OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

MARIATEGUI Y SU TIEMPO

   

     

MARIATEGUI1

 

Banderas e himnos proletarios se abatieron en las calles de Lima, plena todavía de supervivencias coloniales, sobre el féretro de José Car­los Mariátegui. Y sobre su memoria se abatió, también, irreticente, emocionado, el homenaje de todos los hombres que en el Perú tienen el hábito de pensar y el don de la sinceridad.

Era, en suma, un homenaje nacional que el país tributaba al más representativo, al más austero y al más trascendente de sus hombres.

Y esa consagración, un poco tardía, venía a coronar, como en la vida de todos los apóstoles, una existencia de la que nunca estuvieron alejados el dolor, la incomprensión y la pobreza, triple carga que suele fatigar los hombros de aquellos que marchan a la conquista de las altu­ras espirituales. Mariátegui las alcanzó, en su breve vivir, con los valores de su acción políti­ca y social, de sus virtudes privadas, de su tarea literaria y periodística, tan vasta para su juventud.

Mariátegui era amplio, acogedor, generoso. Sabía hacerse perdonar su talento en gracia de su modestia. Era integralmente doctrinario en sus ideas, pero ello no le impedía oír e indagar. Sabía que para convencer, para llegar al alma de los hombres no corrompidos es preciso de­cir palabras sencillas y claras, tomar actitudes sencillas, envolver el espíritu en un manto de transparente serenidad. Esas no son, quizás, las aptitudes que conviene desplegar en el ejercicio del mando, pero sí son las más adecuadas pa­ra la labor apostólica. A la conquista espiritual sólo se puede llegar intuyendo la escondida ver-dad de los otros y confrontándola con la nues­tra en un plano de generosidad.

La misión de Mariátegui, conformada con esta aptitud, fue peruana en su aspecto apostóli­co, pero su trascendencia intelectual, la impor­tancia de su mensaje, le dieron relieve de ame­ricanismo. Mariátegui no fue sólo un hombre del Perú. Ha sido, esencialmente, un ciudada­no de nuestra América.

Voy a estudiar su vida y su obra de mane­ra, quizá, un poco incompleta.

Nacido en Lima, muerto allí a la edad de treinta y cuatro años, una prestancia de juven­tud llena su vivir. Estudió, viajó en hora opor­tuna, regresó a su país con rico bagaje de ex­periencias, confesando que en sus andanzas ha­bía encontrado su camino de Damasco. Entre­góse de lleno al servicio del socialismo peruano, que reconoce en él a su primer soldado, y al servicio de los obreros, de los intelectuales, de la juventud. Para ellos fue su mensaje y en amor de ellos llevó la amargura del incurable mal que lo abatiera. Pocas fechas, una gran ilu­sión, un enorme esfuerzo intelectual y político realizado en medio adverso y hostil, la inquie­tud de días difíciles, la fundación de "Amauta" y de "Labor", el drama de- las dificultades eco­nómicas de la noble empresa periodística en que concentró su acción intelectual, una mujer y cua­tro hijos, un programa de considerable trascen­dencia que quedó en gestación, una labor valio­sísima, truncada en hora harto prematura, tales son los principales datos de su ficha personal2.

A ellos conviene agregar un comentario acer­ca de la posición social que ocupó en su país, porque su conocimiento destaca más aun la im­portancia de su rol político. Mariátegui nació en el sector aristocrático de la antigua oligar­quía peruana. Ello le permitió abarcar mejor el cuadro social de la burguesía y darse así, con mayor nobleza, al ideal socialista. Es curioso anotar que buena parte de los grandes líderes socialistas de la nueva época han salido de las clases altas de la burguesía, lo cual, ciertamente, valora aún más el mérito de los que salieron del seno del proletariado. Así, por ejemplo, la familia de Lenin perteneció a la pequeña noble­za rusa; la de Tchicherin, a la más vieja noble­za imperial; la de Trostky, a la plutocracia de la industria; la de Lunacharsky, fundador de la educación soviética, a la élite intelectual de la clase media. Estos datos, a la vez que corrobo­ran el valor económico de la cultura, deben con­ducirnos a considerar la lucha de clases desde la altura espiritual e ideológica en que la situó Marx.

Mariátegui se inició muy joven en el perio­dismo, destacándose por su certero espíritu crí­tico, por su estilo elegante y por la gracia, exen­ta de veneno, que ponía en sus trabajos. Co­laboró en "La Prensa" de Lima, fundó más tar­de, con. César Falcón, un diario de batalla, —"La Razón"— y en seguida realizó largo viaje por Europa. Fue en los días de la postguerra que vieron afianzarse la Rusia de Lenin y estallar la reacción de Mussolini, no privada de grandeza en su espíritu experimentador de 1925. Mariáte­gui se nutrió de realidades, desprendiéndose de los últimos vestigios del estetismo d'annunziano que importara Valdelomar, en sus tiempos de adolescencia, ya bastante sacudido con las campañas de "Nuestra Epoca", periódico cuyo objetivo fue "denunciar, sin reservas y sin com­promisos con ningún grupo y ningún caudillo, las responsabilidades de la vieja política"3. De este viaje data, seguramente, su decisión de con­sagrarse a la causa socialista, por la cual se sintiera atraído desde niño. Salió de su país con afán de vivir, de conocer, y regresó convertido en socialista. Ni antes ni después estuvieron ausentes de su espíritu el optimismo, la fe que allana y supera los obstáculos. Es interesante oír como el propio Mariátegui explica el proce­so de su evolución literaria y política: "Nacimos bajo idéntico signo, —escribe a propósito de Alcides Spelucin—4. Nos nutrimos en nues­tra adolescencia literaria de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, estetismo, individua­lismo, excepticismo. Coincidimos más tarde en el doloroso y angustiado trabajo de superar es­tas .cosas y evadirnos de su mórbido ámbito. Partimos al extranjero en busca no del secre­to de los otros, sino en busca del secreto de nosotros mismos. Yo cuento mi viaje en un li­bro de política; Spelucin cuenta el suyo en un libro de poesía. Pero en esto no hay sino dife­rencia de aptitud o, si se quiere, de temperamento; no hay diferencia de peripecia ni de es­píritu. Los dos nos embarcamos en "la barca de oro en pos de una isla buena". Los dos en la procelosa aventura hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a la Humanidad. Alcides y yo, puestos a elegir entre el pasado y el porve­nir, hemos votado por el porvenir. Supérstites dispersos de una escaramuza literaria, nos senti­mos hoy combatientes de una batalla histórica".

De regreso a Lima comienza a publicar en la revista "Variedades" una galería de "Figuras y aspectos de la vida mundial", en que analiza con sonriente ironía los hombres y los proble­mas de la época. El éxito de sus trabajos, en que un estilo elegante sirve de marco a su plu­ma incisiva, precisa, analítica e interpretadora, lo movió a reunirlos en un volumen que, bajo el título de La Escena Contemporánea, vio la luz pública en 1925.

Durante esta época Mariátegui comparte sus trabajos periodísticos, de cuyo producto vive en ejemplar pobreza, con las especulaciones socio-lógicas y literarias.

