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Leon Trotsky
Los cinco primeros años de la IC

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IV.

DEL SEGUNDO AL TERCER CONGRESO MUNDIAL

 

 

 



 

 

 

 

«El II Congreso de la Comintern es una piedra de toque en su construcción, un jalón capital en el curso de su desarrollo. En el fondo, la internacional sólo había sido proclamada. Y hela ahí a punto de ser construida, verdaderamente fundada. A partir del mes de agosto de 1920, existe y, en ese sentido, el llamamiento de Zinóviev a los delegados para que grabasen en su memoria esos días estaba completamente justificado», escribe Broué en su obra citada. Del segundo al tercer congreso, 22 de junio de 1921, no llega a transcurrir un año, pero son diez meses preñados también de enormes acontecimientos para el movimiento obrero y en los que el primer estado obrero, la república de los soviets, se vio contra las cuerdas aunque ahora a causa de las enormes dificultades económicas por las que atravesaba como resultado de la guerra imperialista y la continuación de esta como intervención en suelo de la república de los soviets, intervención que durante estos meses estaba siendo vencida militarmente.

Tras el Segundo Congreso Mundial de la Internacional Comunista se celebró, casi inmediatamente (del 1 al 7 de septiembre), el Congreso de los Pueblos de Oriente en Bakú (hacia donde numerosos delegados en el segundo congreso partieron justo acabado éste). La cuestión agraria, ahora sí analizada fuera del marco europeo, y la cuestión de la liberación de la mujer, tan pertinente teniendo en cuenta las representaciones en ese congreso, se discutieron en él. Aunque no tuvo consecuencias prácticas organizativas, el congreso de Bakú logró gran repercusión en el mundo colonial.

John Reed, que había asistido al congreso de Bakú derramando todo su entusiasmo, falleció en Moscú a causa del tifus el 17 de octubre. A causa del bloqueo, numerosos delegados debían realizar viaje de ida y vuelta que entrañaba no pocos riesgos de muerte. Ese fue el caso de Vergeat, Lepetit y Lefebvre, tres delegados franceses que desaparecieron en el mar en su viaje de vuelta. Trotsky les rindió homenaje en un texto seis meses más tarde, texto que está incluido en este capítulo. Pero en el viaje de vuelta también fallecieron los griegos Ligodopoulos y Alexakis asesinados por los pescadores que les llevaban de vuelta de contrabando mientras que un grupo de militantes turcos, entre los que se contaban Subhi y Hakki, a su llegada a Turquía fueron directamente asesinados por la policía turca.

En septiembre, no pasado ni un mes desde la clausura del segundo congreso, estalla en Italia la huelga con masivas ocupaciones de fábrica y formación, a menudo, de destacamentos de guardias rojos que mantienen la seguridad. La burguesía italiana necesitará cuatro meses para extinguir esta oleada. Inmediatamente después comienzan las agresiones fascistas (armadas y consentidas por el estado) contra el movimiento obrero.

En Checoslovaquia se produce una escisión largo tiempo aplazada en el partido socialista donde la Izquierda Marxista le disputaba la dirección de tú a tú a la vieja socialdemocracia en un partido realmente de masas y en un país fuertemente industrializado y que, por tanto, contaba con un nutrido proletariado. La derecha de la socialdemocracia traspasa la titularidad de los bienes a hurtadillas y al ver que pierde el control del partido, pues el movimiento hacia la adhesión a la Internacional Comunista se presenta mayoritario entre sus militantes y crece velozmente, llama en su auxilio a la justicia burguesa (propiedad de inmuebles) y a la policía, lo que provoca una huelga que el aparato estatal reprimirá ferozmente. En Moscú se evaluaban en 400.000 los miembros de las diversas organizaciones checoslovacas susceptibles de adherirse a la Tercera Internacional.

Tras la aprobación de las 21 condiciones en el congreso, se acrecentó la intensidad y virulencia de los debates en la mayoría de los partidos socialistas que se habían situado a medio camino entre la Segunda Internacional y la Internacional Comunista y, también, en el interior de los partidos socialistas adheridos a la Segunda Internacional. Esos debates y sus conclusiones no eran sino la continuación de los trabajos del congreso anterior y el remate de la creación de la Internacional Comunista.

En Alemania este debate se saldó con la creación del Partido Comunista Unificado de Alemania tras el Congreso de Halle del USPD (los independientes). El nuevo partido unido (VKPD) alcanzaba la cifra de 400.000 militantes. En aquel congreso de los independientes se decidió la adhesión del USPD a la Internacional Comunista (por 237 mandatos contra 156), lo que provocó la escisión.

En Francia los socialistas celebraron en Tours su congreso a partir del 25 de diciembre de 1920. En octubre, las juventudes socialistas habían votado a favor de la adhesión a la Internacional Comunista con cerca de las tres cuartas partes de los mandatos. De cara al Congreso de Tours la derecha se presentaba unida frente a Cachin-Frossar que reunían a los partidarios en el congreso anterior (Estrasburgo) del ingreso en la IC junto a una parte de los «reconstructores». Estos últimos estaban representados por Longuet. Ganaron los partidarios del ingreso en el partido comunista mundial: los franceses se adherían contando con un partido de 110.000 militantes.

En Italia Serrati, que había vuelto del congreso sabiendo que las relaciones entre él y el CEIC no marcharían bien gracias a las veintiuna condiciones, se puso inmediatamente tras su llegada a Italia a trabajar contra ellas, es decir a «interpretarlas», ofreciendo abundante munición a los adversarios internacionales (en especial en Francia y Alemania) de la adhesión a la Internacional Comunista. El 21 de enero de 1921 se fundaba allí el Partido Comunista Italiano, tras 98.028 votos a favor de la moción de Serrati en el Congreso de Livorno (15 de enero) completamente conciliacionista con los adversarios de la IC y que ahondaba en la «interpretación» de las condiciones de admisión. El CEIC reconoció al nuevo partido pero decidió, sin embargo, invitar al próximo congreso de la internacional al Partido Socialista Italiano recién escindido y que ya se había adherido a la IC antes del Segundo Congreso Mundial. Esta ruptura del PSI en su congreso de Livorno (al que había asistido Paul Levi como delegado de los alemanes) aceleró la crisis en el partido alemán. Los «acontecimientos de marzo» en Alemania acabaron por disparar la crisis que se saldó con la expulsión de Paul Levi y de la que salió vencedor Bela Kun, partidario de la ofensiva continuada al margen de las condiciones concretas de la lucha. El lector encontrará en este capítulo material de Trotsky sobre estos acontecimientos y la crisis del partido alemán. La revolución alemana continuaba «prolongándose».

Señalar que en febrero de 1921 se constituía en Viena (dirigida directamente por Adler contra la Internacional Comunista) la Internacional 2 y ½. En todos estos movimientos estuvo muy presente la discusión alrededor de las 21 condiciones.

En Rusia, el gobierno bolchevique se veía obligado, en junio de 1921, a pasar del «comunismo de guerra» a la Nueva Política Económica (Nep) que desde el principio recibió duras críticas en el interior del estado obrero y se usó como arma arrojadiza por toda la socialdemocracia internacional contra la construcción del socialismo. La revuelta de Cronstadt había sido la «señal de alarma para la dirección del Partido Bolchevique.» Este giro fue ratificado en el 10 Congreso del Partido Bolchevique: «Todas las medidas tomadas en los meses que siguieron al 10º Congreso dieron lugar a importantes cambios en la sociedad soviética, a reagrupamientos de fuerzas sociales y a modificaciones en las relaciones sociales. Sin duda alguna por parte de los dirigentes bolchevique se trataba de un audaz giro político.»

Los materiales de Trotsky presentados en este capítulo se centran en la problemática del partido francés, como será constante en él pues estaba encargado de su seguimiento, en los que debe seguir incidiendo en la necesidad del partido, ante las corrientes provenientes del sindicalismo revolucionario, y desmitificar la pretendida autonomía de los sindicatos, frente a la corriente reformista proveniente del socialismo francés. Alemania sigue estando en el corazón de la construcción de la internacional y el lector encontrará también materiales sobre, y referencias a, los problemas que enfrentaba el partido alemán (con especial incidencia en la marcha izquierdista de éste), de nuevo Trotsky es escogido para redactar el manifiesto del CEIC del Primero de Mayo y, por fin, señalar su intervención en la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas (que estaban preparando las tesis sobre la intervención entre las mujeres que serían aprobadas en el muy próximo congreso de la Internacional Comunista) en la que incide sobre la necesidad de girar hacia las masas y resalta la acción de vanguardia que la mujer proletaria había representado, y representaría, en muchísimas ocasiones de la historia del movimiento obrero.

 


 

 

Carta a un sindicalista francés

(Dirigida a Monatte detenido en la Santé)[52]

31 de julio de 1920

 

Estimado amigo,

El carácter político y la constitución de sus partidos le hacen dudar a usted de la III Internacional. Teme usted ver al movimiento sindicalista francés caer arrastrado a remolque de un partido político. Déjeme hacerle partícipe de mis ideas al respecto.

Ante todo tengo que decirle que el movimiento sindical francés, cuya independencia le preocupa, ya se encuentra a remolque de un partido político. Cierto que ni Jouhaux ni sus más cercanos lugartenientes, Dumoulin, Merrheim y el resto, todavía no son diputados, ni pertenecen aún a ninguno de los partidos parlamentarios. Pero esto se debe, simplemente, a una división del trabajo. En el fondo, Jouhaux lleva adelante en el dominio sindical una política de acuerdo con la burguesía completamente idéntica a la que realiza el socialismo francés tipo Renaudel-Longuet en el dominio parlamentario. Si se le exigiese a la dirección actual del partido socialista francés que trazase un programa para la CGT y que nombrase a su personal dirigente, no cabe duda alguna: el partido socialista francés sancionaría el actual programa de Jouhaux-Dumoulin-Merrheim y dejaría a esos señores en los puestos que ahora ocupan. Si se enviase a Jouhaux y consortes al parlamento y si se colocase a Renuadel y a Longuet al frente de la CGT, este desplazamiento no modificaría en nada la vida interna de la clase obrera francesa. Usted mismo se verá obligado a estar de acuerdo.

El cuadro que acabo de bosquejar prueba precisamente que no se trata de parlamentarismo o antiparlamentarismo, ni menos aún de adhesión formal a un partido. Las viejas etiquetas se han borrado y ya no responden a un contenido nuevo. El antiparlamentarismo de Jouhaux se parece como dos gotas de agua al cretinismo parlamentario de Renaudel. Por más que el sindicalismo oficial de hoy en día reniegue, por tradición, de todo partido, de la política de partido, etc., el hecho es que los partidos burgueses en Francia no pueden desear mejores representantes a la cabeza del movimiento sindical francés que Jouhaux, igualmente que no pueden desear mejores parlamentarios «socialistas» que Renaudel y Longuet.

El objetivo revolucionario del proletariado

Cierto, esos partidos burgueses no les escatiman las injurias. Pero es para no resquebrajar definitivamente su crédito ante el movimiento obrero. Lo esencial no es ni el parlamento, ni el sindicalismo, lo esencial es el carácter de la política seguida por la vanguardia de la clase obrera, tanto en el parlamento como en el plano sindical. Una política verdaderamente comunista, es decir una política que tenga como objetivo el derrocamiento de la dominación de la burguesía y del estado burgués, encontrará su expresión revolucionaria en todas las manifestaciones vitales de la clase obrera, en todas las asociaciones, instituciones y órganos donde penetren los representantes de esta clase: sindicatos, mítines, prensa, partido comunista, sociedades revolucionarias secretas que trabajen en el ejército o que preparen la insurrección, tribuna parlamentaria incluida, si los trabajadores avanzados envían al parlamento a auténticos revolucionarios para representarles.

El objetivo de la clase obrera es expulsar del poder a la burguesía, destruir sus instrumentos de opresión y coerción, crear sus propios órganos de dictadura obrera, a fin de aplastar la resistencia de la burguesía y de transformar lo más rápidamente posible todas las relaciones sociales en el sentido comunista. Quien, bajo pretexto de anarquismo, no admite este objetivo, el de la dictadura del proletariado, no es un revolucionario sino un pequeño burgués gruñón. Para esta gente, ningún lugar entre nosotros. Por otra parte, volveremos sobre el asunto más tarde.

Así, la tarea del proletariado consiste en destruir al régimen burgués por medio de la dictadura revolucionaria. Pero, como sabe usted, en el seno mismo de la clase obrera todos los elementos no son conscientes por igual. El objetivo a lograr con la revolución no se le presenta claramente, en toda su amplitud, más que a la minoría revolucionaria más consciente del proletariado. Esto es lo que le confiere su fuerza a esta minoría, cuanto con más firmeza, resolución y seguridad actúa, más apoyo encuentra en la masa obrera innumerable atrasada. Pero para que esos millones de obreros atrapados artificialmente en el charco de los prejuicios por el capitalismo, por la Iglesia, la democracia, etc., no se desvíen de la ruta y encuentren la expresión que conviene verdaderamente a sus aspiraciones integrales, es indispensable que la clase obrera tenga a su cabeza, en todas las manifestaciones de su vida, a los mejores y más conscientes de sus miembros y que estos últimos se mantengan fieles inquebrantablemente a su bandera, prestos, si es preciso, a dar su vida por la causa.

Necesidad de un partido comunista

Sindicalistas revolucionarios de Francia, vuestro punto de partida es bueno cuando constatáis que por sí solos los sindicatos que abarcan a las grandes masas obreras no son suficientes para hacer la revolución, y que es necesaria una minoría directora para educar a esta masa y ofrecerle, en cada caso, un programa de acción concreto y preciso.

¿Cómo debe estar compuesto ese grupo inicial? Está claro que no puede estar constituido por un agrupamiento profesional o territorial. No se trata de metalúrgicos, ferroviarios ni de carpinteros avanzados, sino de los miembros más conscientes del proletariado de todo el país. Deben agruparse, elaborar un programa de acción muy definido, cimentar su unidad, sobre una rigurosa disciplina interna y asegurarse así una influencia directora sobre todos los órganos de esa clase, y ante todo sobre los sindicatos.

¿Cómo llamarían ustedes a esa minoría directora del proletariado, agrupada en un bloque homogéneo por el programa comunista y ardiendo en deseos de arrastrar a la clase obrera al asalto definitivo contra la ciudadela capitalista? Nosotros la llamamos el partido comunista.

Pero entonces, dirán ustedes, ¿ese partido no tienen nada en común con el partido socialista francés actual? Completamente cierto. Y no hablamos de partido socialista sino de partido comunista precisamente para establecer muy claramente la diferencia.

- Sin embargo, ¿usted habla de partido?

- Sí, hablamos de partido. Por supuesto que se puede demostrar con éxito que la misma palabra de partido está fuertemente comprometida por los parlamentarios, los charlatanes profesionales, los charlatanes pequeñoburgueses y otros de la misma calaña.

Pero estos inconvenientes no afectan solamente a los partidos políticos.

Ya hemos reconocido conjuntamente que las organizaciones proletarias (sindicatos franceses, trade-union inglesas, Gewerkschaften alemanas) se han comprometido suficientemente también, como resultado del vergonzoso papel que sus líderes han jugado durante la guerra y continúan jugando en su mayor parte. Y, sin embargo, esta no es todavía una razón suficiente para renunciar al empleo de la palabra «sindicato». Por otra parte, estarán ustedes de acuerdo, lo que importa no es la terminología sino la naturaleza de las cosas. Bajo el nombre de partido comunista entendemos la unión de la vanguardia del proletariado en vistas a la dictadura del proletariado y la revolución comunista.

