Leon Trotsky - STALIN

SUPLEMENTO II

"KINTO" EN EL PODER
 
Antes de ser rey de Israel, David guardaba ovejas y tocaba la flauta. Su extraordinaria carrera se comprende al considerar que casi todos los hijos de los israelitas, seminómadas, guardaban ovejas, y que en aquellos días el arte de gobernar a los pueblos no era mucho más complicado que el pastorear rebaños. Pero desde entonces, la sociedad y el arte de gobernar han aumentado mucho en complejidad. Cuando un monarca [moderno tiene que] dejar el trono, [ya no es necesario] buscarle sucesor entre los pastores. Cuestión tan delicada se arregla a base del automatismo dinástico.
La historia humana ha conocido no pocas carreras meteóricas. Julio César fue un candidato natural al poder, miembro por su nacimiento de una oligarquía no muy numerosa. No así Napoleón I. Y, sin embargo, ni siquiera éste [fue tan netamente advenedizo] como los principales dictadores de nuestro tiempo. Al menos [en este respecto] fue fiel a la misma antigua [tradición que Julio César], [a saber, la de que] un guerrero que hubiese demostrado su capacidad de mandar a hombres armados en el combate, tenía tanto más derecho a gobernar a un populacho desarmado e indefenso. Esta añeja tradición no fue estrictamente observada [en el caso de aquel Napoleón de similor generalmente conocido por "el Chico" o] III, desprovisto de dotes militares. Pero [incluso] él no era un advenedizo integral. Se le tenía al menos por sobrino de su [gran] tío, y [destinado a la notoriedad por] el águila mansa que voló sobre su cabeza [en una ocasión señalada. No sería generoso deducir que] sin el ave simbólica, la cabeza del príncipe Luis Napoleón [hubiera tenido tan poco por fuera como por dentro].
En vísperas de la [Primera] Guerra Mundial, hasta la carrera de Napoleón III parecía ya un fantástico eco del pasado. La democracia estaba firmemente asentada, al menos en Europa, Norteamérica y Australia. [Sus avances en los] países sudamericanos eran más instructivos [que serios]; hacía [progresos en Asia]; despertaba a los pueblos de áfrica. La mecánica del constitucionalismo parecía ser el único método aceptable para la humanidad civilizada, el único sistema de gobierno. Y como la civilización continuaba creciendo y ensanchándose, el porvenir de la democracia parecía invencible
Los acontecimientos de Rusia [al final de esa guerra] asestaron el primer golpe al concepto histórico. Al cabo de ocho meses de inercia v de caos democrático vino la dictadura de los bolcheviques. Pero aquello era, después de todo, un mero "episodio" de la Revolución, que se presentaba a modo de un producto del atraso de Rusia, de una reproducción en el siglo XX de aquellas convulsiones que sufrió Inglaterra a mediados del siglo XVII, y Francia a fines del XVIII. Lenin venía a ser un Cromwell o un Robespierre moscovita. Los nuevos fenómenos podían clasificarse, por lo menos, y eso ya servía de consuelo.
[Vino luego aquella] "neurosis del sentido común" ([así define] Schmalhausen al fascismo), que [era un desafío a los historiadores]. No era fácil encontrar una analogía histórica para Mussolini, y, once años después, para Hitler. Había indistintos balbuceos de César, Sigfrido y... y Al Capone. [Pero decididamente carecían de sentido.] En países civilizados, democráticos, que habían pasado por una prolongada experiencia en el sistema representativo, se alzaban súbitamente al poder misteriosos desconocidos que en su juventud desempeñaron faenas casi tan modestas como las de un David o un Josué. No tenían en su haber proezas de heroísmo militar. No ofrecían al mundo ideas nuevas. Tras de ellos no se alzaba la sombra de un gran antecesor con sombrero tricorne. La loba romana no era la abuela de Mussolini, ni la esvástica el escudo de armas de Hitler, sino únicamente un símbolo robado a los egipcios y a los indios. El pensamiento liberal democrático [continuó] atónito y desamparado ante el misterio del fascismo. [Después de todo], ni Mussolini ni Hitler tenían aire de genios. ¿Cómo se explica, pues, su vertiginoso éxito?
