DISCURSO PRONUNCIADO EL 12 DE DICIEMBRE DE 1919
EN LA REUNIÓN DE LOS RESPONSABLES POLÍTICOS DEL
EJERCITO ROJO

El problema de la dirección única ha pasado a ser capital. Pienso que ello se debe al hecho de tratarse de un problema nuevo. Para nosotros hay, sin embargo, tareas mucho más urgentes y prácticamente más importantes que esta, que es, sin discusión, importante, pero que por el momento sólo tiene un valor de principio. El camarada Smilga ha sido el primero en plantear en la prensa el problema de la dirección única, que además se lo ha formulado ante el departamento militar a fin de que una discusión directa y concreta permita resolverlo dentro del más breve plazo.
Las objeciones de principio puestas por delante contra la fusión de las funciones de comandante y comisario son poco convincentes. Algunos camaradas decían: "Con tantos complots y sublevaciones como hay, y queréis eliminar los comisarios". Pero se puede dar vuelta el argumento y decir: "Comisarios, bien que los hay, y no obstante las rebeliones y los complots continúan". Por supuesto, todavía tenemos casos de traición. Ocurre que algunos comandantes se pasan al enemigo; pues bien, hay que aprehenderlos y fusilarlos. No siempre son los comisarios, con todo, quienes realizan esta tarea. Según las circunstancias, un servicio especial se encarga de ella: el servicio político.
Es imposible pretender que el instituto de comisarios sea una garantía contra los casos individuales de traición o contra las deserciones. La fundación del instituto tenía igualmente un valor político: como la gran masa de los soldados rojos no confiaba en los efectivos de comando, los comisarios oficiaban de intermediarios entre los comandantes y los soldados; de algún modo, los comisarios se comportaban como garantes de los comandantes. Creo que esa época se halla a punto de desaparecer. Hoy los soldados rojos han comprendido que estábamos obligados a reclutar a los especialistas militares. Las masas que han participado en los combates y se han hallado en situaciones difíciles han visto actuar a los comandantes; los soldados han visto que algunos de éstos mueren y otros huyen. Camaradas, el efectivo de comando muere en combate en una alta proporción, y los antiguos oficiales también dan su vida. Los soldados rojos lo saben. Hoy el cuerpo de comisarios, que era una especie de escudo contra el efectivo de comando, ha pasado a ser, en este sentido, inútil. El ejército se encuentra suficientemente consolidado.
Hay otro argumento: el instituto es una escuela para los comandantes. Sin embargo, con mucha justicia se ha destacado aquí que, si se trata de una escuela, es una escuela artificial, una escuela que arranca a sus alumnos de sus ocupaciones corrientes. Cada vez que tenemos que vérnoslas con un antiguo soldado lo nombramos jefe de sección; si se trata de un suboficial, lo designamos jefe de compañía. Consiguientemente los enviaremos a que sigan cursos destinados al efectivo de comando, y después, además, a la academia. Tenemos, por cierto, escuelas en el verdadero sentido del término. Si alguien necesita experiencia militar, puede adquirirla como simple soldado o como comandante adjunto.
