O. Piatnitsky

MEMORIAS DE UN BOLCHEVIQUE
(1896-1917)

 

 

XIII.

Volsk

(1913-1914)

 

Crucé la frontera con el pasaporte del estudiante B. Londou. Zagorski me envió a Varsovia el pasaporte que había utilizado yo mismo durante mi estancia en Moscú, en 1907, extendido a nombre de Pineu Sanadiradzé, noble del Gobierno de Koutaís. Este documento de identidad no era demasiado caro, pero no tenía otro. No recuerdo bien si estaba comisionado para organizar en Varsovia el partido socialdemócrata polaco y lituano (esta organización era en favor de los Razlomovtsi); de lo que sí me acuerdo es de que allí celebré una entrevista con varios camaradas (particularmente con Brouski y Kamski). De Varsovia me trasladé a Kiev, donde debía visitar a los camaradas Petrovski y Rozmirovitch. Mientras aguardaba que abriesen las puertas de un establecimiento donde vendían instrumentos de música y cuyo dependiente debía facilitarme la dirección de Rozmirovitch, pasó Olga Kameneva. Supe por ella que el dependiente que yo esperaba había sido detenido, y al mismo tiempo me indicó la dirección de los que buscaba. Aquella misma tarde logré encontrar a Rozmitovitch, al que transmití la indicación de que Petrovski debía marchar a Poronin, puesto que a finales de septiembre de 1913 se celebraría una Conferencia del Comité Central a la que asistirían los diputados socialdemócratas de la Duma y los militantes responsables regionales. Le dije, además, el número de camaradas que Petrovski debía escoger, en las organizaciones de Kiev y de las ciudades vecinas, para que le acompañasen a la citada conferencia, y las ciudades que debían designar sus camaradas representantes para seguir los cursos de la escuela del partido que se proyectaba inaugurar en Galitzia, en los alrededores de Poronin (Petrovski se hallaba ausente de Kiev).

Ya de noche, salí para Poltava, yendo al domicilio del camarada Lioubitch (Samrner), que militaba en los zemstvos. Estaba en Kharkov, y no pude verle. De Poltava marché a Kharkov a visitar al camarada Mouranov, entonces diputado del Gobierno de Kharkov en la cuarta Duma del Imperio. Tuve que aguardar más de una semana antes de poder entrevistarme con él, en el mayor secreto, pues el camarada Mouranov estaba rigurosamente vigilado. Para entrevistarme con él, hube de pasar la noche en una montaña muy próxima a la vía férrea (si la memoria no me es infiel, salió de la ciudad en una locomotora; antiguo ferroviario, mantenía buenas relaciones con sus anteriores compañeros). Le transmití las instrucciones que tenía para él (eran análogas a las que había hecho comunicar a Petrovski).

A la mañana siguiente salí para Moscú, pasando por Penza, en cuyo punto deseaba quedarme uno o dos días con mis amigos Itine. Por el camino tuve un ataque de disentería, y gravemente enfermo, a duras penas logré llegar hasta su casa. Esta enfermedad, que por poco más me manda al otro mundo, me retuvo en la cama durante más de mes y medio.

Una vez ya en Moscú, por mediación de Krassin, director técnico de la casa Siernens-Shuckert, ingresé en esta fábrica en calidad de montador electricista. Se me envió a efectuar la instalación eléctrica de la fábrica de cementos “Asserine”, enclavada a siete verstas de Volsk. Experimenté algún temor en ir a trabajar a dicha fábrica, pues no tenía seguridades de hacerlo bien. Yo había hecho instalaciones eléctricas en casas particulares; pero esto ya no era lo mismo. Sin embargo, decidí aprender este oficio, costase lo que costase, y debía intentarlo. Cuando me presenté a Krassin para solicitar trabajo me preguntó si yo pensaba ganar mi vida solamente o aprender seriamente a trabajar. Según él, si yo no intentaba más que lo primero, podía quedarme en Moscú; pero si deseaba lo segundo, era preciso absolutamente realizar trabajos de instalación en algún rincón perdido, con el fin de que nadie viniese a importunarme, distrayéndome del trabajo. Aun cuando mi intención fuese la de quedarme en Moscú, prefería, desde luego, que me destinasen a un “agujero” cualquiera donde pudiese aprender mi oficio a conciencia. Krassin tenía razón. La fábrica donde me enviaron estaba provista de los útiles más perfectos de la técnica extranjera y el trabajo se hallaba en su apogeo. Habíanse contratado muchos montadores electricistas -rusos y alemanes-. Para todos los trabajos delicados de la técnica eléctrica había montadores especializados, dirigidos por un jefe de equipo, más conocedor del asunto, que distribuía el trabajo y decía lo que era preciso hacer. En la fábrica Siemens-Shuckert todo este trabajo se hallaba bajo la dirección del técnico alemán Hasser. Los ingenieros vivían en Volsk, pero rara vez venían a visitar la fábrica. Nunca se me había ocurrido que la fabricación del cemento exigiera una instalación tan complicada. Todo el proceso de fabricación, exceptuando el transporte de la cal que alimenta el molino húmedo, la manipulación de los toneles vacíos y la colocación de la tapa cuando estaban llenos, era efectuado mecánicamente.

