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Leon Trotsky
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III.

SEGUNDO CONGRESO MUNDIAL

(19 de julio a 7 de agosto de 1920)

 

 

 



 

 

 

El Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista se celebra entre el 19 de julio y el 7 de agosto de 1920, la primera sesión en Petrogrado, donde se celebraron desfiles, comidas y diversos actos en su honor, y el resto en Moscú a partir del día 19 ante el retraso en la llegada de numerosos delegados; sin embargo, los días de espera son intensos en reuniones y discusiones fructíferas. El congreso reúne a 217 delegados de 37 países y 76 organizaciones con representatividad fuera de discusión. Como cita Broué en su obra, Rosmer escribe «»¦ la atmósfera de Moscú tenía algo de exultante: todavía era perceptible la vibración de la revolución en armas. Entre los delegados llegados de todos los países y horizontes políticos, algunos ya se conocían, la mayoría se encontraban por primera vez. Nacía una verdadera camaradería espontáneamente entre ellos; las discusiones calurosas sobre los puntos de divergencia no faltaban pero en ellas dominaba una absoluta adhesión a la revolución y al naciente comunismo.»

El comité ejecutivo había invitado a las organizaciones adheridas y también a diversas organizaciones que no lo estaban, USPD y partido socialista francés (SFIO), CNT de España y PSOE, entre otras. La convocatoria rezaba:

«¡A todos los partidos y grupos comunistas, a todos los sindicatos rojos, a todas las organizaciones comunistas y femeninas, a todas las uniones de la juventud comunista, a todas las organizaciones obreras que se colocan en el terreno del comunismo, a todos los trabajadores honestos!

Camaradas, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista ha decidido convocar el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista para el 15 de julio de 1920 en Moscú. El comité ejecutivo propone el siguiente proyecto provisional de orden del día: 1) informe del CEIC; 2) informe de los representantes de los diferentes países. Los informes deben entregarse por escrito; 3) situación internacional actual y las tareas de la Internacional Comunista; 4) cuestión del parlamentarismo; 5) sindicatos y consejos de fábrica; 6) papel y estructura del partido comunista antes y después de la conquista del poder por el proletariado; 7) cuestión nacional y colonial; 8) cuestión agraria; 9) actitud frente a las nuevas corrientes »˜centristas»™ que solo prestan atención al programa comunista y sobre las condiciones de admisión en la IC; 10) estatutos de la Internacional Comunista; 11) cuestiones organizativas (organizaciones legales e ilegales, organizaciones de mujeres, etc»¦); 12) movimiento juvenil; 13) elecciones; 14) otros asuntos.

Están invitados a participar en el congreso con voto pleno todos los partidos comunistas, grupos y sindicatos que se han adherido oficialmente a la IC y que han sido reconocidos por el comité ejecutivo.

Los grupos y organizaciones que se siguen la plataforma de la IC pero que se oponen a los partidos comunistas oficialmente adheridos también están invitados a participar en el congreso que decidirá por sí mismo sobre el derecho de voto que se otorgará en él a dichos grupos.

Además, están invitados a participar en el congreso todos los grupos de sindicalistas revolucionarios, los sindicatos de la IWW y el resto de organizaciones con las que el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista mantiene relaciones.

Las organizaciones de la juventud no deben estar representadas solamente por el Comité Ejecutivo de la Internacional de la Juventud sino, además, por las organizaciones comunistas de los diferentes países.

En relación con el congreso previsto está planteado convocar una conferencia internacional de mujeres comunistas y una conferencia de organizaciones de la juventud comunista.

Si es posible también se celebrará, en relación con el congreso, la Primera Conferencia Internacional de los Sindicatos Rojos.

Todos los partidos y organizaciones están invitados a enviar el mayor número posible de delegados al congreso. La cuestión del número de los votos plenos en el congreso se decidirá independientemente del número de delegados.

El comité ejecutivo solicita insistentemente que todos los partidos comunistas que estén representados en el congreso designen absolutamente a uno de sus delegados como representante permanente en el Comité Ejecutivo de la IC. Ese camarada deberá permanecer mucho más tiempo en Rusia.

Se puede ver en la propuesta de orden del día que el congreso discutirá sobre las más importantes cuestiones en las que están involucrados los comunistas de todo el mundo. El rápido crecimiento de las ideas del comunismo en todo el mundo nos obliga a acelerar la convocatoria del congreso. El congreso ofrecerá a todos los proletarios de todos los países respuesta exacta y clara a todas las preguntas que están en el temario y que esperan respuesta.

El Primer Congreso Mundial de la Internacional Comunista levantó la bandera del comunismo. Ahora, hoy en día, millones de trabajadores conscientes ya están de pie en todo el mundo bajo esa bandera. Ahora ya no se trata de propaganda para las ideas comunistas; ahora comienza la época de la organización del proletariado comunista y de la lucha inmediata por la revolución comunista.

La Segunda Internacional se ha derrumbado como una torre de naipes. Los intentos de unos pocos diplomáticos «socialistas» para fundar un nueva internacional bastarda que se interponga entre la segunda y la tercera son, simplemente, ridículos y no reciben apoyo por los trabajadores. Separados por la censura militar, el estado de sitio y la campaña de difamación de los socialdemócratas amarillos y la prensa burguesa, los obreros de cada país se tendían, sin embargo, una mano fraternal. Durante el año de su existencia, la Internacional Comunista ha obtenido una victoria moral decisiva en las masas trabajadoras de todo el mundo. Millones y millones de trabajadores acuden a la honesta asociación internacional de obreros que se llama la Internacional Comunista.

Que los sindicalistas que todavía pertenecen formalmente a la guardia blanca organizada en ímsterdam por los agentes del capital Legien, Albert Thomas, y otros se esfuercen en lograr que sus organizaciones de trabajadores rompan con los traidores a la causa obrera y envíen a sus delegados al congreso de la Internacional Comunista.

El Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista reunido el 15 de julio deberá ser realmente un congreso mundial de la clase obrera y, al mismo tiempo, un congreso de verdaderos camaradas de pensamiento, de verdaderos partidarios del verdadero programa comunista y de la táctica revolucionaria comunista.

Que cada organización obrera, que cada círculo obrero, discuta el orden del día propuesto por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Que los mismos trabajadores envíen sus propuestas de resoluciones sobre las cuestiones planteadas y que, en las próximas semanas, toda la prensa comunista abra sus columnas a la discusión de los importantes problemas que se nos plantean. El trabajo preparatorio debe llevarse adelante con rigor y celo. Solamente así nuestro congreso extraerá un balance de la experiencia de los obreros conscientes del mundo entero y podrá expresar la voluntad real de los obreros comunistas de todos los países.

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista dirige su fraternal saludo a los proletarios conscientes del mundo entero y les llama a unirse a sus filas fraternales.»[47]

El número de delegados con voto pleno será al final de 167 mientras que 51 gozarán de voto consultivo[48]. En el congreso no se incide mucho sobre el izquierdismo pues la publicación previa, un mes antes del congreso, de El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo por Lenin, editado en ruso, francés e inglés casi al mismo tiempo, adelantó esta discusión, siendo distribuida esta obra ampliamente entre los delegados al congreso. Según Broué «Cada delegado encontró en su habitación del hotel un importante dossier, informe escrito del comité ejecutivo, informes de los diferentes partidos, proyectos de resoluciones, el libro de Trotsky contra Kautsky, Terrorismo y comunismo, y el de Lenin sobre La enfermedad infantil. Algunos delegados sufren un choque al conocer estos textos.» La discusión sobre el partido fue intensa (en ella intervino Pestaña) y marco general para la discusión concreta sobre la entrada o no de los comunistas en el Labour inglés, estando Lenin a favor. Esta discusión no eran redundante, como señaló algún delegado, en el segundo congreso del partido mundial de la revolución pues en ese congreso estaban presentes muchos delegados que, por tradición, no habían pertenecido nunca a partidos políticos y, por el contrario, mantenían una actitud hostil hacia «el partido» (comités de fábrica ingleses, CNT española, sindicalistas revolucionarios franceses), Trotsky intervino activamente en la discusión como rinde testimonio de ello su intervención sobre el informe publicada en este capítulo. El análisis de la cuestión agraria se ciñó al marco europeo y la cuestión nacional y colonial fue presentada por primera vez en un congreso de una internacional obrera sobre la base de la intervención directa de ésta en la lucha de liberación colonial. Por último, la discusión sobre los 21 puntos, las 21 condiciones de admisión, ocupó mucho tiempo y energías de los delegados. Trotsky había casi presentado y, desde luego, apoyado completamente esas condiciones de admisión en el artículo que el lector ha podido leer en el capítulo anterior, al igual que en lo tocante a la cuestión del partido, cuestión a la que Trotsky dedicado esfuerzos dialécticos teniendo en cuenta su conocimiento del movimiento obrero francés. También fue Trotsky quien, en sesión pública celebrada en el Gran Teatro de Moscú, clausuró el congreso con uno de sus espléndidos discursos, sin notas, cuyo resumen se publica en este capítulo.

 

 


 

 

 

Discurso sobre el informe del camarada Zinóviev acerca del rol del partido[49]

26 de julio de 1920

 

¡Camaradas! Puede parecer bastante extraño que, tres cuartos de siglo después de haber aparecido el Manifiesto Comunista, surja en un congreso comunista internacional la discusión acerca de si es necesario o no un partido. El camarada Levi ha subrayado, precisamente, este aspecto de la cuestión. Señaló que para la gran mayoría de los obreros de Europa occidental y de América esta cuestión se resolvió hace mucho tiempo; en su opinión, ponerla en discusión otra vez, difícilmente ayude a elevar el prestigio de la Internacional Comunista. En lo que a mí respecta, advierto una contradicción bastante acentuada entre la marcha de los acontecimientos históricos y la opinión aquí expresada, con tal «amplitud marxista», de que amplias masas de trabajadores son perfectamente conscientes de la necesidad del partido. Es evidente que si estuviésemos tratando aquí con los señores Scheidemann, Kautsky o sus correligionarios ingleses sería, naturalmente, innecesario convencer a estos caballeros de que es indispensable que la clase obrera tenga un partido. Ellos han creado un partido para la clase obrera, y lo han puesto al servicio de la sociedad burguesa y capitalista.

Pero si lo que tenemos en mente es el partido proletario, es evidente que, en cada país, éste atraviesa hoy distintas etapas de su desarrollo. En Alemania, patria tradicional de la vieja socialdemocracia, vemos una clase obrera gigantesca, de alto nivel cultural, que avanza sin pausa en su lucha, arrastrando considerables remanentes de las viejas tradiciones. Por otra parte nos encontramos con que, precisamente aquellos partidos que pretenden hablar en nombre de la mayoría de la clase obrera, los partidos de la Segunda Internacional, que expresan el nivel de un sector de los trabajadores, nos obligan a plantear la cuestión de si el partido es o no necesario. Cuando veo por un lado a Scheidemann y, por el otro, a los sindicalistas españoles, franceses o norteamericanos, que no sólo quieren luchar contra la burguesía, sino que, a diferencia de Scheidemann, quieren arrancarle la cabeza, prefiero discutir con estos camaradas españoles, norteamericanos y franceses para demostrarles que el partido es indispensable para el cumplimiento de la misión histórica que les está planteada: la destrucción de la burguesía. Trataré de demostrárselo de un modo fraternal, en base a mi propia experiencia, y no contraponiéndoles los largos años de Scheidemann y diciéndoles que para la mayoría esta cuestión ya ha sido resuelta. Camaradas, vemos cuán grande es aún la influencia de las tendencias antiparlamentarias en los viejos países del parlamentarismo y la democracia, por ejemplo, Francia, Inglaterra, etc. En Francia he tenido la oportunidad de observar personalmente que las primeras voces audaces contra la guerra (en París) se alzaron de las filas de un pequeño grupo de sindicalistas franceses. Eran las voces de mis amigos. En aquel momento, nos era imposible plantear la cuestión de la formación del partido comunista; ellos eran demasiado pocos. Pero yo me sentía como un camarada entre camaradas en la compañía de Monatte, Rosmer y otros con pasado anarquista.

Pero ¿qué tenía yo en común con un Renaudel, que entiende perfectamente la necesidad del partido; o con un Albert Thomas y otros caballeros a quienes ni siquiera deseo llamar camaradas para no violar las reglas de la decencia?

Camaradas, los sindicalistas franceses están realizando un trabajo revolucionario en los sindicatos. Cuando hoy discuto, por ejemplo, con el camarada Rosmer, lo hacemos sobre un terreno común. Los sindicalistas franceses, desafiando las tradiciones de la democracia y sus engaños, dijeron: «No queremos ningún partido, estamos a favor de sindicatos proletarios y de una minoría revolucionaria que aplique dentro de ellos la acción directa». Lo que entendían los sindicalistas franceses por esa minoría, ni siquiera estaba claro para ellos. Pero ese planteo era un síntoma de su evolución, que determinó que a pesar de sus prejuicios e ilusiones, estos camaradas estén jugando un rol revolucionario en Francia, y esta pequeña minoría haya venido a nuestro congreso internacional.

¿Qué significa esta minoría para nuestros amigos? Es el sector selecto de la clase obrera francesa que cuenta con un programa claro, con su propia organización, donde se discuten todas las cuestiones, y no sólo se discute sino que se decide, y cuyos integrantes están ligados por una cierta disciplina. Sin embargo, la experiencia de la lucha proletaria contra la burguesía, no sólo en su país sino en todo el mundo, señala que el sindicalismo francés se verá obligado a crear el partido comunista.

El camarada Pestaña dice: «No quiero tocar esta cuestión. Yo soy un sindicalista y no quiero hablar de política, y menos aún del partido». Es sumamente interesante. No quiere hablar del partido comunista para no insultar a la revolución. Esto significa que la crítica del partido comunista y de su necesidad le parece, en el marco de la Revolución Rusa, un insulto a la revolución. Así son las cosas. Lo mismo pasó en Hungría.

El camarada Pestaña, influyente sindicalista español, vino a visitarnos porque hay entre nosotros camaradas que, de un modo u otro, militan en el terreno sindical; también hay otros que son, por decirlo así, parlamentarios, y otros que no son ni parlamentarios ni sindicalistas, sino que están por la acción de masas, etc. Pero, ¿qué le ofrecemos? Un partido comunista internacional, o sea, la unificación de los elementos avanzados de la clase obrera, que traen aquí sus experiencias, las comparten, se critican mutuamente, toman decisiones, etc. Cuando el camarada Pestaña vuelva a España con estas decisiones, sus compañeros le preguntarán: «¿Qué has traído de Moscú?» entonces, él les presentará las tesis y les propondrá que voten a favor o en contra de la resolución; y aquellos sindicalistas españoles que se unan en base a las tesis propuestas, no formarán otra cosa que el partido comunista español.

