Leon Trotsky

La Revolución Desfigurada

 

Respuesta a un contradictor benévolo

 

 

Querido camarada:

He recibido su carta del 6 de octubre, fechada desde el Zaporoje, donde se encuentra provisionalmente. No tengo razones para dudar de que le ha sido inspirada por las mejores intenciones. Pero creo, y no con menos firmeza, que los caminos que conducen directamente a Termidor se encuentran asimismo también empedrados de esas buenas intenciones.

Se trabaja hoy mucho más enérgicamente en el mejoramiento de los caminos termidorianos que en el de los caminos vecinales rusos.

Quiere usted convencerme del daño causado por la oposición en general y por la ”superindustrialización” en particular, y para ello emplea como ejemplo la lección que se desprende del Dnieprostroi, donde se encuentra actualmente. Dice usted en su carta:

”Como prueba aplastante de esto (es decir: de lo nocivo de una exagerada industrialización), puede servir la decisión de usted (?) acerca de la necesidad de apresurar la marcha del Dnieprostroi, del cual no se tendrá necesidad durante mucho tiempo, y que, además, ha sido construido según un proyecto completamente ignaro...”

A continuación expone usted un gran número de considerandos y acumula los unos sobre los otros, dándole así a toda la carta (permítame que se lo diga francamente) un carácter bastante confuso. Y nuevamente vuelve usted a ese Dnieprostroi, que, según su opinión, se ”presenta como una piedra de toque, como un medio infalible de analizar lo que usted (es decir: yo) se propone hacer.”

Contesto a su carta porque creo que es, en su grado máximo, un producto típico de una forma ya corriente de pensamiento existente en el Partido, y que se caracteriza por los dos rasgos siguientes: incapacidad teórica de ser lógicos y, a consecuencia de esto, una actitud de negligencia ante los hechos.

La manera de pensar de los marxistas debe ser infinitamente rigurosa, exigente: no admite lagunas, fosas ni el grosero ajuste de las piezas. Por esto precisamente toma estrictamente en cuenta los hechos, sin fiarse del oído ni de la memoria, y ejerciendo el control partiendo de las fuentes. La manera de pensar del ciudadano medio es trivial, aproximativa, y yerra, tantea, sin mirar hacia adelante; no ha menester de una rigurosa exactitud desde el punto de vista de los hechos. Y esto es cierto sobre todo en política; y es más cierto todavía cuando se trata de una política de fracción. Cogido en flagrante delito, queda siempre el recurso de decir que se lo ha oído decir a un amigo. Su carta, desgraciadamente, forma parte de esta ultima categoría...

Cuanto usted dice sobre el Dnieprostroi se lo ha oído indudablemente a un amigo cuya falta de seriedad es indudable. Usted dice que ”se ve clara la intención de precipitar la marcha del Dnieprostroi”. ¿De qué decisión se trata? ¿En calidad de qué y con qué autoridad podía adoptar yo semejante decisión? ¿Cómo hubiera podido hacerlo, sobre todo en 1925, cuando todas las decisiones eran adoptadas a espaldas mías por el Septriunvirato fraccional y pasaban despus, simplemente para cubrir las formas, por el Politburó?

Escuche usted como sucedieron, en realidad, las cosas. En el verano de 1925, el Consejo de la Defensa y del Trabajo tomó una decisión – en la cual no participé – de nombrar una Comisión de Dnieprostroi bajo mi presidencia. El principio de la construcción de una central hidroeléctrica había sido zanjado dos o tres años antes. La organización encargada de ello hizo no pocos trabajos preparatorios y cálculos. Yo permanecí por completo alejado de todo. Mi Comisión, según la decisión del Consejo de la Defensa del Trabajo, tenía la tarea de comprobar el proyecto y los cálculos en dos o tres meses, con el fin de poder introducir en el presupuesto establecido para 1925-26 los primeros créditos con destino a esta construcción. En este caso, como en muchos otros, defendí un punto de vista según el cual era mejor, dada nuestra miseria, calcular y comprobar durante un par de años más las cosas en lugar de prolongar inútilmente un par de meses la realización de los trabajos. Precisamente al defender este punto de vista, y gracias a ciertas gestiones, obtuve que el plazo fijado para los trabajos de la Comisión fuera prolongado un año más. Según puede usted ver, esto no se parece en nada a mi ”precipitación”, de la cual usted habla. Los hombres más competentes del país y del mundo vinieron a trabajar en el examen del proyecto. Entre técnicos y economistas se llevó a cabo un intercambio de opiniones en la Prensa. Por mi parte no ejercí la menor presión ni sobre la Comisión, donde estaban representadas todas las instituciones económicas, ni, con mayor razón, sobre la Prensa. Por otra parte, me hubiera sido imposible hacerlo, dado el conjunto de la situación creado en las esferas superiores del Partido y de los Soviets. Esto sucedía en 1925-26, cuando la historia del Partido y de la Revolución había sido refundida de nuevo y cuando Molotov se hizo teórico y Kaganovitch administraba Ucrania...

Bien es verdad que intervine en la Prensa, así como en las sesiones del Comité Central, contra las disertaciones demasiado generalizadas, con arreglo a la inteligencia del ciudadano medio, para afirmar que el Dnieprostroi, en su conjunto, no estaba en nuestros medios. Con parecidos argumentos se levantaron cierto día algunos ”amigos del pueblo” contra la construcción del Transiberiano, que, sea dicho de paso, era para la Rusia de entonces una empresa infinitamente más difícil que lo era para nosotros el Dnieprostroi. Sin embargo, la solución que debía dársele a la cuestión general de la marcha de la industrialización no debía en manera alguna resolver el problema particular, consistente en saber cuándo y en qué proporciones habría que construir el Dnieprostroi y, en general, si había que abordar su construcción. La Comisión que dirigía yo no debía preparar más que los elementos para darle una solución a este problema. Las cosas no llegaron ni siquiera a este punto. La lucha contra el ”trotskismo” se transformaba, en uno de sus aspectos, en la lucha contra el Dnieprostroi. Los directores de las diferentes instituciones, y particularmente los de los ferrocarriles, de los cuales habla usted de una manera tan poco elogiosa, creyeron cumplir con su deber saboteando todos los trabajos de la Comisión. La única norma que les gula a ciertos sabios de Estado consiste, como sin duda debe usted saber, en decir ”afeitado” cuando yo digo ”esquilado”. Ahora bien; teniendo presenten que, dado lo poco avanzados que andaban los trabajos, y no había emitido mi opinión definitiva sobre el proyecto y sobre el plazo en que debía quedar terminado el Dnieprostroi, las instituciones hacían durar las cosas, ponían trabas, saboteaban y lanzaban ”rumores”. Acabé por pedir que se me descargara del cargo de presidente de la Comisión, a lo cual se accedió. Después de lo cual, en un plazo extraordinariamente corto, es decir, en algunas semanas, la Comisión realizó todo el trabajo, formuló sus conclusiones y las hizo adoptar por el Consejo de Defensa y del Trabajo. Es muy posible que la Comisión se dejara llevar por el noble deseo de demostrar que era competente.

