OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PERÚ

 

"LA LITERATURA PERUANA"

POR LUIS ALBERTO SÁNCHEZ*

No es posible enjuiciar aún íntegramente el trabajo de Luis Alberto Sánchez, en esta historia de La Literatura Peruana, concebida como un "derrotero para una historia espiritual del Perú", por la sencilla razón de que no se conoce sino el primer volumen. Este volumen expone las fuentes bibliográficas de Sánchez, el plan de su trabajo, el criterio de sus valoraciones; y estudia los factores de la literatura nacional medio, raza, influencias. Presenta, en suma, los materiales y los fundamentos de la obra de Sánchez. El segundo tomo nos colocará ante el edificio completo.

Sánchez, desde sus Poetas de la Colonia, se ha entregado a esta labor de historiógrafo y de investigar con una seriedad y una contracción muy poco frecuentes entre nosotros. El escritor peruano tiende a la improvisación fácil, a la divagación brillante y caprichosa. Nos faltan investigadores habituados a la disciplina de seminario. La Universidad no los forma todavía; la atmósfera y la tradición intelectual del país no favorecen el desenvolvimiento de las vocaciones individuales. Es la generación universitaria de Sánchez —lo certifi­can los trabajos de Jorge Guillermo Leguía, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea. Manuel Abastos—, aparece, como una reacción, ese ascetismo de la biblioteca que en los centros de cultura europeos alcanza gra­dos tan asombrosos de recogimiento y con­centración. Esto es, sin duda, algo anota­do ya justicieramente en el haber de la que, de otro lado, puede llamarse, en la historia de la Universidad, "generación de la Re­forma".

Desde un punto de vista de hedonismo estético, de egoísmo crítico, no es muy en­vidiable la fatiga de revisar la producción literaria nacional y sus apostillas y comenta­rio. Mis más tesoneras lecturas de este gé­nero corresponden, por lo que me respec­ta, a los años de rabioso apetito de mi ado­lescencia, en que un hambre patriótico de conocimiento y admiración de nuestra lite­ratura clásica y romántica me preservaba de cualquier justificado aburrimiento. Des­pués, no he frecuentado gustoso esta litera­tura, sino cuando el acicate de la indagación política e ideológica me ha consentido re­correr sin cansancio sus documentos repre­sentativos. Mi aporte a la revisión de nues­tros valores literarios, —lo que yo llamo mi testimonio en el proceso de nuestra literatu­ra— está en la serie de artículos que sobre autores y tendencias he publicado en esta misma sección de Mundial, y que, orga­nizados y ensamblados, componen uno de los 7 ensayos de Interpretación de la reali­dad peruana, que dentro de pocos días en­tregaré al público.

Porque, descontado el goce de la bús­queda, hay poco placer critico y artístico en este trabajo. La historia literaria del Perú consta, en verdad, de unas cuantas persona­lidades, algunas de las cuales, —de Melgar a Váldelomar — no lograron su expresión plena, mientras otras como don Manuel González Prada, se desviaron de la pura creación artística, solicitadas por un deber histórico, por una exigencia vital de agita­ción y de polémica políticas. Este parece ser un rasgo común a la historia literaria de toda Hispano-América. "Nuestros poetas, nuestros escritores, —apunta un excelente crítico, Pedro Henríquez Ureña— fueron las más veces, en parte son todavía, hombres obligados a la acción, la faena política y hasta la guerra y no faltan entre ellos los conductores e iluminadores de pueblos". La materia resulta, por tanto, mediocre, desi­gual, escasa, si el crítico no renuncia ascé­ticamente a sus derechos de placer estético. Y no todos tienen la fuerza de este renun­ciamiento que es casi una penitencia. Para afanarse en establecer, con orden riguroso, la biografía y la calidad de uno de nuestros pequeños clásicos y de nuestros pequeños románticos, precisa —haciéndose tal vez cierta violencia a sí mismo— persuadirse previamente de su importancia, hasta exagerarla un poco.