Hoy hemos recibido una propuesta del gobierno polaco para firmar la paz. ¿Quién decide cuestiones como ésta? Tenemos el Consejo de Comisarios del Pueblo, pero éste también debe estar sujeto a cierto control. ¿Control de quién? ¿De la clase obrera como masa caótica e informe? No. El comité central del partido está citado para discutir la propuesta y decidir si debe ser contestada. Y cuando tenemos que hacer la guerra, organizar nuevas divisiones y hallar los mejores elementos para ellas; ¿a quién recurrimos? Recurrimos al partido. Al comité central. Y éste da directivas a cada comité local sobre la asignación de comunistas para el frente. Lo mismo se aplica a la cuestión agraria, la cuestión de los abastecimientos y todas las demás. ¿Quién decidirá estas cuestiones en España? El partido comunista español, y confío en que el camarada Pestaña ha de ser uno de sus fundadores.

El camarada Serrati (a quien, por supuesto, es superfluo demostrarle la necesidad del partido, porque él mismo es dirigente de un gran partido) nos pregunta con ironía «¿Qué es exactamente lo que entendemos por campesino medio y por semiproletario? ¿y no es oportunista que les hagamos varias concesiones?» Pero, ¿qué es oportunismo, camaradas? En nuestro país, el poder está en manos del proletariado, que sigue la dirección del partido comunista y su línea, pues es el partido que lo representa. Pero entre nosotros no solamente existe la clase obrera avanzada, sino también elementos atrasados y sin partido que trabajan una parte del año en la aldea y otra en la fábrica; existen varias capas del campesinado. Todo esto no ha sido creado por nuestro partido; lo heredamos del pasado feudal y capitalista. La clase obrera está en el poder y dice: «No puedo cambiar estoy hoy ni mañana; tengo que hacer aquí una concesión a las relaciones sociales atrasadas y bárbaras».

El oportunismo se manifiesta cada vez que quienes representan a la clase trabajadora hacen tales concesiones a la clase dominante que le facilitan mantenerse en el poder. Kautsky nos reprocha porque nuestro partido, aparentemente, está realizando las mayores concesiones al campesinado. La clase obrera en el poder debe acelerar el proceso de evolución de la mayor parte del campesinado, ayudándole a pasar de un modo de pensar feudal al comunismo; y tiene que hacer concesiones a los elementos atrasados. Así, pienso que la cuestión resulta de un modo que al camarada Serrati le parece oportunista, no rebaja en absoluto la dignidad del Partido Comunista de Rusia. Pero aun si ése fuera el caso, aun si hemos cometido tal o cual error, esto sólo significa que estamos moviéndonos en una situación muy compleja y que nos vemos obligados a maniobrar. El poder está en nuestras manos; así y todo tuvimos que retroceder ante el imperialismo alemán en Brest-Litovsk y, más tarde, ante el imperialismo inglés. Y, en este caso particular, estamos maniobrando entre las varias capas del campesinado: atraemos a algunas, rechazamos a otras, mientras aplastamos con mano de hierro a una tercera capa. Estas son las maniobras de la clase revolucionaria que está en el poder y que puede cometer errores; pero éstos entran en el inventario del partido, que concentra toda la experiencia acumulada por la clase obrera. Es así como concebimos a nuestro partido. Es así como concebimos a nuestra internacional.

 

 

 


 

 

El mundo capitalista y la Internacional Comunista[50]

Manifiesto del Segundo Congreso de la Internacional Comunista

7 de agosto de 1920

 

I

Las relaciones internacionales posteriores a Versalles

La burguesía de todo el mundo recuerda con melancolía y pesar los días de antaño. Todos los fundamentos de la política internacional o interna están subvertidos o cuestionados. Para el mundo de los explotadores, el mañana es tormentoso. La guerra imperialista terminó de destruir el viejo sistema de las alianzas y promesas mutuas sobre el que estaban basados el equilibrio internacional y la paz armada. Ningún nuevo equilibrio resulta de la paz de Versalles.

Primeramente Rusia, luego Austria-Hungría y Alemania han sido arrojadas fuera de la liza. Esas potencias de primer orden, que habían ocupado el primer lugar entre los piratas del imperialismo mundial, se convirtieron en las víctimas del pillaje y han sido libradas al desmembramiento. Ante el imperialismo vencedor de la Entente se ha abierto un campo ilimitado de explotación colonial, que comienza en el Rin y abarca toda la Europa central y oriental, para terminar en el Océano Pacífico. ¿Acaso el Congo, Siria, Egipto y México pueden ser comparados con las estepas, los bosques y las montañas de Rusia, con las fuerzas obreras, con los obreros calificados de Alemania? El nuevo programa colonial de los vencedores era muy simple: derrotar a la república proletaria en Rusia, apropiarse de nuestras materias primas, acaparar la mano de obra alemana, el carbón alemán, imponer al empresariado alemán el papel de guardián de cárcel y tener a su disposición las mercancías así obtenidas y las ganancias de las empresas. El proyecto de «organizar Europa» que había sido concebido por el imperialismo alemán en la época de sus éxitos militares fue retomado por la Entente victoriosa. Mientras conducen al banquillo de los acusados a los canallas del imperio alemán, los gobiernos de la Entente los consideran como sus pares.

Pero incluso en el campo de los vencedores hay vencidos.

Embriagada por su chovinismo y sus victorias, la burguesía francesa ya se considera dueña de Europa. En realidad, desde todo punto de vista, Francia jamás estuvo en una situación de dependencia más servil con respecto a sus rivales más poderosos, Inglaterra y EEUU. Francia impone a Bélgica un programa económico y militar, y transforma a su débil aliada en provincia vasalla, pero frente a Inglaterra desempeña el papel de Bélgica en mayor medida. Por el momento, los imperialistas ingleses dejan a los usureros franceses la tarea de hacerse justicia en los límites continentales que les son asignados, logrando de ese modo que recaiga sobre Francia la indignación de los trabajadores de Europa y de la propia Inglaterra. El poder de Francia, despojada y arruinada, sólo es aparente y ficticio. Algún día los socialpatriotas franceses se verán obligados a admitirlo. Italia ha perdido más influencia que Francia en las relaciones internacionales. Carente de carbón, de pan, de materias primas, absolutamente desequilibrada por la guerra, la burguesía italiana, pese a toda su mala voluntad, es incapaz de poner en práctica, en la medida de sus deseos, los derechos que cree tener al pillaje y a la violencia, incluso en las colonias que Inglaterra se avino a cederle.

El Japón, presa de las contradicciones inherentes al régimen capitalista en una sociedad que sigue siendo feudal, se halla en vísperas de una crisis revolucionaria muy profunda. Pese a las circunstancias más bien favorables que lo amparan en el plano de la política internacional, esta crisis ya ha paralizado su ímpetu imperialista.

Quedan solamente dos verdaderas grandes potencias mundiales Gran Bretaña y EEUU.

El imperialismo inglés se ha desembarazado de su rival asiático, el zarismo, y de la amenazadora competencia alemana. El poder de Gran Bretaña sobre los mares está en su apogeo. Rodea a los continentes con una cadena de pueblos que le están sometidos. Ha puesto sus manos en Finlandia, Estonia y Letonia, ha quitado a Suecia y Noruega los últimos vestigios de su independencia y transformado al mar Báltico en un golfo perteneciente a las aguas británicas. Nadie puede enfrentársele en la zona del Mar del Norte. Al poseer El Cabo, Egipto, India, Persia, Afganistán, hace del Océano índico un mar interno totalmente sometido a su poder. Al ser dueña de los océanos, Inglaterra controla los continentes. Soberana del mundo, encuentra límites a su poder en la república norteamericana del dólar y en la república rusa de los soviets.

La guerra mundial obligó a los EEUU a renunciar definitivamente a su conservadurismo continental. Ampliando su influencia, el programa de su capitalismo nacional («América para los americanos», doctrina Monroe) ha sido remplazada por el programa del imperialismo: «Todo el mundo para los norteamericanos». No contentándose ya con explotar la guerra mediante el comercio, la industria y las operaciones bursátiles, buscando otras fuentes de riqueza distintas de las que extraía de la sangre europea cuando era neutral, EEUU entró en guerra, desempeñó un papel decisivo en la derrota de Alemania y se inmiscuyó en la resolución de todos los problemas de política europea y mundial.

Bajo la bandera de la Sociedad de las Naciones, los EEUU intentaron reproducir del otro lado del océano la experiencia que ya habían llevado a cabo entre ellos de una asociación federativa de grandes pueblos pertenecientes a diversas razas. Quisieron encadenar a su carro triunfal a los pueblos de Europa y de otras partes del mundo, sometiéndolos al gobierno de Washington. La Liga de las Naciones sólo debía ser una sociedad que gozase de un monopolio mundial, bajo la firma «Yanqui y Compañía».

El presidente de los EEUU, el gran profeta de los lugares comunes, descendió de su Sinaí para conquistar Europa, llevando consigo sus catorce artículos. Los especuladores, los ministros, los hombres de negocios de la burguesía no se engañaron ni un solo momento respecto al verdadero sentido de la nueva revelación. En cambio, los «socialistas» europeos, trabajados por el fermento de Kautsky, se sintieron embargados por un éxtasis religioso y danzaron como el rey David, acompañando al arca santa de Wilson.

Cuando hubo que resolver cuestiones prácticas, el apóstol norteamericano se dio cuenta que, pese al alza extraordinaria del dólar, la primacía sobre todas las rutas marítimas que unen y separan a las naciones seguía perteneciendo a Gran Bretaña. Inglaterra dispone de la flota más poderosa, del mayor calado y posee una antigua experiencia de piratería mundial. Además, Wilson debió enfrentarse con la república de los soviets y con el comunismo. Profundamente herido, el Mesías norteamericano desautorizó a la Liga de las Naciones, a la que Inglaterra había convertido en una de sus cancillerías diplomáticas y volvió la espalda a Europa.

Sin embargo, sería muy infantil pensar que luego de haber sufrido un primer fracaso infligido por Inglaterra, el imperialismo norteamericano se encerrará en su caparazón, es decir, se conformará nuevamente con la doctrina Monroe. De ningún modo. Mientras continúa sometiendo por medios cada vez más violentos al continente americano, transformando en colonias a los países de América Central y del Sur, los EEUU, representados por sus dos partidos dirigentes, los demócratas y los republicanos, se preparan para liquidar a la Liga de las Naciones creada por Inglaterra y constituir su propia Liga en la que ellos desempeñarán el papel de centro mundial. En otras palabras, tienen intención de hacer de su flota, en los próximos tres a cinco años, un instrumento de lucha más poderoso de lo que lo es actualmente la flota británica. Ello obliga a la Inglaterra imperialista a plantearse la siguiente cuestión: ¿ser o no ser?

A la rivalidad furiosa de esos dos gigantes en el dominio da las construcciones navales viene a añadirse una lucha no menos despiadada por la posesión del petróleo.

Francia, que contaba con desempeñar el papel de árbitro entre Inglaterra y los EEUU, se vio arrastrada a la órbita de Gran Bretaña como satélite de segunda magnitud. La Liga de las Naciones le significa un peso intolerable y trata de deshacerse de ella fomentando un antagonismo entre Inglaterra y los EEUU.

De este modo trabajan las fuerzas más poderosas, preparando un nuevo flagelo mundial.

El programa de emancipación de las naciones pequeñas, surgido durante la guerra, condujo a la derrota total y al sometimiento absoluto de los pueblos de los Balcanes, vencedores y vencidos, y a la balcanización de una parte considerable de Europa. Los intereses imperialistas de los vencedores los llevaron a separar de las grandes potencias vencidas algunos pequeños estados que representaban a nacionalidades distintas. En este caso no se trataba de lo que se denomina el principio de las nacionalidades: el imperialismo consiste en romper los marcos nacionales, incluso los de las grandes potencias. Los pequeños estados burgueses recientemente creados sólo son los subproductos del imperialismo. Al crear, para contar con un apoyo provisorio, toda una serie de pequeñas naciones, abiertamente oprimidas u oficialmente protegidas, pero en realidad vasallos (Austria, Hungría, Polonia, Yugoslavia, Bohemia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Armenia, Georgia, etc.) dominándolas mediante los bancos, los ferrocarriles y el monopolio del carbón, el imperialismo los condena a sufrir dificultades económicas y nacionales intolerables, conflictos interminables y sangrientas querellas.

¡Qué monstruosa broma representa en la historia el hecho de que la restauración de Polonia, luego de haber formado parte del programa de la democracia revolucionaria y de las primeras manifestaciones del proletariado, haya sido realizada por el imperialismo con el objeto de obstaculizar la revolución! La Polonia «democrática», cuyos precursores murieron en las barricadas de toda Europa, es en este momento un instrumento indecente y sangriento en manos de los bandidos anglo-franceses que atacan la primera república proletaria que ha surgido en el mundo.

Al lado de Polonia, la Checoslovaquia «democrática», vendida al capital francés, proporciona una guardia blanca contra la Rusia soviética, contra la Hungría soviética.

La heroica tentativa realizada por el proletariado húngaro para salir del caos político y económico que impera en la Europa Central y entrar en los cauces de la federación soviética (que es verdaderamente la única vía de salvación) fue ahogada por la reacción capitalista coaligada, en momentos en que, engañado por los partidos que lo dirigen, el proletariado de las grandes potencias europeas no se halla en condiciones de cumplir su deber con la Hungría socialista y consigo mismo.

El gobierno soviético de Budapest fue derrotado con la ayuda de los socialtraidores que, después de haberse mantenido en el poder durante tres años y medio, fueron vencidos por la canalla contrarrevolucionaria desencadenada, cuyos sangrientos crímenes han superado a los de Kolchak, Denikin, Wrangel y otros agentes de la Entente»¦ Pero, aunque abatida por un tiempo, la Hungría soviética continúa iluminando, cual espléndido faro, a los trabajadores de Europa central.

El pueblo turco no quiere someterse a la vergonzosa paz que le imponen los tiranos de Londres. Para hacer ejecutar las cláusulas del tratado, Inglaterra armó y lanzó a Grecia contra Turquía. De este modo, la península balcánica y Asia Menor, turcos y griegos, están condenados a una devastación total, a masacres mutuas.

En la lucha de la Entente contra Turquía, Armenia ha sido inscrita en el programa, así como Bélgica lo fue en la lucha contra Alemania y Serbia en la lucha contra Austria-Hungría. Después de haberse constituido Armenia (sin fronteras definidas, sin posibilidad de existencia) Wilson se negó a aceptar el mandato armenio que le proponía la «Liga de las Naciones», pues el suelo de Armenia no posee ni petróleo ni platino. La Armenia «emancipada» se halla ahora más indefensa que nunca.

Casi todos los nuevos estados «nacionales» tiene una irredenta propia, es decir: su propia úlcera interna.

