y minimalista. A ella le tocó encuadrar y enro­lar a los trabajadores en los rangos del socialismo llevarlos, bajo la bandera socialista, a la conquista de todos los mejoramientos posibles dentro del régimen burgués: reducción del horario de trabajo, aumento de los salarios, pensiones de invalidez, de vejez, de desocupación y de enfermedad. El mundo vivía entonces una era de desenvolvimiento de la economía capitalista. Se hablaba de la Revolución como de una perspectiva mesiánica y distante. La política de los partidos socialistas y de los sindicatos obreros no era, por esto, revolucionaria sino reformista. El proletariado quería obtener de la burguesía todas las concesiones que ésta se sentía más o menos dispuesta a acordarle. Congruentemente, la acción de los trabajadores era principalmente sindical y económica. Su acción política se confundía con la de los radicales burgueses. Carecía de una fisonomía y un color nítidamente clasistas. El proletariado inglés está colocado prácticamente sobre el mismo terreno que los otros proletariados europeos. Los otros proletariados usaban una literatura más revolucionaria. Tributaban frecuentes homenajes a su programa máximo. Pero, al igual que el proletariado inglés, se limitaban a la actuación solícita del programa mínimo. Entre el proletariado inglés y los otros proletariados europeos no había, pues sino una diferencia formal, externa, literaria. Una diferencia de temperamento, de clima y de estilo.

La guerra abrió una situación revolucionaria. Y desde entonces, una nueva corriente ha pugna- do por prevalecer en el proletariado mundial. Y desde entonces, coherentemente con esa nueva corriente, los laboristas ingleses han sentido la necesidad de afirmar su filiación socialista y su meta revolucionaría. Su acción ha dejado de ser exclusivamente económica y ha pasado a ser prevalentemente política. El proletariado británico ha ampliado sus reivindicaciones. Ya no le ha interesado sólo la adquisición de tal o cual ventaja económica. Le ha preocupado la asunción total del poder y la ejecución de una política netamente proletaria. Los espectadores superficiales y empíricos de la política y de la historia se han sorprendido de la mudanza. ¡Cómo! —han exclamado— ¡estos mesurados, estos cautos, es­tos discretos laboristas ingleses resultan hoy so­cialistas! ¡Aspiran también, revolucionariamente, a la abolición de la propiedad privada del suelo, de los ferrocarriles y de las máquinas! Cierto, los laboristas ingleses son también socialistas. Antes no lo parecían; pero lo eran. No lo pare­cían porque se contentaban con la jornada de ocho horas, el alza de los salarios, la protección de las cooperativas, la creación dedos seguros sociales. Exactamente las mismas cosas con que sé contentaban los demás socialistas de Europa. Y porque no empleaban, como éstos, en sus mí­tines y en sus periódicos, una prosa incandescen­te y demagógica:

El lenguaje del Labour Party es hasta hoy evo­lucionista y reformista. Y su táctica es aún demo­crática y electoral. Pero esta posición suya no es excepcional, no es exclusiva. Es la misma posi­ción de la mayoría de los partidos socialistas y de los sindicatos obreros de Europa. La élite, la aristocracia del socialismo proviene de la escue­la de la Segunda Internacional. Su mentalidad y su espíritu se han habituado a una actividad y un oficio reformistas. Sus órganos mentales y es­pirituales no consiguen adaptarse a un trabajo revolucionario. Constituye una generación de funcionarios socialistas y sindicales, desprovistos de aptitudes espirituales para la revolución, con­formados para la colaboración y la reforma, im­pregnados de educación democrática, domestica­dos por la burguesía. Los bolcheviques, por esto, no establecen diferencias entre los laboristas in­gleses y los socialistas alemanes. Saben que en la social-democracia tudesca no existe mayor ím­petu insurreccional que en el Labour Party. Y así Moscú ha subvencionado al órgano del Labour Party The Daily Herald. Y ha autorizado a los comunistas ingleses a sostener electoralmente a los laboristas.