Los argumentos invocados contra la política y contra el partido ocultan muy a menudo un desconocimiento anarquista del papel del estado en la lucha de clases. Proudhon decía que el taller haría desaparecer al gobierno. Esto sólo es cierto en un sentido: la sociedad futura será un formidable taller liberado del principio gubernamental puesto que el gobierno o el estado no es más que el aparato de coerción de la clase dominante y puesto que, en la sociedad comunista, no habrán ya clases. Pero toda la cuestión radica en saber por qué camino llegaremos a la sociedad comunista. Proudhon pensaba que llegaríamos por la vía de la asociación. El taller haría desaparecer poco a poco al capitalismo y al estado. Ello es la más pura de las utopías como han demostrado los acontecimientos: es el taller el que ha desaparecido ante la fábrica monstruo, y encima de sus ruinas se ha elevado el trust monopolizador. Los sindicalistas franceses creían, y mucho de ellos todavía creen, que los sindicatos suprimirían la propiedad capitalista y destruirían al estado burgués. Es falso. Los sindicatos aparecían como un potente instrumento de huelga general coincidente con los métodos y procedimientos de las organizaciones sindicales. Pero para que la huelga devenga verdaderamente general es necesario tener una «minoría directriz» que, día a día, haga la educación revolucionaria de las masas. Es evidente que esta minoría no debe agruparse ni por oficio ni por profesión sino sobre la base de un programa determinado de acción proletaria revolucionaria. Ahora bien, como ya hemos dicho, esto no es otra cosa más que el partido comunista.

Insuficiencia de los medios sindicales

Pero para derrocar la dominación de la burguesía, no es suficiente con la huelga general que está completamente indicado que realice el aparato del sindicalismo. La huelga general es un arma buena para la defensa pero no para el ataque. Ahora bien, lo que nosotros queremos es derrocar a la burguesía y arrancarle de las manos la máquina gubernamental. La burguesía, representada por su estado, se apoya en el ejército. íšnicamente la insurrección armada, colocando al proletariado frente al ejército, descarga sobre esos elementos golpes mortales y gana para su causa a la mejor parte de ese ejército: únicamente la insurrección armada del proletariado es capaz de hacerlo dueño de la situación en el país. Pero, para el éxito de la insurrección se necesita una preparación enérgica y encarnizada: preparación organizativa y técnica. En todo momento hay que denunciar los crímenes y villanías de la burguesía en todos los dominios de la vida social: política internacional, atrocidades coloniales, despotismo interior de la oligarquía capitalista, bajezas de la prensa burguesa, he ahí los materiales de una requisitoria verdaderamente revolucionaria de la que es preciso saber sacar todas las consecuencias revolucionarias. Ahora bien, esos temas se salen del marco de la organización sindical y de su papel. Paralelamente a esta preparación se deberá proceder a la creación de puntos de apoyo organizativos para la insurrección del proletariado. Es preciso que en cada sindicato local, en cada fábrica, en cada taller, haya un grupo de obreros ligados indisolublemente por una idea común y que sean capaces, en el momento decisivo y gracias a su acción unánime, de arrastrar a la masa tras ellos, de mostrarle la buena ruta, de preservarla de los errores y de asegurarle la victoria. Hay que penetrar en el ejército. En cada regimiento debe existir un grupo sólido y coherente de soldados revolucionarios prestos y resueltos, para el día del encuentro con el pueblo, a pasarse al lado de los obreros y a arrastrar a todo el regimiento con ellos. Esos grupos proletarios revolucionarios cimentados por la idea, ligados por la organización, sólo podrán actuar con pleno éxito si son células de un partido comunista unificado y centralizado. Si logramos tener en las diversas instituciones gubernamentales, y especialmente en las instituciones militares, amigos seguros, declarados o secretos, al corriente de todos los asuntos, intenciones y maquinaciones de las camarillas dirigentes, nos informarán a tiempo sobre todo, es evidente que con ello no podemos más que ganar. Igualmente, esto sólo será para nosotros otra fuerza más si logramos enviar al parlamento burgués aunque sólo sea a un puñado de militantes fieles y dedicados a la causa de la revolución comunista, en estrecho contacto con los órganos legales e ilegales de nuestro partido, estrictamente subordinados a la disciplina del partido, jugando el papel de divulgadores del proletariado revolucionario en el parlamento, ese estado mayor de la burguesía, y dispuestos en todo momento a abandonar la tribuna parlamentaria a cambio de las barricadas.

Por supuesto estimado amigo que esos obreros no son ni Renaudel ni Sembat ni Varenne. Pero ¿acaso no hemos conocido a Karl Liebknecht? í‰l también era miembro del parlamento. La canalla capitalista y socialpatriota ahogó su voz. Pero las palabras de acusación y llamamiento que pudo lanzar por encima de la cabeza de los verdugos del pueblo alemán estremecieron los sentimientos y la conciencia de centenares de millares de obreros alemanes. Karl Liebknecht descendió del parlamento a la plaza de Potsdam para llamar a las masas proletarias a la lucha. Cambió la plaza por el presidio y el presidio por las barricadas de la revolución. í‰l, ardiente partidario de los soviets y de la dictadura del proletariado, estimó en consecuencia que era necesario participar en las elecciones a la Asamblea Constituyente alemana. Al mismo tiempo, organizaba a los soldados comunistas. Cayó en su puesto. ¿Qué era Karl Liebknecht? ¿Sindicalista? ¿Parlamentario? ¿Periodista? No, era el revolucionario comunista que se abría camino hacia las masas a través de todos los obstáculos. Se dirigió a los sindicalistas desenmascarando a los Jouhaux y a los Merrheim de Alemania. Dirigió la acción del partido en el ejército preparando la insurrección. Publicó diarios revolucionarios y llamamientos legales e ilegales. Penetró en el parlamento para servir allí a la causa como lo hacía también en otras horas del día en las organizaciones clandestinas.

Órganos de la dictadura del proletariado

Cuanto más tiempo tarde la élite del proletariado francés en fundar un partido comunista centralizado, más tiempo tardará en apoderarse del poder, en suprimir la policía burguesa, el militarismo burgués, la propiedad privada de los medios de producción. Por otra parte, sin esas condiciones, el taller no suprimirá al estado. Tras la experiencia de la revolución rusa, quien no lo haya comprendido todavía está perdido sin remedio. Pero, incluso después de que la revolución triunfante haya hecho caer el poder en manos del proletariado, éste no podrá inmediatamente liquidar al estado entregando la autoridad a los sindicatos. Los sindicatos organizan a las capas superiores de la clase obrera por profesión e industria. El poder debe reflejar los intereses y las exigencias revolucionarias de la clase obrera. Por ello el órgano de la dictadura del proletariado no es el sindicato sino los soviets elegidos por los trabajadores y, en número, por millones de obreros que jamás han pertenecido a ningún sindicato y que se han despertado por primera vez a la revolución.

Pero con formar soviets no está todo arreglado. Además es preciso que esos soviets tengan una política revolucionaria determinada. Es preciso que distingan claramente a los amigos de los enemigos, es necesario que sean capaces de acciones decisivas y de acciones implacables si lo exigen las circunstancias. El ejemplo de la revolución rusa, el de la revolución en Hungría y en Baviera, demuestran que la burguesía no depone jamás las armas tras su primera derrota. Muy al contrario, desde el momento en que pierde esa batalla su desesperación no hace otra cosa más que multiplicar por dos o por tres su energía.

Régimen soviético significa régimen de lucha implacable contra la contrarrevolución indígena y extranjera. ¿Quién, pues, le dará a los soviets elegidos por los obreros un nivel de conciencia diferente, un programa de acción claro y preciso? ¿Quién les ayudará a orientarse en el dédalo de la situación internacional y a encontrar la buena vía? A buen seguro que eso sólo pueden hacerlo los revolucionarios más conscientes y más experimentados, ligados indisolublemente por la unidad de su programa. Y, otra vez, es el partido comunista.

Algunos simples (o puede ser que algunos ladinos) denuncian con horror el hecho que en Rusia el partido «dirige a los soviets y a las organizaciones profesionales».

Los sindicatos franceses, dicen ciertos sindicalistas, «reclaman su independencia y no soportarán que el partido los dirija». Pero entonces, ¿cómo es que, vuelvo a repetir, los sindicalistas franceses sufren la dirección de Jouhaux, dicho de otra forma de un agente manifiesto del capital angloestadounidense? Su independencia formal no preserva a los sindicalistas franceses de la influencia de la burguesía. Los sindicalistas rusos han repudiado semejante independencia. Han derrocado a la burguesía. Y lo han logrado porque han expulsado de sus filas a los señores Jouhaux, Dumoulin, Merrheim y los han reemplazado por combatientes fieles, probados, seguros, es decir por comunistas. Haciendo esto no han asegurado solamente su independencia frente a la burguesía sino también la victoria sobre ella.

Es verdad, nuestro partido dirige las organizaciones profesionales y los soviets. ¿Ha sido siempre así? No. Este puesto director el partido del proletariado lo ha conquistado al precio de una incesante lucha contra los partidos pequeño burgueses, mencheviques, socialistas-revolucionarios, y contra los neutros, es decir contra los elementos retardatarios o sin principios. Cierto, los mencheviques derrotados por nosotros dicen que nos aseguramos la mayoría con la «violencia». Pero ¿cómo es que las masas trabajadoras que derrocaron el poder del zar, después el de la burguesía, después el de los conciliadores que, sin embargo, detentaban el aparato de coerción gubernamental, no solamente toleran en el presente el poder y la «coerción» del partido comunista dirigiendo los soviets sino que, además, entran en nuestras filas en número cada vez mayor? Ello se explica solamente por el hecho que la clase obrera rusa ha adquirido una enorme experiencia. Ha tenido la posibilidad de verificar en la práctica la política de los diversos partidos, grupos o camarillas, de comparar sus palabras y sus actos y de llegar a esta conclusión: que el único partido que sigue fiel a sí mismo, en todos los momentos de la revolución, en los fracasos como en la victoria, ha sido y sigue siendo aún el partido comunista. También ¿qué puede ser más natural si cada reunión de obreros, cada conferencia sindical, elige a comunistas para los puestos más importantes? Es la definición misma del papel dirigente del partido comunista.

La unidad del frente revolucionario

En la actual hora, los sindicalistas revolucionarios, o más exactamente los comunistas como Monatte, Rosmer y resto, constituyen una minoría en el marco de las organizaciones sindicales. Están en la oposición, critican y denuncian las maquinaciones de la mayoría dirigente que expresa las tendencias reformistas, dicho de otra forma: las tendencias puramente burguesas. En una situación idéntica se encuentran los comunistas franceses, en el marco del partido socialista que defiende las ideas del conformismo pequeño burgués. Monatte y Jouhaux ¿tienen una política sindical común? No: son enemigos. Uno está al servicio del proletariado y el otro defiende, bajo una forma disfrazada, las tendencias burguesas. Loriot y Renaudel-Longuet ¿tienen una política común? No: uno conduce al proletariado a la dictadura revolucionaria, el otros somete a las masas trabajadoras a su democracia burguesa. Ahora: ¿qué distingue a la política de Monatte de la de Loriot? íšnicamente que Monatte opera preferentemente en el terreno sindical y Loriot en el de las organizaciones políticas. Pero ese hecho sólo refleja una división del trabajo. Los sindicalistas verdaderamente revolucionarios, igualmente que los socialistas verdaderamente revolucionarios, deben agruparse en un mismo partido comunista. Deben cesar de ser la oposición en el seno de partidos que en el fondo les son extraños. Deben, bajo la forma de una organización independiente y de la bandera de la III Internacional, presentarse ante las grandes masas, dar respuestas claras y precisas a todas las cuestiones, dirigir su lucha y orientarse en la vía de la revolución comunista. Las organizaciones sindicales, cooperativas, políticas, la prensa, los círculos clandestinos del ejército, la tribuna parlamentaria, los ayuntamientos, etc. no son otra cosa más que variantes de organización exterior, de métodos prácticos o de puntos de apoyo. La lucha sigue siendo una, por su contenido, sea cual sea el dominio en el que se produzca. El elemento activo en esta lucha es la clase obrera. Su vanguardia dirigente es el partido comunista, en el que los sindicalistas verdaderamente revolucionarios deben ocupar el lugar de honor.

Suyo

León Trotsky

 

 

 


 

 

Carta a los camaradas yugoslavos[53]

10 de octubre de 1920

 

Estimados camaradas,

El camarada Milkich me ha remitido una copia de su carta y los informes adjuntos. En ruta hacia el frente sur, en el que durante las próximas semanas deben producirse luchas decisivas contra Wrangel, he podido leer atentamente su carta. Releyéndola, la atmósfera del movimiento obrero yugoslavo, y en particular del serbio, me ha vuelto claramente a la memoria.

La guerra de los Balcanes fue como la obertura, la entrada, en la gran guerra universal. Entonces, los socialistas tuvieron que sufrir la primera prueba de su fidelidad a su bandera. En el partido serbio se produjeron dudas y divergencias, pero no tuvieron tiempo para desarrollarse y, en lo que recuerdo, cesaron con la conclusión de la paz. Kaizlerovich se fue decididamente al social-patriotismo. Lapichevich mantuvo una actitud firme y decidida; pero reconozco con la mayor aflicción que durante el movimiento actual, Lapichevich ya no representa el futuro sino el pasado. Durante esta cruel lucha hemos perdido muchos amigos. Unos han perecido materialmente, otros espiritualmente.

Al hablar de quienes han muerto realmente recuerdo ante todo la imagen de nuestro amigo Dmitri Tulsovich. Estoy seguro que su pérdida es sentida en el movimiento yugoslavo y balcánico hasta ahora. Era una figura de las más firmes. Inquebrantable, sólida, y llena de seguridad. Tulsovich había sido creado por esta época de la humanidad. Es una desgracia que haya muerto antes de entrar en la nueva vía de nuestra época revolucionaria.

Duchan Popovich ya no está tampoco con nosotros. Sé que no se libró de errores social-patriotas. Pero quiero creer que ese decidido luchador, ese periodista joven y talentoso, habría estado entre los nuestros con toda la fuerza de su pensamiento, en el campo de la revolución y del comunismo.

Con alegría he encontrado entre los jefes del movimiento comunista de Yugoslavia los nombres de camaradas que desde 1912 conozco bien. No voy a indicar sus nombres a fin de no perjudicarlos por culpa de las autoridades yugoslavas. Conozco menos el movimiento de las ex provincias eslavas del imperio de los Habsburgo. Pero lo suficiente como para hacerme la idea de que las organizaciones socialistas de esas regiones reflejan el espíritu general de la política socialdemócrata austríaca, es decir el espíritu laxo de sumisión a la voluntad de los gobernantes, el espíritu de legalidad a cualquier precio, el espíritu de las ilusiones reformistas y de los prejuicios chovinistas.

Según Rakovsky, los jefes del movimiento socialista transilvano, en su unión con el partido socialista rumano, han aportado a esta unión el espíritu del más bajo oportunismo parlamentario. De vuestra carta se desprende que los antiguos jefes del movimiento obrero de Croacia, Eslovaquia y Bosnia han vuelto al social-patriotismo. Lleváis contra ellos una lucha decisiva y, como siempre en semejantes casos, las masas están de vuestra parte. Vuestro último congreso en Vukovari parece la mejor prueba de ello. El Partido Comunista central cuenta con alrededor de 60.000 miembros, enorme fuerza en Yugoslavia, donde la burguesía de las diferentes provincias parece atenaza por todas partes y debilitada por las divisiones internas. Las organizaciones sindicales se encontraban en Serbia, hasta la guerra, bajo la dirección e influencia del partido socialdemócrata. En el presente, así como parece deducirse de vuestra carta, las organizaciones comunistas de Yugoslavia mantienen y aumentan su influencia en los sindicatos reuniendo a 150.000 proletarios. En la medida en que es posible formarse un juicio desde aquí, vuestro movimiento sigue la buena vía revolucionaria.