Al mismo tiempo, la lucha nacional en los dominios de los países victoriosos alcanzó su más alto grado de tensión. La burguesía inglesa, que querría adoptar bajo su tutela a los pueblos de todo el mundo, es incapaz de resolver en forma satisfactoria el problema irlandés que se plantea a su lado.

La cuestión nacional en las colonias está aún más preñada de amenazas. Egipto, India, Persia se ven sacudidos por las insurrecciones. Los proletarios avanzados de Europa y América transmiten a los trabajadores de las colonias la consigna de la Federación Soviética.

La Europa oficial, gubernamental, nacional, civilizada, burguesa, tal como surgió de la paz de Versalles, sugiere la idea de una casa de locos. Los pequeños estados creados artificialmente, divididos, ahogados desde el punto de vista económico en los límites que le han sido prescriptos, combaten entre sí para tratar de ganar puertos, provincias, pequeñas ciudades, cualquier cosa. Buscan la protección de los estados más fuertes, cuyo antagonismo crece día a día. Italia mantiene una actitud hostil hacia Francia y estaría dispuesta a sostener contra ella a Alemania si ésta fuese capaz de levantar cabeza. Francia está envenenada por la envidia que le provoca Inglaterra y, para lograr que se le paguen sus rentas, está dispuesta a encender nuevamente el fuego en los cuatro rincones de Europa. Con la ayuda de Francia, Inglaterra mantiene a Europa en un estado de caos e impotencia que le deja las manos libres para efectuar sus operaciones mundiales dirigidas contra EEUU. Los EEUU dejan que Japón se atasque en Siberia Oriental para asegurar durante ese tiempo a su flota la superioridad sobre la de Gran Bretaña antes de 1925, a menos que Inglaterra se decida a medirse con ellos antes de esa fecha.

Para completar convenientemente este cuadro, el oráculo militar de la burguesía francesa, el mariscal Foch, nos previene que la guerra futura tendrá como punto de partida el punto en que la guerra precedente se detuvo: se verá aparecer, ante todo, los aviones y los tanques, el fusil automático y las ametralladoras en lugar del fusil portátil, la granada en lugar de la bayoneta.

Obreros y campesinos de Europa, América, Asia, ífrica y Australia. ¡Habéis sacrificado diez millones de vidas, veinte millones de heridos e inválidos! ¡Ahora sabéis al menos lo que se obtuvo a ese precio!

 

II

La situación económica

Al mismo tiempo la humanidad continúa arruinándose.

La guerra ha destruido mecánicamente los vínculos económicos cuyo desarrollo constituía una de las más importantes conquistas del capitalismo mundial. Desde 1914, Inglaterra, Francia e Italia, han estado completamente separadas de Europa Central y del Cercano Oriente, y desde 1917 de Rusia.

Durante varios años de una guerra que ha destruido lo que había sido la obra de muchas generaciones, el trabajo humano, reducido al mínimo, se ha aplicado principalmente a la transformación en mercancías de las reservas de materias primas de las que se disponía desde hacía tiempo y con las que se ha fabricado, sobre todo, armas e instrumentos de destrucción.

En los dominios económicos donde el hombre entra en lucha inmediata con la naturaleza avara e inerte, extrayendo de sus entrañas el combustible y las materias primas, el trabajo fue progresivamente reducido a la nada. La victoria de la Entente y la la paz de Versalles no ha detenido la destrucción económica y la decadencia general sino que solamente han modificado sus vías y sus formas. El bloqueo a la Rusia soviética y la guerra civil, provocada artificialmente a lo largo de sus fértiles fronteras, causaron y causan todavía daños incalculables para el bienestar de la humanidad. Si la economía de Rusia fuese apoyada, desde el punto de vista técnico, aunque fuese en medida muy modesta, la Internacional afirma ante todo el mundo que Rusia podría, gracias a las formas soviéticas de la economía, ofrecer dos y hasta tres veces más productos alimenticios y materias primas a Europa de lo que ofrecía antes la Rusia del zar. En lugar de ello, el imperialismo anglofrancés obliga a la república de los trabajadores a emplear toda su energía y sus recursos en su defensa. Para privar a los obreros rusos de combustible, Inglaterra retuvo Bakú entre sus garras y su petróleo permanece de ese modo inutilizado pues sólo se ha logrado importar una ínfima parte. La riquísima fuente hullera del Don ha sido devastada por los bandidos blancos a sueldo de la Entente cada vez que han logrado tomar la ofensiva en ese sector. Los ingenieros y los zapadores franceses se dedicaron más de una vez a destruir nuestros puentes y vías férreas. Y Japón no ha cesado hasta ahora de saquear y arruinar a Siberia Oriental.

La ciencia industrial alemana y la tasa de producción muy elevada de la mano de obra alemana, esos dos factores de gran importancia para el resurgimiento de la vida económica europea, están paralizados por las cláusulas de la paz de Versalles, incluso más de lo que lo habían estado a causa de la guerra. La Entente se halla ante un dilema: para poder exigir el pago, hay que proporcionar los medios para trabajar; para dejar trabajar hay que dejar vivir. Y darle a la Alemania arruinada, desmembrada y exangí¼e, los medios para rehacerse, significa también darle la posibilidad de un estallido de protesta. Foch teme una revancha alemana, y este temor se evidencia en todos sus actos, por ejemplo en el modo de ajustar cada día más la tenaza militar que debe impedir que Alemania se levante.

A todos les falta algo, todos tienen alguna necesidad. No solamente el balance de Alemania sino, también, los de Francia e Inglaterra, se distinguen exclusivamente por su pasivo. La deuda francesa se eleva a trescientos mil millones de francos, de los cuales dos tercios, según palabras del senador reaccionario Gaudin de Villaine, son los resultados de toda clase de depredaciones, abusos y desórdenes.

Francia necesita oro, Francia necesita carbón. El burgués francés apela a las tumbas innumerables de los soldados caídos durante la guerra para reclamar los intereses de sus capitales. Alemania debe pagar. ¿Acaso el general Foch no cuenta con suficientes senegaleses como para ocupar las ciudades alemanas? Rusia también debe pagar. Para persuadirnos de ello, el gobierno francés gasta en devastar Rusia los miles de millones arrancados a los contribuyentes para la reconstrucción de los departamentos franceses.

La entente financiera internacional, que debía aligerar el peso de los impuestos franceses anulando las deudas de guerra, esa entente no se ha realizado: los EEUU se han mostrado muy poco dispuestos a regalar a Europa diez mil millones de libras esterlinas.

La emisión de papel moneda continúa, alcanzando cada día una cifra más monumental. En Rusia, donde existe una organización económica unificada, un reparto sistemático de los productos, y donde el salario en moneda tiende cada vez más a ser remplazado por el pago en especie, la continua emisión de papel moneda y la rápida caída de sus tasas no hacen sino confirmar el resquebrajamiento del viejo sistema financiero y comercial. Pero en los países capitalistas la masa creciente de papel moneda significa la profundización del caos económico y el crac inevitable.

Las conferencias convocadas por la Entente se trasladan de un lugar a otro, tratando de inspirarse en alguna playa de moda. Cada uno reclama los intereses de la sangre derramada durante la guerra, una indemnización proporcional según el número de sus muertos. Esta especie de Bolsa ambulante debate cada quince días el mismo tema: si Francia debe recibir el 50 o el 55% de una contribución que Alemania no está en condiciones de pagar. Esas conferencias fantasmagóricas se celebran para refrendar la famosa «organización» de Europa de la que tanto se jactan.

El capitalismo ha degenerado en el curso de la guerra. La extracción sistemática de la plusvalía del proceso de producción (base de la economía cuyo objetivo es la ganancia) se ha vuelto un trabajo demasiado aburrido para los señores burgueses, que se han acostumbrado a duplicar y decuplicar su capital en pocos días mediante la especulación, apoyándose en el robo internacional.

El burgués se ha desprendido de algunos prejuicios que le molestaban y ha adquirido, por el contrario, una cierta «habilidad» de la que carecía hasta ahora. La guerra lo acostumbró, como si se tratase de actos sin importancia, a reducir al hambre mediante el bloqueo a países enemigos, a bombardear e incendiar ciudades y pueblos pacíficos, a infectar las fuentes y los ríos arrojando cultivos de cólera, a transportar dinamita en valijas diplomáticas, a emitir billetes de banco falsos imitando a los del enemigo, a emplear la corrupción, el espionaje y el contrabando en proporciones hasta ahora inusitadas. Los medios de acción aplicados en la guerra siguieron en vigor en el mundo comercial después de firmarse la paz. Las operaciones comerciales de cierta importancia se efectúan bajo la égida del estado. í‰ste se ha convertido en algo semejante a una asociación de malhechores armados hasta los dientes. El campo de la producción mundial se retrae cada día más y el control sobre la producción deviene mucho más frenético y resulta más caro.

Impedir: ¡he aquí la última palabra de la política capitalista, la divisa que remplaza al proteccionismo y el libre intercambio! La agresión de que fue víctima Hungría por parte de los bandidos rumanos, que saquearon todo lo que encontraron, ya fuesen locomotoras o alhajas, caracteriza a la filosofía económica de Lloyd-George y Millerand.

En su política económica interna, la burguesía no sabe a qué atenerse, entre un sistema de nacionalización, de reglamentación y de control por parte del estado, que podría ser muy eficaz, y, por otra parte, las protestas que se escuchan contra el control efectuado por el estado sobre los asuntos económicos. El parlamento francés trata de hallar un camino que le permita concentrar la dirección de todas las vías férreas de la república en manos únicas sin lesionar con ello los intereses de los capitalistas accionistas de las compañías ferroviarias privadas. Al mismo tiempo, la prensa capitalista lleva a cabo una campaña furiosa contra el «estatismo», que es el primer paso de la intervención del estado y que pone un freno a la iniciativa privada.

Los ferrocarriles norteamericanos, que mientras fueron dirigidos por el estado durante la guerra se encontraban desorganizados, han entrado en una situación incluso más difícil cuando se suprimió el control del gobierno. Sin embargo, el partido republicano promete en su programa liberar la vida económica del arbitraje gubernamental. El jefe de las tradeuniones norteamericanas Samuel Gompers, ese viejo guardián del capital, lucha contra la nacionalización de los ferrocarriles que, a su vez, los adeptos ingenuos y los charlatanes del reformismo proponen a Francia a modo de panacea universal. En realidad, la intervención desordenada del estado sólo se hará para secundar la actividad perniciosa de los especuladores, para introducir el desarrollo más completo en la economía del capitalismo, en momentos en que éste se halla en su período de decadencia. Quitarle a los trusts los medios de producción y de transporte para trasmitirlos a la «nación», es decir al estado burgués, al más poderoso y ávido de los trusts capitalistas, no significa acabar con el mal sino hacer causa común con él.

La caída de los precios y el aumento de la tasa de cambio sólo son indicios engañosos que no pueden ocultar una ruina inminente. El hecho que los precios bajen no quiere decir que haya un aumento de materias primas ni que el trabajo sea ahora más productivo.

Después de la experiencia sangrienta de la guerra, la masa obrera ya no es capaz de trabajar con la misma fuerza bajo idénticas condiciones. La destrucción en el curso de algunas horas de valores cuya creación había exigido años, la desvergonzada especulación de una pandilla financiera con apuestas de varios miles de millones y, al lado de esto montones de osamentas y ruinas, esas lecciones de la historia no ayudan a mantener en la clase obrera la disciplina automática inherente al trabajo asalariado. Los economistas burgueses y los fabricantes de folletines nos hablan de una «ola de pereza» que según ellos se abate sobre Europa amenazando su futuro económico. Los administradores tratan de ganar tiempo concediendo ciertos privilegios a los obreros calificados. Pero pierden el tiempo. Para la reconstitución y el desarrollo de la productividad del trabajo es necesario que la clase obrera sepa pertinentemente que cada golpe de martillo tendrá como resultado un mejoramiento de su suerte, le ayudará a educarse y la acercará a una paz universal. Ahora bien, esta seguridad sólo puede dársela una revolución social.

El aumento de precios en los productos alimenticios siembra el descontento y la rebelión en todos los países. La burguesía de Francia, Italia, Alemania y otros países, sólo puede ofrecer paliativos a la carestía de la vida y a la amenazadora ola de huelgas. Para estar en condiciones de pagar a los agricultores, aunque sólo sea una parte de sus gastos de producción, el estado, cubierto de deudas, se empeña en especulaciones turbias, se desvalija a sí mismo para postergar la hora de las definiciones. Si bien es cierto que algunas categorías de obreros viven actualmente en mejores condiciones que antes de la guerra, eso en realidad no significa nada en lo que concierne al estado económico de los países capitalistas. Se obtienen resultados efímeros apelando al futuro para lanzar empréstitos de charlatanes. Pero el futuro llevará a la miseria y a todo tipo de calamidades.

¿Qué decir de los EEUU? «América es esperanza de la humanidad»; por boca de Millerand, el burgués francés repite esta frase de Turgot y espera que se le refinancien sus deudas, justamente él, que no las refinancia a nadie. Pero los EEUU no son capaces de sacar a Europa del impasse económico en que se halla. Durante los seis últimos años han agotado su stock de materias primas. La adaptación del capitalismo norteamericano a las exigencias de la guerra mundial ha reducido su base industrial. Los europeos han dejado de emigrar a América. Una oleada de retornos ha privado a la industria norteamericana de centenares de millares de alemanes, italianos, polacos, serbios, checos, que buscaban en Europa ya sea la movilización, ya sea el milagro de una patria recobrada. La carencia de materias primas y de fuerzas obreras pesa en gran medida sobre la república trasatlántica y origina una profunda crisis económica, a consecuencia de la cual el proletariado norteamericano entra en una nueva fase de lucha revolucionaria. Los EEUU se europeizan rápidamente.

Los países neutrales no han escapado a las consecuencias de la guerra y del bloqueo. Semejante a un líquido encerrado en vasos comunicantes, la economía de los estados capitalistas estrechamente vinculados entre sí, grandes o pequeños, beligerantes o neutrales, vencedores o vencidos, tiende a adoptar un único nivel: el de la miseria, el hambre y la decadencia.

Suiza vive al día. Cada eventualidad amenaza con desequilibrarla totalmente. En Escandinavia, el abundante flujo de oro no puede resolver el problema del aprovisionamiento. Se ve obligada a pedir carbón a Inglaterra en pequeñas cantidades y ello por medio de grandes zalamerías. Pese al hambre que padece Europa, la pesca en Noruega también sufre una crisis inusitada.

España, de donde Francia sacó hombres, caballos y víveres, no puede sustraerse a numerosas dificultades desde el punto de vista del aprovisionamiento, las que a su vez provocan huelgas violentas y manifestaciones de las masas a las que el hambre obliga a salir a la calle.