[Ambos campeones del fascismo son representantes de] la pequeña burguesía, [que] en esta época es incapaz de aportar ideas originales o dirección creadora propias. Tanto Hitler como Mussolini han plagiado e imitado prácticamente todo y a todos.
Mussolini hurtó de los bolcheviques y de Gabriel d'Annunzio, y encontró inspiración en el campo de los grandes negocios. Hitler imitó a los bolcheviques y a Mussolini. Así, los caudillos de la pequeña burguesía, dependientes de [los magnates] del capitalismo, son segundones típicos, así como la misma pequeña burguesía, ya se la contemple desde arriba o desde abajo, asume invariablemente un papel secundario en la lucha de clases.
La dictadura de la pequeña burguesía fue aún posible a fines del siglo XVIII. Pero no pudo mantenerse [mucho tiempo] ni siquiera entonces. Robespierre fue precipitado al abismo desde la derecha. [Los patéticos tropezones de Kerensky no nacieron enteramente de su impotencia personal; hasta un hombre tan apto y emprendedor como Palchinsky resultó incapaz en absoluto. Kerensky fue tan sólo el más caracterizado representante de esta impotencia social. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder, el mundo habría tenido un hombre ruso para el fascismo cinco años antes de la marcha sobre Roma. Por qué no pudo Rusia aislarse de la profunda reacción que se cernió sobre la Europa de la posguerra a principios del tercer decenio del siglo, es un tema que el autor ha estudiado ya en otro lugar. Basta decir que la coincidencia de fechas tales como la organización del] primer Ministerio fascista presidido por Mussolini el 30 de octubre de 1922 en Italia; el golpe de Estado de 13 de septiembre de 1923 en España, [que elevó a Primo de Rivera al poder; la condenación de la] declaración de los 46 bolcheviques por el Pleno conjunto del Comité Central y de la Comisión Central de Control, el 15 de octubre de 1923, [no es un caso fortuito. Tales signos de los tiempos han de merecer seria consideración].
Sin embargo, dentro del marco de las posibilidades históricas [a su alcance], Mussolini, ha demostrado gran iniciativa, habilidad para esquivar, tenacidad y comprensión. [Sigue] la tradición de la larga serie de improvisadores italianos. El don de improvisar está en lo íntimo del temperamento del país. ágil y desordenadamente ambicioso, sacrificó su carrera socialista a sus ansias de éxito. Su disgusto en el partido se trocó en fuerza impulsara. Creó y destruyó teoría a su paso. Es la verdadera personificación del egoísmo cínico [y de la cobardía oculta tras el disfraz de su] jactancia. Hitler da muestras de monomanía v mesianismo. El encono personal tuvo considerable parte en su desarrollo. Era un pequeño burgués "desclasado" que no se resigna a ser obrero manual. Los obreros normales aceptan su posición como normal. Pero Hitler era un presumido de mal asiento y psiquismo alterado. Consiguió elevarse socialmente recurriendo a la execración de los judíos y de los socialdemócratas. Estaba desesperadamente resuelto a subir. De camino compuso para sí mismo una "teoría" plagada de contradicciones y reservas mentales: un revoltijo de ambiciones imperiales alemanas y de sueños de los días rencorosos de un pequeñoburgués "desclasado". Si tratamos de encontrar un paralelo histórico para Stalin tenemos que rechazar no sólo a Cromwell, Robespierre, Napoleón y Lenin, sino incluso a Mussolini y a Hitler. [Comprenderemos mejor a Stalin] evocando figuras como Mustafá Kemal Pachá o tal vez Porfirio Díaz.
 