Durante la guerra imperialista, la consigna «liberación» de Serbia de las garras austrohúngaras jugó un gran papel en la propaganda del imperialismo anglofrancés, es decir en el engaño a las masas obreras. Serbia salió de la guerra engrandecida en sus territorios. Aumentó su tamaño con territorios pertenecientes a Austria-Hungría y Bulgaria y devino Yugoslavia. Pero jamás la pequeña Serbia se vio bajo una esclavitud tan grande frente a Austria-Hungría como lo está Yugoslavia frente a Francia y la Entente en general. Yugoslavia victoriosa no está menos arruinada y agotada que sus enemigos vencidos. Hay que añadir a ello que si la economía de la Europa destruida se ha regenerado sobre bases antiguas, la reconstrucción capitalista de Yugoslavia, Bulgaria, Hungría y Austria entrañará inevitablemente nuevos choques sangrientos entre esos país. íšnicamente la revolución socialista en los Balcanes y en la Europa Central puede crear condiciones favorables para regeneración pacífica y la recuperación económica de las masas trabajadoras yugoslavas. íšnicamente la Federación Soviética de los Balcanes, estrechamente ligada con las federaciones de la Europa Central, permitirá a las diferentes nacionalidades establecidas en esas regiones reunir sus fuerzas en una colaboración pacífica en lugar de fragmentarlas y dividirlas.

La revolución está en marcha y no podrá ser detenida. Exige la organización unánime y sólida en el combate de la clase obrera. Reunid todas vuestras fuerzas, camaradas, a fin de crear tal organización. En nombre de la revolución proletaria que se acerca, saludo al partido comunista hermano yugoslavo.

Járkov, 10 de octubre de 1920

Trotsky

 


 

Respuesta al camarada Gorter.

Discurso al CE de la Internacional Comunista[54]

24 de noviembre de 1920

 

Camaradas:

No pudiendo improvisar un discurso-programa, según la expresión del camarada Zinóviev, me limitaré a formular aquí algunas observaciones críticas sobre el discurso-programa que ha pronunciado el camarada Gorter a modo de observaciones a la Internacional Comunista. Es preciso que empiece por algunas consideraciones preliminares. El camarada Gorter no se ha limitado a exponer su tendencia; también nos ha amonestado e ilustrado, a nosotros, los retrasados de Europa oriental, en nombre de la Europa occidental. Lamento no haber visto el mandato del camarada Gorter, por lo que no sé si ha sido mandatado precisamente por la Europa occidental para hacernos estas amonestaciones. Pero por lo que puedo juzgar, el discurso del camarada Gorter no contiene más que la repetición de las críticas y fórmulas que en repetidas ocasiones ha objetado al programa y a los principios tácticos de la Tercera Internacional, programa y principios que hemos enunciado (nosotros, los socialistas del Oriente) de pleno acuerdo con nuestros cada vez más numerosos amigos y camaradas de Europa occidental. Por otra parte, nos es imposible olvidar que el camarada Gorter no habla más que en nombre de un pequeño grupo con una mínima influencia en el movimiento obrero de Europa occidental. Lo que es preciso dejar claro desde el principio para evitar cualquier malentendido.

Si quisiera comportarme como Gorter y encuadrar las opiniones políticas revolucionarias según las costumbres nacionales, diría que el camarada Gorter razona más como holandés que como europeo occidental. No habla en nombre de Francia, ni de Alemania, países en los que el proletariado posee una gran experiencia; habla en nombre de una fracción de un pequeño partido holandés que tiene, ciertamente, sus méritos, pero que hasta el presente no ha podido encabezar como fuerza revolucionaria grandes movimientos de masas. Se trata más bien de un partido volcado hacia la propaganda, más que de un partido de combate. Encuadra a militantes que tenemos en alta estima, y que no caen en el reproche dirigido desde esta tribuna por el camarada Gorter al camarada Zinóviev, con motivo de la intervención de este último en el Congreso de Halle: el reproche de querer ganarse a las masas a cualquier precio. Un partido que ha logrado hacer, en varios decenios, dos mil prosélitos, no puede ser acusado de buscar popularidad, o al menos de tener éxito en esa búsqueda. Y se puede comprobar, según el camarada Gorter, que entre los dos mil comunistas holandeses que ha formado y entre los que se ha formado, la unidad de criterios no ha sido absoluta en lo tocante a algunos acontecimientos capitales: algunos miembros de este partido acusaron a otros, durante la guerra, de apoyar a la Entente. Holanda es un hermoso país, pero aún no ha entrado en la vía de las grandes luchas revolucionarias donde se forja el pensamiento de la Internacional Comunista.

Gorter nos acusa de ser demasiado rusos. A nadie le es dado transformar totalmente su naturaleza. Creemos sin embargo que el camarada Gorter aborda la cuestión de una forma un tanto geográfica y, políticamente, se acerca un poco demasiado a los oportunistas y socialistas «amarillos» cuando nos dice: «Si los chinos quisieran imponeros a vosotros, rusos, su método y forma de actuar, probablemente les responderíais que hablan demasiado chino y que sus proposiciones no pueden convertirse en obligaciones para los rusos». El camarada Gorter cae aquí en la estrechez nacional más limitada. Nuestro punto de vista es que la economía mundial constituye un sistema orgánico definido sobre cuyas bases se desarrolla la revolución proletaria mundial. Y la Internacional Comunista se orienta en el complejo de la economía mundial analizándola mediante el método científico del marxismo y teniendo en cuenta toda la experiencia de las luchas anteriores. Lo que, lejos de excluirlas, supone particularidades de desarrollo propias de cada país y procesos propios. Sin embargo, para apreciar en su justa medida todas estas particularidades es preciso examinarlas en conexión con la situación internacional. Y el camarada Gorter no hace esto, por eso se equivoca totalmente.

Así sucede cuando afirma que el proletariado holandés está solo en la lucha mientras que el proletariado ruso tiene el apoyo de las masas campesinas, esta afirmación es demasiado unilateral y, por consiguiente, inexacta. El proletariado inglés no está menos aislado, aunque el imperio inglés se extiende por los dos hemisferios. La industria y la situación del capital ingleses dependen totalmente de las colonias. Por lo tanto, la lucha del proletariado inglés depende de la de las masas populares de las colonias. El combate del proletariado inglés contra el capital de la metrópoli debe orientarse conforme a los intereses y la situación del campesino hindú. Los proletarios ingleses no podrán lograr una victoria definitiva mientras los pueblos de la India no se subleven y no ofrezcan a su lucha un objetivo y un programa. Por otra parte, la victoria es imposible en las Indias sin el concurso y la dirección del proletariado inglés. En esto consiste la colaboración revolucionaria del proletariado y el campesinado del Imperio británico.

Nosotros nos encontramos, tanto desde el punto de vista social como desde el punto de vista geográfico, a mitad de camino entre los países que poseen colonias y los colonizados, pues las mayores fábricas de Petrogrado y Moscú estaban financiadas por el capital europeo y norteamericano que recibían su plusvalía. El hecho de que el capitalista industrial ruso no era en realidad más que el tercer intermediario del capital internacional confería inmediatamente un alcance revolucionario internacional a la lucha del proletariado ruso. Los obreros rusos se enfrentaban, por un lado, al capital financiero coaligado ruso, francés, belga, etc., y, de otro, a las masas campesinas atrasadas que se mantenían en una especie de semi servidumbre. De alguna manera teníamos entre nosotros, simultáneamente, a Londres y a las Indias. Aunque estábamos muy atrasados, de esta forma nos aproximábamos a los problemas europeos y mundiales, considerados en una perspectiva histórica.

Pero no fue solamente a nivel nacional como nos formamos nuestra concepción de la acción revolucionaria. Desde el principio asimilamos las enseñanzas de Marx, enriquecidas por la experiencia de medio siglo de luchas proletarias, y con la ayuda del método marxista analizamos unas condiciones de lucha que nos venían dadas. Aunque sólo sea para excusarnos apenas de esa inercia rusa que se nos reprocha, me permitiré recordar aquí que muchos de nosotros han intervenido durante muchos años en los movimientos obreros de Europa occidental. La mayoría de dirigentes del Partido Comunista ruso han vivido y militado en Alemania, en Austria, en Francia, en Inglaterra, en América, junto a los mejores militantes de esos países. Y no ha sido alguna teoría puramente rusa la que nos ha permitido comprender los acontecimientos en Rusia. Ha sido la teoría marxista y el hecho de que generaciones enteras de revolucionarios rusos han pasado por las escuelas revolucionarias de Europa occidental. Y me permitiré añadir a esto que los autores de El Manifiesto Comunista pertenecían también al pueblo industrialmente más atrasado de su época, pero provistos del método que habían elaborado se basaron en la doble experiencia de la Revolución francesa y el desarrollo del capitalismo inglés para analizar la situación en Alemania.

Repito, cuando el camarada Gorter dice que, al contrario de lo que se ha visto en Rusia, el proletariado de Occidente estará completamente solo, pone de manifiesto una diferencia indiscutible entre la situación del campesinado ruso y el de Europa occidental. Pero además pasa por alto un hecho aún más importante: el carácter internacional de la revolución misma y de las relaciones sociales. Aborda la cuestión desde el punto de vista insular inglés, olvidando el Asia y ífrica, olvidando la conexión entre la revolución proletaria en Occidente y las revoluciones agrarias nacionales de Oriente. He aquí el talón de Aquiles del camarada Gorter.

En la cuestión sindical la actitud del camarada Gorter es absolutamente desconcertante. Por momentos parece que para él se reduzca a una modificación de las formas de organización. Pero realmente el problema es más profundo. Todo el discurso del camarada Gorter destila el miedo a las masas. El camarada Gorter es un pesimista que no cree en la revolución proletaria. No en vano ha hablado con tal desprecio del camino de la III Internacional hacia las masas. í‰l habla poéticamente de la revolución social, pero no confía en sus bases materiales, en la clase obrera. Su punto de vista es esencialmente individualista y aristocrático y la aristocracia revolucionaria es necesariamente pesimista. Gorter sostiene que nosotros, los orientales, no tenemos idea del grado de aburguesamiento de la clase obrera y que a medida que las masas nos van apoyando, más peligramos nosotros.

Ese es el leit motiv de su discurso. No cree en el espíritu revolucionario de la clase obrera y no aprecia el espesor del proletariado bajo la delgada capa de burócratas que lo recubre.

¿Qué opina pues Gorter? ¿Qué es lo que quiere? Propaganda. En realidad todo su método se reduce a esto. «La revolución», dice, «no depende de las necesidades y de las condiciones económicas, sino de la conciencia de las masas; y esta se forma mediante la propaganda». La propaganda entendida de forma completamente idealista, en el sentido de los divulgadores racionalistas del siglo dieciocho. ¿Si la revolución no depende de las condiciones de existencia de las masas, o al menos más de la propaganda que de esas condiciones, por qué no la habéis hecho en Holanda? En realidad lo que queréis es sustituir un método eficaz para el desarrollo de la Internacional por la propaganda y la selección de trabajadores aislados. Queréis una Internacional pura. No sé de qué Internacional de «puros» se puede tratar, pero vuestra propia experiencia holandesa os tendría que haber enseñado que con esta forma de actuar se producen graves desacuerdos en la organización mejor seleccionada.

El idealismo del camarada Gorter le hace caer en una contradicción tras otra. Empieza por la propaganda, que para él comprende toda la educación de las masas, y afirma acto seguido que las revoluciones se llevan a cabo con hechos, no con palabras. Una afirmación necesaria para la actividad antiparlamentaria. Es poco edificante que el camarada Gorter tenga que pronunciar un discurso de hora y media para probarnos que las revoluciones se hacen con hechos y no con palabras. Sin embargo le oímos afirmar anteriormente que las masas pueden ser preparadas por la propaganda, es decir por los discursos. El hecho de que Gorter quiera formar un grupo escogido de agitadores, propagandistas, escritores que, sin rebajarse a acciones tan vulgares como la participación en las elecciones o en el movimiento sindical, educarían a las masas mediante discursos y artículos impecables, hasta el momento en que estas masa pudieran llevar a cabo la revolución comunista, lo repito, muestra que sus ideas están profundamente penetradas de un espíritu individualista.

La afirmación antirrevolucionaria de Gorter según la cual la clase obrera de Europa está completamente aburguesada es radicalmente falsa. Si fuera así, esta constatación equivaldría a condenar a muerte todas nuestras esperanzas. Combatir el poder de un capital que ha logrado aburguesar al proletariado, y combatirlo mediante la propaganda de unos elegidos, sería desesperadamente utópico. Por el contrario, la realidad es que sólo algunas capas superiores del proletariado, bastante numerosas, eso sí, se han aburguesado.

Consideremos los sindicatos. Antes de la guerra reagrupaban a dos o tres millones de trabajadores en Alemania e Inglaterra. En Francia a unos 300.000 hombres. Ahora, en estos tres países, encuadran a diez o doce millones. ¿Cómo podríamos intentar influir sobre las masas desde el exterior de estas potentes organizaciones en las que la guerra ha hecho entrar a millones de obreros? Gorter nos hace ver que fuera de los sindicatos quedaban más obreros que dentro de ellos. Es verdad. ¿Pero cómo piensa influir sobre esas masas atrasadas que incluso tras la tremenda conmoción de la guerra no se han unido a las organizaciones económicas del proletariado? ¿Acaso piensa que sólo se han sindicado los proletarios aburguesados y que los puros se han quedado fuera de las organizaciones sindicales? Esto sería una ingenuidad, pues aparte de algunos cientos de miles de obreros privilegiados y corrompidos, los elementos más conscientes y los mejores militantes han entrado por millones en los sindicatos, y fuera de estos no encontraremos el camino que conduce hacia las masas más atrasadas y oprimidas del proletariado. La formación de núcleos comunistas en los sindicatos significa la penetración de nuestro partido entre los elementos más activos, más conscientes y por lo tanto más accesibles, desde nuestro punto de vista, de la clase obrera. El que no comprende esto, el que no aprecia la gran masa de proletarios sindicados tras la delgada capa de privilegiados y burócratas, el que pretende actuar al margen de los sindicatos, se expone a clamar en el desierto.

Gorter considera al sindicato y al parlamentarismo como categorías situadas fuera de la historia. Y como los socialdemócratas no han logrado hacer la revolución sirviéndose de los sindicatos y del parlamentarismo, Gorter propone dar la espalda a ambos sin darse cuenta que eso significaría apartarse de la clase obrera.

Realmente, la socialdemocracia, con la que hemos roto proclamando la Tercera Internacional, ha marcado una época en el desarrollo de la clase obrera, la época de la reforma y no de la revolución. La historia futura comparará el desarrollo de la burguesía y el del proletariado y concluirá que también la clase obrera ha pasado por un período de reforma.

¿Cuál fue el rasgo esencial de ésta? Cuando despertó a la acción histórica autónoma, la burguesía no se planteó para nada la tarea de conquistar el poder. Más bien intentó asegurarse, en el seno de la misma sociedad feudal, unas condiciones de existencia más confortables, más adecuadas a sus necesidades. Y modificó, en este sentido, el marco del Estado feudal, lo transformó e hizo de él una monarquía burocrática. Transfiguró la religión individualizándola, es decir adaptándola al espíritu burgués. Estos objetivos no hacían más que expresar la debilidad histórica de la burguesía. Pero una vez se hubo asegurado estas posiciones, la burguesía inició su conquista del poder. La socialdemocracia se ha mostrado incapaz de transformar el marxismo en acción revolucionaria. El papel de la socialdemocracia se ha reducido a la utilización de la sociedad burguesa y del Estado en interés de las masas obreras. Aunque su objetivo real era la conquista del poder, esta idea no tuvo ninguna influencia práctica. La actividad parlamentaria no tenía como objetivo formar un partido revolucionario a partir del parlamentarismo sino adaptar a la clase obrera a la democracia burguesa. Esta adaptación de un proletariado, aún insuficientemente consciente de su fuerza, a las condiciones sociales, al estatismo, a la ideología de la sociedad burguesa, fue evidentemente un proceso histórico, pero nada más que un proceso «histórico», es decir limitado por ciertas condiciones de la época. La época de reforma proletaria creó su propio mecanismo de burocracia obrera, con su propia manera de pensar, su rutina, su mezquindad, su maleabilidad, su miopía. Gorter confunde los mecanismos burocráticos con las masas proletarias sobre las que se han formado: ahí tienen su origen las ilusiones del camarada Gorter. Su concepción no es materialista, no es histórica. No comprende las relaciones recíprocas entre una clase y un mecanismo histórico temporal, entre una época pasada y el presente. í‰l declara: «Los sindicatos han fracasado, la socialdemocracia ha quebrado, el comunismo ha quebrado y la clase obrera se ha aburguesado. Es preciso comenzar desde el principio, mediante un grupo de elegidos que, al margen de todas las antiguas formas de organización, traigan al proletariado la verdad pura, lo limpien de prejuicios burgueses y lo preparen para la revolución proletaria». Como ya he dicho antes, este idealismo no es más que el reverso de un profundo escepticismo.

