O. Piatnitsky

MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
(1896-1917)

 

 

IV.

Mi acción revolucionaria en Odessa

Detención y prisión

(1905-1906)

 

Llegué a Odessa después de las jornadas del Potemkin. Las organizaciones de todos los partidos, comprendida la nuestra, habían sufrido mucho y se encontraban muy debilitadas a causa de las detenciones y de la salidas de muchos militantes, que habían tenido que dejar Odessa.

Desde el sitio secreto a donde yo había ido a presentarme, fuí directamente a la reunión del Comité del partido de Odessa. Me enteré que el Comité Central había informado al Comité de Odessa de mi llegada, y este último me había encuadrado sin esperarme, al mismo tiempo que me designó como organizador del sector urbano.

A la reunión del Comité asistían los camaradas G. Goussiev (hoy secretario de la Comisión central del control del partido comunista de la U.R.S.S.), Kirill (Pravdin), comisario del pueblo adjunto a la comisaría de Vías y Comunicaciones; Daniel (Chotman), actualmente miembro de la Comisión central de control, y Chapovalov, miembro también de la Comisión central de control; este último, algunos días después de mi llegada, dejó Odessa.

Las funciones en el Comité del partido estaban distribuidas de la manera siguiente: Gousiev, secretario (estaba en contacto con la organización de estudiantes bolcheviques y la Sección técnica de la Comisión de la organización); Kirill, organizador del sector del Péréssip; Daniel, organizador del sector de Dalnitski, y yo, organizador del sector urbano de Odessa. Así, de este modo, después de las jornadas de octubre de 1905, la organización bolchevique de Odessa comprendía tres sectores. El sector de Dalnitski tenía dos secciones: la sección del Fontan y la sección de la Estación; el organizador de esta última era el camarada Micha Vokzalny (M. Zemblukhter), miembro del Colegio de la comisaría del pueblo en los asuntos interiores. Que yo recuerde, los otros dos sectores no tenían organizaciones constituidas. Algunos días después de mi llegada a Odessa, Anatol (Gotlober) fué igualmente asignado al Comité del partido y al cual se confió la dirección de la sección de agitación. El Comité quedó tal cual era hasta las jornadas que siguieron al 17 de octubre de 1905. Entré con los camaradas en relación estrecha, con los Comités que en este período mencionaré, L. Knipovitzh (Diadenka), Natacha (Samoilova, militante activa, muerta recientemente), A. Samoilov, A. Xelrod (Sacha) y el camarada Víctor (ignoraba su nombre y no lo volví a ver).

En aquella época, en Odessa, como en toda Rusia, la organización del partido estaba basada en el principio de la designación en las fábricas y en los talleres. Los bolcheviques que allí militaban designaban los obreros y obreras que ellos juzgaban dignos, teniendo en cuenta su conciencia y sus afectos a la causa obrera. Los Comités de sector de las grandes ciudades distribuían entre sus miembros la agrupación por secciones, las células de las diferentes partes del sector, y las organizaban allí donde no las había. Los organizadores de las secciones llevaban a los mejores elementos de las células a los Comités de las Secciones. Cuando la plaza de un miembro del Comité de sección vacaba a causa de la detención o de la partida de uno de los miembros del Comité, los restantes designaban otro de acuerdo con el Comité del sector. En cuanto a los Comités de sector, estaban formados por los mejores elementos de los Comités de sección. En fin, los Comités de ciudad estaban constituidos por los grupos y células de una ciudad determinado, y debían estar admitidos por el Comité Central; todo lo más, los Comités de la ciudad tenían el derecho de designar nuevos miembros. Cuando todo un Comité de ciudad era detenido, el Comité Central del partido designaba a cualquiera para el Comité, y él o los camaradas designados, indicaban los camaradas que reunían las cualidades necesarias entre los militantes de los sectores hasta llegar al número necesario.

He creído útil detenerme sobre la estructura de nuestras organizaciones de entonces, porque un gran número de miembros de nuestro partido no han tomado parte de estas organizaciones y no está de más que sepan en qué consistían aquéllas.

Por otro lado, nuestros partidos hermanos en el extranjero tienen bastante dificultad de encontrar formas adecuadas para edificar sus organizaciones locales en la ilegalidad. Bajo este aspecto, el conocimiento de nuestra antigua organización ilegal puede serles de cierta utilidad.

¿En qué consistía la organización del Comité de Odessa y en qué se traducía su actividad ante de las jornadas de octubre de 1905? El Comité tenía conductos secretos para comunicar con el mundo exterior (con el Comité Central y el órgano central del partido, y con los Comités del partido de las ciudades vecinas: Nicolaiev, Kherson, etc.).

Los camaradas que llegaban a Odessa se presentaban al secretario del Comité de Odessa, Gousiev. Este camarada tenía todos los días, excepto los en que el Comité se reunía, su permanencia con nosotros: los miembros del Comité podíamos encontrarlo a horas fijas (las reuniones tenían lugar en los cafés, en los domicilios particulares, etc.). El Comité se reunía frecuentemente; una vez, al menos, por semana. Tenía sus reuniones en casa de particulares, con preferencia en las de los intelectuales que simpatizaban con nosotros. En las reuniones del Comité se examinaban las directrices del Comité Central, la situación política y la manera de llevar tal o cual campaña. Frecuentemente se disertaba sobre cuestiones relacionadas con la agitación y con la propaganda, lo mismo que la actitud a adoptar respecto a los otros partidos que existían en Odessa, y con los cuales el Comité de ésta estaba obligado a entrar en relaciones.

Las resoluciones que adoptaba el Comité de Odessa eran llevadas por los organizadores de sector ante el Comité del mismo, que examinaba esas resoluciones y los medios de ponerlas en práctica.

El Comité publicaba manifiestos cada vez que los acontecimientos políticos lo exigían (había en Odessa una imprenta clandestina del Comité Central, donde imprimíamos nuestros manifiestos), difundía la literatura revolucionaria que se recibía del Comité Central o del extranjero, enviaba oradores a las reuniones organizadas a las salidas de las fábricas o a los mítines, y designaba los dirigentes de los grupos de estudio del sector. No recuerdo las cuestiones que fueron rebatidas en la primera reunión del Comité, a la cual asistí el día de mi llegada a Odessa; sé que después de la reunión me puse en contacto con los camaradas del sector urbano y comencé la obra.

El Comité de sector funcionaba cuando yo llegué. Se componía de los camaradas Sapojnik (Volodia Movchovitch), hoy miembro de la Comisión de los trust; Anna (Strijenaia), costurera; la perdí de vista; el obrero del ramo de edificación Alexandre Katsap (Poliakov), que se averiguó después de la revolución de 1917 que estaba al servicio de la Okhrana desde 1911; Iakov (I. Chtoulbaum); Pedro, un búlgaro cuyo nombre no recuerdo, empleado en la manufactura de tabacos; Popov, un obrero tipógrafo, y algunos camaradas más cuyo nombre no recuerdo. Cada miembro del Comité de sector estaba unido con los grupos y las células de su profesión, y por los miembros de los grupos y de las células estaba en contacto con las obreras y obreros de las ramas en que él trabajaba. De esta manera se realizaba la unión del Comité de Odessa con los talleres. El organizador del sector unía el Comité de Odessa al Comité de sector; los miembros del Comité de sector estaban unidos a los grupos y a las células, cuyos miembros aplicaban las directrices del Comité de Odessa y del Comité de sector entre los obreros, y, en cambio, ponía al corriente al Comité de sector y al Comité de Odessa del estado de espíritu en las fábricas. Yo puedo decirlo, ya que no trabajé con ellos; los otros dos sectores estaban organizados de la misma manera, pero creo que sus formas de organización no diferían sensiblemente de las formas de organización del sector urbano. Este comprendía, sobre todo, grupos y células de pequeñas empresas: talleres de zapatería y confección, imprentas y oficinas de construcción, escritorios y almacenes, algunas manufacturas de tabacos (la más importante era la manufactura de Popov) y el depósito de té de Vyssotski.