Indudablemente le transmitieron de arriba una consigna incitadora. Las cosas, en efecto, tomaron una marcha ”forzada”. Pero yo no he tenido nada que ver con la inspección de las cifras y de los planes, ni mucho menos con los plazos fijados

Mientras fui presidente de la Comisión, Stalin, y en consecuencia, Molotov, intervinieron como resueltos adversarios del Dnieprostroi. Adoptando el tono de los ”filósofos campesinos”, Stalin emitía axiomas por el estilo de los que consisten en decir que construir el Dnieprostroi para nosotros es, como quien dice, tanto como comprar un fonógrafo un campesino. Al producirse, a raíz de mi dimisión, una transformación de 180°, ante la cual expresé mi sorpresa en una de las sesiones del Comité Central, Stalin explicó que antes se trataba de quinientos mil millones, mientras que entonces no se trataba más que de ciento cuarenta millones. Todo lo cual está reseñado en las actas de un Pleno del Comité Central. Stalin demostró así que no comprendía nada de lo referente al fondo del problema y que el interés que manifestaba hacia el Dnieprostroi se limitaba a consideraciones y a combinaciones de orden personal. Habíase hablado de los quinientos mil millones al tratar de las nuevas fábricas que debían consumir la energía del Dnieprostroi. En cifras redondas, el precio de coste había sido fijado en 200 ó 300 millones. Ampliando el Dnieprostroi, el total alcanzaba, poco más o menos, la cifra global de quinientos millones. Pero estos establecimientos, por sí mismos, formaban parte del plan de construcción de las respectivas ramas industriales. Y no era el Dnieprostroi el que tenía necesidad de él, sino, por el contrario, era él el que tenía necesidad del Dnieprostroi.

La última palabra respecto a las nuevas fábricas debían pronunciarla la industria química, el centro de la industria metalúrgica, etc. En mi tiempo, la Comisión se limitaba a abordar la comprobación de este problema. En cuanto me marché, fueron resueltos tres movimientos en dos tiempos; hubiérase dicho que alguien le había infundido vida a la Comisión.

Esta breve reseña, que puede ser comprobada con los textos en la mano, demuestra claramente con cuánta ligereza de espíritu ha comenzado usted a crear ciertos mitos.

No hay razón, sin embargo, para que se avergüence usted mucho de ello. No es usted el primero y no será el último. Existen decenas y centenares de otros... creadores de leyendas. Y el ejemplo más evidente – el ejemplo clásico podríamos decir – lo constituye el mito de las fábricas Putilov. Casi toda la humanidad culta sabe a estas horas que en 1923 quise ”cerrar” estas fábricas. Aparentemente, este crimen tiene un carácter opuesto al otro por el cual me acusa usted: en el Dnieper parece que yo decidí ”construir” una cosa que no necesitábamos; en el Neva estaba resuelto a cerrar una cosa que nos era indispensable. Usted debe saber, creo yo, que la cuestión de Putilov jugó un papel enorme en lo que se dio en llamar la lucha contra el ”trotskismo”, sobre todo durante la primera fase. No pocos informes y resoluciones, no sólo de nuestros Congresos y Conferencias, sino también de los de la Internacional Comunista, contienen alusiones a esto. Con ocasión del V Congreso, la delegación francesa, conversando conmigo, me interrogó con el fin de saber por qué había querido cerrar una fábrica que constituía una de las fortalezas de hierro de la dictadura del proletariado. La resolución del XV Congreso menciona incluso y nuevamente las fábricas Putilov.

He aquí lo que en realidad sucedió: Rikov, que en 1923 fue nombrado nuevamente presidente del Consejo Superior de la Economía – Rikov y no yo –, intervino cerca del Politburó proponiendo que se cerrara este establecimiento. Según los cálculos del Consejo Superior de la Economía Nacional – decía esta fábrica no iba a servir para nada en el transcurso de la próxima década. Sería, por consiguiente, un peso que nuestra industria metalúrgica no iba a poder soportar. El Politburó votó en favor de que se cerrara. Yo no representaba nada, ni en el Consejo Superior de la Economía Nacional, ni en el Plan del Estado, ni en la industria de Leningrado. No emití sobre esto ninguna proposición propia. En mi calidad de miembro del Politburó, me veía obligado a zanjar la cuestión basándome en el informe de Rikov. El problema general de la industrialización no resuelve en manera alguna y por sí solo la cuestión de Putilov, lo mismo que la del Dnieprostroi. Stalin, después de oír el informe de Rikov, votó también en favor del cierre Después, ante la protesta de Zinoviev, se dio a este problema una nueva solución al margen del Politburó y de una manera fraccional. En una de las sesiones siguientes del Politburó, Rikov acusó a Stalin de haber concertado un compromiso con Zinoviev dejándose llevar por consideraciones de orden extraño al de los negocios. He aquí cómo se produjo mi atentado contra la fábrica Putilov. Lo admirable es que la resolución del XV Congreso, en que se repetía la leyenda de la fábrica Putilov, fue adoptada a propuesta de Rikov. Mi crimen se limitó a votar una proposición formulada por el propio Rikov. Es increíble, dirá usted. ¡Han pasado tantas otras cosas increíbles!

Cuando escribo esta carta, abro por casualidad un folleto publicado por las Ediciones del Estado, escrito por un tal Chestakov y titulado: A los campesinos. En torno a las resoluciones del XV Congreso. Me entero, por la página 49, de que Trotski, ”en su tiempo, presentó una declaración ante el Comité Central del Partido exigiendo el cierre de las inmensas fábricas del Putilov y de Briansk”. No se dice por qué lo exigía. El hecho se tita para desenmascarar el supuesto ”amor de la oposición hacia el obrero”. ”Véase cómo son esos superindustrializadores: exigen el cierre de las inmensas fábricas de Putilov y de Briansk con el fin de perjudicarles a los obreros.” Respecto a Putilov he dicho más arriba cuanto sé. Y en cuanto a Briansk, no estando informado, no puedo decirle una palabra. Quizá lo hayan añadido sencillamente para completar la colección. En general, seria difícil concebir un libelo más insolente, más audaz que ese folleto oficioso sobre las resoluciones del XV Congreso. Han surgido ahora una cantidad de filibusteros de la literatura, capaces de todos los menesteres. En 1882, Engels le escribía a Bernstein: ”Así son nuestros señores literatos.” ”Imitando a los escritores burgueses, creen poseer el privilegio de no estudiar nada y de discutir sobre todo. Nos han creado una literatura que, por su ignorancia de la economía, su utopismo y su insolencia, no tiene igual.” Esto responde a una terrible actualidad. Los Chestakov han sobrepasado incluso a los literatos de aquella época, tanto por su ignorancia como por su utopismo oficial, y, sobre todo, por su petulancia. En el momento del peligro, esos señores sin honor ni conciencia serán los primeros en traicionar. En caso de derrota del proletariado, cantarán los elogios de los vencedores empleando el mismo estilo mendicante de la pitanza oficial.

* * *

Interviniendo contra las medidas de gran envergadura, escribe usted, no sin cierta ironía:

”Nuestra época no es la de los grandes problemas.

”Por el momento no hay grandes reformas más que en los ferrocarriles, donde les asestamos el golpe de gracia a las vías, a las locomotoras, y donde estamos a punto de terminar con los vagones...”

Todo eso se llama transporte de convoyes vacíos, centralización de los talleres, etc.

Según el texto de su carta, parece que debe llegarse a la conclusión de que en esto también la culpable es... la oposición. Como en la canción – ¿se acuerda usted? – : ”La culpa es de Voltaire”. Sea. Se nos hace responsables del cierre o semicierre de Putilov e incluso de las fábricas de Briansk. Cargamos también con la responsabilidad de la inauguración o la semiinauguración del Dnieprostroi. ¿Pero cómo hacernos responsables de la reforma de Rudzutak? ¿No se podría aquí también encontrar algún lazo de parentesco con el apartado 1042, del cual Lenin y Dierzinski dijeron en su tiempo que había salvado las locomotoras y los vagones, pero que en 1924, es decir, cuatro años después, fue denunciado como causante – o casi causante – de la destrucción de los ferrocarriles? podría probarse que fui yo quien ”arrastré” al inexperto Rudzutak por el camino del tráfico inútil hacia adelante y hacia atrás? Si sus propios recursos no bastan para resolver este problema de historia y de filosofía, diríjase a Yaroslavski, a Gussev y a otros guardianes de la ley; éstos le suministrarán cuanto haya menester ¡y aún más!

