OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

PALABRAS INICIALES

 

ANTES que una presentación de estos artículos —recopilados bajo el título de SIGNOS Y OBRAS— de José Carlos Mariátegui, que corresponden al capítulo de la crítica literaria, es este prólogo una vía del agradecimiento de una generación que irrumpió en 1931 a la Universidad, al periodismo, al arte, a la literatura —a la vida, en resumen—, bajo el signo de ese escritor en quien se sumaba la penetrante sabiduría con la sensibilidad social. Esa gratitud la hemos testimoniado en múltiples ocasiones, pero nunca como ésta en que podemos abrir con nuestro reconocimiento un nuevo volumen de su vasta y nutricia obra. Proyectando la investigación, estudio y crítica de la realidad peruana hacia el mundo y realizando esa tarea con un criterio neohumanista en que el hom­bre es apreciado no solamente en sí mismo sino en relación con los demás —en función de humanidad— los escritores del Perú entraron decididamente en la huella de Mariátegui. No es una influencia de escuela o de manera de escribir, sino una profunda y significativa marca en el pensamiento de las generaciones de los últimos 30 años; y muy particularmente en aquellos que recogieron su rica herencia intelectual al filo de su muerte.

Dos volúmenes dejó al morir José Carlos Mariátegui: ESCENA CONTEMPORÁNEA y SIETE ENSA­YOS DE INTERPRETACIÓN DE LA REALIDAD PERUANA.

Y a su alrededor han germinado algunos otros naci­dos de "esos proyectos de libros" que "visitaban" su "vigilia". Se han realizado en continuación "del impulso vital" que originara los artículos que les son base y en los que puso su sentimiento a más de su pensamiento; o como él mismo dijera: donde "metió" toda "su sangre en sus ideas". También todos estos libros póstumos —publicados con amoroso celo familiar— siguen el criterio de aquellos otros editados en vida del autor: se desenvuelven espontáneamente, recogiendo e hilvanando artículos y ensayos que pueden formar un todo, que de hecho corresponden a una estación o campo de la obra de Mariátegui, como ya lo reiteraran —con sus propias palabras— los editores de EL ALMA MATINAL Y OTRAS ESTACIONES DEL HOMBRE DE HOY.

Esos campos del pensamiento de Mariátegui gi­ran en dos órbitas: la de su preocupación por la sociedad occidental contemporánea y la de su amor por el Perú y sus problemas. Ambas están sin embargo unidas, como es fácil entender y apreciar, por un ancho contacto: "Creo que no hay salvación para Indo-América —dijo en Siete Ensayos— sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales". Y más allá de este enunciado, estaba afirmando —además— a través de toda su obra, que la solución de los debates nacionales era subsidiaria, en la época actual, a la del problema humano en la amplia redondez de la tierra.

Dentro de la órbita mundial, y en el aspecto de su estudio de la literatura contemporánea, es que se suceden los artículos de este libro, ya publicados en las revistas VARIEDADES y MUNDIAL, mayormente entre los años 1925 y 1930, aunque hay algunas excepciones, como "El Crepúsculo de la Civilización", que data de Diciembre de 1922, y el artículo "Los Amantes de Venecia", reproducido del diario EL TIEMPO, 11 de Enero de 1921. En todos ellos está palpitando junto con su extraordinaria erudición de autodidacta, la emoción que Mariátegui sabía extraer de sus lecturas, sin ningún rígido molde, sin ningún estereotipado criterio de alarde científico; y, sin embargo, con una lógica adecuación a su posición de crítico sociologista. Como lo expresara el escritor José Antonio Portuondo, al referirse a los críticos literarios del Continente: "hay casos, como el ejemplar de José Carlos Mariátegui, en los que la crítica asa me una espléndida categoría de arte, sin perjuicio del enjuiciamiento certero, de pura raíz materialista".

Desde que se exhibe a dos generaciones de escritores franceses, representadas por Henri de Montherlant y por Andrés Chamsom —la primera, de los que han supervivido la guerra del 14; y la segunda, de los que no llegaron a la trinchera— se plantea por Mariátegui dos manifestaciones de la actividad literaria contemporánea: mina decadente y sensual; y la otra activista, con una obligación moral y de meditación ante el drama planteado —otra vez: ser o no ser— en la sociedad actual. Pero es sorprendente cómo esa especie de clasificación no le pone una venda en los ojos para saber encontrar la calidad literaria o la verdadera capacidad creadora, al lado de la concepción del mundo que tengan unos u otros escritores y artistas.