Gorter observa todas las peculiaridades del pensamiento antimaterialista, antidialéctico y antihistórico respecto a la época en que vivimos y, particularmente, respecto a la revolución alemana. Dos años dura ya la revolución en Alemania. Allí se suceden los reagrupamientos, los estados de ánimo, los métodos. Una sucesión que tiene lugar en un cierto orden que habríamos podido y debido prever basándonos en nuestra experiencia y el análisis de los hechos. El camarada Gorter, sin embargo, no tiene la menor posibilidad de ofrecernos nada que se parezca a una prueba de que el punto de vista que defiende se desarrolla sistemáticamente en Alemania y que acrecienta su influencia enriqueciéndose con la experiencia revolucionaria.

El camarada Gorter habla con el mayor desprecio de la escisión que se ha producido entre los independientes alemanes. A sus ojos se trata de un episodio insignificante de la existencia de los oportunistas y charlatanes pequeñoburgueses. Una afirmación que no hace más que probar cuán superficial es la opinión de Gorter. Pues la Internacional Comunista, desde su período de gestación, antes de su fundación formal, previó (en la persona de sus teóricos) la ineluctable formación del partido de los independientes, su ulterior transformación y la escisión. Predijimos esta última al principio de la revolución. La alentamos. La preparamos con los comunistas alemanes. Y llegamos a ella. La formación de un Partido comunista unificado en Alemania no es un episodio insignificante, es un hecho histórico de la mayor importancia. Este hecho histórico prueba una vez más la justeza de nuestras previsiones históricas y de nuestra táctica. El camarada Gorter, con sus discursos de propaganda formal, con sus discursos racionalistas, debería reflexionar seriamente antes de anatematizar una tendencia que crece con la revolución y que, previendo ella misma su futuro inmediato, se asigna unos objetivos claros y sabe esperarlos.

Pero volvamos al parlamentarismo. Gorter nos dice: «Ustedes, orientales, a quienes la democracia y la cultura burguesas no han seducido, no pueden darse cuenta de lo que significa el parlamentarismo para el movimiento obrero». Después, para aclararnos un poquito, el camarada Gorter nos descubre la influencia disolvente del reformismo parlamentario. Pero, si la inteligencia de los orientales no puede orientarse entre estos problemas, realmente no merecería la pena discutir con nosotros. Temo que el camarada Gorter, en lugar de traernos el último grito del pensamiento revolucionario de Europa occidental, no hace más que expresar un aspecto, y el más conservador y limitado. En su tiempo, y aún hoy en día, El Manifiesto Comunista fue considerado un producto de la cultura alemana y de un pensamiento político atrasado por numerosos socialistas franceses e ingleses. Pero el argumento del meridiano no es muy convincente. Aunque estemos ahora en el meridiano de Moscú, nos consideramos representantes de la experiencia de la clase obrera, conocemos (y no solamente por los libros) la lucha contra el reformismo en el movimiento obrero internacional, hemos observado de cerca, y con sentido crítico, el parlamentarismo socialdemócrata en muchos países, y nos imaginamos con total claridad su lugar en el desarrollo de la clase obrera.

Si creemos a Gorter, en el ánimo de los obreros hay demasiado servilismo respecto al parlamentarismo. Es verdad. Pero también es preciso añadir que en el de ciertos ideólogos este servilismo viene completado por una especie de temor místico al parlamentarismo. Goter piensa que dando un rodeo kilométrico para no pasar frente al Parlamento disminuirá o desaparecerá el servilismo de los obreros ante el parlamentarismo.

Esta táctica se basa en supersticiones idealistas y no en la realidad. El punto de vista comunista considera el parlamentarismo en relación a cada situación política, sin fetichismo, sin asignarle un valor positivo o negativo. El Parlamento es un instrumento de engaño político para adormecer a las masas y propagar las ilusiones y los tópicos de la democracia política, etc. Esto es indiscutible. ¿Pero sólo el Parlamento es un instrumento de engaño? ¿Acaso los periódicos, especialmente los socialdemócratas, no difunden el veneno pequeñoburgués? ¿No deberíamos por ello renunciar a la prensa como medio de agitación comunista entre las masas? ¿O debemos pensar que la actitud del grupo de Gorter hacia el parlamentarismo desacreditará a este último? Si así fuera, ello querría decir que la idea de la revolución comunista, representada por el camarada Gorter, ocupa un lugar privilegiado en la cabeza de las masas. Pero entonces el proletariado podría deponer sin apenas esfuerzo al Parlamento y tomar el poder. Y este no es el caso. El mismo Gorter, lejos de negar el servilismo de las masas ante el Parlamento lo exagera inmoderadamente. ¿Y qué conclusión extrae? Que es preciso mantener la pureza de su grupo, es decir de su secta. Al fin y al cabo, los argumentos de Gorter pueden servir contra todas las formas de lucha de clases del proletariado, pues todas han sido profundamente contaminadas por el oportunismo, el reformismo y el nacionalismo. Rechazando la participación en los sindicatos y en el Parlamento, Gorter ignora la diferencia entre la Tercera Internacional y la Segunda, entre el comunismo y la socialdemocracia y, lo que es más grave, no aprecia la diferencia entre dos épocas históricas y dos coyunturas mundiales.

Por otra parte, Gorter reconoce que los discursos parlamentarios de Liebknecht tuvieron una gran influencia antes de la revolución. Pero, dice, cuando empieza la revolución el parlamentarismo pierde toda razón de ser. Por desgracia Gorter se olvida de decirnos de qué revolución se trata. Liebknecht hablaba en el Reichtag en vísperas de la revolución burguesa; ahora, el gobierno burgués y el país entero se encuentran, en Alemania, frente a la revolución proletaria. En Francia se llevó a cabo la revolución burguesa tiempo ha; la revolución proletaria no ha tenido lugar, y nada nos garantiza que ésta tendrá lugar en una semana o en un año. Inglaterra y la mayor parte de los países civilizados del mundo aún no han entrado en la vía de la revolución proletaria. Nos encontramos en su época de preparación. ¿Si los discursos parlamentarios de Liebknecht pudieron tener, antes de la revolución, una significación revolucionaria, por qué Gorter rehúsa admitir el parlamentarismo en el período preparatorio actual? ¿O es que no aprecia el intervalo entre la revolución burguesa y la revolución proletaria alemana, intervalo que dura ya dos años y puede aún prolongarse? Observamos en Gorter una evidente falta de reflexión que le lleva a caer en algunas contradicciones. Parece considerar que habiendo entrado Alemania, «de una forma general», en el período revolucionario, es preciso repudiar el parlamentarismo «de una forma general». ¿Pero cómo hacerlo en el caso de Francia? Sólo los prejuicios idealistas pueden dictarnos el rechazo a utilizar una tribuna parlamentaria de la que podemos y debemos sacar partido, precisamente para socavar la ilusión parlamentaria y la confianza en la democracia burguesa en los medios obreros.

Es muy probable que cualquier discurso pronunciado por Liebknecht en el Parlamento de la Alemania prerrevolucionaria, hoy día encontraría un eco mucho mayor que en su tiempo. Admito, por otra parte, que en una época en que se siente la inminencia de la revolución los discursos parlamentarios más revolucionarios no pueden producir el mismo efecto que producían, o podían producir, hace algunos años, cuando el militarismo estaba en su apogeo. Nosotros no afirmamos que la importancia del parlamentarismo sea la misma en toda época y lugar. Al contrario, el parlamentarismo y su lugar en la lucha del proletariado deben ser examinados en situaciones concretas, en el tiempo y el espacio. Y precisamente por eso el rechazo absoluto del parlamentarismo es un prejuicio muy característico: equivale al ridículo temor de ese virtuoso personaje que no sale de casa por no encontrase con la tentación. Revolucionario y comunista, militante bajo el control y la dirección efectivos de un partido proletario centralizado, yo no puedo trabajar en los sindicatos, en el frente, en los periódicos, en las barricadas, en el Parlamento, más que siendo lo que debo ser, no un parlamentario, ni un gacetillero, ni un funcionario sindical, sino un revolucionario comunista que aprovecha todos los medios en interés de la revolución social.

El último capítulo de Gorter se titula: «La Masa y los Jefes». El idealismo y el formalismo de mi contradictor se expresan tan claramente como en el resto de su discurso. «No busquéis el apoyo de grandes masas», nos recomienda el camarada Gorter, «más vale no tener más que un reducido número de buenos camaradas».

Tal cual, esta fórmula carece de sentido. Primeramente observamos que en Holanda y otros países el hecho de que un pequeño número de militantes sea conservado con sumo cuidado no preserva a los partidos de oscilaciones ideológicas, incluso en cierta medida las facilita, pues una organización tipo secta no puede tener la estabilidad deseada. En segundo lugar, y esto es esencial, no debemos olvidar que nuestro objetivo es la revolución, y la revolución no puede ser dirigida más que por una organización de masas. La lucha de Gorter contra el «culto a los jefes» tiene un carácter puramente idealista, casi verbal, y a menudo cae en contradicciones. «No hay necesidad de jefes», declara, El centro de gravedad debe ser trasladado a las masas». Pero antes nos ha aconsejado no buscar el apoyo de las masas. Las relaciones entre el partido y la clase obrera se definen, si le hacemos caso, como puramente pedagógicas entre una pequeña asociación de propagandistas y el proletariado contaminado por la burguesía. Mas precisamente en esas organizaciones en las que reina el miedo a las masas, que no tienen confianza en ellas, organizaciones en las que se desea reclutar adherentes con propaganda individual, en las que el trabajo no se hace sobre la base de la lucha de clases sino sobre una enseñanza idealista, es precisamente en esas organizaciones donde los jefes juegan un papel completamente exagerado. No necesito poner ejemplos. El camarada Gorter encontrará por sí mismo abundantes [Exclamaciones: ¡El Partido Comunista alemán!]. La historia del Partido Comunista alemán es muy reciente. Este partido sólo ha encabezado movimientos de masas en una escala demasiado limitada para que se le pueda poner como ejemplo en la definición de relaciones entre jefes y masas. Ahora, tras la escisión del Partido de los independientes, una escisión que se ha producido gracias al trabajo del Partido Comunista (a pesar de los evidentes errores que usted se apresura a señalar) y sólo ahora se ha abierto una nueva época en la vida del proletariado y del comunismo alemán. La educación de las masas y la selección de los jefes, el incremento de la espontaneidad de las masas y la instauración de un control sobre los jefes, son otros tantos hechos interdependientes que se condicionan unos a otros. No conozco ninguna receta milagrosa para trasladar el centro de la acción de los jefes a las masas. Gorter dice que la propaganda de un grupo escogido. Admitámoslo por un instante. Pero mientras esta propaganda no haya conquistado a las masas, el centro de acción estará evidentemente entre los que la elaboran, jefes e iniciadores. A menudo, la lucha contra los jefes no hace más que expresar de forma demagógica la lucha contra las ideas y métodos representados por ciertos jefes. Si estas ideas y estos métodos son buenos, la influencia de los jefes en cuestión será la que corresponde al método adecuado y a las ideas justas, y no hablan en nombre de las masas sino aquéllos que saben conquistarlas. Generalmente, las relaciones entre las masas y los jefes dependen del nivel político e intelectual de la clase obrera, del hecho de que tenga o no tradiciones revolucionarias y del hábito de actuar unida, y, en fin, del espesor de la capa proletaria que ha pasado por las escuelas de la lucha de clases y de la educación marxista. No existe tal problema de jefes y masas considerado en sí. Ampliando constantemente su esfera de influencia, penetrando en todos los dominios de la vida y la actividad de la clase obrera, arrastrando a la lucha por la transformación social a masas obreras cada vez más amplias, el Partido Comunista profundiza y amplia con ello la espontaneidad de las masas obreras, sin disminuir el papel de los jefes, confiriéndole por el contrario una amplitud histórica sin precedentes, pero ligándolo más estrechamente a la espontaneidad de las masas y sometiéndolo a su control consciente y organizado.

Gorter sostiene que no se puede comenzar la revolución mientras los jefes no hayan elevado suficientemente el nivel mental de la clase obrera de forma que ésta comprenda perfectamente su misión histórica. ¡Eso sí que es idealismo del más puro! Como si en realidad el comienzo de la revolución pudiera depender del grado de educación de la clase obrera y no toda una serie de factores (interiores e internacionales) económicos y políticos y, sobre todo, de las necesidades de las masas trabajadoras más necesitadas, pues (aunque no le guste a Gorter) la necesidad sigue siendo la principal causa de la revolución proletaria. Puede que la revolución se produzca en Holanda como consecuencia de un ulterior agravamiento de la situación en Europa, en un momento en el que el Partido Comunista holandés siga siendo sólo un grupo numéricamente débil. Una vez en el torbellino revolucionario, los obreros holandeses no se cuestionarán si deben o no esperar a que el Partido Comunista haya acabado su preparación para participar totalmente consciente y de forma concertada en los acontecimientos. Es muy probable que Inglaterra entre en la revolución proletaria con un Partido Comunista relativamente poco numeroso. No hay nada que hacer, pues la propaganda de las ideas comunistas no es el único factor de la historia. Sólo se puede sacar una conclusión. Si la intervención de grandes causas históricas arrastra dentro de poco a la revolución proletaria a la clase obrera inglesa, ésta tendrá que crear su propio partido de masas mientras lucha por el poder e inmediatamente después de su conquista, tendrá que acrecentarlo y consolidarlo. Y en el primer período de la revolución, el Partido Comunista inglés, sin separarse del movimiento y teniendo en cuenta el grado de organización y consciencia del proletariado, tendrá que esforzarse por desarrollar en el seno de los acontecimientos el máximo de conciencia comunista.

Pero volvamos a Alemania. Cuando estalló la revolución, en Alemania no había una organización dispuesta al combate. La clase obrera se vio obligada a construir su partido revolucionario en el fragor del combate. Por ello la lucha está siendo prolongada y con grandes sacrificios. ¿Qué podemos observar en Alemania? Ofensivas y retiradas, insurrecciones y derrotas, auto-crítica, auto-depuración, escisiones; la revisión de los métodos y el cambio de jefes, nuevas escisiones y nuevas uniones. En este crisol se está formando un auténtico Partido Comunista con una formidable experiencia revolucionaria. Menospreciar este largo proceso como una «disputa de jefes», como querellas familiares entre oportunistas, etc., no es más que la prueba de una excesiva miopía (por no decir ceguera). Primero la clase obrera alemana permitió que sus jefes, los Scheidemann y Ebert, la pusieran al servicio del imperialismo, después rompió con los imperialistas y, buscando una nueva orientación, le concedió una influencia temporal a los Hilferding y Kautsky. Luego la mejor y más combativa fracción de las masas obreras alemanas creó su Partido Comunista, primero poco numeroso pero que contaba con razón y creía firmemente en los progresos ulteriores del espíritu revolucionario. Cuando se observa además la diferenciación entre los elementos oportunistas y revolucionarios, la escisión entre la democracia obrera y las masas revolucionarias (y tras ellas fueron los mejores jefes) que formaron el partido de los independientes, y se quiere apreciar este proceso en toda su amplitud, no desde el punto de vista de un pedante sino del de un revolucionario materialista, se aprecia también que en el marco del Partido Comunista unificado se están creando sobre nuevas basas las nuevas condiciones para el verdadero desarrollo de un partido revolucionario proletario. Si el camarada Gorter no lo ve, nosotros no podemos hacer más que lamentarlo. Si el K.A.P.D [Partido Obrero Comunista alemán] al que representa y que integra en su seno a valientes obreros revolucionarios, si esta pequeña organización teme entrar en el Partido Unificado que se está formando en medio de los sufrimientos de la revolución y no por un superficial reclutamiento, tras largas luchas, escisiones y depuraciones, ello significaría que los jefes del K.A.P.D juegan un papel demasiado importante en su propio partido y comunican a los obreros que dirigen esta desconfianza hacia las masas proletarias que inunda el discurso del camarada Gorter.