Teniendo en cuenta que trata usted de abordar los problemas económicos generales tomando como punto de partida casos particulares (no me opongo a este método, desde el punto de vista de principios), le propongo que se fije en un ejemplo. La industrialización está íntimamente ligada a la política de las concesiones. Lenin concedía a esta última una importancia enorme. De hecho, los resultados obtenidos fueron más que modestos, a lo cual contribuyeron, evidentemente, causas objetivas. Pero, incluso en este aspecto, los métodos de la dirección juegan un papel que no es menos restringido y que no es, sin duda, el menos importante. He aquí un ejemplo que le aconsejo analice detenidamente (mejor que el Dnieprostroi) y empleando el método de la autocrítica. Pero debe darse prisa, pues la autocrítica está a punto ya de lanzar su último suspiro...

Mi ejemplo se refiere a nuestra extracción del manganeso. Nuestros más importantes yacimientos de este metal, los de Chiaturi, han sido cedidos, como usted sabe, a la American Harrimann. Los de Nikopol los explotamos nosotros mismos. Como hombre familiarizado con cuanto se refiere a la metalurgia, usted sabe probablemente que el manganeso tiene una aplicación muy unilateral y que, en virtud de este hecho, su mercado es muy limitado. El manganeso de Nikopol es infinitamente inferior en calidad, mucho más difícil de extraer y ocasiona mayores gastos de transporte. Según los cálculos aproximados que he hecho y con la intervención de las mayores autoridades en la materia, la diferencia en el beneficio por tonelada de manganeso, con el de Chiaturi, es alrededor de ocho a diez rublos. Lo cual significa que cuando una tonelada de Chiaturi produce un beneficio de 4 ó 5 rublos, una tonelada de Nikopol ocasiona unos 4 ó 5 rublos de pérdidas. Conforme al contrato de concesión, nosotros recibimos un precio fijado por adelantado por cada tonelada vendida por el concesionario. Cada tonelada de Nikopol vendida por nosotros nos ocasiona una pérdida. Si el Estado cree necesario reservarse por completo la industria del manganeso sin someterla a concesión (el difunto Krassin defendía esta tesis y quizás tuviera razón), es necesario en este caso reducir al mínimo la explotación de Nikopol y desarrollar al máximo la de Chiaturi. Entonces podemos estar seguros de obtener grandes beneficios. Pero hemos obrado completamente a la inversa: después de haber hecho la concesión de Chiaturi hemos empezado a desarrollar Nikopol, invirtiendo unos millones, de los cuales, como sabe todo el mundo, tenemos los bolsillos llenos. Así obtenemos un doble objetivo: vendemos el manganeso de Nikopol con pérdida y eliminamos del rnercado, gracias a una exportación deficitaria, el manganeso de Chiaturi con lo cual reducimos nuestro beneficio sobre cada tonelada vendida por el concesionario. En una palabra: a costa de una pérdida en Nikopol originamos otra en Chiaturi.

¿A qué se debe todo este hábil sistema de autosabotaje? En casos por el estilo, se habla mucho entre nosotros de errores de cálculo; siempre se encuentra un pariente lejano, un pobre diablo, que resulta ser siempre el culpable. En esto, sin embargo, no ha existido ningún error. Todos los cálculos habían sido hechos por anticipado. Todas las instituciones habían sido advertidas. Los documentos relativos a esta cuestión, con los datos precisos, se encuentran en los respectivos archivos. Ha sido el ”feudalismo soviético” el que ha representado un papel fatal. Como hemos aprendido ya en el caso de China, este feudalismo se identifica inevitablemente con el burocratismo, con el mandarinismo, que a veces es su verdadero origen. Chubar y otros mandarines ukranianos plantearon el problema del manganeso de Nikopol examinándolo desde su ”propio” punto de vista local. El punto de vista de Karkov estaba en contradicción con el del Estado en general. En un régimen de dictadura centralizada del proletariado, la cuestión hubiera podido resolverse fácilmente para bien de toda la Unión y, por consiguiente, para Ucrania. Pero aplicando los métodos del feudalismo burocrático se hizo todo a la inversa. Por consideraciones que no tenían nada que ver con el manganeso, se llegó a la conclusión de que era absolutamente imposible hacerle menor daño a Chubar, pues esto hubiera podido tener como consecuencia un cambio en la ”relación de fuerzas”. Hubo, pues, no un error de apreciación económica, sino de cálculo político que no tenía más que un defecto: que era un cálculo muy mal planteado.

No poseo datos sobre el trabajo actual de Nikopol ni sobre las relaciones de éste con el de Chiaturi. Pero, hasta donde alcanza mi comprensión, dudo mucho que la situación general del mercado mundial le haya aportado a Nikopol los milagros con que contaba, contra todo buen sentido, la dirección de Karkov. Lo que supone una buena cantidad de millones perdidos. Claro que esto nada más es una suposición mía. ¿Es que se decidirá usted a contarlo y a publicar los resultados? Si me equivoco, seré el primero en alegrarme de ello.

Pero volvamos al Dnieprostroi. Teniendo en cuenta lo poco que aprecia usted los hechos, no tengo razón alguna para creerle cuando dice usted que el Dnieprostroi ha demostrado que su constitución era prematura. Su segunda afirmación de que lo construirán mal me parece más exacta. Pero ¿qué puedo hacer yo? No se adelante usted a los Gussev, los Kussinen, los Manuilski, los Pepper, los Liadov y otros servidores políticos, los cuales se encargarán de demostrar que soy yo el responsable, no sólo de las fallas cometidas en el Dnieprostroi, sino también en la construcción del ferrocarril Turquestán-Siberia, cerca del cual habito.

Usted me dice reiteradamente: ”Piense usted, reflexione en el Dnieprostroi y revise su programa de industrialización, hacia el cual ha arrastrado desgraciadamente al Partido.”

”¿Arrastrado?” ¿qué quiere decir esto? La superindustrialización ha sido condenada en todos los comicios del Partido. El Partido se ha pronunciado contra ella con la unanimidad necesaria. Los servidores de la literatura oficial han escrito a este respecto centenares de folletos. Montañas de documentos han sido propagadas por todo el país, y puede decirse que por el mundo entero. Y esto siempre con el mismo tema: el trotskismo equivale a saquear al campesino en provecho de la superindustrialización. Y ahora, de repente, se dice que es Trotski el que, ”desgraciadamente”, ha arrastrado al Partido hacia ese programa criminal. Permítame que le pregunte: ¿qué piensan ustedes del Partido y, sobre todo, de su dirección, ustedes que son adversarios de la oposición? Cómo pueden ustedes conceder un voto de confianza a una dirección semejante?

Dice usted más abajo: ”Se ha tratado de hablar con un lenguaje al campesino. ¿Y qué ha resultado? La alianza entre campesinos y obreros ha quedado comprometida para varios años, lo que es grave, porque el ejército es campesino y el país campesino también; la colectivización es un pretexto para ocultar la percepción de subsidios; será necesario un siglo para la industrialización.”

Esas pocas líneas sinceras contienen todo un programa, e incluso más: toda una concepción del Mundo. Sólo que... ¿qué motivo ha podido decidirle a adherirse con tales convicciones al partido de Marx y de Lenin? Tranquilícese usted: es usted casi un héroe de la época. Usted tiene en su pluma lo que decenas de miles de camaradas pertenecientes a las capas superiores llevan en el alma. En el partido de Marx y de Lenin se ha producido un desplazamiento, y su carta reaccionaria de ciudadano medio no es más que una de sus numerosas manifestaciones.

