OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

MARIATEGUI Y SU TIEMPO

     

     

MARIATEGUI, GUIA O AMAUTA DE UNA GENERACION1

 

Hasta la fundación de "Amauta", la gran revis­ta peruana de José Carlos Mariátegui, nuestro idioma carecía de un verdadero teórico revolu­cionario capaz de vivir su pensamiento a la ma­nera heroica de Marx y Engels.

Cierto que al promediar el siglo pasado se dio en el mismo Perú el caso de Flora Tristán, en Cuba el de Pablo Lafargue, y en Venezuela el de Daniel De León; pero ninguno de los nombrados (y hoy renombrados) pudo expresarse por razones obvias en español.

Sólo a principios de la presente centuria el argentino Juan B. Justo, antes de escribir su Teoría y práctica de la Historia, tradujo al castellano el primer tomo del Capital, no obstante disentir profundamente del marxismo.

Discípulo de Bernstein, el doctor Justo determinó la corriente moderada del Partido Socialista que fundaron con él en Buenos Aires algunos emigrantes alemanes bajo la indirecta inspiración de Federico Engels, en 1895. Dicha corriente, un poco estática después de todo, apenas brinda en ambas orillas del Plata una serie de oradores muy notables que no alcanzan a superar el romántico "Dogma socialista" de Es­teban Echeverría.

En los demás países de América ni siquiera eso. José Carlos Mariátegui viene a ser, pues, el primero y tal vez el único líder revolucionario, en pensamiento y acción, después de Recabarren, el pionero.

La entrega inicial de "Amauta" revela esta conciencia de su director cuando afirma en las palabras liminares: "Habrá que ser muy poco perspicaz para no darse cuenta que al Perú le nace en este momento una revista histórica". Sus adversarios ideológicos más conspicuos no dejaron de advertirlo antes que sus propios ca­maradas. Porque "Amauta" era el mismo Mariátegui. Quien tocaba la revista podía decir parafraseando a Walt Whitman que tocaba a un hombre. A todo un hombre.

Hay revistas que valen por la calidad de sus colaboradores extranjeros o la inteligente disposición de sus materiales, y revistas cuyo más alto mérito está en el trabajo asiduo de su director. Indudablemente "Amauta" era de las últimas, porque se caracterizaba sobre todo por el aporte personalísimo de su desvelado vigía. El amauta Mariátegui, dijo alguien desde un principio, con-fundiendo al órgano con su organizador. Y así el nombre incaico, vino a ser también un títu­lo para quien lo había redescubierto.

En "Amauta" aparecieron mes a mes, durante varios años, las mejores páginas de José Carlos Mariátegui. Gran parte de sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana; toda su Defensa del marxismo; y numerosos artículos sobre arte y literatura, además de algunas notas anónimas o de redacción, sumamente valiosas.

Vale la pena recordar en primer término una que se nos ha quedado en la memoria por la intervención que nos cupo desde Buenos Aires para hacerla posible: un simple telegrama al presidente Leguía en nombre de Lugones, Quiroga, Payró, Gerchunoff y otros amigos y cola­boradores de "Babel", pues la revista de Mariátegui había sufrido serio tropiezo con la policía de Lima. Una vez en libertad, su director ex­plicaba a sus lectores lo sucedido. Algo enteramente común ya entonces y que ha dado lugar a millares de palabras efímeras después. Pero Mariátegui, que ponía su talento en cuanto escribía, entregaba de paso esta sentencia que importa recoger:

"La oposición de idiomas, de razas, de espí­ritus, no tiene ningún sentido decisivo. Es ridículo hablar todavía del contraste entre una América sajona materialista y una América latina idealista, entre una Roma rubia y una Grecia pálida. Todos éstos son tópicos irremisiblemente desacreditados. El mito de Rodó no obra ya no ha obrado nunca útil y fecundamente sobre las almas. Descartemos inexorablemente todas estas caricaturas y simulaciones de ideologías y hagamos las cuentas seria y francamente con la realidad".