Yo procuraba estudiar a fondo la fábrica, pues a mí, casi exclusivamente, me estaba encargado dotarla del fluido eléctrico. Trabajaba día y noche y, al contrario de los demás montadores, no me limitaba a dirigir el trabajo, sino que intervenía personalmente en su ejecución, encaramándome a los sitios de mayor peligro para realizar los trabajos más difíciles. Tenía a mi cargo cincuenta obreros no calificados y obreros aserradores que preparaban las grapas, los tacos de madera, etc., que eran precisos. Hube de trabajar con materiales que hasta entonces desconocía en absoluto. Pero trabajaba muy animado y con interés. El técnico Hasser, viendo que en mis ratos libres me dedicaba a examinar los otros trabajos, me encargó de instalar, bajo su dirección, pequeños motores y dínamos, etc. En este aspecto, hice también grandes progresos. Nicolás Mandelstam, que trabajaba allí en calidad de jefe montador, y yo fuimos los últimos en dejar la fábrica. Yo había permanecido en ella desde octubre de 1913 hasta primeros de abril de 1914. Mi jornal era bastante elevado: percibía 18 kopecks por hora, y durante las horas extraordinarias entre semana o los días festivos, una vez y media más, o sean 27 kopecks, aparte de 1,50 rublos por día para gastos de desplazamiento.

Mi estancia en la fábrica me benefició extraordinariamente: aprendí a trabajar y pude darme cuenta de la forma en que vivían, trabajaban y pasaban su tiempo los campesinos y los obreros rusos, de quienes, tanto tiempo, había estado separado mientras residí en el extranjero. Por otra parte, en la fábrica Asserine, igual que en otras fábricas de cemento vecinas, Seifert y Gloukhoozerski, aquéllos vivían en condiciones pésimas. Había en la fábrica obreros temporeros y obreros permanentes: los primeros se ocupaban en construir la fábrica; los segundos, en la elaboración de los productos de la fábrica. Cuando yo llegué, la fábrica estaba ya en marcha. Los obreros temporeros trabajaban con los montadores de diferentes casas; pero habían sido contratados y los pagaba la fábrica Asserine. No pertenecían, por tanto, a las empresas que se encargaban del montaje de la fábrica.

Los obreros temporeros eran, por regla general, muchachos jóvenes y campesinos de los Gobiernos de Penza. Estos últimos eran nurnerosísimos. Recibían, por diez horas de trabajo, 50 kopecks diarios. Muy a menudo, Nicolás Maudelstam y yo permitíamos a los obreros temporeros que trabajasen de noche -sabíamos que no habían de hacer nada-, con objeto de que obtuviesen mayor salario. El trabajo de noche se les pagaba doble. Los obreros de las cercanías vivían en malísimas condiciones de higiene. Era imposible pasar a su lado, por el mal olor que despedían. Para una parte de los obreros calificados que trabajaban en la fabricación se habían construido unos barracones, donde todos los montadores estaban, asimismo, alojados.

En la fábrica no había organizaciones ni establecimientos culturales; sin embargo, me parece que tampoco los había en Volsk, a menos de que se cuente como establecimientos de este género a los cinematógrafos. De éstos habría tres o cuatro en Volsk en aquella época. Los domingos y otros días feriados los cantos y los juramentos de los borrachos llenaban el ambiente. La juventud local y los obreros forasteros se “bebían” no solamente su jornal, sino también sus botas y sus vestidos. Después de lo cual se veían obligados a trabajar varios meses antes de poder comprarse otros.