”Se ha tratado de emplear su lenguaje con el campesino”. ¿Quién lo ha intentado? El Comité Central. Y en este caso, permítame preguntarle: ¿por qué lo ha ”intentado”? Este ha empezado por condenar, por rechazar, por desterrar, por deportar, y después parece que se ha planteado la pregunta: ”¿Y si probara a ver?”. Pero en este caso, permítame que se lo diga: ¿a qué reduce usted al Comité Central? ¿Cómo aprecia usted su política? ¿Y su moral política? Su posición no es agradable. ¿O es la posición del Comité Central la poco agradable? Es esto precisamente lo que decimos nosotros.

Usted pregunta: ”Se ha tratado de emplear su lenguaje con el campesino, ¿y cuál ha sido el resultado? La alianza entre campesinos y obreros ha quedado comprometida para varios años.” Permítame usted: precisamente toda nuestra discusión se planteó sobre el problema de la alianza. Y, sin embargo, parece que es la oposición ”la que no quiere la alianza con el campesino”. Cualquier Manuilski podría probarlo. Y, de repente, se dice que la dirección ha comprometido esta alianza para varios años, sencillamente porque ha querido abrevar en el ”trotskismo”. ¿Qué confusión es ésta?

Su desgracia de usted es que a fuerza de ser ”trabajado” continuamente y de una forma monótona, sin la menor base de principios, ha olvidado usted la reflexión, la precisión, la buena fe. Así como la cadena fordista destruye el sistema nervioso, también la cadena de documentos de los stalinistas destruye los centros del pensamiento. Usted completa su confusión política con el galimatías de los comentarios. Pues, en fin de cuentas, la oposición ha publicado una plataforma y unas contratesis para el XV Congreso. Todas esas cuestiones han sido analizadas con toda claridad y de una manera tan concreta como lo permite una plataforma. Y usted nos atribuye el programa de las ”medidas” aplicadas con un sentimiento de pánico y de éxtasis administrativo causados por el carácter erróneo de toda la trayectoria anterior. Y si no es así, ¿a qué han sido debidas? Si se admite que, a consecuencia de una trayectoria socialista, diez años después de octubre ha habido que recurrir a un destructor ”arbitrario” (llamado no sé por qué ”comunismo de guerra”), esto significa que en general no hay salida para la situación. Y en este caso se condena la dictadura del proletariado en su conjunto, así como los métodos socialistas. Es tanto como darles la razón a los mencheviques y a los perros de la burguesía en general. Y a esto precisamente nos conduce, a pesar de sus intenciones, toda la casta de parásitos ideológicos. Para ellos todo marcha bien, todo marcha maravillosamente hasta el momento en que, bruscamente, todo empieza a marchar completamente mal. ¿Cómo es que el mal surge tan bruscamente? ¿Cómo es que, a consecuencia de una alianza entre obreros y campesinos, sistemáticamente consolidada, surgen unas medidas que comprometen esta ”unión” para varios ”años”? Los criados de Stalin no se preocupan lo más mínimo de esta cuestión. Y, sin embargo, es la que decide de la suerte del socialismo.

Dice usted simplezas, señor, cuando afirma que se ha tratado de emplear nuestro lenguaje con el campesino. Las medidas desesperadas no se deducían de nuestra plataforma, sino del hecho de que no fue tomada en consideración cuando era tiempo aún. Y todavía hay maniáticos de la palabra, miserables, que les dicen a los obreros que ”la oposición ha obstaculizado el almacenaje” de trigos, ”desviando la atención”. ¿De qué ha desviado la atención? ¿Del ”almacenaje” de trigos? Pues si era ella la que hablaba de ”almacenaje” y ustedes quienes desviaban la atención del Partido con la historia del oficial vrangeliano! Tengan cuidado de no verse obligados mañana a repetir la ”maniobra” dándole una extensión infinitamente mayor.

”El ejército es campesino, y el país, campesino también; la colectivización es un pretexto para ocultar la percepción de subsidios; será necesario un siglo para llegar a la industrialización.” Con estas solas palabras emerge a la superficie todo el fondo de su pensamiento. ¿Por qué no acaba usted de expresar éste? La conclusión debería ser la siguiente: usted ha querido hacer pronto, muy pronto, demasiado pronto, la Revolución de Octubre. Hubiera habido que esperar poco más o menos un siglo. Crear el poder de los Soviets para mantener sencillamente a un ejército campesino en un país campesino y para que la colectivización sirva de pretexto con el fin de recibir subsidios... no, pues los gastos efectuados para llegar a semejante resultado son desmesurados. Se ha dado demasiada prisa, ha corrido demasiado para hacer Octubre. Esto es lo que se desprende de usted por todos sus poros cuando se desembaraza del montón de documentos de los stalinistas y empieza usted a reflexionar por su propia cuenta.

Y, de acuerdo con su manera de pensar, añade usted a renglón seguido:

”Seguramente que ahora cree usted mismo que existen ya en China las premisas necesarias para el establecimiento del poder de los Soviets”. Sobre esta cuestión no puedo responderle más que una cosa: el ciudadano medio ha cobrado audacia y se rasca ya la tripa en público. Este espíritu medio no lo habían eliminado muchos revolucionarios, no solamente de después de Octubre, sino incluso de antes de Octubre. Sólo que antes se ocultaba, mientras que ahora surge a la superficie, no sólo entre los intelectuales, sino también entre muchos antiguos obreros que se han levantado por encima de la masa, que han recibido un cargo, que se han hecho un nombre y pueden mirar a la masa desde lo alto, tanto en Rusia como en China.

”¿Acaso se puede tratar a nuestro pueblo de otra manera? ¿Qué industrialización quiere usted realizar con nuestros mujiks? ¿Acaso los chinos tienen una inteligencia capaz de merecer el poder de los Soviets?”. El ciudadano medio reaccionario ha devorado al revolucionario, no dejando más que la piel y los huesos, y a veces incluso menos.

Se dispone usted a repetir, honorable camarada, los sabios ”argumentos” que nos exponían millares y millares de veces, no sólo antes de la Revolución de Octubre, no sólo diez o doce años antes de ésta, cuando afirmábamos que en Rusia zarista, esclava, ”mujik”, atrasada, la revolución podría conducir al Poder al proletariado antes que en los países capitalistas más avanzados, sino incluso en 1917, después de febrero, en vísperas de octubre, durante octubre y en el transcurso de los primeros y penosos años siguientes. Cuente con los dedos: las nueve décimas partes de los dirigentes ”optimistas” actuales, de los constructores del ”socialismo integral”, no creían ni siquiera en la posibilidad de la dictadura del proletariado en Rusia. Y para darle forma a su falta de fe argumentaban sobre la ignorancia del mujik, exactamente como hace usted ahora para la industrialización y los Soviets en China.

¿Sabe usted cómo se llama eso? ¿Cómo puede calificarse en una palabra? Eso se llama degeneración. Para otros, para muchos otros, es un renacimiento, un retorno a su fondo natural de pequeños burgueses, momentáneamente torturados por el martillazo del golpe de Estado de Octubre.

