Anton PANNEKOEK  - Los Consejos Obreros

 

Capítulo quinto:

La guerra

 

 

5. En el abismo.

La Segunda Guerra Mundial ha lanzado a la sociedad al fondo de un abismo, más profundo que aquéllos en donde había sido precipitada por las catástrofes del pasado. En el transcurso de la Primera Guerra Mundial, los capitalismos que se combatían mutuamente, lo hacían como potencias al viejo estilo, manteniendo una guerra de tipo tradicional, pero a mayor escala y utilizando técnicas más avanzadas. La última guerra ha derribado las estructuras internas de los Estados y han aparecido otras nuevas. Ahora la guerra es «total» y a ella se consagran todas las fuerzas de la sociedad.

En esta guerra y por ella, la sociedad se ve llevada a un nivel inferior de civilización. Pero no son exactamente los inmensos sacrificios, la sangre vertida y las vidas destruidas las que prueban la existencia de esta regresión. Durante todo el período llamado civilizado —es decir, este periodo de la historia escrita en el que la sociedad está dividida en clases explotadoras y explotadas, período que se extiende entre aquel en el que dominaba la vida tribal y el que contemplará la unificación de la humanidad a escala mundial— la guerra no era más que la forma de la lucha por la existencia. Y así, de hecho, es natural que las últimas conflagraciones mundiales, las que preceden a la consolidación que agrupará a todos los pueblos, hayan arrastrado masas humanas cada vez mayores y hayan sido más sangrantes que cualquier otra guerra de antaño.

Esta regresión se comprueba, en primer lugar, en el abandono de las reglas militares y jurídicas que, en el siglo XIX, daban una cierta apariencia de humanidad a la guerra. Los enemigos eran considerados, al menos formalmente, al mismo tiempo, como seres humanos y soldados. Los derechos políticos de los países vencidos y los sentimientos nacionales, respetados. Los civiles, por lo general, eran mantenidos al margen de la guerra. Se firmaron Tratados Internacionales, promulgando «leyes de la guerra» en las que estos principios se veían avalados e, incluso si eran violados con frecuencia, se les consideraba como una especie de legislación internacional a la que se podía recurrir contra la arbitrariedad del vencedor. La guerra total ha roto en mil pedazos todo este papel mojado. Durante la última guerra, el invasor se apoderaba no sólo de todos los suministros del país conquistado, hacía funcionar en su provecho las fábricas y se hacía trabajar a los prisioneros de guerra, sino que fue aún más lejos. Toda la población de las regiones ocupadas por el ejército alemán fue obligada por la fuerza a trabajar para la industria de guerra alemana, en el curso de una verdadera caza del esclavo. De este modo, produciendo armas para el enemigo, estas poblaciones fueron obligadas a ayudarle contra su propia nación, permitiendo que se enviaran sus propios obreros al frente. Hoy, cuando la guerra es una cuestión de producción industrial, el trabajo forzado se ha convertido en uno de sus fundamentos.

Era natural que en los países ocupados —la mitad de Europa— surgiera la resistencia, y también era natural que fuese reprimida con la más extrema violencia, e incluso cuando estaba en sus inicios. No obstante, es menos natural que la represión haya alcanzado tal grado de crueldad, como por ejemplo aquella de la que fueron objeto los primeros, los judíos alemanes, sometidos a los peores malos tratos y después exterminados, y que fue extendida posteriormente a todas las oposiciones nacionales. El soldado alemán, esclavo involuntario él mismo del aparato dictatorial, se ha transformado en un amo e instrumento de la opresión. Estos hábitos de violencia y horror se extendieron como una lepra repugnante por todo el continente, provocando un odio inmenso contra el ocupante alemán.

En las guerras de antaño, se consideraba la ocupación de un país por otro como una situación temporal. El Derecho internacional expresaba así este consenso: el ocupante no está autorizado a modificar en lo más mínimo la Constitución del país y no puede encargarse de su administración más que mientras las necesidades de guerra lo exijan. Hoy en día, Alemania ha intervenido en todas las instituciones existentes. Ha buscado el modo de imponer los principios nazis, pretendiendo que comenzaba así una nueva era para toda Europa, una era en la que todos los países europeos convertidos en aliados de Alemania (en realidad sus vasallos) debían seguir su ejemplo. Logró encontrar subórdenes en el pequeño número de partidarios de su ideario en el extranjero, por un lado y en el mayor número de arribistas que veían ahí su oportunidad, por otro. Convertidos en dirigentes de sus compatriotas, mostraron el mismo espíritu de violencia gratuita. Impusieron la misma tiranía espiritual que en Alemania. Pero estas medidas provocaron un creciente resentimiento que acabó por expresarse en toda una literatura clandestina y, más concretamente, en los países occidentales que tenían una gran experiencia de las libertades cívicas. Ni la ficción de la unidad de la raza teutona ni el argumento de la construcción de una Europa unida impresionaron.