En reuniones del Comité Central en que me levantaba a leer una declaración de la oposición izquierdista, me interrumpían constantemente con silbidos, gritos, amenazas, juramentos, a semejanza de lo que me ocurrió diez años antes, cuando me levanté a leer una declaración de los bolcheviques el día inaugural del Parlamento previo de Kerensky. Recuerdo a Vorochilov gritando: "¡Se conduce lo mismo que el Parlamento previo!" Esta exclamación era más acertada de lo que suponía su mismo autor.
En 1927, las reuniones oficiales del Comité Central se hicieron francamente intolerables. No se discutía nada por sus méritos. Todo se decidía entre bastidores, en una sesión reservada con Stalin, que entonces concertó un pacto político con el grupo derechista: Rikov, Bujarin y Tomsky. En realidad, había por lo menos dos reuniones oficiales del Comité Central cada vez. La línea de ataque contra la oposición se establecía de antemano, distribuyendo a cada cual sus respectivas tareas e intervenciones. Montada la comedia, cada vez se iba pareciendo más a una pantomima tabernaria. El tono de aquel acoso era de día en día más desenfrenado. Los miembros más insolentes, los trepadores recién elevados al Comité Central, por el solo título de su capacidad de descaro contra la oposición, interrumpían de continuo los discursos de los revolucionarios veteranos, repitiendo sin orden ni concierto viles acusaciones, con exclamaciones de inaudita vulgaridad y contumelia. El director de escena era el mismo Stalin. Se paseaba de un lado a otro por detrás de la mesa presidencial, mirando a intervalos a quienes habían de tomar parte en el debate según lo convenido, y no disimulaba su aprobación cuando los reniegos contra algún oposicionista adquirían un carácter en extremo desvergonzado. Era difícil imaginarse que estuviésemos en una reunión del Comité Central del Partido bolchevique; tan ruin era el tono, tan vulgares los participantes y tan repugnante el verdadero desmoralizador de aquella chusma. Las costumbres de las calles de Tiflis se habían trasladado al Comité Central del Partido bolchevique. Algunos de nosotros nos acordábamos del retrato de Stalin hecho por uno de sus antiguos colaboradores, Felipe Majaradze: "Es sencillamente un... kinto." 
Aproximadamente por entonces, otro camarada de Stalin en el Cáucaso, Budu Mdivani, me refirió una conversación que sostuvo con Stalin en el Kremlin. Mdivani trataba de persuadirle de que era necesario llegar a cierto arreglo con la oposición; de otro modo, el Partido pasaría de una convulsión a otra. Stalin escuchaba en silencio, sin aparente disconformidad, mientras paseaba de un lado a otro de la habitación. Y, después de alejarse a grandes zancadas hasta el rincón más remoto, se volvió, dirigiéndose en silencio hacia Mdivani. Con los puños en tensión, empinándose sobre las puntas de los pies y levantando un brazo, se detuvo- de pronto: "Hay que aplastarlos", vociferó. Mdivani me dijo que sintió francamente miedo...
Según Basedovsky:

"El asesinato del zar fue obra de Stalin. Lenin y Trotsky eran partidarios de retener a la familia imperial en Yekaterinburg, mientras que Stalin temía que mientras Nicolás II estuviese vivo atraería a los guardias blancos, etc. El 12 de julio de 1918, Stalin había llegado a un acuerdo con Sverdlov. El 14 de julio inició a Goloschekin en sus planes, y el 15 de julio este último envió un telegrama cifrado... relativo a las intenciones de Stalin y Sverdlov al comisario Boloborodov, encargado de custodiar a la familia del zar. El 16 de julio, Boloborodov telegrafió a Moscú que Yekateriburg caería en un plazo de tres días. Goloschekin vio a Sverdlov; Sverdlov vio a Stalin. Guardándose el informe de Boloborodov en el bolsillo, Stalin dijo: "De ningún modo debe ser entregado el zar a los guardias blancos." Aquellas palabras equivalían a una sentencia de muerte."

Caracteriza sin duda a Stalin una crueldad personal, física, lo que suele denominarse sadismo. Durante su encierro en la cárcel de Bakú, el compañero de celda de Stalin estaba una vez soñando con revoluciones. "¿Te atrae la sangre?", le preguntó de improviso Stalin, que entonces se llamaba aún Koba. Y empuñando un cuchillo que llevaba oculto en la caña de una de sus botas se levantó una pernera y se hizo un profundo corte en la pierna.
"¡Ahí la tienes!" Después de convertido en dignatario del Soviet, solía divertirse en su casa de campo degollando ovejas o derramando petróleo sobre hormigueros y prendiéndoles fuego. Abundan tales anécdotas a propósito de él, procedentes de observadores imparciales. Pero hay muy poca gente de semejantes inclinaciones. En el mundo. Fueron necesarias condiciones históricas especiales para que tan negros instintos naturales alcanzaran monstruoso desarrollo.
La unión de Stalin con Hitler satisfizo su anhelo de venganza. Sobre todo, ansiaba afrentar a los Gobiernos de Inglaterra y Francia, vengar las ofensas que había sufrido el Kremlin antes de que Chamberlain dejase de cortejar a Hitler. Con personal deleite inició negociaciones secretas con los nazis a la vez que aparentaba tratar abiertamente con las misiones amistosas inglesa y francesa, gozando con engañar a Londres y París, con presentar inopinadamente su pacto con Hitler. Es trágicamente ruin.

Si fuera posible verter en un molde todo el omnipotente y pérfido misticismo, la estridente abominación del socialismo y de la revolución; si, por decirlo de este modo, pudiera secularizarse el poema del Gran Inquisidor, el poema de la tragedia del epigonismo... La idea de degeneración, en otra escala; el siglo XV... El poema de Dostoievski terminado besando Cristo en silencio al inquisidor en los labios. La despedida de uno de los epígonos burocráticos de la Cristiandad. A pesar de toda su reserva, Lenin le hubiera escupido en los ojos.
No hay líderes natos, como no hay criminales natos. Madame de Staël pensó que puede observarse una perfectibilidad lenta, pero continua, en el curso del desenvolvimiento histórico.
Puede decirse que todos los personajes históricos geniales, todos los creadores dijeron lo esencial de cuanto tenían que decir durante los primeros veinticinco o treinta años de su vida. Después vino sólo el desarrollo, la profundización y, la aplicación. Durante el primer período de la vida de Stalin no oímos sino una reiteración vulgarizada de fórmulas de estereotipia.
Stalin fue elevado a la condición de genio sólo después de que la burocracia, dirigida por su genuino secretario general, hubo destrozado por completo la plana mayor de Lenin. Apenas hace falta demostrar que un hombre que nunca ha dicho una sola palabra sobre ningún tema y fue exaltado automáticamente a la cumbre por su burocracia cuando ya había pasado con mucho los cuarenta, no puede ser considerado como un genio.
Según Nicolaievsky, Bujarin describió a Stalin como "acumulador de genio". Expresión acertada, pero sólo suprimiendo el "genio". Lo oí por vez primera de labios de Kamenev. Tenía en el pensamiento la habilidad de Stalin para llevar adelante sus proyectos por entregas como quien paga a plazos. Esta posibilidad presupone a su vez la presencia de una poderosa política centralizada. La tarea de acumular consiste en insinuarse gradualmente en la máquina y luego en la opinión pública del país. Acelérese el proceso y hágase ver el cambio de repente y en toda su magnitud, y ello provocará espanto, indignación, resistencia.

De los doce apóstoles de Cristo, sólo Judas salió traidor. Pero si hubiera logrado el poder, habría presentado como traidores a los otros once apóstoles, sin olvidar a los setenta menores que menciona san Lucas.

El 19 de noviembre de 1924, en su discurso del Pleno de la Fracción Bolchevique de los Sindicatos, dijo Stalin:

"Después de oír al camarada Trotsky, pudiera pensarse que el Partido de los bolcheviques no hizo en todo el período de preparación de marzo a octubre más que marcar el paso, corroído por contradicciones internas, a estorbar a Lenin en todos sentidos. Y que si no hubiera sido por el camarada Trotsky, la Revolución de octubre podría haber tomado otro rumbo. Es bastante divertido escuchar discursos tan singulares del mismo prólogo del tercer volumen que: "el instrumento básico de la revolución proletaria es el Partido"."