Seguramente el periodista perjudicó al litera­to. Pero ello no le impidió trazar páginas eter­nas. Allí, entre muchas, están su retrato de Lloyd George o su "Esquema de una explica­ción de Chaplin", publicada en "Amauta". Su pluma traduce, en estudios breves, toda la sus­tancia de su pensamiento. El filósofo desarru­ga el ceño, el interpretador entreabre las com­puertas de su cauce espiritual, el sociólogo da su corroboración oportuna y el artista pone la sal de su ingenio ático.

Es menester observar como, aun en el terre­no periodístico que ocupa el centro de su actua­ción literaria, el ensayo es el género preferido por Mariátegui. Y es que en el ensayo manifies­ta toda su fuerza interior. Los grandes y los pequeños aciertos de Mariátegui buscan el ensa­yo como su forma más precisa, y encuentran en él, ambiente propicio a la divulgación. Son su mejor tribuna y desde ella se hace más sig­nificativo, cuanto más al alcance de todas las mentalidades estudiosas, su papel de interpreta­dor de realidades.

En 1926 un grande acontecimiento se produ­ce en la literatura socialista de América, con la fundación de "Amauta". De ella quiso hacer Mariátegui el órgano oficial del socialismo pe-ruano y en él se agruparon, en efecto, todos los adherentes intelectuales, los simpatizantes y los partidarios. Numerosas plumas inician la tarea de divulgación y de organización, en la cual, ausente esa destacada figura que es Haya de la Torre, Mariátegui ocupa el primer lugar. Le habría correspondido de todos modos. "Amau­ta" despierta simpatías clamorosas, ataques en­conados, suspicacias oficiales5, pero la mano que empuña el timón es fuerte a la vez que de­licada y sabe sortear los peligros y esquivar los obstáculos. Mariátegui muestra allí tacto de di­plomático y condiciones de jefe.

No es hora todavía de estudiar el papel que desempeñó "Amauta", desde su comienzo, en el desenvolvimiento socialista del Perú, pero ha si-do, sin duda, especialmente fecundo y puede afirmarse que en el noble hogar fundado por Mariátegui se ha generado la raíz de muchas actuaciones que se proyectaran sobre el futuro.

En "Amauta", secundado por Ricardo Martínez de la Torre, José María Eguren, Antenor Orrego, del Mar, Díez Canseco, Valcárcel, Ca­men Saco, Magda Portal y otros muchos literatos destacados de la nueva generación, entre los que no son pocos los que sólo tienen calidad de simpatizantes, trabajó Mariátegui en la difusión de sus ideas, tarea que alcanzó proyección más popular en el periódico "Labor", fundado también por él. Su propia labor era con­siderable. En su mensuario sociológico se publicaron muchas de las páginas que recogiera, en 1928, en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, que es su obra máxima. Las columnas hospitalarias de "Amauta" congregaron lo más sustantivo de su tierra, en materia de hombres y de ideas, y la llama de su espíritu se prodigó, con menosprecio de su salud quebrantada, dándose, por entero, en una entrega que constituye una hermosa lección ética.

Mariátegui se sobrepuso al dolor físico, y és­te, antes de restarle fuerzas, más bien se las proporcionó, pero el espíritu hubo de crecer a expensas de la materia, que acabó por sucum­bir. Hasta la última hora el hombre, el pensador, el artista permanecieron en la brechas6. No había un momento que perder. Mariátegui com­prendió, tal vez, que si no tendría tiempo de expresar todo su mensaje, al menos le alcanzarían las fuerzas para preparar una generación de activistas. Más tarde podremos valorar esta parte de su tarea.

Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, es el más sustantivo libro que de la vecina literatura conozco. Merece que detenga­mos la mirada sobre él más largamente. En sus páginas nutridas de savia vital, ricas en atisbos interesantes, en trouvailles magníficas, aplica Mariátegui los principios del materialismo his­tórico para intentar una reevaluación completa del Perú. Si no puede afirmarse que lo ha lo-grado totalmente, cabe sí decir que nadie ha rea­lizado una labor de interpretación más sólida, más sincera, más científica. Ella comprende un esquema de la evolución económica, cinco estu­dios admirables sobre el problema del indio, el problema de la tierra, el proceso de la instruc­ción pública, el factor religioso y el debate so­bre regionalismo y centralismo. Un estudio no­tabilísimo sobre la literatura de su tierra, en que el crítico se manifiesta en toda su valía, clausu­ra el volumen.

El problema del indio, que afecta en forma honda a Sud América, es, sin duda, el más im­portante de cuantas trata. ¿Cómo y desde qué ángulo lo enfoca nuestro autor? Escuchémoslo:

"La cuestión indígena, —dice—, arranca de nuestra economía, tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o po­licía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adje­tivo, mientras subsista la feudalidad de los "ga­monales"7.

"La fe en el resurgimiento indígena —expre­sa Mariátegui en el prólogo de "Tempestad en los Andes", de Valcárcel—, no proviene de un proceso de "occidentalización" material de la tie­rra quechua. No es la civilización, no es el alfa­beto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialis­ta. La esperanza indígena es absolutamente re­volucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: indúes, chinos, etc.".

"El socialismo, —dice en su libro maestro—, nos ha enseñado a plantear el problema indíge­na en nuevos términos. Hemos dejado de con­siderarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y enton­ces lo hemos sentido por primera vez, esclareci­do y demarcado".

Mariátegui estudia con grande amor el Inka­rio. Vuelve sus ojos al pasado de la civilización del Tawantinsuyu y constata afinidades y su-pervivencias comunistas en instituciones que aun se mantienen en pueblucos perdidos del antiguo Imperio, hasta los cuales no ha llegado sino de manera imperfecta la tiranía del gamo­nal. Tiene profunda fe en ciertos valores elementales del indio. Escribe: "El indio sigue viviendo su antigua vida rural. Guarda hasta hoy su traje, sus costumbres, sus industrias típi­cas. Bajo el más duro feudalismo, los rasgos de la agrupación social indígena no han llegado a extinguirse. La sociedad indígena puede mos­trarse más o menos primitiva o retardada; pero es un tipo orgánico de sociedad y de cultu­ra. Y ya la experiencia de los pueblos de Orien­te, el Japón, Turquía, la misma China, nos han probado cómo una sociedad autóctona, aun des­pués de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos y en muy poco tiempo, la vía de la civilización moderna y traducir, a su pro­pia lengua, las lecciones de los pueblos de Occidente".

Esa fe en el indio, —inspiradora, en el terre­no literario, de una escuela con fuerte arraigo hoy: el Indigenismo—, hace situar la solución del máximo problema nacional de su país en la redención de la raza indígena. "La redención, —expresa—, la salvación del indio, he ahí el pro-grama y la meta de la redención peruana. Los hombres nuevos quieren que el Perú repose so­bre sus naturales cimientos biológicos. Sienten el deber de crear un orden más peruano, más autóctono. Y los enemigos históricos y lógicos de este programa son los herederos de la con­quista, los descendientes de la colonia. Vale de­cir los gamonales. A este respecto no hay equí­voco posible".

Y añade: "El Perú tiene que optar por el ga­monal o por el indio. Este es su dilema. No existe un tercer camino. Planteado este dilema, todas las cuestiones de arquitectura del régimen pasan a segundo término. Lo que les importa primordialmente a los hombres nuevos es que el Perú se pronuncie contra el gamonal, por el indio".