El Comité de sector se reunía una vez al menos por semana, y a veces con más frecuencia. Todas las cuestiones eran objeto de una discusión minuciosa y profunda. Como organizador, debía frecuentar los grupos y las células del sector (como organizador del sector urbano, tenía un adjunto: S. Britchkina), pero yo consagré la mayor parte de mi atención al trabajo entre los obreros y obreras de las manufacturas de tabaco. Frecuentemente organizábamos reuniones que llegaban a tener de cincuenta a sesenta oyentes, ante los cuales yo tomaba la palabra sobre los temas más diversos.

Así fué y se desenvolvió el trabajo hasta mediados de septiembre. Todos los días establecíamos nuevos contactos con las ramas de industria que no habíamos tocado todavía.

En Odessa, los liberales se movían: tenían sesiones públicas en el Consejo municipal, donde pronunciaban ruidosos discursos de oposición, organizaban banquetes donde se charlaba sin fin. Ya se respiraba más libremente. No recuerdo que se hubieran realizado detenciones desde mediados de septiembre en Odessa. En ciertos lugares, los mítines habían comenzado en las escuelas.

En Odessa, a mediados del verano de 1905, había, además del Comité bolchevique, los Comités de mencheviques, del Bund, de los socialistas revolucionarios y de los dachnaks. Al final de agosto o principios de septiembre se trató de celebrar una conferencia de representantes de los tres Comités: bolchevique, menchevique y bundista. No recuerdo exactamente cuál de los tres Comités fué el que propuso la celebración de esta reunión. Supongo que los organizadores no podían ser otros que los bundistas, ya que nuestras relaciones con los mencheviques estaban un poco enconadas. De tal modo, que ni a ellos ni a nosotros era posible proponer una conferencia en común. La iniciativa procedía seguramente del Bund, que en la cuestión de organización estaba muy cerca de los mencheviques, pero que en muchas cuestiones tácticas se solidarizaba con nosotros Nuestro Comité, después de haber deliberado, acordó participar en esta Conferencia. Goussiev y yo fuimos designados delegados. El Comité redactó una serie de cuestiones que debían ser presentadas en la Conferencia (campaña de los zemstvos, elecciones a la Duma Boulíguin, etc.). Que yo me acuerde, sólo hubo una reunión de delegados de los tres Comités, que terminó sin resultado, habiendo querido los delegados del Bund que los tres Comités se pusieran de acuerdo para emprender prácticamente y en común tal o cual campaña, sobre la cual no hubiese divergencias sin proceder a la discusión de cuestiones sobre las cuales estábamos en desacuerdo. Como en casi todas las cuestiones de táctica estábamos en desacuerdo con los mencheviques y nos combatíamos por todos lados, no podíamos aceptar el entregarnos automáticamente a una acción concertada sobre una cuestión cualquiera sin indicar las divergencias que nos separaban en las otras cuestiones. Sin embargo, esta tentativa de ponerse de acuerdo no fué letra muerta. Durante la jornada de octubre, no solamente los socialdemócratas, como se verá más adelante, sino todas las organizaciones revolucionarias obraron de acuerdo.

A fines de septiembre y a principios de octubre, los mítines empezaron en la Universidad. Organizados primero por los estudiante solos, no tardaron en transformarse poco a poco en mítines públicos y cotidianos. En apariencia, los mítines eran organizados por los estudiantes. Prácticamente, los oradores eran proporcionados por los partidos revolucionarios y socialistas. En estos mítines, además de los representantes de los partidos, tomaba la palabra quien quería. De ahí que tenía un aspecto bastante caótico. Me acuerdo de un incidente muy curioso: Los partidarios del Bund exigían que se les dejase tomar la palabra en su idioma, ya que, según ellos, no había en el mitin obreras y obreros que no comprendiesen el yiddisch. El presidente del mitin preguntó al auditorio cuáles eran los que comprendían el ruso y si había lugar para hablar en otro idioma. La inmensa mayoría del mitin se pronunció por que se hablase en ruso. Los partidarios del Bund se indignaron, so pretexto de que no se les trataba lo mismo que a los otros. Ante la insistencia de los representantes de los partidos socialistas, presentes en el mitin, el auditorio consintió en escuchar a un orador yiddisch. Apenas había comenzado su discurso cuando nos dimos cuenta que más de un 60 por 100 de las palabras que empleaba eran rusas. El auditorio se moría de risa con la confusión del orador, que tuvo que abandonar la tribuna.

Indico de pasada que los adeptos del Bund constituían sus organizaciones en Kiev, en Odessa, en Ekaterinoslav y en las otras ciudades rusas paralelamente a las organizaciones existentes del partido obrero socialdemócrata de Rusia, aunque ellos se consideraban como una sección del partido. Uno de los motivos que invocaban para justificar su conducta era que en las ciudades citadas había obreros y obreras que no hablaban en ruso. ¡Singular motivo! ¡Como si los Comités locales del partido socialdemócrata de Rusia no pudieran militar igualmente los yiddisch entre los obreros judíos!

La situación en Rusia era de día en día más revolucionaria: en Petersburgo y en otras muchas ciudades de Rusia, Odessa comprendida, estallaron sin cesar huelgas espontáneas pidiendo reivindicaciones de orden económico y político. Los sectores hacían llegar al Comité del partido las noticias que indicaban el estado de espíritu resuelto de los obreros. Los mítines de la Universidad cada vez eran más agitados. Era fácil darse cuenta que las masas buscaban métodos de lucha más revolucionarios que los mítines.

El 12 de octubre, el Comité bolchevique de Odessa examinó cuáles debían de ser estos métodos más activos de lucha: Por unanimidad, el Comité decidió llamar al proletariado de Odessa a la huelga política bajo la divisa: “¡Abajo el absolutismo! ¡Que se convoque la Asamblea constituyente!”, y organizar el primer domingo de huelga una manifestación en la calle. El Comité invitó a todas las organizaciones revolucionarias a lanzar un común llamamiento a la huelga y a la manifestación. Los bundistas y los mencheviques aceptaron este ofrecimiento, pero no fueron de acuerdo sobre la fecha que nosotros queríamos fijar para declaración de huelga (proponíamos empezar la huelga en viernes), con el pretexto de que los obreros judíos, entre los cuales ellos militaban, eran pagados ese día, y que por esto ellos no responderían a nuestro llamamiento. Los mencheviques, que aprobaban los argumentos de los bundistas, agregaban a su vez que no era posible señalar la huelga para el sábado, día de pago para los obreros rusos. No recuerdo si los socialistas revolucionarios estuvieron de acuerdo en empezar la huelga en sábado, y si las organizaciones revolucionarias citadas aprobaron la manifestación proyectada. El Comité bolchevique fijó la huelga para el sábado y la manifestación el domingo. Un manifiesto fué lanzado para anunciar la huelga; en cuanto a la manifestación, los obreros fueron informados en las fábricas, en los talleres y en los mítines. Más adelante hablaremos de la huelga y de la manifestación. Por el momento voy a detenerme en la forma cómo las organizaciones del partido reaccionaron ante las decisiones del Comité relativas a la huelga y a la manifestación.

En seguida, después de la reunión del Comité, convoqué al Comité del sector urbano. Las dos decisiones del Comité del partido -huelga y manifestación- fueron aprobadas; pero la cuestión de su ejecución dió lugar a interminables discusiones que se prolongaron durante seis horas. Es probable que estas discusiones no hubieran tenido fin tan pronto si los miembros del Comité de sector no se hubiesen dado cuenta, desde una ventana de la casa donde nos encontrábamos (la ventana daba sobre el patio de la Comisaría de Policía), que los cosacos estaban preparados para intervenir, lo que indicaba que la calma estaba muy lejos de reinar en la ciudad. Cuando los miembros del Comité de sector empezaron a transmitir las instrucciones a los grupos y a las células, se enteraron de que en muchas empresas se había abandonado el trabajo desde que los obreros habían oído decir que la huelga estaba acordada, sin esperar a que se hubiese lanzado el llamamiento. Es lástima que yo no pueda indicar en qué condiciones se procedió a la preparación de la huelga de los otros sectores. Solamente que fuí muy sorprendido cuando, después de la reunión del Comité de Odessa, corriendo a toda prisa por todo el sector, encontré a los organizadores de los otros dos sectores -los camaradas Cirilo y Daniel-, y que al preguntarles adónde iban, me respondieron que se dirigían al Consejo municipal. No creo que en su sector la organización hubiese funcionado tan bien que ella pudiese, en su ausencia, aplicar las órdenes del Comité de Odessa. Aparentemente, en su sector la unión con las masas era muy débil.