La caída en la barbarie se debe, ante todo, al poder destructivo de la máquina de guerra moderna. Mucho más que en cualquier otra época, todo el poderío industrial y productivo de la sociedad, todo el ingenio y dedicación humanas, son puestos al servicio de la guerra. Alemania, iniciando su guerra de agresión, dio el ejemplo. Puso a punto bombarderos que destruían las fábricas de material de guerra, pero también los barrios obreros de los alrededores. No había previsto entonces que, al ser la producción de acero de Norteamérica varias veces superior a la suya, este sistema de destrucción acabaría por volverse contra ella, con una violencia diez veces superior, desde el momento en que Norteamérica hubiese transformado su poderío industrial en militar. Durante la Primera Guerra Mundial, se escucharon muchas quejas sobre lo sucedido en Yprès y los daños causados a algunas catedrales francesas. Hoy en día, después de Inglaterra y Francia, Alemania ha contemplado la destrucción total o parcial, a mayor escala, de ciudades y barrios obreros, de grandes monumentos de la arquitectura, de los restos de la belleza medieval imposibles de sustituir. Semana tras semana, la radio se alegraba por los miles de toneladas de explosivos lanzados sobre las ciudades alemanas. Pero estos bombarderos demostraron su ineficacia como instrumento de terror destinado a doblegar al pueblo alemán, a despertar en él el deseo de paz, a llevarle a resistir a los deseos de sus dirigentes. Por el contrario, la exasperación que causaban estas destrucciones insensatas y las masacres empujó a la población desmoralizada a estrechar filas junto a sus jefes. Estos bombardeos daban más bien la impresión de que los aliados, seguros de su superioridad militar e industrial, desean impedir una revolución del pueblo alemán contra los dirigentes nazis, evitando así el tener que aceptar condiciones de paz menos duras, y prefiriendo hacer fracasar de una vez por todas los intentos de dominio mundial alemán logrando una victoria militar total.

Junto a esta devastación material, la destrucción espiritual perpetrada contra la Humanidad representaba una caída no menos grande en la barbarie. La nivelación de toda la vida espiritual, de toda expresión oral o escrita, todas igualadas a un único y solo credo impuesto, y la represión de toda opinión contraria se han transformado, durante la guerra y a causa de ella, en una organización lograda de mentira y de crueldad.

Había sido ya necesario implantar la censura de Prensa en las guerras anteriores, con el fin de impedir que se propagasen noticias sensacionalistas, nocivas al esfuerzo de guerra del país. En el transcurso de las guerras posteriores, cuando toda la burguesía se vio embargada por ardientes sentimientos nacionalistas y cerró filas tras el Gobierno, los periódicos consideraron su deber colaborar con las autoridades alemanas para mantener la moral. Difundieron declaraciones optimistas, se pusieron a criticar y a insultar al enemigo, buscaron el modo de influir en la Prensa de los países neutrales. Pero la censura se hizo aún más necesaria, pues era necesario reprimir la resistencia de los trabajadores, ahora que la guerra volcaba un peso más y más grande, con las jornadas de trabajo mayores y el racionamiento alimenticio. Cuando es necesario recurrir a la propaganda para despertar artificialmente el entusiasmo popular por la guerra, no se puede tolerar una propaganda contraria que revele el trasfondo capitalista del conflicto. Por ello, durante la Primera Guerra Mundial se vio cómo la Prensa se convirtió en un simple órgano del Estado Mayor de los Ejércitos, encargado de la misión particular de mantener sumisas a las masas, desarrollando su espíritu combativo.