 


 

Vergeat, Lepetit y Lefebvre[55]

26 de febrero de 1921

 

En septiembre del año pasado tres revolucionarios, tres jóvenes franceses, se ahogaron en las frías aguas del norte en el camino de Rusia hacia Noruega: la guerra civil abarca a todo el mundo y sus trágicos episodios se desarrollan no sólo en tierra firme sino también en el agua.

Durante estos años, cada uno de nosotros ha perdido a muchos amigos en el campo de batalla. En todos los países el número de tales pérdidas es enorme y sigue creciendo cada día. Y sin embargo, la muerte de Lefebvre, Lepetit y Vergeat se destaca del trasfondo de nuestro tiempo incluso por la naturaleza excepcional de su entorno y por su romanticismo trágico (si se me permite decirlo).

De los tres compañeros fallecidos, tan diferentes entre sí y, sin embargo, tan fundamentalmente similares, tuve menos trato con Vergeat. Lo había visto sólo en Moscú fugazmente en esa ocasión. Sólo una vez le hablé con gran detalle. Irradiaba el encanto de la sencillez y la honestidad. Había venido a ver con sus propios ojos para descubrir y luchar. En cuanto a las apariencias, Vergeat no era del tipo entusiasta. A pesar de su juventud se podía percibir en él la confianza tranquila de quien se observa a sí mismo atentamente, distingue lo trivial de lo importante y lo superficial de lo fundamental y no tiene necesidad de fervor para mostrar un valor elevado en el momento decisivo. El proletariado francés necesita de esas personas.

Conocí a Lepetit durante el tiempo que pasé en París. Una breve figura fornida, un rostro inteligente y distintivo y una expresión alerta y sospechosa lo marcaban de inmediato. Una voz metálica te obligaba a escucharlo. ¡Este navío se había hecho sin el material fino, de la lucha! Lepetit, una personalidad vívida, al mismo tiempo encarnaba en sí los rasgos principales del proletariado francés y particularmente del proletariado de París. En él estaba el líder revolucionario innato que esperaba su hora para dar un paso al frente. En Francia ha habido y hay muchísimos trabajadores talentosos que, al subirse sobre las espaldas del proletariado, se convirtieron en los iniciados del parlamentarismo burgués o del sindicalismo de los perros falderos, y que, mano a mano con los abogados y los periodistas, traicionaron a la clase obrera. Lepetit concentró en sí la indignación de las masas engañadas, no sólo contra la clase capitalista sino también contra sus numerosos agentes en el seno del proletariado. Lepetit no quiso depositar ninguna confianza. Aunque sin duda de una íntima naturaleza ardorosa, era reservado y desconfiado. ¡Demasiadas veces habían sido engañados aquellos a quienes había representado! Había llegado a la república soviética con su stock de desconfianza; su mirada hosca y su sed de descubrir le permitían actuar. Miró todo dos o tres veces, comprobó, una vez más, hizo una pregunta, y una vez más comprobó. Lepetit se consideraba un anarquista. Su anarquismo no tenía nada en común con esa sala de estar, con el claustro sacerdotal, intelectual, individualista, tan extendido en Francia. Su anarquismo era la expresión, aunque teóricamente incorrecta, de una profunda indignación genuinamente proletaria por la villanía del mundo capitalista y por la bajeza de aquellos socialistas y sindicalistas que se arrastraron de rodillas ante este mundo. Pero precisamente a raíz de ese anarquismo había un vínculo indisoluble con las masas y una disposición a luchar hasta el final. Con el curso de las cosas, de la lucha y de su propio pensamiento, Lepetit habría llegado a la dictadura del proletariado y a la Internacional Comunista si las olas del norte del océano no se lo hubieran tragado en el camino.

Lefebvre era un intelectual y, a menos que me equivoque, provenía de una familia completamente burguesa. Era la forma pura del entusiasta revolucionario. También le conocí en Moscú durante el Segundo Congreso. Pero lo observé de cerca, ya que debía trabajar con él en la comisión de actividad parlamentaria. Recuerdo incidentalmente cómo, en una de las sesiones de la comisión, en una discusión con el comunista italiano Bordiga, Lefebvre, después de reconocer que en nuestra época el parlamentarismo no podía tener un significado decisivo, añadió, suavemente como siempre: «pero de todos modos, no se puede negar el beneficio y el placer derivados de la oportunidad de decirle a Millerand en el parlamento, a sólo un metro de distancia de su rostro, «eres un canalla»». Lefebvre siempre estaba agitado y preocupado durante el congreso por si echaría de menos a alguien o algo, por si no lograría oír algo o no decir algo necesario a alguien. Y se esforzó igualmente en absorber todo lo que el congreso podía darle y, al mismo tiempo, en expresar sus pensamientos, esperanzas y expectativas. Ya en el segundo o tercer día del congreso vi a Lefebvre con una blusa de estilo ruso. Se esforzó en que su imagen externa llevase el sello de su confianza en la Rusia soviética y su vínculo con ella. No buscó verificación como Lepetit. En el pasado había pertenecido no a la clase que fue engañada sino a esa clase que engañó. Pero había roto con esa clase hasta las últimas consecuencias. Y estaba junto a Lepetit. Es cierto que Lepetit lo miraba con recelo. Pero se habrían reunido un mes tarde o temprano. Se habrían reunido en los puestos de combate de la dictadura proletaria si el traicionero mar no se hubiera tragado el barco en el que este trío, Lefebvre, Lepetit y Vergeat, intentaban cruzar la línea del bloqueo imperialista.

Tan diferentes en su origen y en su personalidad, estos tres luchadores estarán unidos para siempre en la memoria del proletariado francés y del proletariado internacional: al final, tomaron un mismo camino hacia un mismo objetivo y perecieron en ese mismo camino, persiguiendo ese mismo objetivo, y en la misma etapa. No los olvidaremos.

 


 

 

El movimiento de marzo en Alemania[56]

18 de abril de 1921

El centro del movimiento revolucionario en Alemania se concentró en Westfalia y, más en concreto, en la región minera de Mansfeld. Los mineros de Westfalia recuerdan en muchos aspectos a nuestros trabajadores de los Urales. Son mucho más atrasados, están unidos a la tierra, poseen cabañas y un pequeño número de ganado doméstico y, en general, todo su régimen tiene el carácter de un feudalismo industrial. Sólo después de la revolución comenzó la conversión de los obreros westfalianos, y particularmente los trabajadores de Mansfeld, en la sección apasionadamente más revolucionaria de la clase obrera alemana. Exactamente como en los Urales, podemos observar aquí en esta región los actos de terrorismo como producto de la reacción de las masas trabajadoras que durante mucho tiempo han estado bajo la severa opresión material y espiritual de sus señores feudales. Los trabajadores de esta región después de unirse a la socialdemocracia abandonaron sus filas junto al Partido Socialdemócrata Independiente y luego, cuando la izquierda de los independientes se acercó a los comunistas, todos los mineros de esta región terminaron en las filas del partido comunista. En estos momentos Freiheit se burla de la ignorancia y la superstición de estos obreros, de sus dirigentes, etc., sin entender que la capa avanzada de la clase obrera está muy ligada a sus viejos hábitos y encadenada por la vieja burocracia profesional de los partidos, de modo que las fuerzas motrices, especialmente en la primera etapa de la revolución y muy posiblemente hasta la conquista del poder estatal por parte del proletariado, son aquellas capas de la clase obrera que en el período anterior estaban más atrasadas e incluso cargadas de prejuicios cristianos y monárquicos, que esas capas son las primeras en despertar para la revolución, una vez libres de sus viejos prejuicios reaccionarios, se sentirán igualmente libres de la dictadura del partido, de los sindicatos y de su burocracia y llegarán a ser, así, la fuerza motriz de las acciones revolucionarias más positivas. Por otra parte, les es natural el entusiasmo de una fuerza joven y, aunque no tengan ninguna experiencia en la lucha, esas cualidades se pueden adquirir rápidamente, de modo que, a pesar de los sacrificios, los acontecimientos de marzo arrojarán en la cuenta final, sin duda alguna, una escuela severa de la disciplina revolucionaria para los trabajadores de Westfalia.

 


 

 

El movimiento revolucionario de marzo en Alemania

[notas personales][57]

1921 sin fecha

1. A diferencia de los otros países capitalistas, en Alemania no se ha producido ni un deterioro agudo ni siquiera bastante considerable de la situación económica en los últimos meses.

2. Tampoco en la política interna se han producido cambios importantes; el bloque de partidos burgueses en el gobierno central está en la práctica apoyado por los socialdemócratas que están entrando en los gobiernos de cada uno de los estados alemanes.

3. En el escenario internacional, los principales acontecimientos son la ruptura de las negociaciones de Londres y el plebiscito de Alta Silesia. Sin embargo, las fuerzas de Foch lograron ocupar varios nuevos puntos, cosa que, bajo la actual situación de Alemania, no podía dar un impulso decisivo a la clase obrera. La cuestión de la Alta Silesia continua estando por solucionar, como antes.

4. Como en esta etapa no se trata de una ofensiva directa de las fuerzas imperialistas contra la república soviética, las noticias de Rusia deben tener un efecto de freno y no de estímulo sobre las masas trabajadoras en Alemania.

5. En el país parece haberse establecido un cierto equilibrio relativo. El aparato del estado burgués ha adquirido cierta confianza en sí mismo.

6. Desde las sangrientas batallas de 1919, la clase obrera ha atravesado un proceso molecular de agrupamiento interno por el que toda su experiencia acumulada ha encontrado su expresión externa más terminada en la creación del partido comunista, con una militancia que alcanza casi el medio millón.

7. Al lado del aparato burgués del estado, el aparato de la socialdemocracia y los sindicatos han recuperado una relativa estabilidad y se han vuelto a convertir en el principal factor de pasividad y conservadurismo de las masas trabajadoras.

8. El partido comunista se enfrenta a la situación existente sobre la base de que el período en curso debe utilizarse tanto para fortalecer sus organizaciones como para agitar sistemáticamente a las masas trabajadoras con el objeto de alterar el equilibrio inestable existente. Tal es, evidentemente, el punto de la «Carta abierta» que llama a las masas trabajadoras a acciones revolucionarias unidas en torno a demandas parciales.

9. Además, la tarea táctica consistió en establecer la capacidad y el poder de las masas de resistencia frente al enemigo por medio de acciones de masas separadas, de carácter local, de industria o político. Luego, ampliando gradualmente la base de la acción y agudizando los métodos, hallando quizás en un futuro muy próximo un momento favorable para la transición a la ofensiva decisiva en todo el frente.

10. Tal consideración táctica podría (y en cierto sentido debe) chocar con el cálculo táctico contrario del enemigo: no concederle al partido comunista la oportunidad de desarrollar sistemáticamente acciones de masas, sino provocarlo a movimientos prematuros, aislarlo de las masas y suprimirlo.

11. Sin embargo, tal acto por parte de la contrarrevolución podría tener resultados directamente opuestos: el cierre de filas por parte de la clase obrera en su conjunto bajo la bandera del partido comunista. Este resultado sería tanto más inevitable cuanto más abierta y provocadora fuera la acción de la contrarrevolución.

12. La ofensiva política de Hí¶rsing en la Sajonia de Prusia no fue entendida por las masas como el inicio de una campaña de la contrarrevolución contra el proletariado en su conjunto, independientemente de la significación objetiva concreta de las acciones de Hí¶rsing. Y el análisis de la acción de Hí¶rsing realizado por el comité central del partido comunista (independientemente de que este análisis fuera correcto en el momento dado) no pudo ser asimilado por las masas como la necesaria motivación decisiva para la acción no solamente como resultado de la ausencia de hechos sino también de la brevedad de la agitación preparatoria.

13. Habida cuenta de las condiciones indicadas anteriormente, el llamamiento a las acciones decisivas, a la huelga general y a las acciones armadas, psicológica y políticamente carece de motivación en las grandes masas de la clase obrera.

14. La mayor disposición para la acción positiva y revolucionaria se manifestó en dos grupos del proletariado: en primer lugar en los mineros de Westfalia, que por mucho tiempo en la retaguardia de la clase obrera, habiendo sido despertados por la revolución, se convirtieron entonces en uno de sus destacamentos más militantes, y, en segundo lugar, por los desempleados que, por la misma esencia de su posición, no habían encontrado un lugar en el inestable equilibrio de la república de Ebert y compañía. Bajo estas condiciones, los actos de terrorismo bastante numerosos sólo aumentaron, a los ojos de las grandes masas de la clase obrera la falta de propósito de las acciones revolucionarias y ayudaron a los socialdemócratas y a los independientes en su trabajo contrarrevolucionario.

15. Si tácticamente el Comité Central del Partido Comunista de Alemania cometió una serie de errores: momento desfavorable para la acción, claridad insuficiente en la formulación de los objetivos del movimiento, insuficiente preparación cuantitativa y cualitativa del movimiento, etc., la conclusión política que las masas trabajadoras de Alemania deben sacar de los acontecimientos de marzo está en la última y más flagrante traición de los socialdemócratas e independientes.

16. En estas circunstancias, las declaraciones públicas de Levi y otros, que repiten esencialmente los argumentos de los socialdemócratas e independientes y califican las omisiones tácticas de su propio partido como el putschismo bakuninista, distorsionan toda su perspectiva política e introducen elementos de desmoralización en el partido comunista justo en el momento en que se necesita más que nunca la unidad y el fortalecimiento de la confianza en sí mismo y en sus fuerzas.

Si después de alguna huelga económica sin éxito en la que el estado, con sus sindicatos amarillos, policía y prensa, ayudase a los capitalistas contra los trabajadores, si después de una huelga fracasada, uno de los dirigentes sindicales lanzase una campaña contra ese sindicato acusándolo en vez de condenar a los líderes de los sindicatos amarillos, a la policía, a la burguesía, etc., el comportamiento de tal dirigente sindical sería equivalente al comportamiento del compañero Levi.

17. Las batallas de enero y marzo de 1919 fueron batallas defensivas contra la contrarrevolución que quería recuperar sus posiciones. Estas batallas defensivas terminaron en derrota, después de lo cual se estableció gradualmente ese equilibrio inestable que formó el punto de partida para los acontecimientos de marzo de este año. La acción actual adquirió inmediatamente el carácter de ofensiva. También terminó en derrota. El grado en que la contrarrevolución logre ampliar y fortalecer su posición dependerá de muchos factores y en primer lugar de la flexibilidad revolucionaria de esa mayoría proletaria que no estuvo involucrada en las batallas de marzo.