En otros términos, y ampliando el concepto anterior, Mariátegui estima que hay una duali­dad por resolver, "una dramática dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasión y conquista del Perú autóctono por una raza extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza indígena ni eliminarla ni absor­berla".

En último término8, el problema debe plan­tearse como la necesidad nacional y supranacio­nal, para el Perú, de rehabilitar su raza abori­gen y de iniciar su cultura, resolviendo, previamente, la cuestión económica, que es de vital importancia. Ello traerá por tierra el gamonalis­mo y hará posible el advenimiento socialista a base de la restauración del Perú indígena, adap­tado a las condiciones económicas, culturales y políticas de la era leniniana.

El punto de vista de Mariátegui es válido para casi todos los países de Sud América, con excepción de Chile, Argentina y Uruguay, en que la raza blanca domina casi exclusivamente. El problema indígena es uno de los más graves que tendrá que afrontar nuestra América, y su plan­teamiento abre hoy, para ella, un debate que en el terreno social reviste tanta importancia como la que en el político detenta la batalla que las fuerzas socialistas están librando contra el pasado. Batalla en que se baten, de una parte todos los partidos que el siglo último sos­tuvieron el mediocre duelo entre conservantismo y liberalismo y que hoy aparecen económi­camente indiferenciados, y, por otra, las fuerzas proletarias en cuya conciencia colectiva co­mienza ya a adquirir cuerpo la necesidad de su ascensión cultural y económica.

Discutía yo el problema, no ha mucho, con uno de los más brillantes líderes de nuestro socialismo. "Nada hay que esperar de las ma­sas indígenas, me decía. En toda América cons­tituirán una enorme fuerza retardataria. Falta allí el valor hombre, el valor inteligencia y, en consecuencia, la posibilidad del valor político. De su seno no saldrá una personalidad, una idea grande, una fuerza impulsora".

Ciertamente hay distancia de este pesimismo que quiere basarse en razones científicas y eco­nómicas al optimismo excesivo de los líderes, intelectuales y líricos en su mayoría, que desde las sierras del Perú a las montañas de México cantan las excelencias de las razas autóctonas.

Creo que de la mayor parte de las razas indí­genas de América no cabe esperar sino muy po­co. Casi todas ellas son notoriamente inferiores, en calidad humana, en posibilidad humana, a la raza blanca y a la raza negra. En lo que to­ca a las razas quechua y azteca no puede decirse otro tanto, porque constituyeron civilizaciones diferencias. Si es cierto que hasta hoy el indio peruano no ha dado ninguna muestra brillante que lo vincule a su propio pasado, lo que hace suponer un marasmo intelectual, índice de un colectivo retroceso, no es menos cierto que las condiciones económicas en que la Colonia, pri­mero, y la República, después, lo han manteni­do desde los tiempos de la Conquista, —traicio­nando el espíritu de los caudillos de la Indepen­dencia, expresado con tanta nobleza por Bolí­var y O'Higgins—, hace casi imposible su pro­greso, porque el factor cultural está necesariamente subordinado al económico9. Hay, pues, ra­zones para creer, en lo que respecta al Perú y a México, —en proceso actual de desenvolvi­miento este último—, que la tesis de Mariátegui, cuando exige la rehabilitación cultural, económi­ca y social del indio, es justa.

No hay, tampoco, duda de que el desenvol­vimiento socialista y su aporte a la civilización y a la sociedad socialista, se verán dificultados, entrabados y disminuidos por el factor indígena. Pero no caben alternativas. No podemos desco­nocer la realidad indígena. Por lo demás, si la tarea ha de ser más dura, menos brillante y ha de importar fuerte suma de sacrificio, ello en­contrará compensación en la conciencia de que ese aporte nuestro y de nuestras razas indíge­nas ha de cumplir más generosamente la esen­cia del ideal socialista, que busca la liberación, y, por ende, la valoración de las masas obreras y campesinas como fundamento de una nueva sociedad y de una nueva moral.

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Junto al problema del indio debe considerarse el del mestizo.

Veamos cómo define nuestro autor al mesti­zaje de su país: "El cruzamiento del invasor no había producido en el Perú un tipo más o menos homogéneo. A la sangre ibera y quechua se había mezclado un copioso torrente de sangre africana. Más tarde la importación del coolí de­bía añadir a esta mezcla un poco de sangre asiática. Por ende, no había un tipo sino diver­sos tipos de criollos, de mestizos. La fusión de tan disímiles elementos étnicos se cumplía, por otra parte, en un tibio y sedante pedazo de tie­rra baja, donde una naturaleza indecisa y ne­gligente no podía imprimir en el blando produc­to de esta experiencia sociológica un fuerte se­llo individual".

Mariátegui desdeñó al mestizo peruano. Vas­concelos, a la inversa, cifra en el porvenir del mestizo de México una esperanza mesiánica. Cree que en el futuro de América el mestizaje actuará, racial y socialmente, en forma prepon­derante.

Mariátegui y Vasconcelos exageran sus pun­tos de vista. En verdad, mucho de lo que hemos dicho o comentado sobre el indio, puede, tam­bién, aplicarse al mestizo y a su influencia en nuestro porvenir continental.

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El problema educacional encuentra en Ma­riátegui una interpretación asaz acertada de su proceso y de su actual planteamiento.

"La historia de la instrucción pública en el Perú, —dice, haciendo el balance de la influen­cias española, francesa y norteamericana, que se han sucedido durante la República—, se divide así en los tres períodos que señalan estas tres influencias. Los límites de cada período no son muy precisos. Pero en el Perú éste es un defec­to común a casi todos los fenómenos y a casi to­das las cosas. Hasta en los hombres rara vez se observa un contorno neto, un perfil categórico. Todo aparece siempre un poco borroso, un po­co confuso".

"El problema, añade, está en las raíces mismas de este Perú hijo de la conquista. No so­mos un pueblo que asimila las ideas y los hom­bres de otras naciones, impregnándolos de su sentimiento y su ambiente, y que de esta suer­te enriquecen, sin deformarlo, su espíritu nacio­nal. Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse aún, sin entenderse todavía, indíge­nas y conquistadores. La República se siente y hasta se confiesa solidaria con el Virreinato. Co­mo el Virreinato, la República es el Perú de los colonizadores más que de los regnicolas. El sen­timiento y el interés de las cuatro quintas partes de la población no juegan casi ningún rol en la formación de la nacionalidad y de sus ins­tituciones"10.

Este balance parece rigurosamente exacto. La influencia francesa, como la española, no han sabido preparar una clase dirigente con aptitu­des reales para construir y, acaso, un poco, tam­bién, para reconstruir. Mariátegui nota incon­gruencia, en ella, con las necesidades de la evo­lución de la economía nacional: incongruencia que agrava el olvido en que se tiene todavía el factor indígena.

Es preciso democratizar la enseñanza, pero eso, nos dice, no es posible hacerlo, en ningún país, sin antes democratizar su economía y, por ende, su super-estructura política.

Esto explica el fracaso de la reforma univer­sitaria en el Perú.