Naturalmente, nada dije sobre la ineptitud o inutilidad del Partido, y particularmente de su Comité Central. Simplemente había bosquejado la fricción interna. Pero lo que sigue siendo misterioso es cómo un Partido cuyo Comité Central se componía en sus dos terceras partes de enemigos del pueblo y agentes del imperialismo pudo vencer. Todavía no hemos oído la explicación de este misterio. A partir de 1918, los traidores tuvieron mayoría preponderante en el Politburó y en el Comité Central. En otras palabras, la política del Partido Bolchevique en los críticos años de la Revolución estuvo determinada enteramente por traidores. No hace falta decir que Stalin no pudo haber previsto en 1924 que la lógica de su método le conduciría a una absurdidad tan trágicamente monstruosa al cabo de [una década y media]. Lo que es típico de Stalin es su capacidad para barrer todo recuerdo del pasado a excepción de los resentimientos personales y de su insaciable sed de venganza.
 

¿Es posible deducir conclusiones sobre 1924 a base de los años 1936-1938, en que Stalin ya había conseguido desarrollar en su persona todos los atributos de un tirano? En 1924 todavía estaba batallando por el poder. ¿Era ya entonces Stalin capaz de tal maquinación? Todos los datos de su biografía nos mueven a contestar afirmativamente. Desde los tiempos del Seminario de Tiflis dejó tras sí un rastro de las sospechas y acusaciones más maliciosas. La tinta y el papel impreso le parecían medios demasiado insignificantes para una brega política. Los muertos son los únicos que no vuelven. Después de la ruptura de Zinoviev y Kamenev con Stalin en 1925, ambos dejaron cartas guardadas en un lugar de confianza:
"Si pereciésemos de repente, sabed que es obra de Stalin."
Me aconsejaron hacer otro tanto. "¿Te imaginas que Stalin se preocupa de buscar argumentos para contestar a los tuyos? -me decía Kamenev-. Nada de eso. Está cavilando cómo liquidarte sin que le castiguen."
"¿Te acuerdas de la detención del Sultan-Galiyev, el antiguo presidente del Consejo tártaro de Comisarios del Pueblo, en 1923 -continuó Kamenev-. Fue el primer arresto de un destacado miembro del Partido efectuado por iniciativa de Stalin. Por desgracia, Zinoviev y yo consentimos en ello. Aquella fue la primera vez que Stalin paladeó sangre. Tan pronto como rompimos con él, hicimos una especie de testamento, en el que advertíamos que en caso de morir "por accidente", Stalin habría de ser tenido por responsable. Este documento se guarda en un sitio de confianza. Te aconsejo que hagas lo mismo. Puede esperarse todo de ese asiático."
Por su parte, Zinoviev añadió: "Pudo terminar conmigo ya en 1924, si no le hubieran asustado las represalias, los actos terroristas por parte de la juventud. Por eso Stalin decidió comenzar demoliendo los cuadros de la oposición y aplazando tu liquidación hasta tener la certeza de poder realizarla impunemente. Su odio hacia nosotros, especialmente hacia Kamenev, obedece principalmente a que sabemos de él demasiado. Pero tampoco está preparado para matarnos todavía." éstas no eran conjeturas vanas; durante los meses de luna de miel del triunvirato, sus componentes hablaban entre sí con toda franqueza.
El éxito ininterrumpido de Stalin comenzó en 1923, cuando, poco a poco, fue adquiriendo la convicción de que el proceso histórico puede ser burlado. Los juicios de Moscú constituyen el punto culminante de esta política de impostura y violencia. Al mismo tiempo, Stalin comenzó a sentir con aprensión que el suelo se desmoronaba y deslizaba bajo sus pies. Cada nueva decepción exigía otra doble para sostenerlo; cada acto de violencia ensanchaba el radio de la violencia necesaria para apoyarlo. Allí comenzó un período definitivo de declinación, en el curso del cual el mundo se asombró no tanto de su fuerza, su obstinación y su implacabilidad como la bajeza de sus recursos intelectuales y de sus métodos políticos.
La astucia de Stalin es, en esencia, muy tosca y ajustada a mentes primitivas. Si, por ejemplo, examinamos los juicios de Moscú en conjunto, veremos que asombran por su tosquedad de concepción y ejecución.