18. Sin duda, la acción de marzo significo un punto de inflexión en la lucha comunista en Alemania. Hasta el congreso de los independientes en Halle y hasta el congreso unificador del partido comunista, el poder de los comunistas, demasiado débil para dirigir directamente las acciones de las masas revolucionarias, se dirigía principalmente a la propaganda, dirigida sobre todo a influir en los trabajadores el partido independiente. El ala izquierda de los independientes estaba absorta en la lucha interna del partido. Después de la unificación del partido comunista la atención recayó en el período inicial dirigido hacia una autodeterminación organizativa. Así, la construcción del partido comunista coincide con el período de relativo equilibrio político en Alemania y la relativa pasividad de las masas trabajadoras. La acción de marzo fue el primer paso independiente y la acción política revolucionaria del partido comunista. La importancia de este paso será tanto mayor cuanto más decididamente se aleje la vida interna de Alemania de su estado de equilibrio.

19. Es evidente que la derrota del partido comunista no puede ser definitiva. Como cualquier acto heroico en la lucha de la clase obrera, los acontecimientos de marzo entrarán en la conciencia de las masas trabajadoras, incluso en la de aquellas que durante marzo se apartaron e incluso adoptaron una actitud semihostil hacia estos acontecimientos. Con la primera situación revolucionaria que involucre a las más amplias masas en lucha, todos recordarán que sólo el partido comunista entabló en el pasado una abierta lucha revolucionaria. Sus fracasos y sacrificios serán recompensados cien veces en el ascenso de la revolución.

 


 

 

A los trabajadores y trabajadoras de todos los países.

Manifiesto del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista para el Primero de Mayo de 1921[58]

21 de abril de 1921

 

A los trabajadores y trabajadoras de todos los países

Ha pasado otro año sin que la clase obrera de ningún país del mundo, aparte de Rusia, pueda presumir de la victoria. Los capitalistas de todos los países se regocijan. Se sienten más seguros de sí mismos de lo que lo estaban el año pasado y se comportan convencidos de su triunfo final. «Ha pasado un año más y todavía no nos hemos sacudido nuestro yugo», se dicen los trabajadores.

Ha pasado un año en que el timón sigue estando en manos de la burguesía. Durante este período, la burguesía ha podido demostrar lo que era capaz de crear. El mundo, más que en cualquier otro momento, se asemeja a unas ruinas humeantes. En los países capitalistas derrotados, en Alemania, Austria y Hungría, ha aparecido la hambruna. Estos países se están convirtiendo cada vez más en las víctimas de los depredadores internacionales que compran las últimas exiguas pertenencias de los derrotados con monedas depreciadas. Los explotadores locales hacen así un buen negocio mientras crecen diariamente las penurias de las masas trabajadoras. El costo de la vida se ha elevado hasta tal punto que ha sobrepasado, desde hace ya mucho tiempo, los salarios, y pese a que las tiendas están llenas de bienes, millones de personas no saben cómo alimentar a sus hijos ni cómo cubrir su desnudez.

¿Cuál es entonces la situación en los países vencedores? Cuatro millones de parados en Norteamérica y otros dos millones en Gran Bretaña. En Francia el caos económico está creciendo. En Gran Bretaña, una oleada de huelgas sigue de cerca a otra. Lloyd George se ve obligado a reunir a una horda entera que tendrá preparado plomo y hierro para los huelguistas de las minas de carbón en caso de que estos últimos ganen la solidaridad de los ferroviarios y trabajadores del transporte en huelga. Las turbas de los tiranos de las bolsas de París, Londres y Nueva York, creyeron que serían capaces de convertir a la población de la mitad del mundo en mendigos y seguir dominando calmadamente. Han cometido un error. Los mendigos no pueden gastar dinero; pero tampoco Armstrong, Vickers, Schneider-Creusot ni la Bethlehem Steel Corporation, engordan con los productos de su industria. Han transcurrido más de dos años y medio y el capital mundial ha demostrado ser incapaz de organizar la economía mundial. Por el contrario, lo único que ha sabido hacer es añadir nuevas contradicciones a las viejas. Foch cruza el Rin con el fin de agarrar a la burguesía alemana por el cuello y desplumar sus bolsillos bajo el pretexto de la compensación por sus crímenes durante la guerra para que el capital de la Entente se sienta tan inocente como un bebé recién nacido. Todavía no se han liquidado las consecuencias de la guerra mundial y, sin embargo, ya se está preparando una nueva guerra. Con creciente inquietud y desconfianza, la burguesía británica sigue el programa de armamento naval de los Estados Unidos de América. ¿Contra quién se arman? ¿Contra Inglaterra o contra Japón? Gran Bretaña y Japón, por su parte, también se están preparando. La bestia salvaje de la guerra mundial se está preparando para un nuevo salto. Está sacando y afilando sus garras acechando a la nueva generación del proletariado. Si el proletariado mundial no se prepara, si no coge al capitalismo por el cuello, no sólo marcha a su ruina y esclavitud, sino que también tendrá que convencerse de que, una vez más, será arrastrado al campo de batalla y obligado a derramar su sangre en beneficio del capital mundial. Los traidores a la clase obrera, los Scheidemann, Renaudel y los Henderson, vuelven a descubrir que se trata de la «defensa de la patria y de la democracia». Sólo recientemente Vandervelde, líder de la Segunda Internacional y ministro de la corona de Bélgica, cínica y abiertamente dio su consentimiento para que Francia enviara tropas senegalesas al otro lado del Rin contra el pueblo alemán ensangrentado. Mientras tanto, los héroes de la Internacional ½ vuelven a encontrar oportunidades para discutir qué «condiciones especiales» de cada país explican la traición del proletariado y cómo y por qué el proletariado debe guardar su pólvora para tiempos mejores en lugar de arrojar una bomba en el corazón del capitalismo moribundo.

Pero la cuestión no se plantea de la manera que piensan los capitalistas y los socialdemócratas. El proletariado mundial no está derrotado, la revolución mundial sigue adelante. Su avance, no solamente consiste en el hecho de que el capitalismo se muestra cada vez más incapaz de asegurarle al proletariado incluso una vida ordenada de esclavitud, sino, también, en que masas más amplias, más fuertes y más conscientes se están reuniendo bajo la bandera de la Internacional Comunista. Precisamente porque la burguesía demuestra en la práctica su incapacidad para ordenar el mundo, esas nuevas masas avanzan más por el camino de la revolución y cierran más firmemente sus filas. La Rusia soviética, el refugio de la revolución, no permite que la reacción mundial la conquiste. Gran Bretaña, bastión de la contrarrevolución, se ha visto obligada a establecer un acuerdo comercial con los «ladrones y saqueadores de Moscú». Y aunque siete años de guerra han debilitado seriamente a Rusia, aunque también en Rusia las necesidades de las masas proletarias son enormes, su vanguardia se mantiene lealmente bajo la bandera del gobierno soviético y puede movilizar a nuevos combatientes entre las masas cansadas y vacilantes. Esta vanguardia está haciendo todo lo que su heroica organización es capaz de hacer para destruir la nueva arma de la contrarrevolución: el cansancio del pueblo ruso. El terror blanco reinante en España y Serbia demuestra lo inseguros que son los amos locales.

En Italia, la burguesía prepara una tormenta dando rienda suelta a las bandas fascistas. El alemán Orgesch sirve como un recordatorio perpetuo para los trabajadores alemanes: «¡Armaos vosotros mismos! ¡Que no desfallezca vuestro corazón por la derrota! ¡Golpead si no queréis ser golpeados!» En Polonia 7.000 comunistas están encarcelados pero los huelguistas siguen en huelga: esto demuestra que no habrá calma hasta que se tienda un puente entre la Rusia revolucionaria y la Alemania revolucionaria. En Francia, la tierra borracha por la victoria, la tierra de la embriaguez nacionalista, cientos de miles de trabajadores se han familiarizado con el comunismo. Ninguna medida represiva parará la marcha triunfal de las ideas comunistas en el país donde la idea no sólo nació sino que se ha encarnado en la sangre de las víctimas de julio y los mártires de la Comuna de París. La Internacional Comunista prepara su Tercer Congreso Mundial. Este congreso no se ocupará de la melancólica contemplación de los éxitos de la reacción mundial porque los líderes de la Internacional ½, los Adler, Bauer, Longuet, Dittmann, Hilferding y los Wallhead se hayan reunido en Viena, sino que se dedicará a fortificar el arsenal y a la destrucción de todos aquellos elementos que buscan destruir ese arsenal.

No reblandecemos nuestros ataques, sino que lanzamos una ofensiva de amplias columnas a lo largo de un frente aún más amplio: esa es la consigna con la que te convocamos para el Primero de Mayo. En todas partes es vital situarnos a la cabeza de las masas ajenas al partido en su lucha por mejorar sus condiciones de vida. En el curso de esta lucha, las masas trabajadoras verán cómo los reformistas y los centristas les engañan diariamente. Verán que los Scheidemann y Hilferding, los Turati y D»Aragona, los Renaudel y Longuet, los Henderson y MacDonald, no quieren ni son capaces de luchar ni por la dictadura del proletariado ni por una migaja de pan duro para los trabajadores. Los trabajadores reconocerán que los comunistas no están dividiendo al proletariado, sino que representan a sus unificadores en la lucha por un futuro mejor. Reconocerán que los capitalistas no pueden ni quieren permitir a los trabajadores ni siquiera lo que el campesino le concede a su caballo: descanso suficiente y una cantidad adecuada de pan, lo necesario para recuperar fuerzas para trabajar más. De esta manera crecerá cada día el deseo de los trabajadores de derrocar al capitalismo y de destruir su poder. Cualquier día puede llegar el momento en el que los trabajadores ya no estarán dispuestos a soportar el sufrimiento y el tormento al que el capitalismo moribundo los condena.

Cualquier día puede llegar el momento en el que el bravo movimiento de asalto de la vanguardia comunista arrastrará consigo a las grandes masas de la clase obrera y en el que la lucha por la conquista del poder se convierta en la tarea del momento. La Internacional Comunista te pide la máxima concentración de fuerzas y la mayor unidad y preparación para la batalla. No marchamos hacia un período de trabajo lento, de agitación y propaganda, sino hacia un período de agudización continua de las batallas revolucionarias masivas. El aumento del desempleo, el creciente descaro de la contrarrevolución y el peligro de nuevas guerras no evitarán que cesen los movimientos revolucionarios de las masas trabajadoras. La tarea de los comunistas en cada país es ser su batallón de choque, para ser ese cuadro que los une en la lucha. La función de nuestra bandera empapada de sangre no consiste en ser el símbolo de una lucha futura que está ante nosotros en la distancia, sino en avanzar hacia los grandes conflictos revolucionarios, hoy y mañana.

El Primero de Mayo deseamos mostrar nuestra disposición para la lucha contra la burguesía mundial.

En el Primero de Mayo marcharemos levantando nuestra bandera roja sobre las fábricas y las obras, y portándola en avanzadilla en las manifestaciones de masas para que irradie lejos y ampliamente proclamando a las masas proletarias oprimidas:

¡A todos los oprimidos y atormentados, a todos los explotados y agredidos: cerrad filas!

¡Fuera los lacayos abiertos y encubiertos de la burguesía!

¡Viva la Internacional Comunista, el ejército rojo de la revolución mundial!

¡Abajo el estado capitalista con su burguesía!

¡Viva la Rusia Soviética, el bastión de la revolución mundial!

¡Viva la revolución mundial y la unión internacional de las repúblicas proletarias soviéticas!

El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista

21 de abril de 1921

 


 

Carta al camarada Monatte[59]

13 de julio de 1921

 

Querido amigo:

Aprovecho la ocasión para saludarlo muy cordialmente y para compartir con usted, en lo relativo a la situación del sindicalismo francés, algunas opiniones personales que concuerdan plenamente, así lo espero, con la línea adoptada por la III Internacional.

No le ocultaré la felicidad que experimentamos frente al éxito del sindicalismo revolucionario, junto a una profunda inquietud con respecto al posterior desarrollo de las ideas y de las relaciones en el movimiento obrero francés. Los sindicalistas revolucionarios de todas las tendencias forman aún hoy una oposición y se agrupan y se unen precisamente por su situación de oposición. Mañana, cuando ustedes sean los dirigentes de la CGT (pues no dudamos que el día se aproxima) ¿se encontrarán frente a cuestiones esenciales de la lucha revolucionaria? Y es en este punto que es permisible una seria inquietud. La Carta de Amiens constituye la práctica oficial del sindicalismo revolucionario.

Para formularle lo más claramente posible mi pensamiento, diría que invocar la Carta de Amiens, no resuelve sino que elude la cuestión. Es evidente para todo comunista consciente que el sindicalismo francés de preguerra era una tendencia revolucionaria muy importante y muy profunda. La carta fue para el movimiento proletario de clase un documento muy precioso, pero el valor de este documento es históricamente limitado. Desde entonces, tuvo lugar la guerra, fue fundada la Rusia de los Soviets, una inmensa oleada revolucionaria atravesó toda Europa, la III Internacional creció y se desarrolló, los antiguos sindicalistas y los antiguos socialdemócratas se dividieron en tres tendencias hostiles. Frente a nosotros se han planteado nuevos problemas inmensos... La Carta de Amiens no da respuesta a ellos. Cuando leo Vie Ouvrière, no encuentro allí respuesta a los problemas fundamentales de la lucha revolucionaria. ¿Es posible que en 1921 tengamos que volver a las posiciones de 1906 y a «reconstruir» el sindicalismo de preguerra...? Esta posición es amorfa, conservadora, corre el riesgo de convertirse en reaccionaria. ¿Cómo se representan ustedes la dirección del movimiento sindical cuando ustedes tengan la mayoría en la CGT? Los sindicatos incluyen comunistas afiliados al partido, sindicalistas revolucionarios, anarquistas, socialistas y grandes masas sin partido. Naturalmente, cualquier problema de la acción revolucionaria debe ser examinado por el conjunto del aparato sindical que agrupa a centenares de miles y millones de obreros. Pero, ¿quién dirigirá el balance de la experiencia revolucionaria, quién hará un análisis de ella, quién sacará las conclusiones necesarias, quién formulará las propuestas, transformando las consignas, los métodos de combate y quién las aplicará en las amplias masas? En una palabra, ¿quién dirigirá el movimiento? ¿Usted piensa llevar adelante esta tarea como parte del grupo Vie Ouvrière? En este caso, se puede decir con seguridad que se organizarán otros a su lado que, en nombre del sindicalismo revolucionario, pondrán en discusión su derecho a dirigir el movimiento. Y finalmente, ¿qué actitud tendrán hacia los numerosos comunistas sindicalizados? ¿Cuáles serán las relaciones entre ellos y su grupo? Puede suceder que comunistas afiliados al partido estén a la cabeza de un sindicato y que los sindicalistas revolucionarios no afiliados a un partido estén a la cabeza de otro. Las propuestas y las consignas del grupo Vie Ouvrière pueden no ser acordes con las propuestas y consignas de la organización comunista. Este peligro es muy real, puede volverse fatal y reducirnos, algunos meses después de la victoria, nuevamente al reino de los Jouhaux, Dumoulin y Merrheim.

Conozco bien la aversión de los medios obreros franceses que pasaron por la escuela del sindicalismo anarquista respecto al «partido» y a la «política». Reconozco naturalmente que no se puede chocar bruscamente contra esta mentalidad, que el pasado explica suficientemente, pero que para el futuro es extremadamente peligrosa. Con respecto a esto, puedo acordar perfectamente con la transición gradual de la antigua separación a la fusión total de los sindicalistas revolucionarios y los comunistas en un solo partido; pero es necesario darse clara y firmemente ese objetivo. Si todavía hay en el partido tendencias centristas, también existen ellas en la oposición sindical. Aquí y allá es necesaria la previa depuración de las ideas. No se trata de subordinar los sindicatos al partido, sino de unir a los comunistas revolucionarios y los sindicalistas revolucionarios en los marcos de un partido único. Se trata de un trabajo concertado, centralizado, de todos los miembros de este partido unificado, en el seno de los sindicatos que permanecen autónomos, una organización independiente del partido. Se trata para la verdadera vanguardia del proletariado francés de formar un todo coherente con el objetivo de cumplir su tarea histórica esencial: la conquista del poder, y de proseguir bajo esta bandera su acción en los sindicatos, organización fundamental, decisiva, de la clase obrera en su conjunto.