Hubo un movimiento estudiantil, inspirado tal vez en el que, casi coetáneamente, nacía en Argentina y en Chile. Sus resultados están a la vista. Durante un tiempo hizo su aparición, en las aulas de San Marcos, el espíritu renovador; pero fueron breves sus visitas, como las del sol en invierno. Pasaron los agitadores y la reac­ción volvió a enseñorearse de la vieja casa aris­tocrática en que todavía parece presidir el es­píritu de la época virreinal. Sólo hizo excep­ción la Universidad de Cuzco, —en el corazón del Perú indígena—, cuya comisión propuso es­tas ponencias, básicas de reforma: "creación de la docencia libre como cooperante del profeso­rado titular; adopción del sistema de seminarios y conservatorios; supresión del examen de fin de año como prueba definitiva; consagración absoluta del catedrático universitario a su mi­sión educativa; participación de los alumnos y ex-alumnos en la elección de las autoridades universitarias; representación del estudiantado en el Consejo universitario y en el de cada fa­cultad; democratización de la enseñanza" 11.

A la par que estas finalidades, que envuel­ven el mínimum de las aspiraciones de reforma educacional en toda América, conviene mencio­nar la definición que del problema ha hecho la vanguardia de la Universidad de la Plata, en la República Argentina12, y cuyos puntos esenciales dicen así: "1°–El problema educacional no es sino una de las fases del problema social; por ello no puede ser solucionado aisladamente. 2°–La cultura de toda sociedad es la expresión ideológica de los intereses de la clase dominante. La cultura de la sociedad actual es, por lo tanto, la expresión ideológica de los intereses de la clase capitalista. 3°–La última guerra impe­rialista, rompiendo el equilibrio de la economía burguesa, ha puesto en crisis su cultura corre­lativa. 4º–Esta crisis sólo puede superarse con el advenimiento de una cultura socialista".

La solución integral del problema queda su­bordinado a la formación de la nueva sociedad, o, mejor dicho, a la instauración del régimen socialista. Pero esto no excluye las soluciones parciales que pueden y deben irse orientando, mientras no sea posible imprimirles ritmo rápi­do, —realmente eficaz—, en el sentido de las ponencias enunciadas por la comisión de la Uni­versidad del Cuzco.

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Estudiando el factor religioso, Mariátegui advierte: "El socialismo, conforme a las conclu­siones del materialismo histórico, —que convie­ne no confundir con el materialismo filosófico—, considera a las formas eclesiásticas y doctrinas religiosas, peculiares e inherentes al régimen económico-social que las sostiene y produce. Y se preocupa, por tanto, de cambiar éste y no aquéllas". De aquí el espíritu profundamente ecuánime con que, después de haber analizado la religión del Inkario, reconoce las influencias civilizadoras del catolicismo durante el coloniaje.

Dice de la religión del Tawantinsuyu: "El pue­blo incaico ignoró toda separación entre la reli­gión y la política, toda diferencia entre Estado e Iglesia. Todas sus instituciones, como to­das sus creencias, coincidían estrictamente con su economía de pueblo agrícola y con su espí­ritu de pueblo sedentario. La teocracia descan­saba en lo ordinario y lo empírico; no en la virtud taumatúrgica de un profeta ni de su ver­bo. La Religión era el Estado".

Y de la influencia católica española: "Durante el coloniaje, a pesar de la inquisición y la contrarreforma, la obra civilizadora es, sin em­bargo, en su mayor parte, religiosa y eclesiástica. Los elementos de educación y de cultura se concentraban exclusivamente en manos de la Iglesia. Los frailes contribuyeron a la organiza­ción virreinal no sólo con la evangelización de los infieles y la persecución de las herejías, sino con la enseñanza de artes y oficios y el estable-cimiento de cultivos y obrajes. En tiempos en que la ciudad de los Virreyes se reducía a unos cuantos rústicos solares, los frailes fundaron aquí la primera Universidad de América. Importaron con sus dogmas y sus ritos, semillas, sarmien­tos, animales domésticos y herramientas. Estu­diaron las costumbres de los naturales, recogie­ron sus tradiciones, allegaron los primeros ma­teriales de su historia. Jesuitas y dominicos, por una suerte de facultad de adaptación y asimila­ción, que caracteriza sobre todo a los jesuitas, captaron no pocos secretos de la historia y el espíritu indígena. Y los indios, explotados en las minas, en los obrajes y en las "encomiendas" encontraron en los conventos, y aun en los curatos, sus más eficaces defensores. El padre de Las Casas, en quien florecían las mejores virtu­des del misionero, del evangelizador, tuvo pre­cursores y continuadores".

Este juicio de Mariátegui me parece válido para toda Sud América, singularmente en cuan­to se relaciona con Paraguay, cuyas misiones jesuitas constituyeron un interesante tipo de so­ciedad comunista primitiva.

El catolicismo, al sentir de Mariátegui, se superpuso a los ritos indígenas, pero sólo logró absorberlos a medias. La Conquista fue la últi­ma cruzada y su carácter de tal la define "co­mo empresa esencialmente militar y religiosa", realizada en comandita por soldados y misio­neros.

El espíritu heroico y apostólico de los pri­meros tiempos cedió paso al burocratismo de la época virreinal. La finalidad espiritual debía morir con ello, ahogada por pesadas capas de rutina. Más tarde la República, manteniendo los privilegios temporales de la Iglesia, prolongaba su influencia en la vida nacional. "Amamantado por la catolicidad española, el Estado peruano, —afirma nuestro autor—, tenía que constituirse como Estado semi feudal y católico". Aserto que puede aplicarse a toda la América hispana.

El siglo XIX presenció la conclusión de la dualidad liberal-conservadora. El problema so­cial, de raíz y de móviles eminentemente econó­micos, no ve, en verdad, en la cuestión religiosa, nada que pueda en modo alguno afectarla. Acaso cabría intuir, —Mariátegui recuerda a Sorel—, que los actuales mitos sociales o revolucionarios "pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos".

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Mariátegui, con notabilísimo acierto crítico, y aplicando los principios del materialismo his­tórico, ha hecho, en uno de los más sustancio­sos ensayos de su obra, el proceso de la litera­tura peruana.

Y al hacerlo dice asumir el papel de testigo y de actor, nunca el de juez, pues quiere dar su testimonio, comunicar su confesión. ¡Cuán distinta su actitud a la de los críticos literarios que suelen hablar ex-cátedra de lo que creen co­nocer o de aquello que, muchas veces, son fun­cionalmente incapaces de sentir! Creo que en cierto modo los hombres sólo están en condicio­nes de juzgar aquello que sienten o que aman. Para realizar crítica constructiva y eficaz, para dirigir espíritus, para abrir caminos, es menes­ter poder y saber colocarse sobre los propios amores y la propia pasión, superándose, cernién­dose por encima de la hora y del espacio. Este género de crítica sólo parece accesible a las inte­ligencias de primera clase.

"Para una interpretación profunda del espíri­tu de una literatura, —escribe Mariátegui—, la nueva erudición literaria no es suficiente. Sirven más la sensibilidad política y la clarividen­cia histórica. El crítico profesional considera la literatura en sí misma. No percibe sus relacio­nes con la política, la economía, la vida en su totalidad. De suerte que su investigación no llega al fondo, a la esencia de los fenómenos litera­rios. Y, por consiguiente, no acierta a definir los obscuros factores de su génesis ni de su subconciencia".