La burguesía cuenta firmemente con el campo. Sus economistas afirman que el bienestar de los campesinos ha aumentado extraordinariamente, lo que sólo es una ilusión. Es cierto que los campesinos que llevan sus productos al mercado en mayor o menor medida han hecho fortuna durante la guerra. Vendieron sus productos a muy altos precios y pagaron con una moneda que les redujo las deudas que habían contraído cuando el dinero valía mucho. Para ellos, esta es una ventaja evidente. Pero durante la guerra sus explotaciones fueron ganadas por el desorden y su rendimiento se debilitó. Ahora tienen necesidad de objetos fabricados, y el precio de esos objetos ha aumentado simultáneamente con la moneda. Las exigencias del fisco se han tornado monstruosas y amenazan con devorar al campesino junto a sus productos y tierras. Así, después de un período de crecimiento momentáneo del bienestar, los campesinos de la pequeña burguesía se enfrentan cada vez en mayor medida con dificultades irreductibles. Su descontento en relación a los resultados de la guerra aumentará y, representado por un ejército permanente, el campesino prepara a la burguesía no pocas sorpresas desagradables.

La restauración económica de Europa, de la que hablan los ministros que la gobiernan, es una mentira. Europa se encamina a la ruina y el mundo entero con ella.

Sobre la base del capitalismo no hay salvación. La política del imperialismo no podrá eliminar la necesidad, sólo logrará tornarla más dolorosa al favorecer la dilapidación de las reservas de que se dispone todavía.

El problema del combustible y de las materias primas es un problema internacional que únicamente puede resolverse sobre la base de una producción reglamentada de acuerdo con un plan, realizada en común, socializada.

Es preciso anular las deudas de estado. Es preciso emancipar al trabajo y sus frutos del tributo monstruoso que paga a la plutocracia mundial. Es preciso acabar con la plutocracia. Es preciso echar abajo las barreras gubernamentales que fraccionan la economía mundial. Es preciso sustituir el Consejo Supremo Económico de los imperialistas de la Entente por un Consejo Supremo Económico del proletariado mundial para la explotación centralizada de todos los recursos de la humanidad.

Hay que matar al imperialismo para que el género humano pueda continuar subsistiendo.

 

III

El régimen burgués después de la guerra

Toda la energía de las clases opulentas está concentrada en estos dos problemas: mantenerse en el poder en el campo de la lucha internacional e impedir que el proletariado se convierta en el amo del país. De acuerdo con ese programa, los viejos grupos políticos de la burguesía rusa, en los que el estandarte del partido constitucional demócrata (KD), durante el período decisivo de la lucha, ha sido el estandarte de todos los ricos unidos contra la revolución de los obreros y de los campesinos, pero también en los países cuya cultura política es más antigua y posee raíces más profundas, los programas que separaban a las diversas fracciones de la burguesía han desaparecido, casi sin dejar huellas, mucho antes del ataque abierto llevado a cabo por el proletariado revolucionario.

Lloyd George aparece como el heraldo de la unidad de los conservadores, de los unionistas y de los liberales para la lucha en común contra la dominación amenazadora de la clase obrera. Este viejo demagogo establece en la base de su sistema a la santa iglesia, a la que compara con una central eléctrica que proporciona idéntica corriente a todos los partidos de las clases poseedoras. En Francia, la época tan cercana aún y tan ruidosa del anticlericalismo parece ser sólo una visión de otro mundo: los radicales, los realistas y los católicos, constituyen en la actualidad un bloque nacional contra el proletariado en acción. Al tender la mano a todas las fuerzas de la reacción, el gobierno francés apoya al centuria negra Wrangel y reanuda sus relaciones diplomáticas con el Vaticano.

Un neutralista convencido, el germanófilo Giolitti, se apodera del gobierno del estado italiano en calidad de jefe común de los intervencionistas, neutralistas, clericales, mazinistas. Está dispuesto a soslayar los problemas secundarios de la política interna y exterior para rechazar con mayor energía la ofensiva de los proletarios revolucionarios en las ciudades y los pueblos. El gobierno de Giolitti se considera, con toda razón, el último bastión de la burguesía italiana.

Tras la derrota de los Hohenzollern, la política de todos los gobiernos alemanes y de los partidos gubernamentales ha tendido a establecer, de acuerdo con las clases dirigentes de los países de la Entente, un frente común de odio contra el bolchevismo, es decir contra la revolución proletaria.

En momentos en que el Shylock anglo-francés ahoga con creciente ferocidad al pueblo alemán, la burguesía alemana, sin distinción de partidos, exige que el enemigo afloje el lazo que la estrangula lo suficiente como para poder liquidar con sus propias manos a la vanguardia del proletariado alemán. Este tema es tratado en todas las conferencias periódicas que se llevan a cabo y en las convenciones que se firman respecto al desarme y al reparto de las armas de guerra.

En EEUU ya no se establece ninguna diferencia entre republicanos y demócratas. Esas poderosas organizaciones políticas de explotadores, adaptadas al círculo restringido de los intereses norteamericanos, demostraron fehacientemente hasta qué punto estaban desprovistas de consistencia cuando la burguesía norteamericana entró en el campo del bandolerismo mundial.

Nunca como hasta ahora las intrigas de los jefes y de sus bandas (tanto en la oposición como en los ministerios) habían dado prueba de semejante cinismo, habían actuado tan abiertamente. Pero simultáneamente todos los jefes y sus pandillas, los partidos burgueses de todos los países, constituyen un frente común contra el proletariado revolucionario.

En momentos en que los imbéciles de la socialdemocracia continúan oponiendo el camino de la democracia a la violencia de la vía dictatorial, los últimos vestigios de la democracia son liquidados en todos los estados del mundo.

Después de una guerra durante la cual las cámaras de representantes, aunque no dispusiesen del poder, servían para cubrir con sus gritos patrióticos la acción de los grupos dirigentes imperialistas, los parlamentos han caído en una total postración. Todos los problemas serios se resuelven fuera del parlamento. La ampliación ilusoria de las prerrogativas parlamentarias, solemnemente proclamada por los saltimbanquis del imperialismo en Italia y en los demás países, no modifica nada. Los verdaderos amos de la situación, que disponen del estado, tales como lord Rothschild, lord Weir, Morgan y Rockefeller, Schneider y Loucheur, Rugo Stinnes y Félix Deutsch, Rizzelo y Agnelli, es decir los reyes del oro, del carbón, del petróleo y del metal, actúan detrás de los bastidores enviando a los parlamentos a sus agentes para ejecutar sus trabajos.

El parlamento francés, que se entretiene todavía con el procedimiento de tres lecturas de proyectos de leyes insignificantes, el parlamento francés desacreditado más que ningún otro por el abuso de la retórica, por la mentira, por el cinismo con el cual se deja comprar, se entera de pronto que los cuatro mil millones que había destinado a las reparaciones en las regiones devastadas de Francia han sido usados por Clemenceau con otros objetivos, y principalmente para proseguir la obra de destrucción emprendida en las provincias rusas.

La aplastante mayoría de los diputados del parlamento inglés, llamado el todopoderoso, sabe tanto de las verdaderas intenciones de Lloyd George y de Kerson en lo que respecta a la Rusia soviética y hasta a Francia, como las ancianas de los villorrios bengalíes.

En los EEUU, el parlamento es un coro obediente o que refunfuña algunas veces bajo la batuta del presidente. í‰ste no es sino el agente de la maquinaria electoral que sirve de aparato político a los trust, ahora, después de la guerra, en mayor medida que antes.

El parlamentarismo tardío de los alemanes, aborto de la revolución burguesa, que a su vez sólo es un aborto de la historia, está sujeto desde la infancia a todas las enfermedades que afectan a los perros viejos. El Reichstag de la República de Ebert, «el más democrático del mundo», es impotente no sólo ante el bastón de mariscal que blande Foch sino, también, ante las maquinaciones de sus especuladores, de sus Stinnes así como ante los complots militares de una camarilla de oficiales. La democracia parlamentaria alemana es sólo un vacío entre dos dictaduras.

Durante la guerra se han producido profundas modificaciones en la composición de la burguesía. Frente al empobrecimiento general de todo el mundo, la concentración de capitales ha dado un gran paso adelante. Han pasado a primer plano casas de comercio que antes no se conocían. La solidez, el equilibrio, la propensión a los compromisos «razonables», la observación de un cierto decoro en la explotación y en la utilización de los productos ha desaparecido bajo el torrente del imperialismo.

Los nuevos ricos han ocupado el proscenio: proveedores del ejército, especuladores de baja estofa, advenedizos, vividores, merodeadores, ex convictos cubiertos de diamantes, canalla sin ningún tipo de fe ni ley, ávida de lujo, dispuesta a cualquier atrocidad para obstaculizar la revolución proletaria de la que sólo pueden esperar un nudo corredizo.

El régimen actual, en tanto que dominación de los ricos, se yergue ante las masas con toda su desvergí¼enza. En EEUU, en Francia, en Inglaterra, el lujo de posguerra ha adquirido un carácter frenético. París, atestada de parásitos del patriotismo internacional, se asemeja, según una confesión del Temps, a una Babilonia en vísperas de una catástrofe.

A merced de esta burguesía se alinean la política, la justicia, la prensa, el arte, la Iglesia. Todos los frenos, todos los principios son dejados de lado. Wilson, Clemenceau, Millerand, Lloyd George, Churchill no se detienen ante las más desvergonzadas acciones, ante las mentiras más groseras y, cuando se les sorprende realizando actos deshonestos, prosiguen tranquilamente sus proezas, que deberían llevarlos a una corte de justicia. Las reglas clásicas de la perversidad política, tal como las redactó el viejo Maquiavelo, sólo son inocentes aforismos de un tonto provinciano en comparación con los principios con los que se rigen los actuales gobiernos burgueses. Los tribunales, que antes cubrían con un oropel democrático su esencia burguesa, engañan abiertamente a los proletarios y realizan un trabajo de provocación contrarrevolucionario. Los jueces de la III República absuelven sin vacilar al asesino de Jaurí¨s. Los tribunales de Alemania, que había sido proclamada república socialista, alientan a los asesinos de Liebknecht, de Rosa Luxemburgo y de muchos otros mártires del proletariado. Los tribunales de las democracias burguesas sirven para legalizar solemnemente todos los crímenes del terror blanco.

La prensa burguesa se deja comprar abiertamente, lleva el signo de los vendidos en la frente, como una marca de fábrica. Los diarios dirigentes de la burguesía mundial son fábricas monstruosas de mentiras, calumnias y prisiones espirituales.

Las disposiciones y los sentimientos de la burguesía están sujetos a alzas y bajas intempestivas, como el precio de sus mercados. Durante los primeros meses que siguieron al fin de la guerra, a la burguesía internacional, sobre todo a la burguesía francesa, le castañeaban los dientes ante el comunismo amenazador. De la inminencia del peligro se hacía una idea en relación con los crímenes sangrientos que había cometido. Pero supo rechazar el primer ataque. Unidos a ella por los lazos de una responsabilidad común, los partidos socialistas y los sindicatos de la II Internacional le prestaron un último servicio, ayudándola ante los primeros golpes asestados por la cólera de los trabajadores. Al precio del total naufragio de la II Internacional, la burguesía logró algún respiro. Fue suficiente la obtención por parte de Clemenceau de cierto número de votos contrarrevolucionarios en las elecciones parlamentarias, algunos meses de equilibrio inestable, el fracaso de la huelga de mayo, para que la burguesía francesa proclamase con seguridad la solidez inquebrantable de su régimen. El orgullo de esta clase alcanzó el mismo nivel que antes habían alcanzado sus temores.

La amenaza se ha convertido en el único argumento de la burguesía. No cree en las frases y exige actos: que se detenga, que se dispersen las manifestaciones, que se confisque, que se fusile. Los ministros burgueses y los parlamentarios tratan de imponerse ante la burguesía representando el papel de hombres enérgicos, de hombres de acero. Lloyd George aconseja directamente a los ministros alemanes que fusilen a sus comuneros, como se hizo en Francia en 1871. Un funcionario de tercera categoría puede contar con los aplausos tumultuosos de la Cámara si sabe insertar al final de un insignificante informe algunas amenazas contra los obreros.

Mientras la administración se transforma en una organización cada vez más desvergonzada, destinada a realizar sangrientas represiones contra las clases trabajadoras, otras organizaciones contrarrevolucionarias privadas, formadas bajo su control y puestas a su disposición, trabajan para impedir por la fuerza las huelgas, para cometer provocaciones, prestar falsos testimonios, destruir las organizaciones revolucionarias, tomar por asalto los locales comunistas, masacrar e incendiar, asesinar a los dirigentes revolucionarios, y adoptan otras medidas tendientes a defender la propiedad privada y la democracia.

Los hijos de los grandes propietarios, de los grandes burgueses, los pequeños burgueses que no saben a qué atenerse y en general los elementos desclasados, en primer lugar los miembros de diversas categorías emigradas de Rusia, forman inagotables cuadros de reserva para los ejércitos irregulares de la contrarrevolución. A la cabeza se hallan altos oficiales de la escuela de la guerra imperialista.

Los veinte mil oficiales del ejército de Hohenzollern constituyen, sobre todo después de la rebelión de Kapp-Lí¼ttwitz, un núcleo contrarrevolucionario al que la democracia alemana sólo podrá liquidar con el auxilio del martillo de la dictadura del proletariado. Esta organización centralizada de los terroristas del antiguo régimen se completa con los destacamentos de partisanos formados por los grandes verdugos prusianos.

En EEUU, uniones tales como la National Security League o el Knigths of Liberty son los regimientos de vanguardia del capital y a su lado actúan esas bandas de malvivientes que son las Detective Agencies de espionaje privado.

En Francia, la Liga Cívica no es sino una organización perfeccionada de los «renards» y se pone fuera de la ley a la Confederación del Trabajo, reformista por otra parte.

La mafia de los oficiales blancos húngaros, que sigue teniendo una existencia clandestina aunque su gobierno de verdugos contrarrevolucionarios subsista con el beneplácito de Inglaterra, ha demostrado al proletariado de todo el mundo cómo se pone en práctica esta civilización y esta humanidad que preconizan Wilson y Lloyd George, luego de haber criticado el poder de los soviets y las violencias revolucionarias.

Los gobiernos «democráticos» de Finlandia, Georgia, Letonia y Estonia realizan grandes esfuerzos para poder alcanzar el nivel de perfección de su prototipo húngaro. En Barcelona, la policía tiene bajo sus órdenes a una banda de asesinos. Y lo mismo ocurre en todas partes.

Incluso en un país vencido y arruinado como Bulgaria, los oficiales sin empleo se reúnen en sociedades secretas dispuestas, ante la primera señal a dar prueba de su patriotismo en detrimento de los obreros búlgaros.

Tal como es practicado en el régimen burgués de posguerra, el programa de una conciliación de intereses contradictorios, de una colaboración de las clases, de un reformismo parlamentario, de un socialismo gradual y de un acuerdo mutuo en el seno de cada nación, sólo es una siniestra payasada.