El Comité de Odessa decidió llamar a la huelga a todas las ramas de la industria, a excepción del servicio de agua, panadería y personal de los hospitales.

En qué medida los órdenes del Comité fueron cumplidas y con qué cohesión fué ejecutada la huelga, es ahora difícil decirlo; pero es seguro que se hizo sentir sensiblemente, aunque la corriente eléctrica no se interrumpiese en ningún momento. En muchas fábricas no trabajadas por la propaganda, con las cuales el Comité del partido no tenía unión, abandonaron el trabajo sin necesidad de ser invitados los obreros; los talleres de los ferrocarriles de Odessa cesaron en el trabajo, y la circulación de trenes fué interrumpida por orden del Congreso panruso de ferroviarios que tenía su residencia en Petersburgo.

La manifestación, como he dicho, fué fijada para el domingo (el último domingo que precedió al manifiesto del 17 de octubre). La reunión debía verificarse en las esquinas de las calles Déribassovski y Préobraieriskia, enfrente de la plaza pública. Este lugar había sido escogido por el hecho de que el domingo debían tener lugar mítines en todas las salas de la Universidad, y que desde allí se podría dirigirse directamente al lugar de la manifestación de Kehrson.

El Comité del partido me había designado para dirigir la manifestación. Había designado igualmente para todos los mítines camaradas que debían desde la apertura tomar la palabra y proponer al auditorio el unirse a la manifestación. No había sido todo mal organizado, y la manifestación que resultó fué relativamente imponente. Los manifestantes, apenas habían comenzado a desfilar, lanzando gritos revolucionarios (no recuerdo si hubo una bandera roja y cánticos revolucionarios), los cosacos cargaron sobre ellos a latigazos.

Los manifestantes no estaban armados (en el Comité del partido, la cuestión de los armamentos de los obreros ni siquiera se había tratado). De tal modo, que para escapar de los cosacos, los manifestantes tuvieron que volcar los tranvías, arrancar los adoquines y utilizarlos como proyectiles. En ciertos sitios, las verjas de las plazas también fueron rotas.

Por grupos, los manifestantes se extendieron por todo el centro de la ciudad, invitando a todo el mundo a descender a la calle y deteniendo los coches. Esto duró varias horas. Que yo recuerde, no hubo disparos durante la manifestación; tampoco hubo manifestantes golpeados seriamente por los látigos de los cosacos. Por tanto, en algunos lugares los manifestantes habían hecho de los tranvías volcados barricadas que los cosacos tuvieron que tomar por asalto.

Todos los organizadores del sector nos dirigimos a la residencia secreta del partido, donde estaba Goussiev, y cada uno relató lo que había visto. Después me fui a la residencia del sector urbano. Como se encontraba al otro extremo de la ciudad, tuve que atravesar todo el centro de Odessa. En las calles continuaba reinando gran animación, y eran las cuatro o las cinco de la tarde y la manifestación se había terminado hacia la una. No obstante, esta animación no se veía en las calles, ni Policía ni cosacos. En el momento en que yo llegaba a la residencia, un pelotón de policías a caballo desembocó en la calle revólver en mano. De pronto el pelotón hizo alto, y sin motivo ni advertencia alguna hizo fuego a quemarropa sobre los grupos de habitantes que estaban en los dos lados de la calle, y desapareció en seguida con la misma rapidez.

Como nos enteramos a la tarde, cuando nos reunimos de nuevo en la residencia del partido, de los fusilamientos como el que yo había sido testigo, se habría reproducido en todos los barrios de la ciudad. En la reunión del Comité del partido, que tuvimos inmediatamente en la residencia, estábamos todos indignados por la agresión de los bandidos de la Policía. Goussiev era el único que no decía palabra, ocupado como estaba en escribir sin levantar cabeza. Cuando todos hubieron terminado de cambiar sus in formaciones, Goussiev nos dió lectura del manifiesto lacónico que acababa de redactar a propósito de la jornada, manifiesto que indicaba la necesidad de seguir la huelga e invitar a los obreros a procurarse armas, cualesquiera que ellas fuesen, ya que en lo sucesivo la lucha era a mano armada. El manifiesto fué aprobado por unanimidad. En seguida se decidió prepararse para los funerales de las víctimas. Con este objeto, Goussiev y yo fuimos encargados de ponernos en relación con todas las organizaciones revolucionarias de Odessa. Los muertos y los heridos fueron transportados al hospital judío de la Moldabanca. A fin de que la Policía no se apoderase de los muertos, un servicio de guardia fué organizado, con el concurso de los representantes de todas las organizaciones revolucionarias. Un Comité de acción, compuesto de estos últimos, dispuso el programa de los funerales. Hasta el 17 de octubre, la muchedumbre obrera no cesó de desfilar por el hospital donde reposaban los muertos y los heridos. Durante ese tiempo, los mítines continuaban en la Universidad. En la mañana del 17 de octubre regresaba yo del hospital judío y me dirigí hacia el centro de la ciudad. Mi estado de espíritu distaba mucho de estar alegre. De repente, la muchedumbre desplegó por todos lados: había allí, confundidos, obreros, estudiantes, alumnos de los liceos, mujeres, gentes del pueblo, intelectuales y chiquillos. La cara de todos reflejaba la alegría y el contento. En alta voz se leía el manifiesto del 17 de octubre, que se distribuía en aquel instante. Por un lado y por otro, cánticos revolucionarios salían, sin acuerdo, de la muchedumbre, Las gentes del pueblo se congratulaban mutuamente con ocasión de las libertades otorgadas Finalmente, banderas rojas aparecieron y los manifestantes se interrogaron para saber adónde debían ir: a la cárcel o al Ayuntamiento. Declaro que yo opiné por el Ayuntamiento; me acordaba que en París, los sublevados, por lo que más se apresuraron fué por apoderarse del Hotel de Ville; pero aun opinando en ese sentido, yo no creía en el manifiesto, que me daba la impresión de ser una jugada destinada a hacer salir de la sombra a los elementos revolucionarios de Rusia, a fin de poder mejor desembarazarse de ellos. La muchedumbre se dividió en dos partes: una, con banderas rojas a la cabeza, se dirigió hacia la prisión, mientras que la otra parte, a la cual yo me había unido (yo no sé cómo había en mis manos una bandera), se dirigió por las grandes arterias hacia el Ayuntamiento. Los manifestantes obligaban a los oficiales a descubrirse ante las banderas rojas. En el momento en que la manifestación pasaba por la calle Déribassovskaia, donde habitaba toda la aristocracia de Odessa, los balcones se cubrieron de tapices rojos, de pañuelos, mientras que en algunos lugares las músicas tocaban la Marsellesa (veinticuatro horas más tarde, en esos mismos balcones colgaban las banderas y los retratos zaristas y la música entonaba Dios protege al zar).

La bandera roja flotaba sobre el Ayuntamiento. En las cercanías, un mitin empezaba. Una muchedumbre considerable se apelotonaba allí. Hubo raudales de palabras. Ante un pelotón de cosacos, al pasar por las proximidades, la muchedumbre se dispersó en un abrir y cerrar de ojos. Quedé solo, por así decirlo, con la campanilla presidencial en la mano. Desaparecidos los cosacos, la muchedumbre regresó al mitin, que volvió a comenzar y duró hasta la tarde. Entré en el Ayuntamiento. En algunos lugares, los retratos del zar estaban tirados y destrozados. La muchedumbre iba por todos lados sin que nadie la dirigiese. Me encaminé a la sala de sesiones, donde actuaba una parte de los consejeros municipales. Estos discutían la organización de una milicia municipal, ya que la Policía había desaparecido completamente de las calles. Pregunté a quiénes se iban a tomar como milicianos y si había armas en el Ayuntamiento; se me respondió que se trataba de invitar a los inquilinos, por mediación de los propietarios, a designar entre ellos los milicianos no armados, y que una insignia les distinguiría de los otros ciudadanos.