Hay una cierta dificultad psicológica para dar un salto hacia un partido después de una larga acción revolucionaria por fuera de un partido; pero esto es retroceder frente a la forma más prejuiciosa del asunto. Ya que, lo afirmo, todo su trabajo anterior sólo fue una preparación para la fundación del partido comunista, para la revolución proletaria. El sindicalismo revolucionario de preguerra fue el embrión del Partido Comunista. Volver al embrión sería una monstruosa regresión. Por el contrario, la participación activa en la formación de un verdadero partido comunista supone la continuación y el desarrollo de las mejores tradiciones del sindicalismo francés.

Cada uno de nosotros debió, en el curso de estos años, renunciar a una parte envejecida de su pasado, para salvar, desarrollar y asegurar la victoria de los elementos del pasado que soporten la prueba de los acontecimientos. Este tipo de revoluciones internas no son fáciles, pero sólo a ese precio se adquiere el derecho a participar eficazmente en la revolución obrera.

Querido amigo, creo que el momento actual definirá por mucho tiempo los destinos del sindicalismo francés, la suerte de la revolución francesa. Entre las decisiones a tomar, a usted le corresponde un importante rol. Usted le daría un golpe muy cruel al movimiento del que es uno de los mejores militantes si, ahora que es necesaria una elección definitiva, le da la espalda al partido comunista, pero estoy convencido que no será así.

Estrecho muy cordialmente su mano y estoy a su disposición.

 


 

 

Carta a los camaradas Cachin y Frossard[60]

14 julio de 1921

 

Queridos amigos:

A través de esta carta personal trataré de disipar cualquier malentendido o incomprensión que pudiera haber surgido a causa de la comunicación sumamente pobre entre París y Moscú. Durante los acontecimientos revolucionarios de Alemania, en marzo de este año, la prensa burguesa alemana repetía que el movimiento de marzo fue provocado por orden de Moscú para solucionar nuestras dificultades internas. Esto me ha hecho temer, y creo que también a otros camaradas, que esos rumores causaran alarma en los partidos comunistas de Europa. Esperamos que el Tercer Congreso Mundial haya servido para disipar todas las dudas y temores a este respecto. Si esos temores surgieron en uno u otro lugar (quizás, incluso en Francia) sólo podría deberse a la falta de información adecuada. Es evidente de por sí que, aun si sostuviéramos la posición de ocuparnos solamente de los intereses de la República Soviética rusa y no de los de la Revolución europea, no creeríamos que un levantamiento parcial podría significar una ayuda real; y menos aún un levantamiento parcial provocado artificialmente. La ayuda puede venirnos sólo del triunfo revolucionario del proletariado europeo, de aquel movimiento y levantamiento que surge del desarrollo interno del proletariado de Europa. De allí que esté excluida la posibilidad de que Moscú envíe algún tipo de «órdenes» aventureras. Pero Moscú no sostiene en absoluto un punto de vista «moscovita». Para nosotros, la República Soviética Rusa sólo constituye el punto de partida para la revolución europea y mundial. Son los intereses de ésta, en todas las cuestiones importantes, lo decisivo para nosotros. Confío en que el Tercer Congreso Mundial no haya dejado lugar a dudas sobre esto.

Hasta donde se puede apreciar desde lejos, la preparación política para la revolución se está cumpliendo espléndida y sistemáticamente en Francia. En vuestro país, se está aproximando, evidentemente, un período de kerenskysmo; el régimen del Bloque Radical-Socialista es la primera repercusión de la época de la guerra. El kerenskysmo francés combina la irritación y la desesperación de la pequeña burguesía, con el egoísmo del campesino que no quiere pagar los platos rotos por la guerra y el conservadorismo de los obreros más privilegiados que esperan retener la posición que obtuvieron, etc., etc. Cuando suceda ha de sacudir brutalmente al aparato del Estado. Entre la pandilla imperialista y sus candidatos a jugar el papel de Gallifet por un lado, y la creciente revolución proletaria por el otro, jugará temporariamente el papel de amortiguador el impotente bloque de los radicales y los socialistas: Caillaux , Longuet y compañía. Este será un excelente prólogo para la revolución proletaria. Si el moribundo Bloque Nacional tuviera éxito en hacer aprobar su ley contra los comunistas, habría que agradecer al destino por semejante regalo. Las persecuciones policiales y administrativas, los arrestos y los allanamientos, serán una escuela muy útil para el comunismo francés en vísperas de su entrada al período de los acontecimientos decisivos. A través de las columnas de l'Humanité, estamos siguiendo con gran atención e interés con cuánta energía están llevando ustedes a cabo la campaña contra la Ley Briand-Barthou. Aunque los derroten en esta empresa, la autoridad del partido aumentará mucho. Aunque la ley se apruebe, igualmente ustedes saldrán ganando.

Por lo que refleja l'Humanité de la línea de los círculos dirigentes del partido, se puede ver con claridad que esa línea se está radicalizando resueltamente. Pero es lamentable que sea difícil juzgar por l'Humanité cuáles son los sentimientos de los más amplios círculos de la clase obrera. Pues l'Humanité virtualmente no contiene cartas de obreros, correspondencia de fábricas y empresas ni otro material que refleje directamente la vida cotidiana de las masas. Establecer esa correspondencia es de máxima importancia para el comunismo francés y mundial, para tener una visión mucho más clara acerca de qué círculos del proletariado lo leen y exactamente qué leen en el periódico. Una red bien establecida de colaboradores y corresponsales obreros puede convertirse, en determinado momento, en el organizador del levantamiento revolucionario, transmitirá a las masas las consignas y directivas de su periódico, proveyendo al movimiento espontáneo de esa unidad que tan a menudo faltó en las revoluciones del pasado. El periódico revolucionario no puede permanecer suspendido sobre las masas, debe hundir sus raíces en ellas.

La cuestión de la relación del partido con la clase obrera es fundamentalmente la de la relación del partido con los sindicatos. Por lo que podemos apreciar desde tan lejos, ésta es hoy la cuestión más aguda y problemática del movimiento obrero francés. El grupo La Vie Ouvrière es un sector valioso de este movimiento, aunque más no fuera porque ha reunido un número bastante considerable de obreros dignos de confianza, sacrificados y probados. Pero si este grupo continúa (y yo no creo que lo haga) manteniéndose aislado y conserva su carácter cerrado, correrá el peligro de transformarse en una secta y volverse un freno en el futuro desarrollo de los sindicatos y del partido. Con su actual política indefinida hacia los sindicatos, como la expuesta en el artículo de Verdier, el partido ayuda a que se mantengan los aspectos débiles de La Vie Ouvrière, retrasando el desarrollo de sus aspectos más positivos. El partido debe proponerse la tarea de conquistar los sindicatos desde adentro. No es cuestión de privarlos de su autonomía ni de subordinarlos al partido (¡esto es una tontería!); es cuestión de que los comunistas sean los mejores activistas en los sindicatos, que conquisten la confianza de las masas y jueguen un rol decisivo en las luchas. Desde ya, dentro de los sindicatos los comunistas actúan como disciplinados miembros del partido que llevan a la práctica sus directivas básicas. El comité central del partido deberá contar con muchos obreros comunistas que jueguen un papel prominente en el movimiento sindical. Es indispensable que los comunistas que militan en este frente se reúnan periódicamente y discutan los métodos de trabajo bajo la dirección de miembros del comité central del partido.

Naturalmente, debemos mantener las más amistosas relaciones con los sindicalistas revolucionarios sin partido, pero al mismo tiempo tenemos que crear ya mismo en los sindicatos nuestros propios núcleos partidarios, que después podrán unirse con los anarcosindicalistas en núcleos mixtos. Sólo si las células comunistas de los sindicatos están firmemente unidas y disciplinadas, podremos captar cada vez más elementos anarcosindicalistas desorganizados, que se convencerán por experiencia propia de que la disciplina y la unidad centralizada alrededor de una línea dirigente, es decir, el partido, es indispensable.

Si simplemente pasamos por alto nuestras diferencias con los sindicalistas y anarquistas, esas diferencias pueden estallar catastróficamente sobre nuestras cabezas en el momento decisivo.

Les pido que no se molesten porque yo exprese con tanta libertad mis puntos de vista sobre la situación en Francia, con la cual ustedes están mucho más familiarizados que yo. Me impulsan a hacerlo, por una parte, la reciente experiencia de la Revolución Rusa; por la otra, mi profundo interés por las cuestiones del movimiento obrero francés. Comparto con otros camaradas la desilusión por vuestra ausencia del Congreso. ¿No sería posible que ambos, o cada uno por separado, vinieran a Moscú antes del próximo congreso del partido francés? Indiscutiblemente, vuestra reunión con el Comité Ejecutivo del Comintern podría ser de gran valor para ambas partes, eliminaría la posibilidad de cualquier tipo de malentendidos, e incluso fortalecería, de aquí en adelante, los lazos organizativos e ideológicos entre nosotros.

Estrecho sus manos y los saludo de todo corazón.

 


 

 

Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas[61]

15 de julio de 1921

 

Camaradas:

Estamos sesionando (esta Conferencia de Mujeres Comunistas y el presente Congreso de la Internacional Comunista) y realizando nuestro trabajo en un momento que no parece tener aquel carácter definitivo, aquella claridad y rasgos distintivos fundamentales que aparecían, a primera vista, en el Primer Congreso Mundial, cuando se reunió inmediatamente después de la guerra. Nuestros enemigos y nuestros oponentes están diciendo ahora que hemos errado total y absolutamente en nuestros cálculos. Los comunistas habíamos supuesto y esperado, dicen, que la revolución proletaria mundial estallase durante la guerra o inmediatamente después de ella. Pero ahora ya está terminando el tercer año desde la guerra, y aunque en el intervalo han tenido lugar muchos movimientos revolucionarios, sólo en un país, a saber, en nuestra propia Rusia atrasada económica, política y culturalmente, el movimiento revolucionario llevó a la dictadura del proletariado. Esta dictadura ha sido capaz de mantenerse hasta este momento, y espero que continúe manteniéndose por un largo tiempo. En otros países, los movimientos revolucionarios han conducido sólo al reemplazo de los regímenes de los Hohenzollern y de los Habsburgo por regímenes burgueses, bajo la forma de repúblicas burguesas. En otros, el movimiento se dispersó en huelgas, manifestaciones y levantamientos aislados que fueron aplastados. En general, las columnas principales del régimen capitalista siguen en pie, con la sola excepción de Rusia.

De esto, nuestros enemigos han sacado la conclusión de que, puesto que el capitalismo no se ha derrumbado, como resultado de la Guerra Mundial, en los primeros dos o tres años de la posguerra, se deduce que el proletariado mundial ha demostrado su incapacidad y, a la inversa, el capitalismo mundial ha demostrado su poder para sostener sus posiciones y restablecer su equilibrio.

Y en este preciso instante la Internacional Comunista está discutiendo si el futuro inmediato impondrá el restablecimiento de la dominación capitalista sobre bases nuevas y más elevadas, o se dará la batalla del proletariado contra el capitalismo, lo que llevará a la dictadura de la clase obrera. Esta es la cuestión fundamental para el proletariado mundial y, por lo tanto, para su sector femenino. Por supuesto, camaradas, no puedo siquiera intentar dar aquí una respuesta completa a esta cuestión. El tiempo con que cuento es demasiado breve. Intentaré hacerlo, como me lo ha encargado el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en el Congreso. Pero hay una cosa que está completamente clara, según creo, para nosotros los comunistas, los marxistas. Sabemos que la historia y su movimiento están determinados por causas objetivas, pero también sabemos que la historia la hacen los seres humanos y se realiza a través de ellos. La revolución la lleva a cabo la clase obrera. Esencialmente, la historia nos plantea la cuestión del siguiente modo: el capitalismo preparó la Guerra Mundial; ésta estalló y destruyó millones de vidas y miles de millones de dólares de la riqueza de los distintos países. Lo sacudió todo. Y aquí, sobre estos cimientos semiderruidos, dos clases se encuentran trenzadas en lucha: la burguesía y el proletariado. La burguesía intenta restaurar el equilibrio capitalista y su dominación de clase; el proletariado, derrocar el dominio de la burguesía.

Es imposible resolver esta cuestión lápiz en mano, como quien suma una lista de comestibles. Es imposible decir: la historia ha dado un viraje hacia el restablecimiento del capitalismo. Sólo podemos decir que si se desaprovechan las lecciones de todo el desarrollo precedente, las lecciones de la guerra, de la Revolución Rusa, de las semirrevoluciones en Alemania, Austria y otros lugares, si la clase obrera se resigna a poner el cuello bajo el yugo capitalista; entonces, quizás, la burguesía podrá restaurar su equilibrio, destruirá la civilización de Europa occidental y transferirá el centro del desarrollo mundial a Norte América, al Japón y Asia. Generaciones enteras tendrán que ser destruidas para crear este nuevo equilibrio. Los diplomáticos, militares, estrategas, economistas, todos los agentes de la burguesía, están ahora dirigiendo todos sus esfuerzos hacia ese fin. Saben que la historia tiene sus causas objetivas profundas, pero que la realizan los seres humanos, sus organizaciones y sus partidos. En consecuencia, nuestro Congreso y vuestra Conferencia de Mujeres se han reunido aquí, precisamente, para impulsar, en esta fluida situación histórica, la firmeza de la conciencia y de la voluntad de la clase revolucionaria. Aquí reside lo esencial del momento que estamos viviendo, y lo esencial de las tareas a encarar.

La toma del poder ya no aparece tan simple como nos pareció a muchos de nosotros hace dos o tres años. A escala mundial, este problema de conquistar el poder es extremadamente difícil y complicado. Debe tenerse en cuenta que en el propio proletariado hay distintas capas, se dan distintos niveles de desarrollo histórico, e incluso, distintos intereses coyunturales. Esto determina que cada sector se mueva con un ritmo propio. Una tras otra, cada capa proletaria es arrojada a la lucha revolucionaria, pasa por su propia escuela, se quema los dedos, retrocede a la retaguardia. Le sigue otra capa, tras la que viene aun otra, y todas ellas son arrastradas, no simultáneamente, sino en diferentes períodos; pasan por el jardín de infancia, el primero, el segundo y otros grados del desarrollo revolucionario. Y combinar todo esto en una unidad, ¡ah, es una tarea colosalmente difícil! El ejemplo de Alemania nos lo muestra. Allí, en Alemania Central, el sector del proletariado que antes de la guerra era el más atrasado y el que más confiaba en los Hohenzollern, se ha vuelto hoy el más revolucionario y dinámico. Lo mismo sucedió en nuestro país cuando el sector proletario más atrasado, el de los Urales, se convirtió en determinado momento, en el más revolucionario. Sufrieron una gran crisis interna. Y, por otra parte, volviendo a Alemania, por ejemplo a los obreros avanzados de Berlín y Sajonia, consideramos que tomaron temprano el camino de la revolución e inmediatamente se quemaron; no sólo no pudieron tomar el poder, sino que sufrieron una derrota; por lo tanto, desde entonces se volvieron mucho más cautelosos. A la vez, el movimiento obrero de Alemania Central, muy revolucionario, que comenzó con gran entusiasmo, no pudo coincidir con aquellos obreros, mucho más avanzados pero más cautelosos y, en alguna medida, más conservadores. Por este solo ejemplo, ustedes ya pueden ver, camaradas, cuán difícil es combinar las desiguales manifestaciones de los obreros de diferentes gremios y de diferentes grados de desarrollo y cultura.