En los tiempos actuales, quizá sea así en el campo aliado, pero, del otro lado, esta situación está superada, ya que el Ministerio de Propaganda ha sido adaptado a las necesidades de la guerra arrastrando consigo a su personal de artistas, escritores e intelectuales. Es ahora, cuando su sistema de orientación de la opinión, llevado a su extrema perfección y extendido a Europa entera, puede mostrar toda su eficacia. Presentando la causa alemana como la de la justicia, la verdad y la moral; transformando todas las acciones del enemigo en otras tantas pruebas de debilidad, bajeza o de confusión, ha logrado crear una atmósfera de confianza y de victoria. Se ha mostrado capaz de transformar las derrotas más evidentes en brillantes éxitos, presentar el comienzo del derrumbamiento como la aurora de la victoria final, inspirar una voluntad de lucha encarnizada y retrasar con ello el hundimiento final. No es que las gentes lo tomen todo ello como cierto. De hecho desconfían de todo lo que escuchan. Pero ven la decisión que tienen sus dirigentes y se sienten impotentes por falta de organización.

De este modo, las masas alemanas son las víctimas de un sistema cuya violencia e impostura crecen a medida que se acerca la ruina. La destrucción del poderío capitalista alemán estará acompañada de una destrucción gratuita y de una nueva esclavitud del pueblo alemán y no de un levantamiento de éste, luchando por el establecimiento de un mundo nuevo realmente libre.

El reino del nacionalsocialismo ha pasado sobre Alemania y países limítrofes como una catástrofe destructora. Un torrente de crueldad y de falsedad organizadas se ha desatado sobre Europa. Como una plaga envenenada, ha infectado el espíritu, la voluntad y el carácter de las gentes. Lleva la señal del nuevo capitalismo dictatorial y su efecto se sentirá por mucho tiempo. No es una degeneración accidental. Es producto de causas particulares, características de los tiempos actuales. Cualquiera que vea que la causa profunda de ello es la voluntad del gran Capital de conservar y extender su dominio sobre la Humanidad, sabe que no desaparecerá con el final de la guerra. El nacionalismo exacerbado existente por todas partes, que achaca todas las desgracias al mal carácter de la raza del enemigo y que despierta con ello un odio aún mayor, crea un terreno propicio para el desencadenamiento de nuevas violencias, tanto materiales como espirituales.

La caída en la barbarie no es un atavismo de origen biológico, que amenazaría a la Humanidad en cualquier momento. La forma en que este mecanismo funciona es claramente visible. El reino de la mentira no significa que todo lo dicho y escrito es un engaño. Acentuar una parte de la verdad, omitiendo el resto, puede transformarla en mentira. Y, con frecuencia, el autor de estas operaciones está convencido de decir la verdad. Claro está que cada uno se da cuenta de que lo que él mismo dice no puede ser la verdad objetiva, material, plena y entera, sino sólo una verdad subjetiva, una representación personal, parcial de la realidad. Cuando todas estas verdades subjetivas, personales, y por ello incompletas y parciales, se completan, se controlan, se critican mutuamente y la mayoría de las personas se ven obligadas a criticarse por ello a sí mismas, resulta de ello un aspecto más general de las cosas que puede ser aceptado como algo que se acerca ya a la verdad objetiva. Pero cuando se rechaza este control y se hace imposible la crítica, cuando sólo se admite una opinión particular, se desvanece por completo la posibilidad de alcanzar una verdad objetiva. El reino de la mentira halla su fundamento esencial en la supresión de la libertad de palabra.

La crueldad en la acción se acompaña a menudo de una adhesión fanática a nuevos principios, que se exacerba aún más con los fracasos y la lentitud del avance. En una sociedad normal, los progresos son el resultado de una propaganda paciente y de esta autoeducación que se edifica con la puesta en práctica de una argumentación coherente. Pero cuando la dictadura permite a algunos reinar sobre muchos, estos pocos amos, excitados por el miedo a perder su poder, intentarán lograr sus objetivos recurriendo a una violencia creciente. El reino de la crueldad tiene su fundamento esencial en el poder dictatorial de una minoría. Si se quiere evitar en el futuro que se bordee la barbarie en estas luchas de clases y de pueblos, será necesario oponerse con la mayor energía a todo poder dictatorial de un pequeño grupo o de un Partido, así como a toda supresión o limitación de la libertad de expresión.