Propuse proceder al armamento de los obreros por mediación de las organizaciones revolucionarias. Fui apoyado por algunas personas que allí se encontraban como yo, enviadas, sin duda, por las organizaciones revolucionarias, y por Gossiev, que acababa de llegar. Pero nuestros consejeros municipales declararon que ellos no tenían armas ni dinero para procurarlas. Además, agregaron que, después del manifiesto, era poco probable que pudiese haber necesidad de armar al proletariado.

A la caída de la tarde se extendió el rumor de que en la Moldavanka un pogrom acababa de estallar. Mientras, algunos camaradas del Comité del partido se habían reunido con nosotros en el Ayuntamiento. Decidimos convocar para la noche una asamblea general de miembros del partido, y me mandaron a averiguar qué pasaba en la Moldavanka.

Allí había un grupo de veinticinco o treinta jóvenes mocetones, entre los cuales se habían deslizado algunos policías de paisano, que detenían a todos los que -hombres, mujeres y niños- parecían judíos, los desnudaban y los golpeaban de una manera salvaje. Por lo demás, no sólo eran los judíos los golpeados: los estudiantes, los de los liceos y toda persona que tenía una fisonomía de intelectual que cayese en las manos de estos ganapanes, sufría la misma suerte. Los granujas actuaban en la calle Tréougolnaia A alguna distancia de allí estaban numerosos espectadores que miraban la escena. En seguida organizamos un grupo de camaradas armados de revólveres (después de la manifestación, el Comité del partido había recibido un pequeño número de revólveres de reglamento, uno de los cuales se me había reservado), y habiéndonos aproximado a la banda, abrimos fuego. Los canallas emprendieron la fuga. Pero de repente, entre ellos y nosotros surgió un cordón de tropas vueltas hacia nosotros y sólidamente armadas. Nos alejamos, los soldados hicieron lo mismo y los canallas reaparecieron. Este juego se reprodujo varias veces. Estaba claro que aquellos miserables obraban de acuerdo con las autoridades militares.

Me dirigí a la asamblea de la organización de Odessa de nuestro partido. Ya había comenzado cuando yo llegué. La asamblea me causó una triste impresión. Sobre la sala de la Universidad donde se celebraba la asamblea del partido caía una luz pálida. La moral de los camaradas presentes estaba muy abatida. Me llamó la atención la composición de la asamblea; había bastante gente, pero las mujeres me parecía que dominaban. Había muy pocos obreros. Creía entonces que la ausencia de los obreros era debida a que los miembros del partido no habían podido ser informados a tiempo, ya que la reunión había sido convocada a última hora; pero las asambleas siguientes -la nuestra, la de los mencheviques y la de los socialistas revolucionarios- dieron un porcentaje relativamente grande de obreros; la influencia de todas las organizaciones revolucionarias de Odessa, sobre los obreros de las fábricas y manufacturas, por lo tanto, era grande, como debían demostrarlo las huelgas de octubre y noviembre.

El manifiesto de 17 de octubre y su significación fué comentado en la asamblea. La noticia del pogrom, habiendo llegado a su conocimiento, la asamblea decidió dar, de acuerdo con todas las organizaciones revolucionarias, una respuesta por las armas a los linchadores y llamar a la población a ponerse en estado de defensa.

Se constituyó un Comité de acción, en el cual participaron todas las organizaciones revolucionarias de Odessa. Además de nosotros, de los mencheviques, de los bundístas y de los socialistas revolucionarios, estaban también -me parece- los representantes de los dachnaks y del Poalei Sion o de los serpistes . El Comité de acción se constituyó permanentemente en la Universidad.

Toda la noche del 18 y la mañana del 19 de octubre hubo un verdadero desfile en la Universidad: unos llevaban armas de todas clases; otros dinero y objetos preciosos, con cuyo producto se podían comprar armas. Desde por la mañana se constituyeron grupos que fueron enviados contra los del pogrom.

Durante dos días y tres noches, unos cuantos grupos armados se enviaron sobre los lugares del pogrom, pero no pudieron hacer gran cosa, ya que en todos los sitios donde operaban los tales, la Policía, los cosacos, la caballería, la infantería y hasta la misma artillería los protegía. Así, en el sector de Dalnitskaia, los ferroviarios organizaron un fuerte grupo, que el 19 desalojó con éxito, pero que tuvo que batirse en retirada con grandes pérdidas ante la tropa, que hacía uso de sus armas contra los revolucionarios armados. En algunos lugares, allí donde no había tropa, la autodefensa y los grupos armados operaban con éxito contra los linchadores, y frecuentemente, después de haber saqueado las armerías, llevaron las armas a la residencia del Comité de acción. Por parte de los grupos de autodefensa hubo muchas víctimas, sin hablar de las víctimas de la población judía.

Debo hacer constar el heroísmo de un grupo de estudiantes de la Escuela Naval, que sufrió grandes pérdidas en los combates que libró con los linchadores.

Al segundo día de pogrom se vió claro que la lucha armada empezada por el Comité de acción no daba resultado suficientes, ya que daba lugar, de continuar, a exponerse a grandes pérdidas. La lucha organizada fué detenida, y los grupos armados reunidos en la Universidad; pero en ciertos lugares los grupos que no habían regresado, lo mismo que la muchedumbre, continuaron operando. La iniciativa de detener la lucha salió de Gousiev; me declaró que la lucha era ya inútil; las fuerzas de los combatientes eran desiguales, y nosotros teníamos necesidad de ahorrar nuestros cuadros para afrontar la lucha larga y tenaz que deberíamos librar todavía contra el absolutismo. Esta opinión era compartida por los otros miembros del Comité de acción.

El pogrom comenzó y se terminó de acuerdo con el plan anteriormente establecido; a la expiración del plazo fijado por los sátrapas zaristas (este plazo era de tres días), el pogrom cesó instantáneamente. El rector de la Universidad recibió de las autoridades un ultimátum conminándole a desembarazarse de las organizaciones revolucionarias en un plazo determinado (el plazo coincidió con el fin del pogrom), si no la Universidad sería ocupada por la fuerza.

Se decidió alejar a todo el mundo de la Universidad pero retirándoles con anterioridad todas sus armas (éstas no cayeron en manos de las autoridades). La Universidad fué evacuada rápidamente. Ninguno de los que salieron fué detenido. Es más: en los alrededores de la Universidad no había ni tropas ni Policía; evidentemente, ésta tenía miedo a las bombas. Por el contrario, todas las calles de Odessa estaban ocupadas por patrullas de soldados, puestas bajo las órdenes de la Policía. Con pretexto de buscar armas, los soldados beodos despojaban a los transeúntes

Para dar una idea del orden legal que reinaba en Odessa desde el pogrom, relataré un simple episodio. Una noche me dirigí a casa de mis amigos Itin para saber lo que les habría pasado, ya que no los había visto en toda la semana. Tenían su domicilio en el centro de la ciudad, en las esquinas de las calles Ekatérinskaia y Ouspemskaia. Estábamos hablando de los sucesos que habían ocurrido cuando de repente se sintieron disparos, al mismo tiempo que las balas se enterraban en el techo de la habitación, muy próximo al muro situado cerca de la ventana (la ventana daba sobre la calle y las habitaciones estaban en el tercer piso). Nos precipitamos a las ventanas y vimos que se trataba de una patrulla. La casa estaba cercada y nadie podía salir. Se llevó ante el inmueble toda clase de armas de artillería, ligera comprendida. Estábamos en la habitación en espera de lo que iba a pasar. Finalmente, un grupo de oficiales y policías irrumpió en la morada mientras que los soldados llenaban el corredor y la escalera. En seguida, el jefe que mandaba el grupo se precipitó en la habitación donde estábamos, gritando: “¿Quién fué el que tiró sobre la patrulla?” Afortunadamente para nosotros, los marcos de la doble ventana estaban enmasillados, prueba que no se habían abierto; todo lo más, admitiendo que hubiésemos tirado por el ventanillo, las balas irían a dar en las ventanas de la casa de enfrente, de ninguna manera a la patrulla que se encontraba en la calle. Esto fué lo que le explicamos. No obstante, se nos encerró en una habitación que, con anterioridad, policías y soldados habían revuelto. Después fueron llamando uno a uno a todos los ocupantes, sirviéndose para ello de la lista de los inquilinos. Las personas conducidas eran inmediatamente registradas e interrogadas. Los policías preguntaban detalles sobre todo y se agarraban a la menor cosa. Me pregunté qué es lo que debía hacer; yo no estaba domiciliado en la casa; por lo tanto, no se me llamaría, pero el soldado que estaba delante de la habitación en que nos hallábamos me había visto. Si ahora los policías llegaban a descubrirme, seguramente que me llevarían para comprobar mi identidad, y entonces sí que podía considerarme perdido, ya que en esos días se asesinaba corrientemente en las comisarías. Resolví ocultarme detrás de la puerta de la habitación. Allí estuve mucho tiempo. El registro y los interrogatorios se eternizaban. Tuve suerte: los policías no se dieron cuenta de mi presencia y me libré.