Hacer las cuentas seria y francamente con la realidad, en vez de ocultar sus resultados tras los abalorios de la retórica, he ahí lo que intentó Mariátegui a lo largo de su breve obra. Desde La escena contemporánea hasta su Invitación a la vida heroica, pasando por las páginas de "Amauta" que habían de constituir su Defensa del marxismo y El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy.

La literatura no era para José Carlos Mariá­tegui una categoría independiente de la historia y de la política, sino una representación perdurable de éstas, que, al fin y al cabo, determinan la praxis y el sentido social de la vida humana. Por eso no tuvo empacho en llenar parte de "Amauta" con toda clase de experiencias artísticas y literarias. En verdad, Mariátegui fue escritor ante todo y a él pueden aplicarse su propias palabras sobre González Prada: "El hecho de que la trascendencia política de su obra sea mayor que su trascendencia literaria, no desmiente ni contraría el hecho anterior, pri­mario, de que esa obra en sí más que política es literaria".

Claro que se equivocan de medio a medio quienes fundándose en concomitancias de tal índole prefiguran en Mariátegui a un heraldo del Frente Popular. Su vasta correspondencia no permite sostenerlo de buena fe. Una carta que hicimos pública en la hora de su muerte no deja lugar a dudas. Dice: "Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse aún combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose. Con el sector político con el que no me entenderé nunca es el otro: el del refor­mismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la democracia farisea".

Imposible, pues, invocar hoy a un Mariátegui ad hoc para que sirva de modelo a jóvenes amaestrados en la ortodoxia imperante. Como el norteamericano Randolph Bourne, el director de "Amauta" murió cuando más falta hacía el ejemplo cotidiano de su vida y de su obra.

José Carlos Mariátegui era un hombre y un escritor sin dobleces. De humilde "alcanzarrejones" en la imprenta de un diario de Lima, llegó a convertirse en su redactor principal. Pero poeta decadente y estrafalario por obra del medio y de la época, no está seguro de haberse superado de acuerdo a otro cartabón menos provinciano. La vida bohemia no lo hace feliz. Se cree inútil a pesar del talento que todos le reconocen. La Revolución Rusa lo arranca al fin de su sopor, como a muchos otros pequeños poetas en el mundo, haciendo de él a la distancia un líder de su país primero y de su continente después.

Sobre sus mejores años de preparación y vagabundaje en Europa —Italia, Francia, Alemania— tenemos el testimonio de sus propias cró­nicas reunidas a su regreso en La escena contemporánea. De su febril actividad durante el último lustro de su existencia nos quedan sus formidables Siete ensayos; su Defensa del marxismo; El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy; además de dos o tres libros dispersos: Ideología y política en el Perú; El artista y la época; Invitación a la vida heroica, que se proponía publicar en Madrid, Buenos Aires y Santiago de Chile, respectivamente.

"Muchos proyectos de libro —escribió un día— visitan mi vigilia; pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso manda­to vital me ordene". Y así fue. Porque, tanto como escribir le interesaba a. Mariátegui poner su pensamiento en acción. No obstante la enfermedad que lo tenía enclavado en su sillón de ruedas y el rigor de un régimen policiaco que no le ahorraba molestias, el director de "Amauta" vivía entregado por entero a la lucha política. Rodeado de intelectuales y obreros demostró ser un organizador maravilloso a causa de su gran autoridad moral precisamente.

El día de su entierro, el mismo gobierno que lo había hostilizado y que apenas pudo sobrevivirle algunos meses, tuvo ocasión de ver el profundo cariño que Mariátegui se había ganado en el corazón del pueblo peruano.

Cinco años después visitamos su tumba en el cementerio general de Lima. Era un nicho co­mún demasiado bajo para ser de águila, flan­queado —todo un símbolo— por el de un fraile y un torero... Sin consultar ningún mapa o archivo el cuidador de los sepulcros nos allegó hasta él. ¡Tan fresco tenía en la memoria su recuerdo!

