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Inti Peredo

Mi campaña junto al Che

(1970)

 

 

I.

El Ché en Ñancahuazú

 


El Ché estaba sentado en un tronco.

Fumaba deleitándose con la fragancia del humo. Tenía la gorra puesta. Cuando nuestro grupo llegó, sus ojos relampaguearon de alegría.

El hombre más buscado por el imperialismo, el guerrillero legendario, estratega y teórico de proyecciones mundiales, bandera de lucha y esperanza, estaba allí, metido tranquilamente en el corazón de uno de los países más oprimidos y explotados del continente.

Era la noche del 27 de noviembre de 1966.

Su viaje a Bolivia había sido uno de los secretos más fascinantes de la historia. Pronto sus enemigos y el mundo entero serían testigos de su "resurrección". Esta imagen se me ocurrió al recordar que los cables de las agencias imperialistas habían extendido su certificado de defunción " victimado por el paredón castrista".

Me golpearon varias reacciones: turbación por el respeto que le tenía (y mantendré siempre), emoción profunda, orgullo de estrecharle la mano, y una satisfacción difícil de describir al saber con absoluta seguridad que en ese momento me convertía en uno de los soldados del ejército que dirigiría el más famoso Comandante Guerrillero.

El Ché, o Ramón, como lo presentaban a la tropa, saludó con afecto al grupo. Indicando con la mano me dijo:

-Tú eres Inti.

Me sentí más cohibido.

Algunos compañeros le habían dado antecedentes míos y sabía que yo llegaba en ese grupo. Por mi parte también tenía conocimiento que el Ché estaba en el monte, esperándonos. Aun así no logré dominar mis sentimientos.

Nos sentamos en unos troncos.

Al poco rato Pombo me entregó una carabina M-2 (mi primera arma) y el equipo de combatiente. Todo sucedió en forma increíblemente sencilla. Sin embargo, esa noche comenzó mi vida de revolucionario.

La conversación brotó fácil, animada en torno a temas generales. Yo hablé poco, porque aún estaba impactado por este encuentro. Momentos más tarde el grupo brindó por el éxito de la lucha guerrillera y por la confianza que existía en la victoria final.

Avanzada la noche, Tuma, uno de los hombres que se convirtieron con el transcurso del tiempo en uno de los seres más queridos por nosotros, me ayudó a armar la hamaca.

No tuvimos tiempo para dormir.

Cerca de las dos de la mañana los que aún permanecíamos despiertos debutamos con la "góndola", término que se haría popular mundialmente con el desarrollo de la guerra. La "góndola" consistía simplemente en ir desde nuestro campamento hasta la Casa de Calamina a cargar víveres, armas, municiones. Era una tarea dura, pero Tuma con ese carácter alegre que dinamizaba a nuestra columna, bautizó este trabajo con el nombre de "góndola", comparándolo irónicamente con los autobuses destartalados que recorren las ciudades bolivianas y llevan ese nombre.

La noche estaba muy oscura.

En la casa de Calamina el Ché nos dio su primera lección práctica de lo que debía ser un jefe sencillo y capaz: eligió el saco más pesado y lo colocó en su espalda, iniciando el camino de regreso. En el trayecto se tropezó y se cayó porque se veía muy poco. Recogió nuevamente su carga y continuó al campamento.

Nosotros seguimos su ejemplo.

El ejército guerrillero empezaba a desarrollarse.