Pero cuando el grupo se alejó del piso, me sentí lleno de espanto. Me acordé que en un piso bajo de esta casa había una fábrica de cajas, cuya puerta y ventanas daban sobre la calle. En este taller se encontraba y funcionaba la imprenta clandestina del Comité Central. Estaba convencido de que los policías iban a registrar toda la casa, y especialmente en el bajo (si verdaderamente se había tirado desde nuestra casa sobre la patrulla, no podía ser sino desde abajo o desde el primer piso; se podía hacer fácilmente, pero no habíamos oído ningún disparo, fuera de las salvas tiradas por la patrulla a nuestra ventana). Si ellos entrasen en la imprenta, matarían inmediatamente a todos los camaradas. Toda la noche estuve inquieto por la suerte de nuestros impresores. No me atrevía a ir yo mismo a causa de mi situación delicada en la ciudad. Enviar uno de los Itin a ver lo que pasaba abajo no podía, ya que hubiera tenido que declarar que allí había una imprenta, y ellos ignoraban que aquello fuese utilizado para imprenta y que el hombre y la mujer militasen en la organización de Odessa... No me acosté en toda la noche. Allí quedé espiando cada ruido y cada grito de la casa. Por la mañana corrí a la calle para ver lo que se hacía en el taller; estaba abierto, como de costumbre. Allí me enteré que sólo el primero y segundo piso habían sido registrados.

Ya puede imaginarse el lector qué emoción no pasarían los camaradas de la imprenta durante el registro.

En la primera reunión que hubo después del pogrom, el Comité de Odessa, del partido, aumentó el número de sus miembros; fueron designados un obrero tornero de los talleres de ferrocarriles, Iván Avdeiev, Stavski, Ziéka (desenmascarado en seguida como un provocador) y algunos otros camaradas cuyos nombres y seudónimo se me han borrado de la memoria.

La primera reunión del Comité ampliado del partido tuvo lugar en el domicilio del camarada Chklovski. Fué consagrada a las cuestiones de organización del partido. Era necesario establecer la organización de Odessa sobre la base del centralismo democrático, aunque se decidió no legalizar el partido. Hice una exposición sobre el sistema de las organizaciones locales del partido socialdemócrata alemán, exposición que fué seguida de un cambio de impresiones bastante completo sobre la manera de proceder en seguida a la reconstrucción de la organización de Odessa. Entretanto llegó de Petersburgo, enviado por el Comité Central, el bolchevique Leva (Vladimirov), portador de la orden de unirse a cualquier precio con los bolcheviques sin esperar a que la unificación de las dos fracciones se hiciese por arriba. El bolchevique Baron (Eduardo Essen), que había llegado a Odessa antes del pogrom. Se reunió con él. La consigna fué recibida por los miembros del partido, tanto mencheviques como bolcheviques, ardientemente. Era natural. Cada miembro del partido había podido darse cuenta durante el pogrom de la debilidad y dispersión de nuestras fuerzas. La asamblea general de la organización de Odessa se celebró. Goussiev hizo una exposición sobre las formas de organización que convenía adoptar al partido después del manifiesto del 17 de octubre. En seguida los camaradas Leva y Baron tomaron la palabra para preconizar la unidad inmediata con los bolcheviques. El Comité de Odessa no tenía qué objetar contra la unidad, pero estaba resueltamente opuesto a que la unificación se realizase por abajo. El Comité de Odessa era, ante todo, una fracción del partido bolchevique, a la cabeza del cual se encontraba el Comité Central y el Comité de redacción del órgano central del partido, elegidos en el tercer Congreso. ¿Entonces cómo podía hacerse la unidad con los mencheviques en Odessa sin que el Comité Central de nuestro partido fuese informado y hubiese dado su aprobación? Justamente. Leva y Baron insistían por que se hiciese la unidad sin el asentimiento del Comité Central, siendo un medio de ejercer sobre él una presión desde abajo. El Comité de Odessa se daba cuenta que la proposición de unidad sería votada con gran mayoría por la asamblea de los miembros del partido, fuesen ellos bolcheviques o mencheviques, ya que siempre que los partidarios de la unificación inmediata tomaban la palabra recogían la unanimidad de los votos. Por todo ello se le obligó a elaborar las condiciones en las cuales se debía hacer la unidad. Era necesario, si no la unidad se hubiese hecho sin condiciones. Se redactaron las siguientes:

I. Sería elegido un Comité paritario de diez miembros: de este número, cinco miembros serían designados por la asamblea general bolchevique, y los otros cinco por los miembros del partido menchevique. Este Comité estaría encargado de realizar la unificación efectiva de todas las organizaciones, después de la cual la asamblea general de miembros de las dos organizaciones designaría un Comité permanente.

II. El Comité paritario de Odessa aseguraría el enlace entre el Comité Central bolchevique y el Comité de organización menchevique.

III. La organización socialdemócrata unificada de Odessa enviaría delegados de las dos tendencias al Congreso y Conferencias de los bolcheviques y mencheviques, hasta el momento en que éstos hayan realizado la unidad.

Estos tres puntos fueron los esenciales del proyecto sobre la base del cual se hizo prácticamente la unidad en Odessa.

La situación de los viejos bolcheviques en el Comité del partido era bastante delicada; nos habíamos opuesto a esta unidad y negociábamos por obtenerla. Es más: algunos viejos bolcheviques debían presentar su candidatura al Comité paritario, a fin de que hubiese en este Comité director bolcheviques firmes y experimentados. Yo no comprendía la actitud de Leva y de Baron. Los había conocido anteriormente como bolcheviques militantes. ¿Cómo podían ellos perseguir la unidad de una manera tan caótica, sin esperar a que se realizase en el Congreso del partido? (Es cierto que desde 1909 a 1916 Leva se afirmó “unitario permanente”.)

Del lado bolchevique fueron elegidos para el Comité paritario: Goussiev, Leva, Katsap (este último fué destinado únicamente porque durante el pogrom había dirigido la palabra en algunos lugares para invitar a los linchadores a poner fin al pogrom; en respuesta, éstos no le habían golpeado; en el sector urbano donde yo militaba con él, se hacía notar por la extensión increíble de sus intervenciones), Roberto, un joven orador, gran partidario de la unidad (hasta ese momento no le había visto por ninguna parte); no recuerdo quién era el quinto, Baron o quizá Cirilo. Del lado menchevique fueron elegidos para el Comité: Stolpner, Chavdia, S. Ivanovith, Frederic y P. Iouchkevitch.

El pogrom, con sus errores; la parte que había tomado en el pillaje la porción retrasada de obreros y aldeanos rusos venidos especialmente de las ciudades vecinas; la impotencia de las organizaciones revolucionarias y la debilidad de los socialdemócratas de todas las tendencias, todo eso me había causado una impresión deprimente. Además, yo no veía claramente quién, en fin de cuentas, la burguesía, el proletariado o la burocracia zarista, sacaría provecho de la lucha gigante de la semana precedente.

Mi estado de ánimo se resentía.

En cuanto al Soviet de los diputados de Odessa, su organización me pasó inadvertida. No recuerdo la fecha en la cual se constituyó; muy probablemente fué después de la unificación de los bolcheviques y de los mencheviques, ya que la cuestión del Soviet no fué propuesta al Comité bolchevique.