Un buen día, la administración de la fábrica decidió reducir a 10 kopecks el jornal de los peones y limitar sus horas extraordinarias. Bajo la dirección de los obreros que trabajaban con los montadores miembros del partido (éramos cuatro; tres bolcheviques: N. Mandelstam, Petrov, yo y un menchevique cuyo nombre he olvidado), los peones se declararon en huelga. Decidimos no trabajar con los “amarillos”. Declaramos a nuestros jefes que no podríamos trabajar con obreros a los cuales fuese preciso instruir previamente, puesto que los obreros en huelga conocían ya su trabajo. La Policía hizo su aparición, pero los obreros ganaron la huelga

Desde Volsk me puse en contacto con la Oficina de Rusia y el departamento del Comité Central en el extranjero. Sostuve correspondencia seguida con Natdejda Constantinovna. Recibía la Pravda, nuestra revista Prosviechtchenie (La Instrucción) y toda la literatura bolchevique de Petersburgo, que era enviada a la redacción de la Volskaïa Jizn (La Vida de Volsk), a la que más tarde haré referencia.

Por esta época, en toda Rusia se hallaba en su apogeo la campaña proseguros sociales. (La tercera Duma había votado la ley sobre el seguro -enfermedad de los obreros, etc.-. Esta cuestión de los seguros daba lugar a profundas divergencias entre bolcheviques y mencheviques, hasta el punto de que unos y otros libraban verdaderas batallas desde las columnas de la Prensa diaria. Gran cantidad de folletos y aun de periódicos fueron publicados, con este objeto, por ambas tendencias.)

En una reunión de los tres bolcheviques de nuestra fábrica se decidió convocar una asamblea de todos los obreros calificados empleados en la Asserine, con el fin de examinar el asunto de los seguros La asamblea se celebró en mi cuarto. Entregué a los más ilustrados de los obreros presentes la Pravda y algunos folletos referentes a los seguros sociales. Estos obreros se dirigían a mí con alguna frecuencia y a N. Mandelstam para que les explicásemos algunas dudas sobre determinados puntos. Establecimos con ellos, por tanto, un estrecho contacto. Desgraciadamente, no pudimos hacer con ellos una organización del partido, pues una vez terminados nuestros trabajos de montaje hubimos de abandonar Volsk. Si no me equivoco, pusimos en comunicación algunos de ellos con Vardine, quien, junto con Antochkine, vivía en Volsk, bajo la vigilancia de la Policía.