En abril de 1925 fui relevado del cargo de comisario de Guerra. Mi sucesor, Frunze, era un antiguo revolucionario profesional que había pasado muchos años en Siberia, en trabajos forzados. No estaba destinado a permanecer mucho tiempo en aquel cargo: sólo unos [siete] meses. En noviembre de 1925 sucumbió al bisturí del cirujano. Durante su breve mandato, Frunze desplegó excesiva independencia en proteger al Ejército de la inspección de la G.P.U.; éste fue el mismo crimen que doce años más tarde costó la vida al mariscal Tujachevski. Bazhanov había sugerido que Frunze era el centro de una conspiración militar; esto es una insensata invención. En el conflicto de Zinoviev y Kamenev con Stalin, Frunze era opuesto a Stalin. La oposición del nuevo comisario de Guerra suponía enormes peligros para el dictador. El sumiso Vorochilov, insuficiente mental, le parecía un instrumento mucho más de fiar. Por todo el Partido corrió el rumor de que la muerte de Frunze se había producido porque así convenía a Stalin.
A base de los datos disponibles, el curso de los acontecimientos se reconstruye así: Frunze sufría de úlceras gástricas; sus médicos particulares creían que el corazón del paciente no resistiría los efectos del cloroformo, y por eso Frunze se resistía resueltamente a toda intervención. Stalin encargó a un médico del Comité Central, esto es, agente suyo de confianza, que convocase una consulta de selectos, quienes recomendaron que se operase al enfermo; el Politburó confirmó la decisión. Frunze tuvo que someterse, es decir, resignarse a morir por obra de la anestesia. Las circunstancias del fallecimiento de Frunze hallaron deformada reflexión en la literatura [Boris Pilniak, Leyenda de la Luna inextinta]. Stalin hizo confiscar inmediatamente el libro y sometió a su autor al disfavor oficial. [Pilniak] tuvo que arrepentirse en público de su "error" muy humildemente. Stalin juzgó necesario publicar a raíz de aquello varios documentos destinados a probar su inocencia. Es difícil decir cuál sea la verdad, pero la misma índole de la sospecha es significativa. Demuestra que a fines de 1925 el poder de Stalin era ya tan grande que podía confiar en un dócil concilio de médicos armados de cloroformo y bisturí. Y, sin embargo, en aquel tiempo, apenas le conocía el uno por ciento de la población.
Bazhanov escribió con referencia a mi destierro a Turquía, en febrero de 1929:

"Esto es sólo quedarse a la mitad. No reconozco a mi Stalin... Hemos hecho algunos progresos desde los tiempos de César Borgia. Entonces vertían con destreza unos polvos activos en una copa de vino de Falerno, o bien moría el enemigo al morder una manzana. Los métodos de acción de nuestra época están inspirados en las más recientes proezas de la ciencia. Un cultivo de bacilos de Koch mezclados con los alimentos y sistemáticamente administrados, ocasionan gradualmente una tisis galopante y la muerte súbita... No está claro... por qué Stalin no siguió este método, que es parte integrante de sus costumbres y de su carácter."

