La danza macabra

 


Escrito: Por Dora Mayer, noviembre de 1917.
Publicado por vez primera: En La Crítica, Año I, No. 10, Lima, 11 de noviembre de 1917, págs. 3 y 4.
Transcripción: Juan Fajardo, para marxists.org, 3 de septiembre de 2025. 


 

 

De primera intención nos ha parecido el gesto de los jóvenes que llevaron a bailar á Norka Rouskaya en el Panteón de Lima[1], como uno de esos actos de desafío á todo lo santo y sagrado provocadores de un castigo de Dios, que relatan las leyendas históricas. Nos ha parecido el gesto de un Don Juan, invitando d sus orgías a los manes del Comendador.

Quizá su actitud de ánimo no haya sido como la primera impresión hizo pensar. Pero no aprobamos de ningún modo que en nombre de las exquisiteces de sensaciones artísticas se disculpe cualquier desborde de cerebros mal equilibrados.,

En general la sed de estimulantes psicológicos, tales como las sensaciones macabras, no es otra cosa que morbidez del espíritu, engendrada por tortuosas evoluciones del sentimiento. Así como un bebedor no llega a ingerir los licores de alta gradación sin haber ya cauterizado su garganta y sus entrañas con un uso prolongado y progresivo de fuertes bebidas caloríficas, así el alma no pide los fuer tes estimulantes artificiales sino cuando se halla ya quemada por la acción de constantes vicios.

No es que nosotros personalmente entretengamos ideas severas ó fanáticas respecto de lo que se llama profanación de las tumbas. Ahí está para comprobarlo un artículo que publicamos en “El Comercio” del 25 de agosto último. Nosotros creemos que es muy poco el agravio que puede inferirse a los despojos mortales en comparación de los inmensos ultrajes que la barbarie humana continúa infiriendo día a día a los individuos vivos y nos dedicamos a luchar por una mejora de la condición de los vivos y no de los muertos. Desde luego nuestra imaginación no evoca, al comentar el escándalo de la presente semana, como lo hace el caricaturista de “La Crónica”, la figura de los esqueletos que despiertan del sueño al sentir el solemne compás de la marcha fúnebre de Chopin, sino que nuestra razón comprende que los deudos de los mortales cuya memoria se entregó a la paz y al ambiente bendito del Cementerio General, no contaron con la insólita contingencia de que se tomase este grave recinto como proscenio de representaciones teatrales.

Podrá sostenerse que en otros tiempos pasados ó en otros lugares no cristianos, el baile sea considerado como rito religioso, y más aún, podrá concederse que en futuras épocas, el arte hasta en sus formas escénicas sea empleado para rodear la muerte con las galas de la más alta emoción estética. Pero, ni estamos en ese pasado, ni mucho menos en aquel porvenir, en que el arte desprendido de una humanidad impura, merezca intentar una danza sobre un sepulcro consagrado.

Norka Rouskaya no es ni siquiera una estrella artística de tal magnitud que justifique el anhelo de exquisitez artística con que los jóvenes autores de la aventura pretenden excusar su idea. ¿Por qué no llevaron mejor al Panteón a Feline Verbist ó a la PawIowa? Sin duda porque eran bailarinas más respetables y no habrían convenido en la empresa en la forma no autorizada en que se produjo.

Lo congruente con la época es que el arte tenga sus grandes recursos de decoraciones y mecanismo escénico para producir mediante la ficción el estado psicológico que el arte persigue. El arte debe quedar por ahora dentro de los límites del arte y no intentar connubios impropios con la realidad.

Castigar la incorrección cometida con un arresto ó con una multa nos parece tan profano como la profanación misma de que el sentimiento general inculpa a los comprometidos. Claro está que el inspector del Cementerio no debió dar el permiso de una visita á la media noche al solitario recinto. Ante el criterio formal, él es el más responsable de la incorrección práctica habida. Sin embargo, ¿quién ejerció tal vez presión sobre él, para que concediera la Iicencia? Mientras no se sabe esto, ¿habría derecho para hacerlo la víctima expiatoria del extravío de los tantos que tuvieron parte en el asunto?

Todos los complicados tienen a la vez la culpa y como echar la culpa á otros, pues, evidentemente el señor García Irigoyen dirá que la tienen los señores Valega y Vargas Quintanilla, porque él creyó que Norka Rouskaya y sus acompañantes (en las manos de uno de los cuales no dejaría de ser visible el violín) iban a dar un paseo en sereno recogimiento por la avenida que parte de la Capilla del Cristo yacente, y que tocaba á los señores Valega y Vargas Quintanilla la responsabilidad de haber permitido desenfundar el instrumento de música y desenfundar á la bailarina, si es verdad que se desenfundo.

La conducta de la muchacha de 18 años, perteneciente a un gremio dado á bastantes ligerezas, no sin muchas y honrosas excepciones, extraña al país y ambiciosa de notoriedad de cualquiera especie, no tiene por qué preocuparnos.

El capricho del grupo de exquisitos, que no tuvo valor de preconizar abiertamente la innovación de costumbres que pretende estimar lícita, citando los ejemplos de Madrid, Paris y Nueva York, debe ser juzgado por el veredicto de la sanción social, pues sería darle pequeña importancia incluyéndolo en la lista de las faltas policiales, ni sería apropiado hacerlo materia de proceso judicial.

Dora Mayer.

 

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[1] La noche del 5 de noviembre de 1917, casi rozando la una de la mañana, César Falcón, José Carlos Mariátegui, Félix del Valle, Abraham Valdelomar, la bailarina suiza Norka Rouskaya y el violinista Luís Cáceres, entraron al cementerio de Lima, acompañados por el señor Valega, administrador del cementerio. Una vez dentro, el grupo se colocó en la avenida central, prendió velas, y Cáceres empezó a tocar la Marcha Funebre de Chopin. Rouskaya hizo su aparición, bailando al compás de la música ataviada únicamente con una malla y una túnica gris. Valega protestó y rápidamente logró detener la actuación. Al día siguiente la noticia corrió por todo Lima, se armó un escandalo y el prefecto dió orden de detención contra todos los involucrados. [Nota de marxists.org]