La historia erudita, bibliográfica y bio­gráfica, de nuestra literatura, como la de todas las literaturas hispano-americanas, tiene, por esto, el riesgo de aceptar cierta inevitable misión apologética, con sacrifi­cio del rigor estimativo y de la verdad crítica. La crítica artística, y por tanto la historia artística, —ya que como piensa Benedetto Croce se identifican y consustancian— son subrogadas por la crónica y la biografía. Las cumbres no se destacan casi de la llanura, en un panorama literario minucioso y detallado. No cumple así esta clase de historia su función de guiar eficazmente las lecturas y de ofrecer al público una jerarquía sagaz y justa de valores. Henríquez Ureña, ante este peligro, se pronuncia por una norma selectiva: "Dejar en la sombra populosa a los mediocres; dejar en la penumbra a aquellos cuya obra pudo haber sido magna, pero quedó a medio hacer tragedia común en nuestra América. Con sacrificios y hasta injusticias sumas es como se constituyen las constelaciones de clásicos en todas las literaturas. Epicarmo fue sacrificado a la gloria de Aristófanes, Georgias y Protágoras a las iras de Platón. La historia literaria de la América española debe escribirse alrededor de unos cuantos nombres centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó".

El género mismo de las historiografías literarias nacionales o generales, se encuentra universalmente en crisis, reservado a usos meramente didácticos y cultivado por críticos secundarios. Su época específica es la de los Schlegel, Mme. Staél, Chateaubriand, De Sanctis, Taine, Brunetiere, etc. La crítica sociológica de la literatura de una época culmina: en los seis volúmenes de las Corrientes principales de la literatura del siglo diecinueve de Georges Brandes. Después de esta obra, cae en progresiva decadencia. Hoy el criterio de los estudiosos se orienta por los ensayos que escritores como Croce, Tilgher, Prezzolini, Gobetti en Italia; Kerr en Alemania; Benjamín Crémieux, Albert Thibaudet, Ramón Fernández, Valery Larbaud, etc., en Francia, han consagrado al estudio monográfico de autores, obras y corrientes. Y respecto a las personalidades contemporáneas, se consulta con más gusto y simpatía el juicio de un artista como André Gide, André Suárez, Israel Zangwill, y aún de un crítico de partido como Maurrás o Massis, que el de un crítico profesional como Paul Souday. Se registra, en todas partes, una crisis de la crítica literaria, y en particular de la crítica como historia por su método y objeto. Croce, constatando este hecho, afirma que "la verdadera forma lógica de la historiografía literario-artística es la característica del artista singular y de su obra y la correspondiente forma didascálica del ensayo y la monografía" y que "el ideal romántico de la historia general, nacional o universal sobrevive sólo como un ideal abstracto; y los lectores corren a los ensayos y a las monografías o leen las mismas historias generales como compilaciones de ensayos y de monografías o se limitan a estudiarlas o consultarlas como manuales".

Pero en el Perú donde tantas cosas están por hacer, esta historia general no ha sido escrita todavía; y, aunque sea con retardo, es necesario que alguien se decida a escribirla. Y conviene felicitarse de que asuma esta tarea un escritor de la cultura y el talento de Luis Alberto Sánchez, apto para apreciar corrientes y fenómenos no ortodoxos, antes que cualquier fastidioso y pedante seminarista, amamantado por Cejador u otro preceptista ultramarino o americano.

Esperamos, con confianza, el segundo tomo de la obra de Sánchez, que contendrá su critica propiamente dicha, y por tanto su historia propiamente dicha, de obras y personalidades. Del mérito de esta crítica, depende la apreciación del valor y eficacia del método adoptado por Sánchez y explicado en el primer tomo. La solidez del edificio será la mejor prueba de la bondad de los andamios.

En tanto, tengo que hacer una amistosa rectificación personal a Sánchez. Al referirse a mi "proceso de la literatura peruana", deduce las fuentes de mis citas y aún esto incompletamente. Cuando conozca completo, y en conjunto, mi estudio, comprobará, que, con el mismo criterio conque enjuicio sólo los valores signos, en lo que concierne a la crítica y a la exégesis, comento los documentos representativos y polémicos. No tengo, por supuesto, ninguna vanidad de erudito ni bibliógrafo. Soy, por una parte, un modesto autodidacto y, por otra parte, un hombre de tendencia o de partido calidades ambas que yo he sido el primero en reivindicar más celosamente. Pero la mejor contribución que puedo prestar al rigor y a la exactitud de las referencias de la obra de Sánchez, es sin duda la que concierne a la explicación cabal de mí mismo.

 

 


NOTA:

* Publicado en Mundial, Lima, 24 de agosto de 1928.