En 1930, cuando el libro de Bazhanov se publicó, me pareció simplemente un ejercicio literario. Después de los juicios de Moscú ya le di más importancia. ¿Quién había inspirado al joven escritor tales especulaciones? ¿De dónde procedían? Bazhanov se había ejercitado en la antesala de Stalin; allí la cuestión de los bacilos de Koch y de los métodos de envenenamiento de los Borgia debió de discutirse ya antes de 1926, año en que Bazhanov dejó la secretaría de Stalin. Dos años después, escapó al extranjero y se convirtió en un emigrado reaccionario.
Cuando Yezhov fue nombrado jefe de la OGPU cambió el método toxicológico, del que en toda justicia ha de reconocerse iniciador a Yagoda. Pero consiguió resultados análogos. En el juicio de febrero (2-13 de marzo) de 1938, se acusó al secretario de Yagoda, Bulanov, entre otras cosas, de envenenador, y por eso fue fusilado. Que Bulanov gozaba de la privanza de Stalin, se deduce claramente del hecho de haber sido designado para acompañar a mi mujer y a mí desde nuestro destierro en Asia Central al de Turquía. En mi deseo de salvar a mis dos antiguos secretarios, Sermuks i Poznansky, pedí que fuesen desterrados conmigo.
Bulanov, temeroso de una molesta publicidad en la frontera turca, y con objeto de arreglarlo todo pacíficamente, comunicó por hilo directo con Moscú. Medía hora más tarde me trajo la cinta del despacho directo en el que el Kremlin prometía que Poznansky y Sermuks me seguirían inmediatamente. Yo no lo creí.
-Queréis engañarme -dije a Bulanov. 
-Entonces, me tomas por un granuja. 
-Es un pequeño consuelo -respondí.

El secretario de Gorki, Kryuchkov, aseveró que Yagoda le dijo: "Es necesario disminuir la actividad de Gorki, porque se atraviesa en el camino de los "jefazos"." Esta fórmula de los "jefazos" se repite varias veces. La referencia en la corte se interpretó como alusiva a Rikov, Bujarin, Kamenev y Zinoviev. Pero eso es una absurdidad patente; pues por entonces estos hombres eran unos parias, víctimas de la persecución de la G.P.U. "Jefazos" era un modo de designar a los amos del Kremlin, y, especialmente, a Stalin. Recordemos que Gorki murió prácticamente en vísperas de la vista contra Zinoviev.

Stalin no previó las consecuencias del primer juicio. Esperaba que el asunto se limitaría al exterminio de varios de sus enemigos más odiados, sobre todo de Zinoviev y Kamenev, cuyo aniquilamiento había estado planeando durante diez años. Pero se equivocó: la burocracia se asustó y quedó horrorizada. Por primera vez veía a Stalin, no como el primero entre iguales, sino como un déspota asiático, un tirano, Gengis-Kan, como Bujarin le llamó una vez. Stalin comenzó a temer que perdería su condición de autoridad inapelable entre los veteranos de la burocracia soviética. No era posible borrar en ellos el recuerdo que tenían de él; ni someterlos al hipnotismo de su irrogada dignidad como superárbitro de todos ellos. El miedo y el horror crecieron a compás del número de vidas afectadas y el volumen de intereses amenazados. Ninguno de los antiguos creyó en la acusación. El efecto no fue como él esperaba. Tuvo que ir más allá de sus primeras intenciones.

Fue durante la preparación de las depuraciones en masa de 1936 cuando Stalin propuso redactar una nueva Constitución, "la más democrática del mundo". Todos los Walter Duranti y Louis Fischer cantaron sonoras alabanzas a la nueva era de la democracia. La finalidad de todo este escandaloso alboroto en torno a la constitución stalinista era ganarse el favor de la opinión pública en todo el mundo, para luego, con tal propicio apoyo, aplastar toda la oposición a Stalin como agente del fascismo. Es típico de la miopía intelectual de Stalin que estuviera más preocupado de su venganza personal que de contener la amenaza del fascismo a la Unión Soviética y a los trabajadores. Mientras preparaba "la Constitución más democrática", la burocracia andaba muy atareada con una serie de banquetes en los que se habló prolijamente de "la vida nueva y dichosa". En cada uno de ellos se retrataba a Stalin rodeado de obreros y obreras, con un chiquillo risueño sobre sus rodillas, o algo parecido. Su morboso egotismo reclamaba esta compensación. "Está visto -previne yo- que se incuba algo terrible." Otras personas iniciadas en la mecánica del Kremlin se inquietaban asimismo ante el exceso de amabilidad y decencia de Stalin.