Marx inaugura, según Mariátegui, en el cam­po socialista, ese tipo de hombre de acción y pensamiento cuya simbiosis formula Bergson más tarde al decir: "Hay que actuar como hom­bre de pensamiento y pensar como hombre de acción". Mariátegui se refiere particularmente a los líderes de la Revolución Rusa: Lenin, Trotsky, Bujarin, Lunacharsky, para detenerse en la obra de los dos primeros, sin nombrar siquiera al icono del Kremlin. Verdaderamente magistral es su elogio de Rosa Luxemburgo:

"Vendrá un tiempo en que, a despecho de los engreídos catedráticos que acaparan hoy la representación oficial de la cultura, la asombrosa mujer que escribió desde la prisión... despertará la misma devoción y encontrará el mismo reconocimiento que una Teresa de Avila. Espíritu más filosófico y moderno que toda la caterva pedante que la ignora —activo y contemplativo al mismo tiempo— puso en el poema trágico de su existencia, el heroísmo, la belleza, la agonía y el gozo que no enseña ninguna escuela de sabiduría".

Pensando tal vez en Rosa Luxemburgo, Ma­riátegui nos confiaba en otra carta escrita en vísperas de su proyectado viaje a Buenos Aires, que su libro en defensa del marxismo estaba "exento de todo pedantismo doctrinal y de toda preocupación de ortodoxia".

Ya en uno de los primeros números de "Amauta" había ofrecido buena prueba de su extraordinaria libertad de espíritu, traduciendo un artículo de León Trotsky acerca del "compasivo" Lenin de Máximo Gorki, artículo que no figura en la recopilación española de Trotsky sobre su compañero y amigo de Octubre.

El impetuoso discípulo de Marx era, como su maestro, un hombre íntegro, que no admitía la dualidad socorrida entre cuerpo y espíritu, teoría y práctica, socialismo y libertad. Con tales antecedentes no es admisible que Mariátegui aceptara "el gran viraje" de 1935, la táctica del caballo de Troya, los repetidos procesos de Moscú y ese hipócrita lenguaje patriotero que deja chico al burgués.

Lo más seguro es que nuestro amauta no terminaría en seguidor incondicional de las consignas partidarias. Difícil resulta imaginarlo en el papel de hacer migas con la "democracia farisea", "el reformismo mediocre" o "el socialis­mo domesticado". Y menos aún tras el extermi­nio de los verdaderos revolucionarios en aquel trágico período de la política mundial.

Pero ¿a qué las conjeturas sobre los que Ma­riátegui no habría podido ser, si nos basta con lo que fue de modo tan excepcional? Un hombre lúcido, un guía consciente, un escritor de veras admirable, al punto de imponer respeto a sus propios adversarios. Después de la muerte de Mariátegui no ha surgido aún otro líder de su estatura en América. Pero el hecho de que haya podido darse una vez tal planta humana entre nosotros y en estos tiempos, nos obliga a man­tener la esperanza y a repetir con el héroe de Turguéniev: "¡Oh, fuerza vegetal de la tierra, ellos vendrán!". 

 


NOTAS:

1 Este trabajo, escrito a principios de 1940, para un ho­menaje a Mariátegui que proyecté con Ciro Alegría y que no pudo realizarse por razones ajenas a nuestra vo­luntad, fue leído en el Salón de Honor de la Universi­dad de Chile, el 17 de abril de 1950, al cumplirse el vi­gésimo aniversario de la muerte del gran líder peruano. Hablaron también en este acto, organizado por la revis­ta "Babel", Carlos Vicuña, Ernesto Montenegro y Ma­nuel Rojas. Fueron recitados a tres voces los versos de la "Elegía en la muerte de un héroe" de Ezequiel Mar­tínez Estrada, escritos en 1930.*

* Este ensayo, inicialmente publicado en la Revista B.A.B.E.L (Buenos Aires, 1950), fue posteriormente reu­nido en el libro Conciencia Histórica, páginas 34 a 42, Colección del Trajamar, Ediciones Babel, Santiago de Chile, 1952 (Nota de los Editores).