La tempestad que en estos momentos barre el planeta ha hecho surgir nuevos problemas y nuevas soluciones. Al lado de la devastación espiritual ha traído consigo una renovación espiritual, nuevas ideas sobre la organización social y económica, siendo las más señaladas nuevas ideas sobre formas de representación, de dominio y explotación. Estas lecciones no serán olvidadas por el Capital mundial. Su lucha será más tenaz, su dominio se verá reforzado por el empleo de estos nuevos métodos. Por otro lado, se desarrollará, entre los trabajadores, la conciencia más clara de que su emancipación no se logrará más que apoyándose en todos los factores que se oponen a esta situación. Sienten ya en su carne cómo el reino de la mentira organizada les impide satisfacer el menor deseo de conocer que pueden tener, cómo el reino del terror organizado hace imposible su organización. Se desarrollarán en ellos, con más fuerza que nunca, la voluntad de mantener abiertas las puertas del saber y las fuerzas necesarias para ello. Lucharán por la libertad de expresión y contra todo intento de restringirla. Lo mismo sucederá con la voluntad de mantener despejados los caminos hacia la organización de la clase y que exigen rechazar todo intento de represión violenta, tanto se presente o no en nombre de intereses supuestamente proletarios.

Con la Segunda Guerra Mundial, el movimiento obrero ha caído aun más bajo que con la Primera. En ésta última se mostró claramente su debilidad, tan patente en contraste con su altivez y su vanagloria en el periodo anterior, cuando fue arrastrado al terreno de la burguesía, cuando se puso a seguir a ésta deliberadamente, por su propio pie, y se transformó así en criado del nacionalismo. Este carácter se mantuvo durante los veinticinco años siguientes y que no fueron más que un cuarto de siglo de discursos vanos y de intrigas partidistas, incluso aunque ciertos movimientos huelguísticos hayan sido acompañados de valerosos combates. En el transcurso de la actual guerra, la clase obrera no tenía ninguna voluntad propia. Se ha mostrado incapaz de decidir por sí misma lo que quería hacer. Estaba ya incorporada en el conjunto nacional. Dado que los obreros son llevados de una a otra fábrica, llevan uniforme y hacen la instrucción, son enviados al frente, se ven mezclados con otras clases sociales, todo lo que constituía la esencia de la clase obrera de antaño ha desaparecido. Los trabajadores han perdido su clase. Ya no existen como tal clase. Su conciencia de tal ha sido barrida por la sumisión de todas las clases a la ideología del gran Capital. El vocabulario de clase propio: socialismo, comunidad, ha sido adoptado por el Capital para encubrir conceptos diferentes.

Esto sucede más especialmente en Europa Central, donde en otro tiempo el movimiento obrero parecía más poderoso que ahora. En los países occidentales existen suficientes sentimientos de clase para que, muy pronto, los trabajadores reemprendan la lucha en el momento de la transformación de la industria de guerra en industria de paz. Pero ahogada por el peso de las estructuras antiguas y de las tradiciones, manteniendo sus batallas bajo formas antiguas, la clase obrera tendrá algunas dificultades para encontrar su camino hacia nuevas formas de lucha. Pese a todo, las necesidades prácticas de la lucha por la existencia, las condiciones de trabajo que les han sido impuestas, obligarán a esta clase, más o menos rápidamente, a dirigir su atención hacia nuevos objetivos, a hacerlos más claros y evidentes, a anteponer la conquista y el dominio del proceso productivo. Pero donde ha reinado la dictadura, donde ha sido destruida por el poderío militar extranjero, es necesario que haga su aparición una nueva clase obrera sometida en su comienzo a las nuevas condiciones de opresión y explotación. Nacerá una nueva generación para la cual los viejos conceptos y consignas ya no tendrán sentido alguno. Claro está que será muy difícil evitar que el sentimiento de clase no se vea teñido de nacionalismo, bajo el dominio extranjero. Pero con la desaparición y el derrumbamiento de tantas viejas tradiciones y antiguas situaciones, el espíritu estará más receptivo a la influencia directa de las nuevas realidades. Toda doctrina, toda construcción, toda consigna serán tomadas, no según su apariencia formal, sino de acuerdo con su contenido real.

El capitalismo reinará en la postguerra con mayor poder. Pero la lucha de las masas trabajadoras también será mayor y, más pronto o más tarde, se levantarán contra él. Es inevitable que, en esta batalla, los trabajadores busquen el control de las fábricas y de la producción, el dominio de la sociedad, del trabajo y de su propia vida. La idea de llegar al autogobierno mediante los Consejos Obreros se apoderará de sus espíritus. La práctica de este autogobierno, la de los Consejos Obreros determinarán sus actos. Salidos de este abismo de debilidad donde se encuentran actualmente, tenderán hacia un nuevo despliegue de fuerzas. De este modo será edificado un nuevo mundo. Habrá una nueva era en la postguerra, no de tranquilidad y de paz, sino de lucha de clases constructiva.

 


Last updated on: 5.30.2011