El pequeño burgués no puede mezclarse en la política sin crear mitos, leyendas, incluso chismes. Los hechos se vuelven, invariablemente, contra él, presentando su aspecto más inesperado, más desagradable. Por su propia naturaleza, es incapaz de asimilar grandes ideas; no hay coherencia; y, .entonces, se dedica a tapar agujeros por medio de suposiciones, de ficciones, de mitos. Cuando se desliza de la línea proletaria para caer en la de la pequeña burguesía, resulta más indispensable todavía la creación de leyendas. Y es que se trata entonces de trabajar sin tregua, relacionando la jornada de ayer con la de hoy, pisoteando las tradiciones, al mismo tiempo que se hace como si se observaran. Y durante estos períodos es cuando se crean las teorías hechas expresamente para comprometer a los adversarios de ideas desde el punto de vista personal, y surgen entonces maestros en este arte. La fe en la táctica de la intriga política todopoderosa se generaliza. Multiplícanse los chismes, se superan, adoptan una clasificación y acaban por ser canonizados. Se crea una especie de organización de autores de documentos análogos a los de los escolares tramposos, muy seguros de su confianza propia y de su irresponsabilidad. Desde el punto de vista exterior, todo esto da resultados verdaderamente milagrosos. Pero, en realidad, éstos se deben a la presión de las otras clases, transmitida por mediación de los ”maestros” del aparato, de los intrigantes y de los autores de documentos escolásticos, que introducen la confusión en la conciencia de su propia clase y disminuyen así la fuerza de resistencia.

He encontrado, por casualidad, unas líneas que escribí hace cerca de veinte años (en 1909):

”Al ascender la curva de la evolución histórica, el pensamiento social es más perspicaz, más decidido, más inteligente, y a aprende a distinguir inmediatamente lo esencial de lo insignificante y a evaluar de una ojeada las proporciones de la realidad. El pensamiento pesca los hechos al vuelo y los une por medio del hilo de la generalización... Pero al descender la curva política, se instala la estulticia en el pensamiento social. Bien es verdad que en la vida común persisten todavía los restos de frases generales, que son los reflejos de acontecimientos pasados... Pero el contenido interior de dichas frases se lo ha llevado el viento; el precioso talento de la generalización política ha desaparecido no se sabe dónde y sin dejar huellas. La estulticia pasa a ser insolente, y enseñando sus dientes podridos se burla de toda seria tentativa de generalización. Sintiendo que el campo de batalla le pertenece, empieza a obrar por sus propios medios.” (L. Trotski, vol. XX, La cultura del viejo mundo, página 310.)

No se enfade usted si su carta ha hecho nacer en mí esta asociación de ideas. Pero ya sabe que una canción pierde su sentido si se le suprime una sola palabra.

Para explicar su confusionismo, sus yerros, sus errores, el pequeño burgués ha menester, no sólo de mitos en general, sino también de un manatial que dé continuamente una especie de fuerza demoníaca. Usted sabe probablemente que esta fuerza es la encarnación mitológica de nuestra propia debilidad humana. ¿Y quién es más débil hoy, desde el punto de vista ideológico y en la actual situación del mundo, que el pequeño burgués? Este ve la fuerza demoníaca en diversas cosas que dependen de sus condiciones nacionales, de su pasado histórico, del lugar que el Destino le ha fijado. Cuando es, si podemos hablar así, un burgués sin mezcla, el origen de todos los males es para a el comunista, que quiere expoliar a los campesinos y a los honrados trabajadores en general. Y si es demócrata filisteo, el mal universal es para él el fascismo. En el tercer caso, son los ”boches”, los extranjeros, los metecos, como se dice en Francia. En el cuarto caso, son los judíos, etc. Y así sucesivamente hasta el infinito. Entre nosotros, para el hombre medio del aparato, para el pequeño burgués armado de su cartera, este origen universal del mal es el ”trotskismo”. Personalmente, usted representa una variedad ”benévola” de este tipo. Si se construye mal el Dnieprostroi; si Rudzutak se deja lievar por sus convoyes vacíos; si corrigiendo precipitadamente, por medio del artículo 107, los errores cometidos durante toda una serie de años, se cometen errores peligrosos, el culpable es el ”trotskismo”. ¿Ouién podría ser si no? Engels escribió antaño que el antisemitismo es el socialismo de los imbéciles. Aplicando este término a nuestras condiciones, el antitrotskismo es el comunismo. . de... la gente que tiene muy poco de perspicaz. Dicho de otro modo: los autores de la mitología antitrotskista saben perfectamente dónde les duele el zapato; pero cuentan con los simples, cuya atención puede desviarse fácilmente de las faltas cometidas por la dirección, atrayendo esta atención hacia el origen universal del mal a través del mundo, es decir, hasta el ”trotskismo”. ¿Qué lugar ocupa usted personalmente en este engranaje de engañadores y de engañados?

Usted se encuentra en un lugar cualquiera, en medio de ellos, llenando la función de eslabón de transmisión.

* * *

Dice usted en su carta:

”Le invito calurosamente, como amigo, a que abandone ya su actual posición. No sea usted más inteligente que el Partido. Engáñese usted con su mayoría, con esta misma mayoría de funcionarios, de gente del aparato; de ciudadanos medios, corrompidos y degenerados; e incluso si esta mayoría ha llegado realmente a este extremo, de todas formas no podría usted ni transformarla ni reemplazarla por nada.”

¡Qué maravillosas ideas! Es imposible imaginarse otras mejores. No ha tenido necesidad de molestarse, por otra parte, en inventarlas. Ha dejado hablar sencillamente a su fondo de cuidadano medio del Partido. Permítame que le recuerde que el espíritu revolucionario colectivo es una tosa y otra el espíritu de rebaño de los ciudadanos medios. El espíritu colectivo debe conquistarse siempre; el espíritu de rebaño se entrega acabado ya, fabricado la víspera. Usted ha oído, sin duda, esas cosas que se dicen sobre ”el individualismo”, ”la aristocracia”, etc. Así se expresan, con estupideces impotentes, el espíritu de rebaño de los ciudadanos medios, por una parte, y las habladurías de comadres de los funcionarios, por otra.

El Partido necesita, ante todo, una línea política justa. Es menester saber y atraverse a defender ésta, en caso de necesidad, contra la mayoría del Partido, incluso contra su mayoría real, y ayudarla así a reparar sus errores. Pero en el peor de los casos no hay por qué avergonzarse de engañarse con la mayoría si ésta se engaña por sí misma, tiene en cuenta su experiencia y aprende. Pero de esto es de lo que menos se trata precisamente. Desde hace ya mucho tiempo, es el aparato el que se engaña en lugar de la mayoría, y no le permite a ésta que le corrija. En esto precisamente consiste la quintaesencia de la ”dirección” actual; tal es el alma del stalinismo.

Usted cree que hay que limitarse sencillamente a aceptar a la mayoría tal cual es. Si el Partido hubiera estado poseído de este espíritu, ¿hubiera podido llevar a cabo la Revolución de Octubre? ¿Hubiera podido ni siquiera pensar en ello? No; este espíritu es un producto del último lustro. Antes del golpe de Estado de Octubre, los elementos de colaboración, de conciliación, de adaptación, de espíritu pequeño burgués, se agarraban a otras fuerzas: al movimiento cultural liberal, al educacionismo legal, al patriotismo de la época de la guerra, a la defensa nacional revolucionaria de Febrero. Ahora todo esto surge bajo el estandarte del ”bolchevismo” del aparato, se agrupa y arrastra golpeando a la oposición, o, dicho de otra manera, al bolchevismo proletario. Cuente cuántos defensores actuales, venerables, de Octubre, protegiéndolo contra ”la oposición antisoviética”, se encontraron en aquella época del otro lado de la barricada, y después, durante los años de la guerra civil, desaparecieron no se sabe dónde. El oportunismo trata invariablemente de apoyarse en una fuerza constituida ya. El Poder de los Soviets es una fuerza. Todo oportunista, pequeño burgués o ciudadano medio, trata de apoyarse en él, no tanto porque es sovietista cuanto porque es poder. Los pseudorrevolucionarios de toda Europa; los antiguos revolucionarios devorados por el ciudadano medio que dormitaba en ellos; los antiguos obreros convertidos en dignatarios vanidosos, los Martinov y los Kussinen pasados y presentes, pueden, agarrándose a lo que existe, intervenir como herederos directos de Octubre, e incluso creer que efectivamente lo son.

