OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE NUESTRA AMERICA

 

LA AMERICA LATINA Y LA DISPUTA BOLIVIANO-PARAGUAYA* 

 

La facilidad suramericana, tropical, con que dos países del Continente han llegado a la movilización y a la escaramuza, nos advierte que las garantías de la paz en esta parte del mundo son mucho menores de lo que, por optimismo excesivo, nos habíamos acostumbrado a admitir. Sud-América como Centro-América, si nos atenemos a este aviso repentino, pueden convertirse en cualquier instante en un escenario balcánico. Un choque de patrullas, un cambio de invectivas, basta —si hay de por medio uno de esos pleitos de confines, que en nuestra América reemplazan a las cuestiones de minorías nacionales— para que dos pueblos lleguen a la tragedia.

La paz, como acabamos de ver, no tiene fiadores. Ni los Estados Unidos, ni la Sociedad de las Naciones, en caso de inminencia ¡perrera, van más allá del ofrecimiento amistoso de sus buenos servicios. El pacto Kellogg, el espíritu de Locarno** no tienen —para América menos aún que para Europa— sino un valor platónico, diplomático. La paz carece no sólo de garantías materiales —el desarme— sino de garantías jurídicas. Si los combates paraguayos y bolivianos no hubiesen coincidido con la celebración de la Conferencia Pan-Americana de Conciliación y Arbitraje, en Washington, habría faltado el organismo capaz de mediar con autoridad entre los dos países, El Gobierno de Washington y la Sociedad de las Naciones se neutralizan cortésmente; el monroísmo descubre su sentido negativo, su función yanqui, no americana. Estados Unidos encuentra en una revolución como la de Nicaragua motivo suficiente para intervenir con sus barcos, sus aviones y su marinería; pero, ante un conflicto armado entre dos países hispano-americanos siente la necesidad de no rebasar el límite de la mes estricta y prudente neutralidad.

Los problemas de política interna concurren a hacer extremadamente peligrosa cualquiera fricción. En el caso de Bolivia, la situación del gobierno de Siles parece haber jugado un rol decisivo en el inflamiento y exageración de la cuestión creada por el ataque paraguayo. (Ataque que habría estado precedido de la incursión de tropas bolivianas en territorio situado bajo la autoridad del Paraguay. No discuto los comunicados oficiales. Los términos de la controversia no interesan a mi comentario). El gobierno de Siles es un gobierno de facción, que tiene como adversarios no sólo a los que lo fueron del gobierno de Saavedra, sino también a una gran parte de los saavedristas. Su estabilidad depende del ejército. Su política internacional tiene que entonarse, por ende, a un humor militarista. El llamamiento a las armas, el grito de la patria en peligro han sido, muchas veces, en la historia, excelentes recursos de política oligárquica. En Bolivia, Siles ha asido la oportunidad para constituir un ministerio de concentración que ensancha las bases partidaristas de su política. Escalier y Abdón Saavedra se han puesto a sus órdenes. Don Abdón, ruidosamente expulsado a poco de la ascensión de Siles al poder, ha regresado a Bolivia. Puede suceder que, con todo esto, los riesgos para el porvenir se compliquen y acrecienten. Que el frente interno, la concordia de los partidos, signifique para el gobierno de Siles la amenaza de un caballo de Troya. Pero las oligarquías hispano-americanas han vivido siempre así, alternando la violencia con la astucia, girando contra el porvenir.

Sin estos elementos de excitación artificial, agravados por temperamentos más o menos patéticos, mas o menos propensos al vértigo bélico, sería inconcebible el que una escaramuza de fronteras, un choque de patrullas —es decir un episodio corriente de la vida internacional de este Continente donde las fronteras no están aún bien solidificadas y definidas— pudiese ser considerado seriamente como un motivo de movilización y de guerra.

Los riesgos de conflicto armado se explican, sin duda, mucho más en Europa superpoblada, dividida en múltiples nacionalidades —nacionalidades reales y distintas— forzada mientras, subsista el orden vigentes un difícil equilibrio. En este Continente latino-americano que, con excepción del Brasil, habla un único idioma, y que no tiene luchas ni competencias tradicionales, lis rivalidades que enemistan a los pueblos, y que pueden precipitarlos en la guerra sol, al lado de las diferencias europeas, menudas querellas provincianas.

Lo más inquietante, por esto, en los últimos acontecimientos, es que no hayan suscitado en la opinión pública de los pueblos latino-americanos, una enérgica, instantánea, compacta y unánime afirmación pacifista. La defensa de la Paz ha sido dejada á la prensa, a los gobiernos. Y la acción oficial, sin el requerimiento público, no agota nunca sus recursos. Tal vez la sorpresa ha dominado y paralizado a las gentes. Quizás los pueblos no han salido todavía del estupor. Ojalá sea ésta la explicación de la calma pública. El deber de la Inteligencia, sobre todo, es en Latino-América, más qué en ningún otro sector del mundo, el de mantenerse alerta contra toda aventura bélica. Una guerra entre dos países latino-americanos sería una traición al destino y a la misión del Continente, Sólo los intelectuales que se entretienen en plagiar los nacionalismos europeos pueden mostrarse indiferentes a este deber. Y no es por pacifismo sentimental, ni por abstracto humanitarismo, que nos toca vigilar contra todo peligro bélico. Es por el interés elemental de vivir prevenidos contra la amenaza de la balca­nización de nuestra América, en provecho de los imperialismos que se disputan sordamente sus mercados y sus riquezas.