Encuentra la relación entre los surrealistas y la renovación social e intelectual del 20, frente a la desesperanza que puede capitanear, en un momento, Soupault; pero a la vez perdona su monarquismo fascistizante a Charles Maurras —sólo en ese instante— porque ha escrito un buen libro sobre George Sand y Alfredo de Musset, en que se establece, a base de documentación, el espíritu de sacrificio maternal de la primera. Sabe distinguir el impresionismo superficial de Gómez Carrillo, la novela con éxito fácil de Blasco Ibáñez, la desolación nihilista de Nicolás Arzibazchev, reconociendo ciertas virtudes de esos escritores colocados en el plano de la decadencia, del crepúsculo finisecular. Y asoma, entre sus páginas, el en­cendido tributo a Unamuno, individualista cien por ciento, pero en quien admira su sentido de la lucha; como también ofrece, en primicia, la pre­sentación de la masa en el aliento joven, vitalista y trabajador de la nueva novela rusa de Fedin, de Luisa Reissner, de Fadeiev; y en la novela nor­teamericana —que comenzaba a influir en Europa y en América Latina— y en particular a través del MANHATTAN TRANSFER, de John Dos Passos. Lo vertiginoso, "como la vida que traduce", —dice Mariátegui— seducía grandemente a éste, que manifiesta entusiasmado ante todas las obras que expresen el aceleramiento y el progreso del mun­do contemporáneo; pero no admiración, sino cuando reflejen al mismo tiempo un espíritu es­peranzado, un optimismo en las finales consecuen­cias de la actividad del hombre, dentro de una sociedad donde se exalten las condiciones creado-ras y heroicas, en beneficio de la humanidad. Le interesa la vida en su profundidad y misterio, como en Waldo Frank, aunque sigue con ojos de artista la biografía de Maurois sobre SHELLEY o la de Guy de Portalés sobre Chopin. Y expresa su reconocimiento a los maestros de la revista EUROPA, órgano de la cultura internacional bajo la inspiración de Romain Rolland; así como ala actividad renovadora de MONDE, en que se mezcla la actitud revolucionaria con una exigente manifestación literaria y artística. Esto, sin dejar de señalar la importantísima tarea de NUEVA REVISTA FRANCESA, de André Gide.

De especialísimo interés es su artículo sobre el libro JUANA DE ARCO, de Joseph Desteil. "Los personajes de la historia o de la fantasía humanas —dice Mariátegui— como los estilos o las escuelas artísticas o literarias no tienen la misma suerte, ni el mismo valor en todas las épocas. Cada época los entiende y los conoce desde su peculiar punto de vista, según su propio estado de ánimo. El pasado muere y renace en cada generación. Los valores de la historia, como los del comercio, tienen altas y bajas. Una época racionalista y positivista no podía amar a la doncella. Su concepción de Juana de Arco era la destilada, laboriosa y lentamente, por el maligno alambique de Anatole France. Pero en esta época —agregaba— sacudida por las fuertes corrientes de lo irracional y lo subconsciente, es lógico que el espíritu humano se sienta más cerca de Juana de Arco y más apto para comprenderla y estimarla. Juana de Arco ha venido a nosotros, en una ola de nuestra propia tormenta". Hay como una co­rriente de simpatía hacia ella, por lo que significa de pasión, de lucha, de fuerza misteriosa; más allá de la común realidad, pero realidad, también, al fin. La heroína brota de la tierra misma: campesina, saludable, ignorante y genial. Le satisface a Mariátegui que sea ella misma dotada de un elan vital; y no la figura intelectualizada por Bernard Shaw, puesta meramente en relación a sus jueces.

Merece citarse como manifestación de su intui­ción histórica aquel artículo que tituló LA OTRA EUROPA, por Luc Durtain, y que publicó VARIEDADES en Diciembre de 1928. En él copia las siguientes frases de Durtain: "Los protagonistas de otro tiempo, el genio latino, germánico o anglo-sajón, retrocediendo a modo de comparsas hacia el fondo de la escena, en tanto que —viniendo de los lados opuestos de ésta, derecha e izquierda— actores inesperados, Moscú y Wáshington, avan­zan a las condilejas; tal es la peripecia de los nuevos tiempos". Y luego, glosa Mariátegui: "El conflicto implacable, el choque eliminatorio entre estos dos órdenes, no parece, por lo demás, indispensable a corto plazo. Comunismo y capitalismo pueden coexistir mucho tiempo, como han coexistido y coexisten catolicismo y protestantismo. Porque para Luc Durtain la mejor analogía a este respecto es siempre la que puede encontrarse en el paralelo de dos religiones". Esto fue escrito mucho antes de la segunda guerra mundial.

