OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

 

  

"ALLEN", POR VALERY LARBAUD1

 

Si Francia estuviera bajo un régimen fascista, con León Daudet y Charles Maurrás como mentores, este libro de Valéry Larbaud habría tal vez originado la repetición, en otra escena y con otros actores, del diálogo sobre Strapaese2 y Stracittá que en Italia dividió en dos campos, a raíz de la aparición de 900 la literatura fascista. Ninguna duda es posible, respecto a la posición que en este diálogo, menos amical y académico que el de Allen, habría tenido Valéry Larbaud. No obstante su amor por el Ducado, el autor de A. O. Barnabooth habría estado obligado por su gusto y comercio cosmopolitas a tomar la posición de Bontempelli.

En la propia elección del título de la obra entra la preocupación cosmopolita. Alíen, este elogio de la provincia natal, el Bourbonnais, no es una palabra francesa. Es la divisa escogida por el Duque Luis II de Borbón para los Caballeros del Escudo de Oro, a quienes arengó, al condecorarlos por haber liberado de los ingleses doce plazas de su Ducado, con estas palabras: «Allons bus ensemble au servcce de Dieu et soyons tous un en la defíense de nos paya et lá ou nous pourrons trover et conquester honneur par fait de chevaliere».3 La palabra afilen, todos, condensa este lema. Pero Valéry Larbaud nos dice que ha «elegido Allen sin hesitación, a causa de su carácter a la vez enigmático y preciso, de la bella anécdota histórica con que se relaciona, del discurso caballeresco de Luis II y del sonido que, pronunciado a la francesa, produce la palabra; y también porque su aspecto y su etimología la enlazan a la vida europea: Allen, dice algo a un tercio de los habitantes de nuestro continente y de las Américas; es un pasaporte para Alemania, un carta de introducción para la Gran Bretaña, los Estados Unidos y Australia». Y no menos que el elogio del Bourbonnais, el tema del libro es la cuestión de la provincia. ¿Cuál es el sentido de la oposición entre la capital y la provincia? ¿En el conjunto de cosas que constituye la provincia, a cuál se debe acordar la primacía? ¿Hay que creer más en la provincia sórdida e indolente que en la provincia poética y sabia? Valéry Larbaud ha escrito un diálogo en el que, recorriendo en automóvil la carretera que conduce de París al Bourbonnais, se voltejea alrededor de estos tópicos. Cinco amigos, el autor, el poeta, el editor, el bibliófilo, el amateur, discurren elegante y sutilmente sobre la provincia, en viaje por una Francia añeja y tradicional, en el automóvil del último de los interlocutores, el que lo es menos, tal vez porque en sus manos está la responsabilidad del volante. Para que sus amigos discutan y contemplen beatamente el problema y el paisaje, el amateur modera el tren de la carrera. En automóvil, a cuarenta kilómetros por hora se puede conversar con la misma fluidez y acompasamiento que en el salón inmó­vil de un hotel o en el salón viajero de un trasatlántico. Hay ideas que no toleran una velocidad mayor en el diálogo. Y casi todas, a más de cien kilómetros, prefieren el monólogo.

Y Valéry Larbaud no quería monologar en esta carrera suave y cómoda a la provincia ideal. Tenía que admitir en este examen de la cuestión: "capital y provincia", ideas cuya responsabilidad necesitaba abandonar a sus interlocutores. Para esto le convenía admirablemente el diálogo, el diálogo a la manera de Fontenelle, W. S. Landor y Luciano, pero modernizado, adecuada a la movilidad de los tiempos, de los espíritus, arreglado a la velocidad del automóvil. Bajo este aspecto, su obra comprueba que ningún género literario ha envejecido lo bastante para no ser susceptible de feliz manejo, de acertada y natural inserción en la modernidad. El dialogo, instrumentalmente, como elemento de la novela o del teatro, no había podido decaer nunca; pero específicamente, en su autonomía de forma artística, había sufrido cierto relegamiento, El pen­samiento, el discurso moderno son, sin embargo, absolutamente dialécticos, polémicos. Y el diálogo, en su tipo clásico, encuentra razones de subsistir y prosperar. El diálogo, sobre todo, logra mejor su desarrollo y su atmósfera con el ex­citante de la velocidad. El mismo diálogo clási­co es siempre algo peripatético.