El Soviet de diputados obreros de Petersburgo tenía una autoridad considerable a los ojos de obreros y campesinos. De tal modo, que al primer llamamiento del Comité socialdemócrata unificado, los obreros de las fábricas de Odessa eligieron sus representantes al Soviet. El Soviet de Odessa tenía sus sesiones en el refectorio de los dockers o en el refectorio de una fábrica de las cercanías del puerto, no recuerdo exactamente. Todos los talleres, fábricas y manufacturas estaban representados en el Soviet. La sesión del Soviet a la cual yo asistí se desarrolló sin incidentes. Visiblemente, los miembros del Soviet no se habían familiarizado todavía con esta clase de institución. La misma presidencia dirigió la sesión sin convicción. El estudiante menchevique Chavdia, miembro del Comité socialdemócrata unificado, había sido elegido presidente del Soviet. Los obreros y obreras le conocían por haberle visto presidir varias veces los mítines de la Universidad. En cuanto al Comité ejecutivo y la oficina del Soviet, tenían su sede en los cafés y refectorios del Bund y otras organizaciones abiertas, donde de la mañana a la noche una activa muchedumbre de obreros y obreras se apelotonaban. Las reuniones del Comité ejecutivo y de la oficina del Soviet eran secretas. El Comité ejecutivo publicaba Las noticias del Soviet de diputados obreros, que aparecía casi todos los días. Este órgano se imprimía clandestinamente en varias imprentas, que fueron registradas. De allí se transportaban a casas particulares, desde donde se distribuían en Odessa. Se enviaban también a Nicolaviev y a Kherson. Fuera de los socialdemócratas, la influencia de las otras organizaciones sobre el Soviet era casi nula.

La huelga de diciembre, dirigida por las organizaciones revolucionarias del Soviet, fué, en Odessa, la primera huelga general. Duró varios días. Hubiera podido transformarse en acción armada si el Soviet y las organizaciones revolucionarias hubiesen lanzado un llamamiento en este sentido.

La ciudad estaba muerta. No había comercio ni electricidad; las farmacias también estaban cerradas. El paro era completo, por más que las autoridades militares hubiesen proclamado el estado de sitio y amenazado a todos los que tomasen parte en el movimiento con toda suerte de castigos. El día que la huelga fué declarada estaban en mi casa los camaradas que debían hacerla efectiva. ¡De todas partes venían a ver a los representantes del Soviet para hacerse explicar los motivos de la huelga y obtener la autorización de participar en ella!

Se me envió a los empleados de farmacia, que tenían una reunión, a la cual asistían los farmacéuticos militares. La asamblea discutió la cuestión de la huelga. Los que eran adversarios tomaron también la palabra; pero después de nuestra intervención, la huelga fué votada por una inmensa mayoría. El acto transcurrió con una unión admirable. No terminó hasta después de la derrota de la insurrección de Moscú.

La actitud de la burguesía hacia las huelgas de octubre y diciembre fué muy diferente. En octubre, las jornadas de huelga habían sido pagadas íntegramente, sin que los obreros tuvieran necesidad de luchar. En diciembre, no obstante la presión del Soviet, los fabricantes se negaron francamente a pagar. Al ver esto los obreros de la manufactura de tabaco Popof, abandonaron el trabajo. Los jefes del movimiento, especialmente el búlgaro Pedro, vinieron a verme. Por más que traté de persuadirles de entrar al trabajo sin esperar haber obtenido satisfacción, se negaron. Pero la asamblea de obreros y obreras militantes aprobó mi punto de vista. El resultado fué muy triste. No solamente Popof no pagó nada, sino que despidió a los jefes del movimiento. En otras fábricas, muchos obreros seguían la misma suerte. El Soviet no podía hacer nada. Desapareció de la escena sin que nadie se diese cuenta. Ni el Soviet ni el Comité ejecutivo fueron detenidos.

Inmediatamente después de la huelga de diciembre, la crisis económica empezó en Odessa, arrojando a la calle un gran número de obreros.

Los mencheviques obtuvieron la mayoría en la organización unificada, lo mismo que en dos sectores de los tres que había antes. Un nuevo sector -el sector del puerto- fue constituido. En la Conferencia pan rusa de los mencheviques, la organización unificada de Odessa delegó en Stolpner, me parece que por los mencheviques, y Alejandro Katsap (el ser menos firme que hubo por los bolcheviques). El Comité del partido publicó, sin indicación de origen, un pequeño periódico: La Kommertcheskaia Rossia ((La Rusia Comercial”), cuya existencia terminó al mismo tiempo que la huelga de diciembre. El camarada Goussiev era secretario de la Redacción, compuesta en su mayoría de mencheviques. Desde ese momento, algunos bolcheviques, que anteriormente estaban en favor de una unificación inmediata, tuvieron serias dudas sobre las ventajas de una unidad local con los mencheviques, no seguida de una unificación general de las fracciones del partido. En cuanto a mí, continué militando entre los obreros y obreras del tabaco; pero yo soñaba en transportar mis bártulos a la capital.

El 2 de enero de 1906 fui detenido en la reunión del Comité del sector urbano. A la reunión asistían los diez miembros del Comité, de los cuales cuatro eran bolcheviques (yo por las manufacturas de tabacos; Volovia (Movchovitch), por la células de calzado; un camarada de los obreros de la aguja, y Pedro Levit por los repasadores); los otros eran mencheviques. Además, de los diez miembros del Comité, el organizador del sector urbano (un menchevique cuyo nombre olvidé) y dos miembros del Comité del partido (el menchevique Chavdia y otro) fueron igualmente detenidos. El Comité del partido estaba dividido sobre una cuestión. Había enviado a la reunión del Comité de sector camaradas que debían defender los dos puntos de vista; pero no tuvimos tiempo para esperarlos.

Se nos detuvo con gran pompa (es probable que Chavdia estuviese vigilado, ya que era conocido como presidente del Soviet); toda la calle estaba tomada por tropa. Gendarmes, oficiales, soldados y agentes irrumpieron en el alojamiento donde celebrábamos las sesiones, en la calle del Hospital. Estaban convencidos de que el Soviet estaba reunido en las otras habitaciones, y que la nuestra era la del Comité ejecutivo. De tal modo que, después de habernos puesto soldados a nuestro lado, corrieron a registrar la casa. Cada uno de nosotros se aprovechó para tirar lo que había en sus bolsillos y romperlo en mil pedazos. Apenas terminada esta operación, los gendarmes regresaron a la habitación. Se pusieron furiosos contra los soldados que nos habían dejado destruir los papeles; pero los soldados respondieron no haber recibido órdenes a este respecto. Cuando los gendarmes preguntaron a los soldados que designasen quién los había destruido, respondieron: todos.

Hubo bastantes documentos destruidos. El suelo estaba cubierto de montones de papel. Los gendarmes los recogieron; pero fué trabajo perdido; no consiguieron reconstruir ni un solo documento. Hacia la mañana fuimos encarcelados, hasta el dueño de la casa, obrero repasador, enfermo, y su mujer.

Una vez terminadas las formalidades de inscripción y registro, se me encerró en una celda nauseabunda, oscura, húmeda y fría, situada en una especie de sótano. Empezaba a amanecer.

Por la mañana temprano salí al paseo. Vi muchos conocidos. Los camaradas que habían entrado antes que yo me pusieron al corriente de las costumbres de la prisión, y me dieron los nombres de los camaradas que estaban a punto de tomar un reposo forzado en el sanatorio zarista de Odessa, llamado prisión. Durante el día se me trasladó al segundo piso, y al siguiente hice el paseo con los detenidos de este corredor. Al cabo de algunos días ya conocía yo a todos los detenidos políticos de la prisión. Allí había de todo: mencheviques, bolcheviques, partidarios de la Liga de campesinos y ferroviarios, socialistas revolucionarios, bundistas, anarquistas, caballeros de la sociedad secreta “Cuervos negros” y simples obreros y campesinos que no pertenecían a ninguna organización.

Los campesinos habían sido conducidos de las aldeas vecinas a Odessa. La variedad se encontraba igualmente en la edad de los detenidos: allí había viejos de cabellos blancos y muchachos imberbes Había también lisiados, que se arrastraban a fuerza de grandes trabajos. El departamento de mujeres no se quedaba atrás (tampoco faltaba la variedad).

Los gendarmes habían detenido sin ton ni son a culpables e inocentes. Visiblemente, ellos querían desquitarse con usura de haber tenido que libertar a los detenidos amnistiados después de las jornadas de octubre.