Entre toda esta clase de ”ex”, ocupan ahora un lugar muy destacado los ex bolcheviques. Sería interesante establecer un día del censo. Son los mismos que como demócratas revolucionarios se adhirieron en 1905 al bolchevismo. Durante la contrarrevolución se separaron del Partido; trataron, no sin cierto éxito, de intervenir en el régimen del 3 de junio; se convirtieron en grandes ingenieros, grandes médicos, hombres de negocios; se hicieron los defensores y los amigos de la burguesía; con ella, patriotas, entraron en la guerra imperialista; la ola de los fracasos militares los condujo a la Revolución de Febrero; trataron de obtener el mejor sitio posible en el régimen de ”democracia”; mostráronles los dientes a los bolcheviques, que impedían el restablecimiento del ”orden”; fueron los furiosos enemigos de Octubre; pusieron sus esperanzas en la Asamblea Constituyente; y cuando, a pesar de todo, comenzó a constituirse el régimen bolchevique, se acordaron repentinamente de 1905, volvieron a plantear su ingreso en el Partido, se encargaron de la defensa del nuevo orden y de las antiguas tradiciones; ahora insultan a la oposición sirviéndose de las mismas expresiones que les aplicaron en 1917 a los bolcheviques. Y hay muchos así. Fíjese solamente en la Sociedad de los viejos bolcheviques. Esta está constituida por una buena mitad – por no decir más de la mitad – de viejos ”militantes” intransigentes que tienen tras de sí una interinidad de ocho, diez o doce años que estuvieron en el seno de la burguesía.

Todos esos burócratas estabilizados, ”colocados”, un poco embrutecidos, no pueden soportar sobre todo la idea de la ”revolución permanente”. Para ellos no se trata, claro está, de 1905, ni de darles vida artificial a antiguas querellas de fracción, relegada desde hace ya largo tiempo en los archivos. ”Ahí me las den todas.” Se trata, simple y sencillamente, de nuestra época, del hoy aislado de las conmociones del Mundo. Se trata para ellos de garantizarse, por medio, de una ”hábil” política exterior, de construir lo que se deja buenamente construir y de llamar a todo esto el socialismo en un solo país. El ciudadano medio quiere el orden, la tranquilidad, una marcha moderada, lo mismo en lo económico que en lo político. Más suavemente, más lentamente. No se impaciente; ya llegaremos. No salte las etapas. El país es campesino; en China hay 400 millones de campesinos ”ignorantes”. Necesitamos un siglo para la industrialización. ¿Vale la pena de que nos rompamos la cabeza con los programas? Vive y deja vivir al prójimo. Tal es la substancia del odio hacia la ”revolución permanente”. Cuando Stalin anunciaba que habíamos construido las nueve décimas partes del socialismo, les daba así una satisfacción suprema a los burócratas de mentalidad limitada y satisfechos de sí mismos. Hemos construido las nueve décimas partes; la otra décima parte ya veremos cuándo la realizaremos. Durante los últimos años de su vida, Lenin temía por encima de todo esta responsabilidad colectiva de la gente del aparato y de los funcionarios armados con todos los recursos del Partido dirigente y del aparato del Estado.

¿Y nos invita usted a capitular ante estos elementos impregnados del espíritu del ciudadano medio, ante este enorme vómito de la Historia que ha seguido a la Revolución de Octubre, mal digerida todavía? Se ha equivocado usted de dirección. ”Reflexione de nuevo.” Ya hemos reflexionado de nuevo. Su carta no hace sino revelarnos una vez más la inmensa ventaja histórica que algunos miles de bolcheviques leninistas perseguidos tienen sobre la masa manejable, estulta, sin ideal, de funcionarios, de servidores celosos o simplemente de gentes de espíritu servil. Si nosotros hubiéramos llegado a su conclusión – ”no se puede transformar” –, no nos hubiéramos resignado; hubiéramos construido de nuevo; es decir, hubiéramos separado los buenos ladrillos de los viejos muros, hubiéramos cocido una hornada de nuevos ladrillos y con ellos hubiéramos levantado un edificio nuevo en un lugar nuevo. Pero, afortunadamente para la Revolución, su triunfo – el de ustedes – no ha llegado todavía a este punto. Sabremos encontrar los medios de constituir una alianza con el núcleo proletario del Partido, con la clase obrera. Poco importa que nos persigan ustedes, que erijan barreras en torno nuestro. No les abandonamos a ustedes ni las tradiciones bolcheviques ni los cuadros proletarios bolcheviques.

* * *

A propósito: un día a dos antes de mi salida de Moscú recibí la visita de un digno ciudadano medio, que quería expresarme de alguna manera su simpatía y su sentimiento, o que trataba sencillamente de exteriorizar su impotencia y su inhabilidad congénita frente a los amenazadores procesos que se desarrollaban en el Partido y en el país. Este digno militante del Partido me declaró, en nuestra conversación de despedida, que consideraba justa toda la política del Comité Central, pero que el régimen existente en el seno del Partido no estaba exento de faltas. Esto – decía – es evidente. Y la deportación es completamente escandalosa. Así se expresó, poco más o menos, un bravo funcionario. Debo decir que no había testigos. Al preguntarle yo: ”¿Cómo es, pues, que una buena política ha conducido a un mal régimen?”, mi visitante respondió: ”Se han cometido errores aislados, pero ”nosotros” los corregimos. Todos, absolutamente todos con los cuales he logrado hablar, condenan a la oposición, mas se muestran indignados ante las deportaciones; pero conseguiremos hacerlas anular”, me dijo este digno militante. Me mofé de mi visitante y hasta creo que le dirigí algunas duras palabras, como las que me ha obligado usted a dirigirle. ”No conseguirán ustedes absolutamente nada y mañana seguramente aprobarán las deportaciones, pues no les queda nada en el alma.” Naturalmente, las cosas ocurrieron así.

Recientemente he recibido una carta de otro funcionario un poco menos importante. Este se queja de que no mantenga una amistosa correspondencia con él, aun cuando no esté de ”acuerdo” conmigo, cosa que, según él, no constituye una razón. Después cambia de tema para referirme las modificaciones que se han producido en sus servicios y que Ivan Kirilovitch ha engordado y toca el violín. Una benévola funcionaria me ha transmitido sus consejos aprovechando una ocasión favorable: los hombres no viven más que una sola vez y no hay por qué dejarse deportar por toda una serie de discrepancias. Las mujeres de las ex jacobinas de la época del Directorio razonaban – claro está que más con los muslos que con la cabeza – exactamente lo mismo. Si usted le dice a esta funcionaria que no tiene más que ”una sola vida”, que apesta a Termidor, le recitará un extracto literario de tal modo encantador que el propio Yaroslavski se sentirá enternecido.

Y he aquí que ahora aparece usted, usted que entre la gente de su clase habla ”ideológicamente” e incluso con cierta pasión. Pretende usted corregir de un golpe ”mis errores” basándose en el Dnieprostroi. Y todos ustedes, pues constituyen legión, parecen olvidar que nos han mandado a presidio y al destierro a mí y a centenares de amigos míos en ideas. Si se les dijera a ustedes esto cara a cara, abrirían ustedes los ojos con asombro. ”Sí; nosotros hemos votado algo parecido también; es cierto que no hemos protestado...” El ciudadano medio del Partido prefiere, en semejante caso, representar el papel de Poncio Pilatos, encogiéndose de hombros con aire de conmiseración. Si hay centenares de excelentes revolucionarios, de ideas firmes, consecuentes, héroes en su mayor parte durante la guerra civil, que han franqueado recientemente las puertas del presidio; si ocupan incluso las mismas celdas que los prevaricadores, los agiotistas y la siniestra canalla; si vuelven a calentar con sus cuerpos los antiguos lugares zaristas destierro, es, según usted, por una triste circunstancia, por una imperfección del mecanismo, por un error, por un exceso de celo. No, mis queridos amigos; no podrán ustedes escapar. Son ustedes quienes responden de cuanto sucede y quienes tendrán que responder de ello.