Mariátegui juzga flaca, anémica, sin raíces en el alma del pueblo, a la literatura de su país, en la cual el coloniaje parece haber prolongado sus raíces casi hasta nuestros días, produ­ciendo "barroquismo, y culteranismo de clérigos y oidores, durante el coloniaje; romanticismo y trovadorismo mal trasegado de los biznietos de los mismos oidores y clérigos, durante la Repú­blica". La literatura colonial ha permanecido extraña al Inkario; lo ha desconocido, lo ha desdeñado.

En ese desconocimiento, en ese desdén, en­cuentra Mariátegui la raíz de su endeblez. "El literato peruano, —escribe—, no ha sabido casi nunca sentirse vinculado al pueblo. No ha po­dido ni deseado traducir el penoso trabajo de formación de un Perú integral, de un Perú nue­vo. Entre el Inkario y la Colonia ha optado por la Colonia. El Perú nuevo era una nebulosa. Sólo el Inkario y la Colonia existían neta y de­finidamente. Y entre la balbuciente literatura peruana y el Inkario y el indio se interponía, separándolos e incomunicándolos, la Conquista".

Esa actitud mental, calificada de colonialis­mo, parece llenar la literatura peruana del siglo XIX. Sólo González Prada, fuerte temperamento empapado en rebeldía, logra salvarse del pecado original. Un grupo, sin embargo, imagi­na orientar su acción hacia lo nacional, hacia lo autóctono. Otro grupo, posterior, el más im­portante, el que tenía un mensaje nuevo que decir, inicia la vuelta hacia el indio; lo busca, quiere empaparse en él; intenta, ávidamente, be­ber sus ideas y sus aspiraciones; procura pe­netrar en su pensamiento, enseñorearse de los secretos de su vida. Y ese grupo, el más afín, espiritualmente, con Mariátegui, forma el Indigenismo13. Para él, para sus hombres, son las más cálidas palabras y los juicios más certeros quizás.

El otro Perú, el Perú español, el Perú cos­mopolita, no puede hallar cabida en el amor de Mariátegui. Lo estudia, procura comprenderlo, y, en todo caso, lo critica con sinceridad hondísi­ma, llegando a interpretarlo magistralmente desde su punto de vista. ¡Desde su punto de vista! No exijamos más. Ni aun los cerebros de pri­mer orden se resignan a perder su punto de vista. Sin embargo, Mariátegui consigue, a menu­do, superarlo. ¿Qué se puede decir de mejor en elogio de un sociólogo y de un artista?

Veamos un juicio cualquiera de Mariátegui. El de don Ricardo Palma, por ejemplo: "Las tradiciones de Palma —escribe— tienen, políti­ca y socialmente, una filiación democrática. Pal­ma interpreta al medio pelo. Su burla roe risue­ñamente el prestigio del Virreinato y el de la aristocracia. Traduce el malcontento zumbón del demos criollo. La sátira de las "Tradiciones" no cala muy hondo ni golpea muy fuerte; pero, pre­cisamente por esto, se identifica con el humor de un demos blando, sensual y azucarado. Lima no podía producir otra literatura. Las "Tradi­ciones" agotan sus posibilidades. A veces se exceden a sí mismas".

Creo que pocos críticos han logrado penetrar más certeramente que Mariátegui en la médu­la de una literatura.

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Para fijar la posición de Mariátegui dentro del socialismo y orientarnos acerca de la pro­yección de su enseñanza, y del rol que le tocó actuar en su país, conviene que examinemos su Defensa del Marxismo, ensayo en el cual em­prende la tarea de refutar la obra de Henri de Man "Más allá del Marxismo"14.

Mariátegui es definido en su posición. Man­tiene la integridad de su espíritu socialista, en­raizado fuertemente en Marx, cuya doctrina pro-cura expurgar de la acusación de precariedad, defendiéndola, también, de las ambiciones de su­peración con que suele tentar a los ideólogos de la derecha o de la izquierda, tanto en el terre­no de la burguesía como en el del propio socia­lismo. Mariátegui examina con hondura, con justeza, con serenidad los testimonios que se le presentan y no desdeña ninguno que manifieste algún valor. Su doctrinarismo excluye, pues, sin dejar de ser dogmático en lo esencial, toda in-transigencia y, en tal sentido, lo aparta de la ortodoxia escrita de Moscú15. Y es que Mariáte­gui no es propiamente comunista, en el actual sentido bolchevique. Admira a Lenin con hondo fervor, observa la marcha de sus realizaciones en la gran nación eslava y comprende que de ahí nacerán los moldes del nuevo tiempo, pero no parece comulgar íntegramente con la Terce­ra Internacional. Sus reservas, no especificadas, fluyen de la naturaleza misma de su obra.

Analicemos un poco su Defensa del Marxis­mo.

Dice sobre Marx: "Marx está vivo en la lu­cha que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres, ani­madas por su doctrina. La suerte de las teorías científicas o filosóficas, que él uso, superándo­las y trascendiéndolas, como elementos de su trabajo teórico, no compromete en lo absoluto la validez y la vigencia de su idea. Esta es radicalmente extraña a la mudable fortuna de las ideas científicas o filosóficas, que la acompañan o la anteceden inmediatamente en el tiempo". Y en otra parte añade: "En vez de procesar al marxis­mo por retraso e indiferencia respecto a la filosofía contemporánea, sería el caso, más bien, de procesar a ésta por deliberada y miedosa incomprensión de la lucha de clases y del so­cialismo".

La función ética del socialismo cree que "debe ser buscada, no en grandilocuentes decálo­gos, ni en especulaciones filosóficas, que en nin­gún modo constituían una necesidad de la teo­rización marxista, sino en la creación de una moral de productores por el propio proceso de la lucha anticapitalista", Esta voz de orden invi­ta a la preparación cultural de las masas, como condición previa para la instauración de un nue­vo orden social. "Marx no podía concebir ni proponer —dice— sino una política realista y, por esto; extremó la demostración de que el proceso mismo de la economía capitalista, cuan­to más plena y vigorosamente se cumple, conduce al socialismo; pero entendió siempre, co­mo condición previa de un nuevo orden, la ca­pacitación espiritual e intelectual del proletaria-do para realizarlo, a través de la lucha de clases".