Forman también un nudo central del libro los tres artículos en torno de Gorki: "El Crepúsculo de la Civilización" (VARIEDADES, I6-XII-22), "La Ultima Novela de Máximo Gorki" (MUNDIAL, 20-VIII-28) y "Máximo Gorki, Rusia y Cristóbal de Castro" (MUNDIAL, 3-VIII-28). En el primero recoge el pensamiento de aquel novelista sobre el "fin de Europa" uniéndolo al pensamiento de Spengler acerca de la "decadencia de Occidente", considerando la quiebra de la sociedad europea, donde está —sin embargo— el embrión de la sociedad nueva. En el segundo nos ofrece, a manera de sugestiva entrada, el recuerdo de una entrevista que le concediera Gorki en el Sanatorio de Saarow Ost, donde se ilumina el reportaje con el talento literario de Mariátegui, acentuando el contraste entre el espíritu rudo, estepario, del escritor ruso y el paisaje ganadero y paradisíaco del pueblo germano, donde hasta el crepúsculo —"espectáculo sentimental y voluptuoso"— estaba prohibido para bienestar de los pacientes. Pero el tema central de este artículo, al que el lector es llevado a través de ese cuadro de confrontaciones entre el hombre y el paisaje, es la novela Los ARTAMONOV, donde se desarrolla el proceso histórico de Rusia en 55 años anteriores a la Revolución Bolchevique. Es la etapa dé fermentación de una burguesía que no llega a tomar el control del país; desde el siervo emancipado hasta los descendientes capi­talistas y los angustiados espectadores del cata­clismo social. Mariátegui sostiene que el realismo de Gorki es un neorrealismo mucho más efectivo que el anterior del siglo XIX, que considera pleno "de resabios románticos y de modelos clásicos". "El superrealismo es una etapa de preparación para el realismo verdadero" sostiene; y añade, siguiendo en esto a René Arcos: "Había que soltar la fantasía, libertar la ficción de todas sus viejas amarras, para descubrir la realidad". En el tercero, vemos a Gorki de regreso a Rusia

después de haber concluido Los ARTAMANOV, novela de la burguesía, para, según se pensaba, escribir la del trabajador. Pero a la vez Mariátegui se lanza a la polémica contra Cristóbal de Castro, fustigando en él a los que critican sin conocer las obras sino a través de terceros y en general al periodismo ligero, irresponsable o malevolente.

El crecimiento de un nuevo realismo, que aparecía tras el surrealismo y en torno de la gran crisis que se perfilaba angustiante en aquella década de la post-guerra mundial Nº 1, se destaca, asimismo, en las novelas de Sigrid Undset, ganadora del Premio Nobel de I926. Los atributos de la nueva literatura los halla Mariátegui en ella. Y así el artículo pertinente (VARIEDADES, 19-VI- 29) reafirma lo que él pedía a la literatura de la época: "la potencia de un arte realista", "humano" y sin embargo "poético", con una expresión "fuerte y sincera".

Mariátegui fue un escritor de su presente. La literatura que él leía y criticaba estaba viva, humeante. No era la tarea mayormente reflexiva, de los críticos peruanos anteriores a él, sino que ponía sobre el tapete el último libro, el reciente ensayo, las corrientes aún en pleno vigor, no cuando perdidas las fuerzas se estacan o forman los remansos que son ya un pasado y del que pueden encontrarse más fácilmente modernos y fríos resultados. Quién sabe si nadie como él, hasta entonces, nos puso en contacto directo con Europa, con su cultura, con su literatura, con el trajín sofocante de unos pueblos que salían de una catástrofe y que caminaban hacia otra. En aquellos años que corrían entre 1920 y 19.30 los artículos de Mariátegui en EL TIEMPO, en VARIEDADES, en MUNDIAL, en AMAUTA, transmitieron —con la vibración inmediata del cable, pero con la enjundia profunda del libro leído, de la revista sabiamente digerida— el pensamiento de la cultura occidental. Cultura que, decadente o no, se constituía en base de las esperanzas del mañana, del reverdecimiento de su propia y vieja raíz trasmutada en nuevos y nuevos valores, de los que Mariátegui quería extraer la entraña y presentárnosla con el cuidado anatómico del cirujano, pero con la pa­sión del poeta, que sabe hablar afectivamente al pueblo.

AUGUSTO TAMAYO VARGAS.