OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE EDUCACION

  

    

LAS REIVINDICACIONES FEMINISTAS1

 

Laten en el Perú las primeras inquietu­des feministas. Existen algunas células, al­gunos núcleos de feminismo. Los propug­nadores del nacionalismo a ultranza pensa­rán probablemente: he ahí otra idea exótica, otra idea forastera que se injerta en la mentalidad peruana.

Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver, simplemente, una idea humana. Una idea característica de una civilización, peculiar a una época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía en el Perú, como en cualquier otro segmento del mundo civilizado.

El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial ni arbitrariamente. Ha apare­cido como una consecuencia de las nuevas formas del trabajo intelectual y manual de la mujer. Las mujeres de real filiación fe­minista son las mujeres que trabajan, las mujeres que estudian. La idea feminista prospera entre las mujeres de oficio intelec­tual o de oficio manual: profesoras universitarias, obreras. Encuentra un ambiente propicio a su desarrollo en las aulas uni­versitarias, que atraen cada vez más a las mujeres peruanos, y en los sindicatos obreros, en los cuales las mujeres de las fábri­cas se enrolan y organizan con los mismos derechos y los mismos deberes que los hom­bres. Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherentes en­tre las diversas categorías del trabajo feme­nino, existe aquí, como en otras partes, un feminismo de diletantes un poco pedantes y otro poco mundano. Las feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio literario, en un mero deporte de moda.

Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no se reúnan en un movimien­to feminista único. El feminismo tiene, ne­cesariamente, varios colores, diversas ten­dencias. Se puede distinguir en el feminis­mo tres tendencias fundamentales, tres co­lores sustantivos: feminismo burgués, femi­nismo pequeño-burgués y feminismo prole­tario. Cada uno de estos feminismos formu­la sus reivindicaciones de una manera dis­tinta. La mujer burguesa solidariza su femi­nismo con el interés de la clase conservado­ra. La mujer proletaria consustancia su fe­minismo con la fe de las multitudes revolu­cionarias en la sociedad futura. La lucha de clases —hecho histórico y no aserción teó­rica— se refleja en el plano feminista. Las Mujeres, como los hombres, son reacciona­rias, centristas o revolucionarias. No pue­den, por consiguiente, combatir juntas la misma batalla. En el actual panorama hu­mano, la clase diferencia a los individuos más que el sexo.

Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la teoría en sí misma. Depende, más bien, de sus deformaciones prácticas. El feminismo, como idea pura, es esencial-mente revolucionario. El pensamiento y la actitud de las mujeres que se sienten al mis­mo tiempo feministas y conservadoras care­cen, por tanto, de íntima coherencia. El conservantismo trabaja por mantener la orga­nización tradicional de la sociedad. Esa or­ganización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir. Las feminis­tas de la burguesía aceptan todas las conse­cuencias del orden vigente, menos las que se oponen a las reivindicaciones de la mujer. Sostienen tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesi­ta es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el orden viejo es de­masiado exclusiva para ser válida.

Cierto que las raíces históricas del fe­minismo están en el espíritu liberal. La re­volución francesa contuvo los primeros gérmenes del movimiento feminista. Por 1e­ra vez se planteó entonces, en término precisos, la cuestión de la emancipación e la mujer. Babeuf, el leader de la conjuración de los iguales, fue un asertor de las reivindicaciones feministas. Babeuf arengaba así a sus amigos: no impongáis silencio a este sexo que no merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de vosotros mismos. Si no contáis para nada a las mujeres en vuestra república, haréis de ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia será tal que ellas la restaura­rán. Si, por el contrario, las contáis para al­go, haréis de ellas Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas". Polemizando con los anti-feministas, Babeuf hablaba de "este sexo que la tiranía de los hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido inútil jamás en las revoluciones". Mas la revolución francesa no quiso acordar a las mujeres la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces jacobinas o igualitarias. Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito, podían haberse llamado, más bien Derechos del Va­rón. La democracia burguesa ha sido una democracia exclusivamente masculina.

Nacido de la matriz liberal, el feminis­mo no ha podido ser actuado durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la tra­yectoria histórica de la democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos políticos y jurídicos del varón. Y es la re­volución rusa la que ha concedido explícita y categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más de un siglo recla­maban en vano de la revolución francesa Babeuf y los igualitarios.

Mas si la democracia burguesa no ha realizado el feminismo, ha creado involunta­riamente las condiciones y las premisas mo­rales y materiales de su realización. La ha valorizado como elemento productor, como factor económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más intenso. El trabajo muda radicalmente la mentalidad y el espíritu femeninos. La mujer adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma. Antiguamente, la sociedad desti­naba a la mujer al matrimonio o a la barra­ganía. Presentemente, la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha cambiado y ha elevado la posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el feminismo y sus progresos con argumentos sentimentales o tradicio­nalistas pretenden que la mujer debe ser educada sólo para el hogar. Pero, prácticamente, esto quiere decir que la mujer debe ser educada sólo para funciones de hembra y de madre. La defensa de la poesía del ho­gar es, en realidad, una defensa de la servi­dumbre de la mujer. En vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer, lo disminuye y lo rebaja. La mujer es algo más que una madre y que una hembra, así como el hom­bre es algo más que un macho.

El tipo de mujer que produzca una ci­vilización nueva tiene que ser sustancialmen­te distinto del que ha formado la civilización que actualmente declina. En un artículo so­bre la mujer y la política, he examinado así algunos aspectos de este tema: "a los trova-dores y a los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italia­no, Pitigrillo, clasifica a este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo.

"Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema indidualista, decaerán el lujo y la elegancia fe­ministas. La humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mu­jeres. Los trajes de la mujer del futuro se­rán menos caros y suntuosos; pero la con­dición de esa mujer será más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no consisti­rá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour ataviada por Paquín. Consisti­rá, acaso, en la imitación de una Mme. Ko­llontay. Una mujer, en suma, costará me-nos, pero valdrá más".

El tema es muy vasto. Este breve ar­tículo intenta únicamente constatar el carác­ter de las primeras manifestaciones del fe­minismo en el Perú y ensayar una interpre­tación muy sumaria y rápida de la fisono­mía y del espíritu del movimiento feminis­ta mundial. A este movimiento no deben ni pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana. El feminismo me parece, además, un tema más interesante e histórico que la peluca. Mientras el fe­minismo es la categoría, la peluca es la anécdota.

 


NOTA:

1 Publicado en Mundial, Lima, 19 de diciembre de 1924.