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Mi artículo del número anterior de Variedades,*** —por consideraciones que en cuanto importan atención a mis escritos no tengo sino que agradecer— no ha podido pasar sin protesta de mi distinguido amigo don Alberto Ostria Gutiérrez, Ministro de Bolivia. Mis opiniones, sobre la cuestión boliviano-paraguaya, en general, no se avienen sin duda con los términos diplomáticos de los comunicados oficiales de Bolivia ni del Paraguay: me sitúo, ante éste, como ante cualquier otro acontecimiento internacional, en un terreno de interpretación, no de crónica. Indago, quizá con alguna audacia, por razones de temperamento y de doctrina, lo sustancial, diversa y opuestamente a la diplomacia que tiene que contentarse con lo formal. Me es imposible, por tanto, discutir con el Sr. Ostria Gutiérrez, insistiendo en mis apreciaciones. El Sr. Ostria Gutiérrez, concede, en riguroso acuerdo con sus deberes de diplomático, todo su valor oficial, a convenciones que mi juicio, libre de toda traba, rebasa totalmente. Así, para el señor Ostria Gutiérrez, el gobierno del señor Siles no es un gobierno de facción porque reposa en dos partidos; pero para mí, estos dos partidos, uno de los cuales se ha formado precisamente al calor de este gobierno y tiene, por tanto, una discuti­ble identidad, no son sino una facción de la burguesía boliviana. Sabemos demasiado el valor que se puede conceder a los partidos en nuestra política suramericana, tan dominada por los personalismos. Los partidos, en estos escenarios, se componen y descomponen con asombrosa facilidad en torno de las personalidades. Poco representaba la fuerza gubernamental de los nacionalistas y republicanos —divididos los últimos en dos ramas.., ante la oposición de Saavedra, Montes, Escalier, etc., que ahora se estrechan la mano, aunque no sea sino precariamente, en un frente único, del que se beneficia, también por el momento, el gobierno del señor Siles. El señor Ostria Gutiérrez, en su íntima consciencia de intelectual, convendrá en que los dos estamos en nuestro papel, con una circunstancia en mi favor: la de que mi crítica no está emba­razada por obligaciones ni responsabilidades de funcionario. Siento una gran amistad por el pue­blo boliviano, por sus buenos intelectuales, con algunos de los cuales cultivo las mejores relaciones; pero no tengo ninguna simpatía por el gobierno del señor Siles, como no la tendría por el gobierno de un Escalier, un Montes, etc.

Esta explicación de mis puntos de vista, me exime de toda réplica. 

 

 


 

NOTAS:

 

* Publicado en Variedades: Lima, 22 de Diciembre de 1928

** Conferencia de paz que siguió a la guerra de 1914.

*** Este articulo lo publicó José Carlos Mariátegui en Va­riedades, el 29 de Diciembre de 1928, con motivo de una carta que le enviara el señor Alberto Ostria Gutiérrez Ministro de Bolivia, cuyo texto es el siguiente:

 

Lima, 24 de Diciembre de 1928. Señor don José Carlos Mariátegui.

Ciudad.

Mi distinguido amigo:

Sin pretender discutir los términos del comentario que, acerca del reciente conflicto boliviano-paraguayo, publica Ud., en el último número de la revista Variedades y que me merece el más alto respeto por venir de Ud., me permito en honor a la verdad, expresarle lo siguiente:

1º—Que la situación del gobierno del doctor Siles no ha jugado ningún rol en dicho conflicto, motivado solamente por el sorpresivo ataque al Fortín "Vanguardia", que ha sublevado muy justificadamente el sentimiento patriótico de todos los bolivianos.

2º—Que el gobierno del doctor Siles no es un gobierno de facción, pues con él colaboran dos partidos de opinión, el Nacionalista y el Republicano, además de varios eminentes hombres públicos de los otros partidos políticos.

3º—Que si bien en Bolivia como en todas partes del mundo el ejército contribuye a la estabilidad del gobierno, cumpliendo así uno de sus fines, que es el mantenimiento del orden público, el señor Sales, no "se ha asido —como Ud. por error afirma— a la oportunidad para constituir un gabinete de concentración" (cosa que pudo haber hecho a su voluntad y en cualquier momento) sino que, dando evidente prueba del más elevado patriotismo, ha realizado lo que el renunciamiento a los intereses de la política interna aconsejaba realizar en una hora de prueba: la unificación nacional, para afrontar, con el concurso de todos, el peligro de la guerra. En esta virtud, la formación del gabinete de concentración no ha obedecido, pues, al deseo de atraer a los partidos de oposición, sino al deber de defender el país contra la agresión extranjera.

Rogándole hacer públicas estas aclaraciones y agradeciéndole anticipadamente, me repito su atento y seguro servidor.

Alberto Ostria Gutiérrez,

Ministro de Bolivia.