El Labour Party no es estructural y propia­mente un partido. En Inglaterra la actividad política del proletariado no está desconectada ni funciona separada de su actividad económica. Ambos movimientos, el político y el económico, se identifican y se consustancian. Son aspectos solidarios de un mismo organismo. El Labour Party resulta, por esto, una federación de partidos obrero: los laboristas, los independientes, los fabianos, antiguo núcleo de intelectuales, al cual pertenece el célebre dramaturgo Bernard Shaw. Todos estos grupos se fusionan en la masa laborista. Con ellos colabora, en la batalla, el partido comunista, formado por los grupos explícitamente socialistas del proletariado inglés.

Se piensa sistemáticamente que Inglaterra es refractaria a las revoluciones violentas. Y se agrega que la revolución social se cumplirá en Inglaterra sin convulsión y sin estruendo. Algunos teóricos socialistas pronostican que en Inglaterra se llegará al colectivismo a través de la democracia. El propio Marx dijo una vez que en Inglaterra el proletariado podría realizar pacíficamente su programa. Anatole France, en su libro Sobre la piedra inmaculada, nos ofrece una curiosa utopía de la sociedad del siglo XXII la humanidad es ya comunista; no queda sino una que otra república burguesa en el Africa; en Inglaterra la revolución se ha operado sin sangre ni desgarramientos; mas, Inglaterra socialista conserva sin embargo la monarquía.

Inglaterra, realmente, es el país tradicional de la política del compromiso. Es el país tradicional de la reforma y de la evolución. La filosofía evolucionista de Spencer y la teoría de Darwin sobre el origen de las especies son dos productos típicos y genuinos de la inteligencia, del clima y del ambiente británicos.

En esta hora de tramonto de la democracia y del parlamento, Inglaterra es todavía la plaza fuerte del sufragio universal. Las muchedumbres que en otras naciones europeas, se entrenan para el putsch y la insurrección, en Inglaterra se aprestan para las elecciones como en los más beatos y normales tiempos prebélicos. La beligerancia de los partidos es aún una beligerancia ideológica, oratoria, electoral. Los tres grandes partidos británicos —conservador, liberal y laborista— usan como instrumentos de lucha la prensa, el mitin, el discurso. Ninguna de esas facciones propugna su propia dictadura. El gobierno no se estremece ni se espeluzna de que centenares de miles de obreros desocupados desfilan por las calles de Londres tremolando sus banderas rojas, cantando sus himnos revolucionarios y ululando contra la burguesía. No hay en Inglaterra hasta ahora ningún Mussolini en cultivo, ningún Primo de Rivera en incubación.

Malgrado esto, la reacción tiene en Inglaterra uno de su escenarios centrales. El propósito de los conservadores de establecer tarifas proteccionistas es un propósito esencial y característica- mente reaccionario. Representa un ataque de la reacción al liberalismo y al librecambismo de la Inglaterra burguesa. Ocurre sólo que la reacción ostenta en Inglaterra una fisonomía británica, una traza británica. Eso es todo. No habla el mismo idioma ni usa el mismo énfasis tundente que en otros países. La reacción, como la revolución, se presenta en tierra inglesa con muy sagaces ademanes y muy buenas palabras. Es que en Inglaterra, ciudadela máxima de la civilización capitalista, la mentalidad evolucionista-democrática de esta civilización está más arraigada que en ninguna otra parte.

Pero esa mentalidad está en crisis en el mundo. Los conservadores y los liberales ingleses no tienden a una dictadura de clase porque el riesgo de que los laboristas asuman íntegramente el poder aparece aún lejano. Mas el día en que los laboristas conquisten la mayoría, los conservadores y los liberales, se coaligarían y se soldarían instantáneamente. La unión sagrada de la época bélica renacería. Dicen los liberales que Inglaterra debe rechazar la reacción conservadora y la revolución socialista y permanecer fiel al liberalismo, a la evolución, a la democracia. Pero este lenguaje es eventual y contingente. Mañana que la amenaza laborista crezca, todas las fuerzas de la burguesía se fundirán en un solo haz, en un solo bloque, y acaso también en un solo hombre.