En las tres fábricas de Volsk trabajaban veinte montadores electricistas, enviados de Moscú por la casa Siemens-Shuckert. Fuera de nosotros cuatro, miembros del partido, había dos cuyas ideas casi coincidían con las nuestras los días festivos. En cuanto a los demás montadores, eran seres vulgares y pequeños burgueses. Pasaban su tiempo en los restaurantes. Como ganaban todos buen jornal, el restaurante era el único sitio donde podían gastar. A veces nos reuníamos todos los montadores electricistas; pero las conversaciones sobre actuación política no tenían calor alguno, a pesar de que en este momento el movimiento obrero en Rusia no cesaba de desarrollarse, ampliándose. El tema de la conversación entre los montadores era lo que sucedía en la fábrica y los incidentes surgidos con la dirección, etc. Los montadores de Moscú, hartos de las malísimas condiciones en que se trabajaba en las fábricas de cementos (hubo varios accidentes mortales a causa de la falta de barreras divisorias y otros dispositivos protectores alrededor de las máquinas, que trabajaban día y noche sin descanso), comenzaron a mandar notas cortas a la Volskaïa Jizn, periódico modesto que, según creo, aparecía diariamente. De esta forma entramos en relación con la redacción del citado periódico, que, para ese rincón de provincia, tenía un carácter bastante radical. Un día, hojeando la Volskaïa Jizn (la administración había tomado a su iniciativa el enviármelo), encontré un artículo muy extenso y repleto de elogios para la fábrica Asserine. Al mismo tiempo que hacía la descripción de nuevas máquinas, se daban detalles falsos, a todas luces, sobre la falta de polvo en la fábrica; diciendo que estaba dotada de una escuela, de una enfermería, de baños-duchas y de excelentes alojamientos para los obreros. Comprendimos de sobra que el artículo procedía de la dirección de la fábrica, pues un redactor honrado no hubiera afirmado nunca que en la fábrica no habla polvo. Bastaba con pasar junto al molino húmedo para verse rociado, de pies a cabeza, de un líquido grisáceo, o al lado del molino de carbón para quedar transformado en un deshollinador por la espesa polvareda que se desprendía del molino de cemento y que lo llenaba todo, a pesar de varios aspiradores que funcionaban en aquel sitio continuamente, y sin los cuales habría sido absolutamente imposible respirar. Tan sólo el cuarto de máquinas era de una limpieza ejemplar. En lo que respecta a la escuela, a la enfermería, a los baños-duchas, etcétera, todo ello, todavía en proyecto, consistía en unos “maravillosos” barracones. Este artículo nos asombró, pues hasta entonces el periódico, máxime teniendo en cuenta el momento político, había estado siempre muy correcto. Escribimos a la redacción para poner las cosas en su verdadero lugar. La redacción no quiso insertar esta rectificación sin hablar previamente con nosotros, y, en consecuencia, Petrov y otro camarada menchevique fueron a visitarla. A su regreso supe que Mgueladzé (Vardine) y Antochkine formaban parte de la redacción. Yo no conocía a Vardine, en cuanto a Antochkine, recordaba de él por haber visto su nombre en la Prensa del partido, en 1905-1906, pero no le conocía personalmente. Desde que Vardine tuvo noticias de mi existencia quiso verme. Esto no me hacía gracia alguna, pues sabía que era georgiano. Suponía que le bastaría hablar conmigo para darse cuenta de que yo no era georgiano (que él fuese miembro del partido yo no lo sabía; y aun siendo así, no hubiese cambiado gran cosa, ya que todos los que yo veía, a excepción de R. Mandelstam, que había conocido personalmente en el partido de 1906 a 1913, ignoraban que Sanadiradze no era mi verdadero nombre). Yo iba muy poco a la ciudad para no encontrarme con Vardine. Pero esto no me sirvió de socorro. Un día Vardine vino a verme a la fábrica. Su primer cuidado fué hablarme en georgiano en presencia de otros camaradas. Le advertí que los camaradas rusos no entendían el georgiano y que era mejor hablar en ruso. No podré decir que aquella tarde me encontrase muy a gusto; pero, al fin, todo terminó bien. Vardine me habló de los artículos aparecidos en la Prensa georgiana del partido (Jordania había escrito en aquella época varios artículos contra los liquidadores). Como yo estaba al corriente de la Prensa y de los asuntos del partido, me fué muy fácil sostener la conversación. A fin de cuentas, fuí a verlo a su casa, donde conocí a Antochkine, y por más que estuviésemos en continua relación, Vardine estaba convencidísimo de que yo era georgiano . En cuanto a la Volskaïa Jizn, hicimos visitar la fábrica a sus redactores, que se dieron cuenta de vista que nuestra aclaración era justa.

En 1914, terminados los trabajos de instalación eléctrica, regresé a Moscú. En ese momento estábamos en víspera de la fiesta de Pascua. Gracias que en el mismo día los servicios de Siemens-Shuckert no quisieron enviarme a hacer trabajos de instalación en la región textil de Moscú (las fábricas textiles cerraban sus puertas por algunos días con ocasión de las fiestas de Pascua, los que había que aprovechar para reparar las máquinas antiguas e instalar nuevas). Me negué a salir, ya que yo había residido bastante en rincones perdidos. Petersburgo, donde se batía en plena lucha, me atrajo. Resolví partir para allá; pero me era penoso abandonar una plaza en la que yo había aprendido varias cosas y aun podía aprender mucho. Puse como condición que se me enviase a una gran ciudad; si no, yo pedía la cuenta. La dirección me propuso ir a Sámara en compañía de un técnico alemán, Hasser, con el fin de equipar los tranvías urbanos. Acepté. Quedé algunos días en Moscú. A fin de ver a los camaradas de Moscú, me dirigí a una conferencia de pago o a un concierto, no recuerdo más, organizado en beneficio del Comité de Moscú. Efectivamente, allí encontré antiguos conocidos y amigos: Anna Karpova, Zénaide Yachnova, Konstantinovitch, que había conocido en París, y, en fin, al provocador Romanov (alias “Georges”), que de sopetón me preguntó si yo había venido a Moscú para militar, etc. No pude encontrar a Glebe (Mantsev), que yo hubiera querido ver (su mujer había venido sola a la velada). Durante el poco tiempo que estuve en Moscú conseguí ver todavía a algunos camaradas: Karpov, Vogdanov, que se había escapado conmigo de la prisión de Kiev, Maltsman ; pero nadie pudo ponerme en comunicación con la organización bolchevique de Sámara. Tuve que contentarme con algunas direcciones cuidadas.

Después de haber cambiado de instrumental para el trabajo que tenía que efectuar, salí para Sámara.