A este respecto hay que ver las cosas de una manera más concreta. Cuando creamos el instituto de comisarios veíamos en él, con toda claridad, no sólo una escuela para el efectivo de comando sino también una institución política. La institución de los comisarios es un andamio, si se quiere. Cuando se construye una casa, primero se pone en su lugar el andamiaje. Considerando su construcción nuestro edificio militar soviético es, por regla general, muy voluminoso y exige una importante actividad al margen de la dirección concreta asumida por los comisarios. Actualmente la edificación llega a su fin. Podemos levantar poco a poco el andamio -digo bien: poco a poco- a fin de que el edificio no se nos venga abajo y mueran todos cuantos se hallan en la obra. Sigo sosteniendo el principio de que cada unidad debería tener un comandante a su frente. No es bueno desdoblar la personalidad del comandante. El comandante debe tener autoridad, tanto en el sentido de comando como en el sentido político y moral, si no del partido. Desde luego, sería ideal que también tuviera autoridad partidaria; pero si el comandante ya tiene autoridad moral y política, la masa de los soldados sabrá que ese hombre no habrá de traicionar ni los engañará, lo que resulta ampliamente suficiente. Creo, por lo demás, que hay que tomar medidas en este sentido, comenzando por la institución menos contemplada, es decir, por los órganos de suministro. Hay que, reflexionar con tranquilidad en ello. Sería arriesgado, por ejemplo, nombrar jefe de regimiento a un comunista que no tuviera experiencia alguna en este terreno; pero en el sector del suministro tenemos toda una serie de comunistas que trabajan junto a los especialistas. Cabe decir que en este sector los especialistas suelen trabajar muy mal. Antes había entre ellos algunos especialistas calificados; muchos se fueron, y por eso los comunistas deben asimilar su trabajo. Podemos dejar en este sector el mínimo de especialistas necesarios y poner todo el resto en manos de los comunistas. Por ejemplo, si un comunista no ha asimilado aún toda la técnica del trabajo, se puede dejar un especialista como adjunto. Si el especialista es muy buen funcionario, pero no se le puede tener cabal confianza desde el punto de vista político, siempre se lo puede vigilar. Y no es del todo necesario hacerlo por medio del comisario. De ello pueden encargarse una dactilógrafa, un miembro del personal e incluso un chofer. No es indispensable que sea el comisario quien lo haga. Observemos, por ejemplo, el sector sanitario militar, en el que se aplica con tanta estrictez el principio según el cual todos los puestos responsables deben estar ocupados por comunistas. ¡Hay que confesar, sin embargo, que ese es nuestro punto más débil!
En todo caso, camaradas, os ruego creer que nada podríamos hacer aquí a este propósito. Estoy contra la promulgación de una orden de este género: si el comandante es comunista, hay que sacar al comisario comunista. Esta situación suscitaría grandes inconvenientes, tanto para los comisarlos como para los especialistas. ¿Cómo proceder, por ejemplo, con los comandantes neutrales o con aquellos que sólo ayer se afiliaron al partido? ¿Quién decidirá si necesitan o no necesitan comisarios a su lado?
Ahora querría atraer vuestra atención sobre algunos problemas de índole práctica que están llamados a desempeñar un gran papel. El primer asunto fundamental es el de la cantidad claramente insuficiente de nuestras bayonetas en comparación con el número de movilizados. Tenemos millones de éstos, y sólo contamos con algunas centenas de miles de bayonetas. ¡Es de creer que gran parte de nuestros soldados se nos escurre entre los dedos! A este respecto nuestra tarea principal consiste en llevar mejor nuestras cuentas. Es indispensable, instituir una libreta de servicio para cada soldado, a fin de saber lo que ha recibido' y lo que posee. En nuestros ejércitos se han instituido por decreto comisiones de lucha contra la deserción que incluyen al comisario, al comandante y al comisario de la sección política y que han sido vinculadas a la comisión central contra la deserción. La libreta de servicio sugerida para cada soldado sería una medida muy importante, en el sentido de que todos los soldados quedarían, así, registrados. Además hemos decretado que el Consejo de Guerra Revolucionario del Ejército o el comandante y el comisario, cada cual dentro de su división, deben verificar atentamente que no haya hombres inútiles, ocupados en no hacer nada. En repetidas oportunidades se ha observado la formación de grupos diversos sin destino preciso. Hemos movilizado millones de personas y todavía tenemos que llamar bajo bandera a la clase de 1901; el próximo período de control selectivo nos dará algunas posibilidades, pero no es suficiente. Los combates se suceden y debemos aprender a economizar el material humano; de otro modo tropezaremos con obstáculos interiores en materia de organización.
En una palabra, ante todo hay que llegar a un mejor equilibrio entre la cantidad de bayonetas y el número de movilizados. No podemos permitir que ningún movilizado esté de vago.