Algunos corresponsales moscovitas de cierto tipo repiten que la Unión Soviética salió de las "purgas" más monolítica que nunca. Esos señores habían cantado loores al monolitismo stalinista, incluso antes de las depuraciones. Sin embargo, es difícil comprender cómo ninguna persona sensata puede creer que los más conspicuos representantes del Gobierno y del Partido, del Cuerpo diplomático y del Ejército resulten probados agentes del extranjero sin ser a la vez heraldos de un profundo descontento interno hacia el régimen. Las depuraciones fueron una manifestación de grave dolencia. Suprimir los síntomas no significa curar. Tenemos un precedente en el régimen autocrático del Gobierno zarista, que arrestó al ministro de la Guerra, Sujomilnov, acusándole de traición. Los diplomáticos aliados observaron a Sazonov: "Vuestro Gobierno es fuerte, si se atreve a detener a su propio ministro de la Guerra en tiempo de guerra." En realidad, aquel Gobierno soviético no sólo detuvo y ejecutó al ministro de la Guerra, Tujachevsky, en pleno ejercicio de su cargo, sino que llegó al extremo de exterminar a todo el Estado Mayor Central del Ejército, la Marina y la Aviación. Ayudada por acomodaticios corresponsales extranjeros en Moscú, la máquina de propaganda de Stalin ha estado engañando sistemáticamente a la opinión pública mundial acerca del actual estado de cosas en la Unión Soviética. El Gobierno monolítico stalinista es un mito.
Con sus monstruosos juicios, Stalin probó mucho más de lo que pensaba; o, mejor, no consiguió probar lo que pretendía. Simplemente reveló su laboratorio secreto, y obligó a 150 personas a confesar crímenes que nunca habían cometido. Pero la totalidad de esas confesiones se han convertido en la confesión de Stalin mismo.
En el curso de un par de años, Stalin ejecutó a todos los lugartenientes de Vorochilov, a sus más próximos colaboradores, a su gente de más confianza. ¿Cómo se entiende esto? ¿Es posible que Vorochilov comenzase a acusar signos de independencia en su actitud hacia Stalin? Es más probable que Vorochilov fuese impulsado por personas muy allegadas a él. La máquina militar es muy exigente y voraz, y no tolera fácilmente las limitaciones que le imponen los políticos, los elementos civiles. Previendo la posibilidad de conflictos con aquella poderosa máquina en el futuro, Stalin decidió colocar a Vorochilov en su lugar antes de que comenzara a descarrilarse. Por medio de la OGPU, esto es, valiéndose de Yezhov, Stalin preparó el exterminio de los más íntimos colaboradores de Vorochilov a espaldas de éste, y sin su conocimiento, y a última hora le puso ante el dilema de elegir. Cogido así en la trampa del recelo y la deslealtad de Stalin, Vorochilov colaboró tácitamente en la liquidación de la flor de los cuadros de mando, y en lo sucesivo se vio obligado a hacer un triste e impotente papel, incapaz de rebelarse jamás contra Stalin. éste es más que maestro en el arte de ligar a un hombre a su estrella, no ganando su admiración, sino forzándole a complicidad en sus odiosos e imperdonables crímenes. Tales son los ladrillos de la pirámide que tiene en su cúspide a Stalin.
L'Etat c'es moi (El Estado soy yo), es casi una fórmula liberal comparada con las actualidades del régimen totalitario de Stalin. Luis XIV se identificaba a sí mismo sólo con el Estado. Los papas de Roma lo hacían con el Estado y la Iglesia, pero sólo durante la época del poder temporal. El Estado totalitario va más lejos que el Cesaropapismo, pues ha abarcado también toda la economía del país. Stalin pueden decir muy bien, a diferencia del Rey Sol: La Société c'est moi (La sociedad soy yo).     

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