OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

POEMAS A MARIATEGUI

     

    

UN HOMBRE A QUIEN LA AURORA SEÑALABA

Por José Portogalo

(argentino)

Año cereal, latido, de los ríos,

José Carlos Mariátegui:

un hombre a quien la aurora señalaba.

—!Alabad, alabemos al hijo de la Patria!

Es verdad que no lías muerto, todo es verdad, amigo;

tu voz, tu hueso vivo, tu garganta de almendro:

de qué trigal despierto se levantan,

de qué viento nos llega como un pájaro el día

que entonces gobernabas. Oh, débil, poderoso

vegetal que sostienes la copa de los astros

y en sombra te derramas sobre el agua.

—¡load la sombra amiga sobre el agua volcada!

América te cruza sus leyendas del indio,

Europa anima el río que circula en tus venas;

un valle es el que habitas de luciérnagas lleno,

y donde tú descansas la colina consagra

una ráfaga pura de amapola y sonrisa.

—¡load conmigo el ancho temblor de los linares

y el áureo, fresco grano de la espiga!

Te oigo llegar sonoro, casi tocando el alba,

con tus sienes que mojas en las nubes, tus manos,

tus manos repartidas, reunidas en el musgo,

donde sé que el rocío te acompaña;

donde una flor con pétalos celestes

y una alondra saludan tu mañana infinita.

—!loor al bienoliente regalo de la brisa!

Hay un caballo blanco, también existe el sueño;

oigo la voz oscura de la tierra,

su energía central andando el tiempo,

su secreto de plátano en la acequia:

—!Alabemos la estrella demorada en los ríos

y en los frutos dorados de los campos de América!

Sé que existes, amigo; oigo, además, el aire.

Te adivino perpetuo         

en la sutil urdimbre del humo y de la arcilla,

dulcemente inclinado sobre el agua,

ángel amanecido junto al trébol, hablando

con la lluvia que empapa las palomas,

o asomado de pie sobre una estrella

al lado de una espiga numeras las esperanza.

—!Alabad, alabemos el nombre de Mariátegui

para que siempre tenga frescura nuestra casa!

Alguna vez dijeron que eras un corazón;

algo de pan tenías, en efecto. Tan tuya

era aquella mañana, que llegaban los pájaros

y tú se la ofrecías en tu sangre;

hasta después: de muerto, desde el polvo, solícito,

repartes tu amistad y tu enseñanza

como quien da una mano para afirmar la hombría.

—¡loor al numeroso fervor de su vigilia!

Totalizas así la imagen de un espíritu,

José Carlos Mariátegui, padre de un Continente,

fundador de la espuma, amauta de los pueblos,

adalid tan pequeño, tan hondo, sin embargo:

con un lucero llegas y una infancia

hasta dar con tus años en la harina,

donde digo que explicas la llegada del viento

y donde te levantas con una golondrina.

—!loor al delicado rumor de las veletas y

al fuego siempre intacto de su sabiduría!

La aurora te señala, por eso tú regresas,

y eres el que te nombras en la raíz del mundo,

en un cántaro, un nido, o en una mariposa,

hasta en un grillo tienes perpetuado tu nombre.

—¡Alabad, alabemos sus prodigios menores!

Ciertamente tu nombre tiene bronce de historia,

tal vez un campanario lo repite en el alba

y lo dispersa el viento confundido en el polen;

nombre de campesino, de alfarero y poesía,

de asamblea o de pájaro-campana.

—¡Loado sea su nombre de lucero del alba!

Te pareces al cielo que siempre ha sido cielo

desde el remoto origen del agua y de la piedra;

puede decirse, el fuego, y estás en la metáfora

con una exactitud de pájaro en la aurora.

—!loor a la presencia reciente de su Rosa!

Yo sé que ya no existes; pero existes, sin duda.

Tu Martí con Bolívar se dan un fuerte abrazo,

y si bien el .Perú, donde naciste, es patria, patria

que tú coronas es el sitio de América.

César Vallejo llega con sus ojos innumeros,

su hueso de combates avanza en resplandores,

su piel, su ardida sangre se incorporan, confiadas,

y están aquí, a tu izquierda, llameando con sus párpados

sobre la gleba humeante, definidos

en origen eterno como Orfeo en la búsqueda.

Atrás quedó. la densa fragancia del otoño,

sin embargo, en el paso del viento se rescata

la presencia madura de los sueños de Eguren,

tan frágiles, ardientes,

con sus limpias estrellas inconclusas,

tan tuyos, a la vez, porque en tu sangre

obstinados te ofrecen su misterio

con el temblor de un niño que despierta en la noche.

¿No es cierto, camarada? lenín echa en tus sueños

su voz, con la que dejas tu carrito de inválido;

e inicias la esperanza, ciudadano en el tiempo,

en una madrugada que es eterna en el hombre.

—¡Alabad, alabemos la mañana del hombre!

De ahí que tu palabra llegue a golpear mi sangre,

mi ceniza natal, nacida de repente

en ti, para decir, hermano, fu parábola,

aquella que se nombra sobre una geografía

con un río, una espiga y un caballo.

—¡loor al claro nombre que recupera el Canto!

Buenos Aires.

Octubre de 1951.

cualquier fecha en que se hubiere muerto,

los temas de la aurora.