En seguidla hay que pensar en un centro director, que seria responsable de la conservación de los bienes militares. El ejército está hoy mejor abastecido que hace un año o un año y medio; todo el mundo lo reconoce. Pero el despilfarro que hace estragos en el ejército resulta insoportable. Los totales que nos llegan de la Oficina Central de Suministros Militares son realmente fantásticos: decenas de miles de calzoncillos, millones y millones de capotes y botas. ¡Se cuenta, por ejemplo, hasta tres o cuatro pares de botas por año y por soldado! No es normal. Este excepcional despilfarro se debe en todos los casos a la falta de vigilancia, y por eso necesitamos una buena administración, desde la compañía hasta el regimiento. No es posible por intermedio de la sección política, y no es, incluso, necesario. Camaradas, no deseo asustaras, pero debo subrayar que así como hemos vencido en combate a Denikin y Kolchak, así también corremos por nuestra parte el riesgo de ser vencidos por los capotes y las botas.
Querría luego decir dos palabras acerca de la guerrilla; es un problema importantísimo tanto para el sur como, para el este. En el frente meridional la guerrilla se encuentra a punto de ser liquidada. Por lo que concierne a los cuerpos de guerrilleros, existe la tendencia a dar muestra de cierto oportunismo que ya la última vez nos valió unos cuantos disgustos. En algunos ejércitos nos esforzamos actualmente por integrar los cuerpos de guerrilleros a las unidades regulares. En este aspecto, camaradas, es preciso que aquellos de vosotros que regresan del frente del mediodía lo hagan firmemente convencidos y decididos a poner fin a cualquier precio a este escándalo. Los comandantes de las unidades en campaña no tienen en modo alguno el derecho de incluir voluntarios en las filas de los ejércitos regulares. Los comandantes que lo hagan deben ser juzgados. Esto es especialmente válido para los elementos ucranianos, quienes, según sus propias palabras, arden de ganas de pelear; en realidad, las tres cuartas partes de ellos arden de ganas de saquear. En ningún caso hay que integrar de manera inmediata a esos elementos en las unidades activas. Solamente aquel que se integre al batallón de reserva y permanezca en él por lo menos un mes probará así que desea realmente convertirse en un buen soldado del Ejército Rojo. Tan pronto como nos ponemos en contacto con los cuerpos de guerrilleros, éstos ejercen una influencia nefasta sobre las unidades regulares; por eso bajo ningún pretexto hay que valerse de ellos a raíz de operaciones militares. Si algún comisario ya ha manifestado debilidad a este respecto, la sección política respectiva debe inmediatamente dar la alarma por los más rápidos medios, tanto en el frente como aquí mismo, en Moscú. Semejantes manifestaciones son intolerables. Ahora bien, el conjunto de los cuerpos de guerrilleros no debe tomar a mal estas consideraciones: necesario es comprender que los órdenes establecidos son de índole tal, que en el Ejército Rojo no se puede entrar despeinado y sucio. Que el aspirante a soldado tome primeramente un buen baño, que luego nos escuche con atención en nuestros mítines y que en seguida trabaje bajo la dirección de algún camarada mayor: tal es nuestro régimen, convertido en orden legal. Si nos mantenemos firmes a este, respecto y aplicamos sin contemplaciones este principio, no habrá cuerpo de guerrillero que vea en ello el menor insulto; al contrario, aprenderá que esos son los usos del Ejército Rojo. En este terreno hay que ser lo más estricto posible. Si algún destacamento rebelde penetrara directamente hasta aquí, más valdría enviarlo de vuelta allí de donde proviene, allende el frente de los blancos, y verlo entonces actuar, antes que permitirle conmover nuestras filas.
Cierta disgregación se hace sentir en las unidades inestables de nuestro ejército que deben vérselas con los destacamentos de Majno; es necesario, luego, reforzar en ellas el efectivo de los comunistas y nombrar comandantes y comisarios que pueden ejercer una influencia decisiva sobre las tropas. El conjunto de los comisarios debe desplegar una amplia propaganda contra las costumbres de Majno en cada unidad, oralmente y por escrito. Resulta fácilmente comprensible que el nombre de Majno haya pasado hoy a ser popular. Conquista ciudades y ferrocarriles. Pero debemos recordar que Majno entregaría Ucrania a Denikin con más facilidad que la emplea en tomarla. No bien Majno entre en territorio soviético traicionará sin falta al Ejército Rojo. Ningún oportunismo es admisible en lo que atañe a la cautela de Majno. Tenemos una orden a este respecto -la orden secreta nº 108- y no debemos apartarnos un ápice de ella.