Uno por uno empezó el interrogatorio de identidad. Mientras que un agente de la Okhrana, de uniforme, me interrogaba, policías de paisano andaban alrededor del locutorio.

En el momento de mi detención había dado el nombre bajo el cual me había inscrito, así como mi dirección exacta, aunque en mi cuarto hubiese un paquete de Izvestia (órgano del Soviet) que uno de los camaradas había llevado a mi casa para enviarlo a Nicolaviev. Yo contaba con que mis amigos, con los cuales participaba del alojamiento, se darían cuenta de mi ausencia antes de media noche o una de la madrugada, y que desalojarían la habitación. Resultó mejor de lo que yo esperaba: Goussiev había pasado por la calle del Hospital la misma tarde de mi detención. Viendo la calle transformada en campo militar, adivinó que nuestra reunión había sido descubierta. Consiguió rápidamente saber quiénes eran los miembros del Comité del sector urbano presentes en la reunión, e hizo prevenir por todos lados para que se limpiasen los cuartos de los camaradas detenidos de papeles comprometedores. El mismo fué a mi casa.

Yo tenía un pasaporte de “hierro” . Conocía todos los detalles necesarios para el interrogatorio: el nombre de la madre, el nombre patronímico del padre, etc. Según aquel pasaporte, yo era zapatero o sastre, no recuerdo bien. En cuanto al verdadero poseedor de este documento de identidad, nunca había sido inquietado por razones políticas. Así que yo me dirigí al interrogatorio, aunque un poco temeroso, por causa de una fotografía expuesta en la vitrina de un fotógrafo, fotografía que representaba el mitin improvisado alrededor del Ayuntamiento por la manifestación a que había dado lugar el manifiesto de 17 de octubre, y en donde se me reconocía. Después de haber anotado todas mis respuestas respecto de mis padres, etc., el agente de la Okhrana me dijo que nuestra reunión era la del Comité ejecutivo del Soviet y que seríamos llevados al Consejo de guerra. Le respondí que habiendo en Odessa una gran cantidad de parados, en ayuda de los cuales no venía nadie, nos habíamos reunido para discutir la organización de los socorros. Agregué que no había tenido tiempo de aclarar cuáles eran las organizaciones representadas en esta reunión, por la razón de que la Policía llegara antes que la reunión hubiese empezado (nos habíamos puesto de acuerdo, antes de que se nos interrogase, de la actitud que debíamos tomar). El agente de la Okhrana declaró que nosotros éramos los miembros del Comité ejecutivo y que él estaba en posesión de documentos seguros que nos identificaban. De las quince personas inculpadas en nuestro asunto, la Policía no tenía pruebas más que contra Chavdia (había tomado la palabra abiertamente como presidente del Soviet) y contra Movchovitch (se había descubierto en su casa mucha literatura socialdemócrata; por cierto, un solo ejemplar y un carnet de recibos expedidos por el Comité de Odessa para recoger los fondos necesarios para la compra de armas); fuera de este interrogatorio, los gendarmes nos dejaron tranquilos durante más de cinco meses.

El régimen de la prisión era soportable. El paseo duraba bastante tiempo. En el patio se jugaba a la pelota, se improvisaban carreras y toda clase de juegos. Los detenidos tenían derecho a las visitas en presencia de los gendarmes, y una sola vez por semana, no más de seis minutos. Uno podía ir a ver los detenidos del mismo corredor a que pertenecía. Por regla general, estábamos encerrados a dos detenidos par celda. Recibíamos todos los días los periódicos, no obstante la interdicción del director del la cárcel. Cuando hacía buen tiempo, por la tarde, después de la llamada, se leían los periódicos en alta voz, y así pasaban los días, las semanas, los meses tristes y uniformes. Los periódicos anunciaban todos los días que la amnistía sería acordada el día de la apertura de la primera Duma del Imperio. Esta amnistía dió lugar a interminables discursos. Durante ese tiempo, los Consejos de guerra de Odessa pronunciaban condenas ejemplares por el menor pecado. Era suficiente que cualquiera hubiese sido condenado ya por delito político para que cayese bajo la garra del Consejo de guerra y se le condenase de cuatro a ocho años de trabajos forzados.

Como en 1905 ya se habían publicado muchas obras marxistas, me embebí en la lectura. En libertad, tenía muy poco tiempo para leer estando absorbido constantemente por el trabajo corriente.

En aquel tiempo se preparaba en el partido el Congreso de Estocolmo. Las tesis y los artículos bolcheviques y mencheviques llegaron hasta nosotros. Excuso decir que aun en la prisión se discutía el boicottage de la primera Duma y otras cuestiones.

En la misma época todo el Comité del partido de Odessa (Leva, Katsap, Marclioubimou y otros) y la Conferencia preelectoral para el Congreso del partido, cayeron en manos de la Policía.

En la vida cotidiana de la prisión, dos acontecimientos se produjeron que la revolucionaron. En Odessa, después de las jornadas de diciembre hicieron su aparición cierta clase de sujetos conocidos por los nombres más diversos: “cuervos negros”, etc. En ellos no había ideología alguna. Sucedía con frecuencia que elementos criminales se encubrían bajo el nombre de organizaciones para poder dedicarse mejor a la delincuencia. Los “cuervos negros” obraban a plena luz del día y aterrorizaban totalmente a la burguesía por su audacia. A éstos hay que agregar los anarquistas, que procedían a expropiaciones y arrojaban las bombas en los cafés donde la burguesía tenía costumbre de divertirse. Muchos elementos turbios vinieron a mezclarse con los anarquistas de ideas, que sinceramente e ingenuamente creyeron que arrojando bombas en los cafés luchaban contra la burguesía, ahorrando al proletariado la necesidad de combatir y mejorar la situación de éste. La burguesía estaba de tal modo aterrada, que ella dirigió el aparato militar y policíaco contra los autores de los golpes de mano. Los Consejos de guerra funcionaron sin descansar. Todos los que cayeron bajo sus manos fueron condenados implacablemente. De tal manera, que el primer condenado a muerte hizo su aparición en la prisión. La prisión suspendió su vida. Durante algún tiempo vivimos interesándonos por el condenado.

Los detenidos aun no habían tenido tiempo de acostumbrarse a los condenados a muerte cuando la muerte violenta entró de lleno en la prisión. En la de Odessa, estando en estado de guerra, la guarda de los detenidos políticos durante el paseo estaba asegurada por la tropa. Un día -después del paseo de nuestro corredor y del reposo- un piquete de soldados mandados por el oficial Tarassov pasó por debajo de nuestras ventanas (ordinariamente, el relevo de los funcionarios era mandado por un cabo o un suboficial). Alguien del primer piso gritó: “¡Abajo el absolutismo!” El oficial detuvo los soldados, y con aire amenazador preguntó quién había gritado. Todos los detenidos se abalanzaron a las ventanas para ver aquel fenómeno de oficial que se las daba de bravo. Alguno de abajo le respondió: “¿Y aunque yo hubiera gritado, qué?” El oficial hizo colocar los soldados frente a la ventana del camarada que le había dirigido las palabras y le dijo: “Si tú eres anarquista, socialdemócrata o simplemente hombre honrado, ponte derecho y no te muevas.” Los detenidos que desde las ventanas asistían a esta escena no sabían qué pensar; algunos se burlaban del oficial y otros le gritaban: “Si estamos en la prisión es por estar contra el absolutismo.” Yo me encontraba en la celda vecina a la de los camaradas Levit y Mochovitch. También nosotros estábamos en la ventana contemplando esta escena penosa. Alguien gritó que aun en estado de sitio el jefe de la prisión era el director y no el oficial de guardia. En ese momento Tarassov díó orden a los soldados de cargar sus armas. Después invitó al compañero de celda del que había entablado esta conversación con Tarassov a bajarse de la ventana. Como no lo hiciese, el oficial dió la voz de “fuego”. Una descarga respondió a la orden En un abrir y cerrar de ojos todos se arrojaron sobre las puertas y un ruido infernal conmovió la prisión. Los condenados de derecho común vinieron en nuestro socorro, y con la ayuda de una ganzúa abrieron las celdas de los detenidos políticos. Todos los detenidos políticos se lanzaron abajo con ímpetu. Los dos camaradas estaban gravemente heridos (algunos días después murió uno de ellos; en cuanto al segundo, no recuerdo, pero me parece que también murió).