Nosotros, la oposición, estamos en plena formación de una nueva hornada histórica de verdaderos bolcheviques. Y ustedes, por medio de la deshonesta calumnia, por la represión, los someten a la prueba y nos ayudan a establecer la selección. Hay quienes tienen miedo a pasar por la misma celda que los prevaricadores y los agiotistas. Estos individuos se ”arrepienten”, reconocen sus errores, y los guardianes les abren las puertas. ¿Son éstos los mejores elementos? ¿Es que siquiera son revolucionarios? ¿Son acaso bolcheviques? Y son éstos los que pasan a ocupar los puestos de donde se arroja a los revolucionarios auténticos. En el Partido se produce cada vez más una selección de los ”adaptados”. La oposición es abandonada por los escépticos, por los vacuos, por los hombres de poca fe, los diplomáticos baratos, o, sencillamente, por los abrumados de familia. Y van a engrosar el mlmero de los hipócritas y de los cínicos, que piensan una cosa y en voz alta dicen otra. Los unos justifican su acto por ”una necesidad de Estado”. Otros, simplemente enganchados en el carro, continúan tirando, envenenados para siempre por la imposibilidad de expresar sus ideas en su propio Partido. Y, de vez en cuando, Yaroslavski y los demás sepultureros establecen la estadística de la ”bolchevización”. Pero la verdadera masa obrera, fuera y dentro del Partido, se aleja intelectualmente del aparato, se encierra en sí misma, se endurece. Es este cl proceso más amenazador, el principal, el decisivo. La fracción staliniana trabaja actualmente sobre todo en favor de los mencheviques y de los anarcosindicalistas, a los que se les prepara el terreno entre el proletariado. Que el aparato trate de conservar a los obreros sirviéndoles una vez por año una cucharada de café de autocrítica, es trabajar sin la menor posibilidad de éxito. Sólo la oposición, que combate hasta la muerte, no sólo el menchevismo y el anarcosindicalismo (huelga incluso decirlo), sino también al centrismo staliniano y al espíritu oficial del aparato, es capaz de expresar de una manera bolchevique las necesidades y las aspiraciones de la mejor parte de la clase obrera, manteniendo a ésta bajo la bandera de Lenin.

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Debe usted estar al corriente del asunto de Malakhov, miembro de la Comisión Central de Control, que durante varios años se entregó al robo. Me dirá usted que esto suele ocurrir en las mejores familias. Cuando se pone a razonar el ciudadano medio sale siempre del paso por medio de frases hechas en los casos difíciles. Sin embargo, yo me permito creer que la Comisión Central de Control, tal y como fue concebida, es una familia demasiado distinguida para explicar tan fácilmente la prolongada estancia en su seno de un ”monstruo” tan excepcional. Pero es que no se trata solamente de esto. Pues, al fin y al cabo, todo el ”trust” de la Kardolenta, o por lo menos todas las personalidades de éste, están al corriente de todos los actos heroicos de Malakhov. Y también los conocían los que estaban ligados a él por la misma amistad. ¿No contaba Malakhov con amigos, con relaciones, con íntimos en la Comisión Central de Control? ¿Pues cómo, de otra manera, hubiera podido llegar a esta institución tan elevada, puesto que no ha caído del cielo? Había quienes sabían y se callaban y éstos eran incluso numerosos. Los colegas y los subordinados se callaban: los unos para aprovecharse; los otros, por miedo. Tenían un doble miedo, ya que Malakhov era miembro de la Comisión Central de Control, cargo que le daba un poder de decisión. Malakhov tenía, por consiguiente, la posibilidad de robar cuanto quisiera y como quisiera, precisamente porque era miembro del Tribunal Supremo encargado de juzgar las costumbres del Partido. ¡Esta es la dialéctica del burocratismo!

¿Y sabe usted que ha sido ese mismo Malakhov quien nos ha juzgado y excluido a nosotros, a los oposicionistas? Entre ”una botella de vino” que le valla varios miles de rublos y una orgía en compañía de los especuladores, Malakhov tenía tiempo también para participar en un juicio contra Rakovski, I. N. Smirnov, Preobrazhenki, Mrachkovski, Serebriakov, Muralov, Sosnosvski, Beloborodov, Radek, Grunstein y muchos otros, a los cuales calificaba de ”traidores a la causa del proletariado”. Fue igualmente Malakhov quíen excluyó a Zinoviev y a Kamenev y quien, después de su arrepentimiento, los absolvió y los mandó al Centrosoius. Este es el camino que sigue la ”dialéctica”.

Estoy seguro de que mientras se juzgaba a Rakovski o a Mratchkovski como traidores al proletariado, era Malakhov el que intervenía con palabras más ávidas de sangre. Ya en el XIV Congreso, sentado en el Presidium y mientras observaba a Moiseenko, que había sido colocado, con algunos otros ventrílocuos ukranianos, en el primer banco, con el fin de sabotear con sus aullidos los discursos oposicionistas de Leningrado, le expresaba a mi vecino Kalinin la hipótesis siguiente: ”No sé por qué muestra ése (Moiseenko) tanto entusiasmo. Mucho me temo que tenga algo que reprocharse.” Se trataba en aquel entonces de una suposición un tanto ligera; pero más tarde, tras una investigación se vio que era efectivamente así: Moiseenko, que ha enriquecido las actas de los Plenos con frases indecorosas contra la oposición, forma parte de la religión malakhovista. Más de una vez, en el transcurso de los últimos años, y dejándome guiar por la suposición psicológica que le indico más arriba, he conseguido llegar al fondo de las cosas. Si un hombre del aparato chilla con demasiada arrogancia, miente, calumnia y le muestra el puño a la oposición; en nueve casos sobre diez es un malakhovista que trata de disimular su negocio. Esta es la dialéctica...

Tiene usted la audacia de decir que las cosas seguirán como están. ”No hemos sido nosotros quienes hemos comenzado y no somos nosotros tampoco quienes acabaremos con todo esto.” No, señor. Hemos sido nosotros quienes hemos comenzado. O más exactamente: han sido ustedes, el régimen del Partido que ustedes sostienen. Ha sido el régimen del burocratismo, brutal y desleal, que se basta a sí mismo. ¿Recuerda usted quién ha dado esta definición? No ha sido un cualquiera, un moralista importante, sino el revolucionario más grande de nuestro siglo. El régimen desleal: he aquí el más grande de los peligros. Nosotros no conocemos, claro está, formas de moralidad inmutables o impuestas desde fuera. El fin justifica los medios Pero el fin debe ser un fin de clase, revolucionario, histórico. Los medios, entonces, no pueden ser desleales, deshonestos, repugnantes. Pues la deslealtad, la deshonestidad, la mala fe pueden producir durante cierto tiempo efectos ”útiles”; pero si se aplican durante un largo período roen la propia base de la fuerza revolucionaria de clase, la confianza en el interior de su vanguardia. Así se suele pasar de las citas adulteradas y del escamoteo de documentos auténticos al oficial vrangeliano y al artículo 58. Aquí se trata ante todo de problemas políticos, de salvar el prestigio político destruido por toda una serie de fracasos oportunistas. En el ”trust” de la Kardolenta, la apuesta es menor y proporcionados los medios al objetivo fijado. Pero Malakhov el de la Kardolenta se protege devorando a las autoridades con los ojos: ”Yo no vacilaría querido amigo, en dar mi vida por ti; pero tú debes protegerme también.” La semilla de la brutalidad y de la deslealtad, si se la siembra con tanto método, acaba por germinar. Quien siembra oficiales vrangelianos recoge Malakhovs. ¡Y si sólo creciera uno solo! Pero la recolección da un céntuplo y quizá más...