En cuanto a la creación del ejército ucraniano, debo mencionar las siguientes cosas. Por supuesto, no estamos en contra de la creación de un ejército ucraniano, pero por el momento en Ucrania todo está psicológicamente tan desquiciado en punto a disciplina, que habrá que mostrarse en extremo circunspecto con relación a la fundación de ese ejército. Dentro de esta perspectiva, el mayor objetivo que podemos considerar por el instante es la creación de cuatro o cinco destacamentos a título de ejemplo. ¿Cómo arreglárselas? Hay que reunir a los mejores soldados ucranianos, a los comunistas y simpatizantes, y enviarlos a los cursos de formación a largo término de los cuadros de comando, por lo menos por seis u ocho meses. Allí será importante educarlos, o bien distribuirlos en los mejores cursos de Rusia, a fin de crear así cuadros a la altura conveniente. Sólo después se podrá formar alrededor de ellos unidades militares. Y para arraigar en ellos la disciplina, será igualmente necesario trasladar camaradas experimentados provenientes de otras unidades. únicamente de esta manera lograremos movilizar a los obreros ucranianos. Sin embargo, por el momento no vamos a decretar en Ucrania la movilización general, pues el ucraniano movilizado, con su psicología vacilante y la influencia todavía grande de los kulaks, no hará otra cosa que, pasar por el cuartel para recibir un fusil y se volverá a su casa llevándoselo. Todos sabemos bien que aún tenemos que resolver el problema del desarme de toda la población campesina de Ucrania. Acaso nos veamos compelidos a organizar los cuadros más leales de los destacamentos de comando en destacamentos de inspección o cuerpos especiales, para poner en evidencia a los individuos más importantes y por su intermedio desarmar a la población dentro del radio de acción de los ejércitos. Es indispensable prestar muy seria atención a este problema.
Además hay que detenerse en el problema del honor militar. Nuestro ejército es demasiado anónimo, y nuestros soldados se hallan, tal como el cuerpo de comisarios, muy poco imbuidos del sentido del honor militar. Nuestra censura militar ha venido imponiendo que en nuestros periódicos se hable siempre del ejército X, del regimiento Y, de la unidad Z. En Petrogrado dicté una orden dirigida al VII Ejército. El censor militar -en la oportunidad, una mujer-declaró al representante del periódico La Pravda de Petrogrado: "Lo detengo por haber infringido la orden de Trotsky; usted habla en sus columnas del VII Ejército". Ahora bien, Iudenich tiene millares de prisioneros y consiguientemente conoce no sólo los números de orden de nuestros ejércitos, sino también los de cada división y cada regimiento. Habrá que solicitar a la censura que nos remita un pequeño compendio que nos permita hablar de nuestras grandes acciones militares. Desde luego, el Consejo de Guerra Revolucionario sabe muy bien que si una nueva unidad acaba de constituirse no es necesario gritarlo a los cuatro vientos; sin embargo, si un ejército permanece durante seis meses, en el mismo lugar, el enemigo sabe, claro está, qué división se encuentra frente a él. Entonces resulta estúpido escribir, "la división X" en vez de popularizar la 28a. división -si de ella se trata- para que cada soldado se esfuerce por mantener el honor de su división y para que las demás divisiones tiendan a ponerse a la altura de la que se ha distinguido. Es un sentimiento de emulación completamente normal. La popularidad es indispensable. En caso de que los militantes políticos vacilen en citar tal o cual hecho, que pongan en claro el asunto con los comisarios del ejército y con el Consejo de Guerra Revolucionario.
Respecto de los cursos de comandancia, no están a la altura en que deberían estar. Para llevarlos al nivel requerido habrá que prolongar el tiempo de enseñanza. Esto se halla vinculado al problema de los efectivos de comisarios que los hayan seguido.