En el progreso del movimiento obrero mundial, las mujeres proletarias desempeñan un rol colosal. Lo digo, no porque me esté dirigiendo a una conferencia femenina, sino porque bastan los números para demostrar qué papel importante ejercen las obreras en el mecanismo del mundo capitalista: en Francia, en Alemania, en los Estados Unidos, en Japón, en cada país capitalista»¦ Las estadísticas me informan que en el Japón hay muchas más obreras que obreros y en consecuencia, si son fidedignos los datos de que dispongo, allí las mujeres proletarias están destinadas a ejercer un papel fundamental y a ocupar el lugar decisivo. Y, hablando en términos generales, en el movimiento obrero mundial la obrera está al nivel, precisamente, del sector del proletariado representado por los mineros de Alemania Central, a los que nos hemos referido, es decir, el sector obrero más atrasado, más oprimido, el más humilde de los humildes. Y justamente por eso, en los años de la colosal revolución mundial, este sector del proletariado puede y debe convertirse en la parte más activa, más revolucionaria y de mayor iniciativa de la clase obrera.

Naturalmente, la sola energía, la sola disposición al ataque, no bastan. Pero al mismo tiempo la historia está llena de hechos como este que señalamos, que durante una etapa más o menos prolongada previa a la revolución, en el sector masculino de la clase obrera, especialmente entre sus capas más privilegiadas, se acumula excesiva cautela, excesivo conservadurismo, mucho oportunismo y demasiada adaptabilidad. Y la forma en que reaccionan las mujeres contra su propio atraso y degradación, esa reacción, repito, puede desempeñar un papel colosal en el movimiento revolucionario en su conjunto. Esta es una razón más para creer que en la actualidad nos encontramos en un recodo de la historia, una momentánea parada. Tres años después de la guerra imperialista, el capitalismo todavía existe. Este es un hecho. Esta detención muestra cuán lentamente marcan su huella en las mentes humanas, en la psicología de las masas, las lecciones objetivas de los acontecimientos y de los hechos. La conciencia sigue con retraso a los acontecimientos objetivos. Lo vemos ante nuestros propios ojos. Sin embargo, la lógica de la historia se abrirá camino hacia la conciencia de la mujer trabajadora, tanto en el mundo capitalista como en el Este de Asia. Y una vez más, será tarea de nuestro Congreso no sólo reafirmar nuevamente, sino también señalar con precisión y en base a los hechos, que el despertar de las masas trabajadoras en Oriente es hoy parte integral de la revolución mundial, tanto como el alzamiento de los proletarios en Occidente, Y ello se debe a que, si el capitalismo inglés, el más poderoso de la debilitada Europa, ha logrado mantenerse, es precisamente porque se apoya, no sólo en los no muy revolucionarios obreros ingleses, sino también sobre la inercia de las masas trabajadoras de Oriente.

En general, a pesar de que los hechos se han desarrollado mucho más lentamente de lo que esperábamos y deseábamos, podemos decir que nos hemos fortalecido en el tiempo transcurrido desde el Primer Congreso Mundial. Es cierto que hemos perdido algunas ilusiones, pero en compensación hemos comprendido nuestros errores y aprendido algunas cosas y en lugar de las ilusiones, hemos adquirido una visión más clara. Hemos crecido; nuestras organizaciones se han fortalecido. Tampoco nuestros enemigos perdieron el tiempo en este período. Todo esto muestra que la lucha será dura y feroz. Ello hace aún más importante el trabajo de esta Conferencia. De ahora en adelante, la mujer debe comenzar a dejar de ser una «hermana de la caridad», en el sentido político del término. Participará en forma directa en el principal frente revolucionario de batalla. Y es por eso que, desde el fondo de mi corazón, aunque sea con algún retraso, saludo a esta Conferencia Mundial de Mujeres y grito con ustedes ¡Viva el Proletariado Mundial! ¡Vivan las Mujeres Proletarias del Mundo!

 


 

 

Carta a Lucie Leiciague sobre l'Humanité[62]

23 de julio de 1921

 

Estimado camarada,

Accedo a su deseo de que le exponga más en detalle mi punto de vista sobre l'Humanité.

1.- Los informes parlamentarios ocupan un lugar importante en el diario comunista francés. No se trata de que consideremos, como hacen los reformistas, la participación en el parlamento como un método fundamental, o particularmente importante, de la lucha de la clase obrera sino que le conferimos al parlamento y al parlamentarismo el lugar que ocupan realmente en la sociedad actual, ello a fin de disipar los prejuicios del reformismo parlamentario al mismo tiempo que las supersticiones antiparlamentarias del anarquismo. El objetivo de los informes parlamentarios es mostrarles a los obreros el verdadero papel del parlamento y de los partidos que en él están representados. Ahora bien, según mi parecer, la rúbrica parlamentaria de l'Humanité no es todo lo que debería ser. Los debates están narrados en ella en el estilo corriente, frívolo, del periodismo, bajo la forma de chascarrillos, alusiones»¦ Jamás se indica a qué partido pertenece el orador, los intereses de la clase o de la fracción de la clase a que representa, jamás se desvela el carácter de clase de las ideas sostenidas por él, jamás se descubre el sentido y la esencia de los discursos y propuestas, todo se reduce a chanzas y juegos de palabras. Pare usted en la calle, al salir de la fábrica, a cien obreros y léales el informe parlamentario de l'Humanité, estoy seguro de que noventa y nueve de ellos no comprenderán ni aprenderán nada de ellos; en cuanto al centésimo, puede ser que comprenda alguna cosa pero no aprenderá nada. En un diario obrero, no son los periodistas del estilo que hablan en la sala de fumadores del parlamento los que pueden describirlo y la lucha de la que éste es el marco.

Lo que es necesario sobre todo es la claridad, la nitidez y la popularidad. No quiero decir con ello que haya que entregar secos resúmenes de los debates con consideraciones sobre los oradores y partidos. Muy al contrario, los informes deben tener una carácter vivo, de agitación. Pero el autor debe imaginar al lector nítidamente, debe asignarse como tarea descubrirles a sus lectores la significación de clase del trabajo y las maniobras parlamentarias. A veces es suficiente con dos palabras bien escogidas en un discurso para caracterizar no solamente al orador sino a todo su partido. Hay que repetir, resaltar, insistir, repetir otra vez más y volver a resaltar, y no mariposear como verdadero periodista por la superficie de las discusiones parlamentarias.

2.- La actitud de l'Humanité frente a los disidentes es demasiado indeterminada, a veces incluso la contraria de la que debería ser. La escisión es cosa seria y, desde el momento en que la hemos reconocido como inevitable, es preciso que la masa comprenda todo su significado. Hay que desenmascarar implacablemente la política de los disidentes. Es necesario ridiculizar a sus jefes y a su prensa ante la masa y volverles odiosos. Así la masa del partido alcanzará una nitidez y claridad políticas mucho más grandes. En el número del 17 de abril último, el camarada Launat adopta hacia los disidentes una actitud radicalmente falsa. Expresa el deseo que el texto del proyecto de ley de Paul-Boncour aparezca lo más rápidamente posible a fin que se pueda juzgar si las divergencias de opiniones son verdaderamente tan irreductibles como lo afirma Blum. Todo este artículo, así como, por otra parte, otros sobre el mismo tema, dan la impresión que no llevamos a nuestros longuettistas a una lucha política a muerte sino a una simple discusión entre camaradas. Debería ser exactamente lo contrario. Es necesario, cae por su peso, separar de los longuettistas a la fracción de obreros que arrastran tras ellos. Pero sólo se hará gracias a una implacable campaña contra el longuettismo en todas sus manifestaciones.

3.- En el número del 5 de mayo he leído el artículo del camarada Frossard titulado «Sangre fría y disciplina». En su esencia este artículo es completamente justo, en la medida en que expone qué hay que hacer y cómo hacerlo. Pero es insuficiente pues no da curso libre de forma suficiente al sentimiento de revuelta que ha invadido a la elite de la clase obrera. Al mismo tono del diario le falta firmeza y energía. El diario no compensa suficientemente a la fracción parlamentaria cuya acción ha sido extremadamente débil e incluso radicalmente falsa. No me atrevo a afirmarlo, pero me parece que deberían de existir formas de protesta que no comprometan al partido en una acción decisiva. l'Humanité no cita ninguna acción al respecto.

4.- El número del 3 de abril contiene un artículo titulado «Cristianismo y socialismo». Este artículo está en flagrante contradicción con el marxismo pues en él se quiere apoyar al socialismo en lugares comunes del Evangelio. El autor se reclama de la Rusia soviética en la que la Iglesia está tolerada y exige que el Partido Comunista de Francia imite en ese aspecto a la república de los soviets. Pero hay ahí una confusión de ideas monstruosa. La república soviética es un estado que se ve forzado a tolerar en su interior los prejuicios y su expresión organizada., la Iglesia. El partido comunista es una unión voluntaria de gente cuyas ideas son idénticas, y no puede tolerar en su seno la propaganda del socialismo cristiano. Con mucha más razón no puede poner a disposición de esta propaganda las columnas de su órgano central y permitirle expresarse en artículos importantes. El partido puede resignarse a que determinados miembros de él, particularmente obreros y campesinos, no se hayan librado todavía de los prejuicios religiosos pero, en tanto que partido, debe trabajar a través de sus organismos dirigentes en iluminar a las masas. En cualquier caso, no podemos permitir a intelectuales místicos hacer del partido un auditorio en el que suelten sus fantasías religiosas. En el momento decisivo, de esos elementos, nueve de cada diez decantarán sus preferencias al lado religioso de su naturaleza y obstaculizarán la acción revolucionaria.

5.- Los camaradas luxemburgueses se han quejado de la indiferencia del partido ante la violencia ejercida por el ejército del gobierno francés contra los obreros de su país. Solamente he encontrado en l'Humanité un artículo sobre el tema, el del camarada Victor Méric. Está fuera de toda duda que se podía y debía desarrollar en esta ocasión una agitación mucho más sostenida.

6.- Las cuestiones coloniales sólo se ven reflejadas muy débilmente en las columnas de l'Humanité. Y, sin embargo, la actitud frente al sojuzgamiento de las colonias es la verdadera piedra de toque del grado de espíritu revolucionario de un partido proletario. El artículo del número del 20 de mayo sobre el pretendido compló en Indochina está escrito con un espíritu democrático y no con un espíritu comunista. Nos hace falta aprovechar todas las ocasiones para inculcarles a los obreros la idea que las colonias tienen derecho a sublevarse contra la metrópolis y a separase de ella. Estamos obligados, en todas las ocasiones, a resaltar que el deber de la clase obrera es apoyar a las colonias que se rebelan contra la metrópolis. No solamente en Inglaterra, sino también en Francia, la revolución social comporta, al mismo tiempo que la insurrección del proletariado, la insurrección de los pueblos coloniales contra la metrópolis. La falta de nitidez sobre esta cuestión sólo puede engendrar y cubrir al chovinismo.

7.- En una serie de artículos y, particularmente, comentarios, se observa un uso irreflexivo de las palabras «patria», «república», «morir por su país», etc. Precisamente en Francia es donde la exactitud de la terminología, el carácter de clase estrictamente medido de la fraseología política, son necesarias más que en cualquier otro lugar.

8.- No citaré los innombrables ejemplos de vacilación y falta de resolución de l'Humanité en su línea sobre el sindicalismo. Una serie de artículos entran en contradicción con los principios fundamentales del marxismo y del comunismo. Comunistas escriben artículos diametralmente opuestos a las directrices del partido. Las resoluciones de los sindicalistas se imprimen sin comentarios. Es incontestable que, en el período actual, l'Humanité debe abrir sus columnas a la discusión de la cuestión sindical y permitirle a la parte adversa que exponga su punto de vista. Pero la voz de la redacción siempre tiene que oírse, si no el lector se lía y acaba por estar completamente desorientado. La discusión de esta cuestión, sobre todo en Francia, hará aparecer un abigarramiento de opiniones. Si la redacción no mantiene asido el timón con mano firme puede resultar de ello una inextricable confusión. Por el contrario, si la redacción no se desvía de la ruta que se ha trazado, la masa escogerá la línea comunista verdadera y la seguirá fielmente, rechazando muy lejos la confusión, las reticencias y las contradicciones de sus adversarios.

9.- l'Humanité inserta voluntariamente fotografías de ministros alemanes e ingleses, de socialdemócratas alemanes, etc. Creo que sería mucho mejor reemplazarlas por retratos de comunistas. Hay que acercar a los partidos comunistas unos a otros así como también a las personas.

Para terminar aprovecho la ocasión para expresarle una vez más mi admiración por su Gassier.

Saludos comunistas

 


 

[Los parados y los sindicatos][63]

(sin fecha, entre el 7 de agosto de 1920 y el 22 de junio de 1921)

En todos los países la burguesía está volviendo a los parados en contra de los obreros organizados en sindicatos con el objetivo de socavar la disciplina de esas organizaciones, reducir los salarios y desmoralizar al proletariado. Nuestra tarea, la tarea de la Internacional Comunista y de la internacional sindical revolucionaria consisten en la movilización respecto al paro y los parados para la lucha contra la sociedad capitalista. Pero la primera barricada inmediata, o la trinchera más avanzada, del estado capitalista es la del aparato y los órganos principales de los principales sindicatos de casi todos los países capitalistas de vanguardia. Tomar esta primera trinchera es la tarea inmediata y fundamental del proletariado revolucionario. Es imposible derrocar a un gobierno burgués mientras tienes sindicatos dirigidos por agentes de esa misma burguesía. La poderosa fuerza que sostiene a las viejas organizaciones de los sindicatos es el automatismo y el conservadurismo organizacional, el equilibrio interior y la confianza en sí mismos, que es la evolución resultante de años y décadas de crecimiento y consolidación gradual de los sindicatos y de sus dirigentes y la adquisición de los hábitos correspondientes. Pero ahora todas las condiciones, toda la situación y, sobre todo, todo el estado económico de la humanidad civilizada eliminan cualquier posible estabilidad de los sindicatos. El creciente número de parados y el aumento del paro representan factores poderosos que socavan la estabilidad de toda la sociedad burguesa, incluyendo sobre todo a los sindicatos conservadores. La tarea de los comunistas consiste en combatir, dirigiendo hábilmente a los parados como parte del proletariado, para aplastar al gobierno de esas camarillas conservadoras que tienen el poder de los sindicatos en sus manos. Precisamente por esta razón la cuestión del paro debe situarse en el centro de la atención de los partidos comunistas. La agitación alrededor de la cuestión del paro debe adquirir un carácter concentrado. El partido comunista, su prensa, la fracción comunista en el parlamento y las células comunistas en los sindicatos, deben hacer sonar una misma nota, despertar la atención de las masas trabajadoras ante el hecho del paro, plantear las mismas exigencias y exigir que los sindicatos lleven adelante diariamente una clara campaña contra la sociedad burguesa a favor de los intereses de los parados y, al mismo tiempo, de la clase obrera en su conjunto. Una lucha tan concentrada a escala internacional con consignas centrales comunes sin duda reunirá a las masas.

 

 

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NOTAS

[52] Tomado de Carta a un sindicalista francés (dirigida a Monatte detenido en la Santé), Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[53] Tomado de Carta a los camaradas yugoslavos, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[54] Tomado de Respuesta al camarada Gorter. Discurso al C.E. de la Internacional Comunista, en Archivo León Trotsky / MIA sección en español.

[55] Tomado de Vergeat, Lepetit y Lefebvre, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[56] Tomado de El movimiento de marzo en Alemania, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[57] Tomado de El movimiento revolucionario de marzo en Alemania [notas personales], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[58] Tomado de «A los trabajadores y trabajadoras de todos los países. (Manifiesto del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista para el Primero de Mayo de 1921)», Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[59] Tomado de Carta al camarada Monatte, CEIP León Trotsky / Obra de León Trotsky.

[60] Tomado de Carta a los camaradas Cachin y Frossard, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[61] Tomado de Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[62] Tomado de Carta a Lucie Leiciague sobre l'Humanité, Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.

[63] Tomado de [Los parados y los sindicatos], Edicions Internacionals Sedov / Trotsky inédito en internet y en castellano.