La burguesía se ha negado definitivamente a conciliar sus propios intereses y los del proletariado mediante simples reformas. Corrompe a una aristocracia obrera insignificante con unas cuantas migajas y somete a las grandes masas a sangre y fuego.

Ni un solo problema importante es decidido por mayoría de votos. Del principio democrático sólo queda un fugaz recuerdo en los confundidos cerebros de los reformistas. Cada vez más, el estado se limita a organizar lo que constituye el núcleo esencial de los gobiernos: los regimientos de soldados. La burguesía ya no pierde su tiempo «contando las peras en el árbol», ahora cuenta los fusiles, las ametralladoras y los cañones que tendrá a su disposición cuando llegue el momento en que deba decidirse la cuestión del poder y de la propiedad.

¿Quién viene a hablarnos de colaboración o de mediación? Lo que nos hace falta para nuestra salvación es la extinción de la burguesía y sólo la revolución proletaria puede causar esa extinción.

 

IV

La Rusia soviética

El chovinismo, la codicia, la discordia se entremezclan en una desenfrenada danza y únicamente el principio del comunismo permanece vigente y creador ante el mundo. Si bien el poder de los soviets se estableció primeramente en un país atrasado, devastado por la guerra, rodeado de poderosos enemigos, demostró no solamente una tenacidad poco común sino, también, una actividad insospechada. Probó, en los hechos, la fuerza potencial del comunismo. El desarrollo y el fortalecimiento del poder soviético constituyen el punto culminante de la historia mundial desde la creación de la Internacional Comunista.

La capacidad para formar un ejército hasta ahora siempre ha sido considerada como el criterio de toda actividad económica o política. La fuerza o la debilidad del ejército son el indicio que sirve para evaluar la fuerza o la debilidad del estado desde el punto de vista económico. El poder de los soviets creó una fuerza militar de primer orden, y gracias a ella combatió con indiscutible superioridad no sólo a los campeones de la vieja Rusia monárquica y burguesa, los ejércitos de Kolchak, Denikin, Yudenich, Wrangel y otros sino, también, a los ejércitos nacionales de las repúblicas «democráticas» que participan en combate para complacer al imperialismo mundial (Finlandia, Estonia, Letonia, Polonia).

Desde el punto de vista económico, ya es un gran milagro que la Rusia soviética se haya mantenido durante estos tres primeros años. Mejor aún, ha podido desarrollarse porque, al haber tenido la fuerza suficiente como para arrancar de manos de la burguesía los instrumentos de explotación, los convirtió en instrumentos de producción industrial y los puso metódicamente en acción. El estruendo de las piezas de artillería a lo largo del inmenso frente que rodea a Rusia por todas partes no le impidió adoptar las medidas necesarias para restablecer la vida económica e intelectual perturbada.

La monopolización por parte del estado socialista de los principales productos alimenticios y la lucha sin cuartel contra los especuladores, salvaron a las ciudades rusas de un hambre mortal y posibilitaron el avituallamiento del Ejército Rojo. La reunión de todas las fábricas de los ferrocarriles y de la navegación bajo la égida del estado permitió la regularización de la producción y la organización del transporte. La concentración de la industria y del transporte en manos del gobierno simplifica los métodos técnicos creando modelos únicos para las diversas piezas, modelos que sirven de prototipo a toda producción ulterior. Sólo el socialismo posibilita una evaluación precisa de la cantidad de bulones para locomotoras, vagones y vapores que es preciso producir y reparar.

Igualmente, es posible prever periódicamente la producción al por mayor necesaria de las piezas de máquinas adaptadas al prototipo, lo que presenta incalculables ventajas para la elevación de la productividad del trabajo.

El progreso económico, la organización científica de la industria, la puesta en práctica del sistema Taylor (desprovisto de sus rasgos de superexplotación) sólo encuentran en la Rusia soviética los obstáculos que tratan de suscitar los imperialistas extranjeros.

Mientras que los intereses de las nacionalidades, enfrentándose a las pretensiones imperialistas, son una fuente continua de conflictos universales, de rebeliones y de guerras, la Rusia socialista ha demostrado que un gobierno obrero es capaz de conciliar las necesidades nacionales con las necesidades económicas, depurando a las primeras de todo chovinismo y a las segundas de todo imperialismo. El socialismo tiene por objeto unir a todas las regiones, todas las provincias, a todas las nacionalidades, mediante un mismo sistema económico. El centralismo económico, al no admitir la explotación de una clase por otra, de una nación por otra y al ser igualmente ventajoso para todas, no paraliza en absoluto el libre desarrollo de la economía nacional.

El ejemplo de la Rusia de los soviets demuestra a los pueblos de Europa Central, del sudeste de los Balcanes, de las posesiones coloniales de Gran Bretaña, a todas las naciones, a todas las poblaciones oprimidas, a los egipcios y a los turcos, a los hindúes y a los persas, a los irlandeses y a los búlgaros, que la solidaridad de todas las nacionalidades del mundo sólo es realizable mediante una federación de repúblicas soviéticas.

La revolución ha hecho de Rusia la primera potencia proletaria. En sus tres años de existencia, sus fronteras se han modificado incesantemente. Estrechadas bajo los golpes del imperialismo mundial, recuperaban sus anteriores dimensiones cuando la presión disminuía. Para los soviets, la lucha se convirtió en la lucha contra el capitalismo mundial. El problema de la Rusia de los soviets se ha convertido en una piedra de toque para todas las organizaciones obreras. La segunda e infame traición de la socialdemocracia alemana después de la del 4 de agosto de 1914 residió en que, al formar parte del gobierno, recurrió al imperialismo occidental en lugar de aliarse con la revolución de Oriente. Una Alemania soviética aliada con la Rusia soviética habrían sido, ambas, más fuertes que todos los estados capitalistas juntos.

La Internacional Comunista ha hecho suya la causa de la Rusia soviética. El proletariado internacional sólo guardará sus armas cuando la Rusia soviética se convierta en uno de los eslabones de una Federación de Repúblicas Soviéticas que abarque a todo el mundo.

 

V

La revolución proletaria y la Internacional Comunista

La guerra civil está vigente en todo el mundo. Su divisa es: «El poder a los soviets».

El capitalismo ha transformado en proletariado a la inmensa mayoría de la humanidad. El imperialismo ha sacado a las masas de su inercia y las ha empujado al movimiento revolucionario. Lo que entendemos en la actualidad por la palabra «masa» no es lo que entendíamos por ella hace algunos años. Lo que constituía la masa en la época del parlamentarismo y del tradeunionismo, en nuestros días se ha convertido en la elite. Millones y decenas de millones de hombres, que hasta ahora han vivido al margen de toda política, están transformándose en una masa revolucionaria. La guerra movilizó a todo el mundo, despertó el sentido político de los medios más atrasados, les dio ilusiones y esperanzas y los defraudó. Los rasgos característicos de las viejas formas del movimiento obrero (estrecha disciplina corporativa y, en suma, inercia de los proletarios más conscientes, por una parte, y apatía incurable de las masas por la otra) han caído en el olvido para siempre. Millones de nuevos reclutas acaban de incorporarse. Las mujeres que perdieron a sus maridos y a sus padres, y que debieron ocupar su lugar de trabajo, participan ampliamente en el movimiento revolucionario. Los obreros de la nueva generación, habituados desde la infancia al fragor y a los estallidos de la guerra mundial, acogieron a la revolución como su elemento natural. La lucha pasa por fases diferentes según los países, pero esta lucha es la última. Sucede que las olas revolucionarias, estrellándose contra el edificio de una organización caduca, le prestan una nueva vida. Viejas enseñas, divisas casi borradas, flotan aquí y allí sobre la superficie de las olas. En los cerebros existen perturbaciones, tinieblas, prejuicios, ilusiones. Pero el movimiento en su conjunto tiene un carácter profundamente revolucionario. No es posible ni extinguirlo ni detenerlo. Se extiende, se fortalece, se purifica, rechaza todo lo caduco. No se detendrá hasta que el proletariado mundial haya llegado al poder.

La huelga es el medio de acción más habitual en el movimiento revo1ucionario. Su causa más frecuente es el alza de los precios sobre los productos de primera necesidad. La huelga surge frecuentemente de conflictos regionales. Es el grito de protesta de las masas impacientadas por los manejos parlamentarios de los socialistas. Expresa la solidaridad entre los explotados de un mismo país o de países diferentes. Sus lemas son de naturaleza económica a la vez que política. Frecuentemente, fragmentos de reformismo se entremezclan con consignas de revolución social. La huelga se calma, parece terminar, luego prosigue con más fuerza, trastrocando la producción, amenazando al aparato gubernamental. Despierta la furia de la burguesía porque aprovecha toda ocasión para expresar su simpatía hacia la Rusia soviética. Los presentimientos de los explotadores no los engañan. Esta huelga desordenada no es sino una revista general de las fuerzas revolucionarias, un llamamiento a las armas del proletariado revolucionario.

La estrecha interdependencia en la que se encuentran todos los países, y que se puso en evidencia de manera tan catastrófica durante la guerra, da una importancia particular a los sectores del trabajo que vinculan a los países entre sí y coloca en primer plano a los ferroviarios y a los obreros del transporte en general. El proletariado del transporte tuvo ocasión de demostrar su fuerza en el boicot a la Hungría y a la Polonia blancas. La huelga y el boicot, métodos que la clase obrera empleaba al comienzo de su lucha tradeunionista, es decir cuando aún no había comenzado a utilizar el parlamentarismo, tienen en nuestros días la misma importancia y el mismo temible significado que la preparación de la artillería antes del último ataque.

La impotencia a la que se encuentra reducido el individuo ante el ciego avance de los acontecimientos históricos obliga no solamente a nuevos estratos de obreros y obreras sino también a los empleados, los funcionarios, los intelectuales pequeñoburgueses, a entrar en las filas de las organizaciones sindicales. Antes que la marcha de la revolución proletaria obligue a crear soviets que predominarán sobre todas las viejas organizaciones obreras, los trabajadores se agrupan en sindicatos, toleran, mientras esperan, la vieja constitución de esos sindicatos, su programa oficial, su elite dirigente, pero aportan a esas organizaciones la creciente energía revolucionaria de las masas que no habían actuado hasta ahora.

Los más humildes entre los humildes, los proletarios rurales, los trabajadores agrícolas, están levantando cabeza. En Italia, Alemania y otros países observamos un magnífico crecimiento del movimiento revolucionario entre ellos, y su acercamiento fraternal al proletariado urbano.

Los estratos campesinos más pobres cambian su actitud con respecto al socialismo. Mientras las intrigas de los reformistas parlamentarios, que partían de los prejuicios del mujic con respecto a la propiedad, no han rendido frutos; el verdadero movimiento revolucionario del proletariado, con su lucha implacable contra los opresores, ha dado lugar a un rayo de esperanza en el corazón de los propietarios campesinos más atrasados, ignorantes y arruinados.

El abismo de la miseria humana y de la ignorancia es insondable. Cada capa social que sale a la superficie deja otra a punto de salir. Pero la vanguardia no debe esperar que la pesada retaguardia salga para entrar en batalla. Cuando llegue al poder, la clase obrera realizará el trabajo de despertar, elevar y educar a sus sectores más atrasados.

Los trabajadores de los países coloniales y semicoloniales han despertado. En las regiones inconmensurables de India, Egipto, Persia, sobre las que se yergue la monstruosa hidra del imperialismo británico, en este océano humano inexplorado, se mueven constantemente fuerzas tremendas, levantando poderosas marejadas que hacen temblar las acciones y los corazones de la City.

En los movimientos de los pueblos coloniales el elemento social se combina con el nacional, pero ambos se dirigen contra el imperialismo. Los países coloniales y atrasados recorren en general a marchas forzadas el camino que va desde los primeros tropiezos infantiles a las formas más maduras de lucha, bajo la presión del imperialismo moderno y la dirección del proletariado revolucionario.

El fructífero acercamiento entre los pueblos mahometanos y no mahometanos esclavizados por la dominación británica y extranjera; la purificación interna del movimiento mediante la liquidación del clero y la reacción chovinista; la lucha simultánea contra la opresión extranjera y sus aliados nativos (los señores feudales, los sacerdotes y los usureros); todo esto transforma al ejército creciente de la insurrección colonial en una gran fuerza histórica, en una reserva poderosa para el proletariado mundial.

Los parias se levantan. Acaban de despertar, gravitan y se vuelven ávidos hacia la Rusia Soviética, hacia las luchas con barricadas en las calles de las ciudades alemanas, a las huelgas en constante aumento de Inglaterra, hacia la Internacional Comunista.

El socialismo que, directa o indirectamente, defiende la situación privilegiada de ciertas naciones en detrimento de otras, que se aviene a la esclavitud colonial, que admite diferencias de derechos entre los hombres de distintas razas y color, que ayuda a la burguesía de la metrópoli a mantener su dominación sobre las colonias en lugar de favorecer la insurrección armada de esas colonias, el socialismo inglés que no apoya con toda su fuerza la insurrección en Irlanda, Egipto y la India contra la plutocracia londinense, ese «socialismo», lejos de pretender obtener el mandato y la confianza del proletariado, merece, si no balas, al menos la marca del oprobio.

Ahora bien, en sus esfuerzos por lograr el triunfo de la revolución mundial, el proletariado se enfrenta no sólo con las alambradas semiderruidas que dividen aún los países desde la época de guerra sino, sobre todo, con el egoísmo, el conservadurismo, la ceguera y la traición de las viejas organizaciones partidarias y de los sindicatos que vivieron de él anteriormente.

La traición a que se acostumbró la socialdemocracia internacional no tiene parangón en la historia de la lucha contra la servidumbre. Por eso en Alemania sus consecuencias son más terribles. La derrota del imperialismo alemán fue, al mismo tiempo, la del sistema de economía capitalista. Al margen del proletariado no había ninguna clase que pudiese pretender el poder de estado. El perfeccionamiento de la técnica, el número y el nivel intelectual de la clase obrera alemana, eran una segura garantía del éxito de la revolución social. Desgraciadamente, la socialdemocracia alemana se convirtió en un obstáculo. Gracias a complicadas maniobras en las que la astucia se mezcló con la estupidez, paralizó la energía del proletariado para desviarlo del camino hacia la conquista del poder, que era su objetivo natural y necesario.

La socialdemocracia se dedicó durante decenas de años a conquistar la confianza de los obreros para luego, llegado el momento decisivo, cuando la suerte de la sociedad burguesa estaba en juego, poner toda su autoridad al servicio de los explotadores.

La traición del liberalismo y la derrota de la democracia burguesa son episodios insignificantes en comparación con la monstruosa traición de los partidos socialistas. El papel de la propia iglesia, esa fábrica central del conservadurismo como la definió Lloyd George, es insignificante al lado del papel antisocialista de la II Internacional.