A propósito de la propaganda en las filas enemigas. Hoy, cuando atacamos victoriosamente en todos los frentes, es obligación del sector político íntegro y de las secciones políticas de los diferentes ejércitos y divisiones conceder especial atención a la descomposición de las filas enemigas. Por tanto, resulta indispensable difundir una literatura apropiada en cada frente. En diferentes ejércitos y divisiones se editan ya publicaciones de este tipo; a veces son excelentes, a veces dejan que desear. Habría que poder tenerlas igualmente aquí. En este sentido aparece evidente la necesidad de la centralización. Es indispensable ampliar la edición de propaganda en las filas enemigas.
Otra cosa. He recibido varias cartas que mencionan que en ciertos estados mayores y hasta en algunas instancias aun superiores cunde el alcoholismo. Es necesario declarar la guerra a este fenómeno. Los comisarlos no solo no dan prueba de bastante energía en esta lucha, sino que además suelen ser también ellos culpables. Es importante adoptar medidas. El problema debe ser planteado de manera tal, que se lo resuelva por intermedio de las secciones políticas. Progresamos en territorios que son bastante ricos en diversos tipos de alcohol, y lamentablemente este escollo puede mandarnos a pique. La caballería de Mamontov fue destruida por sus francachelas y sus juergas. Nosotros debemos seguir siendo de mármol. En territorio ucraniano el ejército puede disgregarse con suma facilidad.
He recibido cartas que dicen que en algunas unidades hay corrientemente riñas. Semejante declaración me ha llegado por mediación de Máximo Gorki, quien menciona que "se habla mal de nosotros". Comunistas hay que hasta han declarado en mi presencia: "Le voy a dar un puñetazo en la jeta". En la guerra fusilar a alguien por crimen es una cosa; no obstante, si el soldado rojo sabe que le pueden pegar y encima hablar mal de él, es tal la pérdida de dignidad humana, tal la degradación, que la calamidad debe ser erradicada a cualquier precio. El respeto por la persona del soldado rojo debe quedar asegurado.
En relación con el problema de la unidad de dirección, hay que establecer la preeminencia de publicación de las órdenes. Entre nosotros se ha especificado que las órdenes de los comisarios Solo son válidas si llevan la firma de los comandantes. ¿Tienen un comisario o un miembro del Consejo Militar Revolucionario el derecho de publicar una orden administrativa sin la firma del comando del ejército? En ningún caso. Ocurre, no obstante, que se producen casos así, y eso es anormal. De regreso del frente oriental, uno de los mejores comandantes de nuestros ejércitos, el camarada Tujachevski, se quejaba a este respecto. Dice que siempre tuvo las mejores relaciones con su comisario, pero que este asunto no ha sido arreglado, y exige que se lo resuelva.
En conclusión, querría decir dos palabras acerca del tono optimista con que se habla de, la paz. Nuestra prensa partidaria continúa hablando de paz como por inercia. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. En Copenhague, por ejemplo, se habla de volver enviar al camarada Litvinov, pues se dice que ciertos elementos se concentran alrededor de él, y él, aparentemente, hace propaganda. Los aliados son todavía bastante fuertes, y el más poderoso nunca cede sin combatir. Los aliados conocen a maravilla nuestra situación en los trasportes y el suministro, y su interés primordial consiste en agotarnos. Esperan que al llegar al mar Negro nos encontremos tal vez con árabes, con negros o con indios, etc. Nuestras secciones políticas se verán quizá en la obligación de aprender lenguas africanas... Sería extremadamente peligroso crear en el ejército la impresión de que llegamos al fin de la guerra, que llevamos negociadores, etc. No es todavía el caso, y al enviar los comisarios al ejército con fines de propaganda hay que tener presente, nuestra declaración de paz, que no ha obtenido aún ningún eco, pero también no olvidar en momento alguno la declaración del camarada Smilga, que dice que tenemos a nuestro frente el invierno más terrible, más frío, y que este período de grandes sufrimientos para el ejército y el país debemos abreviarlo gracias a una inmensa concentración de energía,
Tal es lo que nuestro partido comunista puede hacer por intermedio de los órganos políticos del Ejército Rojo.
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