Las ideas de la provincia se esclerosan y en­durecen por sedentarias. Las ideas de la ciudad o, mejor de la capital, son activas, operosas, viajeras. El secreto de la expansión y del poder de la urbe, está en su función de eje de un sistema de movimiento. Valéry Larbaud, "con vieja ciudadanía en la capital, no puede ya restituirse íntegramente a la provincia. La visita y la restaura algo en turista, con amigos de París, desilusionados respecto a la poesía de la vida provincial, convictos de estar y moverse más a su gusto, de sentirse más en su casa, en cualquiera capital del extranjero, que en una ciudad de provincia. Los libros, la prensa, la cultura y su estilo, marcan en Londres, París, Berlín, Ro­ma, etc., la misma temperatura, señalan la mis­ma hora. En la ciudad provinciana se siente que todos los relojes están atrasados. «Casi a las puertas de París, la literatura, la pintura y la música francesas contemporáneas son menos conocidas que en Barcelona, Varsovia, Buenos Aires o Salzburgo». La provincia se apropia de la gente que se le reintegra aun después de una larga y perfecta educación citadina y metropolitana. Le impone su yugo, su horario, sus límites, sus hábitos. Uno de los interlocutores de Allen cuenta un caso: «He visto hace tiempo la rápida provincialización de una pareja de buenos burgueses parisienses, primos míos, que se habían ido a vivir a una pequeña ciudad del Centro-Oeste. Verdaderamente, un descenso, una decadencia como la que producen las drogas o el abuso de somníferos. Nuestro parentesco, razones de conveniencia, me obligaban a hacerles una visita anual; y he visto cómo se dejaban invadir por la rusticidad de su nuevo medio; cómo locuciones y pronunciaciones viciosas, al principio adoptadas por ellas por burla y que empleaban como entre comillas, se les hicieron naturales; y cómo sus maneras se modificaron a tal punto que era penoso comer con ellos en su mesa. El marido luchó durante algún tiempo; él fue, los dos primeros años, el parisién de Saint-Machin-sur-Chose y sostuvo la idea que ahí se guardaba como un parisién. Pero la mujer se dejó en seguida arrastrar. Se descuidaba; pronto me costó trabajo reconocer en ella a la mujer joven y elegante que había acompañado a conciertos y a exposiciones. Caía en una especie de puritanismo horrible, sin motivos religiosos, sin otra razón de ser que el temor de una opinión pública extraviada por la hipocresía y la envi­dia... Al cabo de cuatro años los hallé a los dos al mismo nivel: rudos, hoscos, embebidos de un fastidio contagioso».

El debate de estas cosas anima un diálogo que se propone ser un elogio del país natal del autor. Porque en este diálogo, como advierte Valéry Larbaud, hay una tesis debatida, no sostenida. «En realidad —escribe— hay tesis, antítesis y síntesis, esta última dejada en parte al juicio y a la imaginación del lector». Valéry Larbaud, como muchos espíritus de su tiempo, que enamorados de la modernidad, rehúsan aceptarla con todas sus consecuencias, siente en nuestro tiempo cierta vaga y elegante nostalgia de una feudalidad en que la unidad de Europa estaba hecha de la individualidad de sus regiones, de sus comarcas. El Bourbonnais, en. su sentimiento, más bien que una provincia es un pequeño Estado. La nación ha sacrificado quizá excesivamente a un principio, a una medida algo abstractos, la personalidad y los matices de sus partes. Asistimos a un crepúsculo suave del nacionalismo en un espíritu cosmopolita, viajero, con muchas relaciones internacionales, con amigos en Londres, Buenos Aires, Melbourne, Florencia, Madrid. Allen es el reflejo de esta crisis sin sacudidas y sin estremecimientos, a cuarenta kilómetros de velocidad, en un auto último modelo. Crisis que apacigua el optimismo burgués de una esperanza de moda en el ideal de Briand: los Estados Unidos de Europa.

 

 


NOTAS:

 

1 Publicado en Variedades: Lima. 20 de Febrero de 1930.

2 Sobre el significado de los terminos strapaese y stra­cittá, véase, en El Artista y la Epoca, el ensayo titulado Una polémica literaria. No basta captar en ellos su equivalencia literal (extrapueblo y extraciudad, respectivamente), pues el debate literario les asignó un contenido sociológico y cultural que allí se ex­plica.

3 Marchemos juntos al servicio de Dios y seamos uno en la defensa de nuestro país y ahí donde podamos encontrar y conquistar honor por actos de caballería.