Cuando piense usted en todas estas cosas, cuando haya comprendido usted todas estas cosas, podremos hablar de otra manera.

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Puesto que ha manifestado usted tanto interés respecto a mi situación en el Partido, permítame que me interese un poco por la de usted mismo. Habla usted constantemente del Partido, de su mayoría. Pero los pensamientos que usted expone son los de una fracción clandestina. Acusa usted al Comité Central de haber arrastrado a la industrialización por el camino trotskista. Es la voz de la fracción rikovista, la de la derecha. Afirma usted que en la política agraria el Comité Central ha adoptado este año el lenguaje de la oposición. Así habla Rikov en persona. Según usted, las fantasías como la del Dnieprostroi constituyen ”una destrucción criminal de nuestros recursos”. Pero es el Comité Central, es decir, su mayoría, quien debe responder de dichas ”fantasías”. Las medidas excepcionales aplicadas en el campo han destruido – según usted – la alianza entre obreros y campesinos para toda una serie de años. Luego la política de la actual mayoría del Comité Central no vale absolutamente nada. Dicho de otro modo: condena usted en pleno a la dirección del Partido. Sólo que su condena conduce hacia la derecha, con el espíritu de los políticos a quienes Stalin comienza a designar vagamente con el término de ”filósofos campesinos”. Ignoro si forma usted parte, oficialmente, de esta fracción. Pero no hay nadie capaz de poner en duda que su carta está penetrada del estado de espíritu de dicho grupo, y que es absolutamente oposicionista, pero oposicionista de derecha. Usted es un rikovista. Y como tal, ataca usted a la oposición mientras le apunta a Stalin. Hay que apuntar en un sitio para dar en otro, como dice la conocida frase.

¿Cómo se imagina usted el desarrollo ulterior de las relaciones existentes entre la fracción rikovista de los ”filósofos campesinos”, con profundas raíces en el país, y la fracción staliniana, que detenta el aparato? La polémica secreta de Stalin contra Frumkin recuerda los primeros pasos de la lucha entre las izquierdas y el bloque centro-derecha. Desde el punto de vista oficial, impera, naturalmente, la unanimidad. Se dice, incluso, que para dar una prueba de esta unanimidad se les ha distribuido a las delegaciones al Congreso una hoja explicando que los rumores concernientes a las ”pretendidas” divergencias en el seno del Politburó son inventadas por los trotskistas. En abril de 1925, el Comité Central mandó a todas las organizaciones del Partido una circular advirtiendo que los rumores sobre divergencias respecto a la cuestión campesina en el seno del ”núcleo” leninista habían sido lanzados por los mismos trotskistas. Sin embargo, la mayoría de los oposicionistas no comprendió por esta circular que existían serias divergencias, puesto que era necesario desmentirlas por tal procedimiento. El autor de dicha circular fue, según tengo entendido, Zinoviev, el cual, pocos meses más tarde, tuvo que firmar documentos de un género un poco diferente. ¿No cree usted que puede repetirse ahora la Historia? Un hombre inteligente dijo un día que cuando la Historia se toma el trabajo de repetirse, reemplaza generalmente a la comedia y al drama, o por lo menos introduce en éstos elementos burlescos.

Hay que decir que por muy dramático que sea el ambiente general, las constantes alusiones a la unanimidad ciento por ciento reinante en el Partido suenan a comedia bufa, en la cual no cree nadie: ni actores ni espectadores. Y esto tanto más cuanto que el desenlace debe producirse dentro de unos cuantos meses. La fracción de los ”filósofos campesinos” es bastante fuerte en el país, pero teme al Partido, a su núcleo proletario. No habla en alta voz o por lo menos públicamente. Hasta ahora, los termidorianos no se toman esta libertad más que en sus conversaciones particulares o por medio de cartas, como, por ejemplo, la de usted.

No sé si en un porvenir próximo estallará la batalla públicamente, o si, en espera de ella, seguirá desarrollándose ocultamente y siguiendo un orden monolítico y burocrático. Precisamente por esto mismo no quiero encargarme de adivinar qué ”mayoría” se formará en la próxima etapa. Pero usted puede muy bien alinearse por adelantado en su mayoría, incluso si destruye la alianza entre obreros y campesinos por un período de muchos años. ¿O tiene usted el propósito de luchar contra la industrialización, exponiéndose a tener que cambiar bruscamente de residencia? Los Yaroslavski vigilan. Tienen en sus manos no pocos recursos – claro que no me refiero a recursos de ideas –, recursos que siguen siendo eficaces, que seguirán siéndolo hasta nueva orden. Tratarán de estrangularles a ustedes, aplicando en el f ondo su propia retardando sencillamente el fatal vencimiento. En este sentido, contra ustedes o con ustedes podrían esperar obtener un éxito completo si no existiera la oposición. Pero ésta existe. Ya tendrá usted ocasiones de comprobarlo.

* * *

Usted me pregunta: ¿Pero cuáles son sus conclusiones? Ya hemos expuesto en otra parte nuestras conclusiones esenciales y no quiero repetirlas aquí. Pero voy a formular algunas deducciones particulares.

El régimen existente en el Partido ha conducido a éste por completo, en el transcurso de los últimos años, a un estado de ilegalidad. La fracción staliniana arregla clandestinamente los asuntos más importantes del Partido. Su fracción de usted, la de Rikov, obra siguiendo los mismos métodos ilegales. Es inútil hablar de la oposición, puesto que es una oposición. Los únicos santos que permanecen actualmente en la legalidad del Partido son probablemente Zinoviev y Saratov... Si éstos son santos, ¿quiénes son los pecadores? ¿Y si uniendo nuestros esfuerzos condujéramos al Partido dirigente a una situación legal? Usted me preguntará: ¿Por qué medios? Sencillamente: devolviéndole sus derechos.

Es menester reducir brutalmente (unas veinte veces aproximadamente) el presupuesto del Partido, que ha aumentado de una manera monstruosa, y que se ha convertido en la base financiera del arbitrario burocratismo que domina al Partido. Es menester que éste cuente con un presupuesto propio, severamente controlado, y del cual debe dar cuentas. Los gastos revolucionarios secretos deben ser examinados anualmente por una Comisión especial del Congreso.

Es necesario preparar el XVI Congreso de tal forma que, distinguiéndose del XV, del XIV y del XIII, sea el Congreso del Partido y no el de un aparato fraccional. Antes del Congreso, el Partido debe oír a todas las fracciones, entre las cuales se pierde gracias al régimen de estos últimos años. Los reventadores, los destructores, los fascistas deben ser enviados, de común acuerdo, a trabajar en los nuevos dominios soviéticos, pero sin aplicarles el artículo 58. Puesto que falta no poco camino por recorrer antes de llegar a la liberación del Partido, es necesario establecer el voto secreto en todas las elecciones preparatorias del XVI Congreso. Estas son mis proposiciones rigurosamente prácticas. Sobre estas bases estaríamos dispuestos a entendernos incluso con los derechistas. La realización de estas elementales premisas del espíritu del Partido le permitiría al núcleo proletario del Partido colocar a la derecha – no sólo a los derechistas – frente a sus responsabilidades, así como a los centristas, es decir, a la principal muralla de los defensores del oportunismo en el Partido.

Tales son las conclusiones que se desprenden... del Dnieprostroi.

Alma-Ata, 12 de septiembre de 1928