Momentos después, el fiscal general, el prefecto, seguidos de las autoridades, llegaban a la prisión. Los detenidos políticos exigieron que Tarassov fuese arrestado y que los soldados fuesen alejados de la prisión. La noticia de los disparos se había extendido por la ciudad. La plaza que rodeaba la prisión fué invadida por la muchedumbre, que exigió que se le informase de lo que acababa de pasar. La muchedumbre no quiso creer lo que le decían las autoridades. Entonces éstas consintieron en que fuese un detenido político, que informó a la concurrencia y dió datos precisos sobre las víctimas.

Se arrestó a Tarassov y se alejó a los soldados del patio (más tarde nos enteramos que Tarassov había recibido una gratificación y un ascenso por su bravura). Después de este drama, la tensión de los detenidos fué en aumento. En esta atmósfera caldeada, resolvimos (los trece que habíamos sido arrestados juntos el 2 de enero) empezar una enérgica campaña para activar nuestro asunto. Después de cinco meses que estábamos encarcelados, no se nos había interrogado una sola vez (sólo nos habían hecho el interrogatorio de identidad). Teníamos la seguridad completa que nuestro asunto no avanzaba un paso. Había entre nosotros camaradas que tenían pasaportes falsos: bastaba con preguntar a las autoridades que los habían dado para que los gendarmes descubriesen que había entre nosotros quien estaba en situación ilegal; por consiguiente, “importantes criminales”. Puesto que no se había hecho, era la prueba de que nuestro asunto dormía. Ya estábamos en verano. El ruido que se hizo en la primera Duma no estaba todavía apagado. Por otro lado, la ignorancia en que estábamos de los resultados del Congreso de Estocolmo actuaba sobre nuestros nervios: ¿quién saldría vencedor en el Congreso? ¿Los bolcheviques? ¿Los mencheviques? La estancia en la prisión era insoportable. Decíamos con razón que la atmósfera de nervosismo que reinaba en la prisión las autoridades no querrían incidentes. Así, para hacer presión sobre ellas, nos decidimos a declarar la huelga de hambre. Uno después de otro escribimos al fiscal que nuestro asunto no avanzaba, por más que fuesen transcurridos cinco meses de nuestra detención; exigíamos que nos fuese comunicado el procesamiento y señalada fecha para la vista, o que se nos pusiera en libertad; si no, a partir de tal fecha empezaríamos la huelga del hambre.

Nos preparamos seriamente a poner en práctica nuestra determinación. La víspera de la fecha que habíamos fijado para empezar la huelga hicimos desaparecer toda clase de alimentos. El día de las visitas nos habían llevado flores en lugar de las provisiones habituales. Al caer la noche, después de la llamada, se nos llamó uno por uno a la cancillería; allí se nos declaró que el fiscal había dado orden de ponernos en libertad provisional.

De esta manera, trece personas de las quince (Chavdia y Movchovitch quedaban en la cárcel), además de los que tenían pasaportes falsos, recobraron la libertad aun los que tenían pasaportes prestados.

Es necesario que haya pasado uno mismo la emoción del momento de su liberación, el hombre que se considera como un “culpable” y enemigo de la autocracia y de la burguesía, para comprender esta emoción. Cada uno de nosotros hacía los cien pasos en su celda y se preguntaba si había llegado su vez o si los gendarmes los habían descubierto. No podíamos creer que recobraríamos nuestra libertad. Cuando salimos de la prisión creímos que se nos llevaría a provincias por temor que una huelga de hambre de varios detenidos degenerase en revuelta. Cuán grande sería nuestra sorpresa de encontrarnos de repente en la calle.

Después de ponernos en libertad provisional, los gendarmes continuaron las diligencias. En el espacio de un mes terminaron la instrucción y transmitieron los procesos al fiscal militar, que los transmitió a su vez al Consejo de guerra.

Visiblemente, los gendarmes habían acabado con los “cuervos negros” y en lo sucesivo podían ocuparse de los socialdemócratas.

Recibí la libertad con alegría. Ya tenía bastante de casamata, que aunque cerca de la ciudad, estaba muy lejos de la vida humana. Aunque mi vestido y mi calzado no estaban en buen uso (los había usado mucho en la prisión), corrí a la ciudad desde el primer día de mi liberación. Me parecía que veía Odessa por primera vez. Me maravillaba de contemplar el mar. Durante la estancia de un año en Odessa, antes de ser detenido, no habla tenido la posibilidad, ni las ganas de venir a admirar el mar y visitar la ciudad. Ese día tenía la sensación de ser el más dichoso de los hombres. Pero desde el segundo día tal nostalgia se apoderó de mí, que traté de emprender febrilmente el contacto con los bolcheviques.

Después de esta sucesión de detenciones, la situación de la organización de Odessa no era muy brillante. Los bolcheviques estaban dispersos y el Comité del partido estaba sometiendo a mencheviques inveterados como Frederic (llamado Iéréma, Anatole Schnéierson) y Lioubov Rabtchenko.

Restablecido el contacto con los obreros del tabaco, empecé a buscar cuantos bolcheviques quedaban en Odessa. Me enteré que todavía eran bastantes los militantes, pero que no estaban agrupados. El camarada Constantino Ossipov (Lévitski, antiguo odessista, bolchevique regresado de la deportación), en cuya casa había estado varias veces, encontró alojamiento para reunir a los bolcheviques militantes de Odessa. Se dispuso los nombres de los camaradas que serían convocados y se fijó la fecha de la reunión. Esta tuvo lugar. Hubo camaradas que yo no había visto nunca, especialmente militares. Estos últimos me causaron bastante miedo. Llegaron juntos a la reunión, y entrando en el cuarto donde estábamos sentados gritaron: “¿Qué es esta asamblea? ¡Quedan ustedes detenidos!” No tenía los menores deseos, después de dos o tres días de libertad, de encontrarme de nuevo en una casamata. Pero mi terror se disipó en seguida cuando oí al dueño del alojamiento invitarles a ocupar su puesto.

La asamblea, después de haber oído las informaciones sobre la situación de la organización, decidió encargar a algunos camaradas el convocar periódicamente a reuniones de este género, que serian en lo sucesivo las reuniones de la Fracción Bolchevique de Odessa.

Resolví no comparecer en el proceso y salir de Odessa, ya que estaba claro (esto ocurría después de la disolución de la primera Duma) que estábamos delante de un período de negra reacción. Para saber adónde debía dirigirme, escribí a Nadejda Kroupskaia, que habitaba en San Petersburgo, como secretario del Centro Bolchevique (éste continuaba existiendo después del Congreso de Estocolmo al mismo tiempo que el partido socialdemócrata “unificado”.)

Poco tiempo después de haber escrito a San Petersburgo, recibí una carta de Goussiev que me invitaba a Moscú en nombre del Comité del partido.

Decidí salir para Moscú.

Era necesario que saliese de Odessa en seguida (mis coinculpados estábamos convocados ya, yo no sé por qué, por el Consejo de guerra) y yo no había recibido todavía de Moscú la dirección de las residencias secretas. Por otro lado, para dirigirme a Moscú no tenía vestidos convenientes. Por lo que decidí ir a Vilkomir, a casa de mis padres.

La represión que se empezaba a sufrir en los otros grandes centros obreros todavía no había tenido tiempo de llegar a Vilkomir. Continuaban reuniéndose en el centro de la ciudad. Además del Bund, que comprendía dos organizaciones, la de adultos y la de jóvenes, la cual era designada con el nombre de “Joven Bund”, existía una organización bastante fuerte del Partido obrero socialdemócrata, con la cual me puse en relación en seguida. Esta se componía de obreros rusos, polacos, lituanos, judíos. Algunos intelectuales se aliaron también. Estaba dirigida por un antiguo suboficial retirado, el camarada “Ossipov” (olvidé su nombre; en 1907 lo volví a ver en Petrogrado).

La organización estaba fuertemente ligada con los obreros agrícolas de las propiedades cercanas y con los obreros y aldeanos de las localidades y aldeas vecinas. Participé activamente en el trabajo de la organización, dirigiendo la palabra en las asambleas generales y en los mítines al aire libre.

Cuando recibí las direcciones que esperaba y el dinero para el camino, salí para Moscú.