En la lucha de clases estriba, pues, la ascensión al socialismo como régimen en ejercicio, pero este concepto alcanza en Mariátegui un significado más humano que en el bolchevismo, un significado que importa condenación de las violencias inútiles, sin dejar la acción16. En este sentido Mariátegui aparece más integralmente socialista que los ortodoxos de Moscú. Y no es, repito, que rehuya la acción o que ignore el sentido necesario de la lucha de clases: "Por la vía del socialismo "moral", y de sus pláticas anti­materialistas, —escribe—, no se consigue sino recaer en el más estéril y lacriminoso romanti­cismo humanitario, en la más decadente apolo­gética del "paria", en el más sentimental e inep­to plagio de la frase evangélica de los "pobres de espíritu". Y esto equivale a retrotraer al so­cialismo, a su estación romántica, utopista, en que sus reivindicaciones se alimentaban, en gran parte, del resentimiento y la divagación de esa aristocracia que, después de haberse entre-tenido idílica y dieciochescamente en disfrazarse de pastores y zagales y en convertirse a la en­ciclopedia y al liberalismo, soñaba, con acaudillar bizarra y caballerescamente una revolución de descamisados y de ilotas. Obedeciendo a una ten­dencia de sublimación de su sentimiento, este género de socialistas, —al cual nadie piensa en negar sus servicios y en el cual descollaron a gran altura espíritus extraordinarios y admira­bles—, recogía del arroyo los clisés sentimenta­les y las imágenes demagógicas de una epopeya de "sans culottes", destinada a instaurar en el mundo una edad paradisíacamente rousseaniana. Pero, como sabemos desde hace mucho tiempo, no era ese absolutamente el camino de la revo­lución socialista. Marx descubrió y enseñó que había que empezar por comprender la fatalidad de la etapa capitalista y, sobre todo, su valor. El socialismo, a partir de Marx, aparecía como la concepción de una nueva clase, como una doc­trina y un movimiento que no tenían nada de común con el romanticismo de quienes repudia­ban, cual una abominación, la obra capitalista. El proletariado sucedió a la burguesía en la empresa civilizadora. Y asumía esta misión, cons­ciente de sus responsabilidades y su capacidad, —adquiridas en la acción revolucionaria y en la usina capitalista—, cuando la burguesía, cum­plido su destino, cesaba de ser una fuerza de progreso y cultura. Por esto la obra de Marx tiene cierto acento de admiración de la obra capitalista, y "El Capital", al par que la base de una ciencia socialista, es la mejor epopeya del capitalismo".

En los asertos que siguen aparece, más cla­ro aún, su concepto civilizador y eminentemen­te humano de la lucha de clases. "La energía revolucionaria del socialismo, —expresa—, no se alimenta de compasión ni de envidia. En la lu­cha de clases, donde residen todos los elemen­tos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una "moral de pro­ductores", muy distante y distinta de la "mo­ral de esclavos" de que oficiosamente se empe­ñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin más título ni más aptitud que los de su ilotismo y su miseria. El proletariado ingresa en la historia, políticamente sino como clase so­cial, en el instante en que descubre su misión de edificar con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injus­to, un orden social superior. Y a esta capaci­dad no ha arribado por milagro. La adquiere situándose sólidamente en el terreno de la eco­nomía, de la producción. Su moral de clase depende de la energía y heroísmo con que opere en este terreno y de la amplitud con que co­nozca y domine la economía burguesa"17.

Hay que despojar a la idea socialista de mó­viles de envidia y de venganza. Teóricamente és­tos no existen, pero en la práctica cabe reconocer su acción, explicada por el tremendo com­plejo de inferioridad que sufren casi todos los proletarios de hoy. ¿Cómo encarar este proble­ma que en esta América reviste, ya, caracteres trágicos, angustiosos? Veo dos medios que pue­den coexistir actualmente: de una parte la rea­lización efectiva, —no en el papel—, de una po­lítica de bienestar social realizada en las llamadas leyes sociales que en muchos estados bur­gueses concurren a mejorar y aun a sanear un poco la situación económica del proletariado, y, por otra, el esfuerzo de éste y de sus elementos dirigentes para alcanzar cultura mínima. Ello no importa disminución del valor revolucionario, sino un modo práctico de fortalecerlo en sus for­mas más elevadas, eliminando, —a un tiempo—, muchos de los factores que pudieran devenir retardatarios: incultura máxima, miseria extrema, y demás complejos de inferioridad que, exaspe­rados, se transforman fácilmente en bajos mó­viles de venganza social. El socialismo no busca la destrucción inútil. Quiere construcción y, si ha de utilizar materiales nuevos en todo lo esencial, no por ello podría desdeñar lo bue­no, lo grande, y lo útil que encuentre en la so­ciedad burguesa. Es preciso no olvidar que no hay solución de continuidad posible en la mar-cha de la historia, —si aplicamos para juzgarla los principios del materialismo histórico—, y la sociedad socialista tendrá que asumir, en su día, el rol de heredera y superadora de la sociedad burguesal8.

Existe en el problema por resolver fuerte in­terdependencia económica y cultural, en forma que, sin valorar ambos factores, es imposible llegar a un comienzo de solución.

Mariátegui comprende que al proletariado no puede bastarle la decadencia o el agotamiento del capitalismo, porque el socialismo no puede ser "la consecuencia automática de una ban­carrota". Sin cultura en los dirigentes ni posi­bilidad de rápido desenvolvimiento cultural en las masas, —y subrayo lo de rápido en toda su relatividad—, el socialismo no puede alcanzar plenitud de realización.

Desde el punto de vista de la burguesía, el indiferentismo agresivo no lleva a soluciones precarias sino a agravar dolorosamente el statu quo social, abriendo campo a las peores regre­siones, a la violencia estéril y retardataria. No cabe nada más peligroso y más inútil que impe­dir o coartar el desenvolvimiento de la cultura proletaria al cual va inseparablemente aparejada la evolución de sus condiciones económicas.

"El socialismo contemporáneo, —otras épocas han tenido otros tipos de socialismo que la his­toria designa con diversos nombres, escribe Ma­riátegui en Siete ensayos, es la antítesis del liberalismo: pero nace de su entraña y se nu­tre de su experiencia. No desdeña ninguna de sus conquistas intelectuales. No escarnece y vi­lipendia sino sus limitaciones. Aprecia y comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo; condena y ataca sólo lo que en esta idea hay de negativo y temporal".

Esta definición arroja mucha luz y permite afirmar que Mariátegui veía advenir, con nota­ble intuición, la esencia de lo que ha de ser nuestro socialismo americano.

Creo que éste ha de orientarse en un senti­do de tolerancia sin dejar de ser energético, de paz sin perder la conciencia de la necesariedad de la ofensiva, de libertad en lo que ésta sea compatible con el advenimiento y arraigamien­to de las nuevas formas sociales y económicas. Nuestro socialismo deberá buscar su realización integral sin transacciones que comprometan su acción o su desenvolvimiento, pero, también, ahorrando todas las crueldades, todas las inúti­les injusticias y los inexcusables privilegios.

Y en el sentido internacional ha de buscar su camino, por lo menos durante las primeras eta­pas, en el estudio y resolución —independien­tes— de sus propios problemas. La formación de una Internacional Socialista de América, que, sin renegar de Moscú, sepa asumir y compren­der su misión, deberá resolver este aspecto esen­cial de nuestro socialismo.

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Algunos conceptos más, aun19.

Tuvo Mariátegui papel político eminente. Si bien su vida hubo de deslizarse un poco al margen de las actividades públicas, no por ello su influencia fue menos honda. La suya fue misión de sembrador y, en tal sentido, tendrá induda­ble repercusión política a través del tiempo, porque los hombres de primer orden no actúan só­lo en la hora en que viven. Las grandes victo­rias de mañana son batallas que la juventud de nuestro tiempo está librando ahora. Ningún sacrificio es estéril ni ningún pensamiento grande puede perecer. Es en este sentido de conti­nuidad, y de repercusión en el tiempo, de las tareas intelectualistas de valor, en donde cabe situar el concepto de eternidad.

Mariátegui paseó por América su mirada pe­netrante, esa mirada que sabía abarcar los pro­blemas en sus aspectos de interdependencia y ahondada hasta las raíces mismas de ellos. Pero sus estudios americanos no alcanzaron a cris­talizar en obra coordenada. Le faltó tiempo. En cambio, su pensamiento, sustancialmente analítico, agotó todos los aspectos de la realidad peruana. Nada escapó a su percepción, pudiendo afirmarse que intelectual alguno ha estudiado su tierra con mayor acierto, con más profundo verismo, con más noble sinceridad.