La socialdemocracia quiso justificar su traición hacia la revolución durante la guerra mediante la fórmula de la defensa nacional, y después de la firma de la paz encubre su política contrarrevolucionaria con la fórmula de la democracia. Defensa nacional y democracia, he aquí las solemnes fórmulas de capitulación del proletariado ante la voluntad de la burguesía.

Pero la caída no se detiene aquí. Continuando su política de defensa del régimen capitalista, la socialdemocracia está obligada, a remolque de la burguesía, a pisotear la «defensa nacional» y la «democracia». Scheidemann y Ebert besan la mano del imperialismo francés cuyo apoyo reclaman contra la revolución soviética. Noske encarna el terror blanco y la contrarrevolución burguesa.

Albert Thomas se transforma en comisionado de la Liga de las Naciones, esa vergonzosa agencia del imperialismo. Vandervelde, elocuente imagen de la fragilidad de la II Internacional de la que era jefe, se convierte en ministro del rey, colega del beato Delacroix, defensor de los sacerdotes católicos belgas y abogado de las atrocidades capitalistas cometidas contra los negros del Congo.

Henderson, que imita a los grandes hombres de la burguesía, que figura por turno como ministro del rey y representante de la oposición obrera de Su Majestad; Tom Shaw, que reclama del gobierno soviético pruebas irrefutables tales como que el gobierno de Londres está compuesto de estafadores, de bandidos y de perjuros. ¿Qué son estos señores sino los enemigos jurados de la clase obrera?

Renner y Sietz, Niemets y Tousar, Troelstra y Branting, Daszinsky y Tchkeidze, cada uno de ellos traduce, en la lengua de su pequeña burguesía deshonesta, la derrota de la II Internacional.

Por fin, Karl Kautsky, ex teórico de la II Internacional y ex marxista, se convierte en el consejero balbuceante designado por la prensa amarilla de todos los países.

Bajo el impulso de las masas, los elementos más flexibles del viejo socialismo, sin por ello cambiar de naturaleza, cambian de carácter y de color, rompen o se disponen a romper con la II Internacional, batiéndose en retirada, como siempre, ante toda acción de masas y revolucionaria e, incluso, ante cualquier preludio serio de acción.

Para caracterizar y a la vez desenmascarar a los actores de esta farsa, basta decir que el partido socialista polaco que tiene como jefe a Daszinsky y por patrón a Pilsudsky, el partido del cinismo burgués y del fanatismo chovinista, declara retirarse de la II Internacional.

La elite parlamentaria dirigente del partido socialista francés, que vota actualmente contra el presupuesto y contra el tratado de Versalles, sigue siendo en el fondo uno de los pilares de la república burguesa. Sus gestos de oposición son lo suficientemente aislados como para no perturbar la semiconfianza que en ella deposita los medios más conservadores dentro del proletariado.

En los problemas capitales de la lucha de clases, el socialismo parlamentario francés continúa engañando la voluntad de la clase obrera, sugiriéndole que el momento actual no es propicio para la conquista del poder porque Francia está demasiado empobrecida, del mismo modo como antes era desfavorable a causa de la guerra, o como en vísperas de la guerra el obstáculo era la prosperidad industrial y antes la crisis industrial. Al lado del socialismo parlamentario, y en el mismo plano, se halla el sindicalismo charlatán y engañoso de los Jouhaux y Compañía.

La creación en Francia de un partido comunista fuerte, y templado por el espíritu de unidad y de disciplina, es una cuestión de vida o muerte para el proletariado francés.

La nueva generación de obreros alemanes hace su educación y extrae su fuerza de las huelgas e insurrecciones. Su experiencia le seguirá costando tantas víctimas mientras el Partido Socialista Independiente continúe sufriendo la influencia de los conservadores socialdemócratas y de los rutinarios que añoran la socialdemocracia de los tiempos de Bebel, que no comprenden el carácter revolucionario de la época actual y tiemblan ante la guerra civil y el terror revolucionario, dejándose llevar por los acontecimientos, a la espera del milagro que debe venir en ayuda de su incapacidad. El partido de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht enseña a los obreros alemanes cuál es el buen camino en el fuego de la lucha.

En el movimiento obrero inglés la rutina es tal que en Inglaterra aún no se ha sentido la necesidad de cambiar: los dirigentes del Partido Laborista británico se obstinan en permanecer dentro de los marcos de la II Internacional.

Mientras que el curso de los acontecimientos de los últimos años, al romper la estabilidad de la vida económica en la Inglaterra conservadora, ha hecho totalmente aptas a las masas trabajadoras para asimilar el programa revolucionario, la mecánica oficial de la nación burguesa con su poder real, su Cámara de los Lores, su Cámara de los Comunes, su Iglesia, sus tradeunions, su Partido Laborista, Jorge V, el arzobispo de Canterbury y Henderson, permanece intacta como un poderoso freno automático contra el desarrollo. Sólo un partido comunista liberado de la rutina y del espíritu de secta, íntimamente ligado a las grandes organizaciones obreras, puede oponer el elemento proletario a esta elite oficial.

En Italia, donde la burguesía reconoce francamente que la suerte del país se halla, al fin de cuentas, en manos del partido socialista, la política del ala derecha representada por Turati se esfuerza en encauzar el torrente de la revolución proletaria por el carril de las reformas parlamentarias.

¡Proletarios de Italia, pensad en Hungría cuyo ejemplo está escrito en la historia para recordar que en la lucha por el poder, así como durante el ejercicio del poder, el proletariado debe permanecer firme, rechazar a todos los elementos equívocos y hacer despiadadamente justicia ante todas las tentativas de traición!

Las catástrofes militares, seguidas de una temible crisis económica, inauguran un nuevo capítulo en el movimiento obrero de los EEUU y en los otros países del continente norteamericano. La liquidación del charlatanismo y de la desvergí¼enza del wilsonismo significa la liquidación de ese socialismo norteamericano mezcla de ilusiones pacifistas y de actividad mercantil cuya coronación es el tradeunionismo de izquierda de los Gompers y Compañía. La estrecha unión de los partidos obreros revolucionarios y de las organizaciones proletarias del continente americano, desde la casi isla de Alaska hasta el Cabo de Hornos, en forma de una compacta sección americana de la Internacional, frente al imperialismo todopoderoso amenazante de los EEUU, he ahí el problema que debe solucionarse en la lucha contra todas las fuerzas movilizadas por el dólar para su defensa.

Los socialistas de gobierno y sus consortes de todos los países tuvieron muchas razones para acusar a los comunistas de provocar, mediante su táctica intransigente, la actividad de la contrarrevolución cuyas filas ellos contribuyen a afianzar. Esta acusación política no es sino una reedición tardía de los lamentos del liberalismo. Precisamente este último afirmaba que la lucha espontánea del proletariado impulsa a los privilegiados hacia el campo de la reacción. Esa es una verdad incuestionable. Si la clase obrera no atacase los fundamentos de la dominación de la burguesía, ésta no tendría ninguna necesidad de reprimirla. La idea misma de contrarrevolución no existiría si la historia no conociera revoluciones. Si las insurrecciones del proletariado implican fatalmente la unión de la burguesía para la defensa y el contraataque, ello prueba una sola cosa: que la revolución es la lucha de dos clases irreconciliables que sólo puede culminar en el triunfo definitivo de una sobre la otra.

El comunismo rechaza con desprecio la política consistente en mantener a las masas en el estancamiento, ante el temor a las represalias de la contrarrevolución.

A la incoherencia y al caos del mundo capitalista, cuyos últimos esfuerzos amenazan con destruir toda la civilización humana, la Internacional Comunista les opone la lucha combinada del proletariado mundial para la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y por la reconstrucción de una economía nacional y mundial basada en un plan económico único, establecido y realizado por la sociedad solidaria de los productores. Al mismo tiempo que agrupa bajo la bandera de la dictadura del proletariado, y del sistema soviético de estado, a millones de trabajadores de todas partes del mundo, la Internacional comunista lucha obstinadamente para organizar y purificar sus propios elementos.

La Internacional Comunista es el partido de la insurrección del proletariado mundial en rebelión. Rechaza todas las organizaciones y los partidos que, bajo una forma abierta o velada, adormecen, desmoralizan y perturban al proletariado, exhortándolo a inclinarse ante los fetiches con los que se protege la dictadura de la burguesía: la legalidad, la democracia, la defensa nacional, etc..

La Internacional Comunista tampoco puede tolerar en sus filas a las organizaciones que, mientras incluyen en su programa la dictadura del proletariado, persisten en llevar a cabo una política empeñada en buscar una solución pacífica a la crisis histórica. La única forma de resolver el problema es reconocer el sistema de los soviets. La organización soviética no encierra una virtud milagrosa. Esta virtud revolucionaria reside en el propio proletariado. Es preciso que éste no vacile en sublevarse y conquistar el poder y solamente entonces la organización soviética pondrá de manifiesto sus cualidades y seguirá siendo para él su arma más eficaz.

La Internacional Comunista pretende expulsar de las filas del movimiento obrero a todos los jefes que están directa o indirectamente vinculados con la burguesía por medio de una colaboración política. Lo que necesitamos son jefes que sientan por la sociedad burguesa un odio mortal, que organicen al proletariado en vistas de una lucha despiadada, que estén dispuestos a conducir al combate al ejército de los insurrectos, que no se detengan a mitad de camino suceda lo que suceda y que no teman recurrir a medidas de represión despiadadas contra todos aquellos que intenten detenerlos por la fuerza.

La Internacional Comunista es el partido internacional de la insurrección proletaria y de la dictadura proletaria. Para ella no existen otros objetivos ni otros problemas que los de la clase obrera. Las pretensiones de las pequeñas sectas, cada una de las cuales quiere salvar a la clase obrera a su modo, son extrañas y contrarias al espíritu de la Internacional Comunista. Esta no posee la panacea universal, el remedio infalible para todos los males, sino que saca lecciones de la experiencia de la clase obrera en el pasado y en el presente, y esta experiencia le sirve para reparar sus errores y desviaciones. De allí extrae un plan general y sólo reconoce y adopta las fórmulas revolucionarias de la acción de masas.

Organización sindical, huelga económica y política, boicot, elecciones parlamentarias y municipales, tribuna parlamentaria, propaganda legal e ilegal, organizaciones secretas en el seno del ejército, trabajo cooperativo, barricadas, la Internacional Comunista no rechaza ninguna de las formas organizativas o de lucha creadas en el transcurso del desarrollo del movimiento obrero, pero tampoco consagra a ninguna en calidad de panacea universal.

El sistema de los soviets no es únicamente un principio abstracto que los comunistas quieren oponer al sistema parlamentario. Los soviets son un aparato del poder proletario que, después de la lucha y sólo mediante esta lucha, deben remplazar al parlamentarismo. A la vez que combate de la manera más decidida el reformismo de los sindicatos, el arribismo y el cretinismo de los parlamentos, la Internacional Comunista no deja de condenar el fanatismo de aquellos que invitan a los proletarios a abandonar las filas de organizaciones sindicales que cuentan con millones de miembros y a ignorar a las instituciones parlamentarias y municipales. Los comunistas de ningún modo se alejan de las masas engañadas y vendidas por los reformistas y los patriotas sino que aceptan luchar con ellas, dentro de las organizaciones de masas y de las instituciones creadas por la sociedad burguesa, de forma que puedan acabar con esta última rápidamente.

Mientras que, bajo la égida de la II Internacional, los sistemas de organización de clase y los medios de lucha, casi exclusivamente legales, se encontraban sometidos al control y a la dirección de la burguesía y la clase revolucionaria estaba amordazada por los agentes reformistas, la Internacional Comunista, por el contrario, arranca de manos de la burguesía las riendas que ésta había acaparado, asume la organización del movimiento obrero, lo reúne bajo las órdenes de un mando revolucionario y, ayudado por él, propone al proletariado un objetivo único: la toma del poder para destruir el estado burgués y organizar una sociedad comunista.

En el curso de toda su actividad, ya sea como instigador de una huelga de protesta, jefe de una organización clandestina, secretario de un sindicato, propagandista en los mítines o diputado en el parlamento, pionero de la cooperación o soldado en la barricada, el comunista debe permanecer fiel, es decir debe estar sometido a la disciplina del partido, luchador infatigable, enemigo mortal de la sociedad capitalista, de sus bases económicas, de sus formas administrativas, de su mentira democrática, de su religión y de su moral; debe ser el defensor abnegado de la revolución proletaria y el infatigable campeón de la nueva sociedad.

¡Obreros y obreras!

¡Sobre la tierra sólo hay una bandera que merezca que se combata y se muera bajo sus pliegues y esa es la bandera de la Internacional Comunista!

 

 

 


 

 

 

Discurso del camarada Trotsky

pronunciado el 7 de agosto de 1920
en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista[51]

 

 

Camaradas,

El Segundo Congreso de la Internacional Comunista se reúne [dieciséis] meses después del Primer Congreso. Ese lapso de tiempo no es enorme, pero el valor histórico de la experiencia que hemos acumulado durante ese corto período es más considerable que la de todo el que habíamos acumulado antes.

Este Segundo Congreso no es para nosotros una simple revista a los pueblos. No se trata de contarnos a nosotros mismos, entre camaradas. No. Debemos detenernos un instante en el camino que lleva hacia las alturas a través de muchos obstáculos y precipicios; tenemos que lanzar una mirada hacia atrás con el fin de medir el camino recorrido. Sin cesar por ello de vigilar al enemigo, levantaremos los jalones de la próxima etapa y, sin perder ni un minuto, retomaremos nuestra marcha hacia delante.

Así pues, abarcaremos con la vista lo que ha pasado durante estos dieciocho meses que separan al Primer Congreso del Segundo y nos preguntaremos, escrutando cuidadosamente nuestra conciencia revolucionaria, si tenemos derecho a decir que la ruta que trazamos en el Primer Congreso de la comuna mundial era la buena. Nos preguntaremos si hemos logrado éxitos y a qué debemos atribuirlos. Y si el proletariado mundial a veces ha sufrido derrotas y se ha batido en retirada ¿no será porque no se ha encaminado enteramente por la vía que le habíamos indicado la Internacional Comunista?

Los dieciocho años que acaban de transcurrir han señalado con un sangrante rasgo toda una época que marca un hito en la historia de la humanidad. Esta época ha tenido sus leyes, sus métodos, su igualdad, sus relaciones mundiales, sus luchas, sus mentiras, el engaño democrático de la ciencia oficial, la mentira de la Iglesia. La guerra mundial ha hecho el balance de todo eso. Y las clases burguesas que empujaban a los pueblos a entrar en esa riña mundial les prometían al mismo tiempo no se sabe qué Nuevo Testamento, qué nuevo orden de cosas, qué nuevo régimen.