Este aspecto de su labor lo aproxima a Wal­do Frank20. Mariátegui hizo, con relación a su país, lo que Frank en relación a Estados Uni­dos. Ambos dijeron su verdad, y esa verdad sig­nificaba un mensaje que las vanguardias de nuestras dos Américas han escuchado.

Es justo, pues, hoy que la existencia mate­rial termina su proceso, en Mariátegui, rendirle el homenaje que merecen los grandes capitanes de almas, los fuertes conductores.

 


NOTAS:

1 Conferencia dictada en las Universidades de Chile y de Concepción, en mayo de 1930. Reproducida en forma de libro, Número 1 de "Ediciones Mástil" del Centro de De­recho de la Universidad de Chile, Imprenta Universita­ria de Santiago, julio de 1930. (Nota de los Editores).

2. El propio Mariátegui trazó un vigoroso auto-retrato, en carta a la dirección de "La Vida Literaria", de Buenos Aires, con fecha 10 de enero de 1928 y que ha sido publicada en el número de homenaje que consagrara, a su memo­ria, aquella importante publicación argentina. Vale repro­ducirlo:

"Aunque soy un escritor muy poco autobiográfico, le da­ré yo mismo algunos datos sumarios: Nací el 95. A los 14 años, entré de alcanza-rejones a un periódico. Hasta 1919 trabajé en el diarismo, primero en "La Prensa", luego en "El Tiempo", finalmente en "La Razón", diario que fundé con César Falcón, Humberto del Aguila y otros mucha­chos. En este último diario patrocinamos la reforma univer­sitaria. Desde 1918, nauseado de política criolla, —como diarista, y durante algún tiempo redactor político y parla­mentario, conocí por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas- me orienté resueltamente hacia el socialis­mo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato infi­cionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo. De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa. Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época señalan las estaciones de mi orientamiento socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes y en la Universidad Popular, artículos, etc., expliqué la situación europea e inicié mi tra­bajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista. En 1924 estuve, como ya lo he contado, a punto de perder la vida. Perdí una pierna y quedé muy deli­cado. Habría seguramente ya curado del todo, con una exis­tencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud intelec­tual me lo consienten. Desde hace seis meses mejoro poco a poco. No he publicado más libro que el que Ud. conoce. Tengo listos dos y en proyecto otros. He ahí mi vida en po­cas palabras. No creo que valga la pena hacerla notoria; pero no puedo rehusarle los datos que Ud. me pide. Me olvi­daba: soy un autodidacta. Me matriculé una vez en Letras en Lima, pero con el sólo interés de seguir un curso de la­tín de un agustino erudito. Y en Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi ca­rácter extrauniversitario y, tal vez, si hasta antiuniversita­rio. En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso a la Universidad como catedrático de la materia de mi compe­tencia; pero, la mala voluntad del Rector y, seguramente, mi estado de salud, frustraron esta iniciativa".

3. Mariátegui. Siete ensayos de interpretación de la rea­lidad peruana.

4. Mariátegui. Obra citada.

5. Mariátegui habla poco, en la correspondencia publi­cada, de las persecuciones que sufriera. "Detesto la actitud plañidera. No he especulado nunca sobre mis dramas", es-cribe a Espinoza (carta de 21 de noviembre de 1929).

Acerca de la crisis motivada por la clausura de "Labor", escribe a Samuel Glusberg, el 29 de noviembre de 1929: "Sobre los últimos sucesos tengo poco que agregarle. Se me ha hecho saber que "Amauta" puede continuar apareciendo. El escándalo causado por las medidas contra mí y los míos y la energía serena con que los obreros han defendido a sus presos, han impuesto una rápida rectificación. No se ha pu­blicado 'nada, no se ha dicho nada; pero ya no habrá ele­mentos para hablar, como de costumbre, de complot comu­nista. El globo está desinflado sin exhibición. Creo, sin em­bargo, que si dispondré de más tiempo y calma para pre­parar mi viaje a Buenos Aires, ese será siempre mi camino. No es posible trabajar rodeado de acechanzas. Aunque me cueste un gran esfuerzo vencer el temor a la idea de que abandono el campo por fatiga o por fracaso, no puedo llegar a un extremo límite de sacrificio físico y mucho menos im­ponerlo a los míos". ("La Vida Literaria", Nº 20, Buenos Aires, mayo de 1930).

6. Mariátegui tenía en preparación, terminadas acaso, las siguientes obras: "El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy", que él mismo califica de "ideas y emo­ciones de la época", (en este libro iría incluido su Esquema de una explicación de Chaplin), y un relato, "mezcla de cuento y crónica, de ficción y realidad", que pensaba editar en Santiago como novela corta.

Sus actividades artísticas, en la última época, se inclina­ban también, un poco, a la novela. "No hago exclusivamente ensayos y artículos —escribe a "La Vida Literaria" en carta de 18 de febrero de 1930, anterior de pocas semanas a su muerte—. Tengo el proyecto de una novela peruana. Para realizarlo espero sólo un poco de tiempo y tranquilidad".

7. Mariátegui. Obra citada.

El insigne escritor define así su concepto del gamonal: "El término "gamonalismo" no designa sólo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propie­tarios agrarios. Comprende una larga jerarquía de funcio­narios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. El indio al­fabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor cen­tral del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad se­mifeudal en la política y el mecanismo del Estado. Por con-siguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contempla sino las expresiones episódicas o subsidiarias". (Obra citada).

8. Mariátegui rechaza con energía las tendencias a con­siderar el problema indígena desde el punto de vista moral que califica de "concepción liberal, humanitaria, ochocentis­ta", o desde el punto de vista de la educación, pues estima que la pedagogía moderna tiene en cuenta, hoy más que nunca, los factores sociales y económicos. En cuanto a la suposición de que el indígena sea un problema étnico, cree que esperar la emancipación indígena "de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociológica, concebible sólo en la mente ru­dimentaria de un importador de carneros merinos. Los pue­blos asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pue­blo indio, han asimilado admirablemente la cultura occi­dental, en lo que tiene de más dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la masa feudal". (Mariátegui. Obra citada).

Estos argumentos son válidos relativamente. No cabe du­da de que la raza blanca es étnica e intelectualmente su­perior a la indígena y que su cruzamiento con ésta, produce, a la larga, extraordinarios resultados. Pero también es evi­dente que pensar en dicho cruzamiento, para resolver el problema de países como Perú, México y la mayor parte de los de Sud América, en que a lo menos el 75% de la pobla­ción es de pura sangre indígena, resulta absurdo. En este sentido la solución que propone Mariátegui, para el Perú, parece la única viable.

Tiene razón, asimismo, cuando vincula el problema indí­gena al de la tierra. "Las expresiones de la feudalidad so­breviviente —escribe— son dos: latifundio y servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo análisis nos conduce a la conclusión de que no se puede liquidar la ser­vidumbre, que pesa sobre la raza indígena, sin liquidar el latifundio".