Ahora bien, ¿qué aspecto presentan Europa y el mundo entero después de salir de la inmensa carnicería y de esta fábrica de tratados que se instaló en Versalles? El orden burgués no sabe sobre qué apoyarse. Todo está en movimiento, todos los cimientos resquebrajados, todos los programas gubernamentales burgueses se han tirado a la basura; las alianzas internacionales se han dislocado y la burguesía temblorosa, en el umbral del futuro, busca una salida a una situación desesperada, creada por siglos y siglos de pillaje y violencia. Pero no hay ninguna salida.

Inglaterra, Francia y Estados Unidos han prometido darles a los pueblos una alianza mundial, una Liga de las Naciones, que tenía que poner fin a las guerras imperialistas, a las discordias internacionales. He aquí ante nosotros a esta Liga de las Naciones. A penas recién salida de las cancillerías, su autor, su inventor, el presidente Wilson, reniega de ella.

Camaradas, sólo hace diez o doce meses que casi todos los jefes de la Segunda Internacional, que reunían en ese momento a sus lamentables restos en el Congreso de Ginebra, saludaban a Wilson como a un nuevo mesías, en lo alto de su montaña, que le ofrecía a la Europa ensangrentada sus mandamientos, no los diez mandamientos de las tablas de Moisés sino catorce, los famosos catorce artículos de Wilson que debían establecer para siempre la paz entre los pueblos. Mientras que Kautsky, Longuet y el resto de representantes de la Segunda Internacional, saludaban a Wilson e invitaban a los obreros a apoyarlo, nuestra Internacional, hace de eso dieciocho meses, declaraba en Moscú que la propuesta de Wilson era una tentativa de los plutócratas de Nueva York y Chicago para someter a Europa y al mundo entero; nuestra Internacional decía que esa Liga de las Naciones sólo sería una compañía mundial cuyo capital social lo suministraría los Estados Unidos. El capital estadounidense está acostumbrado a extender sus dominios con el sistema de la federación, haciendo entrar en la esfera de su explotación a nuevos millones de hombres. El capital estadounidense ha realizado una tentativa para lanzar las redes sobre Europa, Asia y el mundo entero.

Pero cuando Wilson llegó a Europa, desde el fondo de su gran provincia estadounidense, tropezando con los problemas de la mundial vio que las riendas del gobierno estaban en ese momento en manos de Inglaterra, que dispone de la flota más fuerte, del cable más largo. Gracias a la experiencia, Inglaterra es quien mejor conoce la violencia y el pillaje. Y este bravo provinciano de Wilson, con sus bolsillos llenos de dólares muy bien cotizados, imaginándose que sus catorce párrafos iban a devenir el evangelio del mundo, se da de narices con la flota inglesa. ¿Qué digo? Con la Rusia soviética y con el comunismo.

Entonces, el apóstol estadounidense se vuelve lleno de pena a su Casa Blanca en Washington, remonta la pendiente del Sinaí. Pero, camaradas, no creáis que ha renunciado así a su política de dominación mundial. El capital estadounidense no puede seguir otro camino. Mientras ese capital no ha dejado de acumularse, de extenderse y emanciparse, ha desarrollado su teoría, conocida con el nombre de doctrina Monroe: «América para los americanos». Ello significa que nadie tiene derecho a inmiscuirse en lo que ocurre en el continente americano donde el capital estadounidense sigue siendo el amo del gobierno, de la explotación y del bandolerismo. Pero ese capital se siente ahora apretado en los límites de América, de América del Norte y de América del Sur, a la que ha transformado en colonias.

Durante la guerra, la industria pesada estadounidense se ha erigido como una columna gigantesca hasta los cielos y el capital estadounidense ha tirado muy lejos de él la divisa América para los americanos. O más aun, diremos que ha modificado esta divisa y que ha dicho: no solamente América para los americanos sino el mundo entero. Entonces ha enviado al apóstol Wilson con su Nuevo Testamento. Sabemos que Wilson no ha hecho el recado. Pero el recado hay que hacerlo, y la oligarquía estadounidense está a punto de hacer sus cuentas: nuestra flota, se dice a sí misma, es más débil que la de Gran Bretaña en tantas toneladas, en tantos cañones de tal o tal otro calibre. Y el Departamento de Marina estadounidense establece un nuevo programa, un programa que, antes de 1925, aunque algunos dicen que más pronto aun, en tres años debe hacer a la flota estadounidense incomparablemente más fuerte que la de Inglaterra.

Todo esto sólo puede significar que toda la fuerza de Inglaterra radica en su flota que le permite montar guardia en todas las rutas oceánicas y ejercer, así, su oficio de pirata mundial. El programa naval de Inglaterra se reduce a que su flota siempre tiene que ser más fuerte que la de las dos potencias navales que le siguen de inmediato.

Ahora, Estados Unidos, que hace brillar a su dólar completamente nuevo, cuya cotización está muy arriba en el firmamento de la Bolsa, declara: en tres años mí flota será más fuerte que la de Inglaterra. Ello significa que para el imperialismo británico se trata de «ser o no ser». Eso quiere decir que Inglaterra y Estados Unidos navegan a todo vapor hacia un nuevo conflicto que ensangrentará la tierra entera; pues, en el mundo del imperialismo, no pueden existir dos poderes, y el hegemónico debe pertenecer o bien a Inglaterra o bien a Estados Unidos, si, no obstante, el proletariado mundial no llega primero a arrebatárselo.

Así pues, tras cuatro años de una espantosa guerra que ha causado la debacle de las grandes potencias de Europa Central, que ha devastado a Europa y ha arruinado al mundo entero, vemos que sobre los huesos de los muertos se prepara una nueva lucha aún más gigantesca. Francia, el principal enemigo de la Rusia soviética, el enemigo encarnizado, infernal, del proletariado mundial, cree en el presente que puede lograr la victoria; o más aun, los simplones, los pequeñoburgueses, los tenderos, los socialpatriotas y, en parte, los obreros engañados, quienes se imaginan que Francia ha vencido. Error, profundo error. Mucho tiempo antes de la derrota del imperialismo germánico, Austria-Hungría ya estaba vencida. El militarismo alemán todavía la apoyaba, igual que la Entente mantenía al imperialismo alemán. Ahora, también Francia es uno de los países del mundo más agotados y arruinados aunque haya salvado su independencia.

Cierto, Francia puede cometer actos de piratería en el Mar Negro, pero sólo puede hacerlo en tanto que Inglaterra no tenga nada que decir al respecto. Francia puede dictar sus leyes a la pequeña Bélgica, a la que ha convertido en una de sus provincias; puede fijar los efectivos del ejército belga e inmiscuirse en los asuntos financieros de ese pequeño país; pero Francia, al lado de Inglaterra, no es más que una gran Bélgica. Francia es incapaz de defenderse, económica y militarmente, sin la asistencia de Inglaterra y Estados Unidos; y sin embargo, Francia, en su tontería pequeñoburguesa, prosigue hasta el presente su sueño de dominación y se imagina que podrá jugar un papel de árbitro en la querella que se entabla entre los Estados Unidos e Inglaterra. Pero Estados Unidos no ha querido ni formar parte de la Liga de las Naciones junto a Francia e Inglaterra. Y Francia está casi obligada a arrodillarse para pedir limosna, para obtener las garantías de su independencia.

¿Qué se puede decir de las pequeñas naciones? Se les ha prometido la libertad, la independencia y, sin embargo, Inglaterra mete sus manos por todas partes, en Finlandia, en la Estonia blanca, en la Letonia blanca. ¿Qué queda de la independencia de Suecia y Noruega? ¿Qué es el Mar Báltico? Un golfo en el que Inglaterra da pequeños paseos. ¿El Mar del Norte? Una posesión de Inglaterra. ¿El Océano índico? Rodeado por toda una cadena de naciones sometidas a Inglaterra, entre las que están Egipto, Persia, Afganistán, Beluchistán e India, el Océano índico no es más que un mar interior que pertenece a los ingleses. La Austria-Hungría desgarrada, la antigua Rusia del zar, separada en pequeños estados que no puede subsistir y cuya agonía prolongan la Entente, la Liga de las Naciones, es decir Gran Bretaña, la Austria crucificada, la Hungría (que tras haber realizado una heroica tentativa para sacar del caos a Europa Central, para entrar en la amplia vía de la federación de soviets, es decir de una alianza fraternal de las repúblicas obreras en el terreno económico, militar y cultural) aplastada y hundida, he ahí lo que se ha hecho con los pequeños estados.

También vemos a Bohemia y a esa desafortunada Polonia que se ha aliado con los socialpatriotas y cuya liberación quedó inscrita en la primera página del programa de la Primera Internacional. Polonia, tal como la vemos, ha sido creada por el imperialismo extenuado, para servir a sus deshonrosos fines, para que se ponga enteramente a su servicio. Esa república democrática, por la que han combatido generaciones enteras de revolucionarios y patriotas polacos que, huyendo del zarismo, uno tras otros se presentaban en Occidente para combatir y morir en todas las barricadas de la revolución, esa Polonia democrática sólo es ahora el instrumento sucio y sangriento del capital francés. Pero, camaradas, si la Primera Internacional inscribió en las primeras páginas de su programa la emancipación de Polonia y la lucha contra el zarismo, la Rusia de hoy en día, liberada del zarismo, cumple la gran misión que consiste en entregar a la Polonia, crucificada y violada por el imperialismo, al obrero polaco, al campesino polaco. (Aplausos)

Se nos habla desde todas las tribunas parlamentarias de la reconstrucción económica de Europa. No existe mentira más impúdica que ese engaño. En los últimos dieciocho meses no ha habido reconstrucción en Europa. Desde nuestro Primer Congreso, Europa ha devenido incomparablemente más pobre y su situación es mucho más desesperada de lo que era antes de esa fecha; lo mismo ocurre en el mundo entero. ¿Pensáis que puede haber reconstrucción en Europa sin nuestras materias primas, sin los cereales de Rusia? ¿Es que acaso puede darse una reconstrucción en Europa sin los recursos de la técnica alemana, sin la clase obrera alemana? No. Por eso los representantes de los obreros de todos los países, que vemos aquí presentes, cuando regresen a sus casas, dirán: obreros europeos, obreros del mundo entero, después de lo poco que hemos visto podemos rendir testimonio ante vosotros de que, si el imperialismo dejase en paz a la República de los soviets, si fuésemos en su ayuda con nuestros recursos técnicos, aunque sólo fuese en una pequeña parte, ocurrirá que, en dos o tres años, como máximo en cinco años, la Rusia soviética, precisamente porque es un estado soviético, basado en el comunismo, le dará a la clase obrera europea cinco veces más trigo y materias primas de las que le ofrecía la antigua Rusia de los zares y la burguesía. (Aplausos)

Una vez lograda la victoria, el capital anglo-francés ha creído que se había abierto ante él un inmenso campo colonial. El zarismo había sido el gran rival de Inglaterra en Asia; Alemania era un rival aún mucho más peligroso para Inglaterra en el mercado mundial. Ya no existe el zarismo, Alemania ha sido derrotada, martirizada; Austria-Hungría ha sufrido aún más. Se podría creer que las colonias comienzan en la inmediata vecindad de los Aliados vencedores; en el Este, el pueblo alemán sometido a Francia; más lejos está la Rusia de los soviets. Y derrocar a la Rusia de los soviets, robar las materias primas y el trigo de Rusia, obligar a los obreros alemanes, reducidos a la esclavitud, a aprovechar nuestras materias primas en beneficio del capital anglo-francés, es el deslumbrante programa de la Liga de las Naciones desde sus inicios. Y trata de realizar ese programa, hace todos los esfuerzos posibles para derrocar a la República de los soviets, para hacerse dueña de nuestras estepas, de nuestros mares, de nuestros bosques y riquezas del subsuelo. Intenta explotar el carbón alemán y a los obreros alemanes para trabajar esas materias primas. Han transcurrido dieciocho meses de una encarnizada lucha y, con legítimo orgullo, podemos decirles a nuestros hermanos de Occidente: vuestra burguesía no nos ha arrodillado, nos mantenemos de pie, os acogemos en Moscú. Y si es así no es solamente gracias a los enormes esfuerzos de la clase obrera rusa y del ejército que ha creado. Sabemos cuáles han sido nuestros esfuerzos, nuestros sacrificios, y los enviados de la clase obrera mundial saben ahora algo de eso. Pero tenemos que decir que nos hemos mantenido principalmente porque sentíamos, sabíamos, que la ayuda vendría de Europa, de América, de todas las partes del mundo. Cada huelga del proletariado escoces en el Clyde, cada movimiento en las ciudad y barrios de Irlanda, donde no solamente se veía flotar la bandera verde del nacionalismo irlandés sino, también, la bandera roja de la lucha proletaria, cada huelga, cada protesta, cada insurrección en cualquiera de las ciudades de Europa, América y Asia, el pujante movimiento de los esclavos de Inglaterra en India, el desarrollo de la conciencia revolucionaria, la idea de una federación soviética mundial que se convertía en la divisa de todos, he ahí lo que nos ha dado la convicción de marchar por la buena vía; he ahí lo que nos ha permitido, en las horas más difíciles, más sombrías, cuando estamos cercados, cuando nos parecía que nos iban a coger por el cuello y estrangularnos, he ahí lo que nos ha permitido levantarnos y decir: no estamos solos, estamos con el proletariado de Europa, de Asia, del mundo entero, no nos rediremos, nos mantendremos. Y hemos triunfado. (Aplausos)

Sin Rusia y sin Alemania no puede haber renacimiento europeo. Para que haya renacimiento alemán hay que permitirle a Alemania que exista, que se nutra y trabaje. Pero si se le permite a esta Alemania, martirizada y aplastada, existir, alimentarse y trabajar, esa Alemania se levantará contra el imperialismo francés. Y he ahí por qué el imperialismo francés sólo quiere saber este mandamiento: paga tus deudas. Que Alemania pague sus deudas, que Rusia pague. Los usureros franceses no dudarán en incendiar las cuatro esquinas del mundo para recibir a tiempo los intereses que se les deben. No pueden permitirle a Alemania trabajar porque la Alemania que pudiese trabajar y enderezarse sería una Alemania independiente que marcharía contra ellos. Sólo tienen un recurso. Para obligar a ejecutar las cláusulas del tratado de Versalles envían a la orilla derecha del Rin, para ocupar las ciudades alemanas, a los senegaleses, a los negros de ífrica, a los árabes. Y cuando en Francia se ha recibido poco carbón de Alemania, cuando el oro alemán no llega en el plazo fijado, la burguesía francesa grita rechinando los dientes: ¿por qué no pagan a tiempo? ¿Es que faltan negros en el ejército del mariscal Foch? Camaradas, desde este congreso saludamos al camarada Roy que representa a las masas trabajadoras de India. (Aplausos). Confío, camaradas, que en el Tercer Congreso de nuestra Internacional tengamos entre nosotros a comunistas africanos, árabes, senegaleses y a representantes de otras poblaciones de las colonias francesas e inglesas.

Ahora mismo, en el puerto de Odesa, cuatrocientos o quinientos senegaleses nos han devuelto a nuestros soldados rusos que durante años han sido esclavos de Francia. Aunque se tomasen algunas precauciones para mantener separados a los rusos de los senegaleses, sabemos que ningún regimiento extranjero, ninguna compañía extranjera, han podido entrar hasta ahora impunemente en un puerto de Rusia. He ahí por qué, camaradas, la política del mariscal Foch, que suministra hidroaviones a Wrangel, que apoya a Polonia en su desesperada lucha, esa política no podrá restablecer la situación económica de Europa. Es la política de un jugador arruinado que ya ha perdido miles de millones pues recientemente el parlamento francés ha descubierto que, de cuatro mil millones destinados a restaurar los departamentos franceses devastados, Clémencau sólo ha gastado a esos efectos un millón y medio, y que tres mil millones nuevos, ciento setenta y ocho millones y medio, no han servido para restaurar los departamentos del Norte de Francia sino para devastar las provincias y distritos de Rusia. Esta política de distribución de los miles de millones a manos llenas es la política de un jugador que apuesta por última vez con la esperanza de recuperar lo que ha perdido y que, habitualmente, no recupera jamás nada. Y podemos decir, podemos afirmar tranquilamente, que no está lejano el momento en que, ayudados por el proletariado francés, haremos saltar la banca del crupier francés que ha perdido la cabeza. (Aplausos) Los senegaleses están en Odesa»¦ los generales franceses están en Varsovia: puede que estén hoy pero sus miradas no se dirigen hacia el Este sino hacia el Oeste. (Aplausos)

Todos juntos no lograrán aumentar ni un ápice la cantidad de carbón, de materias primas y trigo, que necesita Francia. El rasgo esencial de la situación es una crisis de las más agudas, es la falta de materias primas y combustible; no ha ocurrido impunemente que durante numerosos años de carnicería mundial, toda la energía humana haya sido empleada no en crear sino en destruir. El trabajo esencial, el verdadero trabajo, consiste en que el hombre aplique todos sus pensamientos y emplee sus máquinas en extraer de las entrañas de la tierra los materiales que necesita, el trigo, el carbón. Ese trabajo ha disminuido, ha caído gradualmente. Actualmente toda la política del capital mundial, de la producción mundial, debería consistir en concederle libertad de comercio a Alemania, Rusia y Austria-Hungría. Pero hasta el presente, los países de Europa no han podido aumentar sus reservas. Y ahora, toda la política del imperialismo mundial se reduce a que, en el próximo año, tendrá que haber en todas partes una política de proteccionismo comercial. Actualmente lo que se está realizando es la política del pillaje a mano armada. Lo hemos visto cuando los ingleses estaban en Bakú; durante largos meses no lograron exportar más que algunos millones de puds de gasolina, cuando deberían haber exportado decenas de millones. He ahí lo que causa el mal a la economía mundial. Cuando los satélites de Francia e Inglaterra destruyeron la cuenca del Don, cuando los franceses destruyeron los puentes y ferrocarriles, cuando los blindados, los trenes blindados de los ingleses, cerraban todas las salidas, se oponían de esa forma a la prosperidad de Alemania, Inglaterra, Irlanda y Escocia, minaban las bases de la industria. Tal es la última palabra de la política económica de la Entente.

He ahí por qué, camaradas, después de haber lanzado una mirada a nuestro trabajo económico, a la obra soviética de estos últimos dieciocho meses. Tras haber constatado todos los errores, tras habernos dado cuenta de todas nuestras necesidades, sin soñar en disimularlas, por el contrario, dibujando ese cuadro a la vista de nuestros hermanos de Occidente, de nuestros camaradas americanos y de los representantes de todas las partes del mundo, pienso que estamos en el buen camino. Es posible superarlo, remediar esta indigencia poniendo en común de una forma racional, organizando con un plan general, la economía mundial, lo que permitirá superar todos los obstáculos artificiales, todas las barreras que los gobiernos han acumulado, y poner en marcha un sistema único de economía. Ahora, camaradas, si, a pesar del bloqueo y de la guerra, hemos sido capaces no solamente de alimentar a nuestro ejército sino de subsistir durante estos tres años y, sobre todo, estos últimos dieciocho meses, es este un hecho de los más destacables en la Historia y lo debemos que toda nuestra economía se ha basado en los principios del comunismo.

Por fin, camaradas, si, dejando a un lado las cuestiones de política internacional y de economía, nos remitimos a las cuestiones de lucha revolucionaria, hemos de decir, una vez más, que la ruta indicada por el Primer Congreso de la Tercera Internacional ha sido buena y que los hechos han justificado esta opinión. Si todavía hay obreros que piensan honestamente y que pueden esperar alguna cosa de la democracia, es en vano. ¿Dónde encontraremos en Europa una verdadera democracia? Mirad la joven democracia alemana, en la que el derecho electoral es lo que hay de más democrático, a la cabeza de la cual está el socialdemócrata Ebert. Esa democracia masacra a los mejores obreros, asesina a los jefes del partido en nombre del cual acaba de hablar el camarada Levy, asesina a la élite de los representantes de la clase obrera alemana. ¿Quién es el amo de ese país? Son los magnates del capital que ajustan sus negocios más importantes en los antros de la Bolsa.

Durante la guerra, la burguesía francesa y la de otros países todavía tendía a conservar algunos restos de la antigua ideología democrática, la burguesía necesitaba engañar a los obreros, les hablaba de defensa nacional, les decía que esta guerra sería la última, les anunciaba la constitución de una Liga de las Naciones. Pero ahora la guerra ha terminado; en Versalles se ha firmado la paz; el verdugo estaba allí, de pie sobre el cadalso, pletórico de impudicia; las masas trabajadoras han quedado despojadas, se han destruido todas sus ilusiones, les amenaza la esclavitud; los últimos restos de ideología se han dejado de lado. La burguesía pide ahora una voluntad de acero; ved cualquier informe parlamentario, de no importa qué país; el último de los ministros burgueses, un funcionario de tercera fila, cuando quiere hacerse aplaudir hasta que se rompa las manos la mayoría burguesa, tiende el puño en dirección al proletariado revolucionario. La burguesía exige a sus satélites, a sus recaderos, a sus ministros, hierro y sangre, pues ha comprendido muy bien que hemos entrado en la época de no una mediación entre las clases sino de una implacable lucha. En efecto, ¿qué ha encontrado en su país, en su casa, la clase obrera, es decir la clase obrera que ha podido volver del frente? La clase obrera ha encontrado una nueva burguesía todavía más insolente y más sedienta de sangre que la que dejó en las ciudades y pueblos cuando el obrero partió al frente. Son los proveedores de la guerra, son los ladrones, quienes ocupan los primeros lugares, son los advenedizos, expresidiarios que han robado millones, decenas, centenares de millones, miles de millones, especulando con la sangre de los pueblos. Toda esa canalla, ávida de goces, desenfrenada en sus apetitos, ha infestado con su aliento la atmósfera de las ciudades europeas y estadounidenses. El lujo ha adquirido el carácter de una rabiosa fiebre, de una fiebre blanca, de una sobreexcitación nerviosa; los obreros han vuelto de las trincheras a su casa y ven a esa burguesía impúdica, a esa burguesía dorada que se ha apoderado de todo, que lo pisotea todo, que quiere disfrutar de todo, que está dispuesta a masacrar a cañonazos a la clase obrera de su país, si es necesario, para poder continuar dominando y gozando. Y la indignación de las masas obrera ha subido por todas partes como una hoguera cuya llama brilla y cada vez sube más alto. La carestía de la vida es una causa de las huelgas y manifestaciones de los obreros y obreras hambrientos. Por fin, en el movimiento obrero, en la historia de la humanidad, hay que señalar como un hecho de primera importancia que se rebelan las mujeres, esas esclavas, y que la juventud proletaria, que representa el futuro, se levanta en masas cada vez más numerosas y acude a nosotros para ayudarnos y reemplazarnos. Con las mujeres, con la juventud proletaria, viene a añadirse al movimiento del proletariado mundial una nueva corriente de lava revolucionaria que ofrecerá nuevas reservas inagotables de energía en la lucha que lleva adelante la Internacional Comunista. (Aplausos)

Camaradas, sin duda alguna, el proletariado de todos los países se habría apoderado ya del poder si, entre él, entre la masa revolucionaria y los grupos avanzados de comunistas y revolucionarios, no se interpusiese todavía una gran máquina sólida y complicada, (los partidos de la Segunda Internacional y las trade-unions, que han puesto su aparato al servicio de la burguesía en la época de su decadencia, en la época en la que la burguesía muere). Precisamente es la Segunda Internacional, la que se solidarizó con la burguesía en la época de la guerra, la que ha cargó con esa responsabilidad, la que rechazó el primer embate de indignación de las masas trabajadoras. Ha desaparecido su autoridad. La Segunda Internacional se ha dislocado. Grupos cada vez más numerosos de millones de trabajadores se separan de ella. Pero el primer impulso del proletariado que iba a lanzarse contra la sociedad burguesa, la primea explosión de su cólera, la detuvo la Segunda Internacional. Y si la clase obrera alemana cuenta las víctimas por millares y se prepara para nuevos sacrificios es por culpa de la socialdemocracia alemana. En el momento decisivo, la socialdemocracia alemana se transformó en un aparato contrarrevolucionario, como los partidos dirigentes de la Segunda Internacional se transformaron en un aparato contrarrevolucionario al servicio de la sociedad burguesa. Si lanzamos una mirada al pasado, si buscamos dónde están las fuerzas contrarrevolucionarias, no encontraremos nada que se parezca a esto. Conocemos la democracia burguesa. Sabemos la historia de la Iglesia Católica que, como el resto de iglesias, ha sido un potente instrumento, pero que se ha puesto más que el resto al servicio de las clases opulentas para defender sus privilegios y su dominación. Ahora bien, los servicios que la Iglesia y el catolicismo mundial le han rendido a las clases opulentas no son nada en comparación con el papel que han jugado los partidos de la Segunda Internacional en el momento más crítico de la Historia. Durante décadas han conducido a la clase obrera, se han ganado su confianza, le han dado una organización, y después, en el momento en el que la clase obrera debería haber empleado toda su energía en liberarse del yugo del capital, han empleado ese aparato para paralizar a los obreros; han hecho de esclavos del capital no solamente en el sentido material, físico, de la palabra, sino en el sentido espiritual. Y mientras nosotros estamos aquí reunidos con vosotros con ocasión del Segundo Congreso de Moscú, se celebra un congreso de la Segunda Internacional en Ginebra, un congreso que opone su programa al nuestro, al de la Internacional Roja de la Comuna Proletaria. A partir de hoy, desde la fecha de este congreso, de estos dos congresos, la dirección de la clase obrera marchará diez veces más deprisa. Programa contra programa, táctica contra táctica, método contra método; hemos obligado al Partido Independiente alemán, que vacilaba, que dudaba, y cuyos jefes dudan aún, nosotros, la Tercera Internacional, con la presión de las masas obreras alemanas, nosotros le hemos obligado a enviar aquí a sus representantes. Y el partido del socialismo parlamentario francés, puesto contra la pared por las masas proletarias, se ha visto obligado a enviarnos a sus embajadores. Pero no hacemos ninguna concesión. La Tercera Internacional no admite ni los compromisos ni ninguna entente. Tenemos nuestra bandera, tenemos nuestro programa, que quienes quieran se alineen bajo esa bandera. Así es como les hemos hablado a los representantes de los partidos alemán independiente y francés parlamentario. Les hemos preguntado: ¿por medio de vuestro parlamento confiáis en obtener poco a poco las reformas que nos llevarán al reino del socialismo? Nuestra pregunta era irónica pues los hechos desafortunadamente han dado respuesta por ellos.

Y si el partido independiente alemán, e incluso el partido del socialismo parlamentario francés, todavía no han aprendido a conducir a los proletarios por la vía de la dictadura proletaria, al menos sí han aprendido a no creer en el reformismo parlamentario. Los obreros alemanes y franceses han aprendido a no creer ya en jefes que vacilan y dudan.

Este congreso, que coincide con el de la Segunda Internacional y que, lo que para nosotros todavía es más importante y remarcable, para nosotros y para los obreros del mundo entero, coincide con la terrible lucha que se ha entablado entre la Entente, servida por la Polonia blanca, y la república de los soviets, este congreso, que coincide con las gloriosas victorias del ejército rojo en los frentes del Oeste y del Suroeste, este congreso, erigirá los jalones en la vía de la revolución proletaria mundial. Este Congreso que ha hecho en sus resoluciones el balance de la experiencia colectiva de la clase obrera mundial. Habéis leído las resoluciones. Este Congreso dirige un manifiesto a las obreras y obreros del mundo entero. Ese manifiesto del que os he dado a conocer la substancia de su contenido en mi informe, ese manifiesto que se publicará en todas las lenguas, que resume la obra del imperialismo en el dominio de las relaciones internacionales y de la economía pública, que aprecia en su justo valor los vestigios de la democracia burguesa, del parlamentarismo burgués, ese manifiesto muestra también una clara vía, bien definida, al proletariado del mundo entero, a los trabajadores explotados de las colonias.

Y qué gozo, qué orgullo, para nosotros camaradas, obreros de Moscú y de toda Rusia, haber podido recibir por segunda vez, en nuestra casa, a la élite de los militantes de la clase obrera mundial, haber podido, fortalecidos con nuestra experiencia, ayudarles a forjar el arma que necesitan para combatir. En nuestra forja de Moscú, gracias a vosotros, con vuestras manos, camaradas proletarios, hemos atizado el fuego, hemos calentado al rojo vivo el acero proletario, lo hemos forjado con el martillo de nuestra revolución proletaria soviética, lo hemos templado en la experiencia de la guerra civil, y hemos hecho una maravillosa arma, incomparable, para uso del proletariado internacional. Tomamos en nuestras manos esta arma y la entregamos a las manos de nuestros hermanos. Obreros del mundo entero, declaramos: en nuestra forja de Moscú, con nuestro fuego moscovita, hemos fabricado una hoja de las más sólidas, tomadla, hundidla en el corazón del capital mundial. (Aplausos)

 

 

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NOTAS

[47] Versión al castellano desde The Summoning of the Second World Congress of the Communist International e Histoire de l'Internationale communiste (1919-1943), P. Frank, Tomo I, La Brèche, páginas 82-83.

[48] Broué ofrece la cifra de 217 asistentes pero Frank cifra los votos plenos en 167 y los consultivos en 51, lo que ofrece un total de 218.

[49] Tomado de Discurso sobre el informe del camarada Zinóviev acerca del rol del partido, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[50] Tomado de: El mundo capitalista y la Internacional Comunista. Manifiesto del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en castellano y en internet.

[51] Tomado de, Discurso del camarada Trotsky pronunciado el 7 de agosto de 1920 en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.