9. "Hay épocas en que parece que la historia se detie­ne; —escribe Mariátegui— una misma forma social perdu­ra, petrificada, muchos siglos. No es aventurado, por tanto, la hipótesis de que el indio en cuatro siglos ha cambiado po­co espiritualmente. La servidumbre ha deprimido, sin du­da, su psiquis y su carne. Le ha vuelto un poco más melan­cólico, un poco más nostálgico. Bajo el peso de estos cuatro siglos, el indio se ha encorvado moral y físicamente. Mas el fondo obscuro de su alma casi no ha mudado. En las sierras abruptas, en las quebradas lontanas, a donde no ha llegado la ley del blanco, el indio guarda aún su ley ancestral".

10. "He constatado, por ejemplo, que la herencia espa­ñola o colonial no consistía en un método pedagógico sino en un régimen económico-social. La influencia francesa se insertó, más tarde, en este cuadro, con la complacencia así de quienes miraban en Francia la patria de la libertad ja­cobina y republicana como de quienes se inspiraban en el pensamiento y la práctica de la restauración. La influencia norteamericana se impuso finalmente, como una consecuen­cia de nuestro desarrollo capitalista al mismo tiempo que de la importación de capitales, técnicos e ideas yanquis". (Mariátegui. Obra citada).

11 Citado por Mariátegui. "Revista Universitaria del Cuzco", N° 56, 1927.

12 Citado por Mariátegui. "Sagitario", de La Plata, N° 2, 1925.

13. "El indigenismo en nuestra literatura, como se desprende de mis anteriores proposiciones, tiene fundamen­talmente el sentido de una reivindicación de lo autóctono". (Mariátegui. Obra citada).

14 "Lenin —afirma el autor de la Defensa del Marxis­mo— nos prueba en la política práctica, con el testimo­nio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx".

¿Es realmente el único medio? Sin duda el socialismo no podrá prescindir jamás de los principios esenciales del marxismo, pero me parece que la evolución misma de la so­ciedad socialista y sus realizaciones, dentro de etapas supe­riores, pueden indicar nuevas formas de superación, que se aparten, en algún sentido, del marxismo. ¿Cuáles serían? Lenin ha dicho: "A través de qué etapas, por medio de qué medidas prácticas avanzará la humanidad hacia su etapa superior, eso no lo sabemos y no lo podemos saber... (Lenin: El Estado y la Revolución).

15 En carta a Enrique Espinoza, de 10 de Marzo de 1929, dice a propósito de su Defensa del Marxismo: "Pero temo que mis conclusiones desfavorables al marxismo, aunque no abordan la práctica de los partidos socialistas, sean un motivo para que "La Vanguardia" no se interese por este libro. Consta de dos ensayos: "Defensa del Marxismo" y "Teoría y práctica de la Reacción". Las he escrito con aten­ción y me parece que pueden despertar interés. Por lo me-nos no son un intento vulgar". Mariátegui se refiere clara-mente, a mi entender, al marxismo oficial de la U.R.S.S. Ese marxismo ha de experimentar aún nuevas aclaraciones y rectificaciones en la práctica de la República de Lenin.

16. Abundando en esta idea, dice Mariátegui en carta a la dirección de "La Vida Literaria" de Buenos Aires, de 30 de abril de 1927: "Estoy políticamente en el polo opues­to al de Lugones. Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse, aún combatiéndose. Sobre todo combatiéndose. Con el sector político con el que no me en-tenderé nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la democracia farisea".

17. No se puede acusar al marxismo de carencia de es­piritualidad. El materialismo comprende también lo espiri­tual. Tiene razón Mariátegui cuando dice: "Tal como la me­tafísica cristiana no ha impedido a Occidente grandes reali­zaciones materiales, el materialismo marxista compendia, como ya he afirmado en otra ocasión, todas las posibilidades de ascensión moral, espiritual y filosófica de nuestra época". (Defensa del Marxismo).

18. "El marxismo, como especulación filosófica, —escri­be Mariátegui—, toma la obra del pensamiento capitalista en el punto en que éste, vacilante ante sus extremas conse­cuencias, vacilación que corresponde estrictamente, en el orden económico y político, a una crisis del sistema liberal burgués, renuncia a seguir adelante y empieza su maniobra de retroceso. Su misión es continuar esta obra". (Defensa del Marxismo).

Esta necesidad de continuar —en el sentido general de la misión de toda civilización— incumbe al socialismo, como régimen en acción, en todos los aspectos.

19. Ahondando en nuestra propia historia puede encon­trarse un paralelo digno de Mariátegui: el de Luis Reca­barren, caudillo de los primeros movimientos socialistas chilenos del siglo XX. Este paralelo arraiga en el sentido apostólico de ambos. Recabarren desenvolvió su vida de mo­do nobilísimo, encarnando sus ideales en manera integral. Vivió modestamente, con pobreza franciscana. Por sus ma­nos de agitador pasaron, sin mancharlas, millares de pesos. Su acción tuvo caracteres evangélicos. Soñaba en el mejoramiento del proletariado y en su predominio político y por conseguirlo luchó sin tregua toda la jornada. Su acción fue fecunda y de tal manera cristalina su vivir que hasta los propios adversarios políticos han acabado por rendirle ho­menaje. Recuerdo, por ejemplo, que cierto destacado polí­tico chileno del régimen parlamentario, hombre de ponderado talento, que tuvo oportunidad de conocerlo de cerca, me dijo en cierta ocasión: "Creo, con usted, que por su valía moral puede presentarse a Recabarren como un modelo ante las juventudes de América".

Recabarren fue un autodidacta. Se formó a sí mismo y llegó a poseer efectiva cultura socialista. Pero intelectual-mente quedó a gran distancia de Mariátegui. Era inevitable. Recabarren había nacido del pueblo mismo y hubo de luchar duramente con la vida. Mariátegui, en cambio, tuvo la suer­te de nacer, como buena parte de los grandes dirigentes ru­sos, en el seno de las clases altas de su país, que por razo­nes económicas y en fuerza de tradición estaban en aptitud de proporcionarle medios culturales que hoy continúan sien-do, en la mayor parte de los países, patrimonio casi exclu­sivo de los privilegiados. La capacidad cerebral de Ma­riátegui era enorme y en ella afincó una de las más sóli­das culturas de nuestro tiempo. Recabarren, luchador, ago­tó en el diario combate sus reservas intelectuales. Pero en compensación su espíritu apostólico acaso pudo desenvol­verse mejor y alcanzar mayor relieve su acción proletaria. ¡Lástima grande que en Mariátegui hicieran falla la salud al cuerpo y el tiempo a la pluma! ¡De qué admirable mo­do, pienso yo, se habrían completado estos hombres!*.

20. A propósito de las relaciones que cultivó con Waldo Frank: "Frank tiene ya el cartel que corresponde a su España Virgen —escribe Mariátegui a Enrique Espinoza, con fecha 4 de julio de 1928—. La traducción de otras obras suyas lo acrecentará. Entre los intelectuales, algunos lo han leído en inglés y en francés. Estoy muy contento de haber sido aquí tal vez el primero en recomendarlo a la curiosidad de la gente de letras".

* Orrego Vicuña, en su paralelo entre las vidas de Reca­barren y Mariátegui, incurre en error por desconocer el origen modesto y la pobreza de la familia del Amauta (Nota de los Editores).